FINAL - Capítulo 65 (parte 4): Luz y Sombra
—Madeleine —percibiría el tono firme de la Sabia, —es el momento... —lanzaría después una señal al frente siendo interceptada por un Cambiante, que sabía perfectamente lo que tenía que hacer.
Quedándose en la pose arrodillada de Serena, él la contemplaría tratando de hacerle contacto visual.
—Seri —por cómo la miraba y sobre todo, por cómo la nombraba, a la morena se le produciría un vuelco en el estómago. Él se tomaría un instante en el que le sonreiría, admirando sus preciosos rasgos en su silencio, —vuela alto, mi amor —sin esperar ninguna réplica, el batería cerraría los ojos e inspiraría hondo.
Justo después, el Cambiante se atrevería a tocar las luces danzarinas llegando a solaparse con sus chispas. Su cuerpo se esfumaría de la nada como si nunca hubiese existido.
—¡Ches...! ¡Chester! ¡CHESTER! —golpearía su jaula a expensas de recibir quemazón.
Entendiendo que aquella era la señal de salida, los hermanos Bruch dejarían a un lado el papel de pobres desvalidos sin vigor para pelear. Se valdrían del apoyo mutuo de sus espaldas y la fuerza de sus piernas, para terminarse de afincarse en un terreno donde se desarrollaría la verdadera carnicería.
Tomando prestados los tallos que la Receptora les había obsequiado, se encararían hacia unas Sombras que, como cabía de esperar, ya tendrían una preciosa tentativa contra ellos.
Importándoles poco que en sus dedos aún residiesen restos del maldito adhesivo, mientras que Arissa se tomaría la molestia de desafiar a sus opositores, George levantaría con sus conjuntos los restos de unas imponentes ruinas.
Haciendo resquebrajar una arquería casi imperturbable durante el paso de las décadas, incitaría a la creación de unas grandes fisuras escarpadas, que concluirían fraccionando los pedruscos de su singular estructura.
El rugido rocambolesco de un armazón resistiendo a una erosión antinatura, llegaría a ensordecer a unos esbirros que, por acto involuntario, tratarían de cubrir sus oídos.
Alzando con resquemor sus ojos púrpuras por encima de su cabeza, Jeanette advertiría que el par de hermanos estaban respetando la extensión, en cuyo voluminoso pilar, ella se hallaba retenida.
Los intentos por liberarse de una enredadera que seguía haciéndola su rehén, tampoco cobrarían efecto ante la magia de un Sabio que, de momento, solo se limitaba a propagar la confusión.
Cada vez que tenía la osadía de rebelarse, su veneno la mantenía a raya debilitándola por su rasgo Revitalizador. La columna a la que se ligaba solo sería perturbada por la resonancia vibrante, en esa debilidad en la que sus semejantes cedían.
Sería insuficiente para exterminar una mala hierba que ejerciendo la función de resina, haría que la inmunidad de la viga pedregosa fuese impasible.
Venciéndose hacia lo inevitable, las partes más compactas de la construcción caerían estimulando la reincidente erosión de una superficie, en la que se levantaría polvo, caos y arena.
Las erupciones reabriéndose como un bordado ante una mala puntada, dejarían una ladera llena de montículos en un mapa salpicado.
Las cepas más gruesas rompiendo su cáscara de nieve, se levantaban creando en la curvatura de sus rizomas, el hueco de unas falsas puertas en miniatura.
Patinando por un desnivel en auge, Eliot se afincaría como podía ante unas rodillas que le temblaban sin control. Venciéndose a la gravedad acabaría desplomándose, sintiendo que sus pulmones no estaban funcionando con la máxima operabilidad.
Maldiciendo por ser consciente de lo que le pasaba, se estremecería en ese vahío asqueroso que secaba su paladar. En una posición en la que llegaría a postrarse con sus palmas sobre la capa nívea, se le añadiría una expectoración en la que boquearía llegando a escupir.
A diferencia de aquellos soldados temerarios que se abalanzaban en el campo de batalla, su líder permanecería estoico en la inmensidad, como si no le importase nada.
Su pose arrogante sustentando por un bastón mancillado, se haría muy dispar, con la inquietud de un joven de cabellos blancos, que con tantos flancos abiertos, no sabía hacia dónde seguir depositando la mala práctica de sus poderes.
Simultáneamente, y con libre autonomía, las luces domadas por la influencia del batería harían un recorrido en un rumbo fijo, iluminando las inmediaciones con su parpadeo ígneo.
Cruzado a lo largo del diámetro sorteando a unos gigantes desmoronándose, en la primera parada se encargaría de quemar la maldita hiedra que mantenía a Jeanette en sus límites.
En ese aire con aliento a rastrojo calcinándose, la Sabia alcanzaría esa ansiada liberación en la que sus extremidades, serían al fin desentumecidas. Propagándose sin llegar a quemarla, Jeanette se ayudaría también con sus dedos doloridos, a deshacerse de la mala saña que enredaba su torso.
Quitándosela de encima en un acto de desprecio, asentaría sus propios pies en un ejercicio tosco, en el que experimentaría calambres.
Mirando hacia un frente desmantelado, el manto blanquecino volvería a ensuciarse con la marcha sosegada de sus botas de plataforma, directas hacia el epicentro de la vorágine.
En esa locura de raíces levantándose, haciendo la zancadilla, los hermanos terminarían de romper las cuerdas que maniataban a una pelirroja asustadiza.
Con unos nervios incalculables, temiendo que alguna de sus habilidades se le atravesara en el camino, Lydia respiraría profundamente antes de levantar un adhesivo que le haría hormiguear condenadamente su boca.
Desmigando esas sogas que se le enredarían en los zapatos, se acabaría encontrando con los ojos canela de Marvin en la distancia. Apreciaría en las fluctuaciones de luz, que el guitarrista seguiría anclado a las detestables cuerdas manteniéndole indefenso.
Con el pecho sobrecogido, la pelirroja se arrastraría como podría, viéndose obligada a generar algunos saltos en esas pequeñas lomas donde el suelo se desigualaba.
Pasándole de largo en su rápido aleteo, las falsas luciérnagas llegarían a su próximo puerto arremolinándose alrededor de un esqueleto de hielo. Derritiendo la horripilante estructura a su paso, los pilares evaporarían parcialmente su agua, dejándole la puerta abierta a su pajarillo cautivo.
Los barrotes aún no habían terminado de evaporarse, cuando a la desesperada, el brazo maltratado de Serena atravesaba el hueco de sus firmes varillas. Dándose ese privilegio de poder contentarla, él llegaría a rozar sus dedos dotándole de esa calidez propia de los rayos de sol.
Sabiendo que el tiempo apremiaba y que su ayuda será vital, el Cambiante la abandonaría cuando tendría la certeza de que con un vasto golpe, la morena podría escapar por su propio pie.
Cambiando el tránsito de su trayecto, se hubiese detenido en su mejor amigo de no ser porque Lydia, llegaba a su altura en el mismo momento en el que Marvin era capaz de liberar sus manos.
