Capítulo 4

 Alice pasó la noche en el Campamento Orión. El retrato le seguía causando curiosidad, y lo miró durante un par de horas más. Sin embargo, terminó por aburrirse. No había nada que hacer en aquél lugar, excepto explorar. Al intentar salir, descubrió que la puerta estaba asegurada. Bufó enfadada y volvió a sentarse en el sofá.

—Parece que estamos encerradas aquí —dijo a la Nympha.

La criatura asintió, Alice soltó un pesado suspiro. Por la noche, los habitantes del campamento encendieron la enorme fogata. Estaban sentados a su alrededor y Alice esbozó una sonrisa al imaginar que estaban asando malvaviscos y cantando canciones de hoguera. Aquello la hizo sentirse hambrienta. Miró hacia la cocina y bufó al ver que no había nevera. Volvió a sentarse en el sofá y la pequeña criatura se acercó a ella, mirándola con preocupación.

—Tengo hambre —se quejó.

La pequeña criatura voló hasta la cocina y comenzó a inspeccionar los gabinetes, hasta que encontró lo que buscaba. Había una canasta llena de frutas dentro de uno de ellos. La criatura tomó con ambas manos el tallo de una hermosa manzana roja y la llevó hacia Alice. La fruta era tan pesada para la pequeña criatura, que era casi imposible cargar con ella. Con todo, llegó a su destino. Dejó caer la manzana sobre el regazo de Alice y con una sonrisa, la animó a comerla.

—Te lo agradezco mucho.

Le dio un mordisco a la fruta y se mostró sorprendida. Era la manzana más jugosa y dulce que jamás había probado. Volvió a morderla y la pequeña criatura sonrió satisfecha al ver que a la chica le encantaba el bocadillo. Al terminar, la chica miró a la criatura con un dejo de culpa.

—Lo lamento, no te dejé ni un pedazo.

La criatura esbozó una sonrisa y negó con la cabeza. Alice devolvió la sonrisa. La puerta se abrió en ese momento. Henna, Sonya y Blum entraron a la rústica vivienda. Al ver el pequeño desastre en la cocina, Henna casi fue víctima de un ataque de furia. Sin embargo, Sonya asoció ese desastre con los rastros de la manzana que Alice había devorado. Corrió hasta Alice y tiró de la piel de sus mejillas.

—¡Qué ternura! ¡La pequeña estaba hambrienta!

Alice entornó los ojos cuando Sonya la liberó. Blum se había alejado del grupo, tapándose la nariz con ambas manos y esbozando muecas de asco y disgusto. Alice volvió a sentirse ofendida. Henna bufó y ordenó rápidamente la cocina, la criatura blanca soltó una dulce risa, captando la atención de las tres mujeres. Sonya volvió a acercarse a Alice, pues su amiga había vuelto a colocarse sobre su hombro. Sonya extendió una mano hacia la criatura y dijo esbozando una amigable sonrisa:

—Ven aquí, pequeña.

Henna se acercó también, curiosa. Y aunque Blum también sentía curiosidad, se rehusó a acercarse. La criatura se acercó a Sonya. Se posó sobre la palma de su mano y le dedicó una tierna sonrisa a la mujer. Sonya devolvió el gesto. Acto seguido, la criatura voló hasta quedar cerca del rostro de Henna.

—Es una Nympha —afirmó Sonya con una sonrisa.

—Creí que todas las Nymphas habían muerto —dijo Henna, acariciando con un dedo el rostro de la criatura.

—¿Qué es una Nympha? —preguntó Alice.

—Son criaturas del bosque —explicó Sonya—. No poseen ningún tipo de magia, pero son en extremo amables, traviesas y serviciales.

Alice miró a la Nympha con curiosidad y esta revoloteó hasta posarse sobre el hombro de la chica. Acto seguido, señaló a Alice y esbozó una sonrisa para intentar comunicarse. Henna y Sonya intercambiaron una sonrisa.

—¿Qué está diciendo? —preguntó la chica.

—Creo que intenta decirnos que eres su amiga —explicó Sonya.

—¡No puedo soportarlo más! —Soltó Blum disgustada y salió corriendo por la puerta—. ¡Aquí apesta!

