Canto número 14. ¿Los cuervos cantan indignación?
Los cuervos no cantan indignación.
Pero yo sí la sentía, con o sin justificación.
El escándalo que armamos no pasó desapercibido, de hecho, levantó tanto revuelo que cuando Kalen me detuvo y me aparté de Rodrigo Cabrera, me percaté del público que se amontonó a nuestro alrededor. Padres, alumnos, incluso un intendente. No fue hasta que la profesora del taller de teatro vino a asomarse que alguien se dignó a buscar a la directora.
La directora vino corriendo y lo único que me dijo antes de dirigirse hacia Rodrigo, fue que la esperara en su oficina. A Silvia también le pidió lo mismo y ninguno tuvimos voz ni voto. Bajamos la cabeza, más yo que ella, y entramos al edificio con todas las miradas y cuchicheos a nuestras espaldas.
—Se estaban peleando por esa chica —murmuraban algunos.
—El del aro en la nariz comenzó el pleito. Se ve que es violento.
Los ignoré, pero no porque no me molestaran, sino porque ya estaba acostumbrado a oír ese tipo de cosas y la molestia se había convertido en hastío, uno que me llevaba a hacer oídos sordos a cada crítica con mi persona implícita.
—¡Oye, Félix! —exclamó Kalen, abriéndose paso entre la multitud para acercarse a mí y tomarme del hombro—. ¿Estás bien?
Al voltearme hacia él y encontrarme con sus ojos negros, me sobrevino una abrumadora vergüenza. Veía mi reflejo, mi cara de pena y de una terrible aceptación. Yo era una desgracia, un fracaso, alguien que se iba a los golpes ante la menor provocación. ¿Qué podría alguien esperar de mí?
Creía que Kalen era diferente, pero al final, usó mi mayor debilidad en mi contra como todos los demás que buscaban "hacerme entrar en razón".
«No es él, no es tu padre, así que tú tampoco te comportes como él». Eso fue lo que me dijo. ¿Cómo se atrevía a compararme con ese monstruo?
Hice de mi mano un puño y la vergüenza fue reemplazada por enojo, una profunda indignación.
—¿Félix? —preguntó Kalen entonces. Por la forma en que me veía con preocupación, supe que se dio cuenta de mi reacción, de mi enojo hacia él.
—Estoy de maravilla —contesté su primera pregunta con un exceso de sarcasmo y luego me aparté de su mano para entrar a la escuela, dándole la espalda.
Kalen no dijo más, al menos le alcanzaba la prudencia para saber cuándo callarse. Me siguió unos pasos detrás, de seguro la directora también le pidió que fuera a la oficina porque era un testigo de lo acontecido.
Nos sentamos en la sala de espera afuera de la oficina. A esta hora el colegio estaba vacío, no había ni un ruido, era como entrar a una zona fantasma que por las mañanas se convertía en una especie de carnaval de niños y adolescentes.
Silvia fue quien rompió el silencio al suspirar y pasar una mano por su rostro. Ya no estaba llorando, pero tenía los ojos irritados y los párpados ligeramente hinchados.
—Qué día más de la chingada —musitó para sí y luego volvió su mirada hacia mí, sentado a su lado—. ¿Estás bien?
¿Por qué todos me preguntaban lo mismo? Era evidente que, al menos físicamente, estaba bien. Emocionalmente era un camión de carga sin frenos, pero que de alguna manera lograba seguir rodando por la carretera sin estrellarse.
—Estoy bien —respondí de manera monótona.
Silvia asintió, incómoda.
—De verdad lo siento —dijo entonces, bajando la voz. Me vio a mí y luego a Kalen, sentado a mi lado derecho—. A ambos les ofrezco disculpas. No quería que se vieran involucrados en esto.
—No tienes que disculparte —aseguró Kalen con una empática sonrisa. Siempre estaba tan tranquilo, pero ahora mismo se veía tenso y tenía el presentimiento de que era por mí, por cómo lo había tratado hace unos minutos.
—Gracias por defenderme, Félix —continuó Silvia—. Sé que eso te metió en problemas, pero...
—¿Por qué sales con un tipo como ese? —acoté. No estaba de humor para responder con amabilidad que no tenía problema alguno con haberla defendido o asegurarle que todo estaba bien. Solo quería explicaciones, entender por qué estaba con un tipo tan nefasto y lo dejó escalar a tal punto.
