Capítulo 65 (parte 3): Luz y Sombra

—Ahora sí que estamos todos preparados para el juicio final —sin darle tiempo a asimilarlo, Madeleine percibiría que las cepas anexionándose a su pierna, se deslizarían sobre la tierra llegando a notarlas por su arañada espalda. 

Los restos de aquellos galaucos se adicionarían sobre sus raíces en una dirección perpendicular, con respecto a la misma área donde otros descansaban. Los ecos reverberantes de Eliot se rellenarían con el sonido tétrico de unos esquejes, que crujirían en ese ascenso en el que ganarían altura. 

Renovándose a sí mismos, adquiriría con el crecimiento gradual de su base, la apariencia de uno de sus retoños en una versión bastante cochambrosa. Como muestra de su tremenda gratitud, Nerón se encargaría de adornarla con unos espinos que se clavarían en su piel. 

Llevándosela consigo, la Receptora jadearía al sentir los estragos de un pinzamiento que se acentuaría en su malísima opresión. Perpetuaría con su arrastre, que sus pies bailasen por encima del nivel de suelo sintiéndose, una vez más, una completa indefensa. 

Localizando el morral perdido en la marea de nieve, Nerón se ofuscaría al ver que las intransigencias del rubio les superaban tanto que, por su mala manía de sobresalir, otros tomaban una ventaja que les podría ser crucial. Recuperándolo en el mal uso de su magia, concebiría sin equivocaciones que, sin saber cómo, el grupo ya había probado el dulzor curativo de sus frutos. 

Importándole poco el desliz, su cabecilla se deleitaría con su propio festival particular, ensanchando su grandilocuencia. 

—Pero antes, como buen ciudadano de buenos valores, quiero haceros un último regalo. A ti. A Lydia —admiraría a una pelirroja atemorizada —y ¿por qué no? a otra persona que conocéis bastante bien —ejecutando un toque pésimo con su báculo, Duncan pediría que le trajesen al último invitante de la noche. 

Siendo tomado por ambos de sus brazos, dejaban que las puntas de sus zapatillas arrastran la nieve, creando en el chasquido zigzagueante unas líneas paralelas navegantes en su recorrido. 

Tirándole al suelo, Madeleine vería a un joven guitarrista malherido, al que le costaba reaccionar. Sus quejidos magnificados en su tez contusionada, estarían en total sintonía con una Revitalizadora, a la que se le estrecharía a conciencia el diminuto retículo donde se aprisionaba. 

Mismo procedimiento para un Cambiante, cuyas esferas en llamas azuzándole, comenzarían a atacarle a conciencia quemando sus miembros. No sabían las aberraciones que habrían cometido contra el de cabellos cobrizos. Tampoco querían imaginarlo. El verdadero Marvin no poseía ni de lejos todas sus capacidades. 

—Despertadle —ejecutaría, haciendo que otro par de su cuadrilla de monos cargasen en sus manos con un balde de agua helado, que posiblemente, ya estaría preparado para la ocasión. 

Lanzándosela sin compasión, sus músculos se reactivarían, en un ahogo desorientando en el que comenzaría a toser. Sus ojos canelas se abrirían tanto como una boca, que necesitaba urgentemente tomar un aire que no fuese tan cargado. 

Sería inhumano que, al tener las manos atadas bajo su lumbar, no pudiese al menos desprenderse de esos restos acuosos que le entorpecerían en la visión. Impedimento similar para unos pies, a los que por supuesto, no iban a ser tan necios de darles vía libre.

Jeanet... Uumm... ¡Aaag! —impidiéndole que pudiese establecer cualquier tipo comunicación no verbal, los tallos del galauco se encargarían de alzar los brazos de Madeleine, dejando parte de sus extremidades colgantes. 

Todo con el ánimo de que sus manos no tocasen ningún ente material, y pudiese gastarles una jugarreta. La sobrexposición inmediata de poderes en un periodo tan reducido, haría que a ella aún le faltase un tiempo que no tenía, para aprender a domarlos. 

