Capítulo 7: La canción

El comedor inhabilitado de su principal función, era la primera habitación que daba cara a las escaleras desde la planta baja. Nadie solía aportar por allí, a no ser que fuese para respirar los aires que se fraguaban desde el balcón.

Sus sillas acolchadas junto a la mesa acompañante a la que rodeaban, permanecían intactas desde hacía años, salvo una en particular. El otro asiento concurrido en aquellas instancias, era una mecedora maciza tan pasada de años, como la anciana que la ocupaba.

Frente a ella y en una de esas butacas tapizadas, Madeleine llevaba una cuchara desde un tarro de yogur hacia la boca de la mujer. 

Las arrugas que surcaban por su rostro y sus manos, le hacían viajera de tiempos que habían sido mejores. Su cabellera blanca poco poblada, revestía esa sensación de lo cansada que se sentía con la vida. Sus ojos sellados tras sus párpados de pestañas lívidas, le hacían dormida. 

Pero su boca se abría aceptando esa merienda con olor a fresa, que su nieta le proporcionaba.

Madi agradecía que se mostrase tranquila, y que su carácter hosco que normalmente había sido inexistente en ella, aflorara en ocasiones puntuales gracias a su enfermedad. 

Tomando de su regazo una servilleta preparada para la ocasión, hacía una pausa en la que limpiaba sus labios. Sintiéndola indefensa le acariciaba la mejilla. Gesto captado perfectamente por quien la recibía. Celina comenzaría a cantar.

—En la noche de los veinte luceros, el Dragón despertará de sus sueños. Sus escamas legendarias brillarán, con su magia a las bestias calmará. Con su sangre a las guardianas salvará.

Seguidamente repetía el trozo tarareándolo. 

—Y con su sangre a las guardianas salvará —de no ser por su letra abrumadora, sonaría hasta emotiva.

—No es la primera vez que te escucho cantar esa canción —le dedicaba una sonrisa, pese a que su abuela no la veía. —Me hubiese encantado saber de dónde proviene o cuál es su significado.

Celina reiteraba la estrofa entonándola. 

—De siempre te ha gustado cantar, ¿verdad, abuela?

Desenfocaba la vista perdiéndose en unos recuerdos que la entristecían. 

—Desde que tengo uso de razón, pensaba que eras una de esas estrellas perdidas con una voz preciosa, que nadie reconocería por no haberlo intentado. ¿Recuerdas cuando vivíamos en Lindubrel?

La anciana continuaba recitando la canción ladeando su cabeza, coordinándolo con vaivenes ligeros de mecedora. 

—Sí, ese pequeño pueblo costero al noreste, prácticamente en la otra punta del país. Éramos tan felices allí.

Forzaba una sonrisa en el intento de no venirse abajo. 

—Papá tenía unas ocurrencias muy particulares. Sus inventos de carpintería, que no solían acabar muy bien, desquiciaban a mamá gracias a esa manía suya, por un orden que nunca era suficiente. Él no le ayudaba con sus herramientas y yo tampoco con mis juguetes.

Suspiraba. 

—Y tú con tus canciones y tus bordados a mano, a los que mamá llegó a enmarcar en la pared. Hizo de ellos nuestra propia colección museística. Me encantaba presumir diciéndoles a todos que eran obras únicas. También extraño los atardeceres en el porche comiendo helado. No importaba si fuese invierno o verano.

—Sus escamas legendarias brillarán. Con su magia a las bestias calmará...

—¿Te acuerdas de los Goldack, abuela? La familia que se mudó a la casa de enfrente, en el verano que empecé secundaria. Por cuestiones de trabajo solían viajar de lugar a otro, prestándole poca atención a su hijo. Normalmente él se quedaba solo, rellenando esas carencias con su guitarra.

Mordía sus labios y luego sonreía inclinando la cabeza.

—Era penoso. Aunque muy valiente por ponerse a tocar en la terraza, dónde todo el mundo podía verle y escucharle. Cuando llegué a conocerle, supe el por qué lo hacía. 

Hacía una pausa rememorando el momento.

—Se imaginaba que estaba en un estadio y que los transeúntes eran su público. Si lograba que alguno se detuviese por poco que fuese, sentiría que sus esfuerzos merecían la pena. Lo que él no sabía, es que yo ya lo hacía a escondidas porque me hacían gracia sus pecas. 

Celina frenaba su jerga, como si permitiese que Madeleine se desahogara. 

—La vez que me atreví a poner un pie en nuestro balcón, sabiendo que él me vería, me preguntó si era un hada por mi pelo y mis cejas claras.

