Capítulo 9
Cuando abrió los ojos, tenía la cabeza en una almohada. Percibía un dulce aroma a perfume de mujer y por un momento pensó en su madre biológica. No la conocía pues había muerto durante el parto, pero había visto fotografías de ella. Sabía que había heredado su personalidad, su padre no paraba de repetirlo. Las dos personas que más la amaban, sus progenitores, estaban juntos en la otra vida mientras ella intentaba sobrevivir en ese mundo tan extraño. Ojalá nadie la hubiera salvado de desangrarse. Recordaba vívidamente los momentos antes de desmayarse. Intentó incorporarse, pero el dolor en su espalda se lo impedía. Sólo una vez había sentido semejante molestia, cuando Leve la obligó a levantar un pesado armario para recuperar un par de pendientes de plata.
Su visión en aquella posición era limitada. Estaba recostada boca abajo sobre el cómodo colchón de una cama de tamaño matrimonial que le pareció desconocida. Su cuerpo desnudo estaba cubierto por una fina y suave sábana de color blanco. Bufó y se preguntó si acaso todos los elfos tenían por costumbre desnudar a las personas heridas. Miró hacia la derecha y vio una pequeña mesa de noche tallada en madera de arce. Sobre ella había una lámpara de aceite apagada. A juzgar por la iluminación de la habitación, era cerca del mediodía.
El trozo de pared que alcanzaba a distinguir era de color blanco. Intentó mirar hacia el otro lado, pero su cuello le reclamó por el esfuerzo con una punzada de dolor. Dejó caer la cabeza en la almohada e intentó mover sus piernas para asegurarse que aún podía caminar. Se movieron sin problemas y se sintió aliviada. Cuando dirigió de nuevo la mirada a la mesa de noche, se encontró con los ojos negros de la pequeña criatura. La Nympha la miraba con la misma angustia de alguien que mira a un moribundo.
—Hola...
Su voz le pareció ajena. La Nympha esbozó una tierna sonrisa y respondió con una caricia en el rostro de Alice.
—Te he extrañado. ¿Dónde estoy?
Sabía que la pequeña criatura no podía responderle, pero esa pregunta bastó para que la Nympha saliera volando de la habitación en busca de un intérprete. Esperó pacientemente imaginando a una elfa vestida como enfermera que iría a revisar sus signos vitales. ¿Existían los hospitales en ese mágico mundo? ¿O acaso la habían llevado con un curandero? Se sintió como una lunática al pensar que había dejado de creer que todo era un sueño.
El rechinido de la puerta llamó su atención, pero no podía mirar en esa dirección sin que su cuerpo reclamara con más dolor. Escuchó pasos que se dirigían a ella y pronto pudo escuchar una voz familiar y tranquilizadora.
—Así que finalmente has despertado.
Henna tenía la mala costumbre de hablar siempre con desdén, pero por alguna razón su voz hacía sentir bien a Alice. Henna, Swan y los demás eran lo más cercano a un amigo que Alice tenía en ese mundo. La rubia se colocó en cuclillas frente a ella y le dedicó una cálida sonrisa. Aquél gesto era extraño en ella, sin duda pretendía tener un carácter de cuidado para evitar que se cuestionara su autoridad en el campamento. Alice devolvió la sonrisa.
—¿Qué pasó?
—Diste un gran espectáculo a todos los Rebeldes... Hemos tenido que dar muchas explicaciones que no debían darse aún.
—Lo lamento.
—Cuando gritaste, alertaste a todos. Pensamos que había intrusos, que nos habían encontrado. Muchos salieron armados de sus cabañas y otros corrieron al establo para tomar caballos y asnos, y salir tan rápido como pudieran de aquí y buscar un escondite. Raziem y Dristan tuvieron que tranquilizarlos y decirles que no había ningún peligro. Llegamos a donde estaban Swan, Sonya y Blum y te vimos ahí, con la espalda arqueada, creí que ibas a fracturarte la columna. Mi primer pensamiento fue que te habían atacado por la espalda, pero no fue así.
