Capítulo 61 (parte 2): Bajo reserva
El preludio de la noche llegaría con los primeros rayos azulones condensándose en la atmósfera.
El frío interpelándoles sin piedad, sería remediado con la fogosidad de una hoguera, en la que rodeándola, sus participantes alzaban los dedos sintiendo ese calor dorando sus vértices.
Al sonido de sus voces, se le agregaría el susurro de la leña agonizando en sus ascuas saltarinas. Con él, el olor penetrante a una madera que adormecía sus sentidos, solapándose a sus campos humectantes.
Valiéndose de la firmeza de un par de palos, habían hecho de ellos el soporte pendular del que se sostendría un pequeño cazo de asas colgantes.
Gratificándoles que Luca se hubiese preocupado de llevar algún que otro cachivache de similar envergadura, percibirían en el aire el olor inconfundible a un guiso de carne, que empezaría a cobrar importancia a cada segundo que pasaba.
Utilizando una cuchara de madera con la que removería el estofado, Chester alzaría su brazo haciendo que la cazuela se columpiara en su improvisado altar.
Perdiéndose en una conversación que no le era especialmente atractiva, Marvin alzaría la cabeza quedándose en una joven localizada a un par de metros de distancia.
En lugar de hacer compañía al resto de sus aliados, Madi había preferido acceder a la petición desdeñosa de Jeanette, y así evitar un discurso sobre responsabilidad que no necesitaba.
Aunque le enrabietaba admitir que la Sabia no se alejaba mucho de la realidad, por su bien y por el de los demás, le convenía desarrollar sus poderes a la mayor brevedad posible.
Cerrando los ojos para reunir la máxima de las concentraciones, solaparía su palma abierta sobre uno de los nogales, dejando fluir unas líneas púrpuras tímidas en sus salientes.
Llegaría a interceptar en una resonancia deforme, la conversación desinteresada de sus compañeros. Los mismos, que ignoraban el sobreesfuerzo que estaba haciendo para desentrañar un maldito vocablo.
Madeleine entendería que aunar su poder contra un tronco macizo, no tendría ni de lejos la misma facilidad que la de emplearla contra el insignificante tallo de una flor.
Se reprimía en el nubarrón negruzco de la negatividad, cuando veía que después de haber sido capaz de mantener la conexión con Jeanette, ahora que supuestamente tenía más potencial, no fuese capaz de establecer una simple línea con la que contentarse.
—Hola, hada —sorprendiéndola en un brinco traicionero, Madi había estado tan empeñada en sacar algo en claro, que no se había percatado de la llegada de alguien desde atrás.
Girándose desconcertada, llevaría la mano camino de su corazón, dejando que en su cara se señalizase el estupor momentáneo. La risa del guitarrista no lo haría mejor en eso de dejarse llevar, cuando además de asustada, Madi se sentía profundamente avergonzada.
Afincando su mano contra el tronco, Marvin replegaría su brazo encerrándola en un espacio en la que le haría sucumbir bajo sus condenados hoyuelos, y un cuerpo en el que ella se recrearía alzando la cabeza.
—¿Qué tal vas? ¿Has conseguido algo? —su entonación, cómo la miraba y ese descaro con el que se personificaba, la derretía hasta lo más profundo.
Le fastidiaba que al no poder luchar contra eso, sus mejillas claras se rindieran ante un pronunciado sonrojo.
—Nada de lo que pueda sentirme orgullosa —sabiendo que el tiempo apremiaba, no se atrevería a devolver el gesto que él le compartía. Bajaría la cabeza, apoyando su espalda contra la corteza robusta.
—¡Eh! —Marvin la tomaría de la barbilla con su índice elevándola hacia arriba—. Nada de venirse abajo —le otorgaría esa confianza que a ella misma le faltaba—. Sabemos que no va a ser fácil. Pero hay que mantener siempre la esperanza. No nos podemos rendir tan pronto, ¿de acuerdo?
Sus ojos canelas con motas de un verde oliváceo, la embaucaban fabricándole mariposas en el estómago. Izando la curvatura de sus comisuras, Madi le sonreiría realizando un leve cabeceo afirmativo.
—Así me gusta —entonaría una risa en la que se acercaría a su boca, sin dejar su barbilla libre—. Feliz Navidad, Madeleine —ella bajaría sus pestañas claras, sintiendo el roce de unos labios carnosos, voraces de unos besos que nunca eran suficientes.
