Canto número 36. ¿Los cuervos cantan despedidas?
Los cuervos no cantan despedidas.
Pero yo sí me tendría que despedir.
Las tan esperadas fiestas llegaron y, con estas, una casa repleta de vida. Las festividades durante mi infancia nunca fueron motivo de celebración, sino de preocupación. Una combinación de todo lo malo que se magnificaba cuando el año estaba por terminar, como un recordatorio de todo lo que está mal y continuaría estándolo.
En casa de los Ávila era muy diferente, el perfecto opuesto. Decoraron su hogar entero con guirnaldas en las vigas de madera, un árbol natural enorme en la sala y luces de colores que iluminaban durante las horas más oscuras de la noche. Ayudé a decorar el árbol, colgando unas viejas esferas de madera en las ramas y algunos alebrijes hechos por Ramona específicamente para estas fechas. Siempre eran cuervos fusionados con animales como renos, osos polares y pingüinos. Ahí fue cuando me di cuenta de lo limitada que era mi visión y lo extensa que era su imaginación.
«Eso es un... ¿Oso?», pregunté, viendo el alebrije con una ceja alzada.
«Un oso cuervo», corrigió Ramona, orgullosa de su creación. «Abre más los ojos, chamaco».
Cuando llegó la Navidad, fue la noche más viva de toda mi existencia. Dieciocho años sintiéndome como un muerto viviente, el efecto de adormecimiento se desvaneció tras una copiosa cena de tres tiempos, una fiesta con música e incluso una piñata, como si se tratara de una posada y, al final, un intercambio de regalos al que incluso Silvia y Nicolás se presentaron.
Nos dimos regalos entre todos. Dado que ya no tenía que gastar todo mi sueldo en mantener la casa, lo invertí en dar presentes a los Ávila, a mis nuevos amigos y, por supuesto, a mi querido Kalen.
Ramona nos dio a todos más alebrijes, insistiendo con que era una tradición y no porque no supiera qué regalarnos; yo le di un juego de tazas de barro. Claudia nos dio los suéteres navideños más feos que pudo encontrar; yo le di un pin de un cuervo para su chaqueta de cuero. Marisol sí nos dio algo diferente a cada uno, a mí me regaló un rollo para fotografías, notando cómo este se volvió un pasatiempo mío e incluso había empezado a pegar algunas fotos en la pared de mi cuarto; yo a Marisol le di una bata de doctora, siendo así mi forma de demostrarle mi apoyo en su carrera. Silvia me dio una horrible camisa en apoyo al medio ambiente; yo le di un libro recopilando algunas de las obras de Shakespeare. Nicolás me regaló una agenda; yo le di un bolígrafo.
Y Kalen... Kalen me pidió que esperáramos a estar solos para intercambiar regalos. No me negué.
Cuando la fiesta terminó y nos despedimos de nuestros amigos, Kalen me tomó del brazo y me llevó hacia el segundo piso, a su habitación. En cuanto estuvimos dentro y cerró la puerta, se volvió hacia mí y me plantó un beso en los labios.
—¿Y eso? —pregunté.
—Muérdago. —Señaló hacia arriba y sí, estaba sosteniendo un muérdago sobre nuestras cabezas.
—No cuenta si tú lo pones —refuté y lo tomé de la cintura para acercarlo a mí. Todavía me costaba del todo abrirme, pero estaba aprendiendo, aprendiendo que entre Kalen y yo, siendo mi novio, no debería haber restricciones en nuestro afecto físico.
Kalen volvió a besarme.
—No me importa. —Sonrió entre nuestros labios.
Le regresé el beso, sintiendo el calor en mi pecho subir hacia mi rostro. Enredé mis dedos en su cabellera y pegué nuestros cuerpos hasta que él colocó una mano en mi hombro y me hizo retroceder un paso.
—Primero tu regalo —condicionó y colocó una mano sobre mis ojos—. Ciérralos.
Obedecí, con mis pestañas rozando su palma. Kalen apartó la mano y escuché sus pisadas alejarse, un cajón abriéndose y cerrándose y luego su carraspeo.
—Espero que esté listo, mi estimado.
—Mientras que no sea algo vivo.
—Abre los ojos, Félix.
Los abrí y me encontré con una larga cadena en donde colgaba una gran pluma negra tornasol, la reconocí casi al instante. Era la pluma de X'Kau, aquella que me dejó como una especie de regalo o tal vez de demostración de su confianza.
—La pusiste en un collar —observé, tomando la cadena y pasando mis dedos por la pluma, era tan suave y juraba que incluso cálida.
Kalen rascó su nuca.
—Espero que no te moleste que me haya metido entre tus cosas. Me costó mucho decidir tu regalo, eres difícil de regalar, ¿sabes?
Negué con la cabeza, colgándome la cadena al cuello.
—Me encanta. —Sonreí—. Gracias, Kalen.
Kalen imitó mi sonrisa, incluso entornando un poco los ojos.
