Canto número 27. ¿Los cuervos cantan a los muertos?
Los cuervos no cantan a los muertos.
Pero nosotros sí los celebramos.
En Kaux, el Día de Muertos era como una primera Navidad en el año. Se celebraba a gran escala, con decoraciones en cada esquina y un festival que, en un pueblo relativamente pequeño, era enorme y asistían casi todos los habitantes.
Una de las mejores memorias de mi infancia fue cuando tenía alrededor de seis años y mi madre me llevó al festival. Había tenido una gran discusión con papá y, en cuanto pudo, nos sacó a ambos de la casa. Recorrimos las calles, decoradas con altares, velas y pétalos de cempasúchil tirados sobre las aceras. Nos acercamos a un puesto donde vendían chocolate caliente y mi mamá me compró uno. Nos sentamos a tomarlo y ella apoyó su mentón sobre mi cabeza, susurrando:
«Somos tú y yo contra el mundo, Alessandro».
Sus palabras, a pesar de mi corta edad, quedaron grabadas dentro de mí. Era una lástima que, después de todo, fueran mentira. Ella me abandonó y ya no éramos nosotros dos contra el mundo, sino yo, Félix, versus todo.
—Corta los tallos de este cempasúchil —indicó Ramona, pasándome unas afiladas tijeras—. ¡Ten cuidado con los pétalos!
Era el primero de noviembre por la noche, el día en que se acostumbraba en Kaux que se armaran los altares para los familiares y amigos fallecidos para ser visitados el día siguiente, cuando se creía que dichos muertos venían a visitarnos.
Estaba en casa de los Ávila, ayudándolos a armar el altar para Ramiro Ávila, el difunto esposo de Ramona, padre de Claudia y abuelo de Kalen y Marisol. Al parecer, era el único familiar suyo cercano que había fallecido, pero eso no impedía que hicieran un ostentoso altar de varios pisos, forrado con papel de china de brillante anaranjado y púrpura, velas, calaveras de azúcar, frutos, pan de muerto y, por supuesto, una enorme foto de Ramiro.
Era bastante bizarro ver al viejo en aquella foto cuando había un reemplazo suyo en forma de catrín ayudando a armar su altar. Incluso traían la misma ropa y temía que había sido a propósito.
—¿Hace cuánto falleció? —pregunté a Ramona, casi al instante arrepintiéndome porque podía ser un tema sensible—. Digo, si puedo preguntar...
Ramona hizo un gesto desdeñoso con la mano.
—Los muertos no lloriquean por esa clase de preguntas y yo tampoco —dijo, acomodando un par de habanos cerca de la foto—. Mi querido Ramiro falleció hace casi una década. No era tan viejo, pero era un ávido fumador.
—Eso explica los habanos —señalé.
Ramona asintió, esbozando una sonrisa melancólica.
—Exactamente.
—¡Encontré la caja! —exclamó Kalen de repente, apareciendo en el jardín frontal de la casa con una gran caja polvorienta entre sus manos.
Lo que sucedió hace unos días entre nosotros todavía me resonaba en la cabeza. Admití adorarlo, él me agradeció quedarme a su lado, ¿y qué hice yo? Solo le dije que no fue nada. No le agradecí, no confesé ni un atisbo de lo que en verdad sentía por él. Estaba asustado, demasiado, y eso estaba arruinando mi relación con él. Había un dejo de tensión entre ambos, nos quedábamos sumidos en silencios incómodos y nos costaba vernos a los ojos. Era mi culpa.
Al menos Kalen sí tuvo el valor para hablarme e invitarme a ayudar a armar el altar. Yo jamás me habría atrevido.
—Ponla por aquí —indicó Ramona.
Kalen la dejó en el suelo frente a su abuela y Ramiro se acercó, pasándole las tijeras para romper la vieja cinta adhesiva que cerraba la caja.
—Espero que no esté infestada de ratas, o cucarachas —comentó Kalen, sacudiendo sus manos y dando un paso hacia atrás—. O peor aún, arañas.
—No chingues —dije con un rodar de ojos, pero también di un paso hacia atrás por si acaso.
Ramona no le asustaba ninguna de las posibilidades, de hecho me daba la impresión de que, si se encontraba cualquiera de esas plagas dentro de la caja, sería capaz de adoptarla como una mascota asegurando que era una señal de su difunto esposo.
