Canto número 6. ¿Los cuervos cantan humanidad?

Los cuervos no cantan humanidad.

Pero sí había humanos que podían cantar como cuervos.

¿Cómo puedo explicar lo que acaba de suceder sin sonar como un absoluto loco que debería ser institucionalizado?

Kalen acababa de invocar una parvada de cuervos como si fuera su rey. Simplemente extendió los brazos, pronunció unas palabras enigmáticas y las aves de alas oscuras se materializaron ante él, obedientes tal fieles súbditos, mientras sus ojos adquirían un tono negro profundo, tan oscuro y vació. Presenciar este fenómeno me dejó petrificado, pero no por miedo, sino por una sorpresa y confusión sincera y abrumadora.

Mi vida siempre ha sido terrible y mundana. Estaba plagada de problemas horrendos, me evadía con cualquier distracción y mi única preocupación era sobrevivir con los escasos recursos que tenía a mi alcance, limitados por varios factores. Nunca fantaseaba; consideraba ese tipo de pensamientos propios de niños o de mentes privilegiadas con inocencia. Me veía a mí mismo como nada más que escoria.

Desde que tengo memoria, mi realidad ha estado envuelta en un arraigado pesimismo. Todavía recuerdo cuando leía cuentos fantásticos y llegaba al: «y vivieron felices para siempre», de inmediato pensaba en cómo eso sería arruinado. ¿Qué tanto duraría el amor del príncipe y la princesa? ¿Cuánto tiempo aclamarían al héroe antes de caer en el olvido? ¿Y si la pequeña cerillera no murió y se quedó dormida, solo para despertar al día siguiente en el mismo infierno congelado?

Así que no, no creía en los milagros, en la magia ni en nada fantástico que sucediera por simple voluntad del universo y no por acción humana.

Entonces, ¿cómo podía asimilar el hecho de que Kalen acababa de transformarse en un cuervo ante mis propios ojos?

Tal como lo describí, Kalen yacía en el suelo en forma de cuervo, rodeado por otros pájaros de la misma especie. Reconocí que era él debido a su mirada fija y su postura inmóvil, aguardando una respuesta de mi parte, que dijera o hiciera cualquier cosa.

—Kalen... —Miré a mi alrededor con la esperanza de encontrarme con alguien que hubiera visto lo mismo que yo y que esa persona me indicara cómo reaccionar. No había nadie, éramos solo el humano cuervo y yo.

El cuervo, Kalen, emitió un graznido. No podía hablar, era un animal en toda regla. Me pasé una mano por el rostro y aparté el cabello que se me pegaba a la frente. Exhalé tembloroso y me acuclillé junto al ave.

—Por favor, dime que esa paleta que me diste tenía algo —pedí, incluso tirando el caramelo al suelo—. Dime que estoy drogado o que me envenenaste y este es el infierno.

El cuervo ladeó la cabeza, confundido, y luego se acercó a mí con dos pequeños saltos para pinchar mi mano con su afilado pico.

—¡Auch! —exclamé, y mi primera reacción fue lamer la sangre que brotaba de la herida que me abrió—. ¡¿Qué te pasa, Ávila?!

Parecía un enfermo. Estaba gritándole a un cuervo, a un pájaro que hace apenas unos minutos era mi compañero de escuela. Era una soberana locura, inconcebible.

—¿Puedes entenderme? —pregunté entonces, bajando la voz.

El cuervo asintió con lentitud. Sus movimientos no eran tan fluidos como los de un humano.

—¿Eres Kalen?

Asintió otra vez.

Volví a restregarme el rostro con las manos, demasiado extrañado.

—Puta madre... —mascullé y luego regresé mi atención hacia Kalen, los cuervos que antes estaban a su alrededor ya empezaban a marcharse—. No... No entiendo lo que acaba de pasar o qué tipo de truco de feria es este, así que vuelve a ser humano y explícame.

Negó con la cabeza y yo fruncí el ceño.

—¿No? —inquirí—. ¿No qué?

No recibí contestación. Kalen solo graznó. De verdad no comprendía lo que estaba ocurriendo.

—¿No puedes volver a tu forma humana? —interrogué.

Asintió.

—¿Entonces ahora qué? —Empecé a entrar en pánico—. ¿Vas a quedarte así?