Correspondiéndole, Madi llevaría sus manos al inicio de su nuca, sorteando entre sus dedos esos cabellos cobrizos que le hacían endiabladamente sexi.
El guitarrista mordería suavemente su labio inferior, llevando las suyas hacia una espalda en la que llegaría a tocar su zona más baja. La risa escandalosa de Axel les haría parar en los metros que los separaban.
—¡Dejad algo para después! —diría en alto creando una bocina improvisada con sus manos—. Reponed fuerzas para cuando los niños se duerman.
Como no podía ser de otra manera, Paolo contribuiría en la gracia dejándose seducir.
Al coro de las carcajadas, se le sumarían las de Chester y Serena alegrándose por ellos. Despegándose el uno del otro, Marvin divisaría a otros compañeros con un ánimo bastante dispar.
Los ojos turquesas de Madi irían a parar hacia una figura en concreto, que se levantaría con impertinencia sobre el tocón donde había permanecido sentado.
Le reconocería fácilmente tras en el aura naranja volátil, por su andar despreocupado, ataviándole con su camisa de cuadros y gorra cabizbaja.
El bufido disconforme de Evans podría ser traducido por varios significados. Sin embargo, estaba claro que no le gustaba lo más mínimo que aquellos dos estuviesen juntos.
Tampoco se molestaba en ocultar un rechazo en unas formas tan tajantes, que todos creían entender el por qué de su comportamiento.
El barman se perdería en la oscuridad, siendo perseguido también por la mirada castaña de un Axel, que a pesar de estar con otra persona, le era imposible enterrar lo que sentía por él. Su risa se debilitaba dejando el eco resonante de la noche, apagando con ella cualquier rastro de jovialidad.
Lydia, era otra a la que no le entusiasmaba tener que tragar delante de sus narices, unas muestras de amor, que le hervían el estómago solo con rememorarlas. Mismo caso para un italiano, que sin poder soportarlo, enterraba sus manos en sus cabellos rubios, agazapando la espalda hacia adelante.
Madeleine comprendía tarde, que aunque la vida de cada uno debía seguir su propio camino, le estaba produciendo un dolor innecesario por su completa ineptitud.
Luca le importaba lejos de unos sentimientos que no eran del todo correspondidos. Los de él, indudablemente, no habían cambiado. Llevaba lo mejor que podía el ritmo de una aceptación que le costaba asimilar, a sabiendas de que no podía aspirar a más de lo que ya había.
Gina veía claramente que aquella estampa le atormentaba, sintiéndose impotente por no saber qué hacer para consolarle. Conteniendo el aliento, le acariciaría la espalda dándole ese apoyo que necesitaba. Ni siquiera sus ánimos fueron suficientes para querer incorporarse.
Liam endurecía sus muecas y a Jeani no le convencía lo que veía.
—Yo no seguiría indagando justo en ese árbol —la Sabia les alertaría con un tono un tanto hostil que se apartasen—. Hace menos de setenta y tres horas que un oso pardo ha decidió frotar ahí su trasero.
Lydia abriría sus orbes cafés, oteando cada rincón como si el salvaje animal fuese a aparecer.
—¡Ag! ¿Y me lo dices ahora después de haberlo toqueteando de arriba abajo? —Madeleine se apartaría de inmediato, frotando sus manos en una sintonía llena de un asco notorio.
Marvin haría lo mismo, pero no con tanta seriedad. Llegaría incluso a reírse por las muecas tan naturales de la de pelo rosáceo. Axel volvería a desternillarse, contagiando a aquellos que tenían mejor humor.
Mostrándole al mundo el leve hueco entre sus dientes delanteros, Chester lanzaría una sonrisa preciosa a la morena que le robaba la razón. La pillaría sentada en el mismo tronco encallado donde él lo hacía, atareada con un ejercicio al que solía recurrir.
Reteniendo en su oreja una preciosa caracola de tonos claros y aristas puntiagudas, Serena permitiría que en ellas se enzarzasen sus cabellos azabaches ondulados. En el contraste de colores, ganaría sin duda el brillo áureo en sus ojos, dignificados con el destello de la fogata.
—¿Aún sigues con eso? —Liam le interpelaría desde su asiento alojado al frente.
—Escucharla me ayuda a calmarme —le daría a entender que era su método de relajación más fiable.
