¡Un sábado de órdago!
¡UN SÁBADO DE ÓRDAGO!
Ese sábado de invierno pintó lindo. Primer día de agosto, un cielo con algunas nubes grises empujadas por el sol que hacía fuerza para mostrarse.
Tempranito empezaron a llegar mensajes.
-Nos vamos a San Borja a pescar. ¿Se unen?, escribió Martita.
Una lluvia de mensajes caía sin cesar:
- La iaia aún duerme, dijo el tata.
- Los peques duermen aún, explicó Xime.
Martita escribe que ellos están desayunando y que comprarán asado, chorizos, pan.
A esa altura, la iaia ya despierta avisa
-¡Nosotros también vamos! Llevamos chorizos, mandarinas, refrescos.
Y Apa mandó un mensaje de voz en el que se notaba el entusiasmo por ir a pescar.
Pintó lindo el sábado...
Un poco antes del mediodía llegamos a una playita del río Yi, en el paraje de San Borja.
Diego ya tenía el fuego pronto y en la parrilla unos chorizos con queso y morrón y un vacío espectacular.
Los mojarreros de Luli y Bauti descansaban sobre el lago, y el reel de Diego, con un buen anzuelo y la correspondiente plomada, perforaba al río esperando que algo picara. Pero el río parecía estar desierto.
Tomi jugaba con sus autitos mientras esperaba con ansiedad a Maia.
Cuando Apita y Maia llegaron, gritos de alegría y risas, por el solo motivo de estar juntos, rasgaron la tranquilidad que hasta ese momento tenía el aire.
Leandro y Xime llegaron cargados con sillas, mojarrero, aparejo y todo lo necesario para pasar un día de pesca. El grupo de los 12 estaba casi completo; María no pudo venir.
Luli, Apa y Bauti se dedicaron a aburrir los mojarreros en el agua mansa. Tomi y Maia salieron a caminar con la iaia por un terreno escarpado. ¡Todo les entusiasmaba! Pero lo que más les llamó la atención fue un gran pozo que encontraron. Caminaron por el borde, con la iaia al borde del ataque. Con sus dos y tres añitos apenas, ¡son audaces y temerarios! Pero la iaia no les soltó las manos, pues ella sufre de vértigo.
Se detuvieron en lo más alto y miraron hacia el fondo. Y en ese preciso momento, la tierra del fondo comenzó a moverse.
Los cachorritos apretaron fuerte la mano de la iaia. Algo raro estaba pasando y ellos, aunque muy pequeños, lo notaron.
La iaia no se asustó. Los tres permanecieron mirando hacia el fondo de ese gran pozo.
-¡Allá hay algo dozado!, exclamó contenta Maia, porque es su color favorito.
-¡Yo veo una cola verrrrde!, dijo Tomi.
Los dos rieron y miraron a la iaia, confirmando que ella también reía.
-¿Qué será eso?, les preguntó a los peques.
Los dos levantaron los hombros como queriendo decir que no tenían idea.
-¡Esperemos!, dijo la iaia.
En eso, una enorme cola de color rosado y verde se elevó y se acercó a nosotros. Tomi y Maia gritaban felices, aunque no sabían qué era esa cosa. La cola se abanicó en el aire y de manera muy suave, acarició el rostro de los cachorritos de la iaia. ¡Qué alegría sentían ellos!
-¡Nos acarició, iaia!, dijeron a la vez.
-¡Sí! Los acarició porque él es Akito, les explicó la iaia.
-¿Akito? ¿Qué es Akito?, preguntaron.
-Akito es mi mascota, les dijo la iaia.
-Pero una mascota es un perro, iaia, dijo Tomi. ¡Eso no es un perro!
-¡No puede ser una mascota, iaia!, aseguró Maia.
Los tres se sentaron al borde del pozo y la iaia les contó que Akito era su mascota desde que ella tenía 5 años. Que era muy grande y que estaba lleno de magia. Que vivía en una ciudad, muy abajo de la tierra y que no todos podían verlo. Solo los que creían en él podían hacerlo.
-¡Yo lo vi!, dijo Maia.
-¡Yo también lo vi, Maia!, dijo Tomi con su voz ronquita.
-¡Entonces ustedes tienen magia, también!, dijo la iaia.
-¿Y Luli, Bauti y Apa?, preguntaron.
-¡Ellos también lo ven! ¡Ellos ya lo conocen!
