Canto número 2. ¿Los cuervos cantan misterios?
Los cuervos no cantan misterios.
Los cuervos son los misterios.
Han transcurrido tres días desde mi encuentro con el chico desconocido al que mi subconsciente decidió apodar «Cuervo». Yo no creía en esa insensatez de que los cuervos fuesen pájaros de mal agüero; por el contrario, los encontraba reconfortantes y constantes. Siempre estaban ahí: lloviera, cayeran rayos, hiciera calor o el mundo estuviese colapsando, permanecían cerca. Pululaban en este pueblo llamado Kaux, un sitio olvidable y a unas dos horas de la capital de México. Sin importar lo desagradable que fuera el lugar, los cuervos nunca me fallaban, a diferencia de muchas otras personas y cosas.
Pero Cuervo, él sí desapareció. Su repentina presencia fue tanto un misterio como su posterior desvanecimiento. En un instante estaba riéndose y llamándose ave de mal presagio, pero cuando la puerta de mi casa se abrió, él ya se había ido.
Yo sé que las personas no se esfuman por arte de magia y también sé que escuché sus pisadas colisionando contra los charcos de agua mientras se alejaba. Sin embargo, me puse tan nervioso cuando la puerta se abrió que ignoré todo lo demás, más aterrado por lo que esa simple acción significaba que intrigado por Cuervo.
Ahora me arrepentía.
Por lo menos me hubiese gustado saber el nombre de Cuervo y desentrañar el misterio que aquejaba mi mente
—¡Alessandro!
Odiaba que se refirieran a mí con ese nombre, pero mantuve una expresión impertérrita y me volví en dirección a la voz. Provenía de un chico con aspecto de malandro; tenía el cabello rapado, una cicatriz atravesando el puente de su nariz, una expresión de constante desagrado con el ceño fruncido y, para rematar, una botella de cerveza Corona en mano. Su apodo era algo como «Histérico» o «Chiflado». No estaba entre mis prioridades recordarlo.
—¿Qué? —contesté, imitando su tono cortante.
Chiflado bebió de un trago lo que quedaba de cerveza y aventó la botella vacía contra un muro, rompiéndola al contacto con la dura superficie. Se limpió la boca con el dorso de su mano e hizo una seña con la cabeza.
—Farrera te busca.
Extraje una barata cajetilla de cigarros del bolsillo de mi chaqueta.
—¿Ahora eres su sirvienta? —pregunté, con toda la intención de provocarlo.
Lo logré. Me peló los dientes como un animal rabioso.
Me levanté del cofre de mi vieja troca Chevrolet y, mientras me alejaba, saqué un encendedor de plástico color azul. Prendí la punta del cigarro y me encaminé hacia donde se encontraba el tipo que me llamaba.
Farrera era el líder de esta estúpida banda de criminales juveniles, el maldito grupo en el que alguien incluso más idiota se metió y ahora no puede salir sin ganarse la golpiza de su vida.
Conforme me acercaba, oía risotadas y groserías rebotando entre las paredes de un callejón que daba a la parte trasera de una pequeña miscelánea. Ya me temía lo que estaban haciendo.
Me adentré en la callejuela y vi al líder de la banda acorralando a un patético chico. Farrera era alto y fornido, con una expresión innata de diablillo. Su víctima era lo opuesto, un enano escuálido con gafas y actitud de alguien que le temía incluso a su propia sombra.
—¿Trajiste lo que acordamos? —interrogó Farrera.
Me paré a sus espaldas, recordando que este chico era su objetivo desde hace un par de meses. Hicieron un intercambio tan injusto como simplón: «Tú nos pagas, nosotros no te partimos la cara». El acosado nunca tendría oportunidad, trabajaba en la tienda de la esquina de lunes a viernes y cada quincena veníamos a reclamar todo su sueldo.
Ya estaba cansándome de la rutina.
Le di una calada al cigarro entre mis labios y, al inclinar la cabeza hacia arriba para exhalar el humo, creí ver un cuervo posado sobre un muro. Fruncí el ceño casi de inmediato. No era común verlos por la noche en zonas activas.
—¡Alessandro! —gritó el líder entonces.
Bajé el rostro y me topé con su mirada puesta sobre mí. Tenía las escleróticas irritadas y rojas, como si no hubiese pegado el ojo en dos noches seguidas.
—¿Qué? —Saqué el cigarro de mi boca.
—Nuestro cliente no trajo la paga —sentenció, acercándose a mí pero manteniendo una mano aferrada al hombro del otro chico para que no intentara fugarse.
Desvié los ojos.
—¿Y? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Por reflejo, abrí y cerré los puños, la piel en mis nudillos todavía me ardía al estirarse.