—¿Sabes que lo que estás oyendo no es el mar, sino tu propia respiración? —Paolo rompería sin malicia ese hechizo con el que Serena siempre había querido creer.
Ella le arrugaría graciosamente el ceño, sin darle la razón aunque conociese el dato. Chester le acariciaría la mejilla sonsacándole una sonrisa que iluminaba por sí sola, haciéndole olvidar el mal ultraje que Paolo le había hecho a su imaginación.
Justo después, el batería seguiría removiendo una cazuela que empezaría a hervir, envolviéndoles con su humo blanco ese sabor que les hacía crujir sus tripas. Jeanette llevaría incómoda sus dedos sobre su nariz.
—Acercaos. La cena ya está lista —sería él que intentaría poner un poco de orden en la improvisada mesa.
Incitarían con ello a que su mejor amigo y la Receptora se unieran a la comparsa, olvidando esos malos roces que le hacían un flaco favor a la convivencia.
Los mismos platos desechables de plásticos a los que siempre recurrían, eran reutilizados con un lavado protocolario a conciencia, valiéndose de los afluentes que encontraban por el camino.
Guardando la caracola en la mochila ubicada en su lateral, Serena iría ayudando a Chester a ir depositando en ellos su delicioso contenido.
—Solo nos faltan las putas nubes de algodón —puntualizaría Axel, queriendo darle ese toque particular a una tradicional velada de camping.
Paolo esta vez no sonreiría. Esbozaría a cambio un gesto tristón en el que hundiría sus labios, perdiéndose quizás en sus recuerdos.
Cambiaría ligeramente de ánimo, cuando veía que Madeleine decidía hacerle compañía en el mismo tocón, que Evans había abandonado. Marvin haría lo mismo encontrando su hueco en el flanco derecho de un batería sonriente.
—¿Cómo vamos de provisiones? —lo dicho, le hacía a Jeanette interesarse por el balance del día.
—Pues a ver —Paolo sacaría unas hojas de papel que ella misma le había cedido. Entre sus líneas existían varios tachones a lápiz y algún que otro garabato genital cortesía de Axel—. Nos quedan unas cuantas galletas rancias, un par de latas en escabeche, otro tanto de carne en conserva y suficiente agua en las cantimploras.
Repasaría mentalmente por si se había dejado algún reglón perdido.
—Nos estamos quedando sin muchas opciones —Madi puntualizaría algo que ya todos veían.
—Podría preparar alguna cosa y alargar unos días hasta que aguantemos —Luca se atrevía a hablar.
—Lo dices como si dispusiéramos de bastantes recursos —Marvin le replicaría, provocando que el italiano oscureciese su mirada azulona—. La intención es buena, pero poco práctica —el aludido resoplaría incómodo.
Que precisamente él fuera el que le dejaba en evidencia, le molestaba bastante.
—¿Y por qué no? —Gina le revalidaría—. Nada perdemos con intentarlo —Luca le sonreiría.
—Jeanette —Serena le tendería su plazo con una pequeña ración del cocido.
—No, gracias. Detesto la carne. Incluso el olor me pone enferma —se levantaría viendo que tendría que buscarse su propio sustento, si quería contentar a su estómago.
Lanzándole un vistazo al del pelo anaranjado, olisquearía el aire mirando con reticencia el plato.
—Buena suerte con la indigestión —más que por la comida en sí, lo diría por un cocinero del que no se fiaba ni un pelo. Entendiendo su mensaje, Chester se echaría a reír descaradamente.
Sabía que se la tenía jurada desde que le echo virutas de azúcar a los macarrones. Recordarlo, le hacía a Jeani padecer unos sudores tan fríos como las mismas pesadillas.
Cambiando la imagen mental, se autoimpondría pensar que las setas que había visto en la tarde eran deliciosas, y le parecían una excelente opción a la que por supuesto, no iba a renunciar.
Sin decirles nada más, avanzaría por el mismo camino que el de la tarde, tratando de encontrar sus localizaciones.
—Liam —Serena le cedería su plato, encontrando en el joven del bronceado el perfecto sustituto.
—Gracias —él le guiñaría el ojo a la capitana, ensalzando su acentuado atractivo—. Tendremos entonces que intentar racionalizar las comidas y buscar segundas opciones con las que apañarnos.