Se le escapaba una risa sincera. 

—Pero sé que lo que más le llamó la atención, fueron mis labios manchados por los bombones que papá me regaló ese día. Supongo que hay gustos que nunca cambiarán. No solo lo digo porque me pierdan las chocolatinas. Hoy me encontré con Marvin y... 

Se detenía. 

—Es el mismo desde la última vez que lo vi.

Retomando la merienda, Madeleine volvía a cargar la cuchara llevándosela a Celina. Ella arrugaba su semblante rechazando la oferta. Su nieta desistía devolviéndola a su puerto de origen. 

—Llegó un momento en el que nos hicimos inseparables, hasta el punto de no concebir los días si no le veía. Y así pasábamos las tardes, dejándome su guitarra en la que me enseñaba a tocar unos cuantos acordes. Él odiaba su voz, y sin embargo a mi me parecía maravillosa. Más cuando expresaba las letras que él mismo componía. Hacían que me estremeciera. Con el tiempo fui consciente de que él acabaría yéndose. Los Goldack rara vez duraban más de un par de años en el mismo lugar, y... esa fue mi tabla de salvación.

Dejaba el tarro sobre la mesa, aguantando el nudo en la garganta. 

—¿Por qué, abuela? ¿Por qué nuestras vidas tuvieron que dar un giro tan radical? Me era incapaz de mentirle y yo... Acabamos mal, no supe manejar la situación antes de que...

—Madeleine.

Que recordara su nombre hizo sin querer, que a ella se le saltaran las lágrimas. Celina mantenía sus manos en alza, buscando quizás un contacto con otras que las recogía nerviosas.

—Me escribió una serie de cartas diciéndome, que se negaba a creer que habíamos terminado. Nunca llegué a contestarlas, y aún así, él seguía mandándolas desde Nestrambul. Me recordaba los buenos momentos que habíamos pasado juntos.

En sus cuerdas vocales notaba una presión insoportable.

—Sus intenciones de estudiar en la universidad de Salmadena. O cómo en el intento de hacer amigos, se unió a un club dónde conoció a unos chicos, con los que haría buenas migas. Nunca imaginé que algún día llegaría a conocerlos...

A diferencia de Serena y Ricardo, a Chester lo había reconocido tal y cómo lo había descrito. 

—En última carta que recibí, había un casete con una canción tocada y compuesta por él. Era preciosa...

En un acto acertado, Celina arrugaba sus dedos afianzando los de ella entre los suyos. 

—No sé cuántas más llegaría a enviarme, porque... ya... ya sabes —sus mejillas se humedecían.

—En la noche de los veinte luceros, el Dragón despertará de sus sueños. El Dragón, el Dragón.

—Sí, el Dragón.

 Lo afirmaba como si comprendiese su reclamo. 

—Uno que abrasa lo que toca, y acaba exterminando todo cuanto hay a su alrededor. Creando y dejando incendios que por mucho que pasen los años, no pueden apagarse. Y acaba quedándose solo, tan solo como yo me siento.

Apretaba sus puños, deseando que aunque fuese por un instante Celina recuperase la cordura.

—Abuela —abría su boca dejando ir su aliento—. Daría lo que fuera...si pudieses responder...qué es lo que me está pasando. Estoy...tan...tan asustada. Cuántas cosas hemos dejado atrás, y cuántas hemos tenido que renunciar. ¿A cuántas más tendremos que seguir abandonando?

Su nariz se atoraba por la mucosidad. 

—Ya sé que suena ridículo, pero... ¿Adesterna tiene algo que ver con todo esto?

Celina pausaba el balanceo de su mecedora, abriendo sus ojos lentamente como un mecanismo antiguo, que ante la palabra correcta, se accionaba. Sus iris cristalino prácticamente blanquecino, eran esa herida de guerra que le privaba de visión. 

Su expresión temerosa era traducida por su nieta, a cómo era posible que ella hubiese obtenido esa información. Unos pasos ascendentes desde la escalera, rompería sus conexiones.

Girando su cabeza hacia atrás, Madeleine percibiría por las cristaleras que componían las tablas dobles de sus puertas, que George portaba consigo una generosa regadera. 

Cuando sus ojos verdes pistacho se topaban con los suyos rojos, se adelantaba y las cerraba automáticamente tras de sí.

—Pensé que habíamos sido claros sobre tener cierta discreción.

Pasando por su lado, cruzaba el comedor hasta quedarse en el ventanal del balcón. Después lo tapiaba con sus cortinas.

