¡Llegó el circo!!!
El silencio del pueblo, que duerme su infaltable siesta de verano, se ve interrumpido por estrepitosas cornetas y platillos que chocan entre sí con alegría y prepotencia.
Los niños son los primeros en salir a la calle con alegría mal disimulada, ya que el silencio que se les exigía durante las dos horas de letargo, los aburría en extremo.
Los más pequeños no podían más del asombro ante el desfile que recién comenzaba, donde no faltaban payasos, equilibristas y muchos y diferentes animales con sus domadores, los que hacían zumbar con gran habilidad a sus látigos.
¡Todo el pueblo salió a la calle!
¡Por fin llegaba el circo a alegrar los monótonos días del pueblo!
Corría el mes de febrero del año 1900... La gente ya se había convencido de que el mundo no se acabaría. Habían quedado en el olvido los miedos del pasado 31 de diciembre. Era hora de celebrar que la vida continuaba y nada mejor que hacerlo asombrándose y divirtiéndose, como cada año, con el espectáculo maravilloso que siempre les ofrecía el circo.
Los chillidos y rugidos de los exóticos animales del circo, se confundían con la algarabía de grandes y chicos del pueblo, que acompañaron a la comitiva circense hasta el lugar donde se levantaría la gigantesca carpa.
Los hombres del pueblo, muy solidarios, sin que nadie se los pidiera comenzaron a ayudar, mientras las mujeres aparecían de aquí y de allá, con agua fresca recién sacada de los aljibes y pasteles y tortas fritas. Los niños jugaban todos juntos, como si se conocieran desde siempre. Les gustaba acercarse a los tigres y leones, que al verlos, abrían sus enormes fauces como si quisieran devorarlos. Ellos reían y gritaban y se alejaban corriendo, para regresar enseguida y asustarse nuevamente.
¡El pueblo estaba de fiesta!
Al anochecer de ese jueves mágico, la carpa se elevó muy alto, dejando a los pueblerinos boquiabiertos. Por varios días, el pueblo ya no sería el mismo. El corazón de todos latía con más fuerza y en los rostros, casi siempre taciturnos, los ojos mostraban un brillo inusual y una sonrisa se dibujaba alegre en cada boca.
Las familias regresaron a sus casas conversando animadamente, recordando las proezas y payasadas de circos anteriores.
Se sentaron a tomar mate y se sorprendieron de que los gatos y perros se rehusaran a salir de abajo de las camas. El instinto les indicaba que si salían de ahí, pasarían a ser el plato principal de las fieras del circo.
Esa noche les costó dormirse. Estaban ansiosos, esperaban a que llegara el sábado, día en que se daría la primera función circense.
El viernes fue un día largo y agotador. Todos madrugaron para cumplir con su trabajo diario y poder acercarse a ayudar en el circo. Al anochecer, casi todo estaba listo.
Se fueron a dormir emocionados; mañana sería el gran día.
La noche estaba serena. El silencio que siempre los abrazaba, se rompía con las voces de los animales. Los leones parecían agitados, los elefantes gritaban como pidiendo ayuda y entre medio de ellos, los conocidos grillos también se hacían sentir. Pero, a pesar de ello, la gente dormía feliz.
De pronto, un ruido ensordecedor, seguido de otro y otros más, los despertó en un sobresalto.
Algunos se asomaron por la ventana y otros se arriesgaron un poco más y salieron a la calle.
Fue en ese momento en que una nueva explosión, la más grande hasta el momento, iluminó el cielo con cientos de colores.
La gente no atinaba a hacer nada. Sus rostros estaban desencajados. Algunos lloraban y se abrazaban a los hijos más pequeños, otros se escondían y se encerraban en sus casas, muchos rezaban, rogando para que aquello terminara. De pronto, una voz se elevó diciendo:
_ ¡Llegó la hora! ¡Así como lo suponíamos, el fin del mundo ha llegado!
Ante las palabras del viejo del pueblo que expresaban lo que todos habían pensado, el caos se desató en el pueblo. ¡Todos se aferraban a sus familias!