—Algunos tienen más reservas propias que otros —Lydia sonreiría sardónicamente a la chica de los brackets, marcándola en unas insinuaciones directas sin contemplaciones.
Gina le mantendría la mirada por unos segundos, inspirando lentamente antes de decidir que esta vez, no se quedaría callada. Quería defender unos intereses que hasta el momento, eran otros lo que se habían encargado de replicar en su lugar.
La promesa que le había hecho a Luca volvería a cobrar fuerza con un coraje en auge.
—¿Qué problema tienes conmigo, Lydia? ¿Podrías dejarme existir? —se envalentonaría sabiendo además, que no tenía ninguna necesidad de hacer eso. Los del grupo empezaban a estar cansados de ella.
—Se acabó —viendo que la pelirroja tendría una réplica contundente con la que resarcirse, el italiano se levantaría anticipadamente de su asiento plantándole cara.
Todos permanecerían expectantes pareciéndoles extraño que actuase con esa exuberante energía.
—No pienso tolerar que sigas por ese camino, Lyl. ¿No ves que a la que estás haciendo daño, es a ti misma?
Lydia se desconcertaría, sin dar crédito que el propio Luca le hablara así, cuando siempre le había dedicado mucha delicadeza. En sus ojos zafiro existía cierta reticencia que no le iba a abandonar tan pronto.
—¿Qué ganas con unos comentarios que hacen tanto daño? ¿Te has preguntado alguna vez lo que Gina siente cuando los escucha? ¿Has pensado cómo sería si esos comentarios te los hicieran a ti? —el alzaría sus cejas en un mohín tristón, doliéndole el tener que hacer esto—. ¿Crees que te gustaría? —los labios de la pelirroja comenzarían a temblar, notando un nudo en la garganta que se retorcía, agriando de mala manera su semblante.
Él jamás le había hablado así, siendo uno de los pocos que la seguían teniendo en una buena estima. Todos la atisbarían con una mirada acusadora, sustentando unas palabras en las que no había nada en lo que argumentar.
No había justificación para unas recriminaciones con cero sentido. Lydia permanecería callada, notando cómo sus luceros cafés emborronaban lentamente su visión, sintiéndose cohibida.
No sabía qué decir cuando, en efecto, todos aquellos reproches partían de una matriz que la pudrían. Generando un suspiro hondo, la animadora terminaría cerrando sus párpados muy fuerte.
—Si engordas demasiado nadie te va a querer, Lydia —comenzaría a relatar, promulgando unas frases que aunque salían de sus labios, pertenecían a otra boca—. El que avisa no es traidor. Entiende que te estoy haciendo un enorme favor que no sabes valorar.
Produciría un leve titubeo en el que insuflaba su nariz.
—Sabes perfectamente que el azúcar está estrictamente prohibido en esta casa. A la próxima vez que te vea comiendo semejantes porquerías, me cercioraré personalmente de que lo recuerdes. Créeme que lo harás —su testimonio comenzaría a levantar escalofríos a unos presentes, que por cómo lo narraba, estaban entendiendo perfectamente cuál era su mensaje—. ¿Por qué no creces, Lydia? Si sigues con ese ritmo, ni siquiera podrías considerarte persona. Si esta noche no cenas, tampoco te va a pasar nada.
Percibiría que sus lacrimales se encharcaban bajo sus pestañas, dejándoles fluir sin dejar que se secaran.
—Algo habrás hecho cuando ese vestido es incapaz de entrar en ese cuerpo tan deforme. Mirándolo bien, te estás haciendo un favor. Con él, pareces una auténtica prostituta —pararía unas declaraciones que le mordían el corazón, abriendo unos ojos que se vidriaban en mil fragmentos—. Lo siento. Lo siento muchísimo, Gina.
Arrancaría a llorar, diciéndole con todas esas palabras que meterse con ella, era la forma de esparcir el veneno que su padre le hacía ingerir.
Entendiéndolo, Liam se levantaría y se arrodillaría para abrazarla sin dudarlo. Sintiéndose miserable, Luca haría lo mismo, solo por tratar de calmar una conciencia que creía que en ese momento hacía lo correcto.
Lo que él no sabía, es que de una forma u otra, la había ayudado a exteriorizar uno de sus tantos fantasmas ocultos.
Los ojos oscuros de Gina también se humedecían, sintiéndose completamente miserable. No sería capaz de permanecer en el grupo sin sentir que la ansiedad la estaba matando.
