Canto número 32. ¿Los cuervos cantan dolor?

Los cuervos no cantan dolor.

Pero a mí me estaba matando en vida.

El dolor era algo con lo que estaba demasiado familiarizado. El dolor físico del abuso de mi padre, el dolor del abandono de mi madre, el dolor de los recuerdos y la agonía que sentía en el alma a causa de todos estos.

Las personas podemos atender el dolor, pero este no se iría de la noche a la mañana. Lentamente se cerraría la herida, se formaría una cicatriz y aunque ya no dolería como antes, siempre existiría el recordatorio, indeleble, en lo más profundo de una débil alma.

Llamé a la policía y atendieron mi denuncia, Kalen se quedó conmigo en todo momento, me tomó de la mano y no la dejó ir en ningún momento. Ni cuando llegó la patrulla, ni cuando los oficiales tuvieron que arrastrar a mi enloquecido padre lejos de la puerta de mi habitación y fuera de la casa, ni cuando me cuestionaron al respecto aunque era más que evidente que lo que decía era verdad por las heridas en mi cuerpo y con un testigo a mi lado.

—¡Félix, por favor! —Mi padre siguió gritando mi nombre y sollozando incluso cuando lo esposaron y metieron dentro de la patrulla.

Se lo llevaron y un oficial me dijo que preferiría llevarme al hospital para un chequeo y asegurarnos de que todas las heridas eran superficiales. No quería ir, ni siquiera quería moverme, pero Kalen apretó mi mano con más fuerza y me dijo:

—Tranquilo, estarás bien —aseguró con su voz tan calma como siempre. Me guió hacia otra patrulla y subimos a la parte trasera de esta para ir al hospital.

El oficial me miró a través de su espejo retrovisor y exhaló.

—Lamento lo que pasó, chico —lamentó.

No dije nada, estaba pasmado, viendo el suelo de la cabina de la patrulla con fijación. Se sentía como una alucinación, nada de esto podía ser real.

Kalen entrelazó nuestros dedos y miró al policía, por fortuna tomando las riendas de la conversación.

—¿Qué es lo que sucederá ahora? —interrogó.

—Su padre fue llevado a la estación, actualmente lo tenemos bajo arresto y así se quedará hasta el día del tribunal —explicó—. Ambos tendrán que testificar para obtener un veredicto. No creo que haya muchas dudas por parte del juez ya que hay pruebas y un testigo.

Kalen frunció el ceño.

—¿Y cuál será el castigo? —preguntó.

—Podría ser tiempo en prisión, terapia obligatoria para lidiar con la ira, servicio comunitario —enlistó y de nuevo sentí sus ojos sobre mí en ese retrovisor—. Puedes pedir una orden de restricción en caso de que no sea encerrado y te genere... desconfianza.

Miedo, quería decir que me provocara miedo la idea de que ese hombre siguiera libre y pudiera buscarme para vengarse. No lo haría, no estando sobrio al menos, pero tampoco lo quería cerca, no quería ni pensar en su rostro.

—Gracias, oficial —concluyó Kalen entonces.

Nunca dejó ir mi mano.

El policía nos dejó en la sala de emergencias, le explicó a una enfermera la situación y me sentaron en una camilla a esperar que alguien me revisara. Kalen se rehusó a aguardar lejos de mí y gracias a su carisma y dotes de convencimiento, logró salirse con la suya. Me alivió mucho.

—¿Félix? —me llamó mientras esperábamos.

—¿Qué? —respondí, distraído, con la mirada perdida. Me sentía tan... extraviado, ajeno, como si no estuviera dentro de mi cuerpo realmente.

—Pronto acabaremos con esto —aseguró, rodeándome cuidadosamente con sus brazos y depositando un suave beso en mi frente—. Solo un poco más, te lo prometo.

El nudo en mi garganta regresó, pero me lo tragué, asintiendo lentamente a las palabras de Kalen.