—He sentido como si me hubieran apuñalado.
—Alice, nadie te atacó... En tu espalda apareció un par de alas.
Las pupilas de Alice se contrajeron. Palideció e intentó incorporarse por todos los medios posibles. Su espalda le recriminó con tal dolor que soltó un fuerte quejido. Henna la tomó por los hombros y juntas lograron hacer que la chica quedara sentada en la orilla de la cama. Cubrió su desnudez con la sabana y al fin pudo ver su entorno. Era una habitación pequeña, de blancas paredes.
—Es mi habitación —explicó Henna.
Llevó una mano a su espalda y pudo acariciar un par de cicatrices donde la piel se abultaba levemente. Apretó con fuerza los dientes al imaginar las horribles marcas que dejarían las alas en su cuerpo. Intentó tocarlas, pero le fue imposible. Lo único que logró fue provocar más dolor en su espalda, era como si estuviera tocando un cardenal que aún estaba fresco.
—No puedes tocarlas.
—¿Por qué no?
—Tus alas son visibles, pero no están hechas de ningún tipo de materia tangible —respondió una tercera voz.
Swan entraba en la habitación en ese momento, aún iba vestida con aquél traje que usaba para ocultar su identidad. Alice se percató de que sus alas habían desaparecido. ¿Por cuánto tiempo las había ocultado? No podía recordar haberlas visto en el hogar de Lord Century. Swan se acercó a Henna y Alice y dirigió una mirada a un punto sobre la cabeza de la chica morena. Alice supuso que estaba mirando las polémicas alas.
—Tus alas pueden atravesar cualquier tipo de superficie —continuó Swan—. Puedes cubrir tu espalda con cualquier tipo de ropa y tus alas seguirán luciendo hermosas. Pueden ocultarse por sí mismas si es eso lo que quieres. Puedes vendarlas y se notarán un poco abultadas en tu espalda. También puedes cubrir tu espalda con una capa y si quieres que se mantengan invisibles, lo harán. De lo contrario, seguirán luciendo por encima de la tela o de los vendajes.
—No comprendo... Si no puedo tocarlas y ellas atraviesan cualquier superficie, ¿cómo puedo cubrirlas con algo?
—Es porque tus alas pueden pensar por sí mismas, Alice. Harán lo que sea tu voluntad. Si quieres que se oculten, se ocultarán. Si quieres lucirlas, ellas lucirán. Tendrás que aprender a vivir con ellas.
—Quiero verlas...
Henna y Swan asintieron con la cabeza y ayudaron a que la chica se pusiera en pie. Siguió cubriendo su desnudez con la sábana, presionando la suave tela contra su pecho para cubrir al menos su cara delantera. Le costó mantener el equilibrio una vez que se puso de pie, sus piernas estaban adormecidas después de estar tanto tiempo recostada. No sentía nada distinto en su espalda, esperaba que sus alas fueran pesadas y le provocaran una caída.
—Cierra los ojos, Alice —pidió Swan.
La chica obedeció y se dejó conducir al gran espejo de pared. Le sorprendió que Henna y Swan no estuvieran intentando sacarse los ojos mientras estaban en esa habitación. Quizá habían resuelto sus diferencias mientras la chica se debatía entre la vida y la muerte. Sintió las manos de Henna sobre su cuello, estaba pasando todo su cabello hacia el frente para dejar toda su espalda descubierta. Su lacio cabello llegó casi hasta su cintura. Alice no recordaba que fuera tan largo, quizá el tiempo corría demasiado de prisa en ese mundo. Esperaba el momento en el que le arrancaran la sábana que cubría su desnudez, pero tal cosa no ocurrió.
—Abre los ojos, Alice.