Hasta donde concebía, además, algunos Sabios necesitaba recurrir a un puente intermediario para ejercitar sus habilidades. Intuiría acertadamente que, si Nerón podía elaborarla, no era más que por el desarrollo genético de unos Cambiantes que les llevaban siglos de ventaja. La extenuación haría incluso más fácil que sus adversarios les avasallaran a sus anchas.

—Tanto te pese, como si no, el destino de mi hijo y el de Lydia siempre estuvieron unidos, Madeleine —generaría un inciso en el que comprobaba que al de las pecas, le estaba costando volver en sí—. Buenas noches, Marvin. ¿Ha sido agradable la siesta? —él hiperventilaría, expresando el horror cuando era mínimamente consciente de dónde estaba, y lo que habían hecho con el resto. 

Más al comprobar para su tremenda desgracia, ese montículo de escombros arbóreos dónde se apresaba la desvalida Receptora.

—Esta vez voy a permitir que te despidas de ella. No quiero que sigas tachándome de un padre desagradecido —el guitarrista gruñiría, insuflando su nariz tanto, que el vapor blanquecino fabricando ondas en el ambiente ya les alertaba de su estado colérico.

—¡Eres un malnacido! —patalearía con rabia sin dejarse embaucar—. ¡No sé ni cómo tienes la poca vergüenza de llamarte padre! ¿Dónde queda tu conciencia? ¿Por qué tanto dolor? ¿Para más poder? Nada de lo que consigas va a hacer que te sientas saciado, ¿y sabes por qué? —las gotas de agua se escurrirían por su rostro, abandonándole con el arranque de cuerpo inquieto —¡Estás muerto por dentro! Corrompido hasta el punto de no ser persona. Eres un puto demonio que se está ahogando en un poder que no le va a llegar a ninguna parte, ¿te enteras? 

Se desfogaría con cada sentencia, forzando a que sus piernas le respondiesen y pudiese hacerle frente sin un mínimo de temor. 

Volviendo a su actitud arrogante, Eliot se recobraría lanzándole un mohín a su amo en el que le decía que, si así lo quería, podría ofertarle a su hijo una gratificante porción de dolor. Su líder le ningunearía haciendo oídos sordos a una petición, que prefería usar para más adelante. 

Cobrándose la mala sensación de no ser tomado en cuenta por segunda vez, el rubio le arrebataría al de cabellos blancos el morral, haciéndole ver que él era el único que podía encargarse de ellas. 

Operaría por sí solo encontrando la diversión en una Sabia, que parecía haber recobrado los sentidos. El matiz amelocotonado que acariciaba el paladar de Jeanette, contrarrestaría con el suplicio de sentir cómo sus dedos lastimados por obra de la ponzoña, le volvían a arder. 

Análogamente en los dedos de Eliot, se estrujaría una baya como parte de una provocación intimidatoria. Sus filamentos blanquecinos era algo que los otros habían tratado de evitar, y los que Eliot, buscarían a conciencia.

—Hay gente que ha caído bajo mi mano por menos —el cabecilla proseguiría—. Cálmate, si no quieres que te corte la lengua —sabía que su progenitor no estaba por la labor de bromear—. Siempre fuiste un maldito obstáculo. Desde el momento en que naciste me diste quebraderos de cabeza —esa sería otra forma preciosa de demostrar su nulo amor—. Si tienes que culpar alguien en tu estúpida justicia de parar todo a tiempo, entonces deberías empezar por ti. ¿Necesitas que comience a darte motivos? Tengo muchos para ofrecerte —jugaría con su bastón de la misma forma que con los nervios del personal. 

Rebulléndose tanto como su anatomía se lo permitiese, Madeleine arquearía sus brazos intentando hacer un contacto con su corteza obstructora. Doliéndole el tener que estirarse de más, dejaría caer sus manos cansadas sobre sus mechones rosáceos. 

Tanteándolos, reconocería entre su cabellera una pieza de madera, que no correspondía con el entramado rugoso de los galaucos. Siendo discreta, toparía sus yemas con el tallado de un pasador, que podría ser ese nuevo conector. La madera que componía el accesorio carencia de vitalidad. Pero ella podría dársela si al fundirse con él, le dotaba de esa vida que el enser carecía. 

