Capítulo 14

—¡Arriba, asquerosa! ¡Se hace tarde!

Alice despertó a la mañana siguiente cuando escuchó los potentes gritos de Blum. Soltó un quejido y se incorporó. La Nympha se acurrucó de nuevo bajo las sábanas. Alice se vistió a regañadientes y acicaló su cabello. Comparó su estatura con la que recordaba del día anterior, había crecido casi cinco centímetros durante la noche. Supuso que eso explicaba el dolor de sus piernas y su cintura. Pasó un par de dedos sobre la Marca de Orión y tuvo una sensación de Deja Vú.

Blum continuaba gritando sin parar así que Alice no tuvo más remedio que bajar las escaleras. Ya conocía los peldaños de memoria. Blum esperaba en la estancia, sentada en el sofá y limando sus uñas con el filo de una de sus dagas. Alice se sorprendió cuando vio a Swan, Sonya, Flint, Raziem y Dristan en la estancia acompañando a la pelirroja. Estaban también los lobos. La habitación se sentía mucho más pequeña de lo que era.

—¡Henna! —Dijo la pelirroja—. ¡Baja ahora mismo, maldita sea!

—¿Qué hacen todos aquí? —preguntó Alice.

Saludó a Flarium con una caricia y ocupó un asiento entre Sonya y Swan. Sólo obtuvo silencio. Gora y Kruth no paraban de cabecear y bostezar. Alice se preguntó si acaso habían pasado la noche en vela. Desde su llegada al Campamento Orión, ambos lobos habían remplazado a los elfos durante las guardias nocturnas.

Henna apareció finalmente y le dedicó a Blum una señal obscena con el dedo medio. Alice sonrió. La Nympha dormitaba en la cabeza de Henna y al reunirse con los demás, bajó revoloteando hasta acurrucarse en el cálido pelaje de Flarium. Alice separó los labios para formular de nuevo su pregunta, pero tuvo que detenerse cuando Blum hizo una seña hacia Flint con la cabeza.

Él asintió y sacó un pequeño paquete de debajo del sofá donde se sentaba. Fuera lo que fuese aquél objeto, estaba envuelto en una funda de grueso cuero café y descolorido, atado con una cuerda amarillenta. Las miradas de todos se centraron en el paquete cuando Flint se lo entregó a Alice, diciendo con una sonrisa:

—Lo forjé para ti.

Todos los Rebeldes trataban a Alice con respeto excepto los líderes. Alice esbozó una sonrisa cuando Flint la trató como una igual en lugar de como haría con alguien de la realeza. Tomó el paquete en sus manos y retiró la funda de cuero para dejar al descubierto lo que parecía ser una afilada daga. Medía casi quince centímetros de largo, era pesada y quizá demasiado gruesa. Estaba forjada en plata y la empuñadura tenía forma circular.

Extrañada, Alice metió la mano en la empuñadura y levantó la daga para descubrir que esta se dividía en varias hojas más hasta formar una estrella. No pudo evitar sonreír, aún más cuando sacó la mano de la empuñadura y la daga recuperó su posición original.

—Gracias, Flint —sonrió Alice.

—Es la Estrella de Orión —comenzó a explicar Swan.

—Alicia solía llevar una oculta entre sus ropas —aportó Flarium—. La suya era de oro con incrustaciones de diamantes y rubíes, por supuesto, pero está resguardada en el Castillo de Cristal.

—Tu entrenamiento, a partir de hoy, se centrará en aprender a utilizarla —comentó Swan—. Los miembros de la realeza, las mujeres en especial, no pueden descuidar su porte mientras...

—En realidad, deberías comenzar explicándole que ninguna mujer de la realeza puede portar armas —intervino Henna.

Swan la fulminó con la mirada cuando la mujer rubia realizó la interrupción. Negó casi imperceptiblemente con la cabeza antes de responder con tono hiriente.

—Creo que esa explicación debe venir por parte de alguien de la nobleza, Henna. No de una plebeya como tú.