Sacudió la cabeza de nuevo y se dirigió hacia la salida de la escuela con pequeños saltitos. Me incorporé y lo seguí, avanzaba tan despacio que con un solo paso lo alcancé.

—¿A dónde vas? —pregunté sin esperar respuesta.

Kalen se detuvo y volteó a ver los automóviles en el estacionamiento.

—¿Coches? —cuestioné y cuando me miró a los ojos logré comprender a qué se refería. Me señalé a mí mismo—. ¿Mi coche?

Estaba buscando mi camioneta. Mal día para ello.

—La vendí —expliqué—. Así que si quieres ir a algún lado, tendrás que saltar o volar, o lo que sea que hagas en esa... forma.

Fue un error mencionarlo, ya que Kalen abrió sus alas y se lanzó hacia mí. Por reflejo, levanté el antebrazo para protegerme, pero me sorprendió sentir un peso en mi hombro izquierdo y garras hundiéndose en mi piel. Retiré el brazo y, al abrir los ojos, me encontré con el cuervo sobre mí, como si fuera una rama de árbol. Era pesado, no se trataba de un ave pequeña.

—¡Quítate de ahí! —exclamé y empecé a agitar la extremidad con la esperanza de ahuyentarlo. Kalen solo graznó y se aferró con más fuerza—. Estúpido pajarraco, me vas a arrancar la carne.

Después de otro graznido, Kalen dirigió su mirada hacia la salida de la escuela. Ahora agradecía que no hubiera nadie por aquí a esta hora; de lo contrario, no sabría cómo explicar por qué un cuervo estaba posado sobre mí y por qué estábamos discutiendo.

—Si te llevo a donde sea que quieras ir, ¿volverás a ser humano y me explicarás qué está pasando? —pregunté.

Asintió.

—Si me mientes, te dejaré en la calle más transitada que encuentre para que te aplaste un coche —amenacé.

Kalen emitió un graznido agudo que sentí parecía una risa. Al menos seguía siendo el mismo de siempre.

Mientras tanto, yo... Bueno, o era demasiado tonto por ser tan tolerante con él, o él sabía demasiado bien cómo despertar mi curiosidad.

La respuesta correcta era evidente.

(...)

Para ser sincero, no podía creer que me estaba metiendo en una situación tan extraordinaria. Jamás, en mis diecisiete años de vida, habría imaginado que en un lunes cualquiera sería testigo de la transformación de un humano en cuervo, seguido de ser guiado por ese fenómeno hacia su hogar, o al menos esa parecía ser su intención.

Me llevó por las calles mediante tirones de cabello, picotazos y graznidos. Los transeúntes cambiaban de acera al verme caminar con el cuervo posado en mi hombro, y aún más cuando lo maldecía por herirme. Ahora no solo tendría fama de matón, sino también de loco.

Nos tomó casi una hora llegar a nuestro destino, al menos eso parecía, ya que Kalen había dejado de picotearme.

—¿Es por aquí? —pregunté.

El cuervo asintió.

Suspiré y continué mi marcha, observando los desconocidos alrededores. Era una calle sencilla, bordeada de casas de aspecto antiguo, aunque nunca antes había puesto un pie en este lugar. Mi vida en Kaux se reducía a una rutina monótona: casa, escuela, trabajo y los mismos lugares de siempre los fines de semana para hacer mandados. Jamás me propuse a explorar, no sentía el deseo ni la necesidad de hacerlo. No quería formar recuerdos en este pueblo, ya que cuando me marchara, planeaba olvidarlo todo.

El cielo comenzó a tronar, y lo que antes era una tarde agradable, pronto se oscureció con nubes grises que descargaron una intensa lluvia. Así era este maldito lugar olvidado por Dios, en un instante estaba soleado y al siguiente caía un chubasco.

—¡Carajo! —exclamé y apresuré el paso, cubriéndome la cabeza con las manos, como si eso fuera a ayudar.

Kalen volvió a graznar y se sacudía para deshacerse del agua en sus plumas, mojándome en el proceso.

—¡¿Podrías estarte quieto?! —reprendí, pero en ese momento Kalen bajó de mi hombro y planeó hasta el suelo con agilidad—. ¡¿A dónde vas?!

Se precipitó hacia una de las casas, la cual tenía una puerta de madera en arco y tejas anaranjadas en el techo.