—Aquel día en tu visita inesperada en la clínica, estaba hablando con mis subordinados. Hacer ver que era una llamada de ámbito profesional dio sus frutos. Estabas con obcecado en reincorporarte a tu insignificante grupo, que ni siquiera prestaste atención a la decoración del despacho. Antes de que pudieses levantar la liebre, y ver cómo se hacía el ritual para despertar al Dragón, nos vimos obligados a separarte del grupo. Te habrías dado cuenta al ver todas las ofrendas, que la que estabais buscando, estaba colgada en la pared de la oficina.

En sus recuerdos, Marvin recordaría que, en su nueva estética mucho más hogareña, su muro central, cerca de la chimenea, se decoraría con unas circunferencias de madera dándole a la habitación más personalidad. La jugada de su padre había sido maestra. 

—Sacar los genes de la ramera de tu madre, te han hecho un flaco favor en la manera estúpida de concebir la vida.

La tos rocambolesca de Eliot retornaría, llegando a ser más sospechosa. No tanto como la sudoración recorriendo los relieves de su rostro, dándole a cada momento un aspecto más demacrado. No sería el único con esa particularidad. Sin fuerzas en la nieve, Ricardo le imitaría.

—¡Te dije que no la volvieras a ofender en mi presencia! —le vociferaría expulsando saliva. 

Los otros se oprimirían desde sus celdas, sabiendo que, aunque tuviese un valor desbordante, Marvin no debería sobreexceder los límites con aquel señor que dejaba que desear.

—No suelo ser demasiado condescendiente. Tú decides. No me hago responsable de que otras personas carguen con la culpa de que seas un desconsiderado. Yo no te enseñé esos valores tan irrespetuosos.

Marvin notaría que, de una manera pacífica, esas raíces superficiales esparcidas por la nieve en sus cercanías, acariciaba el tejido blando de sus zapatillas pidiéndole que se calmara. Lanzando una mirada de reojo, Madeleine le asentiría nerviosa pidiéndole, por favor, que se calmara.

—Antes de culpar a alguien de tu mala fortuna, piensa que tu nacimiento lo cambió todo.

Aprovechando esos momentos en los que el cabecilla se enfrascaba en darse autoridad, Madeleine ganaría tiempo en ese esfuerzo de movilizar unas raíces, que se desplazarían demasiado lentas para su gusto. 

Recortando por esos puntos donde la luz de las antorchas no llegaba, prefería dar un rodeo sigiloso, que ser descubierta a la primera de cambio. Sabía de antemano, que la misma maniobra efectuada por Jeanette sería mucho más rápida y efectiva. 

Los gruñidos de la Sabia de fondo, ya le delataría que el rubio seguiría enfrascado en hacerle pagar a alguien su déficit de atención. Ante su estado inoperable, Madeleine trataría de hacer lo que estuviese a su alcance siguiendo su legado.

—¿Por qué? ¿Por la estúpida necesidad de que fuera una niña? ¿Hasta cuando vas a seguir con el mismo maldito drama? —forzándose en liberarse de sus ataduras, produciría gestos de dolor al ver que no conseguiría nada—. ¡Acepta de una maldita vez que no siempre se obtiene lo que se quiere, y que por más que me repudies, soy lo que soy! ¡Tengo ese par de huevos que a ti te faltan! ¡¿Me estás escuchando?! —como era de esperar, el guitarrista seguiría siendo fiel en lo de ser directo. 

La incapacidad de poder defenderse y verse retenido de una forma tan rastrera, haría que, en la impotencia, generase movimientos turbulentos con sus brazos. En el dolor que le provocaría el oscile de su torso, vería que su púa favorita, se le escapaba del bolsillo de su cazadora.

Incorporando sus muslos, generaría un leve patine en el que trataría de atraparla con sus dedos. El canto de sus aristas finas no cortaría la soga. Pero sí podría ser capaz de deshilar algunos de sus flecos.

Jeanette —probaría suerte —dime por favor que esta tortura se está acabando —jadearía. Más cuando veía que Marvin le era incapaz de serenarse ante un progenitor penoso.