Abrió la caja con cuidado y sopló, dispersando una nube de polvo que le provocó a Kalen un estornudo tras otro.
—Abuela, una advertencia no habría estado mal —se quejó.
Ramona lo ignoró y, en cambio, exclamó:
—¡Ajá! —Sacó un anticuado sombrero de copa y nos lo mostró. Estaba descosido en algunas partes y sucio, pero se notaba que debajo de ese desgaste había una prenda muy elegante.
—Es más elegante que los que usa Ramiro —señalé.
Ramona asintió y se incorporó con todo y el sombrero.
—Es que este fue el que usó en nuestra boda —relató—. Era especial, perteneció primero a su padre y luego a él. —Lo dejó sobre el altar, justo al lado de la foto—. Aunque creo que debería darle una manita de gato.
Kalen miró la caja.
—¿Y no están las argollas? —preguntó.
—No, esas se perdieron hace mucho tiempo —lamentó—. Nosotros las perdimos a propósito.
—¿A propósito? —interrogué.
—Cuando nos casamos, tuvimos la loca idea de enterrar las argollas en el terreno de la iglesia, como una muestra de que nuestro amor era "profundo" —bufó—. Fue una reverenda estupidez. Ahora... Ahora me arrepiento un poco. Me gustaría verlas al menos una vez más en mi vida.
Se formó un silencio con un aire algo deprimente. Ramona siempre era energética y se la pasaba yendo de un lado a otro, gritando, regañando o riéndose de cualquier tontería. Ahora parecía otra mujer, incluso se veía más vieja y cansada.
—También hay un alebrije por aquí —dijo Kalen entonces, sacando una figura de la caja—. Es un zorro, creo.
—¡Ah, sí! —exclamó Ramona, tomando el alebrije—. Este es un zorro león. Sus dos animales favoritos en uno. Como le encantaba esta cosa.
La colocó también junto a la foto y suspiró, apreciando su altar.
—Fue su persona destinada, ¿no es así? —indagué.
—Lo fue —afirmó—. Lo salvé de caer en la completa desgracia y luego él me salvó a mí al aceptar casarse conmigo. De no ser por él, yo habría terminado en un infeliz matrimonio arreglado con algún aburrido cuervo del presagio.
—Abuela, nosotros somos cuervos del presagio —agregó Kalen.
—Pero somos distintos —puntualizó—. Mejores. Y fue gracias a esa fracción de humanidad y empatía de tu abuelo.
Sonreí ligeramente, viendo al viejo en la foto. Tenía cabello oscuro y un poblado bigote, pero algo en sus ojos transmitía tranquilidad y gentileza. Fue un buen hombre, no me cabía duda.
—Suena a que fue un gran hombre —agregué.
Ramona, complacida, asintió.
—Fue maravilloso.
Terminamos de armar el altar cuando el reloj ya marcaba más de las once de la noche. Ramona bostezó, estirando los brazos sobre su cabeza, y luego nos miró a Kalen y a mí.
—Ya es tarde. Kalen, acompaña a este chico a casa y...
—No es necesario —me apresuré a acotar. No quería estar solo con Kalen, no por ahora—. Puedo regresar solo. No hay problema.
—¿Qué dices, Félix? —Kalen se carcajeó, dándome un suave codazo en las costillas—. Claro que te acompañaré.
No podía negarme. No sin levantar aún más sospechas en una Ramona que ya de por sí me observaba con escepticismo.
«Carajo», pensé.
Por suerte, ella no mencionó nada al respecto, sino que se limitó a señalar una bolsa negra que estaba tirada en el suelo y desbordada de tallos de cempasúchil y demás basura.
—Dejen esa bolsa en el bote —indicó, para luego despedirme con un movimiento de su mano—. Y, Félix, nos vemos mañana, ¿de acuerdo? Te quiero temprano aquí.
—A la orden —afirmé. Estaba a punto de recoger la bolsa para llevarla afuera, pero al parecer Kalen pensó lo mismo y nuestros dedos se rozaron entre sí. Retraje la mano como si me hubiera dado una descarga eléctrica y sentí las orejas calientes—. Lo siento —farfullé. ¿Por qué diablos me disculpaba?
Kalen ladeó la cabeza.
—¿Por qué te disculpas? —inquirió. Siempre parecía que me leía los pensamientos.