—¡¿Ahí vives?! —exclamé para hacerme oír en medio del aguacero.

Kalen no respondió, pero su urgencia indicaba que ese debía ser el sitio correcto, o al menos un refugio del agua. Me apresuré hacia él, lo alcé del suelo y lo llevé hasta la puerta. Sentí un alivio instantáneo al dejar de estar bajo la densa lluvia.

Kalen volvió a sacudirse. Estaba empapado, algo que no era bueno para las aves.

«Pero él no es un ave», pensé.

Exhalé y contemplé la puerta frente a mí: pintada en un tono café rojizo, rodeada y cubierta de enredaderas de bugambilias. Siendo honesto, aunque fuera la casa de Kalen, no quería tocar. ¿Qué tipo de imagen sería esa? Yo empapado sosteniendo a un pajarraco que parecía un trapo mojado y diciendo: «Hola, este es Alec, se convirtió en cuervo y no sé por qué».

La simple idea me atormentaba.

«Vete. Todavía puedes», me gritó una vocecita en lo profundo de mi cabeza.

Pero no podía deshacerme del cuervo en mis manos de manera tan sencilla. Kalen me dio otro picotazo y graznó.

—¡Deja de hacer eso! —grité.

Kalen seguía insistiendo en que tocara el timbre, pero yo no quería hacerlo.

—¡No! —Sacudí la cabeza, con gotas de agua fría rodando por mi rostro—. Ya te traje hasta aquí. Tocar y hablar con tu familia no estaba incluido en el trato.

Graznó de nuevo y agitó sus alas, pero justo cuando estaba a punto de regañarlo para que se quedara quieto, la puerta de la casa se abrió de repente.

Ambos nos quedamos inmóviles al encontrarnos con el rostro serio de una chica de largo cabello rizado y negro, y unos penetrantes ojos cafés. Tenía cierto parecido a Kalen, lo que me llevó a deducir que era su familiar, y me apresuré a mostrarle al cuervo en mis manos.

—Kalen se convirtió en cuervo —balbuceé sin pensar. Sonaba como un niño inventando excusas absurdas para evitar ser castigado.

Para mi sorpresa, la chica no mostró signos de alarma. En su lugar, bajó la vista y entabló un silente intercambio de miradas con el cuervo, frunciendo los labios mientras cruzaba los brazos.

—¿Otra vez, Alec? —cuestionó, negando con la cabeza—. ¿Cuándo vas a entender, bobo?

«¡¿Otra vez?!» Pensé.

Kalen graznó y se deslizó fuera de mis manos, aterrizando en el suelo antes de adentrarse en la casa, evitando el contacto con la chica. Debía ser su hermana, prima o...

—¿Y tú quién eres? —interrumpió mis pensamientos. Sus ojos escudriñaban mi apariencia, deteniéndose en el aro que llevaba en la nariz y luego en mi cabello sin cortar, casi alcanzando mis hombros.

—Félix —respondí con la misma brusquedad.

—Bien, Félix, ya puedes irte —dijo ella y comenzó a cerrar la puerta—. Olvida lo que viste y sigue con tu día. Gracias.

Fruncí el ceño y con una mano la detuve para evitar que me cerrara la puerta en la cara. Si algo me enervaba, era la condescendencia.

—No quiero tus agradecimientos —puntualicé—. Lo que quiero es una explicación, y Kalen dijo que si lo traía aquí, volvería a ser humano y me explicaría todo.

Hizo un mohín.

—Alec volverá a ser humano, pero no te dirá nada —refutó—. Vete ahora.

—No —insistí—. Me debe muchas, pero muchas explicaciones, y no me iré de aquí hasta que entienda todo.

—Eso no va a suceder.

—¿Y quién te crees que eres para decidir por él?

Fue una elección de palabras terrible. La enfureció aún más.

—Escúchame, mocoso, no tienes ni la más remota idea de...

—¡Marisol! —intervino la voz de otra mujer.

Marisol maldijo en voz baja y se apartó de mala gana de la puerta, dándome un vistazo al vestíbulo y, sobre todo, a una anciana que se aproximaba con paso firme. Su cabello canoso caía en cascada y su figura era envuelta por un chal tejido a mano.

—Abuela —saludó Marisol—, tenemos un problema.

—¿Además de que tu hermano es un cuervo? —inquirió.

