Canto número 16. ¿Los cuervos cantan a las almas?

No, los cuervos no cantan a las almas.

Pero hay quienes sí cuidan de ellas.

Existen dos tipos de personas extrañas en este mundo; aquellas que tienen comportamientos raros y perturbadores, y aquellos que consideramos extraños porque somos incapaces de comprenderlos y se salen de lo que nos han enseñado como normalidad, lo correcto, lo aceptable y lo moral. Kalen y su familia, los Ávila, eran el segundo tipo de rareza.

La normalidad espera normalidad por parte de otros, pero afortunadamente yo tampoco encajaba en ese molde, al menos no por completo. Mi vida era extraña, pero no en el sentido de lo inexplicable, sino en un sentido desagradable, una rareza incómoda. Por eso, no juzgaba tanto a la familia Ávila como los demás.

Sin embargo, había algo que odiaba de la excentricidad de Kalen, y eran sus llamadas a las cinco de la mañana de un domingo.

—¿Estás loco o te haces? —contesté el teléfono, susurrando para no despertar a mi padre, que había caído inconsciente en el sofá otra vez.

—Buenos días, yo estoy bien, gracias por preguntar —dijo Kalen de manera sarcástica, mientras parecía caminar de un lado a otro.

Fruncí el ceño.

—Buenos días no es lo que corresponde —repliqué—. Son las cinco de la mañana, Ávila.

—Uh, qué miedo, me llamas por mi apellido —se carcajeó—. Bueno, lo siento. Sé que es temprano, pero quería pedirte un favor.

Apoyé la frente contra la pared, suspirando de cansancio. ¿Por qué seguía cediendo a sus tonterías? ¿Acaso me pesaba tanto deberle por haberme ayudado?

—¿Qué tipo de favor? —pregunté, bajando aún más la voz al escuchar a mi padre moverse en el sillón.

—Es un secreto —contestó—. O más bien, una sorpresa. No puedo decírtelo por teléfono.

—Kalen...

—Solo decide si me ayudarás —interrumpió—. No estás obligado si no quieres, pero un poco de espontaneidad nunca viene mal, ¿no?

Escuchar eso de Kalen era como un arma de doble filo. Por un lado, sonaba como una invitación amistosa, pero por el otro, se sentía como una especie de prueba. Teníamos un compromiso con la Patrona de los cuervos y supuestamente debía ayudarlo a cambio de conocer el secreto de su comunidad. Nada era una coincidencia o una elección cuando se trataba de la "espontaneidad" de Kalen.

—No es opcional, estás mintiendo —dije entonces.

Kalen volvió a reírse al otro lado de la línea y luego, con una exhalación, dijo:

—Pasaré por ti en media hora.

Colgó la llamada y no me quedó más opción que subir a mi habitación, cambiarme, cepillarme los dientes y salir de la casa para esperarlo. Mi padre seguía durmiendo profundamente en el sofá, con una cerveza tirada en el suelo cerca de él. No se despertaría en un buen rato y, aunque lo hiciera, ni siquiera se molestaría en buscarme o preguntar por mí.

«Hay personas que no deberían tener permitido tener hijos». Eso es lo que decían los padres de mis compañeros de primaria cuando me veían solo en los eventos familiares. Yo pensaba y sigo pensando lo mismo.

Al salir de mi casa y cerrar con llave la puerta, me di la vuelta y me sorprendí al encontrarme con alguien a quien no había visto en mucho tiempo. Era una mujer sentada en una clásica Harley Davidson negra, con una chaqueta de cuero y cabello azabache y rebelde que apenas le llegaba a los hombros.

Me sonrió al verme, una sonrisa astuta en sus labios carnosos y rojos. Debía tener unos cuarenta años, tal vez incluso más, pero su estilo le daba cierta juventud.

—Hola, chico —me saludó.

