Capítulo 3
Los elfos guiaron a Alice a través de un bosque. Era difícil para ella seguirles el paso pues caminaban velozmente. La rubia llevaba una flecha preparada, su compañero sujetaba con una mano la empuñadura de su espada en caso de que tuviera que atacar a alguien de improviso. En el bosque, los árboles crecían demasiados juntos. Los troncos eran fuertes, muchos tenían las raíces por fuera del suelo así que los tres viajeros tenían que andar con cuidado para no tropezar. Las hojas de los árboles eran frondosas, resplandecían cuando la luz del sol las iluminaba.
Al cabo de una hora, llegaron a la linde del bosque. Los elfos se detuvieron y miraron en todas direcciones. Alice supuso que debían asegurarse de que nadie los seguía antes de continuar. Al estar totalmente seguros de que estaban solos volvieron a avanzar. Los árboles crecían un poco más separados en aquella zona. Llegaron a un gigantesco claro, Alice no pudo evitar hacer evidente su sorpresa al ver lo que había ahí. Era un lugar parecido a una aldea. Había docenas de cabañas rústicas, todas ordenadas en hileras. Las cabañas estaban en el extremo izquierdo, y en el extremo derecho estaba ubicado un granero delimitado por una cerca, que impedía que los animales estuvieran dispersos.
Al norte se encontraba lo que Alice supuso era un campo de entrenamiento. Había algo semejante a un ring de lucha libre delimitada por cadenas y una hilera de dianas para practicar el tiro con arco.
Al centro de aquél establecimiento había una hoguera de tamaño considerable, Alice supuso que su luz y el humo que emanaba podría distinguirse a miles de kilómetros de distancia. Había rocas bordeándola y el resto estaba lleno de paja, hojas secas y madera, había también un poco de cenizas al fondo.
Como decoración, había antorchas para iluminar la oscuridad de la noche, dispersadas entre las cabañas, el granero y el campo de entrenamiento. Había muchas flores silvestres y algunos animales domésticos tales como perros y gatos corrían por todas partes. Al fondo podía verse la linde de otro bosque. Todo el lugar estaba repleto de personas con las mismas características que los que ya había conocido: tenían largas orejas puntiagudas y rasgos tan finos como los de una muñeca de porcelana. Sin embargo, no había visto a nadie más que tuviera alas traslúcidas como las de Swan.
Los viajeros se adentraron en la aldea. La chica se quedó estática, mirando su entorno. Se sintió en un sueño, un sueño que por más extraño que fuera sin duda era mejor que su realidad. Percibió un pequeño resplandor a su derecha y miró con el rabillo del ojo a la pequeña criatura blanca que había visto antes. Se giró y le sonrió. La criatura le devolvió la sonrisa y se posó sobre el hombro de Alice.
—¡Date prisa! —urgió la rubia.
Alice obedeció al punto, le pareció que aquella mujer tenía un carácter muy fuerte. Siguió al par de viajeros, que se dirigían hacia una de las cabañas. Alice se preguntó cómo era posible que lograran distinguir la cabaña que buscaban del resto, todas eran del mismo color. No había ningún tipo de adorno, nada que las hiciera especiales.
Finalmente, los dos sujetos llegaron a su destino. La fachada de aquella cabaña tan sólo mostraba una puerta de nogal con una perilla dorada y un par de ventanas. La rubia miró a dos niños pequeños que jugaban con espadas de madera.
—¡Roán!
Uno de los chiquillos la miró y se acercó a ella. Vestía con porte medieval. Llevaba su espada de madera en la mano.
—¿Qué ocurre, Henna?
—Ve a buscar a Sonya, Blum, Flint y Dristan. Diles que vengan aquí inmediatamente.
Roán asintió y echó a correr. Acto seguido, la rubia abrió la puerta de la cabaña y atravesó el umbral, seguida por su compañero. Alice fue la última en entrar, cerrando la puerta tras de sí. El interior de la cabaña era de aspecto rústico y acogedor.
Había una pequeña sala de estar en el extremo izquierdo amueblada con un mullido sofá ubicado frente a una chimenea y otros dos sofás más largos se ubicaban a los lados. En la pared sobre la chimenea se encontraba un cuadro que captó la atención de Alice. Era grande y majestuoso, un retrato de una bella mujer.
Su piel blanca como la nieve, esbelta y hermosa como una muñeca de porcelana. Sus ojos eran de un brillante color celeste, sus pestañas eran largas y de color negro. Tenía una nariz pequeña y respingada, sus mejillas esbozaban un muy tenue sonrojo rosado. Sus labios eran delgados e iban pintados de color carmín. Sus manos eran muy delgadas y sus dedos, un poco largos. Tenía las uñas un poco puntiagudas y pintadas de un color plateado. Su larga cabellera caía como cascada por su espalda hasta llegar por debajo de su cintura. Era de color negro azabache, lacia y brillante. Un par de mechones caían pulcramente sobre sus hombros y un pequeño flequillo caía por su rostro, por el lado derecho. Tenía un par de orejas puntiagudas y un par de alas traslúcidas en la espalda. Llevaba un sencillo vestido de color celeste con un prominente escote. Por último, llevaba una corona de oro sobre su cabeza, la cual estaba decorada con joyas de múltiples colores. La mujer estaba sentada sobre un diván de color borgoña y había cortinas de color negro detrás de ella. Tenía las manos juntas sobre su regazo y miraba hacia el frente esbozando una dulce y cálida sonrisa. El cuadro estaba enmarcado en hoja de oro. Alice se sintió atraída por aquella intensa mirada, un escalofrío recorrió su espalda al notar lo mucho que ella se parecía a la mujer del retrato. Se acercó más para intentar tocarlo, pero la voz de Henna la hizo sobresaltarse.