Contemplando sus lastimadas muñecas, sería el mismo guitarrista el que apreciaría entre sus dedos, el desgaste de una púa, que ya no conservaría sus cantos perfectamente estilizados.
Queriendo atesorarla como un bien preciado, se la guardaría en su cazadora con el ánimo de conservarla y no perderla en el camino.
Ayudándole mientras tanto con el amarrado de sus tobillos, la pelirroja operaría tan nerviosa, que notaba que sus dedos, encontrándose después con los de Marvin, se resbalaban sin poder serle de utilidad.
Los ojos cafés de Lydia se extasiarían cuando, en esa vorágine de acciones decisivas, se percataría de algo en concreto en lo que solo ella caería. En ese afán de querer comprobar en qué condiciones estaban los suyos, el de las pecas obviaría el detalle de la pelirroja permitiéndole que le secundase.
Teniendo como prioridad realizar un barrido en el que analizaría sus posibilidades, izaría la vista encontrándose con un panorama totalmente desalentador. Los hermanos se las estaban sabiendo apañar para amedrentar al personal en una doble banda.
Sin embargo, para su tremenda desesperanza, su inspección concluiría afianzándose en la única presa que quedaba sin protección ante las garras de la Sombras. Buscando tal vez ayuda, se toparía de lleno con la ráfaga de un fuego que, con prisas, seguiría confluyendo en el oscile de una brisa rancia.
Sería ahora cuando las esferas capitaneadas por el Cambiante se dirigirían hacia la torre de espinos que condenaba a la Receptora a permanecer colgante. Dorando sus cepas sin que Madeleine cayese bajo su influjo, la de cabellos rosáceos acentuaría en sus muecas afligidas, que el agarre que ajusticiaba su tronco cedería inminentemente dejándola caer.
El suelo hubiese amortiguado una caída desastrosa, de no ser porque anticipándose, Nerón crearía de la nada unas esquirlas de nieve de aristas punzantes. Haría de las estrellas de cristal, miles de armas blancas dispuestas a probar una carne, que ya estaba lo suficientemente lesionada.
Encontrándose de cara con la nueva sorpresa, de nada valdría que Madeleine intentara aferrarse a lo poco que quedaba de sus cepas inertes. Sin encontrar una sujeción en la que aposentar sus pies, tampoco le hubiese valido un impulso donde podría planear.
Resbalándose por la poca adherencia de sus dedos sebosos, soltaría un gemido de estupor antes de abandonarse a lo irremediable. La Receptora terminaría cayendo encima de un arsenal de pequeños puñales traslúcidos, que harían un destroce su otra rodilla.
Gritando a puro dolor, sería socorrida por un guitarrista y una pelirroja que, ayudándole a salir del escamoso lecho, la sujetaría por sus hombros llevándosela del retículo como podían en sus pocos aguantes.
Viendo su misión prácticamente completada, Chester haría que las esporas de luz se dispersasen, encaminándose hacia cada una de las antorchas que, recibirían consecutivamente y de forma sincronizada, las mismas chispas de donde originariamente habían germinado.
Integrándose en sus báculos incendiarios, acabarían apagándose como las más misteriosa de las magias. Ni siquiera la ceguera oscilante a la que ahora se condenaban, paralizaría una contienda que no había hecho más que empezar.
Continuando la función, sus luceros anaranjados atravesarían desde su interior los soportes de madera que sostenían a los grandes candiles. Llegarían a levantar en el proceso una ligera humareda de polvo oscuro, creando el carraspeo conjunto de unos cascotes que seguirían desplomándose desde su álgida arquería.
A ello se le adicionaría el olor a carbonizado por unas estacas, que seguirían consumiendo el leño con su propia lumbre. Quemándose al mismo compás, una vez llegaban al suelo, sus ramificaciones volverían a unirse en el mismo punto para terminar convergiendo a los pies del enigmático galauco.
Hundiéndose en unas cepas que parecía que se calcinarían, el gigante obsoleto en su materia gris renacería con una nueva luminiscencia cítrica brillando desde sus entrañas. Magnificándose por un tronco cuyas escamas comenzarían a bailar, el Dragón resplandecería por sí solo como ese mismo atardecer cubriendo el contraluz en sus bosques.
Los trenzados huecos que tapaban sus membranas harían de su luminiscencia, esa criatura que, hasta la fecha, impondría con su temeraria fachada el peor de los pavores. Resurgiendo de sus cenizas, el sonido batiente de sus alas se mecería por libre voluntad, siendo un ser que, con identidad propia, no habría ningún agente que lo pudiese dominar.
Los sonidos cavernarios en esa acentuación avainillada transitada con su respiración, les llegaría a las narices saludándoles con su flamante despertar.
Viéndose obligados a comprobar qué sucedía a sus espaldas, no les daría tiempo a ejecutar ni una sola mueca de estupefacción.
Sus ramas vapuleándose en el viento, limpiaría una horda de Cambiantes que se pulverizarían en el aire eliminando sus presencias. La multitud se haría de menos cuando sospechaban que, de entre las Sombras, había algún Receptor con un poder mínimamente destacable para que aquella ilusión fuese posible.
Era irónico que detestaran la facción roja y que, continuamente, se estuviesen valiendo de ella para ocupar una utilidad que no estaban a su alcance.
El retículo que contorneaba al gran ser vetusto, no sería más que un festival de hechizos cruzados, cepas crecientes y escombros que todo aquel combatiente tendría la ardua tarea de esquivar.
—Quédate con ella —en una respiración jadeante, Marvin le pediría el favor a la pelirroja, antes de dejar a la Receptora descansar en unos de los claros—. No puedo dejar que esto acabe así —entendía que el poder de Chester sería válido hasta cierto punto, y que su sacrificio tendría que merecer la pena. No se lo perdonaría si resultase lo contrario.
Lydia le asentiría percatándose por el alumbrado del Dragón, que las piernas de Madeleine tenían un aspecto muy deplorable. Una de ellas con signos de amoratamiento, y otra, con restos níveos incrustándose en su piel, de la misma forma a como lo hubiese hecho un millar de punzones.
Quitarlos uno a uno, además de doloroso, podría ser hasta contraproducente. La piel lívida de Madeleine no hacía más que bullir sangre en unos gemidos que le eran imposibles de acallar.
Estaba extremadamente débil. Para redondear esa gravedad donde todos se abrazaban, era la única que no había tenido la oportunidad de tomar ni una baya.
Pese a expulsar gran parte de la ponzoña, aún circulaban por su organismo restos que necesitaba desechar. En un gesto de angustia mortal, ella no se entregaría tan fácil a la idea de él la desamparara.
—Marvin...no —tenía la certeza de que le aniquilaría—. No puedes...tú no pued...
—Confía en mí, hada —se distanciaría sin preámbulos, tratando de esquivar todo obstáculo que pudiese encontrar en el camino. Apiadándose de su dolor, Lydia la consolaría con un gesto dulce.