Alice volvió a sentirse ofendida. Henna y Sonya soltaron una carcajada.

—Tendrás que disculparla —dijo Sonya mirando a Alice—. Te daremos un poco de ropa para que ese hedor desaparezca de tu cuerpo —la tomó de la mano y añadió, emocionada—: ¡Ven conmigo!

Dicho esto, la mujer llevó a Alice de la mano hasta el segundo piso. Henna y la Nympha las siguieron. Subieron la escalera, los peldaños eran de piedra y algunos eran más altos que otros. La escalera conectaba con un largo pasillo. Del lado izquierdo había un par de ventanas y del lado derecho, había tres puertas de madera que conducían a dos habitaciones.

Sonya condujo a Alice a la segunda puerta y la abrió, provocando que esta soltara un rechinido. La habitación era pequeña y acogedora. Al fondo había un par de ventanas. En el extremo izquierdo había una cama individual cubierta con una sábana de color púrpura. Había un baúl de madera a los pies de la cama, cerrado con un candado de bronce. Había también un armario y un jarrón lleno de flores coloridas colocado sobre una mesa de madera. Aquél lado de la habitación estaba mucho más ordenado que el derecho. Ahí había una hamaca hecha con hilo de color negro, sobre la cual había un mullido cojín blanco y un suave cobertor de color rojo. Había también un armario con las puertas abiertas y un montón de prendas de vestir tiradas por el suelo.

—Es el lado de Blum —explicó Sonya, señalando el lado desordenado.

Alice se sentó en la orilla de la cama mientras Sonya buscaba ropa para ella en el armario. La Nympha voló velozmente hacia la improvisada cama de Blum y comenzó a saltar en ella esbozando una sonrisa de oreja a oreja. Henna estaba recargada en el marco de la puerta y miraba todo con indiferencia. Finalmente, Sonya encontró lo que buscaba: un traje de porte medieval de color negro. Se lo entregó a Alice y dijo, amablemente:

—Puedes usar esto. En unos días, cuando vayamos a buscar provisiones al pueblo, te buscaremos también un traje a la medida.

Alice agradeció con una sonrisa.

Las dos permanecieron ahí, mirándola con impaciencia, así que supuso que tenía que desnudarse ahí mismo. Avergonzada, lo hizo.

—Te quedarás aquí por un tiempo —explicó Henna mientras Alice se cambiaba de ropa—. Tendrás que seguir las reglas del campamento mientras vivas aquí. Despertarás a primera hora; no puedes visitar a nadie después del anochecer; no puedes abandonar el campamento, así como tampoco puedes ir a explorar; durante las comidas, tendrás que dejar vacío tu plato. Aquí nada se desperdicia; no puedes distraer a nadie de sus tareas; y, por último, está prohibido acercarte a la linde del bosque que queda junto al campo de entrenamiento. ¿Has entendido? —Alice asintió con la cabeza, ya había terminado de vestirse—. Dormirás en el sofá. Y que no se te ocurra explorar las otras habitaciones.

Alice volvió a asentir con la cabeza y salió de la habitación, seguida por la Nympha. Henna se despidió de Sonya con una sonrisa y fue a su propia habitación. Bajó las escaleras y se dirigió al sofá que más cómodo le pareció. Se acurrucó en él y trató de dormir. Con tantas dudas que tenía sobre ese mundo tan extraño, supuso que no podría conciliar el sueño. Pero le bastó con cerrar los ojos para sumergirse en el mundo de los sueños. La Nympha se acurrucó cerca de ella e igualmente se quedó dormida. Blum volvió un par de horas después.

Al entrar a la cabaña y ver a Alice acurrucada en el sofá, esbozó una mueca de desagrado y subió corriendo las escaleras hasta su habitación. Al entrar, vio a Sonya sentada en el alfeizar de la ventana. Su amiga miraba hacia el cielo nocturno y tenía las piernas cruzadas, sus manos estaban sobre su regazo. Blum se acercó a ella lentamente, Sonya hizo caso omiso de su presencia.

—¿En qué piensas? —preguntó la pelirroja.