«Así que es su hermana. Entonces la anciana también es su abuela». Conecté los puntos en mi cabeza.

—Involucró a alguien. —Marisol me señaló con un pulgar.

La abuela me examinó de arriba abajo con sus ojos negros, idénticos a los de su nieto. De nuevo me vi reflejado, pero en esta ocasión solo mostraba confusión y un ligero temor.

—Tu nombre, chamaco —ordenó la anciana.

Si fuese cualquier otra persona, habría rechazado dar mi nombre a un desconocido que me imponía órdenes, pero su presencia imponente me hizo ceder.

—Félix —respondí.

La tensión en el rostro de la anciana se desvaneció, dando paso a una serena comprensión.

—Ah, así que tú eres su persona destinada.

«Otra vez con esa mamada», pensé, cayendo en el hartazgo.

Marisol, a diferencia de su abuela, amplió los ojos, alarmada.

—¡¿Su qué?!

—Sí, eso —concordé—. ¿Qué significa lo de «persona destinada»?

La mujer mayor exhaló.

—Por supuesto que el tonto de mi nieto no iba a explicar nada —se quejó—. «Me gusta el misterio» —lo imitó—. Son patrañas. Puras pendejadas.

—¡Abuela! —exclamó Marisol.

La ignoró y, en cambio, se dirigió a mí.

—¡Pero no te quedes ahí parado, muchacho! —dijo—. ¿Acaso quieres morir de hipotermia? ¡Entra, entra! Marisol, quítate ya.

La anciana se dio la vuelta y su nieta me miró con escepticismo una vez más antes de seguir su paso.

—Pero, abuela, no estarás creyendo que de verdad es su persona destinada, ¿o sí? —interrogó.

—¡Por supuesto que lo es!

Ingresé con dudas, pero al dar el primer paso dentro de la casa, quedé sorprendido. A pesar de la modesta fachada blanca con tejas anaranjadas, el interior revelaba un verdadero santuario. Era una residencia tradicional, con un vestíbulo al aire libre —excepto por el techo—, que formaba un pasillo con pisos de barro y una fuente de piedra volcánica en el centro. Las enredaderas de bugambilias adornaban los muros que separaban las viviendas, mientras que una profusión de otras especies de flores añadían color al ambiente. Además, el intenso aroma a incienso que emanaba de la habitación contigua completaba la atmósfera acogedora y mística del hogar de los Ávila.

—¡Apura el paso, muchacho! —exigió la abuela de Kalen.

La seguí, sin prestar atención a la mirada grosera de Marisol mientras pasaba junto a ella. ¿Cuál era su problema conmigo?

—Mi nombre es Ramona, por cierto —añadió la abuela de Kalen—, Ramona Ávila. Ya conoces a mis nietos: Marisol y Alec.

—Un gusto —murmuré, estaba demasiado distraído apreciando su hogar.

Ramona abrió la puerta principal, cuya superficie estaba adornada con una variedad de pedazos de vidrio tintado, fundidos para crear un fascinante efecto de luz. Era encantador, en especial por los carillones de viento que producían un suave tintineo.

—Siéntete como en casa —dijo Ramona, permitiéndome entrar primero esta vez.

Dentro de la casa, la iluminación era tenue, destacando los pisos de madera y las vigas en el techo, lo que le confería una atmósfera de cabaña acogedora. Lo más peculiar era la variedad de macetas de barro adornando las paredes, cada una albergando flores y plantas muy bien cuidadas. Entre ellas, se intercalaban fotografías en blanco y negro, algunas pocas en color, agregando un toque de nostalgia y calidez al sitio.

—¡Marisol! —exclamó Ramona—. Tráele una toalla al chico. Está chorreando agua.

—Sigo pensando que es una mala idea —masculló Marisol—. No puede ser la persona destinada de Alec, ¡mira sus pintas de vándalo!

—Marisol, por X'Kau, luego te preguntas por qué no tienes madera de Cuervo del Presagio. Eres demasiado superficial y bastante prejuiciosa —reprendió—. Si Kalen dice que es su persona destinada, ¿quiénes somos nosotras para cuestionarlo?

Marisol apretó la mandíbula y cerró los puños con fuerza, mostrando su ira conforme se marchaba con pasos firmes y decididos. Mientras tanto, yo seguía empapado, así que opté por quedarme quieto en un lugar para no ensuciar.

