Capítulo 6

La habitación de la princesa Swan era demasiado grande para que la ocupara una sola persona. Las paredes y el suelo estaban hechos de reluciente cristal, aunque no podía verse a través de él. En un lado de la habitación había un vitral que daba acceso a una terraza. Había una cama con dosel cubierta con sábanas de color celeste y las cortinas eran de encaje blanco. Había también un hermoso tocador tallado en caoba y un gran espejo empotrado en la pared, un gigantesco librero y un elegante sofá de color blanco. En un muro estaba colgado un retrato de la princesa, enmarcado en hoja de oro, donde aparecía Swan usando un largo vestido de color musgo y una tiara plateada adornaba su cabeza. En el retrato la acompañaba un niño pequeño idéntico a ella en todos sus rasgos, incluso en sus puntiagudas orejas y el par de alas que lucían en la espalda. El niño usaba un traje de color azul con detalles dorados y en su cabeza, adornando su cabello castaño con corte a lo paje, llevaba una corona plateada.

Aquella era una mañana fría y lluviosa. Swan estaba recostada en su cama, desnuda. Con sus brazos cubría sus senos, estaba recostada sobre su costado izquierdo. En su espalda había cientos de pequeños cortes marcados en un intenso color rojo. Cinco de ellos aún destilaban sangre. Sus alas estaban decaídas.

Alguien llamó a la puerta.

—Majestad, el desayuno.

—Voy en un minuto —respondió Swan.

Tardó unos segundos en recuperarse. Tomó una bata de seda para cubrir su desnudez. Abrió la puerta. Una elfa rubia, que usaba un delantal, la saludó con una sonrisa. Llevaba una bandeja de plata con el desayuno. Avena, jugo de naranja y ensalada de frutas. La bandeja iba adornada con una rosa en un florero de cristal.

La elfa rubia dejó la bandeja sobre el tocador de Swan y se retiró, no sin antes ofrecerle una reverencia. Swan volvió a cerrar la puerta. Se sintió asqueada al ver su desayuno. Volvieron a llamar a la puerta y ella entornó los ojos. Sólo quería estar sola.

—Majestad, abra la puerta.

Reconoció la voz, era un hombre. Abrió más velozmente la puerta y recibió a un apuesto caballero moreno. Iba vestido con un traje de porte medieval de color musgo y una espada colgaba de su cinturón de cuero negro. Su cabello era corto, rizado y de color negro. También tenía alas en la espalda.

—¿Puedo pasar?

—Me ofendería si no lo hiciera, Lord Century.

El caballero se adentró en la habitación y Swan volvió a cerrar la puerta. Ambos tomaron asiento en el sofá.

—¿Cómo se siente, princesa? Supe que Aythana la lastimó.

—Han sido sólo un par de azotes, nada de qué preocuparse. ¿Hay noticias de Flarium?

—Envié a cinco de mis hombres a buscarlo en los territorios cercanos al Paso de los Lobos, pero no lograron encontrarlo. Y como usted sabe, no podemos atravesar los territorios de la manada de Jaku.

—¡Tengo que hablar con él! ¡Necesito saber si esa humana que encontré en el bosque es...!

No pudo terminar la frase. Abruptamente, Lord Century la hizo callar tapando su boca con una mano.

—Lo lamento, alteza. Usted sabe que ese nombre está prohibido. Si Aythana la escucha decirlo...

Swan retiró con violencia la mano de Lord Century.

—Me mantendré en silencio si usted trae a Flarium.

—No podemos buscarlo más allá del Paso de los Lobos.

—¡Es una injusticia! ¡Los Rebeldes Orión pueden cruzar a su antojo el Paso de los Lobos, pero nosotros no podemos hacerlo!

—Majestad, le suplico que no se altere. Haré lo posible para localizar a Flarium.

—Eres el único en quien puedo confiar realmente, Lord Century. Saber que no tenemos progresos es tan difícil de aceptar...

—Orión no nos ha bendecido aún, pero estoy seguro de que lo hará pronto. Mientras tanto, manténganse al margen y no busque más castigos. ¿Hay algo más que necesite antes de que me retire, alteza?

—¿Ha sabido algo nuevo de los Rebeldes Orión?

Lord Century soltó una sonora carcajada.

—¿Qué es tan gracioso?

—Me parece hilarante que usted sienta tanto odio por los Rebeldes Orión, y aun así se preocupe tanto por ellos.

—No los odio a todos. Es sólo que Henna no me perdona aún haber salido con Flint.

—Créame, Alteza, a nadie aquí le agrada que esté tan orgullosa de esa relación. Pero gracias a su noviazgo con el joven Flint, logramos establecer contacto con esos seis valientes jóvenes.

—Valientes fugitivos. Lord Century, usted sabe que, aunque ellos busquen justicia, toda la armada de Astaria les dará caza si se descubre su ubicación.

—Le aseguro, alteza, que la ubicación del Campamento Orión permanecerá en secreto. Debo volver a mi puesto, sólo he venido para ponerla al tanto de las noticias.

—Más bien de la falta de noticias.

