Los cuervos no cantan ciclos.
Pero yo sí terminaba algunos.
Faltaba una semana para Navidad y, por ende, hoy era el último día de escuela antes de las vacaciones. Más allá de las festividades, lo que más emocionaba era la perspectiva de un nuevo año. En Año Nuevo la gente suele pensar en propósitos, y ahora que mi vida había dado un enorme giro, quería ser de esos, por primera vez quería proponerme un cambio por mi propio bien.
Pero antes de eso, había que decir adiós a un par de amistades, desear bonitas fiestas y un próspero año. Todavía no podía creer que en unas semanas ya estaríamos en 1991.
—Todavía no puedo creer que ya entraremos al 91 —dijo Silvia.
Reí, estábamos pensando exactamente lo mismo.
—En solo nueve años más estaremos en un nuevo siglo —señaló Nicolás en cambio—. Prometieron que habría coches voladores para el 2000.
—¿Coches voladores? —bufé—. Qué locura. Mejor baja tus expectativas.
—Confío en la tecnología. —Subió las gafas por su tabique—. ¿Alguna vez han oído hablar sobre algo llamado internet?
—Jamás —contesté.
Silvia solo rodó los ojos.
—Yo solo espero que esta tecnología tuya no acabe de chingar el medio ambiente —masculló con molestia.
Su primo hizo un mohín.
—En primera, no es mi tecnología. Y, en segunda, ¿sigues con tu tonta batalla a favor del medio ambiente?
—Chinga tu madre, Nicolás.
Los primos siguieron discutiendo entre sí hasta que salimos de la escuela. El ambiente estaba helado, pues en Kaux las temperaturas podían bajar a menos cero grados. Me cerré la chaqueta y metí las manos en mis bolsillos, soltando una exhalación que se condensó frente a mí.
Apenas estaba logrando recuperarme de lo ocurrido. El dolor no se había desvanecido, todavía me costaba recordar el día en que arrestaron a mi padre, me incomodaba pensar en su violencia y los remanentes seguían haciéndose presentes en pesadillas y bajones anímicos en momentos al azar del día. Sin embargo, trataba de mejorar, de no rechazar, sino enfrentar. Tenía a los Ávila apoyándome, dándome un hogar y la calidez que nunca tuve y, por supuesto, tenía a Kalen, al maravilloso chico que todavía no podía creer que llamaba mi novio.
—Oye, Félix —me alcanzó Silvia mientras se ponía unos guantes tejidos a mano con unas llamativas flores sobre estos—. ¿Y Kalen?
Su ausencia se notaba a kilómetros de distancia. Esa sonrisa confianzuda y alegre, ese semblante tan seguro y actitud tan carismática no era fácil de pasar por alto.
—No pudo venir —respondí—. Tenía un asunto pendiente según él.
Ni siquiera yo sabía qué asunto pendiente tenía, y tampoco cuestioné de más para no parecer un metiche. Kalen siempre tenía sus razones para actuar de ciertas maneras y esta no era la excepción.
—¿El último día antes de vacaciones? —preguntó Nicolás.
—Nunca hacemos nada el último día —señalé—. Solo recogí un par de libros suyos y ya. Eso es todo lo que necesitaba hacer.
—¡Ah, cierto! —exclamó Silvia—. Ahora ustedes viven juntos, ¿no?
Nunca les conté a Silvia y Nicolás lo que ocurrió con mi padre y la pérdida de nuestra casa. Le pedí a Kalen que no dijéramos nada al respecto y, en su lugar, inventé la gran mentira de que mi padre se había mudado fuera de Kaux y los Ávila habían aceptado que me quedara con ellos en lo que terminaba la escuela. Fue difícil mantener la mentira durante los primeros días, los moretones en mi rostro y lo mal que estaba anímicamente no ayudaban a respaldarme del todo, pero ellos no me cuestionaron, si sospechaban algo, no hicieron ningún juicio o señalamiento. Y eso lo agradecía.
—Sí, vivimos juntos —afirmé.
Silvia chasqueó la lengua.
—Qué envidia, vivir con tu mejor amigo.