No sabía su nombre y mucho menos por qué de repente aparecía afuera de mi casa con su motocicleta, pero esta era la cuarta vez que lo hacía en los últimos cinco años. La primera vez fue cuando tenía diez años, salí para ir a la escuela y la vi. Al principio la ignoré, ya que no era mi estilo entablar conversaciones con extraños, pero ella me llamó y me hizo una única y simple pregunta:

«¿Crees en la magia?»

Ahora, en el presente, ya no actuaba tan animado con ella. Simplemente me acerqué y pregunté:

—¿Vienes a mostrarme otro truco de magia? —pregunté.

Ella sonrió, entornando los ojos.

—¿Por qué? —inquirió, mostrándome la mano y luego cerrándola en un puño para volverla a abrir, revelando una moneda de diez pesos en su palma—. ¿Quieres ver uno?

Me lanzó la moneda y yo la atrapé.

—Es el mismo de siempre —señalé.

—A diferencia de ti —añadió, apoyando sus codos en el manubrio de la motocicleta—. Te siento diferente.

—No me conoces.

—Eso es lo que crees tú —replicó, señalándome con el dedo—. Sigue por ese camino, te está sentando bien.

Fruncí el ceño.

—¿Quién te crees que eres? —pregunté—. Siempre apareces, no me dices nada sobre ti y simplemente...

—¿Desaparezco? —preguntó, bufando y arrancando la moto—. Sí, ese es mi estilo, chico. Pensé que ya estabas acostumbrado.

Sin dejarme protestar, aceleró la moto y se marchó a toda velocidad, dejándome solo, con más dudas como siempre. Me limitaba a creer que era una loca, no podía haber otra explicación.

Permanecí de pie en la acera, mirando el camino por donde se había ido, hasta que escuché el característico motor destartalado del vocho de Kalen. Se detuvo frente a mí, bajó la ventana y me saludó con un movimiento de mano.

—Me alegra que hayas aceptado ayudar —dijo.

Me acerqué a su ventana y miré dentro del coche. Supuestamente, después de haberse descompuesto aquel día de la obra de Silvia, le habían dado un mantenimiento completo a la chatarra, pero para mí se sentía igual, solo un poco más limpia.

—Nunca fue mi elección —repliqué.

—No te preocupes. No te arrepentirás —aseguró Kalen, luego me miró de arriba abajo con una ceja levantada—. Pero, ¿estás seguro de que quieres ir vestido así?

—¿Por qué?

—Porque vamos a enterrar cuervos.

(...)

Lección número uno respecto a Alec Ávila, alias Kalen: él nunca miente.

Si dice que va a robar un banco, es porque va a robar un banco; si dice que va a comprar una bicicleta de tres ruedas, es porque va a comprar una bicicleta de tres ruedas; y si dice que vamos a enterrar cuervos, es porque definitivamente vamos a enterrar cuervos.

Me llevó hacia un terreno cerca de las orillas de Kaux, un terreno que a lo lejos parecía baldío, pero al adentrarnos por una calle de terracería, reveló ser una especie de gran jardín, o más bien de bosque con árboles de todos tamaños, en su mayoría pequeños, apenas en crecimiento.

Me dijo que era un terreno que pertenecía a su familia y, al bajarnos, lo primero que hizo fue darme una pala y decirme que lo siguiera. Nuevamente, no era opcional.

Caminamos a través de los árboles y nos detuvimos en un pequeño claro donde solo había retoños y espacio para plantar más.

—¿Qué tiene que ver enterrar cuervos con plantar árboles? —pregunté, enterrando la punta de la oxidada pala en la tierra.

—Es que esos árboles son los cuervos —respondió. Él llevaba una caja y, al abrirla, reveló pequeños frascos de vidrio, todos con una sola semilla dentro.

—¿A qué te refieres con eso? —indagué, confundido al ver las semillas.

Kalen sacó un frasco y me lo mostró.

—Esta es una especialidad de los Ávila —explicó—. Convertimos los cuerpos de seres vivos en cenizas y esas cenizas en semillas de árboles para plantarlos y preservar sus almas.

Amplié los ojos.

—¿Estás bromeando?