—Bien dicho, princesa —concedió Lord Century y ofreciendo una reverencia, se retiró de la habitación.

Swan permaneció sentada en el sofá, en silencio. Necesitaba saber algo, cualquier cosa, sobre Flarium. Y si Lord Century no podía darle información útil, tendría que buscarla por sí misma. Así que se dirigió al armario, haciendo caso omiso de su desayuno.

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

—¡Levántate, asquerosa!

Alice despertó cuando escuchó los gritos de Blum. Aturdida, se levantó de la cama que había ocupado por oferta de Sonya. La Nympha, que dormitaba acurrucada junto a ella, también se levantó aturdida.

—¡Que te levantes, dije!

Alice obedeció y buscó apoyo en Sonya, pero la elfa de los ojos púrpura había desaparecido ya. Alice miró por la ventana. A juzgar por la posición del sol, era ya medio día. Salió de la habitación mientras Blum aún vociferaba sus quejas. La Nympha viajaba sobre su hombro, riendo a carcajadas por la reacción de Blum.

—No te burles de ella o nos matará —bromeó Alice con una sonrisa.

Al bajar peldaños de piedra, Alice se encontró con que Henna y sus amigos ya estaban sentados a la mesa. El desayuno ya estaba preparado. Alice percibió el aroma de jamón ahumado y cordero asado. De pronto se sintió muy hambrienta.

—Buenos días.

—Buenos días, Alice —respondieron todos al unísono.

Sonya le señaló un asiento libre.

—¿Dormiste bien? —dijo Raziem.

—La cama de Blum es muy cómoda —sonrió Alice.

—Creo que Blum querrá desinfectarla antes de usarla de nuevo esta noche —dijo Flint con una carcajada.

—Por cierto, ¿a quién le toca montar la guardia hoy? —preguntó Henna.

Alice y la Nympha degustaban su desayuno mientras el resto de sus compañeros mantenían su conversación.

—Esta noche es turno de Sonya, Flint y Henna —explicó Raziem.

—¿Sólo ustedes seis se encargan de hacer guardia por las noches?

—No hace falta más —sonrió Sonya—. Además, es una forma de proteger al resto de los Rebeldes. Nosotros somos los líderes, así que nosotros hacemos las guardias.

—Suena razonable —concedió Alice.

—¡Por cierto! —Intervino Dristan—. Tenemos que ir a la Aldea Lunar para conseguir provisiones.

—Es cierto, tenemos que buscarle ropa a Alice —comentó Sonya—. Un par de trajes y un arma.

—Preferiría que Yaris le confeccionara un traje a la medida —dijo Henna—. No estoy segura de que sea correcto sacar a Alice del campamento por ahora.

—Primero deberíamos estar seguros de que el hedor a humano ha desaparecido de su cuerpo —secundó Flint.

—¿Hedor? —preguntó Alice ofendida.

—Los humanos despiden un hedor horrendo —explicó Sonya—. Es insoportable, te lo juro.

—¿Tanto apesto?

—No sólo tú, son todos los de tu clase —dijo Henna.

—Lo cual aún nos pone en peligro —dijo Dristan—. Si Jarko lo percibe, nos encontrará.

—Quizá sólo para estar seguros, Sonya debería reforzar los encantamientos que ocultan el campamento —comentó Flint.

—Lo haré tan pronto termine mi desayuno —sonrió Sonya.

La discusión continuó por un par de horas más. Al terminar sus alimentos, Alice ayudó a Sonya a limpiar la mesa y lavar los platos sucios. La chica creía que al carecer de las mismas habilidades que tan bien dominaban los seis elfos, lo menos que podía hacer por el Campamento Orión era mantener limpia esa pequeña casa. Así que, luego de terminar de lavar los platos, tuvo la intención de limpiar el lado de la habitación de Blum. Sin embargo, Sonya lo impidió.

—Prepárate, Alice. Iremos a la Aldea Lunar en veinte minutos.

Aquello provocó otra altisonante discusión entre los elfos, incluida Blum que devoró a toda velocidad su almuerzo. Henna insistía en que era peligroso que Alice saliera del campamento,

Sonya insistía en que era necesario que ella los acompañara.

Finalmente, Henna aceptó.

La rubia condujo a Alice hasta el establo del campamento. Le mostró a Alice un grupo de hermosos corceles de color marrón. Las crines estaban pulcramente peinadas y trenzadas. Alice esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Su padre solía llevarla a clases de equitación cuando era niña. De pronto extrañó a su padre. Se preguntó qué estaría pasando en su mundo. ¿Leve ya había notado su ausencia?

—¿Me escuchaste?

La voz de Henna la sacó de su ensimismamiento. Alice la miró confundida.

—¿Disculpa? —dijo.

—He dicho que viajarás con Sonya, en el mismo corcel, ya que ella te ha tomado tanto cariño —dijo Henna. Miró a la Nympha y añadió amigablemente—: Tú tendrás que quedarte aquí, es peligroso que vengas con nosotros.

La Nympha esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Antes de montar en los corceles, Henna le entregó a Alice una raída y vieja capa de color negro. Al extenderla, levantó una nube de polvo. Alice estornudó.