Nuestra relación era otro secreto. En México, en un pueblo tan pequeño como Kaux, no creímos que sería bien visto que dos chicos estuvieran juntos. Preferíamos mantenerlo en secreto, como un tesoro oculto que solo nosotros disfrutábamos, que no dejábamos que nadie arruinara.
—Tú no tienes mejores amigos, Silvia —señaló Nicolás.
Silvia le levantó el dedo de en medio, provocando una leve risa en su siempre serio primo.
—Ah, cierto, Nicolás —llamé su atención y saqué de mi mochila un pequeño sobre amarillo con dinero en el interior—. Creo que con esto ya te pagué todo lo que te... Lo que te quitamos Farrera y compañía.
Nicolás aceptó el sobre. Me había llevado meses reunir todo el dinero, pero al menos, desde que vivo con los Ávila, la mayoría de mis ahorros me los quedaba yo, pues ya no debía mantener una casa o pagar los vicios de mi padre.
—Gracias —agradeció de manera cordial—. Ya es todo.
Rasqué mi nuca con cierta incomodidad y señalé el sobre.
—Farrera puso un par de pesos, no es la gran cosa, pero... Lo intentó —dije.
Nicolás asintió.
—Lo tendré en cuenta.
Incluso Farrera había cambiado bastante en estos meses, al punto de disculparse con Nicolás por lo que había hecho, conseguir más trabajos e incluso regresar a la escuela a pesar de su mala fama y sus terribles calificaciones. Lo estaba intentando.
Miré mi reloj de muñeca. Ya casi iban a dar las tres de la tarde.
—Tengo que irme a trabajar —dije—. Es día de paga además.
Silvia sonrió.
—No querrás llegar tarde —dijo y luego se acercó para darme un fuerte abrazo—. Felices fiestas, Félix.
La abracé de regreso tras unos instantes de renuencia, aún no lograba acostumbrarme del todo a muestras de afecto físico que no vinieran de Kalen.
—Felices fiestas, Silvia —deseé y vi a Nicolás con una ligera sonrisa—. Y a ti también, Nicolás.
Me regresó el gesto y, cuando me separé de Silvia para marcharme, ella me gritó una última cosa:
—¡Deséale felices fiestas a Kalen de nuestra parte!
Caminé de reversa para verla y levanté un pulgar sobre mi cabeza. Sabía que a Kalen le habría gustado desearles feliz Navidad y Año Nuevo en persona, pero estaba seguro de que esto lo alegraría. Ansiaba llegar a casa para decírselo, solo para verlo.
Pero primero, pasé al taller de Charly.
Farrera ya estaba ahí, barriendo y limpiando el taller mientras Charly estaba sentado en una silla de jardín viendo un partido de fútbol en un pequeño televisor.
—Asumo que ya no hay ningún cliente —dije al acercarme a él.
Charly no quitó la mirada de encima del partido.
—No hasta después de Año Nuevo —respondió, distraído, y luego maldijo a un jugador del equipo contrario—. Estamos de vacaciones, muchachos.
—Algunos, no todos —se quejó Farrera, quien limpiaba con desgano.
Crucé los brazos sobre mi pecho y me paré frente al televisor de Charly.
—¡Oye! —reclamó.
—¿Para qué nos dijiste que viniéramos si ya no hay trabajo? —interrogué.
Charly suspiró.
—Eres peor que mi esposa —se quejó, poniéndose en pie con un gruñido—. Es día de paga, ¿no? No los llamé solo porque se me pegó la gana.
—Podrías haberme engañado.
Charly se apartó del televisor y le chifló a Farrera para que se acercara.
—Ya es suficiente, novato. Ven para acá —ordenó.
Farrera dejó la escoba recargada contra la pared y se acercó a nosotros. Nuestro jefe sacó del bolsillo de su overol un par de sobres y nos los tendió.
—Su aguinaldo. No digan que no soy generoso.
Nos había pagado un poco más de lo acostumbrado a manera de aguinaldo por las festividades y un pequeño extra sobre ese extra como un regalo suyo. Así era Charly, quería hacerse el rudo, pero en realidad era como un oso de peluche gigante. No podía creer que haya sido amigo de mi padre en la secundaria.