Levantándose destrozada, limpiaría sus lágrimas con su rebeca queriendo fundirse en una oscuridad que le engullese. Lydia no lo había hecho bien. Pero desde luego, que ella tampoco tendría la culpa de nada.
Dándose cuenta de que sería contraproducente dejarla sola, Madeleine se levantaría tratando de darle ese apoyo moral que requería con bastante urgencia.
Ella era una víctima más de unos insultos que no merecía. Que en lugar de a ella, los otros trataran de consolar a su opresora, era un golpe bajo que le hacía encajar sus dientes.
Marvin la dejaría ir, teniendo la conciencia de que ambas estarían mejor a solas sin interrupciones.
—Gina —a pesar de escuchar que la nombraba, continuaría avanzando con bastante prisa entre una arboleda de arbustos espinosos.
Sus sentimientos poseían tal algarabía de impresiones lamentables, que poco importaba si llegaba a herirse en el proceso. Pensaría incluso que lo merecería.
Detenerse y tener que encararla, le haría sentirse más patética de lo que ya se creía.
Sin darse por vencida, Madeleine aligeraría la marcha de sus pies sobre una nieve sin condensar, dándose cuenta de que el terreno por el que Gina le conducía, se desviaba hacia una pendiente en la que percibiría el cascabeleo del arroyo.
En un descenso bastante peligroso, harían crujir esas ramas caídas perdidas en sus dominios. En sus avances, se potenciarían todos esos olores arbóreos levantándose, entumeciendo sus olfatos.
Distinguiendo en la oscuridad parcial de la luna que la llanura conseguía aplanarse, Madeleine vería en ella la oportunidad para retenerla.
—¡Gina! —la de pelo rosáceo lograría alcanzarla, tomándole con energía del brazo en el intento de que no se le escapara.
En ese volteo forzado, en el que le impedía perderse en la espesura de sus grandes valles, sus largas trenzas ondearían en el aire mostrando sus coleteros plásticos de goma ondulada.
El balbuceo desconsolado de su boca dolía solo con verla. Más que eso, que la preciosa constelación oscura en sus ojos, se quebrara anegando una visión en la que lo veía todo completamente borroso.
Madi llegaría a soltarla, empatizando enteramente con su gran desconsuelo.
—No digas nada..., me vas a hacer sentir peor —Gina trataría de ocultar la cara con sus manos.
—No debes sentirte responsable. No es tu culpa. No es tu lucha —sus palabras no la consolarían.
—Si de verdad quieres hacerme un favor..., empieza por no hacer sufrir más a Luca... —sus palabras saldrían disparadas en los hipidos disonantes de su pecho—. Sé perfectamente... que fuiste honesta con él. Pero eso no hace que Luca...pueda dejar de sentir lo que siente. Aunque no te lo diga..., está sufriendo mu... muchísimo. No soy quién para decirte lo...lo que debes hacer. Pero te agradecería que...que por favor...fueras más prudente, y no le hagas ver lo...lo que es tan difícil de... asimilar. No se lo merece —lloraría a lágrima viva por toda la angustia naciéndole de dentro—. No se lo merece.
Repetiría, dejando claro que él estaba por encima de todas las cosas, que a ella le pudiesen llegar a soltar.
—¿Por qué no se lo dices, Gina? —le limpiaría las lágrimas, siendo solidaria con ella.
—¿El qué...? —diría en los sobresaltos de su respiración agitada.
—Que estás enamorada hasta lo más profundo —ella le negaría con un rubor pintando sus mofletes.
—No...Yo no... —trataría de decir algo coherente—. Hace mucho tiempo que asimilé que...lo único que podía aspirar era a...a ser su amiga. Él no me ve de esa manera. Siempre ha tenido ojos para ti —sollozaría, haciendo temblar sus manos—. Mírame bien, Madeleine. Él...él es un diez y yo, yo soy...
—Tú eres un veinte, Gina —se le acercaría rompiendo las barreras, rodeándola con sus brazos dándole todo su cariño.
Dejándose vencer, la joven de las trenzas se entregaría a ella, a pesar de que los sentimientos que Luca poseía por la que ahora le cobijaba en su pecho, le harían experimentar una mezcla que alternaría la confusión, con la contrariedad.