—No sabes cuánto necesitaba ver esa sonrisa en tu rostro —dijo y acarició mi mejilla con el dorso de su mano.
Continué sonriendo. Si esto le gustaba, no me costaba nada seguir haciéndolo.
—Ahora yo te daré el tu regalo —añadí.
Saqué del bolsillo trasero de mi pantalón una pequeña caja roja. Se la di y Kalen la abrió con avidez, como un niño impaciente.
Se quedó boquiabierto.
—Esta es...
—Una foto nuestra —completé.
Era una pequeña foto enmarcada en donde estábamos él y yo sentados en el cofre del vocho rojo, él con una coca cola de vidrio en mano y yo con una botella de agua. Ambos sonreíamos y recuerdo que fue una tarde hace unas dos semanas cuando tratábamos de hacer que el carro arrancara otra vez. Marisol fue quien la tomó y yo la había atesorado para mí solo hasta ahora.
—Ya sé dónde la pondré —dijo Kalen y se acercó a su mesita de noche, poniéndola junto a una lámpara—. ¿Qué tal?
—No sé qué tanto me agrada la idea de que mi cara sea lo primero que veas al irte a dormir y al despertar —bromeé, cruzándome de brazos.
—Error, lo primero y último que veo es el techo.
Rodé los ojos.
—Ya sabes a qué me refiero.
Kalen se carcajeó y volvió a acercarse, se aferró a mis brazos y me besó en la mejilla.
—Gracias, Félix.
Su risa era tan contagiosa, toda su energía lo era. Lo abracé y, al recargar mi mentón sobre su cabeza, dije:
—No es nada.
Y no lo era, pues una foto, en comparación con todo lo que Kalen había hecho por mí, realmente no era nada.
(...)
La Navidad pasó, y con estas vinieron un par de despedidas más.
Dado que los padres de Kalen estaban separados, eso significaba dividirse las festividades. O algo así.
La Navidad los hermanos Ávila la pasaron este año en casa de su abuela con su madre, por lo que usualmente cenaban en nochevieja con su padre para después recibir el Año Nuevo, pero Kalen esta vez quería hacer una excepción, pues quería pasarlo conmigo en lugar de su familia.
—¿Crees que tu padre esté de acuerdo? —pregunté a Marisol. Estábamos esperando en la sala que Kalen terminara de hablar con su papá por teléfono.
—Generalmente papá es permisivo, pero impone algunas condiciones —explicó Marisol.
La pierna me temblaba de ansiedad. Me encantaba la idea de pasar el Año Nuevo con Kalen, recibir un año como era debido y no entre penurias.
—¿Quién está listo para Año Nuevo? —preguntó Kalen, entrando a la sala con una sonrisa en su rostro.
Marisol se levantó de inmediato del sofá, volviéndose hacia su hermano.
—¿De verdad lo convenciste? —preguntó, incrédula.
—Más o menos —respondió—. Quiere que pasemos la mañana con él, pero podemos regresar en la tarde, justo a tiempo para la festividad. Reyes sí es obligatorio pasarlo con él.
Marisol bufó.
—Vaya que eres un pequeño chantajista —dijo ella.
Kalen asintió, orgulloso de sí mismo, y se aproximó a mí.
—Le conté tu historia de manera bastante trágica para convencerlo —admitió—. Así que, si algún día lo ves, no te sorprendas por algunas... Lástimas.
Ni siquiera me molestaba. Estaba tan feliz que solo quería abrazarlo, pero me contuve para no levantar sospechas con Marisol. Hasta ahora habíamos podido ocultar nuestra relación bastante bien, demasiado bien considerando que la mitad de la gente que vivía aquí son cuervos del presagio.
—Recibiremos el año juntos —dije entonces.
Kalen sonrió, pero había un toque de melancolía en dicha sonrisa.
—Sí, lo haremos.
El treinta y uno de diciembre llegó y, con este, una partida, bueno, en realidad dos, pero Marisol se había ido días antes para terminar unos asuntos del trabajo. Su objetivo era renunciar en cuanto regresara de vacaciones, pues en sus palabras, no quería irse sin el aguinaldo.
—Cuídate mucho —pidió Ramona a Kalen—. Ya sabes que la carretera se pone peligrosa de noche.
—El sol ya está por salir, abuela —señaló Kalen.
Estábamos afuera de la casa, despidiendo a Kalen mientras el motor del vocho se calentaba un poco. Era muy ruidoso y me preocupaba que molestara a los vecinos, pues apenas iban a dar las cinco de la mañana.
—No me contestes, escuincle —reprendió Ramona.
Kalen bajó la cabeza.
—Lo siento.
Ramona sonrió y luego lo rodeó con sus brazos. Sentí que lo estaba abrazando con más fuerza de lo usual.
—Regresa para Año Nuevo.
Kalen la estrechó de regreso.
—Cuídate tú también, abuela.
Ramona se separó de su nieto, acunó su rostro entre sus manos y luego se dio la media vuelta con un suspiro.
—¡Ramiro! —llamó y una mano esquelética abrió la puerta de la casa para que ella entrara.