Gritaban, lloraban, rezaban, pero no dejaban de observar el espectáculo maravilloso que se destacaba en el cielo. Ese fuego que los haría desaparecer, así como a la carpa de la que solo quedaban cenizas, era de una belleza indescriptible.
Poco a poco, las explosiones empezaron a espaciarse y a ser más pequeñas; el fuego también era menor.
Se oían algunos gritos desde el circo y los pueblerinos acallaron sus voces para escuchar mejor. Parecía que volvía la calma pero la desesperación de los animales les ponía la "piel de gallina ". Sabían que el instinto animal jamás fallaba.
Con la angustia y el terror dibujados en sus rostros, solo decidieron esperar el final, rogando para que fuera rápido y sin sufrimiento.
De pronto sintieron pasos apresurados, acompañados de una respiración agitada.
Aparecieron dos payasos con la cara tiznada y una gran bocaza pintada de rojo. En ese momento no les resultó una imagen graciosa.
Los payasos hablaban a la vez y nadie entendía lo que decían. El viejo del pueblo puso orden con severidad y los instó a hablar de a uno, aclarándoles de antemano que ya todos sabían que el fin del mundo se acercaba para todos
_ ¡Y también para ustedes, payasos!, terminó diciendo con vehemencia. No estaba él para consolarlos, cuando él mismo se sentía tan angustiado por todo lo que aún no había cumplido.
Al escuchar las palabras del viejo del pueblo, los payasos comenzaron a reír y no podían parar. Se desternillaban de risa agarrándose la panza y levantando los pies. Y como la risa es contagiosa, el pueblo entero comenzó a reír con hilaridad, aunque no sabían el por qué.
Algunos pensaron que los payasos habían sido enviados para que ellos pudieran despedirse de este mundo con alegría.
Después de un buen rato los payasos pudieron hablar.
Necesitaban un escondite pues al estar ensayando bromas nuevas, habían prendido un fueguito que rápidamente se extendió, tomando fuego unas bolsas que contenían pólvora y otros polvitos de colores que ellos no sabían qué eran. Cuando quisieron reaccionar, empezaron las explosiones y esa maravillosa lluvia de colores que caía del cielo.
¡Ya todo estaba perdido!
Si el dueño del circo los encontraba, sus vidas correrían peligro. Debían esconderlos, terminaron diciendo.
A medida que ellos contaban su historia, los rostros iban cambiando pasando del horror y angustia, a la incredulidad y felicidad.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, empezaron todos a aplaudir y a abrazar a los payasos, agradeciéndoles por haberles devuelto la paz y la alegría.
¡Los payasos no entendían nada! ¡Ellos solo querían desaparecer!
Pero el tiempo se les acabó. Allí mismo estaba, furioso y frente a ellos, el dueño del circo.
Nuevamente, y sin ponerse de acuerdo, el pueblo entero rodeó a los tristes y desesperados payasos, protegiéndolos del iracundo dueño.
Después de cruzar fuertes palabras y alguno que otro empujón, la gente pudo explicar que los payasos les habían devuelto la esperanza y quitado el miedo. También aclararon que todo había sido un accidente.
Ya todos calmados, decidieron que ese día había que celebrarlo, así que todos marcharon al predio del circo a limpiar y reparar lo poco que había quedado.
En la tardecita, se realizó la tan ansiada primera función, al aire libre.
Los payasos estuvieron más graciosos que nunca, ya que se rieron de sí mismos, contándoles a todos, los pormenores de su accidente.
Pero lo que estuvo buenísimo fue cuando los del pueblo, sintiéndose artistas por unos momentos, pasaron a contar los temores que sintieron al creer que había llegado el fin del mundo, por el tan temido cambio de siglo.
Esa función fue verdaderamente especial para todos.
Se quedaron todos juntos hasta muy entrada la noche, celebrando que todo había salido muy bien.
La aventura pasada los unió mucho y se sentían parte de una misma familia.
Cuando el circo tuvo que marcharse se despidieron con afecto verdadero. Unos deseando regresar y los otros dispuestos a esperarlos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top