Entre quejidos y sobreesfuerzos por su parte, Jeanette llegaría justo a tiempo para presenciar en primera instancia, las mejorías de un ser propio de mitologías antiguas. Alzando su mirada púrpura en unos terrenos completamente patas arriba, vería que los otros dos hermanos, para su mala suerte, estaban sucumbiendo bajo el dominio tenebroso de las Sombras.
Como cabía de esperar, Nerón no se iba a quedar de brazos cruzado ante un bando, que claramente estaba perdiendo. Eliot era otro que resistía en sus nulas fuerzas, haciéndoselo pasar mal a una Serena, que no sería capaz de avanzar por una senda serpenteada.
En unas de sus brazadas en el aire, el gran Dragón trataría de vapulearle con sus largas raíces como castigo por sus malversadas haciendas. Sorteando el vaivén como las aguas en alta mar, el rubio conseguiría evitarlo dejando a la Revitalizadora libre.
Queriendo vengarse del monstruoso galauco, el rubio no dudaría en acercarse a uno de sus aliados, y sonsacarle sin permiso, una de tantas armas afiladas que aquellos hombres tendrían la nula conciencia de usar. Con una navaja acaudillando su propia justicia, lo sujetaría raspando en sus ráfagas esas cepas de materia densa.
Desprendiéndose de sus vástagos más enclenques, volvería a rebrotar sobre sí suponiéndoles a sus adversarios una gran amenaza. El ser indestructible le confiaría al mastodonte esa potestad, de que cualquier corte afectado sobre él, sería como si nunca se hubiese afianzado.
Mirando a uno de sus costados más próximos, Jeani advertiría que la pelirroja haría compañía a su máxima protegida.
—Madi... —sujetándola sentada desde su espalda, Lydia la contemplaría desde una altura por encima de sus cabellos en un estado delirante.
Su frente chorreante por una sudoración extrema, le haría acentuar la oscuridad expresa en el contorno de sus ojos. La de cabellos rosáceos experimentaba tanta aflicción, que le costaba mantener sus párpados abiertos.
Su aliento se tornaría pesaroso, dejando un vahío frágil saliente por su boca. Atormentándose en su dolor, la Receptora no sería capaz de responder a ninguno de los lastimeros reclamos de su acompañante.
Detectando una presencia al acecho, la animadora tragaría saliva antes de alzar la barbilla y, comprobar, que la figura paciente de la Sabia las oteaba en su retiro.
Lanzando un vistazo cómplice a Jeanette, la pelirroja realizaría un ligero balanceo en el que decía que estaban perdidas. Revocándole una afirmación en sus señas mudas, la de reflejos lila bajaría la vista hacia una mano descansando sobre el jersey rosa de Madeleine.
Sus dedos se movían solos, resguardando la impotencia en el arrugado de sus nudillos. Lydia le devolvería la mirada a la otra rubia generando un pequeño ademán, en el que no se necesitaría expresar más.
La sonrisa leve en los rasgos de la Sabia, además de parecerle un hecho surrealista, y que fuese dedicado a su persona, le diría en su significante que había captado el mensaje. No sería hasta que se diese la vuelta, que Lydia la seguiría alentando.
—Todos estamos contigo, Madi. Resiste —concluiría la pelirroja, generándosele un nudo en la garganta que le instaba a llorar.
Las atenciones de todos se unificarían cuando la incandescencia del coloso mermaba. En sus leves movimientos, se limitaría a devolver las raíces a la misma oscuridad donde habían estado descansado. Era cuestión de tiempo que en gran poder que manejaba sus hilos, acabara afectando a la persona que lo gobernaba.
Los gritos se alzarían de la nada, rompiendo nuevamente esa balanza en la que las hechiceras tenían las de salir airosas.
Unas extensas enredaderas se atañerían a la Arcana de las Receptoras, llevándosela antes de que Lydia pudiese hacer el nimio esfuerzo de retenerla. Jeanette sería otra que, sintiendo la presión de una de tantas lianas herbosas, la vería estrangularse contra el material plástico de sus altas botas.
Sin ir más lejos, las Sombras usarían una táctica idéntica para atraer una Revitalizadora, a la que le quedaba muy poca fortaleza. Manteniéndole la boca cerrada, las mismas garras se encargarían de un guitarrista que, habiendo sido apresado por sus malas artes, desistiría como podía ante su reiterada prisión.
Siendo condicionados al frente, Nerón dejaría de ejercer su influencia cuando, el característico trío de Arcanas se posicionaba delante de un líder, que no se había despeinado de uno solo de sus repeinados cabellos.
—Alana estaría muy decepcionada, Madeleine —Duncan no se ahorraría los reproches.
Menos después de ese asalto que consideraba lamentable, solo por el hecho de creerse con la confianza para ganar.
—También todos esos caídos que pusieron esos anhelos inútiles en ti —quebrada por todas esas emociones que la sobrepasaban, no tendría el brío necesario ni para alzar la cabeza—. Mírate. Sin fuerzas. Completamente indefensa. Prácticamente muerta. Sin poder luchar —la Receptora se sentía como un completo despojo ante el peor de los engendros.
El dolor al que su cuerpo se entregaba tampoco hacía idónea la concentración, cuando solo quería acabar con la agonía que la arrollaba.
Sin embargo, dejarse vencer era una propuesta que no estaba dispuesta a aceptar. En sus vagas competencias, se percataría que le haría dudar de sus capacidades, hasta el punto de que sus lágrimas sobresaldrían. Esta vez, por la pura impotencia.
Era la misma sensación de incertidumbre que padeció la madrugada de las flechas, haciéndole sentir que había desamparado a los suyos. Se había jurado a sí misma que aquello no iba a volver a pasar, y para remedio de sus malos, la situación del presente era mucho peor.
Alana había además confiado en ella. Sería ahora cuando sus palabras verberaban en el eco abochornante de su cabeza.
"Creed en vos, Madeleine. Sois mucho más de lo que veis a simple vista. Si eso no os es suficiente, me encargaré yo misma de ayudaros en todo lo que mi mano pueda alcanzar. Considerarlo una promesa que no estoy dispuesta a romper".
Justo después su propia mente la torturaría emulando esos momentos con unos seres queridos que ya no estaban. Empezando por sus padres, y terminando por un Evans que, con su aire canalla, siempre tenía una sonrisa para ella aún sin merecerlo.
—¿Esta es la Arcana que todos esperaban? ¿Dónde están todos esos poderes convergiendo en la misma persona? ¿Tan fácil va a ser acabar contigo? —se jactaría.
Viendo que la condición física dejaba bastante que desear, pretendería también hundir la poca resistencia emocional. Por supuesto que los gruñidos de Jeanette o los jadeos doloridos de la Revitalizadora la empujarían a seguir adelante.
Reuniendo los últimos vestigios de un enorme poder habitable en ella, Madeleine concentraría su respiración bajo unos reproches que no cesarían. Su ritmo cardiaco se aceleraba, y con él, esas ganas de rendir una real justicia a todas esas personas inocentes ejecutadas sin razón.
El silencio ambiental también se rompería con los gemidos de unos compañeros que no aguantarían por mucho más.