Incluso Alice se sintió ofendida con aquél comentario. Sintió el impulso de fundirse con las paredes para ocultarse de lo que suponía sería una gran pelea. Para su sorpresa, Henna bufó y se encaminó de vuelta hacia las escaleras, reclamando:

—No puedo creer que me despertaron para escuchar a esa zorra regodeándose de ser una princesa —comenzó a subir los peldaños y gritó desde el segundo piso—: ¡No me despierten hasta que amanezca, idiotas!

Escucharon el portazo que dio Henna al entrar en su habitación. Dristan ahogó una risa y Swan sonrió con superioridad, todos parecían querer estallar en sonoras carcajadas.

—Como decía... —continuó Swan—. Ninguna mujer que sea miembro de la realeza puede descuidar su porte mientras se encuentra en una batalla. Las espadas son muy pesadas y para luchar con ellas hay que apoyar las piernas y mover los brazos de una forma no muy elegante...

Todos la miraron como si hubieran detectado la ironía en sus palabras. Alice no había olvidado aún que Swan llevaba una espada cuando salvó su vida. Swan ignoró las miradas del grupo y continuó, un leve sonrojo apareció en sus mejillas.

—El arco es una buena opción, aunque ninguna princesa, mucho menos una reina, se ve bien con un carcaj en la espalda. Y para eso se forjó la Estrella de Orión, con la que puedes luchar sin descuidar tu imagen.

Alice no terminaba de entender la fascinación que tenía Swan con su porte real y esas tonterías que repetía como un mantra. A veces incluso creía que Swan quería dejar bien claro que era una princesa y demostrarle al resto de los Rebeldes que no era como ellos. Con todo, accedió emocionada a comenzar con su entrenamiento físico de ese día.

Se dirigieron en grupo hasta el campo de entrenamiento. Blum y Alice entraron al sitio donde estaban las dianas para practicar con el arco mientras sus amigos se dejaban caer en el suelo para observar. Blum sacó una daga de su cinturón para comenzar con su explicación, Alice notó que no era para nada parecida a la que Flint le había forjado.

—Yo no tengo una Estrella de Orión —comenzó a explicar Blum, Alice nunca se había sentido tan motivada para entrenar—. Así que usaré una daga común y corriente para mostrarte. Lo primero que debes saber es que la Estrella de Orión es similar a un abanico.

Alice recordó entonces que su padre le contaba una historia cuando hacían largos viajes en el auto. No podía recordar mucho de la trama de ese cuento, pero sí recordaba a la protagonista. Era una geisha que luchaba contra samuráis malvados usando sólo un abanico para defenderse. Se imaginó a sí misma vestida con un kimono y se preguntó si usar la Estrella de Orión era similar a luchar de la misma forma que aquella heroína. Quería indagar más sobre su pasado para poder aclarar sus dudas acerca de su progenitor. Cada vez que lo intentaba haciéndole preguntas a Swan, ella respondía que el Castillo de Cristal era la única fuente de información sobre su vida pasada. Y entrar a ese sitio era, por supuesto, una misión suicida.

—¿Me estás escuchando? Te he dicho que necesitarás tener equilibro, fuerza, puntería impecable y mucha flexibilidad. No es difícil, sólo vamos a practicar distintos tiros. Lo único que tienes que hacer es dar en el centro de la diana.

Dicho aquello, Blum lanzó su daga y dio en el blanco. Miró a Alice con impaciencia. La chica sujetó la empuñadura e hizo su lanzamiento de la misma forma. La Estrella de Orión se clavó en el centro de la diana, giró un poco a toda velocidad y volvió volando hacia Alice. La chica tuvo que tirarse al suelo para no ser degollada. Sonya atrapó el arma creando un pequeño campo de fuerza con sus manos para luego entregársela a Alice. Los demás soltaron una risa.

—Olvidé decirte que funciona igual que un boomerang —dijo Blum distraídamente—. Intenta de nuevo.

—Esta basura va a cortarme el cuello —reclamó Alice.