Obedeció la orden de Swan e intentó no mostrarse tan sorprendida como estaba. No le aterraba lo que veía ahora que había aceptado su condición. En el espejo se reflejaba ella, pero muchas cosas en su cuerpo estaban cambiando. Era casi quince centímetros más alta de lo que recordaba, su estatura era casi similar a la de Henna y Swan. Su piel era un poco más blanca y se sentía más suave, mostraba un leve sonrojo en sus mejillas. Sus ojos azules seguían intactos y eso le provocó una gran sensación de alivio. Sus rasgos ahora parecían esculpidos por un talentoso escultor, recordó a la mujer que aparecía en el cuadro que Henna le prohibía tocar. Le llamó su atención que sus orejas parecían haberse alargado, le gustaba el efecto que conseguían. Quizá se volverían tan largas como las de los elfos que conocía.
Pero lo que más le había impactado era el par de alas traslucidas que salían de su espalda. Le recordó a un hada, o a su amiga Nympha. Las alas se movían por sí mismas como si la estuviesen saludando. Se sintió como una lunática al devolver el saludo con una sacudida de los dedos. Sobresalían por encima de su cabeza. Se giró para ver cómo se veían de perfil, no se extendían demasiado y estaban casi cerradas. Seguían moviéndose por sí mismas. Alice sonrió satisfecha. No se veía para nada como un monstruo y eso le aliviaba. La pequeña Nympha revoloteó hasta ella y miró fascinada las nuevas alas de la chica.
—¿Te gustan? —preguntó Alice mientras las seguía modelando frente al espejo.
La Nympha asintió emocionada con la cabeza, Swan y Henna sonrieron. Alice dio un salto para intentar levantar el vuelo, pero le fue imposible. Las alas no levantaban su cuerpo.
—No puedes volar —explicó Swan, Henna bufó como si fuese algo obvio.
Alice se decepcionó. Habría sido maravilloso poder levantar el vuelo. Con todo, se sentía satisfecha con su aspecto. Escuchó el rechinido de la puerta del armario y pronto tenía a Henna ofreciéndole una muda de ropa de colores grises. Alice la tomó y Henna repitió la acción con Swan, entregándole una muda de ropa de color salmón. Sonrió al imaginar a Henna vestida con colores rosas, corriendo por una hermosa pradera y usando una corona de flores. Swan esbozó una divertida sonrisa como si compartiera el mismo pensamiento de Alice.
—Vístanse y yo iré a servir algo de comer —dijo Henna mientras abandonaba la habitación—. Bajen en menos de veinte minutos, tenemos mucho de qué hablar antes de la cena de esta noche.
Swan bufó inconforme.
—La detesto —dijo y se dispuso a abandonar la habitación—. Te dejaré a solas, nos veremos abajo.
Se despidió con una sonrisa, dejando a Alice con la única compañía de la Nympha. La chica caminó hasta la cama y se sentó en la orilla para desdoblar el conjunto que Henna le había proporcionado. La Nympha la miraba expectante.
Sus nuevos ropajes eran demasiado sencillos. Henna le había proporcionado también un par de zapatos semejantes a los de una bailarina de ballet, de color negro. Swan tenía razón, sus alas sobresalían por encima de sus ropajes y no había tenido problemas para vestirse. El dolor de su espalda había disminuido bastante mientras se encontraba de pie. Lució su nueva apariencia frente al espejo. Tenía que aceptar que le gustaba el efecto que lograba su vestimenta combinada con su nuevo aspecto. Buscó en el armario de Henna hasta encontrar un pequeño peine de cerdas suaves para cepillar su cabello. Lo dejó suelto, caía como una cascada por su espalda y un par de mechones adornaban sus hombros.
Cuando estuvo lista, la chica que veía reflejada en el espejo se parecía mucho más a la mujer del retrato de lo que quería admitir. Soltó un pesado suspiro al imaginarse a sí misma en el lugar de aquella hermosa elfa. Se acicaló un poco más frente al espejo hasta que estuvo satisfecha con su aspecto. Se preguntó si algún día colgaría una espada de su cinturón. O quizá llevaría un carcaj lleno de flechas en la espalda. Sonrió a su reflejo y miró a la pequeña Nympha para indicarle que era hora de salir de la habitación. Su amiga la entendió al instante y se posó en su hombro para acompañarla a su encuentro con el resto de los Rebeldes.