—Tendrás que usarla —explicó Henna.

Alice vio entonces que los seis elfos se habían puesto capas similares sobre los hombros. Todas tenían un gorro con el que cubrieron sus rostros. Alice supuso que necesitaban mantenerse ocultos si debían entrar a un lugar tan poblado como una aldea, considerando el aire de confidencialidad que se respiraba en el Campamento Orión. Imitó a los seis elfos y se puso la capa sobre los hombros. Flint intentó ayudarla a subir al corcel que ya montaba Sonya, pero Alice no necesitó ayuda. Se sintió un poco decepcionada al no poder tomar las riendas del caballo. El resto de los elfos ocuparon un corcel cada uno.

Partieron inmediatamente. Tomaron la dirección contraria al lado del campamento por el que Alice había llegado. Los otros Rebeldes Orión los despedían con ademanes de la mano y les deseaban un buen viaje. Alice se preguntó qué tan lejos estaría la aldea que visitarían.

Los corceles caminaron en dirección a su improvisado campo de entrenamiento y se adentraron por aquella linde del bosque que los rodeaba. Alice se sintió un poco perturbada cuando vio que Henna y Dristan preparaban una flecha en sus arcos, listos para disparar. Se preguntó, un poco asustada, si acaso encontrarían algún enemigo en esa zona del bosque. Recordó a Jarko. Se preguntó dónde estaría aquél lobo asesino que había querido matarla. Y entonces, recordó a Flarium.

Los árboles crecían muy juntos en aquella zona del bosque. Alice miró sonriente a un par de coloridas aves que los observaban desde las ramas de los árboles. Vio un par de ardillas y se preguntó si ellas también podían hablar.

El sonido de los cascos en las patas de los caballos era como música para sus oídos. Nuevamente, recordó a su padre.

Recordó aquella navidad, muchos años atrás, en la que su amado padre le había obsequiado una yegua de color blanco. Linda, la habían nombrado. Alice la montaba todos los días, sin falta. Pero entonces, llegó Leve. Tras la muerte de su padre, Leve vendió a Linda y utilizó el dinero para comprar un carísimo reloj chapado en oro que nunca utilizaba. Esa era una de las razones por las que tanto detestaba a esa mujer. Era como si viviera en uno de esos cuentos de hadas que su padre solía leerle. Él se había ido para dejarla viviendo con una madrastra malvada. Esbozó una sonrisa al pensar que ella ahora estaba viviendo en un cuento de hadas.

No supo por cuánto tiempo caminaron los caballos. No había ningún camino designado, ningún sendero adoquinado ni nada parecido. Alice creía que estaban perdidos. Vio algunas criaturas semejantes a mariposas que emanaban luz blanca de sus cuerpos. Una de ellas se posó sobre su hombro. Alice sonrió. El viaje fue bastante agradable. Los seis elfos permanecieron en silencio mientras avanzaban. Aquello fue agradable para Alice, le encantaba escuchar el sonido de los cascos en las patas de los caballos, combinado con el crujir de las ramas que pisaban y el sonido que producía el viento al soplar entre las copas de los árboles.

Finalmente logró ver que los árboles comenzaban a crecer más separados unos de otros. Se acercaban a la linde del bosque. Alice se deslumbró cuando finalmente salieron de entre el follaje. Al recuperar la visión se dio cuenta de que habían llegado a una aldea. Era similar al Campamento Orión pues parecía estar oculta en ese gigantesco claro. Estaba bordeada por tupidos árboles y un arroyo pasaba por en medio de la aldea.

Las casas eran de estilo rústico, construidas con madera. Eran similares a las que había en el Campamento Orión. Logró ver cerca de veinte pequeños establos afuera de algunas casas. Había un camino adoquinado que conectaba las casas y flores silvestres crecían alrededor de ellas. Había otros árboles creciendo solitarios dentro de la aldea, sauces y abetos.

Cruzando el arroyo había un gigantesco mercadillo de pulgas.

A lo lejos podían verse un par de granjas. Cinco vacas obesas pastaban cerca de la linde del bosque. Alice se sorprendió al verlas, las vacas eran totalmente blancas y poseían dos colas. Vio también un grupo de gallinas que paseaban entre las vacas, todas con coloridos plumajes. Los aldeanos paseaban y conversaban entre ellos. Se saludaban con cálidas sonrisas. Las mujeres cotilleaban mientras sus hijos pequeños correteaban. Las ancianas tejían sentadas en mecedoras cerca de la entrada de sus casas.

Los elfos bajaron de los corceles sin descubrirse los rostros. Dristan ayudó a Alice a bajar del suyo a pesar de que ella no necesitaba su ayuda.

—Dristan, tú cuidarás de los caballos —dijo Henna.

Dristan asintió con la cabeza. Henna guardó su arco y la flecha que llevaba lista para disparar antes de echar a caminar hacia el interior de la aldea. Alice despidió al elfo afeminado con un ademán de la mano y él respondió con una sonrisa.

