Capítulo 22
La mansión de Lord Horus estaba sumida en oscuridad. No podían encender las luces, así que debían andar a tientas confiando en que Swan conocía perfectamente el camino. Blum no podía caminar tan velozmente como antes pues no se había recuperado del todo. Iba sujeta al hombro derecho de Sonya y se presionaba el estómago con una mano mientras no paraba de quejarse.
—Debiste hacer un hechizo para calmar el dolor —decía Blum.
—Deberías agradecerme que te salvé la vida —respondió Sonya.
Alice deseó poder viajar en silencio. Si continuaban riendo y parloteando, seguramente los descubrirían. Swan los condujo hasta un gigantesco retrato empotrado en una de las paredes. En él aparecía Lord Horus acompañado de una hermosa doncella de cabello castaño. Ella era alta y de piel ligeramente apiñonada, sus facciones eran finas y sus curvas estaban muy bien definidas. Lucía un par de alas traslucidas en la espalda. Su larga cabellera ondulada iba decorada con flores y otros adornos brillantes. Llevaba puesto un largo y liso vestido de color celeste, en sus manos lucía brazaletes de oro decorados con joyas preciosas similares al collar que lucía en su cuello. Sus ojos, de color verde aceitunado, llevaban un poco de maquillaje en los párpados. Usaba lápiz labial de color carmín. Estaba sentada con Lord Horus en un diván de color azul marino, él lucía una brillante armadura plateada y se notaba muy joven. Alice mantuvo la mirada fija en el retrato, el grueso marco de oro parecía resplandecer de forma divina y sobrenatural.
—Son mis padres —anunció Swan al ver que Alice no quitaba la vista de encima del cuadro—. Lord Horus y Lady Neida.
Alice supuso que no era el mejor momento para atacar a Swan con sus preguntas, así que prefirió no mencionar el hecho de que los ojos del Horus del retrato parecían mirarla fijamente.
En algún sitio había visto ya esos ojos, aunque no lograba recordar el rostro en el que lucían. Pensó en su padre y deseó que dentro del castillo pudiera ver un retrato de aquél buen hombre. Aunque la única razón por la que iban a adentrarse en el castillo era para encontrar aquél retrato de la Gran Reina Alicia, la chica esperaba poder indagar más sobre su pasado mientras recorría los pasillos del sitio en el que alguna vez había gobernado. ¿Podría recordar la ubicación de todas las habitaciones y su funcionamiento? ¿Las memorias de la elfa que residía en su cuerpo llegarían de golpe para aclarar de una vez y para siempre todas sus dudas?
Salió de su ensimismamiento cuando vio a Swan presionar el marco del retrato con las yemas de los dedos. Se escuchó un chasquido y la obra de arte se abrió a modo de puerta para revelar un pasadizo secreto iluminado sólo con antorchas. Un murciélago salió volando por la abertura que dejó el retrato y Alice se preguntó cuánto tiempo llevaba ese sitio sin ser utilizado. Y aún más angustiante... ¿Qué estaría esperándoles al otro lado?
Echaron a caminar dentro del túnel. Sus pasos resonaban con un molesto eco. El pasadizo apestaba a humedad, sin duda las dos puertas que conectaba llevaban siglos sin ser abiertas. ¿Con qué finalidad lo habían construido entonces, si no pretendían usarlo?
Sonya iluminaba su camino con una esfera de luz blanca que había hecho aparecer en la palma de su mano derecha. El pasadizo parecía no tener fin y el trayecto parecía ser mucho más largo al tener que caminar en silencio, sus voces lo delatarían si el eco se propagaba hasta el otro extremo. Alice no estaba tranquila con la situación, sabía que Swan no era la única que conocía la ubicación de ese túnel. Deseó haber bloqueado la entrada por dentro para evitar que alguien los persiguiera, incluso su paranoia le hacía escuchar los pasos de varios sujetos que los seguían.