Coronando todas esas sensaciones negativas que la estaba asfixiando, hundiría sus ojos granates asimilando que el final estaba cerca y que, si no hacía algo, serían muchos más los que perecerían.
Notando que su propia sangre chamuscaba su piel, no se percataría que, en esa negación de dejarse vencer, su cuerpo adquiriría una nebulosa carmesí delineando todos los recovecos de su morfología.
Buscándola en la oscuridad, se concentraría internamente en la imagen de una mujer de cabellos blanquecinos alentándole. Sonriéndole en su intensa abnegación por una comunidad más equitativa, leería de sus labios mudos las últimas palabras que le llegó a narrar.
"Allá donde vayáis, siempre os acompañaré". Su voz distorsionada se perdería en una fusión que llegaría a calarla. Tanto, que Madeleine gritaría a pleno pulmón.
Su rugido se elevaría en la inmensidad, haciendo retumbar los cimientos de un escenario que, medio segundo después, reemprendería el baile irremediable de aquellos que se sustentaban bajo sus extremidades.
Observando su alrededor en su tambaleo abismal, sería Duncan junto al restos de sus hombres los que, entre las sombras rasgadas de los galaucos cercando el bosque, verían asomar cientos de luces centelleantes en forma de hálito rojizo.
El terremoto cesaría su retumbe en una mínima de tregua, apareciéndose ante ellos por la leve colina, el silueteado perfecto de unos Gálcebor de cuerpo etéreo.
Encabezando la lista del ejército animal, se antepondría uno que, con sus largas astas de marfil y pelaje sedoso, destacaría, además, por poseer un brillo dorado con efervescencia propia. Las hebras que componían el recorte de sus cuerpos danzarían en la brisa, como la misma vegetación marina mecida en su océano.
La imagen viva de la Diosa en la piel del cervato, pondría los bellos de punta hasta el más agnóstico de los presentes.
Sustentando el apoyo terrestre, las copas de los árboles trenzados comenzarían a moverse con la misma potencia de los tornados. El origen no sería otro que el de unos vaionvec que, uniéndose a la causa, serían liderados por uno de esencia azulada agitando sus enormes alas.
El torbellino causado en su revoleteo, levantaría las caperuzas de todas aquellos que aún no había mostrado sus rostros. También les costaría mantenerse, sin que sus calzados se viesen arrastrados por un céfiro que les alentaría de cara.
Tras el graznido estridente de Zahir, se desencadenaría la segunda batalla campal de la noche.
El alboroto de unos cascos desplazándose en la nieve, no sería más temerario que el arroje de unas garras que despedazarían todo con lo que sus patas tocasen. Los más valientes de las Sombras se alzarían a golpe de gritos, pretendiendo capar una fauna que, por mucho que les pesase, persistiría siendo un jaque que no habían visto venir.
Apenas las grandes cornamentas de los ciervos los embestían, salían despedidos en el aire desapareciendo en una nada, cuyo polvo se sublimaba en una neblina no tan densa.
Con este nuevo as bajo la manga, sustentado, además, por el falso matrimonio en sus progresos loables, la tropa de las Arcanas se crecería a pasos agigantados.
Algunos de adeptos al cabecilla de personificación real, no se lo pensarían a la hora de poner de tierra por medio, por mucha deshonra que eso les acreditase.
Aprovechando la confusión como un acto que les beneficiaba, Jeanette tiraría de una Madeleine que, a pesar del suplicio imperante en su cuerpo, conseguiría a duras penas mantener el hechizo inédito de sus tierras.
El arranque de uno de los vaionvec encarándose con el líder, haría posible que el guitarrista pudiese socorrer a una Revitalizadora que, en su nula resistencia, tendría que rescatarla a la desesperada en volandas.
En el intento fallido de hacerles desaparecer, Nerón ahuecaría el desagradable mohín de su semblante al percatarse, de que sus habilidades serían inmunes sobre unas aves que eran inexistentes.
Por su parte, Eliot se contentaría con sostenerse, limitándose a coordinar una inhalación que a cada instante le costaba regular. Tirado a su lado, Ricardo resistiría en un vahído que se hacía completamente tortuoso.
Alojada en uno de los márgenes más retirados, Lydia se acariciaría los brazos contemplando un panorama que, mirase cómo lo mirase, no acabaría bien. Juntando sus dedos a la altura de su pecho, contendría esos latidos que, a pesar del tremendo pavor, también le instaban a luchar.
Llevándose la mano hacia la cicatriz que ahora la marcaba, recordaría a un Liam cuyas palabras le harían enterrar sus ojos en más lágrimas. No había sido el único en demostrar ese coraje que en ella escaseaba. Luca le había salvado la vida anteponiéndose.
Sin ir más lejos, el del pelo anaranjado, ese mismo al que tanto recelo le había tomado en la fiesta, se estaba sacrificando por un equipo que lo estaba dando todo.
Inspirando fuerte llegaría a la determinación de que, si las marcas de guerra le hacían a una más valiosa, se juraba que las suyas tampoco serían en vano.
Anclándose en una visión desenfocada por los lomos galopantes de los Gálcebor, adivinaría por el fulgor del Dragón que, como buena líder, Jeanette estaba tratando de proteger a una Receptora completamente exhausta. Sin pensarlo, correría prestándole una ayuda que sabía que iba a necesitar.
Liberándose del pajarraco a fuerza de una daga dominante, Duncan haría que el vaionvec terminara por disiparse en unas esporas, que llegarían a formar parte de una atmósfera horripilante.
Advirtiendo que las Arcanas se alejaban de sus cercanías, generaría un movimiento forzado con su brazo, llamando a esos pocos hombres reales que habían persistido ante el pánico.
—¡Traedlos! —dejaría en cambio, que sus dos esbirros de confianza siguiesen operando a sus anchas.
Queriendo desquitarse en su mala fe, Eliot sentiría que la fuerza que le propulsaba a generar daño, le causaba mucho más placer, que la del bienestar de un cuerpo que bien podría recomponer.
Imponiéndose en el trastabille de sus botas, tendría como objetivo el de derrocar a un Sabio, que la última vez que vio, no era más que un crío repelente amante de los sapos.
Luchando contra una de tantas imágenes ilusorias, George tensaría su mandíbula tratando de que su rival se redujese a cenizas. Zafándose del ataque de uno de los Gálcebor, a Eliot solo le bastó un solo impulso de su manga, para hacerle esfumarse en la propia ventisca que estaban provocando los otros vaionvec.
Obcecándose en su objetivo, no repararía que una mano a la altura del terreno, le retendría de su toga haciéndole tropezar. El impacto de lleno en su cabeza sonsacaría la risita a un capitán, que se daría el privilegio de verle caído a sus pies, aunque fuese en sus últimos instantes.
Su acto le costaría caro. Lo último que Ricardo sentiría sería el peso de una Sombra cernirse sobre él, aplastando con alevosía unas vísceras, cuya hemorragia, le haría atragantarse con su propio reflujo.