—Por nada —me limité a contestar y salí por la puerta de la casa, dejando que él se encargara de la basura. Simplemente no quería que me viera muy de cerca o a los ojos y notara de inmediato lo que pasaba por mi cabeza.
«¡Ya basta!», me grité a mí mismo.
Al salir, Kalen tiró la bolsa dentro del basurero y luego limpió sus manos contra la chaqueta que llevaba puesta.
—No te limpies en la ropa —reprendí—. ¿Tienes cinco años o algo así?
—Estás peor que mi abuela —se mofó—. Y, de cualquier manera, no importa. Acabará mucho más sucia después de lo que haremos esta noche.
—Por favor no digas que tenemos un trabajo ahora mismo —pedí con cansancio.
Negó con la cabeza.
—No, ningún trabajo.
Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón. Estaba comenzando a lloviznar y la temperatura ya de por sí baja solo empeoraría.
—Entonces podemos resolverlo mañana —dije, bostezando y dándome la media vuelta para encaminarme a casa.
—No, espera. —Kalen me detuvo agarrando mi brazo.
Me sorprendió lo fría que estaba su mano y cómo podía sentirla incluso a través de la tela de mi ropa.
—¿Por qué...?
—Necesito tu ayuda —interrumpió, soltándome cuando obtuvo mi atención.
Fruncí el ceño.
—¿De qué hablas? —pregunté, dubitativo. Me extrañaba el rastro de desesperación en la voz de Kalen, no era común en él y mucho menos que me pidiera ayuda cuando generalmente era él quien me ayudaba a mí sin que siquiera se lo pidiera.
Kalen esbozó una sonrisa críptica. ¿En qué diablos estaba pensando?
—¿Me ayudarás? —preguntó en lugar de responder mi pregunta.
Sabía que era una trampa, no me diría absolutamente nada hasta que no cediera a ayudarlo sin objeciones. Se aprovechaba de mi intriga y la explotaba a sus anchas.
—Pendejo —mascullé, cruzando los brazos con molestia—. Ya sabes la respuesta.
(...)
Definitivamente, esta no era la respuesta que yo esperaba y mucho menos la que yo quería a tan altas horas de la noche.
Kalen, antes de siquiera contestar, me dijo que lo esperara y corrió al interior de la casa, regresando unos minutos después con las palas que traje el otro día para enterrar semillas en el bosque de las almas. Me tendió una y por fin me explicó su plan:
—Buscaremos las argollas de mis abuelos.
Al inicio me parecía una locura y, para ser honesto, mi opinión no había cambiado mucho. No pude protestar porque cedí a ayudarlo antes de siquiera saber en qué.
Nos metimos de contrabando al terreno de la antigua capilla en donde se casaron sus abuelos. Kalen me aseguró que estaba casi abandonada, que era como una antigüedad de Kaux que fue reemplazada por una iglesia más grande en el centro del pueblo.
—Sigo creyendo que es una mala idea —dije, poniéndome el gorro de mi chaqueta en la cabeza porque cada vez llovía más fuerte—. Además, la tierra está mojada.
—No es para tanto —aseguró Kalen mientras cavaba y yo sostenía una linterna para alumbrarlo.
—Debimos haber usado los faros del vocho —me quejé.
—Son demasiado llamativos. —Chasqueó la lengua—. Esto será más difícil de lo que pensé.
—¡El terreno es enorme, claro que será difícil, sino es que imposible! —exclamé—. ¿No tienes ni la menor pista de dónde pudieron haberlas enterrado?
Kalen negó con la cabeza, apoyándose sobre la pala. Estaba lleno de tierra; en la cara, las manos y también la chaqueta que aseguró que quedaría más sucia después de esto.
—Tal vez podamos pedir ayuda —sugirió.
—Ni aunque le pidas a la cuadra entera que se ponga a cavar las encontraremos —repliqué.
—No, tonto —se burló—. No hablo de esa clase de ayuda.
Enarqué una ceja.
—¿Entonces qué? ¿Piensas pedírselo a un cuervo o algo así? —solté una carcajada.
—Precisamente —afirmó.
La sonrisa en mi rostro se desvaneció en cuanto confirmó mis burlas.
—¿Bromeas? —inquirí—. Son aves, no detectores de metales.
—Son aves muy sensibles —aseguró—. Podrán presentir las emociones impuestas en esas argollas.
—Suenas como un completo desquiciado.