El grupo avanzó hasta el mercadillo de pulgas. Pasaron por encima del arroyo gracias a un puente, Alice sonrió al ver que había una rana colorida a mitad del camino. Parecía haber sido acribillada por una pistola de pintura y miraba a Alice con un par de grandes ojos amarillos. Nuevamente se sentía como en un cuento de hadas.

Al llegar al mercadillo, los cinco elfos pasaron de largo entre las tiendas. La presencia de sujetos encapuchados parecía ser algo rutinario entre los habitantes de la aldea, pues ninguno se inmutó ante la presencia de los Rebeldes. Alice se preguntó si ya eran conocidos en esos territorios. Pensó que quizá todos ellos se habían criado en esa aldea y por eso su base estaba construida tan cerca de aquél pintoresco lugar. Finalmente se detuvieron frente a una tienda de vegetales. Atendía un elfo anciano y regordete que ofrecía a sus compradores una sonrisa bonachona. Henna avanzó hasta el anciano y se descubrió el rostro.

—Buen día, señor.

—Buen día, Henna. ¿Qué puedo hacer por ti?

Alice no se sentía una gran estratega militar, pero creyó que el hecho de que Henna permitiera que alguien conociera su nombre y su rostro era una falla crucial para sus planes.

—He venido por el pedido de siempre —dijo Henna.

—¿Cuánto dinero me tienes?

—Ciento cincuenta monedas.

—¿Sólo eso? La última vez me trajiste más de quinientas.

—No hemos podido conseguir más. ¿Qué puedes darnos por esa cantidad?

El anciano consideró su respuesta por unos minutos.

—Te diré qué haremos, Henna. Te daré lo mismo de siempre, con la condición de que Flint me fabrique diez espadas.

—¿Para cuándo?

—Una semana.

Flint intervino entonces, descubriéndose el rostro.

—¿Diez espadas por la misma cantidad de alimentos que nos da por quinientas monedas?

—Así es. ¿Lo toman, o lo dejan?

—Hecho —dijo Flint.

Henna intercambió las monedas con el anciano. Este le entregó cinco cajas de madera llenas con carne y vegetales. Alice logró detectar un par de zanahorias de tamaño descomunal. Flint tomaba las cajas y se las pasaba a Raziem. Blum también ayudó cargando una caja. Henna despidió al anciano con una sonrisa.

—Ustedes lleven las cajas con Dristan —ordenó Henna a Raziem y Blum, la pelirroja jugueteaba con un par de mariposas—. Nosotros iremos por lo que hace falta y pediremos prestada una carreta.

Los aludidos asintieron con la cabeza y se repartieron la recién adquirida mercancía. Volvieron sobre sus pasos, mientras Henna y los demás continuaban recorriendo el mercado.

—¡Henna!

Todos se giraron. Era una joven mujer pelirroja la que había llamado. Su cabello era rizado y lo llevaba peinado con una apretada coleta. Sus ojos eran de color verde y vestía con un traje similar al de Sonya, de esos que no dejaban mucho a la imaginación pues apenas cubrían una pequeña zona de piel. Llevaba un cinturón de cuero del que colgaba una espada de empuñadura dorada. Henna la miró con indiferencia.

—¡Yma! —saludó Sonya con una sonrisa.

Hubo un intercambio de abrazos y besos en la mejilla. Yma, la recién llegada, ignoró a Alice olímpicamente.

—¿Sabes algo de Flarium? —preguntó Flint.

—No ha venido por aquí desde hace meses —respondió Yma—. ¿Se han enterado de lo que ocurrió en la Ciudad Imperial?

—¿Se trata de Swan? —inquirió Flint.

—Aythana le dio cien azotes —respondió Yma.

—¡¿Qué?! —Se alarmó Flint—. ¿Se encuentra bien?

—¡Tranquilo, Flint! —exclamó Sonya con una sonrisa y le dio una palmada en la espalda.

Henna ni siquiera se molestaba en ocultar su evidente enojo.

—Gyn nos trajo el mensaje. Swan se encuentra perfectamente. No estoy segura de que pueda asistir a la reunión con Jaku y los otros dentro de unas semanas.

Alice intentó asimilar aquella información, pero su atención sólo se centraba en el nombre del águila mensajera. Esbozó una sonrisa, le pareció gracioso.

—¡Por esa razón le he dicho a Swan un millón de veces que deje de ocultarse en el castillo! —Exclamó Flint—. ¡Estaría más segura con nosotros!

—¡No vamos a permitir la entrada de ningún miembro de la realeza a nuestro campamento! —exclamó Henna.

—¡Tranquilos! —Exigió Yma—. ¡Swan vivirá! ¡Ha sufrido cosas peores!

Aquello bastó para calmar los ánimos entre los presentes.

—Por cierto, Yma —comentó Henna—. Ya que te hemos encontrado, necesito pedirte algo.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Yma.

—Necesito un traje hecho a la medida para la nueva recluta del campamento.

