Canto número 11. ¿Los cuervos cantan sensaciones?

Los cuervos no cantan sensaciones.

Pero yo sí estaba abrumado por ellas.

Mis manos estaban sudando y sentía un nudo en el estómago. Nunca antes me habían invitado a comer, y mucho menos a cenar por una ocasión especial. De hecho, jamás había sido invitado a la casa de alguien más. Desde mi perspectiva, era una gran intrusión en la privacidad, pero estaba claro que Kalen y su familia no compartían esa opinión. Ellos eran normales en ese aspecto, y solo en ese aspecto.

Ahora me encontraba frente a la puerta de la residencia de los Ávila, acompañado solo por el sonido de los grillos, que en ocasiones era interrumpido por los inquietantes graznidos de los cuervos. No eran malos en sí, pero me hacían sentir observado.

«No seas paranoico», me reproché a mí mismo.

Exhalé y metí las manos en los bolsillos de mis pantalones, a punto de arrepentirme y marcharme. Podría inventarle una excusa a Kalen o incluso ser sincero y decir que no quise asistir.

Sin embargo, una voz se interpuso en mis pensamientos.

—¡Oye!

Volteé la cabeza y vi a Marisol, la hermana mayor de Kalen, acercarse a mí con una bolsa de papel rebosante de lo que parecían ser panes dulces en sus brazos.

—Eres el amiguito de Alec, ¿no? —interrogó al detenerse a mi lado.

Quizás eran meras imaginaciones y prejuicios míos, pero tenía la sensación de que aún me trataba con la misma animosidad que cuando nos conocimos. Era mutuo, no le agradaba y viceversa.

A pesar de ello, no me quedó más opción que mostrarme como alguien maduro y asentir por cortesía.

—Sí, mi nombre es....

—Félix —completó—. Te recuerdo. Yo soy...

—Marisol —interrumpí de la misma manera que ella.

Hizo un mohín poco disimulado.

—¿Pensabas irte? —preguntó con cierto reproche—. Porque sería una bajeza de tu parte. Mi abuela ha estado preparando la comida toda la tarde para que tú, por miedoso, te largues.

Quería rebatir y defenderme, pero la voz más sensata en mí me instó a contener mi ira. Ya no tenía intenciones de irme, en especial después de darme cuenta del esfuerzo que habían puesto en esta cena.

—¿Vas a entrar? —pregunté en cambio, señalando la puerta.

Marisol apartó su atención de mí y, como ni siquiera quería pedir mi ayuda, se las arregló con la bolsa de pan para sacar un manojo de llaves de su bolso colgado al hombro.

—¿Quieres que te ayude? —ofrecí por pura cortesía, pero incluso antes de poder extender las manos, Marisol me pasó la bolsa de papel.

—Sostén eso —instruyó distraída mientras rebuscaba entre las llaves. Debía haber al menos diez en el llavero—. Son tantas que me confundo.

—¿Para qué tantas?

Marisol bufó.

—¿Cómo que para qué? —inquirió ella, como si la respuesta fuera obvia—. La tengo.

Insertó la llave en la cerradura y al girarla, la puerta chirrió al abrirse.

—Tú primero —ofrecí.

—¿De verdad tienes tanto miedo de entrar? —se burló Marisol, entrando.

Fruncí el ceño. ¿Qué tan evidente era? Según lo que Kalen me había contado, Marisol no poseía el don de los Cuervos del Presagio como su madre y su abuela, pero me comprendía casi tan bien como su hermano, sin necesidad de un poder especial.

Marisol abrió la puerta principal, permitiéndome entrar primero esta vez.

El interior era tan cálido y místico como lo recordaba. En verdad parecía la guarida de algún chamán o bruja. Me encantaba.

—¿Dónde dejo esto? —pregunté a Marisol, señalando la bolsa de pan.

—Sígueme —ordenó, adentrándose en la casa.

De repente, una ola de nerviosismo me invadió. La emoción se desvaneció, dando paso a una sensación de realidad aterradora. Me estaba adentrando en la familia de Kalen, alguien a quien apenas había conocido hace un mes. Empecé a sentirme fuera de lugar, como un extraterrestre que nunca encajaría en este entorno, tan acogedor y familiar.

Intenté quitarme la ansiedad de encima sacudiendo la cabeza, pero fue en vano.

Seguí a Marisol en silencio hasta que este fue interrumpido por una carcajada que reconocí al instante. Aceleré el paso y me sentí aliviado al ver a Kalen en la cocina, removiendo algo en una olla mientras Ramona lo regañaba.