La doctora no tardó en llegar y, está vez, Kalen sí tuvo que soltar mi mano. Me sentí incluso peor por esa simple condición, como un niño abandonado. Me revisó por completo. No sentía ningún dolor demasiado intenso, por lo que concluyó que no tenía ningún hueso roto o herida interna y solo eran laceraciones superficiales.

—Pero podemos tomar algunas radiografías si así te sentirás más cómodo —ofreció.

Me valía su palabra, pero yo no encontraba mi voz ni siquiera para responder eso. ¿Qué me estaba pasando?

Kalen se percató de ello y dio un paso hacia delante, sonriendo con cordialidad mientras colocaba una mano sobre mi hombro.

—Creo que Félix preferiría irse a casa lo antes posible —respondió.

La doctora asintió, mirándome con lástima. Debieron haberla informado de la situación y por eso me trataba como si fuera un animal herido.

—Entonces llamaré a una enfermera para que se encargue de tus heridas y podrás irte de aquí en cuanto acabe —concluyó y se fue.

La enfermera llegó unos minutos más tarde. Me limpió los cortes en la cara con alcohol, me colocó algo de ungüento y gasas. Me puso vendas en los brazos con moretones y, dejando para el último lo peor, me puso puntos en una larga cortada que tenía en la sien.

—Tómalo con calma unos días, ¿de acuerdo? Nada de esfuerzo físicos —instruyó.

Solo asentí.

Por fin terminamos el asunto en el hospital. Ya era el mediodía y, cuando salimos, estaba lloviendo ligeramente. Nos quedamos ocultos bajo un techo y esperamos al taxi que Kalen había pedido para que nos recogiera, pues su vocho se había quedado estacionado frente a mi casa y, según él, no quería dejarme solo en lo que iba a recogerlo.

—¿Te sientes un poco más tranquilo? —preguntó Kalen.

Ya no me temblaban las manos y mi corazón parecía haber regresado a su ritmo normal.

No estaba alterado como antes, pero sentía que cargaba un peso enorme sobre mis hombros, uno que me provocaba debilidad en las piernas y me abría un hoyo en el estómago. Me sentía devastado, roto... culpable.

Nada de lo que sucedió fue mi culpa, sin embargo todos los hijos nacemos creyendo que le debemos algo a nuestros padres por el simple hecho de habernos otorgado la vida. Pero ¿qué hay de los que arruinan esa vida? ¿Acaso todavía teníamos esa deuda? Yo no la quería, no quería pensar que en lugar de saldar las deudas con mi padre, había creado una más grande al haberlo acusado por un crimen.

Los ojos se me aguaron ante el pensamiento y mi cuerpo se estremeció involuntariamente.

—Es mi culpa —murmuré con la voz quebrada.

Kalen de inmediato se volvió hacia mí y negó con la cabeza.

—No, Félix, no lo es —aseguró y, sin importarle los ojos ajenos, me tomó de la nuca y juntó nuestras frentes—. Nada, absolutamente nada es tu culpa.

Quería creerle, de verdad quería hacerlo y, de la manera más superficial, lo hacía, pero el fondo de mi inconsciente, ese que no podía controlar, seguía susurrándome que era mi culpa.

—Tal vez no debí nacer —susurré.

Kalen me escuchó perfectamente y la mirada de dolor en sus ojos me quebró incluso más.

—No digas eso —suplicó y me abrazó con fuerza, como si temiera que fuera a desaparecer—. Por favor.

Hundí mi cara en su hombro y luego lo abracé de regreso, aferrándome a su chaqueta.

—Lo siento.

(...)

El taxi nos dejó en casa de Kalen. Cuando llegamos, ya había parado de llover y, al entrar, fuimos recibidos por Ramona. Dada la expresión en su rostro, supuse que ya estaba enterada de lo que ocurrió. Si Kalen se lo dijo o si lo descubrió por su cuenta no tenía idea, pero sus ojos caídos volvieron a ponerme sensible.

En lugar de decir algo al respecto, cerró la distancia entre nosotros y me dio un delicado abrazo para luego acunar mi rostro entre sus manos con un gesto tierno y maternal.