Acto seguido, Henna tomó a Alice del brazo para colocarla frente a Yma. La mujer pelirroja asintió con la cabeza y les indicó a los Rebeldes y Alice que la siguieran. Avanzaron por el camino adoquinado que conectaba las casas de la aldea. Alice hubiera estado encantada con ver el entorno por el que paseaban, pero Henna llamó su atención al hablarle con un susurro al oído.

—Cuando lleguemos a casa de Yma, tendrás que tener cuidado —le dijo—. Confiamos en ella, pero suele ser demasiado bocona cuando hay dinero de por medio. Así que una vez que descubra que eres una humana, tendrás que evitar responder a sus preguntas. ¿

—¿Qué hago entonces? —preguntó Alice en un susurro.

—Si te mantienes callada, terminaremos con esto pronto.

—¿Yma es peligrosa? —inquirió Alice.

—Sólo lo es cuando se trata de obtener dinero —continuó Henna—. No puedo culparla, cualquiera de nosotros haría lo mismo con tal de obtener un par de monedas.

Al escuchar las palabras de Henna, sintió que estaba caminando con el enemigo en ese momento.

Llegaron finalmente a la casa de Yma, era totalmente idéntica al resto de las viviendas de la aldea. La puerta se abrió con un rechinido. Alice se sorprendió al ver que la estancia estaba casi totalmente vacía excepto por un par de sillas de madera, una chimenea y un montón de telas de distintos colores, hilos y agujas estaban tirados por el suelo. Alice descubrió su rostro y miró confundida el interior de la propiedad.

—Ha sido por culpa de Aythana —respondió Yma a sus dudas al tiempo que cerraba la puerta—. Sus hombres han saqueado la aldea en tantas ocasiones, que no podemos tener muchas posesiones personales.

—Debe ser terrible vivir bajo el régimen de Aythana...

—Lo es —confirmó Yma despreocupada.

La pelirroja perdió el habla cuando puso su entera atención en Alice. Su mandíbula cayó tanto que parecía que se desprendería de su rostro. Henna, Sonya y Flint se prepararon para detener a Yma si intentaba acercarse demasiado a la chica. Alice retrocedió un par de pasos.

—Eres... Una... Una humana...

—¿Podemos acelerar esto? —Urgió Sonya—. Dristan, Raziem y Blum nos están esperando.

—Pero... —continuó Yma—. No logré percibir... Su hedor... ¿Cómo...?

—¡Sólo date prisa! —secundó Henna.

Yma asintió con la cabeza y comenzó con su trabajo. Sonya ayudó a Alice a quitarse la capa para que Yma tomara sus medidas con una cinta métrica de color beige. Flint se retiró alegando que iría a buscar la carreta que necesitaban para transportar sus víveres.

El silencio provocaba que Alice se sintiera incomoda. Sólo escuchaba a Yma dando pasos a su alrededor y pidiéndole que levantara los brazos o se girara. Le dictaba las medidas a Sonya, quien las anotaba en una hoja de papel con una pluma de color marrón. Pasaron cerca de quince minutos.

—Levanta tu cabello, querida —pidió Yma—. Descubre tu espalda. Sólo un par de medidas más y terminamos.

Alice se retiró el cabello que caía como cascada por su espalda. Lo pasó al frente y lo sujetó con ambas manos. El traje que estaba utilizando le dejaba la espalda descubierta y no estaba usando sostén, así que se sintió desnuda y expuesta ante Yma. Sintió cómo el dedo índice de Yma se detuvo en el centro de su espalda. En el mismo punto donde aún sentía ese extraño picor.

—Sonya, Henna... Miren esto.

Alice sintió a Henna y Sonya a sus espaldas. Henna le sujetó la nuca para que no volteara, con tal fuerza que Alice se quejó. En la espalda de Alice, en el punto donde Yma aún presionaba con su dedo, había dos pequeños y verticales rasguños marcados con un intenso color rojo. Tenían aproximadamente treinta centímetros de largo y los separaban sólo un par de milímetros. Sonya recorrió el punto entre los rasguños con un frío dedo, Alice sintió escalofríos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Alice.

—Yma, ¿tienes ya todas las medidas necesarias? —preguntó Henna por toda respuesta.

Alice no sabía lo que ellas habían visto pero el tono de voz angustiado de Henna le dijo que algo había ocurrido y tenían que irse lo antes posible. Sintió la capa que Sonya le colocó rápidamente sobre los hombros y la protegió de Yma, colocándose entre ambas.

—Es Ella... —decía Yma con voz temblorosa y aterrada.

Señalaba a Alice con un dedo acusador y balbuceaba sin sentido.

Henna también se colocó entre Alice y Yma. Echó mano a su arco y preparó una flecha en caso de que fuera necesario.

—Tengo que entregarla... —decía Yma.

—Sonya, borra su memoria —ordenó Henna.

—Jamás he... borrado una memoria... —balbuceó Sonya.

—¡Hazlo ya, Sonya!

—¡Podría matarla!