Blum y la chica se detuvieron en seco. Alice se percató de que la oreja de la chica pelirroja daba una sacudida y supo que no lo estaba imaginando. Blum desenvainó sus dos espadas y eso despertó la alerta del resto del grupo. Henna y Dristan se prepararon para disparar cuando pudieron verlos.
Las Sombras de Aythana se acercaban lentamente al grupo empuñando sus armas en alto. Henna y Dristan dispararon, abatiendo a dos de los enemigos. Alice lanzó su daga y logró acabar a cinco de ellos, las cabezas salieron volando y sangre oscura salpicó en las paredes. En ese momento, Sonya se colocó al frente del grupo con las palmas de las manos extendidas frente a ella. Éstas emitieron un intenso resplandor de color naranja antes de lanzar potentes llamaradas que abatieron a los soldados de Aythana. Gritaron cual condenados al estar siendo incinerados, Alice y el resto echaron a correr mientras sus enemigos eran consumidos por el fuego. Sonya apagó las llamas cerrando sus puños, de las Sombras sólo habían quedado algunos montones de cenizas. Le hechicera esbozó una sonrisa triunfal. Blum y Henna le dieron palmadas en la espalda a Sonya como agradecimiento por haberlas salvado y continuaron su camino sin mediar más palabra.
Casi veinte minutos tardaron en llegar a unos cuantos escalones de piedra. En el sitio donde debía existir el umbral de una puerta, había sólo una gran tabla de madera. Era el retrato que sellaba el otro extremo del túnel. Alice sintió cómo su estómago se revolvía, finalmente habían llegado al Castillo de Cristal.
Flint y Dristan empujaron la tabla de madera hasta que lograron abrirla tal y como Swan había hecho con el retrato de sus padres. Salieron del túnel empuñando sus armas para verificar que no hubiera enemigos esperándolos.
—El sitio está limpio —anunció Dristan en un susurro.
El grupo salió del túnel en silencio y Raziem colocó en su posición original el cuadro. Era el mismo retrato de Lord Horus y su esposa, enmarcado en hoja de oro.
Se encontraban a mitad de un largo pasillo. Alice se sorprendió al ver que no sólo la fachada del castillo estaba construida con cristal. También los suelos y las paredes interiores estaban hechas de ese material. Resplandecían con un tenue brillo de color azul y en ambiente recordaba un poco al hielo.
Alice se preguntó qué tipo de método había usado el arquitecto para evitar que se transparentara el interior de las habitaciones.
El pasillo se iluminaba con candelabros de oro y había cuadros colgando de las paredes, todos enmarcados en hoja de oro. El pasillo conducía por el lado derecho a una puerta de madera oscura y cubierta de moho, cerrada a cal y canto, que desentonaba bastante con el aspecto general de la habitación. Al lado izquierdo había una escalera en espiral.
—¿Hacia dónde vamos? —urgió Henna.
—Esa puerta conduce a las mazmorras —dijo Swan—. Tenemos que subir. La Sala del Trono está en el segundo piso.
—¿Deberíamos ir todos? —Preguntó Sonya—. ¿No creen que deberíamos separarnos para que alguien mantenga el túnel protegido y listo para el escape?
—Yo necesito ir a mi habitación en el quinto piso —dijo Swan—: Hay algo ahí que debo recuperar.
—Bien, éste es el plan —intervino Alice—. Swan y Raziem subirán al quinto piso. Henna, Sonya y Blum irán conmigo a la Sala del Trono. Y Flint, Dristan y Flarium vigilarán el túnel.
Fue raro para ella tomar la iniciativa de esa forma. Sus amigos la miraron inquisitivamente por un momento, las quejas no se hicieron esperar.
—¿Estás loca? —Reclamó Blum—. ¡No puedes ir y pasearte por el castillo! ¡Te matarán si te descubren!
—Estás siendo tremendamente irresponsable —dijo Flarium, recordaba a un padre sobreprotector—. Ni siquiera sueñes que te dejaré ir sola allá arriba.
—Yo tampoco dejaré a las chicas solas —intervino Flint.
—¿Insinúas que no podemos cuidarnos solas? —dijo Henna.