—¡Así no, escuincle!

Kalen no dejaba de reírse.

—¡Pero si solo es revolver!

—¡Es mucho más que eso!

Ramiro pasó a mi lado, provocándome un ligero sobresalto. Era la primera vez que lo tenía tan cerca, y sin embargo, lo que captó mi atención fueron los chiles verdes que llevaba en sus huesudas manos. Recordaba haberlos visto en el jardín; eran parte de los cultivos de Ramona.

Marisol carraspeó para llamar la atención de su hermano.

—Tu invitado, Alec —dijo.

Me sentí aún más incómodo cuando no solo Kalen se volvió, sino también su abuela. Su mirada era tan intensa que estaba seguro de que de repente me había vuelto diminuto.

—¡Félix! —recibió Kalen, acercándose a mí—. Juré que te habías caído en una zanja o algo.

—¡No digas esas cosas! —reprendió su abuela, dándole un golpe en la cabeza con la pala de madera—. ¿Es que tú no pudiste traerlo?

Kalen se frotó el lugar donde había recibido el golpe.

—Se lo ofrecí, pero no quiso.

—Chingaderas —musitó su abuela y se dirigió a mí—. No le hagas caso a mi nieto, le gusta presumir que es un espíritu libre.

—¡Lo soy!

—Solo eres un tonto —se burló Marisol, arrebatándome la bolsa de pan de los brazos.

Me sonrojé un poco. Esto no era lo mío.

—Ahora está rojo. —Señaló Kalen con toda la intención de fastidiar.

Entorné los ojos.

—Gran recibimiento, Kalen —repliqué con molestia.

—¡Ah, así que sí son cercanos! —exclamó Ramona—. Y yo aquí jurando que ese apodo tenía exclusividad familiar.

Kalen se colocó a mi lado y me rodeó con un brazo, apoyando gran parte de su peso sobre mí.

—Es que Félix ya es parte de nuestra familia.

No pude contener la reacción involuntaria de mi cuerpo y me tensé.

—¿Qué?

—Sigue siendo un invitado, así que llévalo a la sala —dijo la abuela—. Les avisaremos cuando esté la cena. Además, Marisol y Ramiro son mejores asistentes de cocina que cierta persona.

—Tienes razón —concedió Kalen, tomándome por los hombros para empujarme fuera de la cocina.

Mentiría si dijera que no sentí un poco de alivio cuando Kalen me sacó de allí. Aunque ya estaba acostumbrado a él, todavía no sabía cómo actuar con sus versiones femeninas.

—Lamento lo de antes —se disculpó Kalen en cuanto estuvimos alejados del resto de su familia.

Me condujo hacia la sala, donde nos sentamos en el sofá a esperar. Observé que sobre una mesa había varios portarretratos antiguos, pero uno en particular captó mi atención. Era una foto de lo que supuse era Ramona en su juventud, junto a su difunto esposo, luciendo un sombrero similar al de Ramiro, mientras ambos abrazaban a un bebé, una niña por el vestido que llevaba puesto.

—¿Y tus padres? —indagué entonces—. Has mencionado a tu madre, pero...

—Mi mamá siempre está de viaje y mi papá vive en la capital —respondió—. Mi hermana va y viene porque tiene un trabajo allá, pero prefiere Kaux por mucho.

—Entonces, para efectos prácticos, vives solo con tu abuela.

Kalen se giró hacia mí, con una leve sonrisa en los labios.

—Es que entre raros nos entendemos —justificó.

—¿Ella también cree en esa tontería del fin del mundo? —pregunté.

—Por supuesto, ¿quién crees que me lo enseñó?

Después de eso, Marisol no tardó en asomar la cabeza por la puerta y llamarnos a cenar. El comedor en sí no era muy grande, solo tenía cuatro sillas, tres para los miembros de la familia y una para las visitas, o al menos eso explicó Ramona.

Comenzamos con una deliciosa sopa de tortilla, seguida de un generoso plato de pollo con mole y arroz rojo. No recordaba la última vez que disfruté de una comida tan auténtica y casera. Era un manjar.

—Está delicioso —halagué al terminar.

Ramona, muy complacida, tomó mi plato y me sirvió otra porción, algo que nunca había hecho antes.

Durante la cena, charlamos de manera informal. La hermana de Kalen se quejó un poco sobre su trabajo como contadora en la Ciudad de México, indicando que era bastante solicitada, según entendí. Por otro lado, Ramona compartió que había tallado un nuevo alebrije y procedió a mostrármelo: era una especie de ave paradisíaca combinada con alas de murciélago, pintada con distintos patrones de colores vibrantes.

