Canto número 15. ¿Los cuervos cantan distanciamiento?

Los cuervos no cantan distanciamiento.

Pero yo sí lo impuse.

La distancia era una especie de segunda naturaleza para mí. Estaba tan acostumbrado a pintar una raya entre yo y otros, entre yo y el mundo. Esta vez, había impuesto distancia con Kalen.

Llevábamos una semana sin hablarnos o vernos las caras. Él intentó buscarme durante los primeros días, pero yo lo evitaba tanto cómo podía. Venía a buscarme a mi salón, yo me salía antes de eso; llamaba a mi casa, yo contestaba y colgaba al instante. Tal vez era inmaduro de mi parte o demasiado rencoroso, pero algo no me permitía simplemente perdonarlo y avanzar tras haberme comparado con mi padre, la persona que más me ha herido en esta vida.

Sin embargo, había algo que no lograba comprender, una pesadez en el cuerpo que se asemejaba a una fatiga que no desaparecía ni con diez horas de sueño.

¿Por qué me afectaba tanto estar lejos de él?

Suspiré y levanté la cabeza del pupitre para ver el reloj colgado en la pared. Estaba en el salón de detención, era mi último día y solo faltaban dos minutos para darle fin al castigo. Eran tres horas de sentarme en silencio en ese salón con un profesor vigilándome, aunque en realidad estaba más entretenido leyendo una revista barata de chismes de actores de telenovelas.

Las manecillas, además de las carcajadas del profesor, eran lo único que llenaban el silencio y, para ser sincero, lo agradecía hasta cierto punto porque eso significaba que el origen del ruido no era mi cabeza. Esos pensamientos que me daban incesante vueltas y se oían como la estática de un televisor.

Por fin, el reloj marcó las seis en punto y me levanté de mi lugar. El profesor apartó sus ojos de la revista, vio la hora y luego a mí con seriedad.

—Muy puntual para marcharte, ¿no? —inquirió con toda la intención de molestarme.

Lo ignoré, tomando mi mochila del suelo y saliendo del aula casi azotando la puerta. Él sabía que era mi último día de castigo y estoy seguro de que estaba esperando con ansias que terminara para rematarme con una provocación.

«Hijo de perra». Pensé, aferrando la correa de mi mochila hasta casi enterrar las uñas.

—¡Hey, Félix! —exclamó la voz de Silvia a mis espaldas, tomándome por sorpresa. Desde lo que pasó, solo la había visto a lo lejos en la escuela, sin acercarnos, hablarnos o siquiera vernos directamente a los ojos.

Me detuve y me di la vuelta para verla de frente. Se acercó trotando, llevaba el uniforme, pero encima un suéter azul innecesariamente largo.

—Hola —saludé con simpleza.

Silvia se detuvo a mi lado, traía en la mano su mochila que se asemejaba a una especie de un morral tejido a mano con flores bordadas.

—Hoy fue tu último día de detención, ¿no? —preguntó, recuperando el aliento—. Eres hombre libre.

—Algo así.

Silvia sonrió y luego miró a nuestros alrededores, frunciendo el ceño.

—¿Y Kalen? —indagó—. Es raro no verlo pegado a ti como un chicle. Digo, no es que esté mal ni nada por el estilo, pero como ustedes siempre andan juntos pensé que...

—Silvia —acoté, perdiendo la paciencia que de por sí nunca he tenido y ahora menos si se trataba de Kalen—. ¿Por qué me buscabas?

—Lo siento, tienes razón. —Sacudió la cabeza y colocó su mochila en el suelo, agachándose junto a esta y rebuscando en el interior—. La verdad es que quería darte algo, por eso te estaba buscando.

Levanté una ceja.

—¿Darme algo? —pregunté, omitiendo por esta vez el típico "¿a mí?"

Asintió, sonriendo.