Tampoco podría reprocharle nada más al saber, que Madeleine no tenía la culpa por no haberle elegido. Al fin y al cabo, era una buena persona.
Las confidencias de la noche hubiesen continuado, de no ser porque se verían interrumpidas por un grito ensordecedor. Al primero, le sucederían varios más, identificándolos con las entonaciones propias de sus compañeros.
Asustándoles el no saber por qué había comenzado a manifestarse un altercado en el punto de reunión, haría que ambas se separasen manteniendo la conexión por un medio abrazo tambaleante.
Con el corazón latiéndoles a mil, la primera impresión era la de correr tanto como sus piernas le permitiesen, intentando esclarecer a qué se debía tal caos.
Antes de que pudiesen ser conscientes de una situación que les sobrepasaría, escucharían un zumbido silbante en el aire, cortando a su paso todo aquello que tuviese la mala osadía de toparse en su trayectoria.
Aterrizando a pocos palmos de sus pies, Madeleine interceptaría a la luz de la gran estrella, cómo el filo punzante de una flecha se clavaba en la aguanieve, constituyéndoles una gran amenaza.
Sería justo a continuación, cuando otras tantas de la misma naturaleza, danzarían en el aire en un sonido terrorífico, llegándose a clavar en esos árboles que le harían de protección.
El primer instinto de supervivencia fue el de doblar sus espaldas y poner los brazos sobre sus cabezas, resguardándoles de una posible mala diana. A esos gritos que no dejarían de verberar, se le añadiría el jaleo de unas corridas desincronizadas buscando un posible escondite.
Uno de los grandes dardos rozaría el brazo de Gina, llevándose por delante los puntos gruesos de su chaqueta de lana.
—¡Aaaah! —abriría su boca desconcertada, llevándose la mano sobre una herida de la que no tardaría en verberar sangre.
Su escozor le haría que, sin quererlo, comenzara de nuevo a gimotear en una angustia en la que no encontraría alivio. Aunque le había pasado de refilón, el fluyo comenzaría a manchar sus ropajes gruesos, llegando a profanar una nieve que acogería los estampados de su nueva pintura.
Bajo ellas, aparecería la causante de una herida que se volvería bastante desagradable.
—¡Gina! ¡Gina! ¿Estás bien? —la desesperación de Madi se fundía con la ignorancia del momento.
Ella le asentiría balbuceante, sabiendo que debían encontrar cuanto antes un techo lo suficientemente espeso, como para que las flechas no llegaran a atravesarlas.
Ayudándola a avanzar en un ronroneo danzando sobre sus cabelleras, Madi avistaría un tronco hueco de grandes dimensiones no muy lejano caído sobre la hierba. La angustia mortal de ser interceptadas mientras lo conseguían, eran más grandes que las esperanzas de salir indemnes de aquella maldita encerrona.
Acuclillándose, haría que Gina encorvara su espalda, tocara la tierra y tantease con sus propias manos la cavidad marchita en la que pretendían esconderse. Poco importaba si se encontraban algún huésped poco receptivo, dentro de aquella improvisada madriguera descansando al raso.
Madi comprobaría de inmediato, que el tronco partido en su mitad, no era lo suficientemente extenso como para cubrir dos cuerpos.
—¡Quédate aquí!
—¡No! ¿Qué haces? —Gina vería las intenciones de Madi de proseguir, tratando de detenerla y que se resguardase como pudiesen aguantado el mal trecho.
Al moverse, sus músculos le producirían un latigazo sin piedad.
—¡Aaaah! Duele. ¡Duele mucho! —arrugaría las facciones de su rostro, viendo cómo la sangre en su rubí escandaloso goteaba, dejando una marca que también mancillaría la corteza.
Atenderían que el regadero de plasma, también había quedado perpetrado en su recorrido desde sus antiguas posiciones. Los voceríos no dejarían de cesar, alzándose en una penumbra donde se sembraba una vorágine con cada nuevo proyectil.
Imaginar lo que podría estar pasando en la parcela donde se asentaban las instalaciones, destrozaban a ambas de una manera bestial. Contarían con que al menos, aquellos vestigios del tiempo le ayudaran a refugiarles lo mejor que pudiesen.
—Luca... —Gina revelaría lo mismo que estaba pensando Madeleine.
Los demás estaban en peligro, siendo penoso que no pudiesen hacer más que esconderse y rezar para que aquella asquerosa odisea acabara pronto.
