Canto número 10. ¿Los cuervos cantan angustias?

Los cuervos no cantan angustias.

Pero yo sí las sentía.

Durante gran parte de mi vida, viví en constante angustia, preocupado por el pasado, el presente y el futuro, pero siempre fue un tormento centrado en mí mismo. Nunca temí por los demás, al menos no de esta manera. Parecía estar cegado a lo que me rodeaba, o más bien, elegía ignorarlo, y por ende, jamás me consternaba por nadie.

Sin embargo, desde que Kalen entró en mi vida y amplió mi limitado campo de visión, me encontré enfrentando una desafortunada realidad que sabía estaba defectuosa. En esta ocasión, Silvia Oviedo era lo que estaba mal, o para ser más preciso, algo en su vida estaba mal.

¿Cuándo me volví altruista?

—Félix. —La voz de Kalen me sacó de mis pensamientos.

Me volteé hacia él. Era domingo y nos encontrábamos en su casa, algo que no estaba en mis planes. Recibí una llamada telefónica a las siete de la mañana que me vi obligado a contestar por órdenes de mi enfurecido padre. ¿Cómo consiguió mi número? No me lo dijo; cuando se lo pregunté, solo respondió: «Un cuervo me lo dijo». Conociéndolo a él, sus habilidades y su peculiaridad en general, no lo puse en duda.

—¿Qué? —contesté.

En resumen, me manipuló para que lo ayudara, así que ahora nos hallábamos en el jardín de su abuela, rodeados de árboles infestados de cuervos que graznaban mientras regábamos cientos de flores y arrancábamos las malas hierbas con nuestras manos desnudas. Según ella, si nos cortábamos por accidente, sería un buen sacrificio y las plantas crecerían más. Ya había aprendido a no cuestionar a Ramona Ávila.

—¿Qué te pasa? —preguntó Kalen, sacudiendo la tierra de sus manos.

—¿De qué hablas?

—Estás pensativo. —Señaló—. Y es por algo bueno. Lo presiento.

—Quizás solo estás delirando —repliqué, arrancando otra mala hierba y cortándome el dedo índice en el proceso—. ¡Carajo! Retiro lo dicho, tu abuela es la que está loca.

—No te recomiendo que lo digas en voz alta, siempre está escuchando —aconsejó Kalen y se acercó a mí para tomarme la mano—. Déjame ver el corte.

—No es gran cosa —dije, restándole importancia.

Kalen hizo un mohín y luego giró mi muñeca para que la sangre goteara hacia abajo, cayendo sobre la tierra y los pétalos de las flores.

—Esto la pondrá contenta —aseguró, refiriéndose a Ramona.

Sacudí la cabeza, apartando mi mano de la suya.

—Solo matará a las flores —afirmé—. Es sangre, no agua.

Kalen esbozó una sonrisa astuta.

—Ay, Félix, necesitas abrir tu mente. ¿Me has visto transformado en cuervo, pero te preocupa un poco de sangre en las flores? —Se carcajeó.

—No me preocupa. Me da igual lo que le pase a las flores.

—Mentiroso. Al igual que mientes al pretender que nada te molesta.

—¿Sabes? Deberías ser vidente o algo así. Ganarías más que haciéndole de encantador de cuervos.

—Félix —insistió—. ¿Qué te molesta?

—Nada que te importe.

—Cualquier cosa que tenga que ver contigo me importa.

Un escalofrío recorrió mi espalda al oír eso, una sensación incómoda y extraña. Por lo general, son los padres los que expresan que les importas, que todo lo relacionado contigo les interesa, pero claro, ese no era mi caso. A mi padre le importaban más sus botellas de cerveza, y mi madre me abandonó en cuanto tuvo la oportunidad.

—Ya te dije que no quiero tu compasión —refuté, a la defensiva como siempre. ¿Cómo reacciona un animal salvaje ante lo desconocido? Mordiendo.

Pero Kalen no mostraba ni un ápice de perturbación ante mi tono frío y mis formas cortantes. Mantenía la misma sonrisa serena y la misma mirada. Esos malditos ojos que parecían espejos.

—No es compasión, simplemente es mi deber contigo —aseguró.

Mordí el interior de mi boca y fruncí el ceño.

—Siempre alardeas de tu «hipersensibilidad», ¿no puedes usarla para responder tus propias preguntas y dejarme en paz?

—Claro que puedo deducirlo —afirmó—. Y, por supuesto, ya sé lo que te sucede.

Apreté los dientes.

—Entonces, ¿por qué diablos preguntas?

—Para que puedas desahogarte, ¿no es obvio? —Soltó una risa—. Al menos ahora lo has hecho. Bien, eso está muy bien, Félix.