Mientras tanto, revolcándolos en el suelo entre oposiciones, los hombres de Duncan no tendrían miramientos de emplear la fuerza para levantar a sus víctimas y conducirlas entre empujones, hacia donde su señor se encaminaba.
Llevándoselas consigo, remolcarían de igual forma en sus malas maneras, a un guitarrista que no dudaría en hacer palanca con sus pies. Siendo sus contrincantes mucho más tenaces, se vería obligado a correr la misma suerte que unas compañeras, que no podían hacer nada.
Encontrando finalmente su meta a los pies del Dragón, los otros comprobarían que a medida que acortaban distancias, sus escamas legendarias continuaban brillando por la habilidad que persistía.
Mientras que Jeanette y Marvin generarían una mueca de animadversión, Madi estiraría su cuello contemplando en el cielo los primeros trazos tímidos de luz.
Se percataría en su recorrido vago, que sobre las ramas del Dragón, seguirían anclándose dos pequeños bultos que sabría identificar a la perfección.
Pese a los varapalos manejados por el dominio del Cambiante, la mochila celeste y el saco de Jeanette habían aguantado enganchados en el tumulto de sus encrespadas ramas.
Se preguntaría si era posible que, una vez que habían vuelto al mundo actual, las ofrendas pudiesen estar resguardadas en la custodia de sus rígidas telas.
Doliente, inclinaría sin viveza la barbilla encontrándose con las facciones desmoralizantes de Serena. La Revitalizadora era consciente del enorme sufrimiento que debía padecer el batería. Recordaría con ello el enunciado de la profecía.
—Sus escamas legendarias brillarán, con su magia a las bestias calmará —murmuraría.
—Situadlas al costado del Dragón —les ordenaría que los posicionaran a cada uno en unas marcas estratégicas, de tal manera que, siendo el titán el que se ubicaría en el punto superior, dispondrían a los demás prisioneros en un horripilante pentagrama.
Duncan también contaba con que el poder de la actual Dione no tardaría mucho más en consumirse. La madrugada estaba pereciendo en el momento propicio para sellar la velada.
—Traed el agua purificada. Si después de eso queda alguien con vida, matadlo —impondría con una frialdad que erizaría a cualquiera. Negándole con su mirada canela, Marvin no podría sentir más que desprecio hacia un señor que era el mal en persona.
Simultáneamente, en el núcleo de la controversia, Eliot, viéndose libre y victorioso, se pasaría los dedos mugrientos por unos cabellos manchados en su tinte bermejo.
Sosteniendo la cabeza ardiente con sus manos, generaría tumbos encaminándose de espaldas hacia un Sabio, que no le esperaría. Su visión se distorsionaría, y aún sin ser capaz de sustentarse, se propondría como objetivo llevarse una vida más por delante.
Viendo que incluso en sus nulas energías, la tenacidad con la que el segundo al mando era imparable, Nerón se encargaría de volatilizar uno de los pocos Gálcebor sobrevivientes, antes de reencontrarse con su fiel amo.
Encaminándose con una mesura apática, pasaría de largo de una Arissa que, mediante un empujón, conseguía deshacerse de la inmovilización de otro de los Sombras embaucándola.
Alzando sus ojos violetas en la inmensidad, vería que su hermano estaría desprotegido ante la temeridad de una mano cobarde.
—¡George! —le llamaría la atención, solo para prevenirle de un ataque rastrero. El de cabellos castaños izaría su mentón, encontrándose con el golpe en un dorsal que no había anticipado.
Generando un molino de aire, sería un vaionvec el que se encargaría de hacer volar por los aires a otro más de tantos Sombras evaporándose en la brisa.
El nuevo movimiento de distracción haría que, sin previo aviso, Eliot encontrase ese acecho en el que, como un lobo hambriento, se le echaría encima dispuesto a acabar con él.
Rodantes bajo la toga de un rubio al que ambos entorpecerían, sería la desencadenante de que sus cuerpos llegaran a revolcarse en unos prados, en cuyo deslizado, irían a parar por su desperfilada pendiente.
Sin perderse ni uno solo de sus movimientos, Arissa les seguiría en los declives de un terreno donde con su poca destreza, trompicaría.
A la espera de que sus hombres comandasen su mandado, Duncan se aposentaría delante del Dragón abriendo unas manos en la que expandían álgidamente sus brazos.
Arrodillada de espaldas a él, Madeleine aferraría con sus dedos una nieve que amasaría con cólera. Ya no le quedaban energías para pelear. No cuando se sentía increíblemente agotada y su vida pendía de un hilo. Mirando al árbol, ahogaría un suspiro desolador, permitiéndose el lujo de lagrimear presa del terror.
Encauzándose hacia la Sabia, atendería que la de facción purpura sentiría las manos asquerosas del cabecilla sobre ella, apoyándose en su coronilla. Las garras de sus dedos se arraigan a su cabellera, propiciándole un arrebatado zarandeo. Jeanette no podría más que gruñir enseñando sus colmillos.
—Jeanette Saavedra. Lucero de Siena —apenas lo decía, sacaría a relucir una daga caminante hacia un antebrazo pálido. De nada valdría que forcejease.
El filo del arma se deslizaría sobre su piel creándole un escozor en el que gritaría. El gorgoteo escarlata resbalándose por su extremidad, sería recogido por un pequeño frasco, como si fuese un espécimen con el que podía experimentar.
Marcándose en el suelo, la misma sangre derramada por la mano opresora caería en un suelo dónde se generaría una grieta malva, que conectaría con las cepas gruesas del gigante.
Soltándola en un empujón, Duncan proseguiría con el ritual sustentándose en una Revitalizadora que le negaría.
—¿Qué se supone que pretende hacer? —incluso a Madeleine le daba pavor saber la respuesta.
—Sellar nuestras essencias en el Dragón —Jeanette la secundaría—. Como complete el ritual, estamos muertas. Para toda la posteridad —el cabecilla estaría jugando la misma táctica que una Arcana que se había sacrificado voluntariamente.
A falta de su verdadero interés, Duncan se conformaría con sus sangres hechiceras. Una vez encontrase los paraderos de las reliquias, solo quedaría corromperlas hasta hacerlas desaparecer. Si las ofrendas buscaban a sus dueñas legítimas, era cuestión de que tarde o temprano Duncan tuviese a las cinco en su poder.
Resistiéndose a un nivel por debajo del subsuelo, Eliot terminaría afincándose encima de un Sabio al que no dudaría liquidar. Usando sus ensangrentados nudillos, los posicionaría con tenacidad sobre su latiente gaznate.
Teniendo mucho más aguante, George se debatiría ante una presión que le haría toser.
Asomándose desde la cima, Arissa contemplaría para su tremendo error, como el Cambiante pretendía dar fin a su hermano.
Habiendo hecho un notable uso de poder, la habilidad de George se vería reducida ante un mínimo que, en otras circunstancias, hubiese podido emplear sin ningún esfuerzo.
Quedándole vigor para activar su potencial, Arissa se valdría de las raíces terrosas adornando sus manos para retener a un rubio totalmente descontrolado.