~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~
Cuando Aythana recibió la noticia de que había un nuevo prisionero en los calabozos se imaginó que finalmente tendría en su poder a la fugitiva princesa. Toda la Ciudad Imperial se encontraba sitiada, en caso de que a la princesa se le ocurriera salir de sus territorios. Había saqueado ya la gigantesca mansión de Lord Horus donde podía ocultarse, pero no estaba ahí. Sus hombres registraron cinco veces el castillo sin encontrar una pista siquiera. La habitación de Swan estaba intacta. Parecía haberse desvanecido en los aires.
Los calabozos eran oscuros y malolientes. En ellos se mezclaba el hedor de la sangre, la orina y la comida podrida de los prisioneros. Eran iluminados por un par de antorchas empotradas en las paredes de piedra.
Las celdas no tenían ventanas pues los calabozos se encontraban bajo tierra. Cada prisionero estaba encadenado con grilletes sujetos a la pared, casi siempre les quedaban tan apretados que el metal les cortaba la piel. Los calabozos eran vigilados por un par de verdugos ataviados con capas negras y los rostros cubiertos. Fornidos y armados hasta los dientes, tenían órdenes de asesinar a cualquier prisionero que intentara escapar, así como cualquier criatura del exterior que entrara sin autorización a las prisiones. Aythana era la única excepción a esa regla, podía entrar cuantas veces quisiera a los calabozos sin que los verdugos se atrevieran a acercarse.
Amanecía cuando la aterradora mujer se enfiló hacia el último de los calabozos, el más pequeño. Sus prisioneros, elfos de todas las edades, gritaban y suplicaban. Aythana los ignoraba olímpicamente. Finalmente llegó a su destino donde la esperaba Lord Horus esbozando una sonrisa triunfal. Aythana miró dentro del calabozo y se enfureció al ver que ahí no se encontraba la princesa Swan. Era Lord Century, inconsciente.
—Maldito inútil —siseó Aythana—. ¡Te dije claramente que quería a tu hija en ese calabozo!
Tomó a Lord Horus por los hombros y lo estrelló contra la pared que tenía detrás. Lord Horus no mostró ninguna expresión.
—¿De qué me sirve tener a ese maldito idiota encerrado?
—Si Lord Century está encerrado, Swan vendrá a rescatarlo.
—¡Bastardo idiota! —Exclamó Aythana y lo estrelló nuevamente contra el muro—. ¡Ella no vendrá a lo que supondrá que es una trampa! ¡Seguramente en este momento está con los Rebeldes Orión y si llega a enterarse de que Lord Century está aquí encerrado, querrá que la ubicación de los Rebeldes muera con él!
Lo estrelló una vez más y lo soltó para darle la espalda. Lord Horus sintió que la sangre brotaba de su nuca.
—¿Cómo voy a encontrar la base del Campamento Orión ahora? Si Lord Century conoce su ubicación, no tendré manera de arrancar la información de sus labios. No tiene familia, no tiene a nadie excepto a su preciada princesa... ¡Todo gracias a ti! ¡Tu hija debería estar en ese calabozo y de esa manera, Lord Century cantaría como un canario!
Cualquiera en su posición se habría disculpado con una inclinación de la cabeza y habría suplicado indulgencia.
—No puedo confiar en ti, Horus. ¡Eres un maldito inútil! Tengo que confiar esto a alguien más listo que tú. —Aythana volvió a darle la espalda y llamó en voz alta—. ¡Jarko!
No fue necesario esperar. El lobo negro apareció en los calabozos corriendo a toda velocidad. Sus heridas habían sanado ya gracias a la ayuda de la curandera residente en la Ciudad Imperial. Al llegar con Aythana, le dedicó una reverencia.
—¿Me ha llamado, majestad?
Aquello era mera formalidad. Toda la Ciudad Imperial podía haber escuchado el llamado de la mujer.
—Quiero que vayas y busques a Swan. La quiero viva.