—No seas condescendiente.

—Como quieras. —Rodó los ojos—. Toda esa bruma de angustia es por Silvia, ¿verdad?

Aparté la mirada de él, derrotado.

—Sí —respondí con reticencia.

La sonrisa de Kalen se ensanchó y levantó una ceja.

—¿Te gusta? —preguntó.

—No seas pendejo.

—Tranquilo, solo estaba aclarando dudas. —Levantó las manos en señal de rendición—. Además, para compensarlo, te llevaré a verla mañana. Sé a dónde va después de clases.

Abrí los ojos sorprendido y me giré hacia él.

—¡¿Qué?! No, yo no quiero...

—¡Maldito gato! —Oímos un grito detrás de nosotros. Ramona había aparecido en el umbral de la puerta trasera—. ¡Kalen, ven y saca a tu gato de la casa!
Levanté una ceja.

—¿Gato? —pregunté—. ¿Tienes un gato?

—El gato blanco con heterocromía que siempre lo sigue y se enreda en su pierna —dijo Ramona, cruzándose de brazos—. Casi tiró a Ramiro, y sabes bien cuánto nos costó reconstruirlo la última vez que se cayó.

—Sí, conozco al gato del que hablas. Y no, no es mío, solo tiene una obsesión conmigo —aclaró, levantando un dedo.

Ramona lo fulminó con la mirada.

—Gato. Ahora.

Kalen suspiró.

—Ya voy. —Me dio una palmada en la espalda—. Regreso enseguida. Si te vas, lo sabré.

—Obviamente.

Kalen corrió hacia el interior de la casa, y yo me quedé en el jardín. La herida en mi dedo seguía sangrando, y justo cuando estaba a punto de limpiarla en mi ropa, una mano sujetó mi muñeca. Levanté la mirada y me encontré con Ramona.

—Estás sangrando sobre las flores. —Señaló.

Me tensé.

—Lo siento.

—¿De qué hablas? —Sonrió, soltándome—. La sangre es excelente para las flores. Y es un presagio de que algo bueno está por suceder.

(...)

A la mañana siguiente, durante el receso entre clases, Kalen me esperó afuera de mi salón para llevarme a visitar lo que él denominaba «la causa de mis angustias». No podía comprender del todo por qué me preocupaba tanto por ella, pero sospechaba que era porque me recordaba a mí mismo... en cierta medida.

—¿A dónde nos llevas? —pregunté, siguiéndole el paso a Kalen.

Kalen dio un sorbo a la Coca-Cola de vidrio que sostenía en la mano. Tenía la mala costumbre de beber lo más azucarado que encontrara.

—Al lugar en el que seguramente nunca has puesto ni un pie —respondió y señaló su refresco—. ¿Quieres? No sé si nos dará tiempo de ir a comprar algo para comer.

Negué con la cabeza.

—¿Cómo puedes dormir por las noches después de consumir tanta azúcar? —pregunté, arrebatándole el refresco de las manos y reemplazándolo por lo que quedaba de mi botella de agua que llevaba en la mochila—. Toma algo más saludable por una vez en tu vida.

—Supongo que se ha vuelto una mala costumbre —respondió y, al ver la botella de agua en su mano, levantó una ceja—. ¿Otro beso indirecto?

—No seas tonto y bébela de una vez.

Kalen estalló en carcajadas, como siempre, y aceleró un poco el paso.

Recorrimos los pasillos de la escuela, pasando por casi todas las aulas de secundaria e incluso por la biblioteca, antes de detenernos frente a un par de puertas con un desgastado letrero que decía «teatro».

Kalen tenía razón; en todos los años que llevaba en la escuela, nunca antes había estado en ese lugar. Siempre evitaba las actividades que se realizaban en sitios como ese.

—Dada la hora, debería estar aquí —murmuró Kalen, consultando su reloj de muñeca—. O eso espero.

Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón.

—¿No puedes pedirle a uno de tus cuervos que lo averigüe? —inquirí con un toque de burla.

—No, no quiero que me sangre la nariz —contestó, aplastando la botella de agua vacía y acercándose a un basurero para desecharla—. Además, le quitaría la emoción de la espontaneidad, ¿no crees?

Fruncí un poco el ceño mientras observaba a Kalen. A pesar de las semanas que llevábamos juntos, aún no lograba descifrar todas sus facetas.

«Es como un pinche cubo de Rubik», pensé, arrojando también la Coca-Cola sin terminar a la basura.