—Sí, un regalo de agradecimiento por haberme ayudado la semana pasada —explicó—. Siento que no pude agradecerte apropiadamente, a ti y a Kalen, pero sobre todo a ti. Te metiste en problemas por mí.

Rasqué mi nuca, algo avergonzado.

—No... No fue nada —aseveré.

—¿Qué dices? —Se carcajeó, levantando la mirada—. Fue todo un momento de protagonista para ti. Y yo que pensaba que serías más bien un tipo de personaje serio y aburrido.

—Oye.

Volvió a reírse. Me recordaba a Kalen, sin pena de expresarse.

—¡Ajá! —exclamó—. La encontré. ¿Estás listo para tu sorpresa?

—Supongo que sí.

Silvia se incorporó y vi que en sus manos llevaba una vieja cámara fotográfica. Era del tipo que, al tomar la fotografía, las imprimía; una cámara instantánea vieja, pero con cierto encanto en su desgaste.

—Me costó mucho encontrar algo para darte —admitió, tendiéndome la cámara—, pero estoy casi segura de que le darás un mejor uso que yo.

La tomé, dudoso. Pesaba un poco.

—¿Por qué una cámara? —cuestioné.

Se encogió de hombros.

—No lo sé, ayer la vi arrumbada en mi armario y me recordó a ti —admitió—. Tiene tu estilo. Es como un alma vieja, pero con una gran cualidad.

No pude evitar bufar.

—¿Dar golpizas y meterse en líos se le considera una cualidad? —cuestioné.

—Me refería a la razón detrás de esa golpiza. —Se carcajeó—. Aunque no todos saben tirar un puñetazo tan bien sin romperse un dedo o algo.

Miré la cámara, entendiendo con solo verla cómo funcionaba exactamente. Era simple, tan simple que hasta un niño podría utilizarla.

—¿Cuál es la razón detrás de la golpiza según tú? —pregunté entonces, temiendo sonar tenso o demasiado serio.

Silvia se apenó un poco ante la interrogante, pero, tras dudar, contestó en voz baja:

—No eres egoísta. No me diste la espalda como otros o fingiste no ver nada —explicó—. Eso es una gran cualidad si me lo preguntas.

Si lo analizaba a la distancia, tal vez tenía razón. A sus ojos, fui el único que se atrevió a interponerse y hacer algo al respecto ante una situación que a leguas se notaba que estaba mal, pero a los ojos de los demás, de los espectadores que después corrían rumores y criticaban como jueces de la moral, yo solo era un violento, un perfecto ejemplo del adolescente podrido y el caso perdido.

—Me alegra que... Que lo veas así —dije, igual bajando la voz—. Gracias.

Silvia, al igual que Kalen, habían visto algo en mí, esa parte tan pequeña y oculta que solo relucía en momentos altamente mal interpretables. Los demás no lo notaban, pero que al menos dos sí lo hicieran... Eso me hacía sentir al menos un poco menos fracasado.

—Gracias a ti, Félix —añadió Silvia y luego suspiró—. Ahora solo debo agradecerle a Kalen. Ese chico es extraño, ¿no te parece?

—¿Por qué lo dices?

—No lo sé, pero lo que me dijo después del incidente, a pesar de lo simple que fue, movió un interruptor en mi cabeza y me inspiró a dar el paso que tanto me aterraba —explicó—. Además, ayer me dijo que llovería en cinco minutos y exactamente cinco minutos después empezó a caer un aguacero. Tiene un sexto sentido o algo así, no lo comprendo.

—No intentes comprenderlo —dije, negando con la cabeza—. Es inútil querer entender a ese tipo.

—Tienes razón, además le quitaría lo interesante. —Miró la hora en su reloj de muñeca y amplió los ojos—. Tengo que irme, la profesora de teatro nos convocó a una pequeña reunión.

—Oye, espera. —La detuve antes de que se marchara—. ¿Qué pasó con Rodrigo y tu familia?

Silvia sonrió con un atisbo de extraña melancolía.

