El Reflejo de tu Mirada
Sentada en mi escritorio, la miré y sonreí, ella me devolvió el gesto con incertidumbre. Sé que había pasado días sin conversar, habían sido días duros para mí y en el fondo ella lo entendía, me conocía mejor que nadie, sabía hasta lo que pensaba. Pero decirlo en voz alta lo hacía real, y lo menos que quería era llorar, sentirme miserable, darle de qué preocuparse. Sería una pésima amiga si la preocupara por cada cosa que me sucedía en el día a día, pero ella era lo único que tenía.
Que me consolara era lo que más deseaba, pero todo tenía un costo, despotricar tus problemas ante alguien más, no siempre era gratificante; te hacía pensar mucho en lo que te sucedía, en lo que te molestaba, y que no puedes evitar olvidar aunque cierras tus ojos. Y lo más importante, que vean lo frágil que eres.
—¿Qué pasa por tu mente ahora, Mel? —me preguntó.
Quisiera responderle con un chiste, para desviar el tema como siempre, pero esta vez, noté lo cansada que estaba, que hablaba en serio y que debía de estar cansándola por todos mis dramas. Ella merecía más que eso.
—Roberto cortó conmigo.
La tristeza en sus ojos, me hizo desear no haber venido a contarle absolutamente nada. No quería su lástima, no quería ningún sentimiento que me hiciera parecer débil, como un cachorro solitario. Oí su suspiro, comprendiendo mi expresión y quizás, leyendo mi mente, que nunca era un secreto para ella; solía decirme que era un libro misterioso pero muy entretenido para ella, nuestra conexión era espléndida hasta el punto de conocer nuestros movimientos en la vida.
—Si no es para ti, déjalo ir —me aconsejó.
Sus palabras siempre habían sido tan sabias, por eso la buscaba ante cualquier decisión o cosa que me sucediera; sonreí de medio lado, y ella me imitó. Era reconfortante tener a alguien que se preocupara y te entendiera, que fuera ese apoyo que a veces con solo saber que estarían ahí, fuese suficiente.
—¿Por qué siempre eres un sabelotodo? —bromeé.
—Porque alguna de las dos, lo debe ser...
[...]
Días después, volví hacia ella, me costó mirarla y ver esa mirada acusadora en sus ojos, exhalé el aire que no sabía que contenía con fuerza, desplomándome en el asiento. Tardé un momento en recomponerme, en volver a ver su rostro, porque ella debía intuir que sucedía, porque mi silencio por unos días era suficiente para hacerla sospechar. A veces se comportaba como un sabueso, con su buen olfato para encontrar mis secretos y mentiras; no podía culparla, prometí siempre ser sincera con ella.
Aunque mi expresión me delataba, y mi actitud más.
—Él prometió que me entendería, y que volviéramos a intentarlo —inicié, jugando con mis manos en el regazo—, solo tres días pasaron y él —me detuve. Respiré hondo, y alcé la mirada, ella solo observaba sin expresión—, no pudo soportarme, volvió a terminarme.
Esperé por unos minutos su respuesta, pero al no obtenerla, decidí volver a hablar:
»—¿Hay algo mal en mí?
—No —dijo de inmediato, sorprendiéndome el tono en el que enfatizó la palabra—, ¿por qué no te preguntas que hay mal en él?
Ante su pregunta, me quedé pensativa, recordando muchas de las cosas que pasamos como pareja, claro, solo teníamos menos de 6 meses de relación, pero era un buen hombre, amable, considerado, y que me quería, que le importaba. Casi nunca discutíamos, y siempre lo hacíamos pero por mis inseguridades, por mi pasado, por mi miedo, por no enfrentarlo. Mayormente me pedía que fuera a terapia, pero no comprendía que no lo necesitaba, porque con solo desahogarme con alguien de confianza, podía volver a hacer yo misma, y eso a él no le convencía.
[...]
Después de dos meses, arrastrada por el frío y una dura jornada de trabajo, regresé para hablar con ella. Sus ojos se achicaron al sonreírme, bastantes días sin volver a vernos, sé que me extrañaba tanto como yo a ella, y si estaba aquí ahora, era porque la necesitaba, siempre era así, porque ella era mi soporte. Mi ancla en esta vida, la que me daba esa estabilidad que siempre perdía.
—Conocí a alguien, por eso no había venido a hablar contigo —confesé, recibiendo una mueca de su parte.
Su mente debía estar analizando mis palabras, me veía como si fuese una extraña, y prácticamente lo era, al olvidarla durante varios días. Sí le estaba contando esas cosas, era porque algo sucedía, y ella no era tonta para interpretarlo.
—¿Qué sucedió?
—Dijo que me ama, y quiere un futuro juntos.
Ella aguardó, esperando que siguiera con la explicación, porque olía que pasaba algo más y estaba en lo cierto, pero hasta este punto, no sabía que contestarle.
»—Él es el correcto.
—¿Por qué lo crees? ¿Qué lo hace diferente?
No me gustaba comparar a las personas pero lo hice, y Steven tenía muchas cosas que ninguno de mis exes tenían, además de la manera de tratarme, de comprenderme y darme mi espacio, lo hacía ver un buen prospecto.