Alice no pudo atar cabos. Sucedieron varias cosas a la vez. Se escuchó un grito afuera de la vivienda de Yma. Alice, Sonya y Henna reconocieron la voz al instante. Era Blum y era posible que hubiera sido atacada. Aterrada, Henna disparó la flecha que tenía preparada y esta fue a clavarse en el pecho de Yma, derribándola de espaldas. Sonya soltó un grito agudo, Alice pudo ver entonces que las lágrimas corrían por las mejillas de la chica de ojos púrpura.

Dejaron en el olvido a la desafortunada Yma y acudieron en auxilio de su amiga. Alice las siguió dando traspiés. Las dos mujeres eran tan veloces que a Alice le costaba seguirles el paso. Los habitantes de la aldea comenzaron a gritar y a correr en todas direcciones. Estaban aterrorizados. Alice intentaba comprender qué había ocurrido en la casa de Yma. No podía borrar de su mente la imagen de la pobre mujer siendo atravesada por una flecha asesina.

Tampoco podía olvidar a Sonya llorando y a Henna aterrorizada. ¿Qué habían visto en su espalda? ¿Por qué sentía ese picor que tras el toque de Sonya, se había vuelto más intenso?

—¡Deja de llorar!

—¡Lo siento! ¡No puedo evitarlo!

Los gritos de sus dos acompañantes la sacaron de su ensimismamiento. Se sorprendió de no haber tropezado al no estar atenta del camino. Sonya enjugaba sus lágrimas con el dorso de la mano. Henna se notaba angustiada aún. Finalmente encontraron a sus amigos. Blum estaba derribada en el suelo e intentaba detener una terrible hemorragia en su costado. Se quejaba casi inaudiblemente y parecía al borde de la inconsciencia. O algo peor. Raziem y Dristan luchaban contra el atacante de Blum. Un lobo negro de ojos amarillos.

—Jarko... —balbuceó Alice.

Dristan tenía una profunda herida sangrante en el brazo y le costaba sujetar su arco con firmeza.

Raziem no podía caminar pues tenía el mismo tipo de herida que Dristan en la pierna izquierda. Eran mordidas que Jarko les había propinado. Las cajas con víveres se habían desparramado en el césped. Sonya acudió al auxilio de Blum mientras Henna se unía a la lucha contra el lobo negro.

—¡Oye, sabandija! —Exclamó Henna—. ¡Métete con alguien de tu tamaño!

Disparó y la flecha pasó a milímetros de la cabeza de Jarko. Alice continuaba paralizada. ¿Dónde estaba Flarium para protegerla? Miró cómo Sonya luchaba contra la herida de Blum, la pelirroja se había desmayado ya. Las manos de Sonya temblaban, la experiencia que había vivido en casa de Yma la había dejado tan alterada que era incapaz de hacer magia. Sonya sabía que era capaz de curar las heridas de Blum, pero no podía olvidar la imagen de Yma, muerta, con una flecha atravesada en el pecho.

—Tranquila, amiga —decía Sonya con voz entrecortada por el llanto—. Vas a estar bien, te lo juro.

Alice soltó un grito cuando Jarko embistió a Henna y logró derribarla. Con la caída, su cabeza impactó contra el suelo y quedó inconsciente. Jarko soltó un gruñido y emitió un sonido parecido a una maligna carcajada. Fijó sus ojos amarillos en Alice. Dristan y Raziem comprendieron la intención de Jarko cuando este comenzó a acercarse a Alice lentamente, acechando.

Soltando un grito gutural, Raziem lanzó un golpe con su espada en contra de la espalda de Jarko. Dristan disparó una flecha que falló y fue a dar en la pierna herida de Raziem. El moreno fue derribado y Jarko volvió a reír. Sonya emitió un grito agudo, estaba tan aterrorizada como Alice. Abalanzándose sobre Dristan con las fauces abiertas, Jarko logró dominarlo. Mordió su costado izquierdo y Dristan soltó un alarido. Permaneció en el suelo mientras Jarko se abalanzaba contra Alice. Sonya vio llegar el ataque y extendió la palma de su mano derecha para intentar crear un encantamiento de protección. Su mano se iluminó con un resplandor de luz blanca, desafortunadamente se apagó tan pronto como se había encendido.

Jarko atrapó la pierna derecha de Alice entre sus fauces.

La chica soltó un alarido al sentir los colmillos del lobo clavándose en su piel. Sin soltarla, Jarko echó a correr fuera de la aldea. La desdichada gritaba, sentía como si el trozo de pierna que llevaba Jarko entre sus afilados colmillos estuviese a punto de desprenderse de su cuerpo.

—¡Sonya! ¡Flint! ¡Ayúdenme!

Casi como un acto deliberado, Jarko llevó a Alice a estrellarse contra una roca mientras dejaban atrás la aldea. El impacto la aturdió y su vista se nubló antes de caer en la inconsciencia. Lo último que percibió fue la sangre brotando del lado izquierdo de su cabeza.

—Flarium...