Su calzado, poco apto para una rampa que le haría caer, propiciaría que se topase de bruces con una superficie arenosa que emborronaría su visión. Las ramas rígidas sobresalientes en el desnivel, haría que sus extremidades las acogiesen llegándoselas a hincar en su abdomen.
En el polvo versátil suspendido en el panorama, además de un dolor que la dejaba destrozada, adivinaría que en los jadeos de Eliot se le acoplaría el carraspeo de su hermano.
Arrastrándose tanto como podía, la Sabia atendería que el primero empezaría a formular bajo sus labios un encantamiento que le haría brillar su laringe. Bastaron pocos segundos para que los lamentos de George se alzaran, y perdiera autonomía bajo unas palmas insaciables.
Opacando la vitalidad de sus ojos lavandas, George sentiría, además, los estragos de un veneno que mutaría a su propio cuerpo. Su fortaleza se derrumbaba siendo siniestro que su opresor le quedaran ganas de carcajear cuando estaba agonizando.
Su gesto grotesco cesaría cuando sigilosa desde su espalda, Arissa emplearía la fuerza bruta para estampar uno de los guijarros perdidos sobre su mollera. El cuerpo del rubio se desplomaría hacia un lateral. Le dejaría completamente inmóvil sin ánimos de seguir efectuando su enrabietada alevosía.
Arrodillándose en el canto donde su hermano descansaba, trataría de levantarlo como podía entre sollozos asentándolo sobre su regazo. En su último aliento, George la visualizaría con la mirada perdida y una sonrisa en los labios. Después, vendría la pérdida en el destello de sus ojos amatistas. Abrazándole, Arissa le mecería contra su propio pecho, dejando que la brisa helada se llevase un llanto que mantendría en silencio.
—Marvin Goldack. Discípulo de Guiomar. Primera Arcana Común al que Lúa juró lealtad —tras los lamentos de la Revitalizadora por una herida que le ardía, Duncan se quedaría a medio camino ante la atenta mirada desafiante del guitarrista.
La hoja se quedaría suspendida en sus dedos sin llegar a blandirla. Se paralizaría cuando detectaba una presencia que podría serle poco grata.
—Todos están prácticamente muertos —llegando a tiempo para una función deprimente, Nerón reaparecería ensalzando en su sonrisa macabra, esa victoria que ya podían acariciar con los dedos.
—¿Dónde está Eliot? —incorporando su torso, alzaría una de sus cejas al ver un campo desértico.
—Encargándose de unos hermanos bastante pedantes —ensalzaría en un aire calculador.
—Perfecto. ¿No te vas a despedir de la tuya? —realizaría un cabeceo hacia una Sabia enervada.
—No va a hacer falta —acercándosele con determinación, Nerón le retendría con sus puños por el cuello de su túnica. Estampándolo hacia atrás, obligaría al líder a anclar su espalda tras la corteza de un árbol que seguiría emitiendo destellos.
En una altura cercana, el brillo del mental que componía la pulsera de Lydia, seguiría anexionada a unas escamas de las que escurriría un líquido espumoso. Moviendo la cabeza en un ladeo tosco, Nerón le observaría con sus ojos purpúreos contenidos en llamas.
—¿Por qué no te despides tú? —le replicaría con una sonrisa siniestra.
—¡¿Nerón?! ¡¿Qué estás haciendo?! —no daría crédito a una revelación que consideraba infantil.
Los otros se mirarían consternados, exceptuando una Sabia que mantendría un gesto sosegado. Evitando que pudiese usar la daga contra él, Nerón se la arrebataría manteniendo el control.
—Creo recordar que hace unos minutos, has dicho algo así como que... —meditaría —caer por segunda vez en la misma piedra, sería un error imperdonable. Mientras que en la primera se pecaría de ignorante, en la segunda, de masoquismo. ¿En qué bando crees que estaría mejor posicionado, Duncan?
El cabecilla arrugaría sus labios mostrándole su dentadura forzada.
—Nunca creía a Rynia. Lein me tenía completamente manipulado tratándome como una marioneta. Por si no lo recuerdas, fui yo quien robó la hoja de tilalfa como trofeo en la casa de la hechicera. Bastó simplemente tocarla, para que todos los secretos de un mundo creado a base de magia se abrieran ante mí.
En sus ojos púrpuras se leería la decepción de una verdad, que había supuesto un gran estacazo.
—Ha sido muy difícil tener que esperar. Pero la venganza se sirve en plato frío —le aprisionaría en su sujeción—. Agradezco que te lo cargaras, pero no eres mejor que él. Al final has resultado ser peor. ¿Ves esto? —sacaría bajo sus ropas un libro que el líder sabría identificar—. Es uno de esos tantos ejemplares que tanto os gusta quemar —se valdría de su mano libre para abrirlo por su lomo—. ¿Reconoces esta letra? —se lo acercaría apremiantemente contra la cara—. Es de la misma Rajú escrita con su puño —delataría que lo había conservado desde su visita a la tienda —. Sabía perfectamente que tenía sus días contados y la estábamos esperando. Igual que Celina. Ambas hicieron muy bien su papel delante de Eliot. ¿Sabes quién más a escrito en él con su propia sangre, utilizando la pluma del vaionvec? —ahora comprendería por qué sus cálamos se habían pringado.
Posiblemente, Liam había favorecido el pequeño intercambio sin que nadie objetase nada. Buscando su ratificación, Madeleine otearía a una Sabia que no le devolvería el contacto. Nerón pasaría las hojas como podía quedándose en la última página.
—Soy descendiente directo de una hechicera nacido desde la cuna. Llevar la sangre de Rajú me da la potestad de poder cambiar la profecía. ¿Sabes que he escrito, Duncan? —él se le encararía asimilando la alta traición—. ¡El deseo de Deila! —gruñiría salpicándole saliva—. Su petición es mi ley, y no puedo hacer otra cosa que cumplirla —arrojaría el libro sobre la nieve dejándolo abierto—. Ella anhelaba un mundo mejor. Sin odio. Uno que desgraciadamente cegaba a muchos y en el que, a mi pesar, me incluyo. Las malas compañías hacen mucho. Deila podía haber experimentado resentimiento por todas las calamidades que tuvo que pasar. Pero jamás se quejó. ¿Sabes por qué, Duncan? —no le dejaría responder.
Jugaría a cambio con el agarre de una empuñadura, esperando el momento indicado para asestarle el golpe de gracia.
—Porque su bondad era igual o superior que la de su madre. Las personas de la misma calaña que Lein, no pueden convivir en un mundo así. Púdrete en el infierno, Duncan —el de cabellos blancos pretendía asestarle el impacto mortal a la altura de su corazón.
No contaría que, a la hora de hundirse en su torso, el arma lo atravesara sin más, sin ocasionarle ningún efecto. La sonrisa retorcida del cabecilla le avisaría de que ser un Cambiante con una alta capacidad, le haría contar con ese tipo de ventajas.
Afianzándose a los dedos de Nerón, le daría la vuelta, haciendo que fuese él mismo el que se ajusticiase. Domándola con tenacidad, Duncan haría que su falso subordinado se la hincase en la boca del estómago.