—Les dije la verdad, confesé lo que en realidad quiero. No estuvieron contentos al inicio y Rodrigo armó un enorme drama, pero al final, familia es familia y me apoyaron —relató—. Así que ahora no puedo permitirme fallar. Rodrigo se fue de mi vida, ya no nos casaremos a futuro ni nada por el estilo, pero...

—Tienes una enorme responsabilidad sobre tus hombros —completé.

—Sí —afirmó y de pronto su sonrisa abandonó toda la tristeza y se volvió jubilosa, sincera, iluminando su rostro—, pero me encanta.

(...)

Cuando iba de camino a casa, el sol ya estaba cayendo y se podían apreciar un par de estrellas en el cielo acompañando a una luna casi llena, pero como era la costumbre en Kaux, ese cielo despejado se nubló en cuestión de un minuto a otro y comenzó a lloviznar.

A pesar de las frías gotas que me caían en la cabeza, no apresuré el paso. Me lo tomé con calma, muy habituado a empaparme de punta a punta. Era relajante, una calle solitaria, el sonido de la lluvia colisionando contra el pavimento.

Cerré por un momento los ojos, sintiendo el agua escurrir por mi rostro, pero esa paz, ese efímera y fantástica paz, fue interrumpida por un graznido.

Separé los párpados de súbito y me encontré con cuervos parados a mi alrededor, formando un semicírculo. Supe al instante que esto no era natural, las aves no se comportaban así y menos cuando estaba lloviendo.

Exhalé y, al escuchar unos suaves pisadas detrás de mí, pregunté:

—¿Qué es lo que quieres, Kalen?

No me di la vuelta, pero sabía que era él, más allá de los cuervos, sentía su presencia como una sombra que me seguía.

—¿Por qué me estás evitando? —cuestionó Kalen.

De repente la lluvia se intensificó un poco más. Giré el cuello tan solo un poco, lo suficiente para verlo con el rabillo del ojo. Ahí estaba, con el uniforme de la escuela, pero usando su típica chaqueta azul encima.

—Tú ya sabes la razón —contesté. No me cabía duda que sabía, era demasiado sensible para pretender ser ignorante.

—Lo sé, pero quiero que tú me lo digas, quiero entender completamente qué es lo que pasa por tu cabeza —insistió, dando un par de pasos hacia mí para cerrar la distancia que nos separaba.

De pronto me consumió el enojo, ese que llevaba días conteniendo, que me consumía y me agotaba. Me di la vuelta y, con el entrecejo fruncido y el retumbe de un trueno a lo lejos, bramé:

—¡¿Por qué me comparaste con mi padre?! —exigí una respuesta, dando un recio paso hacia él, salpicando mi pantalón con el agua en el pavimento—. ¡¿Quién te dio el derecho?!

—Nadie me lo dio —respondió, tranquilo a diferencia de mí—. Mi intención no era hacerte sentir mal, pero necesitaba sacarte del enojo y...

—¡¿Y creíste que esa era la mejor manera?! —grité—. ¡¿Aterrorizándome?!

Kalen se alarmó ligeramente ante la palabra que empleé. Aterrorizar sonaba mal, horrible, pero era la mejor manera de describirlo. Me aterrorizaba, mi padre era mi terror en persona.

—No, esa no era mi intención —aseveró—. Tienes toda la razón, estuvo mal. No debí haberlos comparado. Discúlpame.

Sacudí la cabeza.

—Tú no eres estúpido, Kalen, no tienes ni un pelo de tonto —mascullé—. Así que, si lo dijiste, fue por algo. No me mientas.

—En verdad no lo pensé, Félix, yo no...

—¡Claro que lo pensaste! —exclamé, desesperado—. ¡Crees que soy como él!

—Félix...

Me aferré al cuello de su chaqueta, acercando nuestros rostros.

—¡Dime la verdad, Kalen! —demandé.