—Ese idiota sólo quiere estar en medio de la acción —añadió Swan.
—¿Me acabas de llamar idiota? —exclamó Flint.
—¡Cierren la maldita boca! —Ordenó Alice—. No tenemos tiempo para tonterías. Si los hombres de Aythana estaban en el túnel significa que ella ya sabe que hemos venido. Hay que darnos prisa, así que déjense de estupideces... Una hora, será ese el tiempo límite para volver aquí. ¿Han entendido? —El grupo asintió—. ¡Entonces vamos! ¡Andando!
Los Rebeldes se despidieron con rápidos abrazos. Alice entornó los ojos considerando aquél momento demasiado emotivo e innecesario. Vio desaparecer a Swan y Raziem por las escaleras, Sonya y las demás también se adelantaron. La Nympha aprovechó ese momento para revolotear hasta situarse frente a Alice y reclamó con indignación y un dejo de tristeza.
—¿Qué quiere que haga yo, majestad?
—Tú debes quedarte aquí —le respondió la chica—. Quédate en el túnel y espera a que nosotros terminemos con la misión. Es muy peligroso que estés aquí.
—¡Date prisa, Alice Orchide! —la apremió Henna.
Alice echó a correr hacia la escalera y desapareció tras subir algunos peldaños. La Nympha, herida y ofendida, se quedó revoloteando en su sitio. Todos tenían una misión, excepto ella. Se sentía inútil tras haber sido ignorada de esa forma.
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Swan y Raziem subieron sin parar la interminable escalera de caracol. Sus pasos resonaban en los peldaños aún a pesar de que intentaban ser sigilosos. Raziem empuñaba en alto su espada y no paraba de mirar hacia abajo al sentirse perseguido. ¿En qué estaban pensando cuando creyeron que era buena idea entrar al castillo? Al instante pensó en Blum y su angustia se acrecentó. La chica tenía un turbio pasado con el ejército de Astaria, a los soldados les habría encantado toparse con ella para darle muerte. Ni siquiera la enviarían a la horca, no luego de haberlos burlado durante tanto tiempo. ¿Estaría ya en problemas? Quiso creer que sí pues nadie parecía estar al tanto de la presencia de los intrusos. Deseó que Flint o Dristan hubieran acompañado a las chicas que se dirigían a la Sala del Trono. Estarían protegidas mientras Sonya no colapsara. Había demasiadas fallas en el plan que Alice diseñó de forma tan abrupta.
—Es aquí —indicó Swan con un susurro.
Siguió a la chica a través del umbral de la entrada a las escaleras. Aquél pasillo era más angosto y conducía a una puerta de madera al otro extremo. Era totalmente distinta a la que conducía a las mazmorras. Ésta era de un color tan claro que incluso hacía juego con el aspecto general del castillo. Las paredes del pasillo también estaban decoradas con cuadros coloridos y los candelabros del techo dejaban el angosto sitio a media luz.
—Es el pasillo del servicio —informó Swan—. Los sirvientes utilizan estos caminos para no toparse con la nobleza, es una regla estúpida de mi padre.
Avanzaron sigilosamente hasta la puerta de madera y Swan tuvo que abrirla con extrema lentitud para evitar llamar la atención. Se alegró cuando las bisagras no emitieron ningún rechinido y pasaron a la siguiente habitación. La diferencia de aquél nuevo sitio y el pasillo del servicio era muy notable. El pasillo era más amplio y el suelo se cubría con una alfombra de color azul marino, los bordes y algunos detalles eran de color dorado. Raziem agradeció que la alfombra acallara el sonido de sus pasos. Los candelabros ya estaban apagados y además de los cuadros colgados en las paredes, había también esculturas y todo tipo de decoraciones. Una puerta de cristal transparente conducía a una enorme terraza decorada con todo tipo de plantas.
—El castillo está construido en forma de círculo alrededor de los jardines —explicó Swan—. Los soldados de Aythana visitan cada uno de los pasillos cada treinta minutos para verificar que todo está en orden. Debemos darnos prisa antes de que vengan aquí.