Silvia se encogió ante el cuestionamiento. Este no era un tema que le agradara y de pronto me sentí como un patán por interrogarla de esta manera, pero antes de poder disculparme, Kalen interfirió:
—No tienes que responder si no quieres —dijo, siempre prudente, siempre poniendo por delante el bienestar de otros.
—No, está bien —aseveró Silvia con un murmullo—. No son los primeros que me lo preguntan y, la verdad, no tiene sentido seguir guardando el secreto o avergonzarme cuando lo que pasó fue la gota que derramó el vaso.
—¿Esto ya ha pasado antes? —pregunté, con un toque de temor escondido en lo profundo de mi voz. No podía evitar pensar en mis propios padres.
—No, no así —contestó y me sentí un poco aliviado. Exhaló y luego apoyó sus brazos sobre sus rodillas, fijando la mirada en el suelo—. Rodrigo y yo... Nuestra relación es un arreglo. Un arreglo por parte de nuestros padres.
—¿Un arreglo? —inquirió Kalen, levemente extrañado. Me sorprendía que no lo hubiese deducido antes con lo observador que era.
—¿En qué año creen que estamos para arreglar relaciones? —pregunté yo en cambio.
Silvia sacudió la cabeza.
—Lo que pasa es que nuestras familias llevan muchos años siendo amigas, en específico nuestros padres —explicó—. Los Cabrera, la familia de Rodrigo, son muy adinerados, dueños de algunas de las franquicias más importantes en Kaux. Mi familia, en cambio, no es adinerada, somos panaderos, y no es un mal negocio, pero no le llega ni a los talones a los Cabrera.
Ya sabía a dónde iba con esto. Era típico que las familias casaran a sus hijas con tipos adinerados bajo la falsa percepción de que así las sacarían adelante y se ahorrarían un problema a futuro. Era una creencia horrible y egoísta.
—Entonces fue por dinero —concluyó Kalen en voz alta.
Silvia asintió.
—Sí, el loco plan de mis padres es que me case con Rodrigo tan pronto termine la escuela. —Se aferró a su vestido con fuerza, con enojo—. Como si mis sueños no valieran absolutamente nada.
—¿Y qué hay de Rodrigo? —cuestioné—. ¿A él le vale un carajo todo esto?
—Para él no cambia nada —masculló—. Heredará los negocios familiares, siempre tendrá dinero y cero preocupaciones. Yo solo soy un objeto más en su vida, me trata con la punta del pie porque cree que él me está dando más a mí de lo que yo a él, por eso actúa así. —La furia se hizo más presente en ella cuando se aferró a sí misma hasta casi enterrarse las uñas—. Se casará conmigo por mero compromiso, me seguirá tratando como una mierda, de seguro me engañará infinidad de veces y hará un desastre de su puta vida, pero nunca sufrirá ni una consecuencia. ¡Ni una maldita consecuencia!
—Silvia... —comenzó Kalen.
—Yo, en cambio, sería considerada una fracasada por no haberme casado, por seguir sueños tontos, por ser una niña estúpida —continuó desahogándose, había lágrimas en sus ojos, pero no eran de tristeza, sino de ira en su forma más cruda—. Lo odio. Odio que ese imbécil pueda hacer lo que quiera por haber nacido con el "privilegio" de ser hombre. ¡LO ODIO!
Su grito rebotó en el pasillo, espantándome un poco. Me era extraño ver a otros quebrándose de esta manera cuando solo estaba acostumbrado a mis propios tormentos.
Kalen, por suerte, se quedó sereno. Se puso en pie y se acercó a Silvia, acuclillándose frente a ella para quedar a su nivel.
—Entonces renuncia —dijo, su voz era estable, pero con un tono firme—. Renuncia a lo que te imponen, Silvia.
Silvia sacudió la cabeza mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—No puedo... No puedo hacerle eso a mi familia.
—¿Y por qué tu familia sí puede hacerte esto? —inquirió Kalen—. ¿Por qué ellos tienen el derecho de lastimarte? No les debes tu felicidad, no tienes una deuda con ellos a pesar de todo lo que te hayan dado. La familia es amor, es cariño y comprensión, no culpa, presión y violencia. Renunciar a tus sueños jamás debe ser una forma de pago o retribución.