—Es un murciélago y un quetzal —explicó Ramona.

—¿Un quetzal?

Kalen apoyó un codo en la mesa.

—Nadie de este pueblo sabe qué es un quetzal, abuela.

—Sí, bueno, es que ninguna ave en su sano juicio se detendría en este húmedo congelador —refutó ella—. Solo debes saber que es una de las aves más bellas, venerada por los mayas y aztecas.

—Los cuervos adoran este lugar —agregó Kalen entonces, guiñándome un ojo—. Aves de mal agüero, ¿no, Félix?

Hice un mohín.

—Ya te dije que no lo son.

—A menos que se les caigan las plumas en tu presencia —puntualizó Ramona—. Si es así, la desgracia se avecina.

—¡No! —exclamó Kalen de inmediato—. Si a un cuervo se le caen las plumas en tu presencia, eso significa nuevos comienzos.

—O deterioro.

—O renovación.

Aburrida con la conversación, Marisol rodó los ojos mientras tomaba un sorbo de su agua de horchata espolvoreada con canela.

—¿Podemos cambiar de tema? —Me señaló con el pulgar—. Par de brujos, están asustando al invitado.

Ramona agitó la mano, haciendo caso omiso de las réplicas de su nieto, y se volvió hacia mí con el alebrije entre sus dedos.

—No escuches a este chamaco. —Me ofreció la figurilla de madera—. ¿La quieres?

—¿Puedo? —pregunté, algo sorprendido por el repentino regalo.

—¡Pues claro! —respondió ella con entusiasmo, colocándolo en mis manos—. Ahora es tuyo. No te preocupes, no me cuesta nada hacerlos. Úsalo como un amuleto.

Al final, a pesar de estar a reventar, Ramona le pidió a Ramiro que trajera en una charola el pan dulce que Marisol había comprado. El catrín se detuvo a mi lado y me ofreció un pan; no pude resistirme al aroma y terminé eligiendo un picón.

—Gracias —dije, algo dudoso y aún muy renuente a aceptar que era un catrín viviente, un esqueleto que se movía y comportaba como un humano.

Ramona notó mi confusión y me sonrió. Tenía la misma sonrisa ladina que su nieto, con un toque burlón. ¿Cómo nos veían a nosotros, pobres e ignorantes mortales, las personas dotadas?

—¿Ya te conté que su apariencia está basada en mi difunto esposo? —inquirió.

—Ya lo hiciste —respondió Marisol en mi lugar.

—Pero no has mencionado que también fue tu persona destinada —añadió Kalen para reavivar la conversación—. Muy romántico, ¿eh?

—¿Romántico? —pregunté. Otro aspecto de la vida que conocía, pero nunca había experimentado en carne propia.

Ramona suspiró con aire melancólico y llevó la taza de barro a sus labios, tomando un sorbo de café de olla.

—Sí, Ramiro, su abuelo, fue mi persona destinada. Básicamente le salvé la vida —relató—. Nos enamoramos, y me tomó años obtener el permiso de la patrona de aquel entonces para revelarle el secreto de la comunidad y formar una familia con él.

Era una historia encantadora, digna de ser clasificada como romántica y ejemplar, tanto que me parecía un cuento de hadas. El único contacto que he tenido con el romance fuera de la ficción es la relación de mis padres, y no había ni una pizca de amor; por el contrario, eran toneladas de odio.

—¿Y qué hay de la Patrona de los Cuervos? —indagué—. ¿Antes era otra?

Kalen se carcajeó.

—Pues claro, no somos inmortales.

—No seas grosero —reprendió Ramona, volviéndose hacia mí—. Para responder tu pregunta, sí, los patrones cambian. A veces son hombres y a veces mujeres; el título se otorga al mejor Cuervo del Presagio de cada generación. La Patrona actual lleva veinte años en el puesto, aunque compitió contra...

—¿Ya terminamos? —interrumpió Marisol de repente, dejando su taza de café sobre la mesa con un movimiento brusco—. Son más de las diez de la noche.

Ramona entornó los ojos.

—Marisol...

—No, tiene razón —intervino Kalen, levantándose—. Deberíamos recoger y luego llevaré a Félix a casa.

No tuve oportunidad de oponerme. Marisol ya se había levantado de la mesa, al igual que Kalen. No me importaba lo que este último dijera; definitivamente, su hermana me odiaba.