—¡No toques eso! —dijo la rubia.
Alice le dirigió una última mirada al retrato y se dirigió al otro extremo de la cabaña. El lugar donde los dos viajeros se encontraban era una cocina. Y entre la cocina y la sala de estar, había una larga mesa de madera rodeada por ocho sillas del mismo material.
Los dos viajeros estaban sentados en aquella mesa. Henna había abierto una botella de cristal llena de un líquido púrpura y estaba sirviendo un par de tragos para ella y su apuesto amigo.
Alice dirigió su mirada hacia una escalera ubicada junto a la puerta, conducía al segundo piso. También le provocó curiosidad una puerta de madera ubicada cerca del horno de piedra. Sin embargo, prefirió tomar asiento con los dos excéntricos sujetos en la mesa. Ambos la ignoraron olímpicamente. Alice se percató de que ambos parecían sentir alguna molestia con su olfato pues arrugaban la nariz recurrentemente. Fue al cabo de unos minutos cuando la puerta de la cabaña al fin se abrió y cinco personas entraron a la acogedora propiedad.
La primera era una mujer. Su piel era blanca, aunque no tanto como la de la mujer del retrato. Su cabello era negro, ondulado y largo, tanto que llegaba por debajo de su cintura. Lo llevaba peinado en una apretada coleta y varios mechones caían sobre su rostro. Tenía una nariz pequeña y respingada, parecía que aquello era común entre los rasgos físicos de los extraños habitantes de la aldea, así como las orejas largas y puntiagudas, los rasgos finos y las ropas excéntricas. Sus ojos eran de un intenso color púrpura, Alice jamás había visto semejante cosa. Los labios de la mujer eran delgados e iban pintados de color rojo. Usaba ajustadas ropas de tonalidades púrpuras, un traje de porte medieval que apenas cubría su cuerpo. Alice la juzgó como una exhibicionista. Llevaba brazaletes de oro adornando sus desnudos brazos y en las palmas de sus manos llevaba tatuado un extraño símbolo, semejante a un pentagrama, de color rojo. En su cintura llevaba un cinturón de cuero, del cual colgaba un cuchillo de empuñadura dorada oculto dentro de una prensa de cuero café. Tenía un brillo picarón e infantil en su mirada y sonreía con picardía.
El segundo fue un muchacho castaño. Era alto, de piel apiñonada. Tenía el cabello largo, peinado en una aflojada coleta y un flequillo caía sobre su ojo izquierdo. Sus ojos eran de color verde y su mirada era indiferente. Tenía una pequeña cicatriz en la mejilla derecha. Vestía con un traje de tonalidades terrosas. Usaba dos muñequeras de cuero negro y tenía tatuada en el brazo derecho la misma estrella que la otra mujer tenía en las palmas de las manos. De su cinturón colgaba una espada de empuñadura plateada, guardada en una vaina de cuero café.
La tercera era una mujer pelirroja. Lo más llamativo eran sus ojos, de un brillante color amarillo, semejantes a los de un gato. De sus labios, delgados y de color rojo, se asomaba un pequeño y afilado colmillo. Su larga cabellera roja iba peinada en dos coletas atadas con cintas amarillas, su cabello era tan largo que llegaba hasta sus pantorrillas. Usaba un traje de tonalidades rojizas, tan ajustado y carente de telas como el de la primera mujer. En su estómago, el cual estaba descubierto, llevaba tatuada aquella curiosa estrella. Usaba guantes de cuero en ambas manos, a los cuales les había cortado parte de la tela que cubría los dedos. En su espalda cargaba dos espadas, cruzadas de manera que los mangos quedaran a ambos lados de su cabeza. Usaba también un cinturón del cual colgaban algunas más armas punzocortantes.
Por último, entró un muchacho afeminado. Era de más baja estatura que el sujeto castaño y también se veía más joven. Su piel era blanca, esbozaba un ligero sonrojo rosado en sus mejillas. Su aspecto era llamativo por su cabellera azul marino. Su cabello era corto y lacio, caía sobre su rostro cual gotas de lluvia. Llevaba puesto un traje de tonalidades acuosas. En el cuello llevaba tatuada aquella extraña estrella. De su oreja izquierda colgaba un pequeño pendiente decorado con un pequeño zafiro. Cargaba en su espalda un arco de plata y un carcaj lleno de flechas negras, decoradas con cintas azules.
