De pijamada
Jerónimo se despertó temprano. Era un día de invierno, lluvioso y frío, pero él se sentía lleno de calor y de colores.
¡Estaba feliz!
Por primera vez en sus seis añitos, pasaría un día entero en su casa, con sus dos mejores amigos, Pablo y Gonzalo.
Estaban siempre juntos, jugaban en la escuela y en la plaza del barrio que compartían, pero hasta el día de hoy, jamás habían pasado un día entero juntos. Y cuando digo un día entero, me refiero que estaba incluida la noche, con una pijamada.
¿Cómo no sentirse feliz?
-¡Mamaaaá! - llamó con fuerza.
-¡Jerónimo! ¿Qué haces despierto tan temprano? - le dice su mamá, mientras lo abraza y lo besa, sonriente.
-Mami, ¿Te olvidaste de que hoy vienen mis amigos?
- No, mi amor. Ya estoy preparando todo para que pasen muy bien. Pero es muy temprano aún. Duerme un poco más.
Aunque no muy convencido, Jerónimo se quedó en la cama, pero no pudo dormir más.
¡Estaba emocionado!
Un poco antes del mediodía, llegaron Pablo y Gonzalo, acompañados por sus padres. Mientras los mayores hablaban, los niños se fueron a jugar a la sala de estar.
Se divirtieron muchísimo armando diferentes "películas", con los dinosaurios de Jerónimo, armaron una gran selva, donde no faltaron puentes de madera, ríos, carreteras. Tenían, también, un camión gigante, para rescatar dinosaurios. El día fue pasando entre juegos, risas, almuerzo, merienda.
Al caer la noche, y luego de una ducha reparadora, los niños aún estaban con mucha energía. ¡Querían seguir haciendo cosas!
Manuela, la mamá de Jerónimo, terminaba de preparar la cena. Juan, el papá, los invitó a mirar fotografías y los niños accedieron contentos.
Se rieron mucho de fotos en las que aparecía Jerónimo, pero mucho más pequeño, haciendo travesuras. Luego aparecieron fotos de personas muy mayores, a las que Gonzalo y Pablo no conocían. Jerónimo les explicaba cuál era el abuelo de la mamá, la abuela del papá, lo que hacían, cómo vivían.
Fue cuando Gonzalo le preguntó:
-¿Y dónde están ellos?
- Ellos ya murieron, les dijo Jerónimo.
-¿Y vos los conociste?, preguntó Gonzalo.
- ¡No, no! - dijo Jerónimo - Ellos murieron mucho antes de que yo naciera.
-¿Y cómo sabés tantas cosas de ellos?
- Porque los conocí en las fotografías y mis padres me han contado todo lo que sé. ¡Sí conocí a una bisabuela! (Jerónimo busca entre la fotografías) ¡Acá está! Ella es mi bisabuela Filomena.
- ¿Y dónde está ahora? ¿Dónde vive?, preguntaron Pablo y Gonzalo.
- La abuela Filomena también se murió, pero yo la conocí. ¡Me hacía reír mucho con sus cuentos! ¡Era muy divertida!, Dice Jerónimo, riendo feliz, como si se acordara de los buenos momentos que pasó junto a su bisabuela.
- ¿Y no te pone triste que se haya muerto?, preguntan los amigos.
- No, porque con mamá y papá la recordamos haciendo travesuras, como si fuera una niña, y nos volvemos a reír. Siempre hablamos de la abuela con mucha alegría.
-¡En casa no hablamos de los que se mueren!, dijo Pablo.
-¡Nosotros tampoco!, expresó Gonzalo.
-¿Por qué no?, preguntó extrañado Jerónimo.
- Porque nos ponemos tristes, dijeron los amigos.
- Seguramente esas personas que ya murieron, hayan vivido momentos felices con ustedes, dijo el papá de Jerónimo.
-¡Siiiiii!, respondieron los niños.
- A mí me gusta hablar de los que ya murieron, de cómo vivían. ¡Antes era todo muy distinto! Jugaban en la vereda, en la plaza, y los padres no estaban con ellos. Se juntaban todos los niños del barrio, todos eran amigos. También trabajaban en la casa, en la quinta, hacían mandados al almacén, solitos. No había supermercados, iban solos al cine, se iban caminando a la escuela. ¡Pasaban re lindo! Y eso que no tenían televisión, ni computadora, ni celulares. ¡Solo tenían radio! - dijo Jerónimo, muy orgulloso.
Los niños escuchaban maravillados a su amigo y al papá, que no paraban de hacer cuentos muy divertidos.
-Les diré a mis padres que me cuenten de mi familia, dijo Pablo.
- ¡Yo también!, exclamó Gonzalo. Además, debemos contarles cómo nos divertimos con las historias de antes.
-¡Claro que sí!, expresó Jerónimo. Mis padres siempre me dicen que debemos recordarlos con alegría y agradecimiento por la familia que formaron. Y cada vez que vemos alguna foto, siempre surge un cuento nuevo. A mí me gusta mucho conocer a mi familia, y con las fotos y las historias, siento que los conozco a todos.
Luego de la cena, los niños se fueron a dormir, no sin antes jugar a que eran niños, de la época de sus abuelos. Jugaron a la payana, ese juego tan difícil con cinco piedritas de mármo, como las que le regaló la bisabuela a Jerónimo.
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