—Gracias, señor —agradeció Farrera, apenas conteniendo la emoción.
Hace un par de días le había preguntado por su madre, y aunque me dijo que su salud no había mejorado mucho, había podido darle una vida un poco más cómoda con lo que estaba ganando. Específicamente me mencionó que estaba ansioso por recibir este pago para poder comprarle un regalo.
—Sí, gracias, Charly —añadí.
Farrera se alejó, contando sus billetes, y antes de poder irme también, mi jefe me puso la mano en el hombro y me detuvo.
—Oye, chamaco. —Bajó un poco la voz—. ¿Cómo estás?
Charly era de los pocos que sí sabía lo que pasó con mi padre. Mi intención no era decirle, pero cuando se llevó a cabo el juicio, tuve que pedirle que testificara a mi favor. Lo hizo gustoso, tal vez incluso más feliz que yo de que los abusos de mi padre llegaran a su fin.
—Estoy bien —aseguré, tratando de abrirme más, ser menos renuente—. Mejor que antes.
Charly me sonrió y me dio una suave palmada en la espalda.
—Me alegra, Félix —dijo—. Y ya sabes, si necesitas algo...
—Siempre puedo contar contigo —completé con una suave sonrisa—. Lo sé, Charly, y gracias como siempre.
Mi jefe me deseó unas felices fiestas y me marché después de eso. Ahora solo tenía una urgencia en la cabeza y era llegar a Kalen. Desde hace días que simplemente quiero estar con él, tenerlo cerca, hablar, tomar su mano. No entendía de dónde venía esto, tal vez solo era una forma de llenar el vacío que mis miedos dejaron atrás. Una buena forma y unos buenos sentimientos.
Llegué a casa y, como siempre, fui recibido por Ramiro.
—Hola, Ramiro —saludé.
El catrín asintió y entré a la casa. Olía increíble en la cocina y supe que Ramona ya debía estar preparando la comida. Claudia seguía de viaje y creo que lo estaría incluso en las festividades, muy devota a la causa de salvar a otros. Marisol tampoco estaba por aquí, se la pasaba yendo a la capital y a estados aledaños viendo universidades y escuelas de medicina. Estaba muy motivada.
—¡Ya llegué! —fue lo único que exclamé antes de subir al segundo piso en busca de Kalen.
Esperaba encontrarlo en su habitación. Ni siquiera toqué para entrar, solo abrí y lo vi tendido sobre su cama, con los audífonos puestos y, lo que más llamó mi atención, ese gato blanco que siempre lo seguía acostado sobre su pecho.
Dejé mi mochila en el suelo y me acerqué con lentitud a Kalen. Últimamente parecía que su hipersensibilidad no era tan fuerte como antes o tal vez solo era conmigo con quien bajaba esas barreras suyas. No sabía cómo funcionaba esa habilidad del todo.
Me incliné hacia él y le di un suave beso en los labios. Kalen no abrió los ojos, pero lo sentí sonreír y luego regresarme el beso. Me rodeó la nuca con una mano y yo coloqué una rodilla sobre la cama, dejándome llevar por sus caricias.
—Hola, Félix —susurró entonces contra mis labios.
—Hola. —Me separé—. ¿Acabaste con tu pendiente?
Kalen vio al gato sobre él de reojo y se quitó los audífonos.
—Espero que sí. —Se incorporó, estirando los brazos sobre su cabeza—. ¿Qué tal la escuela?
—Aburrida sin ti. —Señalé mi mochila en el suelo—. Te traje los libros que me pediste.
Kalen asintió y el gato por fin se apartó de su regazo, bajando de la cama de un salto y paseándose por la habitación como si fuera suya.
—Y yo conseguí lo que me pediste. —Sacó del bolsillo delantero de su pantalón un arrugado pedazo de papel con una dirección escrita sobre este—. Ahí es donde vive tu madre.
Lo acepté con cierto nerviosismo. Hace unos días le pedí a Kalen que me ayudara a encontrar la dirección de mi madre para enviarle una carta, pues no me atrevía a verla en persona, no todavía.