—Habla de cómo nos vislumbra en el futuro y lo más importante, cree en mí, me apoya en mis metas, me respeta.
La sonrisa que me dió no me gustó, parecía ensayada, forzada, ella no estaba de acuerdo y eso me rompía el corazón, era la primera persona que empezaba a amarme como era, y ella esta vez, no estaba de acuerdo conmigo.
»—Él es el indicado, eso lo sé —zanjé la conversación y me marché.
[...]
Un año pasó, y no volví a hablar con ella, me hacía falta oírla, verla, y ver qué me sonriera, que se sintiera orgullosa de la persona que me había convertido. Steven estaba trabajando, sus jornadas a veces eran largas, y llegaba tarde, cansado a la a casa. Hace ocho meses nos mudamos juntos, ahora pensamos en cómo crear nuestra propia familia, en crear un hogar bonito, sereno, y lleno de mucho amor.
Cociné la cena, para esperar que cuando él llegara, darle la noticia que descubrí temprano, estaba embarazada, por fin la familia que tanto deseamos se haría realidad. Decoré la cena a su espera, pero una llamada de disculpa recibí, que llegaría tarde, no podía culparlo, él hacía todo para ganar dinero suficiente para cuando esto sucediera y estaba sucediendo.
Desperté al oír la puerta de la habitación ser abierta, Steven entró con un rostro preocupado, queriéndose disculpar por algo, pero sin dejarlo arruinar nuestra felicidad, hablé:
—Seremos padres.
Sonreí dubitativa, él estaba perplejo pero con una expresión triste. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, sintiéndose inestables por la falta de emoción por parte de Steven, porque era lo que ambos deseamos, ¿por qué no estaba feliz?
—Cariño, debo decirte algo...
—Juntos seremos la familia que deseamos —interrumpí lo que sea que quería salir de us boca, no dejaría que arruinara nuestra felicidad—. ¿Cómo quieres colocarle de nombre? Podemos ahora mismo conversar sobre eso.
Él negó con la cabeza, con los hombros encorvados caminó hasta sentarse a mi lado en la cama. Sus ojos se cristalizaron, sus manos fueron directo a mi rostro, acariciando mis mejillas son dulzura.
—Lo lamento, de verdad que lo siento, pero tengo que decirte que... —susurró.
Me solté de su agarre, me resbalé al poner los pies en el suelo, y caí arrodillaba; antes que él me alcanzara, reí y me puse de pie, tapando mi boca con incertidumbre. Miré a mi alrededor, tomé asiento en la peinadora, y respiré hondo.
—No, estamos bien y vamos a tener un bebé, Steven —gruñí.
—Ella está muerta, la acaban de desconectar.
Reí sin gracia, me giré y la ví, me miraba con sus ojos enrojecidos, y una mueca de molestia.
—Sé que ha pasado tiempo sin hablar contigo, y él dice que has muerto, como si fuese a creerle —resoplé con molestia, ella me devolvió una sonrisa que no iluminó sus ojos.
—¿Qué haces? —requirió Steven.
Rodé los ojos, mirándolo por el espejo le contesté:
—¿No ves que hablo con mi hermana? ¿Cómo puedes decir que está muerta? —la señalé.
Los rasgos en el rostro de Steven cambiaron, su piel palideció, y su boca se abrió pero sin emitir ninguna palabra.
—Él no lo comprende, por eso no creí que debías salir con él —dijo ella, mirándolo con enojo—. Debiste escucharme, pero no lo hiciste.
La culpa me invadió, más al ver el horror en el rostro de Steven, de cómo no comprendía mi vida. Había abandonado a mi hermana por él, y él ahora quería separarnos, mintiendo con decir que estaba muerta.
—Es mejor que te vayas, Steven. No me gusta que me mientan.
[...]
Dos días después, Steven caminaba hacia el funeral, miró el rostro de cada persona presente, que no eran más que cinco personas. Dos los conocía, eran los padres de ella, su ex, la madre de su hijo, pero que nunca conocería.
Ese mismo día que se fue al descubrir que Mel hablaba con su reflejo, habló con sus suegros, quienes no sabían sobre eso y la fueron a buscar, donde le explicaron frente a él, que su hermana gemela había tenido una muerte cerebral y que tuvieron que desconectarla; allí descubrió la verdadera historia, un ex psicópata de Mel quiso matarla, pero en su lugar se confundió y atacó a la gemela equivocada. Ella debió a partir de ahí, empezar a hablarle a su reflejo, asociando que sería su hermana, al ser idénticas y mejores amigas.
Roberto su ex, también la vio una vez, lo que los llevó a su última discusión, al ella no querer ir a terapia, a desahogar su dolor pero en su caso, él nunca se lo contó a nadie.
Había recibido la llamada de sus suegros, quienes le dijeron que su hija se había quitado la vida, saltando sobre un automóvil cerca de su hogar, llevándose la vida de su hijo con ella. Nunca superaría algo como eso, pero solo esperaría la decisión que Mel tomó, no lo marcara por el resto de su vida.
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