Una vez estuvimos solos, me volví hacia Kalen con cierto nerviosismo.
—Entonces... ¿Sí estarás de regreso antes de 1991? —pregunté, con las manos dentro de los bolsillos.
Kalen dio un paso hacia mí y me abrazó con fuerza, tomándome un poco desprevenido.
—Te voy a extrañar.
—Solo serán un par de horas.
—Aún así. —Se apartó y pegó nuestras frentes—. Ayuda a preparar la cena por mí, ¿de acuerdo? La abuela no será tan ruda contigo, creo que eres su favorito.
Reí, sacudiendo la cabeza.
—Presiento que me dará un palazo.
Kalen se carcajeó y apoyó una mano en mi hombro.
—Es probable —afirmó—. Pero incluso así...
—Lo haré, la ayudaré —aseguré, besando su frente con discreción.
Kalen, en cambio, me tomó por la nuca y pegó nuestros labios, sin importarle que alguien nos viera. En cualquier otro momento yo me habría apartado de inmediato y escondido por temor, pero esta vez no quise, esta vez me quedé, saboreé sus cálidos labios y sentí sus latidos por nuestros pechos pegados.
Se separó, pero antes de soltar mi nuca, susurró:
—Te amo.
Asentí.
—Y yo a ti.
Nunca me había sentido mejor, incluso si esta era una despedida temporal, sus caricias y palabras eran capaces de hacerme sentir mejor, de aportarme una calidez que no conocía. Lo amaba y él me amaba a mí, nada cambiaría eso.
Vi a Kalen irse en el vocho rojo, lo despedí desde la distancia y una vez desapareció de mi vista, volví a entrar a la casa, encontrándome con Ramona y Ramiro en el vestíbulo.
—No estés triste por su partida —dijo Ramona, dándome una suave palmada en la espalda.
Negué con la cabeza.
—No lo estoy —aseveré.
—En ese caso... ¿Me ayudarás a alimentar a los cuervos? —inquirió, aunque fue más como una orden.
No me resistí, me encantaba ayudar, me fascinaba hacer cualquier cosa por los Ávila sin importar lo terrible que fuese la tarea.
—Con gusto —acepté.
Ramona, muy complacida por mi respuesta, entrelazó nuestros brazos y añadió:
—Me alegra que estés aquí con nosotros, Félix.
A mí también me alegraba. Y mucho.
(...)
La noche cayó y, tras toda una tarde preparando la cena, por fin recibimos noticias de los Ávila faltantes.
Claudia habló desde un teléfono público y dijo que este año no podría llegar a tiempo, pues por las fechas tenía mucho trabajo como cuervo del presagio. Aseguró que llegaría mañana por la tarde.
Marisol, en cambio, llegó casi a las once de la noche, estacionando su coche rápidamente y bajando de este casi a trompicones. Estaba vestida muy formal, parecía que apenas salía de la oficina.
—¡Disculpen la demora! —exclamó, dando saltitos mientras se quitaba unos altos tacones negros—. Tuve que resolver una estupidez del trabajo a último minuto y me atrasé.
—Cálmate, chamaca, llegaste a tiempo —aseguró su abuela, ayudándola con sus zapatos—. Todavía no dan las doce.
Yo, en cambio, tenía otra preocupación en mente.
—¿Y Kalen? —pregunté.
Entramos a la casa y Ramiro cerró la puerta para mantener el terrible frío invernal fuera, pero no evitó que me recorriera un escalofrío, como un mal presentimiento.
—¿Todavía no llega? —preguntó Marisol, muy confundida—. Íbamos a regresar juntos, pero por lo del trabajo le dije que se adelantara. Salió unas dos horas antes que yo.
Ramona se tensó. Yo también estaba tenso como un cable estirado. ¿Qué era esta sensación y por qué sentía que me ahogaba?
—De aquí a la capital suele ser una hora —señaló Ramona.
—¡Olvida eso, debió llegar mucho antes que yo! —exclamó Marisol, ella también ya se estaba asustando.
El corazón me latía con fuerza y una voz en mi cabeza me gritaba sin cesar que hiciera algo, que reaccionara.
Y así lo hice.
Tomé mi chaqueta que dejé colgada en el respaldo del sillón y me dirigí hacia la puerta.
—Hay que ir a buscarlo —dije.
Ramona y Marisol se apresuraron a seguirme, está última ya se estaba poniendo los zapatos otra vez sin importarle lo incómodos que eran.
—Vamos en mi coche —dijo, adelantándose para encenderlo.
La seguí con pasos veloces, pero antes de poner un pie fuera de la casa, escuché a Ramona murmurar:
—Tengo un mal presentimiento.
La ignoré, pues esperaba que estuviera equivocada y que los terribles presentimientos que nos azotaban a los tres no fueran más que paranoias.
Solo por esta vez, me alegraría estar equivocado.
Dejaré esto por aquí y me iré lentamente...
¡Muchísimas gracias por leer! 💜
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