El País de los Sueños

Era un hermoso día de otoño, más concretamente, una maravillosa tardecita. El sol se ocultaba tiñendo de anaranjados y ocres, el cielo, el mar, la arena de la costa y hasta los cabellos de los niños que correteaban felices jugando a la atrapada.
Las risas infantiles llenaban de música la casi desierta playa. Solo los niños y sus familias estaban. Los pequeños se sentían libres, aún bajo la mirada protectora de los adultos, que los dejaban jugar a sus anchas.
De pronto, Paz tropezó con algo y cayó. Le dio mucha risa el no poderse levantar. Los niños corrieron hacia ella y también tropezaron con algo invisible. Cayeron a la arena y se miraron. Sus miradas traviesas no ocultaban la alegría de saberse en medio de una aventura.
Comenzaron por hacer un pozo, buscando aquello que los había hecho caer. Y fue Emiliano el que encontró un raro aparato, que Apa no dudó en decir que era un antiguo prismático. Todos querían mirar hacia el mar, a lo lejos, pero no veían nada. Luli los tomó en sus manos y limpió los lentes con su remera blanca, que quedó toda manchada de un color óxido. Probó a mirar lejos y su boca se abrió, demostrando sorpresa. Sin emitir palabra alguna, les pasó el prismático a los demás niños, que tuvieron la misma reacción. Solo atinaban a pasar el aparato sin decir nada.
Eran los más grandes del grupo los que estaban en esta situación misteriosa, porque Maia y Tomi jugaban a ser la mamá y el papá de Vicente; los tres estaban muy entretenidos, ya que Vicente se divertía mucho siendo paseado por sus papis de turno.
De pronto se levantó como una tormenta de arena y un gran remolino elevó a los "niños espías". A medida que eran elevados a gran velocidad, los chiquillos gritaban con una alegría mezclada con algo de miedo. El viaje duró unos segundos, pues el remolino los depositó uno tras otro, en un gran barco pirata, el mismo que ellos habían visto desde la playa.
Se levantaron despacio, sacudieron el polvo de su ropa, se miraron. ¡No sabían qué hacer! Julieta, Paz y Luli dijeron que debían entrar a lo que parecían habitaciones. En cambio Bauti, Emiliano, Apa y Agustín, decían que era mejor quedarse allí mismo, en la cubierta, hasta que apareciera el capitán. Las niñas entraron. Todo estaba muy oscuro y no veían nada. De pronto sintieron un aleteo muy suave, y apareció un par de ojos amarillos, como flotando cerca del techo. Las niñas corrieron y se metieron en una habitación cuya puerta alguien abrió. Una vez adentro, la puerta se cerró de golpe y pudieron ver a una hermosa joven que vestía como una princesa.
La chica les dijo que era la princesa de un país lejano y que estaba presa en ese barco; un vampiro la había raptado para alimentarse de su sangre, pero ella se había encerrado en ese camarote. El vampiro no se atrevía a entrar porque ella se había colgado al cuello un crucifijo. Al saber esto, las niñas, que también llevaban uno por debajo de las remeras, los sacaron y los dejaron a la vista. Las cuatro rieron al imaginarse cómo correría el vampiro al verlas a las cuatro tan protegidas. La princesa, llamada Hanna, les explicó que el mejor momento para salir era durante el día, porque a los vampiros les hace mal la luz del sol.
Mientras las chicas programaban su escape, los varones se divertían correteando por la cubierta, y jugaban a la pelota con una extraña fruta que habían encontrado. Estaban tan entretenidos que no se percataron de que se había hecho la noche. Y junto con la noche, empezaron ruidos extraños. Los chicos se escondieron detrás de unas cuerdas muy gruesas. ¡Lo que vieron aparecer los dejó mudos!
Era un hombre grandote que llevaba gorro y capa negra, un parche en un ojo y una pata de palo. El único ojo que se le veía era de color negro, pero estaba inyectado en sangre. Su mirada producía terror. Lo escucharon hablar con alguien...
-¡No sé dónde te conseguiré sangre humana! - exclamó con fuerza.
- La princesa está con tres pequeñas pero yo no puedo entrar - dijo una voz tenebrosa.
- ¡Y yo tampoco puedo! ¡No tengo la llave! - gritó el pirata.
- Pues haz algo rápido, o serás tú mi próximo alimento - volvió a decir esa extraña voz.
Los niños entendieron que el pirata hablaba con un vampiro sediento de sangre y que debían salvar a las niñas e irse de ese barco.
Siguieron escondidos hasta que el pirata los descubrió. Y ahí empezó una batalla entre el pirata, el vampiros y los cuatro niños. La agilidad de los pequeños desconcertó a sus atacantes. El pirata no podía correr y el vampiro no lograba llegar a tiempo hasta los niños. Pero en una ocasión, se acercó al cuello de Agustín, y Bauti lo sacó con un certero golpe. Los dos corrieron en busca de las niñas. Emiliano y Apa, mientras tanto, trataban de distraer al pirata y al vampiro. Estaban decididos a escaparse, entonces atraparon al viejo pirata, en el mismo momento en que el vampiro se abalanzó sobre ellos. Pero en el forcejeo, fue el pirata la víctima del vampiro. Los niños los ataron y colgaron una cruz en la soga, así no podrían escaparse.
Las niñas y la princesa fueron rescatadas y todos juntos, tomados de las manos, se pararon en la cubierta y esperaron. Sabían que un nuevo remolino los llevaría de regreso. Y así pasó... Un remolino los envolvió y los hizo girar más que en el primer viaje, ya que Hanna fue llevada a su lejano país, luego, los niños fueron depositados en la playa, donde los chiquitos seguían jugando y los adultos conversaban y se reían. Nadie había notado la ausencia de los más grandes.
Se miraron y se preguntaron
-¿Acaso fue un sueño todo lo que vivimos?
Estaban a punto de convencerse de que habían soñado el mismo sueño, cuando cayó, desde el pico de un águila blanca, la corona y el crucifijo de Hanna, junto a una notita que decía:
"¡Gracias queridos amigos! Jamás olvidaré todo lo que hicieron por mí. Seguramente nos encontraremos en una nueva aventura.
Los abraza Hanna, princesa del País de los Sueños"
Los chicos corrieron a contarles a sus padres la aventura que habían vivido, pero ellos no les creyeron. Les mostraron la nota y los regalitos de Hanna, entonces, para dejarlos contentos, les dijeron que sí les creían y que siguieran jugando porque en un ratito se irían de regreso a sus hogares.
Cuando los niños se retiraron, los adultos comentaron:
-¡Qué imaginación tienen estos gurisitos!
Los niños siguieron jugando y comentando lo vivido. Esa noche, debajo de la almohada de cada niño, Julieta, Paz, Emiliano, Agustín, Bauti, Apa y Luli, alguien depositó otra notita que decía:
"La próxima vez que visiten mi barco pirata, no podrán escaparse."

ilargiluna
22/4/2021

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