Swan tuvo que forcejear con la puerta de mármol hasta lograr abrirla. Ambos se escabulleron dentro de la oscura habitación de la princesa y Raziem agradeció que las cortinas cubrieran el gigantesco ventanal para ocultar su presencia. Cerraron la puerta y Raziem se colocó de espaldas frente a ella sin bajar su espada.
—Tú busca ese objeto que necesitas —le dijo—. Yo vigilaré.
Swan asintió y se colocó de rodillas junto a la cama con dosel para comenzar con su búsqueda. Metió una mano debajo de la cama y sacó una caja tallada en caoba que estaba cerrada a cal y canto con un pequeño candado plateado. La colocó sobre la cama y acudió rápidamente al armario, saliendo del campo de visión de Raziem.
El chico tan sólo escuchó el sonido que hacía Swan al revolver sus vestidos y sus accesorios, le pareció que la chica se tomaba demasiadas molestias. Finalmente, la chica salió del armario con una ostentosa llave plateada en la mano. ¿Para eso había sido tanto alboroto?, pensó Raziem y quiso decirle a la Swan que habría sido más práctico llevar la llave colgada al cuello.
Ella se sentó en la orilla de la cama y puso la pequeña caja sobre sus rodillas. Metió la llave en la cerradura del candado y la giró para abrirlo. Raziem se removió en su sitio intentando apremiar a la chica con su impaciencia. Swan sacó de la caja un objeto envuelto en una funda de cuero. Volvió a cerrar la caja y la dejó en su sitio, así mismo ocultó de nuevo la llave y ocultó aquél objeto debajo de sus ropajes. Su vestimenta era tan entallada que no servía para ocultar nada debajo.
—Vámonos —dijo la chica a Raziem y volvieron a abrir la puerta de la habitación para retirarse.
Sin embargo, ahí afuera ya estaban cinco Sombras de Aythana, esperándolos.
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Henna, Blum, Sonya y Alice se escabulleron por el primer piso del castillo. Alice se maravilló al ver el ventanal y las puertas de cristal que daban acceso a los jardines interiores. Los arbustos estaban podados con la forma de distintos animales, cisnes en su mayoría. Había árboles y fuentes de cristal, un par de bancas de mármol para sentarse a la sombra de los árboles. Claro que Aythana también había usado su toque para decorar aquél sitio. Había rosales y otro tipo de flores marchitas, las fuentes de cristal tenían forma de demonios. Alice se estremeció al ver una mancha de sangre seca en una de las bancas de mármol.
En el jardín había un sendero que conducía a una gigantesca puerta cerrada con cadenas, Alice supuso que aquél sitio era la Sala del Trono. ¿Cómo iban a entrar si la puerta estaba bloqueada?
—Yo me encargo —dijo Blum decidida y se dispuso a forzar la entrada.
Henna y Sonya tiraban de las cadenas, pero éstas no cedían. Alice se mantenía alerta en caso de que llamaran la atención con el estruendoso sonido de las cadenas. Sin embargo, llamó su atención un pequeño detalle que alcanzó a distinguir en una habitación cercana. La puerta, de mármol y decorada con joyas, estaba entreabierta. Por la rendija que conducía al interior alcanzó a distinguir una silueta. Reconocía esa figura, le parecía tan familiar que comenzó a acercarse. Henna, Sonya y Blum no se percataron de que la chica comenzaba a alejarse. Entró en aquella habitación y se quedó pasmada al ver la decoración.
Había gigantescos retratos. Los candelabros que colgaban del techo dejaban la cámara. La chica no comprendía por qué aquella malvada mujer no había borrado todo vestigio de la hermosa decoración del castillo. Pensó que, si ella estuviera en la posición de Aythana, habría quemado todo lo que recordara a los buenos tiempos de Astaria. Fijó su mirada en la cantidad de retratos de los monarcas. Todos vestían de forma elegante y lucían lujosas y ostentosas coronas en las cabezas.