—Como usted ordene, alteza —respondió Jarko.
—Y será tu última oportunidad para redimirte. ¡Ahora lárgate, y no vuelvas sin la princesa!
El lobo negro le ofreció una segunda reverencia y echó a correr para salir tan deprisa como pudiera de la Ciudad Imperial. Al retirarse Jarko, Aythana volvió a centrar su atención en Lord Horus. Aunque en su juventud había abdicado al trono de Astaria, era un símbolo de esperanza para todos en la Ciudad Imperial. Debía mantenerlo con vida para que todos sus súbditos supieran que él estaba de su lado. Al menos hasta que lograra asesinar a la Gran Reina Alicia y entonces no tendría razones para dejar vivo a Horus.
La princesa Swan representaba la mayor de las amenazas. Nadie en la Ciudad Imperial le plantaba cara a Aythana, todos agachaban la cabeza al verla pasar. Pero Swan nunca se doblegó. Ni siquiera tras la muerte de su hermano, el príncipe Nymou.
Si la princesa caía, ya fuera en la horca o en la guillotina, su dominio sería total. La chiquilla humana no representaba una amenaza tan grande, ni siquiera le preocupaba. Con todo, no podía permitir que Lord Horus no recibiera un castigo por su incompetencia. Avanzó hasta él y le propinó una fuerte bofetada. Con sus largas y afiladas uñas provocó cinco profundos rasguños sangrantes en la piel del hombre.
—¡Encierren a Horus!
—¿Qué has dicho? ¡No puedes encerrarme! ¡Te has vuelto loca!
—Puedo hacer lo que se me venga en gana. Tú permanecerás en esa celda con Lord Century hasta que decida lo que puedo hacer contigo. ¿O prefieres que te asesine ahora?
—¡Te he ayudado a llegar al mando de Astaria! ¡No puedes encerrarme aquí como a un plebeyo!
Aythana no respondió. Ignoró olímpicamente los gritos de Horus que se negaba a ser encerrado. Sonrió con malicia al escuchar a los verdugos echarles llave a las rejas negras. Aythana se preguntó por un instante si acaso Swan caminaría por su propia voluntad hacia la horca con tal de ver libre a Horus. Desechó la idea al recordar la presencia de los Rebeldes Orión y su campamento.
Dirigió una mirada al cielo, el sol brillaba incandescentemente. Su sonrisa apareció de nuevo al imaginar lo desesperados que estaban todos los habitantes de Astaria por ver brillar de nuevo su amada estrella. Orión. Maldijo su nombre con un siniestro siseo y se dirigió a sus aposentos para esperar el triunfal regreso de Jarko. Sus manos estaban atadas mientras la princesa estuviese desaparecida y se sintió como una incompetente por no haberla encarcelado cuando tuvo la oportunidad. Pero aquello no le preocupaba. Los Rebeldes Orión caerían pronto, podía estar segura de eso. Los conduciría a la guillotina y los decapitaría. Y cuando eso ocurriera, Astaria sería toda suya.
~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~
Cuando Alice bajó las escaleras de piedra se topó con que los seis Rebeldes y Swan la esperaban impacientemente. Raziem soltó un silbido al ver las nuevas alas de Alice, Sonya aplaudió emocionada cuando la vio aparecer. El conjunto que Henna le había prestado a Swan hacía que la princesa se viera más femenina que con aquél traje de color marrón que era parte de su disfraz. Era semejante al que vestía Alice y su cabello castaño iba trenzado y caía por su hombro izquierdo.
—Esas alas te sientan bien —dijo Dristan—. Ahora pareces más una de nosotros.
—Imagínenla con uno de esos vestidos que le traen a Swan desde las Tierras Orientales —dijo Raziem—. Y una tiara.
—¡No te portes como un imbécil! —reclamó Blum—. Para la Gran Reina Alicia hacen falta mejores vestidos que esos harapos.
—¿Harapos? —Reclamó Swan—. Ya quisiera ver a cualquiera de ustedes utilizando alguno de esos vestidos.