—Tú ibas a ser la futura Dione, Marvin —esa sentencia no la esperaba ninguno—. Hoy día es muy difícil ser una sangre pura, a menos que seas un raquítico Común. Con la diversidad de mutaciones en una genética turbulenta, es tremendamente complicado ser un sangre real sin que exista una divergencia de otras facciones. Aunque es un tanto difícil, no es imposible. Si quieres un ejemplo, tienes ante ti al único Cambiante puro con sangre real existente en la tierra.

Dejarían ver lo tremendamente trastornado que estaba, ensalzándolo, además, con una gran sonrisa en la que se reflejaba lo vanidoso que era. El de las pecas no podría hacer más que negarle con consternación. 

—La desagradecida de tu madre también era una Cambiante. Lo suficiente como para tener una descendencia de estirpe naranja con un poder destacable. Pero la muy zorra, enterándose de la ambición que teníamos de reestablecer las normas y cambiar el obsoleto sistema matriarcal, bebió durante el embarazo sangre de Dragón. La misma que es capaz de anular los poderes de cualquier criatura mágica.

Desvelaría el por qué le tenía tanta inquina a su exmujer. 

—Pero aquí no acaba todo —se dirigiría a la pelirroja—. Lydia también tiene que ver en unos planes que se fueron al garete —ella le otearía con un nudo en la garganta, sintiéndose una cobarde al carecer de coraje para hacer algo meritorio. 

Verla así de indefensa en su mordaza le complacía enormemente. Marvin haría lo propio, forzando la lámina triangular contra su cuerda. 

—¿No es precioso ver a las mujeres así de sumisas? —establecería un aire soñador—. Así como se tenía que haber comportado tu madre, Marvin.

Su actitud territorial de hombre de la caverna les daría arcadas. Él, por supuesto, preferiría ahorrarse el comentario. 

—Las ofrendas siempre fueron muy llamativas. Gracias a la pluma de Neil y lo que representaba, fui capaz de reconocerle y estrechar esos lazos que habíamos perdido en nuestras diversas reencarnaciones. Estando completamente de acuerdo en proseguir con lo que nos arrebataron, ideamos un nuevo plan en el que derrocaríamos de una vez por todas a las estúpidas Arcanas.

Madeleine insuflaría su pecho, viendo que su ansia del dominio le cegaba por completo. 

Teniendo un gran empeño, conseguiría que las raíces domadas por su mano se filtrasen en las ranuras estilizadas de la nevisca. El sonido sigiloso en ese punto donde casi tocaba los pies de las Sombras, se mermaría con el chasquido continuo de las grandes antorchas. 

—Creyendo sin lugar a duda, que el poder de Reina podría sobrepasar los poderes de la Dione original, Lein empezó a poner unas normas un tanto estrictas a la educación de sus hijas. La sobreexposición. Los continuos abusos psicológicos. O la necedad de ser incapaz de controlar sus habilidades, hizo que Reina se viese sobrepasada. Acabaría topándose con las drogas, que además de adictivas, le ayudaban a contrarrestar el consumo de un poder que la agotaba. El muy imbécil pensaba que lo tenía todo bajo control, dándose enormes aires de grandeza. Su gran fallo fue el de subestimar a otros Cambiantes cuyos poderes, no venían nacidos de la cuna original.

Lein siempre se había sentido un ser superior por aquella singularidad. 

—Su arrogancia era tan histriónica que, en la noche de la rebelión, en lugar de asistir a nuestra preciosa masacre, decidió visitar por su cuenta los páramos más alejados del bosque. Apostaría de que antes de que todo ardiese y se consumiese en llamas, quería conseguir por su propia cuenta los ingredientes del veneno mortal. Así podría eliminar uno a uno de los nuestros sin sospechas, y a su libre voluntad cuando más lo desease. Una lástima que las trompetelas no perdonasen a nadie.

Reencauzando con las añoranzas del pasado, se centraría en una pelirroja con la carita desencajada. 

—Trágicamente, la historia volvía a repetirse con el prácticamente suicidio de Reina en aquel accidente, opacando todas nuestras esperanzas. Puede que no te sirva de consuelo. Pero Hernán sí que llegó a morir en ese accidente. Creíamos que sería útil robarle su essencia, por si en un futuro nos convenía reactivar algún vínculo social.