-¡Ah, ellos sí lo conocen! ¿Y por qué nosotros no?, rezongó Maia.
-¡Siempre los grandes saben todo!, agregó Tomi.
-Lo que pasa es que al ser más grandes, conocen más cosas que ustedes, les explicó pacientemente la iaia.
-¡Eso no se vale!, exclamaron enojados los dos.
-¡Pero ahora lo vieron solo ustedes! Creo que hoy vino solo para que ustedes lo conocieran, agregó la iaia, y ellos quedaron contentos.
-¡Vamos a contarles a los grandes!, decidieron.
Akito parecía esperar esa decisión pues volvió a abanicar su cola y desapareció.
Los niños lo despidieron
-¡Chau Akito!
El pozo se cerró ante la mirada sorprendida de los chiquitos.
-¿Y ahora?, preguntaron.
-Ahora vamos a contarles a los grandes, dijo la iaia.
Cuando llegaron a la costa, los grandes habían abandonado las cañas y estaban jugando en la arena.
-¡Conocimos a Akito!, llegaron gritando los chiquitos.
-¿Qué? ¿Akito está acá?, le preguntaron a la iaia.
-Pregúntenle a ellos, les dijo.
-A ver, ¿cómo es Akito? les preguntó Bauti.
-¡Tiene una cola verrrrde!, dijo Tomi.
-¡Nooooo! ¡Su cola es dozada!, retrucó Maia.
-¿Y la cabeza cómo es?, preguntó Apa.
-¡Él no tiene cabeza! ¡Solo tiene una cola muy grande!, contestaron Tomi y Maia.
Los grandes se rieron.
-¡Ustedes no vieron nada!, los pelearon.
-¡Iaia! ¿Verdad que Akito vino y nos acarició?
-¡No mientan!, protestó Luli.
-Les cuento, dijo la iaia.
Después de escuchar la historia de la iaia, los grandes estaban seguros de que Akito estaba por allí.
-¡Seguro que aparece otra vez! ¡Él nos extraña! ¡Y sabe que nosotros también lo extrañamos!, dijeron.
De pronto la quietud del río Yi se vio alterada. Increíblemente hubo una ola gigante en el medio del río.
-¿Y eso? ¿Qué fue eso?, preguntaron los adultos.
-¡Es Akito!, dijeron los niños y la iaia.
-¡Otra vez ustedes con el famoso Akito?, rieron. ¿Acaso no vieron esa ola que se formó en pleno río?, preguntaron.
-¡Fue Akito!, dijeron los niños convencidos. Ustedes no lo ven porque no tienen magia, insistieron, repitiendo lo que siempre les decía la iaia.
Los adultos, es decir, los papás, las mamás y el tata, siguieron haciendo el asado y preparando una picadita, ya tranquilos, pues el río siguió manso, como siempre.
Y justo en ese momento, en el medio del río, apareció Akito entero. Hizo piruetas, voló encima de nuestro campamento y provocó un viento que hizo volar los vasos de plástico, las servilletas y alguna otra cosa más.
Mientras los niños disfrutaban de las jugarretas de Akito, los adultos carentes de magia, rezongaban con el tiempo y corrían a juntar todo.
Con su enorme cola golpeó el agua y les indicó a los niños y a la iaia que ahora sí podían pescar mojarritas. Todos agarraron los mojarreros y saltaban felices cada vez que pescaban una. ¡Hasta la iaia pescó!
Al ver que ahora se estaba dando la pesca, todos tomaron sus cañas y disfrutaron de la pesca.
-¡Seguramente el viento que se levantó revolvió un poco el río y se vinieron las mojarras!, dijeron los que no creían en Akito.
-¡Fue Akito! ¡Akito revolvió el río!
Riendo por la imaginación de los niños, terminaron agradeciendo a Akito por la pesca, gritando todos a la vez:
-¡Gracias Akito por mandarnos mojarritas!
Los niños y la iaia aplaudían y despedían a su mascota con la mano.
Akito hizo algunas piruetas más y con una gran sonrisa, dio un gran coletazo que formó una nueva ola gigante y desapareció.
Los adultos se sorprendieron otra vez, se rascaron la cabeza, pensativos, y rápidamente olvidaron lo que habían visto. La magia de Akito seguía siendo compartida solo con los niños y la iaia.
¡Fue un día de órdago!
ilargiluna
8/2022
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