—Por supuesto que no —contestó—. También lo hacemos con cenizas de humanos. Es uno de los servicios que ofrecemos en nuestra funeraria.

Ahí fue cuando todo encajó. Los Ávila no eran una familia cualquiera. En realidad, cada vez que iba a su casa, me daba la impresión de que tenían buenos ingresos. Ahora entendía por qué; ellos eran los dueños de la antigua y conocida funeraria Ávila, la única de Kaux.

Miré a mi alrededor, sintiendo un escalofrío recorrerme de punta a punta.

—¿Entonces todos estos árboles...?

—Son almas —contestó—. O algo así.

—Eso no puede ser.

Kalen sonrió, divertido por mi reacción.

—Bueno, no es como que todos los cadáveres de Kaux estén aquí. Muchos prefieren ser enterrados o que los familiares conserven las cenizas. Este es solo otro servicio que ofrecemos —relató, acercándose a uno de los árboles—. Muchos de estos son cuervos. Al morir, los convertimos en árboles. Así honramos a X'Kau.

Me acerqué a él, viendo el árbol casi boquiabierto. No podía creer que tal cosa existiera en Kaux, un lugar que yo solo podía denominar como espantoso, cada día demostraba ser más... mágico.

«¿Crees en la magia?» Escuché la voz de aquella mujer de la motocicleta.

Creer era una palabra demasiado fuerte para mis estándares, pero...

—¿Puedes escuchar sus susurros? —Kalen interrumpió mis pensamientos.

—¿Susurros? —inquirí con un dejo de temor.

Asintió y colocó la palma de su mano contra el tronco, cerrando los ojos.

—Si despejas la mente, puedes escuchar los susurros de las almas —dijo.

—Eso es aterrador.

—Claro que no. —Abrió los ojos y tomó mi mano para pegarla al tronco también—. Es maravilloso.

Al inicio me sentí renuente a caer en sus locuras, pero como siempre, la curiosidad me venció y me dejé llevar. Cerré los ojos y silencié todos mis pensamientos para intentar escuchar los dichosos susurros.

Los escuché.

Fue rápido y repentino, llegaron a mí como una leve ola. Los sentí en mis oídos como suspiros, pero no podía entender del todo lo que decían. La mayoría eran palabras distantes de amor y agradecimiento, de paz.

Kalen tenía razón, eran maravillosos.

Aparté la mano del tronco y comencé a caminar lentamente, escuchando nuevas voces, más susurros, incluso graznidos de los cuervos que fueron convertidos en árboles. Una sonrisa nació en mis labios y una discreta risa abandonó mi garganta.

¿Qué era este sentimiento? ¿Qué diablos era este sentimiento tan hermoso? Un sentimiento tan...

—Cuidado —advirtió una nueva voz a mi lado y sentí que alguien me agarraba del brazo.

Me detuve y abrí los ojos de súbito. Los susurros se acallaron y, al darme la vuelta, me encontré con quien menos esperaba. Era la mujer de la motocicleta, ahí, parada al lado de mí.

—Tú... —comencé.

Ella sonrió.

—Estabas a punto de tropezar con esa caja —señaló. Y sí, ahí estaba la caja en donde venían las semillas—. Eso habría sido malo, ¿no te parece?

Salí de mi estupor y me aparté de ella, frunciendo el ceño con exageración.

—¿Qué haces tú aquí?

A ella le pareció divertida mi confusión, pero antes de responder, Kalen se acercó a nosotros, diciendo:

—¡Ah, veo que ya se conocen! —exclamó.

Me volví hacia él.

—¿ la conoces? —cuestioné.

—Pues claro, sería muy extraño de otra forma. —Se carcajeó.

—¿Cómo...?

—Ella es mi mamá —presentó Kalen—. Claudia Ávila.

Esto me sorprendió casi tanto como el bosque de almas. Esa mujer, la que se aparecía de vez en cuando frente a mi casa, todo este tiempo fue la mamá de Kalen. ¿Cuáles eran las probabilidades? No, mejor aún, ¿por qué lo hacía?