—Para atraparla, sólo debes introducir la mano en la empuñadura cuando la tengas cerca —aportó Flarium—. Cuando vuelvas a sujetar el mango, se detendrá.

Hablaba como si aquél artefacto tuviera mente propia, aunque aquello no habría sorprendido a Alice. Asintió y miró como Blum realizaba otro lanzamiento desde una posición distinta. Alice la imitó y nuevamente dio en el blanco. El momento que temía llegó cuando su arma giró y volvió hacia ella a gran velocidad. Extendió una mano hacia adelante y cerró los dedos sobre el mango justo antes de que las afiladas hojas le perforaran el cuello.

Sonrió aliviada y satisfecha, el grupo volvió a aplaudir. Blum no le dio tiempo de descansar y volvió a lanzar una daga, siempre cambiando la posición de su cuerpo y sin fallar ni un solo tiro. A Alice le pareció el entrenamiento más divertido que había tenido hasta entonces.

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

La Aldea Lunar entró en pánico cuando vieron aparecer el carruaje negro de Aythana, acompañado por una compañía de cincuenta soldados. No llevaban armadura. No eran más que sujetos encapuchados cuyos rostros eran invisibles. Vestían largas túnicas negras y sujetaban sus armas con manos largas y huesudas de color gris, emanaban también aquella bruma de color negro. De vez en cuando podían verse destellos rojos en el sitio donde debían estar sus ojos. Sombras, era ese el nombre que recibían.

Dos de ellos arrastraban el cuerpo sin vida del anciano mensajero que ahora lucía un profundo corte en la garganta y llevaba las cuencas de los ojos vacías. Dos Sombras tiraban de él con cadenas sujetas a sus tobillos con un par de grilletes. Los caballos que tiraban del carruaje eran casi puro hueso. De color negro y brillantes ojos rojos. Todos los aldeanos se resguardaron en sus casas. Ninguno había olvidado los rumores que circulaban sobre la desaparición de las aldeas del sur, todas dejaron de existir luego de una visita de Aythana y sus hombres. Se decía que habían prendido fuego a cada cabaña sin explicación alguna. No hubo sobrevivientes.

El carruaje avanzó hasta detenerse frente a la cabaña del mensajero. Aythana bajó con ayuda de uno de sus hombres que le ofreció una gran reverencia. La mujer llevaba un báculo en su mano derecha aquella noche.

—Jarko.

Su voz habría provocado que se enchinara la piel del más valiente guerrero. Jarko salió casi inmediatamente y le ofreció una reverencia antes de comenzar con los halagos.

—Permítame decirle que se ve maravillosa esta noche, majestad.

—No digas más tonterías y muéstrame el camino.

Jarko sonrió y asintió con la cabeza. Echó a caminar hacia el bosque y los soldados de Aythana los siguieron. Ella se rezagó un poco para colocar la punta de su báculo sobre la puerta de entrada de la habitación. Esta se prendió en llamas al instante. Sonrió satisfecha y volvió a abordar el carruaje. No quería que nadie la mirara tan eufórica como se sentía en ese momento así que aprovechó la intimidad de su carruaje para esbozar una sonrisa de oreja a oreja. Cualquiera que la viera se imaginaría que los puntos sujetos a su boca se reventarían. Apretó con más fuerza su báculo como si pretendiera encarnarlo en la palma de su mano. No podía dejar de imaginar lo que sería causar caos en la base del Campamento Orión. Ya había hecho sus planes. A los únicos que necesitaba con vida era a los líderes, a Swan y a la chiquilla humana. El resto habría de morir esa noche.

Ya fuera con un incendio o con una masacre, la Rebelión caería. La primera opción le atraía más. Se preguntó si habría pequeños niños dentro del Campamento. Detestaba a los vástagos y quería poner sus manos sobre el cuello de un par de niños antes de que sus soldados se encargaran del trabajo sucio. Sin darse cuenta, ya estaba riendo para sí misma.

Todo estaba saliendo a la perfección.

—Hemos llegado, majestad.