Se encauzaría sin vergüenza a uno de sus máximos confidentes. 

—Le dimos a Nerón ese beneplácito. Por ello, fuimos capaces de localizar a Mirtha.

Gina se hubiese sentido más que dolida. Más al verse coaccionada indirectamente a participar en un casting, solo por el hecho de que el círculo se estrechara. 

—Viendo que la ineptitud de Neil había hecho que nuestra única salida a la gloria volviera a truncase, decidí que iba a pagar muy cara su ineptitud —anteponiendo su pierna derecha hacia adelante, les mostraría una cicatriz que supuestamente había sido causada jugando al golf. 

Hecho que aceleraría los latidos de Madeleine, cuando el cabecilla casi pisaba una de las ramas que ella estaba manejando. 

—Lo siento, Lydia. Tu padre no merecía seguir respirando. Pero no te preocupes, que como las essencias guardan la personalidad del ser al que invoca, uno de los nuestros más leales, es el que se ha encargado durante todo este tiempo de darte esa figura paterna que tanto necesitabas. ¿No es esa una gran muestra de generosidad? 

La animadora no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. 

—Con el fallecimiento de Reina, la esperanza para no empezar de cero recaía en Lydia. Lo que desconocíamos Lein y yo, era que la madre de Lydia y la tuya, se conocían, Marvin. Esas fulanas se deberían de haber sentido muy avergonzadas por la aberración de otros Cambiantes a remover un pasado, que era mejor dejar estar.

Arissa notaría que, en el empeine de su mano, unos vástagos herbáceos acariciarían su piel generándole cosquilleos. Admirando de reojo las manos de Orgi, comprobaría que las mismas raíces se anclaban en ellas en ese ánimo de quitarle el adhesivo, que impedía movilizar sus dedos. 

Su mirada purpúrea se dirigiría vidriosa hacia una Receptora exhausta, a la que le daría las gracias. 

—Sin saber de qué manera, se dieron cuenta del juego que se traían sus maridos, en esa competición por la búsqueda de una reencarnación mejorada a la de Dione. Yo ya lo había intentado dos años atrás con la espera de una hija que resultó ser varón. Tu madre empezó prácticamente desde el principio del embarazo a beber sangre de Dragón, Marvin. Pidiéndole ayuda a Rajú, fue ella quien se la proporcionó a sabiendas de que eso no lastimaría al feto. Pero si anularía cualquiera de sus poderes reduciéndolo a un insignificante Común. El repudio hacia esa...mujer —no sabía cómo catalogarla —hizo que le jurase que una vez saliera de cuentas, le iba a hacer la vida imposible. Sabía defenderse y no pude hacer más que arremeter contra ella de otra manera que no fuese con acciones legales.

Las intimidaciones llegarían a hacerla pasar como ladrona años después. 

—Por supuesto, le denegué incontables veces el divorcio. Le iba a hacer pagar esa traición a costa de prohibirle tener alguna acción cariñosa con el recién nacido —Marvin le observaría con aversión—. Sabía que nunca hacía amenazas en vano, y eso fue la que le mantuvo a raya. A pocos días de dar a luz, fue así como en lugar de Dione, decidí llamarla Lúa. Si no iba a poder obtener el poder de la que fue la Arcana de los Cambiantes, al menos me serviría para manipularla y jugar un papel fundamental en el próximo ritual.

Persistiendo en la liberación de los hermanos, Madeleine se daba cuenta de que los tallos eran tan débiles, que no iba a ser nada fácil desprender el pegamento. Con paciencia, podría al menos dejarles a medias a que usaran su habilidad en un contacto directo con la naturaleza. 

—La sangre de Dragón dejó a tu madre infértil, Marvin —no habría palabras para catalogar el hastío que al guitarrista le estaba dando con cada maldito testimonio—. A la muy astuta le salió la jugada redonda. De nada valdría forzarla en la cama —la tranquilidad con que lo decía era muy burda—. Ya que con Reina fue una total ignorante, la madre de Lydia empezó a beber durante su segundo embarazo la misma sangre de Dragón. Como no empezó a consumirla desde el principio, los poderes de Lydia no desaparecieron del todo. Pero quedaron invalidados sin ninguna función. Justo como mi marca.