—Kalen —llamó Ramona—. No vamos a forzar a nuestro invitado a recoger la mesa después de semejante grosería. Vayan arriba o hagan lo que quieran mientras se les baja la comida para que puedan irse.

Me puse de pie también, negando con la cabeza.

—No me molesta, yo puedo...

—No es necesario —acotó Ramona, esbozando una forzada sonrisa—. Disculpa lo que pasó, Félix.

No me dejó responder antes de darse la media vuelta y entrar a la casa. Kalen entonces me tomó del brazo y susurró:

—Ven, iremos a mi cuarto. Presiento que se avecina una pelea por aquí.

—¿Pelea? —pregunté, mientras Kalen me llevaba hacia las escaleras para subir al segundo piso.

—En los últimos tiempos han tenido varias discusiones, mi abuela y Marisol —explicó mientras subíamos—. No son muy agradables.

Sentí una punzada en el pecho. La reconocía; era culpa.

—¿Yo la provoqué? —pregunté.

Kalen se detuvo en seco y me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué? No, claro que no.

—Es que parece que tu hermana odia que esté aquí.

Kalen suspiró y siguió subiendo.

—Marisol odia todo lo que esté relacionado con lo que ella no puede hacer.

Entonces lo entendí.

—¿Todo esto es porque no es un Cuervo del Presagio? —indagué.

Kalen no respondió; en cambio, al llegar al segundo piso, se dirigió al final del pasillo. Todas las puertas a lo largo de este eran de madera, y había mesas con macetas al lado de cada una. Una tenía no me olvides, otra margaritas, la tercera tulipanes, y la última, que supuse era la de Kalen, tenía lirios.

—¿Quieres entrar? —ofreció.

Mi respuesta instantánea habría sido un rotundo no. Si entrar a la casa de alguien ya me parecía una invasión a la privacidad, pasar a su cuarto lo comparaba con algo tan extremista como ver al dueño desnudo, pero...

—¿Puedo? —Sentía curiosidad, eso era cierto. Esta familia, los Ávila, no paraban de despertar mi interés.

Kalen sonrió y me dio una palmada en el hombro.

—¡Por supuesto! —exclamó, abriendo la puerta.

No me esperaba que fuera tan fácil y poco ceremonioso, pero al final solo era una puerta y, del otro lado, una habitación. Una habitación muy desordenada.

Los muros estaban cubiertos de pósters de bandas de hace una década, la cama de Kalen sin hacer, el escritorio que daba a la ventana estaba abarrotado de bolas de papel, y la amplia repisa a su lado tenía una montaña de libros mal acomodados y artilugios que iban desde un yoyo hasta un trompo, además de una caja llena de casetes. En el suelo, por suerte, solo había una chaqueta tirada y un envoltorio de paleta.

De repente, no me sentí tan avergonzado por invadir su cuarto; parecía más una bodega que un sitio privado.

—¿Nunca limpias? —inquirí, viendo los envoltorios de caramelos regados por el lugar.

—¿De qué hablas? —Se acercó a la repisa—. Esto es un caos organizado, Félix.

—No creo que haya organización alguna aquí —musité, incluso había una pluma de cuervo en el suelo—. Hazte amigo de la escoba, por favor.

Kalen no pudo contener la risa y luego señaló la puerta a mis espaldas.

—¿Podrías cerrarla? —pidió.

La cerré y luego me acerqué a donde estaba él frente a la repisa, rebuscando entre las cajas y chucherías que tenía ahí. Mientras tanto, me concentré en los libros apilados; reconocí algunos clásicos que nunca había leído pero que alguna vez mencionaron en la escuela, y el resto no sabía qué eran.

—Cumbres Borrascosas —leí en voz alta, frunciendo el ceño.

Kalen silbó.

—Tremendo romance más tóxico —comentó.

—Romance —repetí, arqueando una ceja con una sonrisa burlona—. ¿Te gusta el romance?

—Me fascina —admitió sin vergüenza alguna, luego se volvió hacia mí con un casete en mano—. ¿Te gusta la música?

Entorné los ojos.

—Me fascina —imité su respuesta.

Eso provocó que su sonrisa característica volviera a aparecer. Se alejó de la repisa y se acercó a la cómoda al costado de su cama, donde había un reproductor de casetes. Introdujo el que tenía en la mano y pronto una melodía llenó la habitación.

—¿Los conoces? —preguntó.

