Akito en Egipto...
Acá estábamos, sentados en el avión.
Se respiraba un aire de buena camaradería entre casi todos los pasajeros; solo algunos se mostraban indiferentes a lo que sucedía alrededor.
Nosotros estábamos en familia y entre amigos, hablábamos en voz alta y nuestras risas eran contagiosas. Los niños disfrutaban de antemano de un viaje que se mostraba prometedor.
Ahora sí, cada uno en su asiento, como indicó la azafata.
Y ahí empezaron las quejas y las trompitas enfurruñadas. Todos los niños quieren estar al lado de todos... Misión imposible...
Tratamos de acomodarnos, de manera que los cinco gajitos nuestros (o sea, nuestros nietitos), quedaran junto a tataiaia. Los tres más grandecitos(Luli, Apa y Bauti) con la iaia (con ella tenían cuentos asegurados) y los dos pequeñitos (Maia y Tomi) con el tata, que los llenaba de mimos y los hacía dormir. A los padres y la tía les tocaba cebar mate.
Atendimos las instrucciones de la azafata, conversamos sobre la seguridad y nos pusimos a dibujar y pintar. Los primeros dibujos fueron aviones, azafatas, salvavidas, hasta que por ahí apareció Akito.
_ ¿Akito por acá? _ preguntó la iaia
_ ¡Y sí,iaia, él siempre nos acompaña! _ exclamaron los grandes.
_ ¡Sami también viene! _ dijo presurosa Luli, y se puso a dibujarla.
En seguida aprovecharon Bauti y Apa para decir:
_ ¡Vos te quedás con Sami y nosotros con Akito!
Y antes de que empezaran a discutir, la iaia les dijo:
_ ¡Si pelean no hay cuentos! _ son casi palabras mágicas...
Seguimos dibujando y coloreando todo aquello que nos recordaba a nuestra gran mascota Akito: bosques, huecos, luces, lunas, estrellas, risas, silencios, misterio, magia...
Ahora sí estamos por despegar...
Esperamos ansiosos que el avión comience a moverse pero estamos detenidos; azafatas corren de un lado a otro, miran, escuchan, observan, husmean, pero el avión no se mueve.
Estamos todos atentos a lo que sucede en el interior del avión.
De pronto Luli suspira y se tapa la boca al decir:
_ ¡Miren!
Miramos por la ventanilla y Apa y Bauti exclaman:
_ ¡Akito!!!
Solo nosotros cuatro podemos verlo.
¡Y está muy sentado en una de las alas!!!
¡Con razón el avión no podía moverse!
Akito nos mira feliz y nos agradece la invitación para el viaje.
Los chicos están felices, ya que aman al pequeño gran gigante, pero les explico que no puede estar ahí. También se lo explico a Akito.
Él parece otro niño enfurruñado pues quiere ir con nosotros.
_ Iaia, dice Bauti, Akito podría empujarnos.
_ También puede cincharnos con la cola, dice Apa.
Luli trataba de convencer a Akito de bajar del ala.
Por fin entendió y se bajó muy lentamente, como pensando qué haría. Una vez en el suelo, comenzó a empujar al avión, luego se colocó al frente y lo cinchó con su cola. El avión se movía lento y todos aplaudimos, incluso aquellas personas que hasta hace un rato se mostraban indiferentes a todo.
Los pilotos estaban asombrados. Sentían que estaba todo bien pero intuían algo misterioso.
De pronto, el avión comenzó a carretear. Iba muy rápido y no veíamos a Akito.
Como si nos hubiera escuchado, Akito mostró su mejor sonrisa en nuestra ventanilla.
El viaje fue largo y muy divertido para nosotros, mirando las piruetas de nuestra mascota.
Llegamos a Egipto. Después de registrarnos en el hotel y darnos una ducha, nos fuimos hasta la gran pirámide de Keops.
Después de subir, agachados, unos 45 metros, llegamos a la cámara del Rey.
Al sentarnos en el suelo, cerrar los ojos, respirar profundo y meditar sobre ese lugar mágico en el que nos encontrábamos, abrimos suavemente los ojos y lo primero que vimos fue a Akito. Su color había cambiado y también su tamaño, pero seguía siendo invisible para el resto del mundo. Había recogido sus enormes alas sobre su pecho y también parecía que meditaba. Nos miraba con mucho amor y con cierto dejo de picardía.
Se acercó a nosotros, nos invitó a subir a él y en un acto de increíble magia, atravesamos las paredes de la pirámide y sobrevolamos sobre el antiguo Egipto.
Nuestros ojos no daban crédito a lo que veíamos. ¡Akito nos había hecho viajar a través del tiempo!!!
_ ¡Mirá, iaia! Los hombres están de vestidos largos!
_ ¡Allá hay muchos niños jugando!
_ ¡Qué fuerza tienen aquellos hombres, iaia!!! ¡Mirá cómo mueven aquella enorme piedra!!!
_ ¡Vamos a jugar con esos niños de vestido!, insistían Luli, Apa y Bauti.
Akito no contestaba, estaba buscando algo...
De pronto vimos a otro grupo de niños jugando en el río Nilo.
_ ¡Vamos a bañarnos!, gritaron los tres, y se soltaron de Akito.
Cayeron suavemente en la orilla, y rieron a carcajadas cuando sintieron las heladas aguas.
Mientras los tres se divertían, Akito me dijo que debíamos llegar temprano a la pirámide, pues si no, no podríamos pasar.
Fue entonces que quisimos darles una sorpresa a los chicos. De nuevo en el lomo de Akito, nos adentramos en el desierto del Sahara. Allí nos subimos a cuatro grandes camellos, y salimos por la arena. Rostros felices e incrédulos miraban todo. De pronto, la arena comenzó a levantarse, el viento sopló cada vez con más fuerza, los camellos siguieron su marcha y nosotros cerramos los ojos. Nos sentíamos muy seguros, porque Akito estaba con nosotros.
De pronto sentimos aleteos y susurros a nuestro alrededor. La familia de Akito nos rodeaba, jubilosa.
Después de un rato de abrazos y juegos, hubo que regresar.
Akito y Sami nos dejaron en la Cámara del Rey y continuamos nuestro paseo.
Contamos de nuestro extraño paseo y, como siempre, pensaron que eran los inventos de la iaia y sus nietos.
En parte podemos entenderlos, ya que cuando estamos con Akito, el tiempo se detiene y nadie nota nuestra ausencia.
Pero es una pena que no nos crean...así nunca podrán conocer a Akito, porque para ello se necesita mucha confianza y magia, pura magia...
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