La cicatriz sobre su tobillo haría de él esa gran burla para su pedantería. Siendo un doctor tan reputado, debería ser capaz de removerla. Sin embargo, aquella marca era anómala al haberse creado a raíz del asesinato del otro cabecilla. 

Que precisamente por sus ansias de hacerla desaparecer, hubiese recurrido a numerosas intervenciones, es lo que había hecho dejarla completamente nula. Más irónico era que le hubiese mencionado a Bruno, que no sería un auténtico Cambiante hasta que no tuviese uno de sus distintivos. La de él era como no poseer ninguna. 

—Habiendo aprendido de los errores, tu madre y la de Lydia guardaron el secreto riéndose de nosotros en nuestras caras.

Probablemente porque sabía que iba a necesitar ayuda, la madre de Marvin le dio el papel a Lydia bajo secreto para que Rajú le diese protección. 

—Queriendo tener un segundo plan en el que poder guarecerme, encontré en Veronice esa descendencia con la que poder rebatir la profecía. Lo que desconocía totalmente, era que Rajú ya se nos había vuelto a adelantar, y la interpretación de su enunciado era otro. Necesitábamos a las cinco y Lydia volvía a cobrar utilidad. Fue una gran decepción percatarnos que la pluma de vaionvec que tenía Neil era falsa, y que ella le había dado el cambiazo. Por supuesto, se lo seguimos haciendo pagar con la intransigencia.

El doctor se dirigiría a su hijo. 

—Te pedí por las buenas que te acercaras a ella para sonsacarle información. Como es costumbre, hiciste lo que te dio la gana vanagloriando tu desobediencia. Podía haber aprovechado tu imagen y haberme acercado a ella por ti. Pero ya arriesgué demasiado con esos estúpidos mensajes en Internet, y tampoco merecía la pena correr el riesgo. Si hubieses sido una niña, es probable que la historia hubiese sido diferente.

A Eliot le quedarían energías para sonreír ampliamente. Su amo le recordaría que había sido él quien había escrito el papelito de la urna, tendiéndoles a todos una vil trampa. 

—Y ahí es donde vuelves a entrar tú, mi queridísima Lydia. Le pusiste a los luceros el nombre de Lúa. Lo que ella más anhelaba, además de ser correspondida por el estúpido amor de Alana, no era otro que el ser tratada como un caballero. Por ese estúpido deseo naciste varón, Marvin. ¿Entiendes ahora por qué le debes lealtad, y no despreciarla? 

Lanzaría una pequeña risa de suficiencia. Probablemente porque aquella jugada no la había visto venir. 

—A pesar de ser un completo desagradecido, no eres un caso perdido. No del todo. Madeleine te pidió por favor que no le hablaras a nadie del libro. Ni de los luceros. Ni de ningún cuento. Gracias a un descuido por tu parte, le comentaste a tu madre sin querer, que el vecino había tallado estrellas en el techo. Haciendo un poco de investigación, no había que irse muy lejos para adivinar el paradero de la futura Arcana de las Receptoras.

Marvin se mordería los labios sintiéndose completamente patético. 

—A tu madre tampoco le agradaba demasiado. Sabía que si te acababas enamorando de ella, ibas a sufrir —ni siquiera los espasmos del rubio le provocarían ni un mínimo de estupor.

Eliot se está viendo afectado por el veneno, Madi. Y no es el único —pendiente de un hilo y sin que nadie le prestase atención, la fortaleza de Ricardo se reducía a unas convulsiones oscilantes desde el terreno—. Eliot está jugando con fuego y el ser Revitalizador, le está pasando factura —Serena sabía por sus propias carnes como las toxinas afectaban a su organismo. 

Sin replicarle, Madeleine le otearía, percatándose en los reflejos anaranjados que su respiración no era la idónea. Cavilaría que, en acto de gallardía por haberla tocado, se había contagiado. El capitán también habría recibido su parte en esa pelea ridícula. Aquel apunte podría serles crucial para desenvolver el caos.