Desorbitando el aura de sus ojos, el líquido rojo no tardaría en bañar tanto sus ropas oscuras, como la abertura de sus labios finos. También lo haría en el moteo del solar.
El cuerpo de Nerón se tambalearía, buscando la firmeza en una corteza que le valdría de apoyo. Jeanette trataría de levantarse en el atrevimiento de acercársele y auxiliarle.
Por supuesto, Duncan no se lo iba a permitir. Más cuando aproximándosele, sacaría la daga sin pudor de un cuerpo, que terminaría cayendo en una tierra destemplada. En el semblante de la Sabia no se podía leer más que un enorme resentimiento que esperaba hacérselo pagar.
Queriendo acabar con una historia que sabría que ya no obtendría sus frutos, Duncan se contentaría con acabar con aquella a quien más resentimiento le guardaba.
Antes de que cualquiera de sus oponentes pudiera anticiparse a sus retorcidos planes, se impondría a copiar la sentencia fría, a la que antaño había hecho a una mujer de cabellos albinos.
La misma daga sangrante iría a parar al pecho de una Receptora que, pillándola en guardia baja, no pondría ninguna resistencia. El acto reflejo de Madeleine, no fue otro que el de conmocionarse ante un dolor que superaba todos los que ya molían su condenado organismo.
Los gritos se alzarían impotentes, siendo amenazados por la misma arma que, al liberarla en una sacudida desdeñosa, les ajusticiaría si se atrevían a hacer un mínimo movimiento.
Trastornados, destacaría entre ellos los gestos desencajados de un Marvin, cuyos ojos querían salirse de sus malitas órbitas.
—Se acabó, Madeleine. Las Arcanas jamás volverán a tomar el control —se regodearía.
—Te equivocas... —ella podría sus manos sobre un pecho anegado en su plasma.
Viendo que ni siquiera el haberle asestado a traición el peor de los desenlaces, desluciría su tremenda seguridad, Duncan borraría de un plumazo su sonrisa maquiavélica.
—Si la sangre de Dragón capa las habilidades de cualquier ser real, dejándolas inservibles, y el brebaje, en las proporciones adecuadas os asciende al poder... —realizaría un titubeo creándole tensión —déjame decirte que el preparado mal elaborado a consciencia reactiva los poderes dormidos que, en su día, la sangre del Dragón neutralizó.
En un hechizo mutable, los cabellos rosáceos de Madeleine empezarían a recortarse considerablemente por encima de sus hombros. Lo mismo sucedería con una estatura que se rebajaría hasta un tamaño mucho menor.
El color vino auténtico presente en su cabellera, coordinaría con el matiz clementina de unos ojos, que ya habían perdido su tono café. Lydia le sonreiría, sintiéndose por primera vez en toda su existencia una verdadera guerrera.
—No eres el único Cambiante con sangre pura, Duncan —las lágrimas cruzarían su tez, fundiéndose con sus ríos carmesís—. Has... has perdido —completaría antes de desvanecerse, encontrando asilo sobre unas cepas que la amortiguarían.
Alzando la cabeza, el líder descubriría en la distancia a una joven que, en un cojeo plausible y con una faz completamente desencajada, se mostraría ante ellos como la verdadera Receptora que era.
Posiblemente, Madeleine jamás le perdonaría a Jeanette aquella jugada en la que, sin haber contado con su voluntad, se había valido de sus incapacidades para que una inocente más tuviese que caer al protegerla. Sabiendo de sobra los riesgos que aquello podría ocasionar, Lydia había lo había aceptado asumiendo las consecuencias.
El vahído de una Sabia venciéndose ante la nieve, les diría que había utilizado los recursos de su habilidad escarlata, para proyectar en la auténtica Receptora una fachada que no era real. No podían arriesgarse a que algún rufián acabase con ella en su desamparo.
Las Sombras no serán los únicos en imitar estrategias.
Duncan se habría encargado temerariamente del resto, de no ser porque antes de bajar la cabeza, se encontraría con otra mujer que creía muerta. Hecha una completa furia con unos cabellos desordenados, Arissa se presentaría ante él con unos brazos tensos apretando sus dedos.
—¡Eliot está muerto, hijo de la gran puta! —lo diría como si a él eso pudiese pesarle—. Vas a pagar por todas y cada uno de los crímenes que has cometido. Por Nazeli, por Zahir, por Evans...—acentuaría su consciencia su nombre —¡Por mi hermano! —vocearía.
Duncan comenzaría a reírse, haciendo de la Sabia un ser completamente insignificante. Agrandaría su jocosidad cuando la pobre mujer abría su palma sudorosa, dispuesta a fabricar esos hilos púrpuras que pretenderían acabar con su existencia.
Cambiaría de parecer cuando, confeccionando una fusión psicodélica, en los mismos vértices de sus dedos se compactaría una bruma anaranjada, que le haría exorbitar sus detestables ojos.
Avanzando hacia su posición tanto como sus piernas le cediesen, Madeleine se le aproximaría por detrás, viendo a tiempo que en la naturaleza de Arissa, debía coexistir un mínimo de facción naranja operando por sus venas.
Utilizando su otra mano, la mujer juntaría los inicios de sus muñecas concentrado todas las energías que le quedaban, a expensas de acabar con su propia supervivencia.
Arrojando un caño de luz lo impactaría ante un líder que no tendría escapatoria. Menos cuando a bando y bando, la Revitalizadora y la Sabia se encargarían de sujetarle con firmeza. El forcejeo hábil de sus brazos tampoco le hubiese ayudado a adelantarse lo suficiente.
Arremetiendo hacia él, la magia confluiría contra un cuerpo que no parecía hacerle ni un mínimo efecto.
Para sorpresa de todos los presentes, de un momento a otro, el cabecilla iría arrugando indescifrablemente su piel a una velocidad muy lánguida.
En la radiación violeta atenderían que, mermándose en su propia anatomía, Duncan se estaría consumiendo como el mismo efecto que una estúpida maceta marchitándose en el agujereado de unos cigarrillos.
El gesto de reproche en unas muecas cambiantes, validarían el dolor soportable al que él se entregaba. Desfigurándose, el rasgo púrpura lo condenaría a convertirle en una pavesa etérea balanceante en un aire, que tocaría como pétalos marchitos el impuro suelo.
La peculiaridad cítrica, en cambio, le empujaba a efervescerse con una nada, que le haría borrarle del mapa. Aun así, continuaría persistiendo sin que sus miembros más loables le desentendieran en la causa.
Daría pavor que la combinación supuestamente menos terrorífica en esa aleación de linajes, podría ser ese aliciente de las peores pesadillas. No tanto como una carcajada en la que el cabecilla les haría ver que sus esfuerzos, al fin y al cabo, estaban siendo inútiles.
—Isa... —Madi la nombraría en el susurro leve de su voz. Era ahora cuando caería en las palabras de Jeanette. Cada uno de los deseos de los niños habían hecho que Adesterna siguiera viva.