—Puedes quedarte tanto como lo necesites —aseguró—. Ahora esta también es tu casa.

Asentí.

—Gracias.

Marisol apareció en el vestíbulo, secándose las manos con una pequeña toalla y con Ramiro siguiéndola.

—Ya dejamos listo un baño caliente —informó—. Creímos que te vendría bien.

Esta vez Kalen asintió por mí.

—Le caerá de maravilla —concordó y me tomó del antebrazo—. Ven. Te ayudaré.

Lo seguí casi arrastrando los pies. Me sentía como un muerto viviente, moviéndome sin propósito, sin alma alguna. Me sentía tan, pero tan extraño. El cuerpo me dolía, tenía la cabeza hecha una maraña y mi visión estaba nublada.

Kalen me llevó al baño, cerró la puerta a sus espaldas y me ayudó a quitarme la ropa. Ni siquiera sentía vergüenza porque me viera desnudo, solo me metí en la bañera de agua caliente y abracé mis rodillas contra el pecho.

«Esto es tu culpa».

«No lo es».

«Lo es, es tu culpa que te sientas así».

Estaba librando una batalla campal con mis propios pensamientos y no estaba ganando. Creí que el miedo se iría junto con la incomodidad y el dolor, pero me sentía peor que nunca antes en toda mi vida.

—Voy a quitarte las vendas —avisó Kalen y tomó mis brazos con delicadeza para removerlas.

Dejé que lo hiciera, que me lavara y después me enjuagara el cabello. Todo lo hacía con cuidado, con pausa. Una vez terminó, me tomó por la nuca y apoyó mi cabeza sobre su hombro para secarme con una toalla.

—Kalen —llamé en voz baja.

—Dime.

—Gracias.

Kalen se aferró a mi cabello con algo más de fuerza.

—No me agradezcas —replicó como siempre.

Me dejó solo para que me vistiera, prestándome una pijama suya para que estuviera cómodo, después me llevó a su habitación, donde me dijo que me sentara en la cama.

—¿Estás seguro?

—Claro —afirmó.

Había traído consigo el botiquín de primeros auxilios y se arrodilló frente a mí para ponerme vendas nuevas alrededor de los antebrazos.

Acabó de curarme y se incorporó, dedicándome una suave sonrisa.

—Te traeré algo de comer, ¿de acuerdo?

—No tengo hambre.

—Lo sé, pero necesitas comer.

No me dio voz ni voto en la decisión, simplemente salió de su cuarto y regresó diez minutos después con un plato de caldo de pollo. Me sentía como un enfermo, me trataban como si fuera algo delicado y vulnerable. No me gustaba sentirme así, pero apenas me daba cuenta de que siempre fui así. Solo era un niño asustado y estas eran las consecuencias de todo lo reprimido.

—Acábate la sopa al menos —pidió Kalen. Él también se había traído un plato, pero lo terminó hace más de veinte minutos—. ¿O está demasiado fría? Puedo calentarla.

Negué con la cabeza.

—No, está bien —aseguré y continué comiendo con lentitud. No sentía apetito alguno.

—Ya son casi las siete —comentó Kalen—. Si quieres, después de comer, puedes dormir un poco.

De hecho, me sentía muy cansado y el cuerpo pesado. Cerrar los ojos y apagar la cabeza un rato sonaba muy tentador.

—Sí, eso haré.

—Tú dormirás en la cama —dijo Kalen—. Yo puedo dormir en el suelo y no, antes de que preguntes, no hay problema.

Amplié los ojos.

—No creo que...

—Félix. —Me colocó un dedo sobre los labios—. Está bien. Por favor, lo necesitas. Necesitas descansar.

Me apartó el dedo y yo solo pude suspirar mientras asentía. No tenía la energía para batallar contra él en estos momentos.

Y así fue como acabamos en la oscuridad de su habitación, yo acostado en su cama viendo el techo y él en el suelo. Me costó mucho quedarme dormido, el cansancio no lograba vencer del todo mi nerviosismo, pero cuando finalmente me relajé y cerré los ojos, pude dormir.