Roán caminó hasta Henna, diciendo con su voz aflautada:
—Aquí están tus amigos, Henna.
—Gracias, Roán —respondió la aludida esbozando una sonrisa.
Roán devolvió el gesto y salió de la cabaña.
Cuando cerró la puerta, la pelirroja tapó su nariz con ambas manos.
—¡Aquí apesta a humano! ¡Es asqueroso!
—Dímelo a mí —se quejó Henna—. Raziem y yo tuvimos que traerla desde el bosque.
Alice no pudo evitar sentirse ofendida.
Los recién llegados se sentaron a la mesa y Henna les sirvió un trago. Todos se habían sentado a una distancia considerable de Alice.
La chica volvió a sentirse ofendida.
Ninguno de ellos la había mirado siquiera, sin duda no querían tenerla cerca.
Cuando Henna terminó de atender a los recién llegados, el muchacho castaño habló.
—¿Para qué nos has llamado?
—Flarium ha traído a una humana —explicó Henna.
—Si Flarium la trajo a nuestro mundo... —dijo la mujer de los ojos púrpura con voz baja—. Eso significa que ella...
—No te atrevas a afirmar semejante tontería, Sonya —Le espetó Henna—. Han pasado ya muchos años. Ella no volverá.
Alice se aclaró la garganta para hacerse notar. Los seis sujetos la miraron, incrédulos.
—Por Orión... —soltó Sonya—. Esta chica... Es idéntica...
—¿Quiénes son ustedes? —exigió saber Alice.
Los seis extraños intercambiaron miradas.
—Yo soy Henna —dijo la rubia y señaló al otro sujeto que Alice había conocido en el bosque—. Este sujeto es Raziem —señaló al sujeto castaño y añadió—: Él es Flint. El de cabello azul, es Dristan —señaló a la mujer pelirroja y añadió—: Ella es Blum y la morena, es Sonya.
—Somos los líderes de una organización conocida como Los Rebeldes Orión —explicó Raziem.
—Estamos en Astaria —explicó Henna.
—¿Cómo te llamas tú, humana? —preguntó Sonya.
—Mi nombre es Alice —respondió la chica.
Los seis extraños se mostraron muy sorprendidos, Alice se preguntó si quizá su nombre era demasiado inusual para ellos. Sonya se levantó de su asiento y se acercó más a Alice. La miró fijamente y le examinó cada rasgo facial, midió su estatura, Alice sentía que la mujer invadía su espacio personal. Sonya hizo caso omiso de la pequeña criatura que Alice llevaba en el hombro. Al terminar su análisis, miró a sus amigos y se limitó a decir, en tono enigmático:
—Es Ella.
Alice se mostró confundida.
No estaba segura de cómo debía actuar, así que prefirió permanecer en silencio mientras los seis sujetos reanudaban su discusión:
—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó Henna.
—Sólo mírala, Henna —respondió la aludida—. Es idéntica en cada rasgo, ¿qué otra prueba necesitas?
—Si es quien tú dices, Sonya, ¿por qué Swan la envió con nosotros? —intervino Raziem.
—Ella tendría que estar en la Ciudad Imperial, pateando el trasero de Aythana, Jarko y todos esos sujetos —dijo Henna.
—La Ciudad Imperial es el lugar más peligroso de Astaria —intervino Dristan—. Incluso aquí estaría más segura, que entre la nobleza.
—¡Apesta a humano aquí! —repitió Blum disgustada.
—Si Jarko logra percibir ese olor, encontrará este lugar y estaremos perdidos —puntualizó Flint.
—Si esa humana usa nuestras ropas durante unos días, ese hedor desaparecerá —dijo Sonya.
—¿Y qué haremos con ella mientras tanto? —dijo Henna.
—¿Qué otra opción tenemos? —Fue la respuesta de Sonya—. Hay que permitirle quedarse aquí hasta que Flarium nos diga qué hacer con ella.
—¿Y dónde piensas que se quedará? —Dijo Flint—. Ya no hay más espacio en este campamento.
—Para darle una habitación, habría que trasladarla a otro de los campamentos —dijo Raziem.
—Esta es la base del Campamento Orión —les recordó Sonya con firmeza—. Alguien tan importante como ella tendría que estar bajo la vigilancia de los seis líderes de la Rebelión y eso únicamente podría lograrse en este campamento.
—Tendrá que quedarse aquí —aceptó Henna a regañadientes.
—¡¿Aquí?! —dijo Blum disgustada y con voz aguda—. ¡Yo vivo aquí! ¡No podré dormir con una humana en la misma casa!
—La decisión está tomada —le espetó Sonya—. Esta chica se quedará con nosotros hasta que Flarium nos diga qué hacer con ella
Los otros estuvieron de acuerdo, excepto Blum.
Alice no lograba entender lo que ocurría, pero de una cosa sí estaba segura: no volvería a casa hasta que todas sus dudas fuesen aclaradas. Estaba convencida de que había llegado a ese lugar por alguna razón, y estaba dispuesta a descubrirla.
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