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

Era casi medio día cuando los lobos se reunieron a pocos kilómetros de la entrada a la Ciudad Imperial. En Astaria, los lobos eran considerados animales sagrados. Aquellas bestias tenían su propia jerarquía. Existían rumores de que cuando un habitante de Astaria fallecía y recibía los funerales adecuados, reencarnaría como un lobo. Los lobos obedecían las órdenes de Jaku, el líder de la manada. Aquella reunión tuvo lugar en una cueva. El sitio estaba húmedo, oscuro y frío. Aquellos animales tenían una vista excelente, la penumbra no era problema para ellos. Se encontraban todos en círculo, de pie sobre sus cuatro patas. Abundaban los pelajes grises y oscuros. El lobo blanco, Jaku, se había posicionado sobre una firme pila de rocas para dejar bien en claro que era el líder. Todos los ojos se centraron en un hermoso lobo pardo que estaba sentado sobre sus patas traseras al centro del círculo.

Flarium parecía tener un duelo de miradas con Jaku. El silencio era total, incluso sus respiraciones eran sutiles y silenciosas.

A cada lado de Jaku había dos lobos grises. El de la derecha tenía una cicatriz que cruzaba su ojo izquierdo, su pelaje no la cubría y estaba remarcada con color rosado. El del lado izquierdo había perdido la oreja derecha, así como parte de su labio inferior, de tal modo que podía verse un poco de su amarillenta dentadura.

Jaku rompió el silencio:

—Es preciso el momento.

—¡Sentados! —rugieron los dos lobos grises.

Tenían un carácter de cuidado. Sus compañeros obedecieron y se sentaron sobre sus patas traseras, excepto Jaku y los dos lobos que lo flanqueaban. Flarium se mantuvo impasible.

—¿A qué has venido, hermano?

—He venido a solicitar tu ayuda, Jaku, para proteger a la chica humana que en este momento se encuentra bajo los cuidados de los Rebeldes Orión.

—Explica el motivo por el que solicitas nuestra ayuda.

—Como ya les había informado, en el Campamento Orión se encuentra la Gran Reina Alicia.

Murmullos se hicieron presentes entre el grupo de lobos. Las dos bestias a cada lado de Jaku tuvieron que soltar amenazadores gruñidos para que volviera a haber silencio.

—Alicia posee aún su forma humana. Debe pasar en Astaria el tiempo suficiente para tomar su verdadera forma.

—¿Es consciente de su verdadera identidad?

—Me encargaré de revelar el secreto cuando llegue el momento adecuado.

—¿Por qué habría de enviar a nuestros hermanos a vigilar a esa chiquilla?

—Me parece que no es necesario recordar que Jarko va tras ella.

Jaku lo consideró por un segundo.

—En dos semanas tendrá lugar la reunión de los lobos con los miembros de la Rebelión. Dos semanas es el tiempo que cuidaremos a la chica.

—Te lo agradezco, Jaku.

—¿A dónde irás mientras se da la conversión?

—He de despistar a Jarko para que desista de su búsqueda, además de proteger a Swan y el resto de nuestros espías.

—Debes saber, Flarium, que la única forma en que permitiremos que alguien cruce nuestras tierras será por medio de la marca de la Rebelión. Si la princesa y sus lacayos no poseen la marca, tendremos que matarlos si pisan nuestros territorios.

—Me aseguraré de que así sea.

Jaku sabía que no era cierto. Conocía bien a la realeza y estaba seguro de que ningún habitante de la Ciudad Imperial estaría de acuerdo con tatuar en su cuerpo una marca que lo convertiría en un Rebelde. Con todo, confiaba plenamente en Flarium y en la Gran Reina Alicia. Sólo quedaba esperar.

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

Flint llegó a toda velocidad donde yacían sus amigos heridos. Iba conduciendo una carreta. Los caballos con los que habían llegado ya no estaban, probablemente habían escapado tras el ataque que sus amigos habían sufrido. Vio a Raziem intentando levantarse y quejándose del intenso dolor en su pierna. Dristan, Blum y Henna estaban fuera de combate. Sonya aún luchaba por hacer magia en la herida de Blum para hacerla cicatrizar, la pobre chica lloraba desconsoladamente. Flint corrió hasta Henna y le buscó el pulso. Aún vivía, era una suerte. Le dedicó una caricia en la cabeza y acudió con Sonya. Su amiga tenía las manos manchadas con la sangre de Blum. Raziem logró arrastrarse hasta ese sitio, dejando un sendero de sangre por donde pasaba su pierna herida. Flint estaba aterrorizado, había sido una masacre y no había ningún aldeano fuera de su escondite para solicitar ayuda.

—¡Sonya!

—¡No puedo! ¡No puedo hacer magia! ¡No puedo hacer ningún hechizo! ¡Tengo que salvar a Blum!

—¡Cálmate!

—¡Blum morirá si no hago algo!¡No puedo hacer magia!

En vista de que su amiga no podía tranquilizarse, Flint tuvo que darle una bofetada para que recuperara el sentido. La sacudió con violencia una tercera vez y la miró angustiado. Sus amigos estaban heridos y la única capaz de curar sus heridas parecía al borde de la locura. Sonya logró recuperar la compostura, aunque aún sollozaba y respiraba agitadamente. El golpe de Flint estaba marcado en su mejilla. Raziem logró llegar hasta ellos y Flint lo miró aún más angustiado.