Farrera esbozó una sonrisa revoltosa y se inclinó hacia mí. Me llevaba unos buenos ocho centímetros de altura. Se aferró a mi quijada y me levantó la cara a la fuerza para después entornar los ojos y chasquear la lengua.
—¿Otra vez te madreó papi? —Se refería al moretón en mi mandíbula—. Un puñetazo limpio, ¿eh?
Mordí el interior de mi boca y lo aparté de un empujón.
—No me toques, hijo de puta —mascullé.
Se carcajeó, burlón.
—Solo me preocupo por ti, Alessandro. —Volvió a cerrar la distancia.
—No me llames así. —Lo encaré, aplastando el cigarrillo.
Farrera lo notó y me lo arrebató para meterlo entre sus labios.
—¿Por qué? —indagó con un tono de falsa ignorancia—. ¿Te recuerda a mami?
Escuché risas próximas a nosotros. No me percaté de que el resto de la banda ya se había congregado en el callejón. Sentía cómo la sangre me hervía en las venas, pero no era tan tarado como para darle gusto a mis impulsos e irme a los golpes con Farrera cuando su séquito estaba cerca.
—¿Y qué quieres que haga? —pregunté de mala gana, viendo de reojo al chico de gafas, todavía acorralado contra el muro y tan asustado que se quedó mudo—. ¿Le doy una madriza?
Sacudió la cabeza.
—No, Alessandro, eso no es lo que quiero. —Le dio una calada al cigarro, lo sacó de su boca y luego presionó la punta encendida contra mi brazo, quemando la ropa y llegando hasta mi piel. Exhaló el humo en mi cara—. No vuelvas a confrontarme.
Me escocía la quemadura y también la garganta por inhalar el humo. Era un experto en mantenerme imperturbado, quieto como estatua. Le mantuve la mirada, y respondí:
—No me des razones para hacerlo.
Farrera soltó una carcajada seca. Comenzaba a preguntarme si había algo más que alcohol recorriendo sus venas.
—¡Bien, entonces volvamos al espectáculo principal! —exclamó, girándose sobre sus talones para dirigirse al chico de gafas—. Nicolás.
Nicolás, ese era su nombre. Farrera se encargó de no solo conocer el de él, sino también el de toda su familia y allegados. Era un experto en amedrentar.
—¡Te daré todo lo que tengo! —gritó, desesperado.
—Pero no es suficiente.
Nicolás estaba tan pálido que parecía transparente.
—¡Lo conseguiré! —aseguró—. ¡En una semana pagaré todo!
—¿Una semana? —Bufó—. ¿Crees que tengo una semana?
Nicolás tragó saliva con dificultad.
—Por favor...
Fijé mi mirada en otro sitio, llevando mis ojos al mismo lugar donde hace unos minutos creí ver un cuervo. Se había ido.
Barrí mi pie por el suelo, ya quería largarme. No me causaba placer alguno presenciar cómo le daban golpizas a otros tipos. La única razón por la que me quedaba era para recibir una parte del dinero, por más pequeña que fuera. Valía demasiado cuando no tenías nada.
—No quería hacerte esto, Nicolás... —musitó Farrera como si se tratara de una tragedia. Yo sabía que el maldito no sentía ni un gramo de simpatía por su víctima.
Dejé de escuchar lo que decía, evadiéndome, fingiendo que no estaba ahí como si eso fuese a liberarme de la culpa de ser un vil criminal, un mediocre ladrón que se aprovechaba del más débil. No me considero bueno, pero tampoco satanás personificado. Me hallaba en un medio, en una balanza con una evidente inclinación hacia un lado. La verdad no quería estar en esa posición tan incómoda.
Estaba por darme la media vuelta y salir del callejón para esperar afuera, pero me detuve en vilo al escuchar una pistola siendo cargada y un cartucho cortado.
El sonido me erizó la piel y se repitió en mis oídos como un eco. Juré escuchar un disparo y un grito, pero solo era mi cabeza jugándome malas pasadas. Se presionó un gatillo, uno que no pertenecía al arma, sino a mis reprimidos recuerdos.
Sacudí la cabeza y me volví de súbito hacia Farrera. Tenía una pequeña pistola en la mano, no sabía lo suficiente sobre armas para identificarla, pero era real, de seguro robada dado lo desgastada que estaba.
—¿Sabes qué es esto, Nicolás? —Le mostró el arma.
Nicolás no podía hablar. Parecía a punto de colapsar.