Ramona suspiró.

—Ignórala —dijo—. Tiene cierto conflicto con todo este tema de los Cuervos del Presagio.

—La verdad no entiendo a qué se refiere con eso —admití.

—No me corresponde a mí explicártelo —dijo y luego arrugó las cejas, escudriñándome—. Aunque es innegable que transmites cierto aire... turbio. ¿De casualidad has matado a alguien?

Me espanté ante la mera sugerencia.

—¡Claro que no!

—Entonces solo eres un enigma de emociones. Le darás mucha lata a Kalen. —Se carcajeó y desvió su mirada hacia mis espaldas—. ¡Ah, justo a tiempo, Ramiro! Ven y conoce a la persona destinada de mi nieto.

No podía creer en qué especie de madriguera extraña me había metido, pero la rareza alcanzó su punto máximo cuando, al darme la vuelta esperando encontrar a un hombre, me encontré con un esqueleto, un catrín por la elegancia de su traje y sombrero de copa.

Esta vez, solté un grito breve, el típico que escapa de ti cuando te sorprenden y retrocedes tropezando con tus propios pies.

Un chico que convoca cuervos y se convierte en uno, y ahora un catrín viviente que se acercaba a mí con pasos rígidos, extendiendo la mano como si quisiera estrecharla.

—¡No te acobardes, no muerde! —se burló Ramona.

No le hice caso. La reacción natural del humano promedio es asustarse al encontrarse con algo que, hasta ese momento, consideraba imposible. Esta situación no era una excepción. Además, ¿qué garantía tenía de que no me haría daño?

La calaca se acercaba cada vez más, y yo me encontraba sin espacio para retroceder. Me invadía el pánico; tenía que estar muerto, esa condenada paleta estaba envenenada o algo así. No había manera de que...

—¿Podrían dejar de asustar a nuestro invitado? —intervino la voz de Kalen al irrumpir en la estancia.

El catrín, Ramiro, permaneció inmóvil y giró su cráneo esquelético hacia el dueño de la voz. Siguiendo su ejemplo, me tensé al ver a Kalen en forma humana, secándose el cabello con una toalla.

—Eres humano otra vez —murmuré, incrédulo.

Kalen se acercó y suspiró.

—Abuela, tú fuiste la que me dijo que la mente humana no está hecha para comprender lo que no le enseñan a ver —dijo, conectando nuestros ojos y esbozando una sonrisa pícara—. ¿No crees que deberíamos enseñarle primero?

Quedé atónito al contemplar a Kalen en su forma humana, sin plumas ni pico. Mi mente daba vueltas tratando de procesar la situación.

—¿Cómo...? —Ni siquiera pude terminar la pregunta.

—¿Cómo volví a ser humano? —completó—. Solo hice un pequeño sacrificio, nada importante.

«¡¿Sacrificio?!» Alarmado, noté un profundo corte en la palma de su mano que sangraba un poco.

Esto me sabía mal en muchos sentidos y en diferentes niveles. Estaba seguro de que había caído en una especie de culto, no encontraba otra explicación plausible. Por lo tanto, mi mente y mi instinto de supervivencia me urgían a alejarme de allí lo antes posible.

Así que obedecí.

Volteé sobre mis talones, haciendo caso omiso a los llamados de Kalen, su abuela y, en especial, al catrín que me seguía con la mirada. Me dirigí hacia la puerta, sintiendo alivio con cada paso que me acercaba, deseando despertar en mi casa al igual que cualquier otra mañana y dejar atrás esta extraña experiencia, como si fuera solo un sueño o una alucinación.

Aferré la manija de la puerta principal con firmeza, pero al abrirla, me encontré con otra persona parada en el umbral. Era una mujer alta, de piel morena y largo cabello azabache que enmarcaba su rostro. Vestía un elegante vestido negro que cubría desde su cuello hasta los pies y sostenía un bastón con la cabeza de un cuervo entre sus manos enguantadas.

Bajó la cara y me observó con sus ojos vacíos, aún más penetrantes que los de Kalen y su abuela.

—Han cometido un grave error —sentenció con voz distante.

Quería desaparecer en ese mismo instante.

Les dije que esto se volvería más raro antes de tener sentido 😈

¡Muchísimas gracias por leer!

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