Canto número 3. ¿Los cuervos cantan imprudencias?

Los cuervos no cantan imprudencias.

Pero los idiotas sí las cometen.

Cuervo apareció en escena de un instante a otro, y cuando me volví hacia él y conecté nuestras miradas, sentí que sus ojos, negros abismales, eran un par de jueces silenciosos; tan oscuros que podía verme reflejado en ellos como si fueran espejos. Observaba mi rostro contorsionado por la ira, la forma en que apretaba los dientes con violencia y mi cuerpo se estremecía. Me recordaba a...

—Félix —llamó Cuervo de nuevo, regresándome al presente.

Cuervo era un demente. No había otra explicación. Nadie en su sano juicio se entromete en una pelea a golpes y con un arma de por medio para defender a alguien que no lo valía. Para defenderme a mí.

—¿Eres pendejo? —cuestioné. Todos los demás nos miraban como si fuéramos un espectáculo.

Él se carcajeó y negó con la cabeza.

—Nunca lo había pensado. —Aprovechando el agarre que tenía sobre mi brazo, me ayudó a levantarme—. Tal vez un poco.

Atónito, me dejé llevar por él, poniéndome en pie y alejándome de Farrera, quien todavía yacía en el suelo quejándose de dolor. Chiflado, fiel a su posición como seguidor número uno, fue el primero en acercarse a él.

—¡Tú! —Farrera me señaló, apretando los dientes, tan bestial y desagradable como de costumbre—. ¡Te va a salir caro, Rangel!

Entorné los ojos y, a pesar de mí mismo, las piernas volvieron a llevarme hacia él... Solo para ser detenido una vez más por la intromisión de Cuervo.

—Suéltame —mascullé.

Cuervo me ignoró por completo, y justo cuando estaba a punto de liberar mi brazo, me quedé paralizado al notar que tenía la pistola de Farrera en su otra mano. Se percató de que lo había descubierto y la levantó, exhibiéndola ante todos. Los presentes soltaron ahogados murmullos de sorpresa, pero el enigmático chico no mostró ni el más mínimo signo de preocupación, ni siquiera por el arma que sostenía entre sus dedos.

—¿No les parece curioso que una pistola haya sido el gatillo de todo esto? —Hizo un terrible chiste que nadie encontró gracioso.

—Deja eso —murmuré, comenzando a encontrar demasiado extraño su oportuna llegada. ¿Acaso sabía de antemano que esto iba a suceder? Parecía imposible.

Volvió a omitir mis palabras, prefiriendo dirigir su atención hacia Farrera y Chiflado. Este último retrocedió un paso, mientras que el dueño del arma apenas comenzaba a sentarse en el pavimento. Su rostro estaba manchado de sangre por los cortes que le había infligido con mis nudillos.

—¡No juegues con eso! —ordenó a Cuervo.

En lugar de obedecer, optó por apuntar a Farrera con ella.

—No lo creo. —Colocó su dedo índice en el gatillo.

Todos se alejaron. Nadie era tan estúpido para intentar arrebatarle la pistola, o sentía tanto interés por la vida de Farrera para intervenir; incluyéndome. El chico de ojos negros por fin me soltó y retrocedí un par de pasos.

«No jales el gatillo», rogué de manera egoísta. Egoísta porque no quería que Cuervo manchara la imagen que tenía de él.

—No sabes lo que haces —insistió Farrera con voz temblorosa. Estaba asustado y la seriedad de Cuervo no ayudaba en lo absoluto.

Todos los presentes, toda la maldita banda, no éramos más que un grupo de adolescentes desadaptados. Los mayores tenían a lo sumo dieciocho años y los demás eran aún más jóvenes. Con apenas diecisiete, no me consideraba maduro, no me daba aires de responsable y mucho menos me veía como un adulto. Solo éramos niños, niños idiotas, y eso incluía a Cuervo.

—Ya déjalo —le insistí por su propio bien. No, lo hice porque quería creer que él no era como los demás.

Él, en cambio, miró la pistola.

—Es un arma antigua, pero la verdad es que me resulta familiar —comentó, arqueando una ceja—. ¿No se parece a las que usa la policía?

Farrera abrió los ojos con exageración. Así que sí era de la policía. ¿El muy bruto la había robado o...?

—¡¿Qué es lo que quieres?! —bramó—. ¡¿Dinero?! ¡¿Qué no te muela a golpes, hijo de puta?! ¡Dame esa pinche pistola!

Cuervo chasqueó la lengua con desdén.

—Quizás solo quiero apretar el gatillo —respondió con una seriedad que aumentó la tensión entre todos nosotros.

—Oye... —Intenté intervenir, pero me quedé sin palabras. No lo conocía en lo absoluto para saber cómo abordar la situación.

—¡Estás loco! —espetó Farrera. Ya se había puesto en pie, como si eso fuese a prevenir que le disparara—. ¡¿Qué acaso no te importan las repercusiones?!

Soltó un sonoro bufido.

—¿Tú me hablas de repercusiones? Si mal no recuerdo, tú amenazaste a Nicolás con esta misma arma. —Su voz resonó con un tono distante mientras sus ojos se ensombrecían—. Tú no sabes nada de repercusiones.

Incluso yo me sentí amenazado por él. Era un completo extraño que había aparecido de la nada y ahora apuntaba a Farrera con su propia pistola. Esto debía ser un sueño a un disparo de volverse pesadilla.

—No lo hagas. —Las palabras abandonaron mi boca antes de que mi cerebro las procesara.

Esta vez, Cuervo sí me escuchó y bajó el arma con un suspiro.