Lo comprendía a cierto grado. Tan solo observar esa pistola, reconocer el distante olor a óxido de sus balas viejas y escuchar los sonidos que producía con cada movimiento para disparar, me ponían en un estado de completa alerta y a la vez de aturdimiento. Un solo roce de su dedo índice en el gatillo, un poco de presión aplicada y una bala saldría disparada. A una distancia tan corta, no fallaría y le daría a Nicolás en un sitio mortal.
—¡Espera, por favor! —suplicó Nicolás, titubeante, llorando en silencio y con sus ojos fijos en el cañón.
No podía soportarlo. Los enaltecimientos de los descerebrados seguidores de Farrera, la expresión cruel de este último, la pistola cargada en su mano y el temor de alguien cuyo único error fue ser demasiado vulnerable.
Así que cometí una completa e imprudente estupidez.
Le di un puñetazo a Farrera.
De un instante al siguiente, mi cuerpo decidió por mí. Movió un pie delante del otro con una larga zancada, cerró mi mano en un puño, llevó mi brazo hacia atrás y le asestó un golpe en la mandíbula que hizo que trastabillara y cayera de sentón al pavimento.
Después de todo, ¿qué es la ira sino una expresión más del fracaso?
Félix Alessandro Rangel, ese era mi nombre, el que me fue dado al nacer junto con la aseveración de que era una desgracia, un problema, y me desarrollaría encaminado al fracaso. Era como un mal presagio.
Le di más valor a esas palabras cuando volví a descender el puño hacia el rostro de Farrera, golpeando su cara una, dos, tres veces. Escuchaba con eco los gritos de los que nos rodeaban y sentía los jalones de sus amigos que intentaban detenerme.
La pistola salió volando en el primer impacto y Farrera quiso defenderse, pero llevaba las de perder. Le hice una profunda herida en el pómulo, su labio sangraba y le abrí la sien. Sus reflejos eran torpes, no podía defenderse y eso solo me enfureció más. Incluso mi visión se nubló por la rabia; quería obtener algo, una reacción, una queja, un golpe de regreso que me noqueara ahí mismo y nadie se tomara la molestia de siquiera revisar si seguía respirando.
Así que, cegado por la ira, tomé al chico debajo de mí por el cuello de la camisa con una sola mano y con la otra hice un puño más apretado que todos los anteriores, ignorando cómo volvía a abrir las heridas en mis nudillos. Levanté a mi contrincante del cemento y retraje el brazo para agarrar impulso; mi ataque se precipitó, a nada de colisionar, noquearlo y acabar con esto, pero fui detenido.
Sentí unos dedos aferrándose a mi muñeca y mi instinto me llevó a luchar para liberarme, pero el dueño de aquella mano no cedía. Con la respiración agitada y el corazón en la garganta, me volví hacia atrás y me encontré con el misterio, con Cuervo.
Me quedé petrificado al encontrarme con su mirada. Sus ojos eran penetrantes, velados por un misticismo que no lograba descifrar, tan profundos que parecían absorber todo color de sus iris.
De repente, mi brazo comenzó a temblar sin motivo aparente. ¿O era la ansiedad que comenzaba a consumirme en el momento menos oportuno?
Cuervo no desvió la mirada ni por un instante. Aprovechando mi debilidad, se agachó, acercando nuestros rostros y susurrando con voz apenas audible:
—No me obligues a salvarte de este tipo de cosas.
Su voz reverberó dentro de mí como si alguien hubiera golpeado mis huesos, provocándome un estremecimiento. Quedé atónito y, apartando la mirada del chico por un momento, avisté al cuervo de antes posado otra vez sobre el muro. Siempre estaban presentes, siguiéndome.
«Como aves de mal presagio», pensé de manera ominosa. No creía en eso, pero...
—Félix —Cuervo llamó mi atención, dedicándome la misma serena sonrisa que en aquella tarde lluviosa—. No cometas este error.
Nunca antes alguien se había preocupado por rescatarme de mis propios errores, de detenerme cuando estaba al borde de cometer una imprudencia que solo complicaría aún más mi vida.
Por lo tanto, ahí lo confirmé: Cuervo estaba loco por ayudar a un caso perdido como yo.
Y, en un futuro, lo agradecería.
Ahora sí vamos conociendo un poco más a los protagonistas 👀
La verdad es que a Félix le tengo un especial cariño. No me identifico con sus problemas (pues tuve la suerte de no atravesar situaciones tan duras), pero hay ciertos aspectos de su personalidad con los que me identifico mucho. Conforme avance la trama irán descubriendo las aristas de este personaje, porque créanme que es un revoltijo de emociones jajajaja.
Como siempre, ¡muchísimas gracias por leer y nos vemos el viernes! 💜
Significado de palabras:
Madriza: paliza.
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