Cuando Kalen abrió las puertas del teatro, quedé impresionado por la amplitud del lugar. Era un salón en declive, con un enorme espacio abierto que normalmente se llenaría con sillas para las obras, pero en ese momento estaba ocupado por personas realizando diversas tareas. Había al menos treinta individuos diferentes moviéndose de un lado a otro, algunos con materiales, otros actuando en el escenario. Este último era más grande de lo que imaginé, con telones rojos a ambos lados y luces colgando del techo.

—No imaginaba que tuvieran tanta producción —comenté.

Kalen asintió, silbando.

—No es extraño, este es uno de los talleres más antiguos de la escuela —añadió, deteniéndose a medio camino para señalar el escenario—. ¡Y ahí está la causa de tus angustias!

—Deja de llamarla así —murmuré, bajando su mano con premura—. Y no señales a la gente.

Sin embargo, seguí la dirección de su dedo con la mirada y la vi. Silvia estaba sentada en un extremo del escenario, con un libro sobre su regazo, mordisqueando una manzana verde y murmurando para sí misma.

—Debe estar practicando sus líneas —comentó Kalen y se encaminó hacia ella.

Me apresuré a detenerlo, agarrándolo del hombro.

—No deberíamos interrumpirla, especialmente si está ocupada.

—No seas gallina, Félix —se burló, apartando mi mano de su hombro—. Solo vamos a saludar, le preguntaremos si está bien y nos marcharemos. Es todo.

Ni siquiera tuve la oportunidad de protestar. Kalen se acercó a ella con confianza, ignorando las miradas confundidas de los demás miembros del teatro, ya que él no formaba parte de ellos, pero se movía por el lugar como si fuera el dueño. No sabía si envidiar o detestar su aplomo.

Suspiré resignado y no me quedó más remedio que seguirlo, metiendo las manos en los bolsillos. Al menos no era el único con el uniforme desaliñado y la corbata caída.

—¡Hola, Silvia! —saludó Kalen con una emoción exagerada.

Me quedé detrás de él, evitando mirarla directamente.

Silvia levantó la cabeza de súbito, y al reconocer a Kalen, sonrió. ¿Por qué siempre causaba ese efecto en los demás?
—Hola —respondió devolviendo el saludo—. Te llamaría por tu nombre, pero nunca me lo dijiste. —Me miró de reojo—. Ni el de tu amigo.

—Kalen y Félix —nos presentó.

Silvia cerró su libreto y colocó el hueso de la manzana sobre él.

—Ah, cierto, así se llaman. —Ladeó la cabeza—. ¿En serio te llamas Kalen?

—Alec, en realidad, pero mis amigos me llaman Kalen.

«Parece que ya son amigos», pensé. Creí que se necesitaba más tiempo para ganar ese tipo de títulos.

—Me gusta —elogió Silvia—. Lo usaré para uno de los personajes del guion que estoy escribiendo.

Kalen se acercó más, leyendo el libreto que reposaba sobre su regazo.

—«La vida es sueño» —leyó, alzando una ceja—. ¿Tú lo escribiste?

Silvia bufó.

—¡Ojalá! —exclamó—. No, esta es la obra que vamos a interpretar el próximo viernes.

Curioso, di un paso hacia delante.

—¿Y de qué trata? —indagué. En otra ocasión, habría permanecido en silencio, pero temía dar la impresión de ser un matón con mi actitud retraída y mi expresión adusta.

—Es la historia de Segismundo, desterrado por su padre, el Rey Basilio de Polonia, debido a una profecía que predice su futura rebelión contra él —resumió—. Lo mejor sería que la vieran ustedes mismos.

—¿Es una invitación? —preguntó Kalen, con una media sonrisa juguetona.

Silvia se tensó un poco, incluso juré notar un leve rubor en sus mejillas.

—No, bueno, en realidad no necesitan invitación, pueden venir cuando quieran —farfulló.

—¿Quieres que vayamos? —pregunté yo, intrigado. Era inusual que me invitaran a ese tipo de eventos.

Silvia, pensativa, mordió la punta de su pulgar antes de exhalar.

—La verdad es que muy pocos de mis conocidos asisten. Ni siquiera mi familia viene a verme —explicó—. No es que eso me moleste, pero me vendría muy bien una opinión externa sobre mi actuación, de alguien que esté fuera de este círculo. Me ayudaría mucho a mejorar.

Una parte de mí no pudo evitar cuestionarse si eso era toda la verdad de Silvia, o si en realidad le dolía el hecho de que ni sus amigos ni su familia fueran a verla actuar. Conocía ese sentimiento, esa soledad que se arraiga en ti hasta que se convierte en tu normalidad.

Kalen abrió la boca, a punto de decir algo, cuando fuimos interrumpidos por un carraspeo detrás de nosotros. Nos giramos y me sorprendió ver a Nicolás, el mismo chico al que Farrera y sus secuaces acosaban casi a diario. Al encontrarse con mi mirada, él se tensó un poco, pero también percibí cierto rastro de enojo en su rostro.