Y al fondo de la habitación, casi como si fuera la atracción principal, se encontraba el cuadro más grande enmarcado en hoja de oro y decorado con cientos de piedras preciosas. En él aparecían tres personas. La primera persona era la Gran Reina Alicia. Era casi como verse en un espejo, excepto que la mujer del retrato era mucho más alta. Llevaba puesto un largo vestido de color lila con mangas largas, lucía un prominente escote y sobre su pecho lucía un medallón de oro. El vestido le cubría totalmente los pies y parecía arrastrarse por el suelo. En el dedo anular de la mano derecha llevaba puesta una sencilla sortija de oro. El cabello negro y lacio caía sobre los hombros, hacía relucir la tiara de oro que llevaba en la cabeza. Los ojos azules de Alicia parecían seguir a Alice con la mirada.
Al centro aparecía Lord Horus, más joven de lo que se veía en el retrato donde salía con su esposa. Vestía un traje de color aceituna y lucía una corona de plata en la cabeza. Llevaba el cabello más largo y un par de mechones del flequillo caían sobre su frente. De su cinturón colgaba una espada de empuñadura dorada.
Y la última persona fue lo que más llamó la atención de Alice. Era una copia exacta de la Gran Reina Alicia. Misma estatura, mismas facciones, el mismo cuerpo. El cabello de aquella mujer también era largo, lacio y de color negro. El vestido que ella utilizaba era de color negro, mismo color de sus uñas que eran un poco largas y terminaban en punta. Ella no usaba un medallón como el de Alicia, llevaba una gargantilla de color negro. La tiara que usaba era idéntica a la de Alicia, su joyería era del mismo color que el vestido y la gargantilla. Y sus ojos eran de color gris, de un tono tan claro que bien podría verse solamente las pupilas negras.
Aquellas tres personas se encontraban sentadas en una banca de mármol que Alice reconoció como una de las que había visto en el inmenso jardín. Detrás de ellos se veía un árbol, era una majestuosa obra de arte. Alice no podía evitar ver aquellos rostros como si siempre los hubiera conocido, casi parecían viejos amigos de los que se había separado luego de cambiar de colegio o algo semejante.
—Sabía que vendrías tarde o temprano.
La frialdad de aquella voz le erizó la piel, sintió un escalofrío recorrer su espalda y se giró para encontrarse con aquél hombre. En su interior sabía a quién le pertenecía la voz, aunque no podía asociarla con ningún rostro conocido. Vio la misma silueta oscura que la había conducido a ese sitio y su corazón dio un vuelco. Aquél hombre se acercaba a ella, reconocía esa forma de caminar. Un nudo se formó en su garganta cuando pronunció con voz trémula:
—¿Padre?
—¿Te parece que soy tu inmundo padre?
No, la voz no le pertenecía a su amado padre. Se mantuvo quieta cuando vio a aquél hombre mostrarse frente a ella. Era Lord Horus quien le había hablado. Alice no supo cómo reaccionar al tener frente a ella a quien había sido su hermano en otra vida. Sin embargo, las palabras escaparan de sus labios como si hubiera estado esperando ese momento desde siempre.
—Sigues siendo el mismo cretino, Horus.
Incluso su voz le pareció distinta, como si fuera otra persona la que hablara.
Horus esbozó media sonrisa antes de responder, seguía acercándose a Alice lentamente.
—Todo era perfecto mientras tú no estabas aquí —dijo—. ¿A qué has regresado? No te queda nada ni nadie.
Cualquiera que lo escuchara sabría que había guardado todo ese odio durante mucho tiempo. Alice deseó poder retirarse, pero nuevamente respondió sin querer hacerlo.
—Tú estás aquí —dijo la chica—. Aunque lo dudes, yo siempre te he amado. Eres mi hermano a pesar de todo y ese amor no desaparecerá, ni siquiera, aunque tú me odies.
¿De dónde salían todas aquellas palabras? ¿Y por qué incluso su voz se escuchaba diferente? ¿Todo era parte de su transformación? Seguía sin lograr entender si Alicia y Alice Orchide eran la misma persona o eran mujeres distintas.