—Orión está apagado esta noche —respondió Sonya en tono enigmático—. Un mal augurio va a caer sobre toda Astaria, a no ser que su luz vuelva a bendecirnos a todos.

Blum restó importancia a las palabras de Sonya. Saltó para recostarse en la hamaca y dio un par de vueltas en ella, como un gato. Se cubrió con el cobertor y antes de intentar dormir, miró a Sonya y dijo en voz baja:

—¿Realmente confías en ella?

Sonya no la miró. Soltó un pesado suspiro y respondió.

—Yo confío en Flarium... Si él la trajo aquí, entonces también confío en ella.

Blum entornó los ojos. Cerró los ojos y se dispuso a dormir.

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

La Ciudad Imperial estaba construida cerca de un inmenso océano. En ella habitaban sólo los elfos que pertenecieran a la realeza. Todas las casas estaban construidas con paredes de mármol. Lo que más destacaba en la ciudad era una enorme vivienda, una mansión que estaba vigilada por varios soldados armados con espadas y vestidos con armaduras brillantes y plateadas. Y aunque aquella mansión llamara tanto la atención de quien llegara a la Ciudad Imperial, no era tan hermosa y majestuosa como la atracción principal. El Castillo de Cristal. Llevaba ese nombre porque la fachada estaba construida con paredes hechas del mismo material que llevaba su nombre. El castillo constaba de cientos de torres, habitaciones y jardines.

Aquella noche había un grupo de personas reunidas en una de las mazmorras del castillo, las cuales estaban construidas bajo tierra. El pintoresco grupo estaba formado por Aythana, la mujer de piel blanca y cuya boca estaba cosida con hilos negros; Jarko, el lobo negro de brillantes ojos amarillos; Swan, la mujer de cabello castaño; y un quinteto de sujetos encapuchados y ataviados con pesadas capas negras.

Swan estaba de rodillas en el suelo, con la espalda descubierta, la cual estaba marcada con una considerable cantidad de golpes remarcados con un intenso color rojo. En su rostro se marcaba una mueca de dolor, tenía los ojos cerrados y apretaba los dientes con fuerza. Sus hermosas alas traslúcidas se habían inclinado hacia abajo. Aythana estaba de pie junto a ella y sostenía un látigo de color negro, el cual destilaba un poco de sangre.

—No dudaré en matarte la próxima vez que seas insolente conmigo.

—Si me asesinas, toda Astaria se levantará contra ti —respondió Swan con valentía.

Aythana le propinó otro golpe con el látigo ante aquella respuesta, provocando que Swan soltara un fuerte grito y arqueara la espalda.

—¡Mataré entonces a cada hombre, mujer o niño que se niegue a obedecer! —Soltó Aythana y miró a los encapuchados—. ¡Llévenla a su dormitorio! ¡No quiero verla!

Los encapuchados tomaron a Swan por los brazos y la sacaron a rastras de la mazmorra, dejando solos a Aythana y Jarko. El lobo negro soltó una risa burlona cuando Swan pasó junto a él.

—Jarko —llamó Aythana—. Habías dicho que esa malnacida, Swan, estaba acompañada por una humana, ¿cierto?

—Efectivamente, su majestad. Es la misma chiquilla que estuve vigilando durante tanto tiempo.

—Quiero que la encuentres. Quiero que la traigas aquí, con vida.

—¿No preferiría que la eliminara por usted, majestad?

—No, yo debo aniquilarla. Y debe ser antes de que Astaria sepa que la Gran Reina Alicia ha vuelto... Antes de que eso ocurra, yo misma le daré muerte... ¡Imagínalo, Jarko! ¡La cabeza de la Gran Reina Alicia colgando sobre la chimenea de mi habitación como un trofeo de cacería! ¡Y a cada lado, las cabezas de los líderes de la Rebelión!

Aythana continuó riendo con frialdad. Esa misma noche, Jarko salió de la Ciudad Imperial y siguió el rastro del aroma a humano que Alice despedía. Si lograba encontrarla en su escondite, no sólo destruiría a la pobre chica. También entregaría a los miembros del Campamento Orión. Jarko estaba decidido a cumplir con el encargo y esta vez, Flarium no podría intervenir.  

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