—¡Trata de aguantar! ¡Ni se te ocurra moverte! —tomaría impulso suplicando para ser lo suficientemente hábil, y tener la suerte para que ninguna flecha le alcanzara.
Sería irónico que después de tanto sacrificio, acabase muriendo como la misma Diosa a manos de los terribles cazadores. Deseaba protegerlos a todos, socorrerles y que nadie más permaneciese herido, a sabiendas de que ese deseo era prácticamente imposible.
¿De qué valía entonces todas sus habilidades, si no podía hacer lo que realmente deseaba? ¿Tenía los medios para combatirlos? ¿Qué clase de elegida era, que estaba permitiendo que los suyos cayesen, cuando ella no hacía más que correr?
¡¿Qué diablos se suponía que debía hacer?! ¿Contactar con Jeanette? ¿De qué serviría ahora cuando lo que primaba en esos instantes era otra cosa? Tampoco era capaz de mantener una maldita conexión.
Mientras galopaba valiéndose de los maderos para avanzar, pensaba que las Sombras estaban atacándoles de la peor y vil de las maneras. Si querían carne fresca para deleitarse con la sed de venganza, lo estaban consiguiendo.
¿Por qué ahora? ¿Este era el jaque al que Evans se refería?
Como si le hubiese invocado con sus pensamientos, la voz de un hombre al que reconocía perfectamente, se alzaría en uno de los perímetros accesibles en la más dolorosa de las penas.
Localizándole tras una de las pequeñas pendientes sorteando sus relieves, apreciaría la figura oscura del barman tambalearse en unas piernas, que le costaban armonizar sus pasos.
En su perfil, su coleta descendería en el arqueado de una espalda que finalmente, no podría sustentarse, ni tampoco ponerse en pie. Aquello le haría perder a la Receptora su ubicación desde una distancia, que dadas las circunstancias, le iba a ser remota.
—¡Evans! —Madeleine le nombraría desesperadamente, precipitándose en un correteo donde vería su cabeza peligrar.
El silbido temerario de las flechas, seguirían con una canción maquiavélica sin poner paz a una noche desastrosa.
—¡Evans! ¡¡Evans!! ¡¿Dónde estás?! —expresaría con una voz completamente desesperada.
Anteponiéndose delante de uno de los cipreses a tiempo, se alegraría para el mal infortunado del pobre árbol, que uno de tantos proyectiles hubiese sido interceptado por su madera, y le hubiese servido de un buen escudo.
También conseguiría que el miedo la inmovilizara, tomándose unos segundos para contener una respiración que se desataba sin control. Que hiperventilara, haría que perdiese la poca calma que pretendía atesorar.
—¡Respóndeme, joder! ¡Sé que estás ahí! —sollozaría agobiada, esperando que él pudiese escucharla donde quiera que se encontrase.
Que los gritos lejanos no dejasen de verberar, le causaba una agonía mortal en la que no podía más. El pánico hacía incluso imposible un ensamble mental con el otro Receptor, a pesar de tener la facción más desarrollada.
—¡Aaaag! ¡Mierda! ¡Maldita flecha...del demonio! —le oiría quejarse a un par de metros de distancia.
Soltando un resople en el que tomaría fuerzas, Madeleine trotaría de nuevo hasta la ubicación que veía más oportuna. Conseguiría finalmente en la visión borrosa por su desesperación, advertir su contorno en el reflejo blanco de la luna, y en los retazos níveos del terreno.
Sin ser capaz de levantarse, comprobaría a medida que se acercaba, que Evans se arrastraba tratando de erguirse sin mucho acierto. Por la forma en la que sus manos iban a parar hacia su tobillo, ella intuía que le había dado en el pie.
—¡Evans! —se tiraría al suelo poniéndose delante, apoyando sus manos contra un pecho que latía con furia.
Sin saber si aquella imagen era producto de sus delirios agonizantes, él la miraría estampando sus dedos en una caricia en la que no tendría fuerzas.
—¡¿Dónde te han dado?! —soslayaría su cuerpo advirtiendo el granate vistiendo sus extremidades inferiores.
Después, contemplaría todos los posibles recovecos, teniendo el incentivo de arrastrarle hasta algún punto que cubriese a ambos. Evans no sería capaz de mediar palabra por el tremendo suplicio que estaba sintiendo.