—¿Qué te hace pensar que con Veronice va a ser diferente? —Marvin le vociferaría, debatiéndose contra unas ligaduras que le estaban minando la existencia—. Es más que probable que te la acabe jugando. ¡Estás esperando algo que no vas a conseguir! —el otro seguiría sin alterarse.

—Los errores se comenten una sola vez. Si caes una segunda en la misma piedra, entonces la culpa es tuya. Veronice es todo lo dócil que la estúpida de tu madre no fue. Esa niña nacerá en muy poco tiempo, y haré de ella la más grande de la historia. En cuanto a la profecía, es como la premisa de los luceros. Para qué se hagan de ley, hay que saber interpretarla. Ninguno habéis sabido descifrar lo que guardan sus letras. La noche de los veinte luceros, el Dragón despertará de sus sueños.

Comenzaría a recitarla.

—Felicidades mi queridísima Madeleine, hoy cumples veinte años. Pero lamentablemente, los veinte luceros no significan expresamente las velas que tienes que apagar. El patrón que rigen nuestros calendarios se repite cada veintiocho años, coincidiendo con el veintiocho de diciembre. Día en el que se celebraran los fraudulentos pactos de paz. Ahora bien, para que la concordancia sea exacta, el patrón también tiene que repetirse buscando en los números una pareja análoga. Las cinco ofrendas. Las cinco Arcanas.

Generaría un ademán pueril con sus brazos. 

—Así mismo, los veinte luceros también representan la equivalencia de una pequeña parte de essencias que hemos sacrificado en el camino. A pesar de ser una lista interminable, la profecía solo toma en cuenta las pérdidas de este año. Recitaros los nombres de todas las víctimas os abrumaría —produciría un además apesadumbrado—. Los Molier. Celina. Rajú. Evans. Paolo. Noalian... 

Le alegraría enumerar una serie de personas que, en su mayoría, repercutirían a la Receptora

—Deberíamos agradecerles a tus padres y a tus abuelos que formen parte nuestras grandes mejores hazañas ¿no crees, Madeleine? Nos falta un par de muertes más para que la predicción empiece a cobrar sentido. Pero antes, necesitamos saber dónde se esconden las ofrendas.

Su tono se volvería siniestro, dándoles a entender que se encargarían de todos hasta que consiguiesen lo que buscaban. 

—¿A quiénes quieres darle la satisfacción de cerrar con un broche de oro tu penosa actuación?

Jeanette, por amor de Dios, ¿dónde están las putas ofrendas? —encajaría malamente sus dientes.

Han cambiado su forma... —para su asombro ella le replicaría, aunque sería bastante escueta.

¡¿Cómo que han cambiado de forma?! —viendo que el cabecilla le tenía en el punto de mira, desistiría continuando con un papel que abominaba—. ¿Qué te parece que una de esas muertes sea la tuya? —sin perder el temple, la Receptora le desafiaría.

—Lamento decepcionarte. Pero esa no es una opción —estaba totalmente convencido.

—¡No sé dónde diablos pueden estar! —ejecutaría nerviosa—. Han podido desintegrarse en el proceso... —Duncan se reiría al creer que le estaba considerando un gran idiota.

—Las ofrendas son indestructibles, a menos que se realice un ritual de sangre Arcana y un preparado de agua purificada. Es justo lo que vamos a hacer —les desvelaría su verdadera finalidad.

Sé paciente y síguele el juego —Jeanette le crearía una pequeña conmoción—. Han gastado la mayoría de sus recursos tratando de ponernos en jaque, cuando eso les va a venir de vuelta —la Receptora haría un cambio de retrospectivas—. Hemos aguantado hasta nuestros límites, defendiéndonos lo mínimo para que nuestras habilidades no nos consumiesen.

Se percataría que Jeanette había hecho las intervenciones justas, y que el Cambiante y la Revitalizadora habrían jugado la carta de la resistencia como mejor habían sabido. 