—¡Blum se vería hermosa con uno de ellos! —exclamó Sonya dando una palmada.
Alice esbozó una sonrisa.
Aquellas discusiones entre los Rebeldes eran divertidas. Cualquiera que los viera conversar de esa manera, aunque no conociera a ninguno de ellos, podría notar el gran cariño que se tenían y el fuerte lazo que los unía.
Era como estar en casa.
—¡Bien, basta! —Interrumpió Henna—. Tenemos mucho que discutir. Esta noche daremos el anuncio a los demás Rebeldes.
—¿Esta noche? —Intervino Swan—. ¡Querrán entrar en acción hoy mismo, y Alice necesita entrenamiento!
—Haz el favor de cerrar la boca, Swan —respondió Henna—. Las reglas del campamento son claras, ningún miembro de la realeza puede entrar en nuestros territorios. Si vas y te pavoneas con ella sin dar el aviso, las matarán a ambas.
—La única opción es que se tatúen la marca —intervino Flint.
—¿Qué marca? —intervino Alice.
Todas las miradas se cernieron sobre ella y la chica se reprimió mentalmente por tener el mal hábito de interrumpir las conversaciones importantes de ese pintoresco grupo. Los siete intercambiaron una mirada difícil de descifrar. Era como si se estuvieran preguntando quién de ellos debía explicarle a Alice acerca de la tan mencionada marca. Swan se cruzó de brazos y adoptó una posición pensativa mientras Sonya le mostraba a la confundida chica las palmas de sus manos.
—Esta es, Alice. Es la Marca de Orión.
Ya había visto aquello en un sinfín de ocasiones. Todos los miembros del Campamento Orión llevaban tatuada esa marca en alguna parte de sus cuerpos.
Henna la lucía en su estómago, que casi siempre iba cubierto por sus ropajes; Raziem la lucía en la espalda, la había visto en una ocasión cuando el muchacho se sacó la camisa para limpiarse el sudor de la frente; Flint la llevaba tatuada en el brazo derecho; Blum la llevaba igualmente en el estómago que, al contrario de Henna, iba siempre descubierto; Dristan la llevaba en el cuello; y Sonya parecía querer dejar bien en claro que pertenecía a los Rebeldes Orión, pues la llevaba tatuada en ambas manos, en las palmas.
La Marca de Orión constaba de una estrella, pintada en color rojo, rodeada por dos perfectos y finos círculos.
—Esta marca indica que somos parte de la Rebelión —explicó Sonya—. Si vas a ocultarte con nosotros, es mejor que la tengas en alguna parte de tu cuerpo.
—Está tatuada con magia —intervino Henna—. Sonya se encarga de marcar a los nuevos reclutas. No se borrará nunca, pues está hecha con tu propia sangre.
—¿Duele? —preguntó Alice.
—Sólo los primeros días —dijo Raziem.
—Te sugiero que elijas una parte de tu cuerpo que no sea de uso cotidiano para llevar la marca —comentó Dristan—. Un brazo, la pantorrilla...
—Al tatuarte, estarás jurando lealtad al Campamento Orión —dijo Swan—. Jurarás luchar contra Aythana, serás parte de la Rebelión irremediablemente.
—Y necesitamos que aceptes ser parte de nosotros —dijo Blum.
—¿Por qué yo?
—Ya te lo había explicado —respondió Swan—. Eres la Gran Reina Alicia, has venido a Astaria para liberarnos de Aythana. Es tu deber subir al trono y gobernar.
Aquella era una Swan distinta a la mujer amable que Alice conocía. Con todo, decidió obtener respuestas antes de tomar una decisión.
Ahora que conocía la historia acerca de su otra vida y de su inminente conversión a una elfa, debía tener más detalles de lo que era su misión.
—¿Debo pelear contra Aythana?
Los elfos guardaron silencio.
Alice tomó como aquello como respuesta. Sí, debía enfrascarse en una batalla a muerte con Aythana para liberar a Astaria de su dictadura.