La de pelo rosáceo percibiría en los halos de luz, que su semblante se empalidecía, convulsionando ese horror de sentirse completamente indefenso.
—Vamos, ¡vamos! —trataría de animarle a como diese lugar—. Apóyate en mí. Tú puedes. ¡Tú puedes, Evans! —le alentaría incesante a que persistiese.
A pesar de que el miedo les invadiera, quería hacerle olvidar el asqueroso runrún aniquilando cada centímetro del maldito bosque. Una de ellas rumiaría a una altura baja generándoles un sobresalto.
Viendo que la fortaleza en la Receptora era más latente que la adversidad, Evans decidía que, aunque se retorciese en aquella tortura, continuaría el maldito trecho hasta un lugar seguro, solo para ponerla a salvo.
Tomándola por los hombros, le haría ver que concebiría el intento de ponerse de pie, y que le tuviese paciencia. Con un gran esfuerzo por su parte, se erguirían entre gruñidos malsonantes odiando a un linaje, que desde tiempos innombrables, mantenían abierta una discordia sanguinaria.
Usándola como apoyo una vez en alto, pasaría su brazo por encima de sus escápulas, consiguiendo danzar un par de pasos en su cojeo.
A lo lejos, visualizarían unas rocas que podrían ocultarles concediéndoles el favor.
Girándose, tratando de adivinar desde dónde se estaba produciendo el ataque, el barman comprobaría que una de las flechas emergentes, iría a dar de lleno en la espalda de su protegida. Sin previo aviso, Evans actuaría con rapidez sin pensarlo dos veces.
—¡Madeleine, cuidado! —empujándola a tiempo hacia el suelo, ella iría cayendo bajo una capa de hojarasca helada en la que su peso, llegaría a amortiguarse sin sentir dolor.
El placaje contra una superficie musgosa en un retroceso lento, haría que sus cabellos rubios se esparciesen en la nieve generando surcos en su manto blanquecino. Se seguirían levantando justo después, por el impulso de otro cuerpo que se le echaría encima, en un movimiento tan inesperado, como precipitado.
La leve escarcha arraigada a sus briznas herbáceas en suspensión, provocaría con su levante, que tosiera y parpadearan sus ojos. Notaría cómo todas y cada una de sus partículas habían llegado a irritarlos.
Sin saber con certeza que acababa de pasar, trataría de masajear sus pestañas a la desesperada, queriendo desentenderse de una molestia, que venía en el peor momento.
Percibiendo el calor de otro torso entregarse al suyo, llegaría a soslayar por encima de una visión desenfocada, que tras la gorra de Evans, esa flecha que llevaba su nombre, había terminado clavándose desafortunadamente en uno de sus costados.
La hilera de sangre desperdigada en sus límites, sería provocada por la asquerosa punta de metal, derrochando un flujo siniestro que comenzaría a empapar sus ropas sin control.
Carraspeando por el gusto ferroso en su paladar, el de cabellos castaños llegaría también a embadurnar el jersey de la otra Receptora, por un plasma saliente de unos labios, en los que también boquearían saliva.
Madeleine percibiría la respiración de Evans pausada, sin ánimo de remontar.
Su cabeza de mechones alborotados después de ligeros cabeceos, terminarían encontrando asilo en otro pecho palpitante, a una velocidad vertiginosa. Sus ojos rojos acabarían entornándose, y la oscuridad sucumbía lentamente a sus pupilas, para el horror de una joven que comenzaría a desgañitarse.
—Evans...Evans... ¡No! ¡Por favor, no! No...No...¡¡EVANS!! ¡EVANS!! —traquearía su cuerpo con delicadeza, tratando de no pronunciar una herida que había destrozado su piel.
No importaría cuantos gritos implorantes le pidiesen que reaccionara. Evans seguiría sin dar señales con una mirada perdida enterrada en lágrimas.
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¡Uf! La situación pinta bastante mal... 😣😣😣
-> ¡¡¿Y ahora qué?!! 😱 ¡¿Qué esperáis que suceda? 🙊💥
-> ¿Os imaginabais este giro de los acontecimientos? 💢 Desde luego que a nuestros niños les ha pillado totalmente por sorpresa 🏹¿Habrá más heridos? 💔¿Quiénes? 😥
-> Nos vemos en el capítulo 60 con la continuación...
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