—Entonces tú...  —empecé, pero fui interrumpido cuando Claudia me dio la espalda y miró los árboles.

—Ya veo que has cuidado bien de este lugar, Kalen —dijo a su hijo.

—Por supuesto —contestó él.

Claudia se volvió hacia mí y ladeó ligeramente la cabeza.

—Tú también llamas a mi hijo Kalen, ¿no es verdad? —interrogó.

Yo tenía mil preguntas, demasiadas dudas en la cabeza para formar respuestas coherentes, sin embargo al ver sus ojos, me percaté de que no recibiría respuesta a ninguna. La madre de Kalen, Claudia, era también un cuervo del presagio, sus ojos negros como el abismo la traicionaban, pero estos, en lugar de reflejar un simple rostro, reflejaban algo más... profundo.

—Sí —me limité a responder.

—El primer humano que ayudó a X'Kau fue un hombre cuyo nombre era Kalen —contó de manera casual—. Fue el primer servidor de nuestro dios, lamentablemente, mi esposo insistió en que le pusiéramos a nuestro hijo un nombre más común, así que se quedó marcado con el aburrido nombre de Alec.

—Mamá...

Claudia ignoró a su hijo y se dirigió a mí.

—Así que usa ese apodo, Kalen, con cuidado —advirtió con seriedad—. En esta comunidad nos tomamos las cosas muy en serio, incluso un simple nombre.

—Es suficiente, mamá —insistió Kalen.

Pero yo no me dejé intimidar.

—No soy imprudente —repliqué—. No cuando se trata de este tipo de cosas.

Claudia se vio satisfecha con mi contestación y se alejó un par de pasos, suspirando y viendo su reloj de muñeca.

—Voy tarde —avisó—. Será mejor que me marche.

Kalen se apresuró a acercarse a ella.

—Mamá, respecto a...

—Iré a cenar a la casa —interrumpió—. Hablaremos entonces.

Kalen no pudo protestar, solo cerrar la boca y asentir. Su madre se despidió de nosotros con un movimiento de la mano y se marchó, perdiéndose entre los árboles.

—No entiendo qué es lo que acaba de ocurrir —admití.

Kalen negó con la cabeza.

—Cosas de familia, no te preocupes por ello —dijo—. Mi mamá es algo distante. Digamos que su vida no ha ido exactamente como le hubiese gustado.

—¿Por qué lo dices? —indagué—. Digo, si puedo preguntar.

—No hay problema. —Exhaló—. Lo que pasa es que mi papá no es un cuervo del presagio y eso normalmente no sería un problema exactamente, pero él no... Él no es afín a este mundo. Mi mamá trató de convencerlo y al inicio aceptó, le permitieron conocer el secreto, se casó con mi mamá y formaron una familia, pero ahí fue cuando todo cambió. Mi papá quería que mi hermana y yo nos criáramos "normalmente", lejos de la comunidad. Mi mamá no estuvo de acuerdo, fue un gran pleito y decidieron separarse. No están divorciados, pero tampoco se han visto en algún tiempo.

—Entiendo —dije—. O eso creo.

Kalen bufó de manera algo desalmada.

—Mi mamá sacrificó mucho por nosotros —continuó—. Ella iba a ser la Patrona de los cuervos de esta generación, ¿sabes? Fue la primera elección, pero...

—Decidió formar una familia —completé.

—Exacto.

Nos quedamos en silencio y sentí que tal vez debía decir algo, consolarlo, hacer cualquier cosa, pero no sabía qué o cómo.

—Kalen...

—Hay que excavar —acotó, sonriendo de manera forzada—. Esos cuervos no se plantarán solos.

Ahí lo entendí, Kalen era extraño, su familia era extraña y su mundo en sí era extraño, pero en el fondo, seguían siendo tan normales y humanos como cualquier otro.

Sufrían, al igual que todos.

Este capítulo es un poquito de relleno, pero era necesario para que conocieran a Claudia Ávila y un aspecto más de la familia de Kalen 👀

¡Muchísimas gracias por leer! 💜

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