Me detuve a escuchar. Era música en inglés, del mismo tipo que escucharía en alguna estación de radio si todavía tuviera mi camioneta. La canción en sí no me resultaba familiar, y no entendía nada de la letra, pero la voz del cantante era particular...

—Eso es...

Depeche Mode —completó Kalen, moviéndose al ritmo de la música—. La canción se llama Never Let Me Down Again. Es mi favorita del momento, la descubrí por accidente en la radio hace como un mes y desde entonces la escucho todas las noches.

Era buena, de hecho, sonaba muy bien. Me estaba gustando.

—¿Y qué significa el nombre?

—Nunca me decepciones otra vez —respondió—. Habla sobre unos mejores amigos.

—Qué tierno —me burlé.

—Sí... Es una lástima que uno de ellos sean drogas.

—¿Qué?

Kalen se murió de la risa, doblándose por las carcajadas.

—¡Deberías ver tu cara!

—No es gracioso —repliqué—. ¿Qué diablos tiene que ver con las drogas?

—Pues resulta que el cantante habla sobre un mejor amigo, que en realidad son las drogas —explicó, luego se acercó a mí para aferrar mi hombro—, pero no te preocupes, en nuestro caso, te la dedico a ti.

—No seas pendejo.

—Sí, tal vez sí sea un pendejo por elegirte como mi mejor amigo —concedió.

Aquello me tomó por sorpresa. Nadie me había llamado su mejor amigo antes; no conocía ese tipo de sensación. Un mejor amigo, hasta donde tenía entendido, poseía la increíble capacidad de ser como familia, pero sin lazos sanguíneos, de ser tu confidente más cercano sin temor ni vergüenza. ¿Eso era lo que yo le representaba a Kalen?

«¿Tú también lo ves como tu mejor amigo?», me pregunté a mí mismo.

—Yo... —Estaba a punto de decirlo, de corresponder, pero al ver sus ojos negros fijos en los míos, al notar mi reflejo confundido y asustado, supe que no era el momento.

Kalen ladeó la cabeza.

—¿Tú...?

—Odio tus ojos —confesé al tener su rostro tan cerca.

—¿Por qué?

—Porque me veo reflejado en ellos.

Esbozó una suave sonrisa.

—Pero sin ellos no podría verte y eso... Eso sí sería odioso.

Retrocedí

—No te entiendo.

—Tú tampoco eres fácil, Félix, créeme. Lo supe desde el momento en que te vi por primera vez en un presagio. —Le bajó el volumen a la música.

—¿Cómo funcionan los presagios? —indagué.

—Vienen de la nada y la verdad es que a veces se sienten como acertijos —explicó—. En realidad, nuestras «visiones» son más bien percepciones. Somos muy observadores y vemos señales donde otros no las notan. ¿El clima? Las nubes y la temperatura del ambiente. ¿Las emociones ajenas? Los gestos, el tono de voz y el discreto movimiento de los ojos. ¿Me entiendes?

—Eso quiere decir que aquella tarde lluviosa, cuando te apareciste frente a mí...

—Eso fue un presagio —afirmó—. Y antes de que preguntes, también lo fue aquella vez con Farrera y la pistola.

Negué con la cabeza, incrédulo.

—¿No te molesta tener que hacer esto? —pregunté—. ¿Salvar a otros a costa de tu libertad?

—Salvar a otros es un placer incomparable.

Mordí el interior de mi boca con discreción. Había algo que llevaba un tiempo molestándome.

—¿Y qué me dices de solo ayudar?

—Se siente igual de bien.

Desvié la mirada, sintiendo un dejo de vergüenza.

—Entonces, si fuéramos a la obra de esa chica, Silvia...

—Sí, la estaríamos ayudando —completó y me miró con curiosidad—. ¿Por qué? ¿Quieres ir?

—Solo quiero apoyarla —respondí en voz baja. No sé por qué me apenaba tanto hacer algo bueno, era como si mi ego no me permitiera salir de mi papel habitual y me asustara la reacción de los demás por actuar fuera del molde.

Pero Kalen no me juzgó; al contrario, me mostró su apoyo con esa confiada sonrisa suya.

—Me alegra escuchar eso. Después de todo, ayudarla no era opcional.

—¿Ahora qué babosadas dices?

—¿Recuerdas el trabajo del que te hablé hace unos días? —inquirió—. Pues este es.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—No estarás pensando...

—¡Salvaremos a Silvia Oviedo!

¡Se viene una de mis partes favoritas del libro! 👀

¡Muchísimas gracias por leer! 💜

Significado de palabras:
-Escuincle: niño.

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