—¿Qué pasó? —exigió saber el castaño.

—Fue Jarko —explicó Raziem entre jadeos—. Cuando Blum y yo llegamos aquí con los alimentos, vimos a Dristan peleando contra él. Intentamos atacar a Jarko, pero él fue mucho más veloz que nosotros. En cuanto nos vio, se abalanzó sobre Blum y la atrapó entre sus fauces. No podíamos detenerlo, Jarko se ha vuelto más hábil para pelear.

—Henna, Alice y yo escuchamos el grito de Blum —continuó Sonya—. Cuando llegamos, Blum ya estaba herida y yo intenté hacer magia para salvarla. Henna luchó contra Jarko, pero no pudo dominarlo. Y él... Se ha... ¡Se ha llevado a Alice, Flint!

—¿Saben a dónde ha ido?

—Lo más seguro es que la lleve a la Ciudad Imperial —dijo Raziem—. Tenemos que salvarla, si Aythana la tiene en su poder...

Pero fue incapaz de completar la frase. Su pierna aulló de dolor y él se desplomó en el suelo intentando reprimir un grito que amenazaba con brotar de su garganta.

—Henna... Henna ha matado a Yma —sollozó Sonya—. Ha sido... Ha sido un accidente... Yma vio en la espalda de Alice unos extraños rasguños... Sus alas, las alas de la Gran Reina Alicia están apareciendo en la espalda de Alice... Yma dijo que debía entregar a Alice con Aythana y nosotras intentamos protegerla. Pero escuchamos el grito de Blum y Henna... Le ha disparado a Yma por accidente y la ha matado.

—Ha sido lo mejor —concedió Flint—. Nuestro secreto ha muerto con Yma, no te lamentes por eso.

—Debemos asegurarnos de quemar el cuerpo de Yma —dijo Raziem—. Si los habitantes de la aldea le hacen los funerales apropiados, podría reencarnar en un lobo.

—Antes debemos volver al campamento para atender a nuestros amigos —dijo Flint—. Los llevaremos en la carreta y luego, cuando todos hayan recibido atención médica, yo mismo iré a buscar a Jarko y salvaré a Alice.

Ninguno de sus dos amigos replicó. Sonya tuvo que sostenerse del hombro de Flint para no caer, sus rodillas temblaban y ella no lograba controlar bien sus pasos.

Subieron los cuerpos heridos de sus amigos a la carreta y salieron de la aldea a toda velocidad para volver al campamento.

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

Jarko arrastró a Alice hasta llegar a un manantial. Estaban en el claro de un hermoso bosque donde crecían campos de coloridas flores. La Ciudad Imperial podía verse demasiado cerca, estarían a pocos minutos de entrar en esos territorios. Varias noches había pasado Jarko inspeccionando el Paso de los Lobos, el cual no podía atravesar sin ser miembro de la Rebelión. Para su fortuna, había encontrado un pasadizo por debajo de los territorios de la manada de Jaku y ahora se encontraba a kilómetros lejos de ellos. Alice no sólo estaba herida por la mordida de Jarko y el golpe en la cabeza, sino que también había recolectado rasguños en sus piernas y sus brazos a causa de que el lobo la había arrastrado por el terreno rocoso.

Parecía que la chica estaba a punto de recuperar la conciencia pues se quejaba débilmente y comenzaba a mover la cabeza de un lado a otro. Jarko la dejó sobre el césped mientras bebía la fresca agua del manantial. No faltaba mucho para llegar a la Ciudad Imperial. Soltó una malvada risilla cuando recordó a los Rebeldes Orión luchando contra él.

Había dejado una sobreviviente, pero estaba seguro de que ella se colapsaría en un ataque de nervios y nunca más volvería a interferir en sus planes. Se acercó de nuevo a Alice para tomarla por la pierna que antes había mordido y arrastrarla hasta su destino que ahora estaba tan cerca, pero se detuvo al escuchar el sonido de los cascos de un caballo. Miró en la dirección donde se escuchaba, el corcel se acercaba velozmente a él. Se agazapó para atacar. No vio venir el golpe. Apareció un corcel blanco entre el follaje que lo golpeó con los cascos. Jarko cayó al suelo. El jinete sujetaba las riendas del caballo y con la derecha, aferraba la empuñadura dorada de una espada. Lanzó un golpe con la hoja de metal contra Jarko, hiriéndole el costado izquierdo de su cuerpo. El lobo se alejó a toda velocidad.

El caballero bajó de su corcel de un salto, guardó su espada en la vaina de cuero negro y se colocó de rodillas junto a Alice. Buscó el pulso de la chica y se alegró al descubrir que aún vivía. Alice se quejó cuando el caballero la tomó en brazos y la subió al corcel como si fuera un costal de patatas. Volvió a subir al corcel y dio una sacudida a las riendas para que la bestia cabalgara.

—¡A casa de Lord Century!

La voz le devolvió la lucidez a Alice por un segundo. Conocía esa voz. Volvió a caer en la inconsciencia antes de descubrir la identidad de su salvador. 

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