—¡Félix! —exclamó, frunciendo el entrecejo—. ¡Ya deja de gritar idioteces!

—¿Qué...?

—A ti no te molesta que los haya comparado, ni siquiera estás verdaderamente enojado. —Bajó la voz—. Estás asustado.

Me paralicé. Sentía miedo como cualquier otro, me asustaba y me convertía en alguien muy vulnerable, pero nadie jamás me había visto en este estado, nadie lo notaba porque yo lo ocultaba.

—No estoy...

—Sí lo estás —interrumpió—. Te aterra convertirte en él, en tu padre, es por eso que te molestó que yo hiciera esa comparación, pero ni siquiera es enojo, es miedo, miedo tratando de ocultarse.

—No sabes lo que dices.

—Claro que lo sé —afirmó—. Y tú sabes que yo lo sé perfectamente.

—Ya cállate —imploré con un murmullo, aferrado a su ropa con fuerza—. Ya basta, por favor.

—No, Félix. —Me tomó de las muñecas, quitando mis manos de su chaqueta—. Vas a escucharme porque es necesario.

—No, no lo haré.

—Lo harás porque no eres tu padre, Félix Rangel —dijo con firmeza—. Tú no eres ese hombre, ese monstruo que solo te aterroriza, no eres en lo absoluto como él y tampoco te convertirás en eso.

—¡Eso no puedes saberlo! —bramé—. ¡Ni siquiera tú puedes!

—Tal vez no pueda saberlo, tal vez no pueda ver el futuro lejano, pero sí puedo influir en tu presente y cambiar lo que pueda venir —aseguró—. Soy tu cuervo del presagio, Félix, y voy a salvarte.

Sentí eso como una estocada al corazón, pero no porque fuera malo, sino porque fue como una brusca manera de despertarme, de darme cuenta de que yo todavía podía zafarme de un destino que me aterraba, de que alguien, alguien a quien le importaba, estaría ahí para tomarme de la mano y guiarme por el camino correcto.

Me relajé y me tragué un pequeño nudo que se había formado en mi garganta. Miré a Kalen a los ojos, mi reflejo era vulnerable, preocupado, pero con un atisbo de esperanza. Como odiaba esa palabra, pero si de verdad existía... Era maravillosa.

—No quiero que me salves —musité, pero era una mentira, ambos lo sabíamos, solo era una manera de aligerar el ambiente, de volver a ser el mismo de siempre con Kalen.

Kalen lo comprendió y esbozó una suave sonrisa.

—Lo sé, pero soy demasiado necio para obedecerte —replicó.

Imité su sonrisa de una manera más débil, pero la intención estaba ahí, oculta, discreta, preparada para algún día relucir en todo su esplendor.

Caminamos juntos hacia mi casa. La lluvia ya se había detenido y los cuervos revoloteaban a nuestro alrededor, comiendo las semillas que Kalen les aventaba.

Saqué la cámara que me regaló Silvia de mi mochila y la dirigí hacia Kalen. Cuando él se percató y volteó, un cuervo se atravesó en la toma, cubriendo por completo su cara. La foto salió de la cámara y al agitarla y ver el resultado, Kalen se echó a reír como nunca.

—Es la mejor foto que me han tomado —bromeó.

—La tiraré —dije.

Pero eso fue una mentira, la conservé y la atesoré al igual que todos los buenos recuerdos en forma de objetos que había recibido en mi vida, guardados en lo profundo de mi armario, dentro de una vieja caja. Había un desgastado brazalete que hice en la escuela con el nombre mal escrito de mi mamá, el alebrije de Ramona, la cámara de Silvia y ahora la fotografía de Kalen.

Todos me importaban, todos significaban algo y todos los conservaría hasta que mi tiempo en esta tierra se acabara.

De verdad no tienen idea de lo mucho que amo a estos dos 😭

¡Muchísimas gracias por leer! 💜

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