—Le enviaré una carta cuando me sienta un poco más listo —dije, suspirando de manera trémula—. Si realmente quiere verme, me buscará. Sino, ambos renunciaremos de una vez por todas.
Era algo extremista, pero era la única forma en que mi cabeza podía lidiar con el abandono de mi madre. Quería creer que con esta prueba podría identificar en qué nivel se encontraba nuestra relación. ¿Ella quería verme y arreglar las cosas? ¿O ella prefería dejar todo atrás? Cualquier opción sería dolorosa, pero necesitaba una confirmación, algo que me ayudara a avanzar como me lo propuse.
—Tómate tu tiempo —dijo Kalen, recargando su cabeza contra mi hombro—. De todas formas, no estás solo, Félix, nunca lo estarás ahora. Tienes una nueva familia.
Asentí, dejando el papel de lado por ahora para tomar su mano.
—Y te tengo a ti.
Kalen sonrió, pero había algo de cansancio detrás de esa expresión. Sin embargo, antes de siquiera poder cuestionarlo, me tomó por los hombros y me guió hacia la cama para que me acostara de espaldas. Se colocó sobre mí, con nuestros rostros a escasos centímetros de distancia.
—¿Crees que logré salvarte? —cuestionó entonces.
—Hiciste más que solo eso —respondí, acariciando su mejilla—. Y te lo agradezco, Kalen.
—Ya no quería que sufrieras —admitió.
—Y lo lograste.
Kalen suspiró.
—Las festividades me ponen algo melancólico —confesó—. Son nuevos inicios, pero...
—¿Pero qué?
Negó con la cabeza.
—Olvídalo, no vamos a deprimirnos ahora. —Sonrió y se acercó a mi rostro para besarme en los labios—. Es imposible deprimirme cuando te tengo tan cerca, Félix.
Reí, alzando una ceja.
—¿Eso es un cumplido?
—Tal vez. —Apoyó su cabeza sobre mi pecho—. Prométeme que pasaremos la Navidad juntos.
—Por supuesto —afirmé y lo abracé contra mi pecho con fuerza—. No es opcional.
El gato que todavía estaba en la habitación de Kalen maulló.
—Es el mejor regalo —dijo Kalen entonces, volviendo a verme a los ojos. Por primera vez, mi reflejo se veía feliz y en paz.
—También pasaremos el año...
Kalen colocó un dedo sobre mis labios.
—Vamos paso a paso —interrumpió para después volverme a darme un beso. Eran tan cálidos, tan perfectos, encajando perfectamente con los míos como si fueran las piezas de un rompecabezas.
Nos separamos y Kalen entrelazó nuestras manos, invocando aquel lazo del destino negro con un tinte violeta, mismo que terminaba con la silueta de un cuervo uniéndonos, una unión inquebrantable e indudable. Lo vi con melancolía, recordando cuando lo conocí, cuando me introdujo a su mundo de locura, cómo cada decisión, cada palabra, cada lágrima, cada risa y sufrimiento llevó a este instante. Era la mejor definición de la palabra destino que jamás creí vivir en carne propia.
—Te amo, Kalen —confesé, abrumado por las emociones, con los ojos cristalinos, con una opresión en el pecho por el júbilo que me invadía.
Kalen desvaneció el lazo y apartó el cabello de mi rostro con delicadeza. Me sonrió, tan sincera y amorosamente, una expresión solo para mí.
—Yo también te amo, Félix.
Volvimos a besarnos, a ahogarnos en nuestras caricias, en el cariño, en la admiración que sentíamos el uno por el otro. Fue como un estallido de emociones, una sobredosis de todo lo bueno que se deshacía por completo de lo malo.
Esa tarde, con los labios de Kalen sobre los míos, con su cálida respiración contra mi rostro, con su cuerpo tan cerca y su preciosa sonrisa, aprendí algo nuevo, experimenté algo que creía una inalcanzable fantasía:
Amor.
No tienen idea de cuánto adoro a Kalen y Félix 😭
¡Muchísimas gracias por leer! 💜
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