—Y la mantengo. No hay nadie que se atreva a subir desde la tienda. No hay ningún problema.

—Eso es lo que tú crees —sus muecas serias, se instauraban en la arruga forjada en su frente.

—No soy como vosotros, George. Los ojos se me resecan y...—él no la dejaría terminar.

—Pues más vale que las mantengas. Más que nada por tu seguridad y la nuestra, Madeleine.

—Sí. Vale —apretaba sus labios, combatiendo en su estrechamiento la frustración.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntaba cruzando sus brazos, sin llegar a derramar ni una sola gota de agua—. Te hacía en la cafetería. ¿No tenías turno a las cuatro?

Sin esperar a que contestara, la eludía enfocando su atención hacia los pies del balcón. George endurecía su semblante al toparse con algo que le desagradaba. 

—Evans no aprende —gruñía examinando la planta que había venido a regar.

Su base de tierra blanda, estaba plagada de cenizas y colillas de la marca Westerner Ice. Unas a medio consumir y otras en sus últimas caladas. La pobre planta era usada por Evans prácticamente como un cenicero gigante. 

Estaría bien si se pensaba que era un buen abono. Pero no tanto cuando se veía que sus intenciones no eran esas. Sus hojas finas habían sido agujereadas por algunos restos que habían caído sobre ella. 

No se trataba de un mero descuido. Era como si tuviese algo en contra del inocente ficus.

—Luca necesitaba que le cambiase el turno.

Había aprovechado su sugerencia enmascarándola, para encontrar más información sobre la leyenda hablada en clase. Como bien había dicho su aburrido profesor, no había absolutamente nada sobre ella en Internet. 

Aunque esto suponía un nuevo fracaso, Madeleine tenía en mente recorrer todas las bibliotecas y librerías que hiciesen falta. Suponiendo que iba a ser imposible desde un principio, esperaba el milagro de que su abuela pudiese arrojar algo de luz. 

Que se hubiese visto interrumpidas por aquel hombre ahora malhumorado, no era algo que descartaba.

—Vale —respondía seco, posiblemente molesto por lo maltratada que estaba su preciada maceta.

—George —le nombraba, aunque él ya estuviese inmerso en los cuidados de sus hojas—. Mañana tengo que ir a Silver Plate. No te estoy pidiendo permiso. Solo te estoy informando —decía muy segura.

—¿Silver Plate? ¿Qué se te ha perdido en la avenida de los ricachones? —le seguía el hilo.

—Es lo mismo que me pregunto yo —se reclinaba en la silla. —Un estúpido trabajo de clase.

—Está bien —alzaba la vista hacia su dirección—. Le diré a Evans que te recoja. Mañana libra.

—No —exponía cortante. —Si tanto te preocupa mi bienestar, le diré a Axel que me acompañe.

—No te estoy pidiendo permiso, Madeleine. Solo te informaba —replicaba sus mismas palabras.

—¡Ag! ¡No es necesario que...!

—No hagas que te lo repita.

Expresaba sin alterarse, examinando con mayor cautela su objeto de interés. 

—Va a necesitar más cuidados de los que creía. Se va a enterar cuando le vea.

Dejaba la regadera sobre el suelo y después se erguía. Sin decir nada más, se retiraba teniendo el propósito de volver con algún químico que ayudaría a revitalizarla. 

Apreciándolo mejor, Madi reparaba en que el ficus no tenía un aspecto saludable. Era muy diferente a cuando lo vio la primera vez que pisó esa habitación.

—¿Cómo es que hemos llegado hasta aquí?

Preguntaba a la nada asqueada, sabiendo que nadie contestaría.

—Fue mi culpa. Mi mayor y absoluta culpa.

Emitía Celina volviendo a cerrar los ojos, creando una conmoción a Madeleine porque recordara, que ella había sido participe de su situación actual.  

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-> ¡Hola a todos! ¿Qué tal? ¿Qué os ha parecido el capítulo? :)

-> ¿Qué pensáis de la canción de Celina? ¿Puede ser importante o son parte de sus delirios?

-> ¿Qué os parece la forma en la que Madi y Marvin se conocieron?  

-> ¿Llegaremos a escuchar la canción de Marvin? ¿Por qué tuvo Madi qué mentirle? ¿Por qué no recibiría más cartas? ¿Qué pensáis de esta historia de amor y de los sentimientos de Madi?

-> ¿Qué os parece la actitud de George? ¿Y la de Evans? 

-> ¿Cómo creéis que será trabajar en grupo con Serena? jajajaja

-> Nos vemos el viernes con un capítulo que lo cambiará todo ;) 


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