Silvia lo miró con desesperación.
—¿Y cómo lo hago? —preguntó—. ¿Cómo consigo el valor para aferrarme a lo que quiero sin temor?
Kalen esbozó una cálida sonrisa, una que parecía darle color a esos ojos tan oscuros. Estiró su mano hacia Silvia y la tomó, dándole un apretón.
—Confiando —contestó con simpleza—. La única manera es confiando, Silvia. Sé que quieres una respuesta más clara, que te diga exactamente cómo hacerlo, pero creo que tú ya sabes perfectamente cuál es el primer paso que debes dar.
Silvia se tornó boquiabierta y parecía a punto de decir algo más, pero en ese momento resonaron en el eco del pasillo los tacones de la directora. Se detuvo frente a nosotros con las manos en la cintura y una expresión de cansancio en su arrugado rostro.
—Entren —pidió.
Los tres obedecimos. Silvia entró primero y luego Kalen y yo. Kalen me veía con un rastro de consternación, o tal vez era culpa, nunca había recibido ese tipo de emociones o arrepentimientos. Cuando mi padre me golpeaba, parecía un psicópata curado de la culpa y era yo quien debía asimilarlo, superarlo y actuar normalmente al día siguiente.
«No es él, no es tu padre, así que tú tampoco te comportes cómo él». Volví a escuchar sus palabras. ¿Cómo se atrevió a decirme eso?
Ignoré por completo a Kalen y entré a la oficina de la directora, sentándome en la silla vacía junto a Silvia, mientras que Kalen se quedó unos pasos detrás. La directora suspiró y apoyó sus codos sobre el escritorio, masajeando sus sienes.
—¿Qué fue lo que ocurrió exactamente? —interrogó. No parecía enojada, pero sí tensa. No debía ser grato tener que arreglar este tipo de altercados.
Silvia me miró con el rabillo del ojo, tal vez pidiéndome permiso para decir toda la verdad. Me valía un comino lo que dijera, sea como sea, yo sería el que se metería en problemas porque nadie espera nada bueno de mí. Un castigo más no significaba absolutamente nada.
—Lo que pasa es que...
—El novio de Silvia se puso agresivo —interrumpió Kalen, sonaba serio, más que de costumbre—. Félix solo la defendió.
La directora Erlinda, como la vez pasada, le creyó fácilmente, pero no parecía satisfecha del todo. Asintió y luego se volvió hacia mí y Silvia, esperando algo más, que los directamente involucrados dijéramos algo, lo que fuera.
—Silvia —llamó entonces, rompiendo el silencio—. ¿Estás bien?
Silvia se sorprendió ante la pregunta y debo admitir que yo también. Se agradecía que pusiera por delante el bienestar de su alumna antes que la reputación de la institución o los problemas que una queja de una familia adinerada como los Cabrera podría significar.
—Sí, estoy bien —musitó, apenada. Por un momento recordé a mi mamá, se avergonzaba de que la gente se enterara de lo que sucedía entre ella y mi padre.
Cerré momentáneamente los ojos, apartando esas imágenes de mi cabeza. No era el momento, en realidad, nunca lo era.
—¿Esto sucede a menudo? —cuestionó la directora.
Silvia desvió la mirada y negó con la cabeza.
—No, él... Él estaba de mal humor esta noche —respondió—. Es la primera vez que hace algo así.
La directora la miró con consternación.
—¿Tus padres saben sobre esto? —preguntó—. Lo que sucedió no es correcto, no está bien bajo ningún contexto o circunstancia, ¿lo entiendes?
Silvia asintió.
—Lo sé. —Exhaló y levantó la mirada—. Lo arreglaré. Lo juro.
De pronto adquirió una confianza que no pude más que envidiar. En sus ojos había una nueva resolución, tal vez por lo que le dijo Kalen o tal vez porque los peores eventos son los únicos capaces de abrirte los ojos. Me alegraba por ella, me aliviaba saber que estaba al tanto del problema e iba a arreglarlo.
—Señor Rangel —llamó la directora y me dirigió la mirada—. Le agradezco que haya defendido a su compañera y estoy segura de que ella también se lo agradece, sin embargo...