—Silvia —llamó Nicolás.

Silvia volteó a verlo.

—¿Nicolás? —preguntó, bajando del escenario—. Es extraño verte por aquí. Eres el ser más pragmático y menos artístico que conozco, primito.

Fruncí el ceño y compartí una mirada furtiva con Kalen.

«¿Primo?», pensé.

—Claro, Silvia y Nicolás Oviedo. El mundo es un pañuelo, ¿no? —Kalen soltó una risita.

—¿Ya se conocían? —preguntó Silvia.

—Silvia. —Nicolás volvió a llamar su atención—. Rodrigo te está esperando en la entrada de la escuela.

Esto la hizo ponerse seria al instante, como si hubiera encendido un interruptor en su cabeza.

—Lo había olvidado —musitó.

Supuse que el tal Rodrigo era el mismo desconocido de la otra vez.

—Ve —dijo Nicolás.

Silvia tragó saliva y luego se giró hacia nosotros, mostrando la misma sonrisa incómoda que la primera vez que nos conocimos.

—Creo que estamos destinados a no terminar ni una sola conversación —bromeó—. Lo siento, tendremos que hablar en otra ocasión.

Esta vez, no lo pasé por alto. Di un paso hacia ella y pregunté:

—¿Estás bien?

Silvia asintió con rapidez.

—Sí, solo tengo que ir a ver a... Solo tengo que irme —respondió, manteniendo la misma calma forzada—. Nos vemos.

Silvia se marchó sin dar mayores explicaciones. Lo que fuera que le estuviera sucediendo, claramente no era un tema del que quisiera hablar. Una confirmación más de mis malos presentimientos.

—¿Qué te traes con mi prima? —preguntó Nicolás de repente, con un tono cortante dirigido hacia mí.

Fruncí el ceño.

—¿De qué estás hablando? No tengo ningún asunto con tu prima —respondí con la misma firmeza y al mirarlo, noté un moretón en su sien—. ¿Esa marca te la dejó Farrera?

Peló los dientes.

—¡¿Y a ti qué te importa?!

Ante su tono elevado, Kalen se interpuso entre nosotros.

—Oigan, tranquilos. No armen una escena aquí —susurró.

Lo ignoré, concentrándome en Nicolás.

—¿Sabes por qué Farrera está desaparecido? —pregunté, consciente de que el tipo se había esfumado después del incidente.

—Es un vándalo, ¿qué otra razón necesitas? Pero no te preocupes, tu amigo sigue siendo la misma calaña de siempre. —Me barrió con la mirada—. Igual que tú.

Sentí una punzada de culpa. Aunque ya no me juntaba con Farrera ni me involucraba en peleas o robos, el historial seguía ahí, persiguiéndome con cada paso que daba, como unos pesados grilletes en mis tobillos.

—Yo no...

—No te acerques a mi prima —interrumpió Nicolás con un tono aún más áspero.

Se dio la vuelta y se marchó sin dejarme oportunidad de decir nada. Quería disculparme, sabía que no sería suficiente, pero...

—No te castigues tanto —dijo Kalen, recordándome su presencia—. Él aún no sabe que has cambiado.

Bajé la mirada, avergonzado.

—¿Pero en verdad he cambiado? —murmuré.

A pesar de eso, Kalen me escuchó fuerte y claro.

—Por supuesto que has cambiado —aseguró, mostrándome una de sus habituales sonrisas tranquilizadoras—. Tanto, que mi abuela te invitó a cenar esta noche. Dice que dio una mala primera impresión y quiere arreglar eso.

Enarqué una ceja.

—¿Cena? ¿No querrás decir una comida? —pregunté.

—No, una cena; es lo que acostumbramos en ocasiones especiales.

—No te ofendas, pero no quiero ir —repliqué—. No creo caerles muy bien a tu familia.

—Mi abuela te adora y Ramiro acepta a quien nosotros le digamos que acepte.

—Me refería a tu hermana.

Kalen rodó los ojos.

—Marisol siempre ha sido difícil. No le hagas caso.

—Pero no...

—Félix —acotó, colocando una mano sobre mi hombro y viéndome a los ojos—. Date una oportunidad.

Como era habitual, vi mi reflejo en sus ojos oscuros. Me veía diminuto y vulnerable, igual a un niño asustado e indefenso. No quería ser así, ya no más. Solo... solo quería ser mejor.

Tras un suspiro, asentí.

—De acuerdo.

Quiero darle una abrazo a Félix 😭

¡Muchísimas gracias por leer! 💜

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