Un sueño que fue interrumpido por el vívido recuerdo de lo que ocurrió. Mi padre estaba golpeándome, gritándome, todo era borroso y sentía que no podía respirar.

«¡FÉLIX!»

Desperté con una profunda exhalación, sentándome tan rápido en la cama que me azotó una ola de náuseas. Estaba temblando y sudaba en frío, no podía siquiera calmar la respiración.

—¿Félix? —llamó Kalen. Se había despertado y estaba arrodillado en el suelo.

Vi el reloj digital en su mesa de noche. Apenas eran las once.

—Lo siento, vuelve a dormir —me disculpé, restregando mi rostro con una mano y luego dejándome caer sobre mi costado en la cama.

Pero Kalen no me hizo caso, sino que se levantó y se acercó para acostarse a mi lado. Me alarmé tan pronto sentí su peso en el colchón.

—¿Qué estás haciendo? —cuestioné. Temía que alguien nos viera así, que nos juzgaran, que....

—Nadie nos verá —aseguró con toda confianza—. Confía en mí.

Me relajé un poco y suspiré. Kalen se acostó sobre su costado y luego pasó una mano por los mechones de mi cabello. Se sentía bien.

—¿Tuviste una pesadilla? —preguntó.

—Algo así.

Kalen no dijo nada, sino que se arrimó hacia mí y me rodeó el torso con sus brazos. Era como si me protegiera entre estos, con sus latidos contra mi espalda y su pausada respiración en mi nuca.

—¿Esto te molesta? —preguntó.

No, no me molestaba en lo absoluto. Me sentía seguro entre sus brazos y no quería que se alejara.

—¿Por qué haces todo esto? —respondí con otra pregunta.

—Porque estás asustado —contestó—. ¿Vas a decirme que soñaste?

—Nada. —Sacudí la cabeza—. Olvídalo.

Kalen me abrazó con más fuerza.

—No te presionaré —aseveró—, pero me quedaré aquí, a tu lado, hasta que te calmes.

Ni siquiera sabía si eso sería posible. Todo me afectaba a la décima potencia en estos momentos, era como un cristal resquebrajado a punto de quebrarse. No quería sentirme así, no ahora. No cuando tenía a Kalen aquí, cuando ya no estaba solo y podría sanar en la compañía de alguien a quien sí le importaba. Alguien que valoraría cada pequeño esfuerzo.

Lloré, lloré en silencio, desahogué en temerosas lágrimas todo el peso que me aplastaba el pecho. Me estremecí ligeramente y Kalen lo sintió, pues volvió a acariciar mi cabello y luego a rozar a mi mejilla con el dorso de su mano, limpiando las lágrimas.

—Pensé que todo se iría con él —admití con un lastimero susurro—. Las pesadillas, el dolor, el miedo, pensé que desaparecerían. —Me aferré a mi pecho, llorando con más fuerza—. Pero siguen aquí.

—Tardarás en sanar —consoló Kalen—. Este tipo de cosas no se olvidan de la noche a la mañana, pero eres fuerte, eres muy valiente, Félix, hiciste lo que muchos jamás se atreverían y eso es asombroso, eres asombroso. —Apoyó su frente contra mi espalda—. Y sé que, aunque te llevará tiempo, sanarás, te convertirás en lo que siempre quisiste ser y no en lo que te hicieron creer.

Sollocé con sus palabras y, como no podía encontrar mi voz entre el llanto, me giré para verlo con la poca luz que entraba a través de la ventana. Lo abracé de regreso, y luego susurré:

—Quiero que estés a mi lado siempre, Kalen.

Kalen sonrió, una expresión tan delicada que incluso se reflejaba en sus oscuros ojos. y volvió a acariciar mi mejilla.

—Lo estaré, Félix.

No tiene idea de lo mucho que lloré escribiendo este capítulo 🥲

¡Muchísimas gracias por leer! 💜

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