—Deja de jugar con fuego —advirtió, y no supe si se dirigía a mí, a Farrera o a ambos.

—No necesito lecciones de un pendejo como tú —refutó Farrera.

El chico esbozó una sonrisa ladina, parecía un gato burlón. Era una imagen desconcertante.

—Entonces aprende de la policía.

En ese momento, el distintivo y estridente sonido de las sirenas se hizo escuchar a lo lejos, acercándose a toda velocidad.

—¡Me lleva la chingada! —Farrera y su séquito se dispersaron, echándose a correr como perros con la cola entre las patas.

Yo no sabía qué hacer; todavía trataba de digerir la locura, pero por suerte, Cuervo me tomó del codo y me hizo una seña con la cabeza, sacándome de mi estupor. Me volví hacia Farrera, quien ya se alejaba corriendo con largas zancadas.

—¡Félix! —exclamó Cuervo para llamar mi atención—. ¿Dónde está tu coche?

Entendí cuál era su plan, pero antes de llevarnos a este, me giré hacia Nicolás, el chico de lentes que todavía estaba parado ahí, aterrado.

—¡Tú también vete de aquí! —grité y, sin esperar su reacción, me eché a correr junto con Cuervo.

Tomé la delantera y nos dirigimos hacia mi camioneta. Me subí al lugar del conductor y, mientras el otro chico se subía al asiento del pasajero, con manos temblorosas, introduje la llave y arranqué, sin siquiera molestarme en encender los faros. Me eché de reversa y conduje fuera de ahí al mismo tiempo que las patrullas pasaron a nuestro lado, dirigiéndose a la escena donde ya no quedaba nadie.

El corazón me retumbaba en el pecho y mi manejo era torpe, abrumado por la tensión de todo lo que acababa de suceder.

—¿Tú los llamaste? —pregunté a Cuervo, quien, a diferencia de mí, estaba muy tranquilo en el asiento del pasajero.

Asintió, y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Fue hilarante! —exclamó—. ¿No lo crees?

Fruncí el ceño y me aferré al volante con fuerza.

—¿Hilarante? —inquirí, sin tener ni maldita idea de qué significaba eso y sin ganas de molestarme en descifrarlo en ese momento.

—Ya sabes, chistoso. —Se carcajeó—. Hace tiempo que no hacía algo tan emocionante. ¿Viste sus caras? ¡Estaban a nada de hacerse un ovillo y chillar!

—¡Lo amenazaste con una puta pistola!

Lo descartó con un gesto de la mano, como si fuera poca cosa.

—No iba a dispararle —aseguró—. Carajo...

—¿Qué...? —La pregunta murió en mi garganta al girarme y ver que le estaba sangrando la nariz. Demasiado—. ¿Qué diablos?

Inclinó la cabeza hacia atrás y trató de detener el flujo de sangre mientras me observaba de reojo.

—¿De casualidad no tendrás ese pañuelo que te presté? —preguntó con un tono de broma.

Hice un mohín.

—Los pañuelos de papel no se prestan.

Soltó una risa ahogada.

—Cierto. Te lo concedo.

—No ensucies mi coche, la sangre no sale fácil —advertí, frunciendo el entrecejo para enmascarar el atisbo de preocupación que sentía—. ¿Te golpearon?

—No me tocaron ni un pelo —contestó—. No, esto me pasa cuando me excedo y tengo visiones de más. Presiento cosas, malos presagios en su mayoría, ¿sabes?

No lograba entender lo que quería decir. Su discurso se volvía cada vez más extraño, más delirante, y eso empezaba a incomodarme. Daba la impresión de que lo hacía con ese único fin.

—¿Estás jugando conmigo?

—No, no eres tan divertido. —Volteó hacia mí—. Creo que necesito algo con azúcar, ¿tú quieres?

Mantuve mi mirada puesta en la calle, rehusándome a verlo y encontrarme con otra de sus sonrisas con aires condescendientes.

—¿Cómo me encontraste? —indagué en cambio—. ¿Cómo llegaste en el momento correcto?

—¡Oh, es cierto! —exclamó—. Deberíamos deshacernos de esto, ¿no crees?

Miré a regañadientes con el rabillo del ojo, y me alarmó ver que aún tenía la pistola de Farrera consigo, tanto que no pude evitar girar la cabeza por completo.

—¡¿Por qué sigues cargando eso?!

—No podía dejarla ahí botada —explicó con tranquilidad—. ¿Ahora sí te detendrás en algún sitio? Preferiría no llevarla conmigo a casa.

—Hijo de perra... —musité, harto.

Esta no era la noche que tenía planeada. Todo había salido mal y solo auguraba un desenlace todavía peor, pero...

—Detente en la primera tienda de la esquina que veas —pidió Cuervo entonces, captando mi atención—. Me desharé de esto y contestaré tus preguntas, ¿te parece?

—Dudo que me dejes escoger.

—Yo no me impongo ante nadie que no se lo merezca —afirmó con seriedad, mirándome fijamente aunque yo no le devolvía el gesto—. Mucho menos ante ti, Félix.

Eso era lo que él aseguraba, sin embargo, tenía la sensación de que al final terminaría imponiéndose más de lo que ninguno de nosotros habría previsto.

Este fue un capítulo un poco más corto, pero juro que el siguiente sí será muy largo y además conoceremos mejor a cierto Cuervo... 👀

¡Muchísimas gracias por leer! 💜

Significado de palabras:
Pinche: Que es despreciable o que es de baja calidad, de bajo costo o muy pobre.
Me lleva la chingada: es una expresión similar a decir "me lleva el diablo".

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