Kalen esbozó una media sonrisa.
—¿Tanto como cuando te dije que el mundo llegará a su fin?
—Peor que eso. —Sacudí la cabeza—. Además, las aves a esta hora ya están durmiendo y está lloviendo, ¿qué te hace creer que se presentarán en estas circunstancias?
—Siempre están dispuestas a ayudar —aseveró, dejando la pala en el suelo y extendiendo los brazos—. Sobre todo a nosotros, los cuervos del presagio.
Antes de poder insistir con que era una reverenda tontería, Kalen murmuró un par de palabras, cerró los ojos y, al volver a abrirlos, estos eran completamente negros. Era igual a aquella vez que me demostró que no mentía respecto a su hipersensibilidad. Todavía me dejaba boquiabierto.
Pronto se escucharon graznidos a nuestro alrededor y, al dirigir la linterna hacia arriba, vi una parvada de diez cuervos volando hacia nosotros con veloces aleteos, sin importarles la hora o el agua. Descendieron frente a Kalen y este último, con otro parpadeo, regresó a la normalidad.
—Gracias por venir —dijo y se agachó junto a las aves—. ¿Podrían ayudarme a buscar unas argollas que están enterradas en este terreno?
Algunos cuervos graznaron y otros simplemente se echaron a sobrevolar por el terreno. De verdad parecía que las estaban buscando. No podía creerlo.
—¿Cómo es posible? —pregunté, parándome al lado de Kalen.
Se encogió de hombros.
—Deje de hacer preguntas hace mucho tiempo. Es mejor así.
Volteé a verlo y noté que había sangre escurriendo de su nariz.
—Estás sangrando —señalé.
Kalen limpió la sangre con la manga de su chaqueta, ya de por sí sucia.
—Bueno, al menos esta vez no me convertí en un cuervo —bromeó.
Los cuervos continuaron buscando y no fue hasta que uno aterrizó cerca de un árbol que las demás aves lo siguieron. Comenzaron a graznar como locos y Kalen se apresuró hacia ellos.
—¡Creo que las encontraron!
Lo seguí con la linterna en mano, alumbrando el sitio en donde los cuervos se reunían. Kalen comenzó a cavar donde le indicaban y, al notar el esfuerzo que hacía, decidí unirme a él, excavando con la otra pala que trajimos con nosotros mientras dejaba la linterna en el suelo. Cavamos rápidamente y pronto el frío que me entumecía el cuerpo fue reemplazado por calor y sudor.
—¡Espera! —Me detuvo Kalen de pronto y tomó la linterna para alumbrar mejor el hueco que hicimos en la tierra—. ¡Creo que ya las vi!
Me quedé estupefacto. Los cuervos tenían razón, eran como sabuesos con alas y picos que lograron encontrar un par de viejas argollas enterradas en lo profundo de la tierra.
—Gracias —susurré a las aves con una sonrisa en mis labios.
—¡Las tengo! —exclamó Kalen, levantando un puño en el aire.
Tomé su brazo y él abrió el puño para mostrarme dos aros de oro, dos argollas manchadas y viejas que no podían ser de otras personas que no fueran sus abuelos.
—Maldito, lo lograste. —Me carcajeé.
Kalen asintió, limpiando el sudor y el agua de lluvia en su frente con el dorso de su mano libre.
—Lo logramos —afirmó y, sin que yo lo viera venir, tomó mi mano y me deslizó una de las argollas en el dedo anular izquierdo.
—¿Qué...?
—Es una unión de oro —interrumpió, soltando mi mano para colocarse la argolla restante en su propio dedo—. Según mi abuela, es inquebrantable.
Miré nuestras manos, portando anillos a juego, y no pude evitar sonreír. No entendía por qué me provocaba tanta felicidad. ¿Acaso era la promesa de una unión inquebrantable? ¿O era el significado de unas argollas compartidas? Tal vez ambos.
—Ya nos une una especie de cuervo del destino —dije.
Kalen sonrió y volvió a tomar mi mano, entrelazando nuestros dedos en donde portábamos los anillos. Cerró momentáneamente los ojos y se manifestó aquel lazo negro con un destello violeta y la silueta de un cuervo uniendo ese destino.
—Y es más fuerte que cualquier otra unión —aseveró.
No están para nada listos para el próximo capítulo 🤭
¡Muchísimas gracias por leer! 💜
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