El júbilo retornó a ella cuando escuchó a Jarko anunciar que finalmente se encontraba en ese sitio. Bajó del carruaje y observó que Jarko le demostraba cómo atravesar el campo de fuerza. Sin duda eran astutos, pero no más que ella. Esbozó una sonrisa aún más grande cuando se acercó al campo de fuerza e imaginó el caos que estaba por desatarse.

~ ҉ ~ ~ ҉ ~ ~ ҉ ~

El entrenamiento físico de aquél día se había centrado en aprender a lanzar su arma desde distintas posiciones y dar siempre en el blanco. Fue divertido, aunque terminó exhausta. Luego de una relajante ducha estuvo lista y motivada para su clase de modales, historia, geografía o lo que fuese a enseñarle Swan.

No se quería despegar de su nuevo y mortal juguete así que lo llevaba sujeto a su cinturón esperando con ansias el momento de usarlo contra un enemigo.

Aquella noche vio a Swan desplazar un mapa sobre la mesa. Era viejo, a juzgar por el tono amarillento del pergamino. Mostraba la estructura del Castillo de Cristal y sus alrededores.

—No existe ningún modo de entrar al Castillo de Cristal sin ser vista —decía Swan—. Esta mansión nos pertenece a mi padre y a mí, está vigilada todo el día y toda la noche. Pero, si logras entrar y llegas al sótano, encontrarás un pasadizo secreto que conecta con los calabozos ocultos bajo el Castillo de Cristal.

Alice se percató de que Swan intentaba señalar ese punto para tenerlo en cuenta a la hora de idear su estrategia.

—¿Cuántos guardias vigilan la mansión?

Swan la miró confundida por un segundo antes de responder.

—Cinco en la puerta de entrada, cinco en la parte trasera.

Alice volvió a ensimismarse para considerar sus opciones.

Diez soldados en total. Si fueran dos al menos podía apostar a un par de arqueros ocultos en las penumbras de la noche para que dispararan a los soldados al mismo tiempo. De esa manera no llamarían la atención.

Sabía que Henna y Dristan eran los mejores arqueros, rápidos y hábiles como ninguno. Sin duda podrían atacar a los diez soldados sin provocar alerta entre los habitantes de la Ciudad Imperial. Sabía por experiencia que las flechas no hacían mucho ruido al ser disparadas, pero sin duda se escucharía el caer de los cuerpos. Aún más si usaban armaduras. Así que necesitaba encontrar una forma de silenciar el sitio... Sonya podría colocar hechizos alrededor de la mansión. Entonces podrían infiltrarse en el castillo y luego... ¿Qué?

Bufó al no poder seguir maquinando sus planes. Separó los labios para explicar su estrategia a Swan cuando entonces lo escucharon.

Ese sonido retumbaba en sus oídos.

Era normal escuchar el sonido de las espadas chocando, de los niños pequeños procedentes de las aldeas lejanas que gritaban a causa de sus pesadillas. Pero no era normal escuchar gritar a alguien con semejante terror.

Menos aun cuando esa persona era líder de la Rebelión.

Y mucho menos siendo que las palabras que Sonya pronunció lograron helar la sangre de Swan.

—¡Todos a sus puestos de ataque! ¡Prepárense a luchar!

Salieron de la cabaña empuñando sus armas cuando Sonya dio la alarma. Alice se aterró al ver desaparecer el campo de fuerza que soltaba chispas como si estuviese a punto de prenderse en llamas. Pero lo que más le aterró de la situación fue ver a esa mujer flotando en el cielo, rodeada por un aura de color púrpura mientras sostenía su báculo en alto y soltaba una maligna carcajada. Los ojos azules de Alice se cruzaron con los ojos rojos de aquella mujer de piel blanca y la boca cocida con gruesos hilos negros. Se quedó paralizada y cayó en cuenta de que era la primera vez que la veía.

Se sintió al borde de un ataque de pánico. Frente a ella se encontraba la mujer que había usurpado su trono, su corona, su pueblo, sus tierras. Todo.

Aythana había encontrado el Campamento Orión.


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