Capítulo 8: El paradero
Las altas horas de madrugada y los estragos del alcohol, se hacían uno en El paso del ave.
Los pocos supervivientes que aguantaban la embriaguez, se venían abajo con un par de rondas más, o con un sueño que acababa venciéndoles encima de unas mesas babeadas. El ambiente cargado, favorecía a que cualquiera llegara a marearse con tan solo cruzar el establecimiento.
Sin embargo, Evans estaba más que acostumbrado a la combinación explosiva de olores, en la que solían fraguarse ajustes de cuentas y vómitos. Tampoco se quedaban atrás los aseos de apariencia desagradable, cuyos desinfectantes no paliaban el olor fuerte a orina.
A la falta de higiene y a los malos hábitos de sus asiduos, se le sumaba una muy mala reputación ganada a pulso. No obstante, al joven de coleta baja le importaba poco su connotación negativa. En aquel antro, él se movía como pez en el agua.
Pensaba que la mañana del viernes llegaría sin pena ni gloria, bajo unos rayos que tardarían un par de horas en hacerse presentes. Las noches en las que había una tranquilidad fuera de lo común, les resultaban insulsas.
Cambiaría de opinión cuando ubicado de pie y ante la barra, vería que por local asomaban un grupo de cinco integrantes un tanto sospechosos. En condiciones normales habrían llamado la atención por sus ropajes. Más cuando la festividad de trajes espeluznantes, ya había quedado atrás.
Contando con que las penumbras serían sus aliadas, junto a la nulidad de facultades de los que pudiesen verles, se dirigían de lleno hacia el barman con una musicalidad sincrónica en sus zapatos.
Indiferente, antes de apagar la colilla que retenía en sus dedos, Evans le daba una última calada. Después de despegar la vista del cenicero hediondo, izaba sus ojos turquesa topándose de cara con los recién llegados.
Cubiertos desde los pies hasta la cabeza, sus capas largas de seda oscura con capucha, ocultaban los rasgos de sus caras y sus extremidades. Sus manos eran las únicas mostradas a la intemperie. Detalle que hacía identificar al cabecilla del rebaño.
Además de mantenerse un paso por delante de sus semejantes, llevaba un bastón que le daba una falsa apariencia de edad más longeva.
—¿Qué queréis tomar? —visualizaba a cada uno de los componentes, sin sorprenderse por la visita.
—Déjate de estupideces, Evans —ejercía el del cayado con tono cortante—. Sabes perfectamente que no estamos aquí para tomar alcohol barato. Vayamos al grano. ¿Tienes nueva información?
—No.
Decía escueto, haciendo el momento más largo, al buscar otro pitillo en el bolsillo de su camisa no ya tan blanca.
—La vieja se niega a hablar y Madeleine no está al tanto.
Palpaba el mechero en el interior del compartimento de su pantalón, y una vez fuera, se lo acercaba accionándolo.
—Lo primero lo puedo llegar a creer. De lo segundo, tengo mis dudas. Madeleine es la sucesora. ¿Tengo que explicarte lo que eso significa, Evans?
Propiciaba un golpe estridente sobre el suelo con su báculo. Evans aspiraba el cigarrillo, expulsando un humo que se volatilizaba en el tejido oscuro del que lo interpelaba.
—No pierdas el tiempo con majaderías, gánatela, involúcrate en líos de faldas si es necesario.
Lo mencionado, hacía que uno de los encapuchados bajara la cabeza.
—Pero haz lo que tengas que hacer para saber sus paraderos. ¡No nos podemos permitir más contratiempos!
De no ser porque la tela ocultaba su tez, Evans hubiese jurado que sus ojos emitirían chispas.
—Madeleine no es una presa fácil. Tampoco alguien a quien se pueda domar a la primera.
—¿Tengo que recordarte que firmamos un acuerdo? —pasaba por alto su excusa—. Confiamos en ti. No hacemos concesiones a cualquiera. No hagas que nos arrepintamos de nuestra decisión.
—Si confiarais en mí —expulsaba el humo estrechando sus labios —no me hubieseis asignado un ángel de la guarda —lo expresaba con una sorna bastante mosqueante.
—Tenemos nuestras reglas. No descartamos que te eches atrás, que nos mientas o que nos traiciones.
—No eres el más indicado para hablar de traiciones, Duncan —frotaba su barba al rascarse la mejilla.
—Te doy una semana. Si no has conseguido lo que pedimos en ese tiempo, actuaremos a nuestro modo. Recuerda que todos queremos el mismo fin.
Se daba la vuelta obligando a que sus seguidores copiaran sus gestos, y se ordenasen en fila para salir de allí.
Cuando cruzaban el local y el vuelo de sus capas desaparecía en las sombras, Evans apoyaba su codo sobre la barra, dejando descansar la frente sobre su palma abierta. Restregándose la sien, terminaba por estampar el cigarro contra el cenicero con irritación.
La forma en lo que lo retorcía y aplastaba, daba a entender que existían cosas que se escapaban de sus límites. Abandonándolo junto al resto de cenizas, terminaba por tapar su cara al completo, para luego deslizar sus dedos sobre sus facciones.
En ese arrebato de frustración, ejercería un movimiento lateral de su brazo.
En su aspaviento, el cenicero se desplazaba por su inercia, hasta despedazarse en añicos sobre el suelo. Junto al crash inminente, le seguía una polvareda gris volátil que ensuciaba más el ambiente.
Sus cristales llegaban lejos, dándole al pub ese punto macabro que le faltaba, para ser el destino perfecto al infierno. Era así precisamente como Evans se sentía.
Encerrado en un condenado y estúpido infierno del que no sabía cómo salir.
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-> ¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? :)
-> ¿Qué os ha parecido el capítulo?
-> ¿Quiénes son los encapuchados? ¿Quién es Duncan? ¿Y qué es lo que quieren?
-> ¿Tenéis idea de cuál podría ser el castigo, si pasa la semana de plazo?
-> ¿Os ha dado la sensación de ser personajes peligrosos?
-> ¿Por qué Evans actúa así? ¿Está vendiendo a Madeleine?
-> Este capítulo es uno de los más cortitos. Pero también uno muy importante, en el que se muestra la otra cara de la moneda. En compensación, esta semana ¡habrá un capítulo extra! El DOMINGO publicaré la primera parte del capítulo 9
-> Tened un bonito día ❤❤❤
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