—No puedes levantarte en armas aún, Alice— respondió Henna—. Los Rebeldes deben saber primero que estás de nuestra parte. Y en dos semanas, cuando nos reunamos con los lobos para planear nuestro siguiente movimiento, te presentaremos como nuestra líder y junto con Jaku, el líder de la manada, decidirás el mejor momento para entrar en la Ciudad Imperial y derrocar a Aythana.
Alice divagó hacia el final de la explicación de Henna.
¿Volvería a ver a Flarium antes de la mencionada reunión?
¿Y dónde se habían metido Gora y Kruth, el par de lobos que debían protegerla?
Antes de que recibiera otra reprimenda por su falta de atención, lanzó otra pregunta.
—¿He de planear yo sola la batalla?
Swan robó la atención de todos cuando respondió. Su voz era solemne y enigmática.
—Primero, debes entrenarte —dijo la princesa—. Para presentarte ante la manada de Jaku y para pelear contra Aythana y sus Sombras, debes dejar atrás a Alice Orchide y convertirte en la Gran Reina Alicia. Aprenderás a luchar como una guerrera y a comportarte como un miembro de la realeza.
—Trece días quedan antes de la reunión con Jaku —intervino Sonya mirando a Alice—. Trece días es el tiempo que tienes para aprender lo que Swan o cualquiera de nosotros hemos aprendido durante toda la vida.
Alice no se atrevía a intervenir, sintió como el miedo invadía cada poro de su cuerpo.
Sin duda, no viviría para contar aquello.
—Durante este tiempo recibirás dos tipos de entrenamiento —dijo Henna—. Nosotros seis te enseñaremos a luchar. Swan te enseñará los modales de la realeza.
—Tendrás que aprender sobre el combate cuerpo a cuerpo —dijo Blum.
—Averiguaremos qué clase de arma utilizarás —dijo Dristan—. Un arco o una espada, no te será difícil aprender a defenderte.
—Y si has recibido dones mágicos con tu conversión, yo misma me encargaré de enseñarte encantamientos de batalla y protección —dijo Sonya.
—Aún puedes negarte, Alice —dijo Flint—. Si decides no hacerlo, nosotros nos presentaremos en la reunión con Jaku sin ti y eso no cambiará nada.
Sabía que eso no era cierto. Alice era la única alternativa para lograr vencer a Aythana. Era la única esperanza de Astaria. Se hizo el silencio en la habitación.
Alice sopesó sus opciones por un largo instante.
De un lado de la balanza estaba ella y su deseo de supervivencia. Podía escapar de ese lugar, negarse a pelear y buscar una manera de volver a su mundo. Tenía que existir alguna especie de portal que la devolviera a casa de Leve y podría continuar con su vida como si aquella aventura jamás hubiera ocurrido.
Pero... ¿volvería a ser totalmente humana si volvía a casa?
¿Qué sería de sus alas y todos los cambios físicos que estaba sufriendo?
Del otro lado de la balanza estaban sus amigos. Swan y los Rebeldes Orión.
La Nympha, incluso.
Si decidía tatuarse la Marca de Orión y comenzar su entrenamiento, se convertiría totalmente en la Gran Reina Alicia. Tendría que luchar a muerte contra una mujer que sin duda le cortaría la cabeza o la asesinaría de mil formas distintas, todas tan dolorosas como nadie jamás habría podido imaginar. No podía dejar desamparados a tantos Rebeldes, a tantos habitantes del reino que esperaban ansiosamente que ella los liberara. Si se iba y optaba por el egoísmo, Henna y los demás morirían a manos de Aythana más temprano que tarde.
Su decisión estaba clara. Tomó una bocanada de aire y respondió intentando sonar más segura de lo que realmente estaba:
—Lo haré. Seré parte de la Rebelión.
Al pronunciar esas palabras el único pensamiento que pasó por su mente fue qué tan doloroso sería tatuarse la Marca de Orión. Los siete elfos hicieron evidente su emoción ante tal respuesta. Su victoria ahora estaba asegurada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top