Era nuevamente por el sacrificio de ellos mismos, por lo que serían capaces de acogerse a esa posibilidad que salvaría el mundo.
Observando la iluminación pobre bajo las escamas del Dragón, la de cabellos rosáceos comprobaría que a Chester tampoco le quedaría mucho tiempo.
—¡ISA! —viendo que por un cansancio notable se reducirían sus posibilidades, se le antepondría determinante a su costado. Ofreciéndole la mano, aunarían un poder en el que Duncan continuaría persistiendo.
Arissa no podría hacer esto sola y Madeleine tampoco. Por mucho que se empeñara, desde el principio ella siempre había necesitado ayuda. De no ser por todos ellos, no habría llegado tan lejos.
En la noche de los veinte luceros, el Dragón despertará de sus sueños. Sus escamas legendarias brillarán, con su magia a las bestias calmará. Con su sangre a las guardianas salvará.
Entendiendo la última parte del mensaje, Jeanette le arrebataría el puñal a un Duncan que seguiría manteniendo su mano ejecutora vacilante.
Usando la poca tela que quedaba de sus pantalones, limpiaría su filo localizando a su vez, la hendidura que Lydia había hecho con su pulsera. Rasgando su corteza en esa misma línea longitudinal, vería que su sabia espumosa borbotaría fresca mojando sus relieves.
Restregándola en el metal, lo acercaría a los labios abiertos del cabecilla empujando el líquido en su interior. Él se retorcía negándose a probarla, hasta que su propio hijo le propinaría un codazo en sus costillas.
No había lugar para las concesiones. Menos, cuando él no había tenido ninguna consideración con las víctimas a las que había hecho de verdugo.
No hizo falta más que un par de segundos, para que el fluido efectuase en él la más desagradable de las torturas. Teniendo la certeza de que el líder acabaría extinguiéndose solo, Jeanette realizaría un gesto desesperado a las Arcanas, pidiéndoles que sumaran sus fuerzas a un Dragón que estaba agonizando.
La resistencia de Chester serviría, como en otra época, para potenciar unos poderes que esperaban que pudiesen ser suficientes.
Sería así como, donando todo su poder, la Sabia haría que, con su fulgor púrpura, los campos y sus valles mutaran regenerando todos esos destrozos que habían fragmentado a su paso.
El resplandor escarlata de Madeleine rezumando junto a su antecesor, haría que las mentes rasas les dieran a otros la oportunidad de vivir sin ser juzgados.
Por último, enjuiciando su precioso semblante roto de dolor, Serena acariciaría las escamas del coloso imaginándose, tristemente, que así lo hubiese hecho con unos labios que le hubiese gustado besar por última vez.
El matiz áureo de su habilidad haría que esas essencias inocentes, y caídas en el transcurso de su viaje, tuviesen la posibilidad de reencarnarse en una era más temprana.
La magia confluyente en una Arissa perseverante, haría en su esfuerzo, que los últimos vestigios de un Duncan desahuciado se perdiesen en una brisa que no retornaría.
A continuación, el Dragón produciría un hormigueante parpadeo asincrónico, en el que ya no brillaría con su fosforescencia cítrica.
—Adiós, papá...
Fueron las palabras de Marvin las que hicieron que una luz cegadora les expulsara a todos, elevándolos en una onda abrasiva.
Chocando sus cráneos contra los montículos alternos de tierra, la mayoría no conseguiría estremecerse sobre un suelo purgado.
Las lágrimas mojando los rasgos afroamericanos de Serena, les darían esa poca vitalidad a unos orbes alimonados, que ahora, sí que se alzarían tan alto como ese canario que abandonó su prisión.
Los dedos mustios de Jeanette, concretamente, ese anular donde le habían dejado marca, dejaría de moverse en unos espasmos simultáneos con su abdomen destrozado. Después, la lavanda enigmática caracterizando el tinte de su mirada, se empañaría en una oscuridad donde su ánima le abandonaba.
Mismo sentimiento de soledad en una Arissa que, aun teniendo las de perder, nunca había dejado de creer que todos sus esfuerzos llegarían a salvarles.
Notando que cada poro de su maldito cuerpo dolía, Madeleine percibiría que su propia garganta se alzaría en unos lamentos desgarradores. En el olor áspero del chamusque, se le adicionaría el de la sangre, humedad y el humo volátil de la madera.
Nadie habría podido sobrevivido a un sacrificio en el que nuevamente ella se culpaba.
—Hada... —notaría que desperdigado un par de metros más allá, la voz de Marvin la llamaba en un susurro leve.
Buscándole, el guitarrista se arrastraría usando unas piernas que no le responderían. Le obligarían a capar ese deseo en el que no le tomaría de la mano. Él siempre había sido su paz.
Mirándose desde la distancia, se sonreirían sabiendo que aquel era el maldito desenlace. El cielo que siempre se habían imaginado al contemplar el techo de madera, ahora se fundiría en uno con la naciente alba.
Los quejidos de Marvin comenzarían a enmudecerse, quedando durmiente en un sueño profundo del que no volvería a despertar. Madeline notaría que sus lágrimas correrían sin consuelo al saber que, irrefutablemente, era la única superviviente. Todo se sumiría en una desolación en la que no habría palabras.
Queriendo refugiarse, aunque fuese por un solo momento en esa esperanza en la que quería creer, fijaría su mirada escarlata enturbiada hacia esos luceros a punto de desaparecer.
En el reflejo de sus retinas advertiría que, en su tímido parpadeo, fugaces, empezarían a caerse del cielo creando una preciosa lluvia en su atmósfera rojiza.
Todas y cada una de ellas, irían despegándose del firmamento como si la gravedad les venciese y no perteneciesen a su bóveda celestial.
El espectáculo maravilloso ante unos ojos que no podían esperar más, encerraría un sortilegio cuyo significado, en sus nulas capacidades, Madeleine no sabría descifrar.
El mundo se estaba reiniciando. Con él, esos cuerpos celestes siendo invocados en unos campos en los que se fundirían, dándoles la oportunidad a todos los caídos de volver a nacer.
Lo que Madeleine no recordaría era que la magia de Rajú, hacía que cada vez que ella concluía un cuento, su magia insondable hacía que sus letras regresasen a él esperando una nueva aventura.
Inclinando la vista se percataría que, a los pies del sórdido Dragón, sus páginas revolotearían por sí solas reiniciando el ciclo.
El nuevo día había comenzado, y con el amanecer, Madeleine iría perdiendo la vitalidad de sus pupilas quedándose eclipsadas en la inmensidad.
Todo se volvería tan blanco como las mismas páginas de un libro, que esperaba que alguien pudiese reescribir dándole un nuevo comienzo. Después, todo fue luz.
- FIN -
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Gracias por haberme acompañado en este bonito viaje. Por haberle dado la oportunidad a una historia de hacerla real, a través de vuestros ojos. Por haberle dado vida propia a unos personajes en su gran aventura. Gracias de todo corazón por un cariño que siempre llevaré conmigo
Shian. ❤️
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