—Lo único que amaste en toda tu vida fue tu maldita corona —respondió Lord Horus indignado—. Te olvidaste de mí y de Dakota cuando te nombraron la Gran Reina. Ni siquiera eras más especial que el resto de los monarcas, nunca podrías serlo.
—Creo que te confundes de persona, Horus —comentó Alice con frialdad—. Si había uno de nosotros que sólo pensaba en la corona, eras tú. ¿Acaso crees que ya olvidé que atentaste en mí contra el día de mi boda y durante mi coronación?
Lanzó aquella acusación con tono hiriente. De pronto Alice sintió un tremendo odio en contra de ese hombre. Quizá Aythana no era del todo su enemiga, quizá todo era culpa de Horus. Dejó de pensar y simplemente dejó que las palabras brotaran de su garganta.
—No tienes idea de cómo quisiera haberte asesinado. ¡Tú no tenías ningún derecho a sentarte en el trono! ¡Ese lugar siempre debió ser mío!
Para enfatizar sus últimas palabras, avanzó velozmente hacia Alice y la tomó del cuello para estrellarla contra un muro. La fuerza fue tal que la chica se sintió mareada por un instante, Lord Horus presionaba con tal fuerza su cuello que no podía respirar. Lo tenía tan cerca que su aliento retumbaba contra el de Alice.
De pronto llegó un recuerdo a su memoria, la Gran Reina Alicia ya había estado en esa posición.
Era como si aquella mujer le estuviera advirtiendo algo a Alice, de pronto imaginó a Lord Horus despidiendo un fuerte olor a alcohol. ¿Qué era lo que había pasado entre ellos dos? Fuera lo que fuese, Lord Horus no le daría respuestas.
—¿Por qué fuiste tú? ¿Qué vieron nuestros padres en ti como para elegirte como reina?
—Yo fui la primogénita y lo sabes. Ni tú, ni Dakota habrían sido buenos monarcas, habrían llevado a Astaria a la ruina tal y como han hecho tras mi desaparición.
Lord Horus estrelló a Alice contra el muro una vez más para hacerla callar.
La chica entonces tomó la empuñadura de su daga y la utilizó para intentar cortar el cuello de aquél hombre. Él logró dominarla para evitar que el ataque lo matara y el filo de la daga sólo provocó un profundo corte en su hombro derecho. Lanzó a la chica con fuerza hacia el suelo y ella se levantó de un salto.
Estaba a punto de enfrascarse en una batalla contra él. No le dio la oportunidad de defenderse pues lo lanzó al suelo y lo apuñaló en el estómago con la daga. Lord Horus le propinó un golpe con la rodilla para hacerla caer, intentó ganar tiempo para parar el sangrado de su herida. Alice se sintió decepcionada, ese sujeto no era tan intimidante estando herido. Se acercó a él, aun recuperando el aliento tras el golpe que había recibido. Tenía la intención de cortar su cuello con la daga así que colocó el filo sobre la piel de Lord Horus y presionó un poco hasta hacerlo sangrar. ¿De dónde había salido ese instinto asesino?
—No voy a matarte hoy, Horus. Voy a dejarte vivir para que observes cómo arruino todos tus planes. Astaria volverá a ser mía, pagarás caro por tus crímenes y por tu traición —sentenció antes de propinarle un fuerte puñetazo a su hermano en la cabeza.
De repente recordó el incidente con Jaku, nuevamente tenía fuerza sobrenaturalmente excesiva. Lord Horus yacía inconsciente a sus pies y ella se alejó un par de pasos. Sus manos temblaban y sentía que pronto sus rodillas se doblarían y ella caería al suelo. Su respiración y su pulso comenzaron a agitarse, el ataque de nervios se acercaba para apoderarse de ella y entonces...
Con un sobresalto se giró al sentir que alguien la miraba desde la entrada de la habitación.
—¿Leve?
Fuera la verdadera o una alucinación, era una señal.
Tenía que seguirla, estaba segura de eso.
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