La ponzoña tampoco es que nos haya ayudado mucho. Pero a ellos tampoco —apreciarían el reiterativo carraspeo de un rubio que tenía muy mala cara—. Aprovecharemos que han hecho sus ridículas muestras de poder, para atacar en guardia baja. Solo espera y, esta vez, no seas tan impulsiva.

Madeleine comprendería que, diferencia de sus perros de caza, Duncan parecía ser el único que sí estaba teniendo en cuenta que el hacer uso excesivo de sus poderes, les enjuiciaría. Importándole poco el equipo, intuiría que, al fin y a cabo, sus dos máximos apoyos no serían más que esos eslabones que no le importaría sacrificar.

—¿Por qué quieres destruirlas? ¡No tienen ningún sentido! —le incitaría a que continuase.

—¿Por qué no recurres a la lógica? Si no hay ofrendas el legado de las Arcanas muere, reduciéndose a un vasto recuerdo que ni siquiera quedará perpetrado en un ridículo libro para niños. Todo aquel ejemplar que veamos acabará abrasándose en las mismas llamas que consumieron a tus padres, Madeleine.

Buscaría ofenderla hasta el último momento. 

—Esas reliquias son los objetos que representan la llave de vuestro poder. Estáis ligadas a ellas en essencia como un vínculo que os atrae. Son ellas las que os reclaman. No al revés. Por mucho que llegaran a perderse, de una manera u otra, vuelven a sus dueñas reconectando con su essencia original. En tu caso, descendiente. Por mucho que os reencarnéis, sin ellas, no podréis hacer nada. Vuestros poderes serían tan inútiles como el de Lydia. Dormidos como un Dragón a la espera de que lo despertéis.

Por el inconcluso gesto de la Receptora, Duncan apreciaría que no entendía el significado de lo que le estaba narrando. 

—Veo que alguien ha heredado la preciosa manía de su tía —se anclaría en una Sabia que le retaría con su penetrante mirada lavanda—. Las Arcanas tenían un papel fundamental en la comunidad. Pero eso, a su vez, traía grandes consecuencias. Rajú no deseaba que esas essencias puras delegando el mensaje de paz, llegaran a corromperse. Por ello que, entre ofrenda y Arcana, debía existir un vínculo emocional especial. Si esas intenciones de fraternidad en una asquerosa comunidad hubiesen cambiado, el castigo hubiese hecho que su poder se invalidara. En resumidas cuentas, sin ellas, os reduciríais a un insignificante Común sin poder defenderos. A su misma vez, si no existe llave, no se puede despertar al asqueroso Dragón. Lo fácil sería acabar con él. El problema es que esa fastidiosa criatura sí que es indestructible. Más después, con el repugnante escudo de protección que Orgi le puso.

El aludido se atrevería a dedicarle una sonrisa desdeñosa tras su cinta. Sin él, las tentativas de abrir un portal se hubiesen reducido a cero. 

—Destruiremos las ofrendas, acabaremos con vosotras, y nos encargaremos de reestructurar el sistema a nuestra manera —propiciaría un inciso realizando un toque con su ensuciado bastón—. Los Receptores, por supuesto, quedaréis en el peor de los olvidos. Mi hija se encargará de ello —lo afianzaría con crudeza—. No os preocupéis. A las demás facciones puede que os dejemos vivir si sois obedientes y no os cruzáis en nuestro camino. Mi paciencia se está acabando, y no os veo por la labor de cooperar. Levantadlos.

Ejecutando sus órdenes como el máximo de las leyes, los esbirros de Duncan procederían raudos en busca de sus rehenes.

Madeleine —percibiría el tono firme de la Sabia, —es el momento...

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-> ¡Muy buenas a todos! 😊 ❤️ ¿Cómo os va? 🌷 

-> ¿Qué os parece el desarrollo de los acontecimientos?  🪄 🌬️ 🍃🧊  🔥 Ahora sí que se viene la gran batalla  ¿Os imaginábais la conexión de ciertos personajes con otros? 👩🏻‍🦰 ⛓️  🩸 👨‍🎤  ¿Con qué nos sorprenderán nuestras Arcanas? 🧙‍♀️ ⚔️ 💥  👥 

-> ¡La próxima parte del capítulo ES LA FINAL!  🌠 

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