—¡No fue su culpa! —interrumpió Silvia de pronto—. Félix de verdad solo me estaba defendiendo y tiene razón, se lo agradezco mucho. —Juntó ambas manos frente a sí—. Por favor no lo castigue, no sería justo.
Erlinda exhaló, pasando una mano por su rostro.
—Lo sé, sé que el señor Rangel no tenía malas intenciones —aseguró, viéndome fijamente—. Sin embargo, no puedo dejar pasar la agresión física por parte de uno de nuestros alumnos.
—Rodrigo Cabrera también estaba siendo violento —intervino Kalen—. ¿Qué hay de eso?
—El señor Cabrera no es parte de la institución, por lo tanto no puedo hacer nada al respecto —explicó—. Hablé con él y me exigió que lo expulse, señor Farrera.
—¡¿Qué?! —exclamaron Silvia y Kalen al mismo tiempo.
Yo, en cambio, ni siquiera me alarmé. Era de esperarse, me enojaba, sí, pero ¿qué haría mi palabra contra la suya?
Me crucé de brazos, frunciendo el ceño.
—¿Entonces qué? —pregunté y todos los ojos se posaron sobre mí—. ¿Ese es el veredicto?
—Félix... —Comenzó Kalen.
—No, por supuesto que no —acotó la directora—. No lo expulsaré, señor Rangel.
—¡¿De verdad?! —exclamó Silvia, emocionada.
Pero yo no me precipité tanto a celebrar, este tipo de cosas siempre traían consigo un pero o una condición. Arrugué más el ceño.
—¿Cuál es la condición? —preguntó Kalen antes de que yo pudiera hacerlo.
—La condición es más bien un arreglo —explicó la directora—. Señor Rangel, para evitarnos problemas a futuro con la familia Cabrera, sí tendré que imponerle un castigo.
Rodé los ojos. Esta ya me la sabía.
—¿Cuánto tiempo de detención? —inquirí.
—Una semana entera y un reporte me parecen suficientes —respondió.
No iba a discutirle. Me salvé de la expulsión y eso me bastaba.
—De acuerdo —cedí.
—Pero eso... —Silvia quiso protestar, pero Kalen la detuvo apretando su hombro y negando con la cabeza.
Todos sabíamos que esta era la mejor oferta que iba a recibir.
—Ya pueden retirarse —indicó la directora a Silvia y a Kalen, mientras que yo tuve que quedarme un par de minutos más para recibir el reporte—. Por favor, que venga firmado por su padre para el lunes.
Solo asentí y me dirigí hacia la puerta, pero antes de poder poner un pie fuera, la directora me dijo una última cosa:
—Señor Rangel, quiero que sepa que yo sí creo en la redención y lo he visto estas últimas semanas, desde que se juntó con el señor Ávila, he notado un cambio —dijo, sonriendo ligeramente—. Si continúa así, puede que, al terminar el año, borre algunas faltas de su historial.
Me aferré a la manija de la puerta.
—Gracias. —Fue lo único que salió de mí. No es que no lo aprecie, pero no sabía cómo corresponder, cómo agradecerlo.
Salí de la oficina y, mientras caminaba hacia la salida, vi el reporte en mis manos. Ya tenía práctica falsificando la firma de mi padre, por lo que firmarlo no sería problema alguno, era como un obstáculo innecesario.
Suspiré, cansado, y cuando estaba por llegar a las puertas del edificio de la escuela, escuché la voz de Kalen resonando en el pasillo.
—¡Félix! —exclamó.
No quería detenerme, no quería hablar con él, pero...
—¿Qué? —Me forcé a pararme y contestar.
Kalen me tomó del hombro y me forzó a darme la vuelta. Lo hice de mala gana, evitando sus ojos adrede porque ahora menos que nunca quería ver mi reflejo en ellos.
—Te agradezco por haber ayudado a Silvia —dijo—. Yo no pude llegar a tiempo, pero tú...
—No tienes que agradecerme —acoté con frialdad—. Este era tu plan desde el inicio, ¿no? Que resolviera tu presagio, supongo que ya estarás contento.
Kalen arrugó las cejas, preocupado.
—Félix...
—Fue suficiente, Kalen. —Le di la espalda—. Fue más que suficiente.
Uuh, problemas en el paraíso 😈
¡Muchísimas gracias por leer! 💜
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