Capítulo 61 (parte 1): Bajo reserva

Las maravillas de un bosque lleno de bifurcaciones y caminos enterrados en escombros, hicieron que los primeros días después del inicio de aquella aventura, constituyeran uno de los obstáculos más difíciles de superar. 

Habiendo subestimado las dotes de Jeanette, agradecían que un material que creían que no iban a necesitar, resultaría de tremenda utilidad para marcar y sortear los laberínticos muros que componía su idéntica arboleda. 

Tampoco fue fácil, cuando dejando atrás la familia de cipreses y nogales, vieron sus ánimos truncados al avistar unos barrancos precipitándoles ante una inmensidad, que les obligaban a dar media vuelta. 

Los senderos por los que tenían que descender, borraban todo rastro de la arena fina para imponerse una tierra lechosa con tiznes níveos.

Gracias a los arroyos que encontraban semienterrados por un pasto endeble, rellenaban unos recipientes que se vaciaban con más frecuencia de lo que les hubiese gustado. 

Las fuerzas decaían con el paso de la semana, agravándose con la falta de sueño y un lugar donde yacer apropiadamente sus cuerpos entumecidos. 

En la exigencia de avanzar todo lo que podían, comprendían que por mucha organización que dispusiesen, se estaban quedando sin víveres para subsistir ante lo desconocido. 

El frío aniquilando sus extremidades en cada maldito paseo, no remitía en el ejercicio constante de unas anatomías forzadas a seguir luchando. 

La impotencia de no ver progresos, más la ignorancia de no saber a qué atenerse, terminaban de ser todos esos ingredientes perfectos para avivar una chispa, que incendiaba el más mínimo comentario. A más de uno se le había pasado por la cabeza abandonar. 

Sin embargo, era más cauto seguir hacia adelante, que enfrentarse solos a una vuelta sin recursos. Madeleine era una de esas que no se lo habrían tenido en cuenta. Jeanette continuaba sin darles unas explicaciones que, como mínimo, necesitaban saber para tener un pequeño incentivo.

Las esperanzas parecían resurgir, cuando el mismo río sepultado que habían dejado atrás, reaparecía ante sus ojos con un caudal más voluminoso. 

Ensanchándose en una cavidad generosa, haría también de cordón fronterizo suponiéndoles otro reto sumándose a una interminable lista. 

Descubrirían que en el nuevo terreno tras unas aguas que debían esquivar, se erigían endebles unas edificaciones ruinosas muestras de un asentamiento muy antiguo. 

Mientras que otros aguzaban la vista tratando de identificar su funcionalidad, la mirada de Jeanette se desviaba buscando tal vez algún tablón con el que pudiesen subsanar el inconveniente. 

Encontrando en un costado marginal un dique inutilizado a base de piedras, entendía, que aunque algunas se hubiesen desfragmentado, les valdría para no tener que enfrentarse a un salto que les podrían acarrear un accidente. 

Dejándoles emocionados con una imagen que no fuese árboles, polvo y escarcha, se apartaría del grupo dirigiéndose por su cuenta al conglomerado que les serviría de pasarela. 

Entendiendo sus pretensiones, Evans sería el primero en darse cuenta de cuál sería el próximo objetivo. Persiguiéndola sin rechistar, los otros irían haciendo lo mismo entre murmullos, presentándose instintivamente en una cola irregular. 

Atenderían por un razonamiento lógico, que lo mejor era esperar a que cada uno lo atravesara, salvando lo poco que quedaba de aquellos sedimentos vetustos.

Lo que más atención recibiría sería un establo desmantelado, que a pesar del tiempo apolillando su madera y la suciedad consumiendo sus entrañas, seguiría manteniéndose perenne en unos cimientos, cuyo tejado hundido, había conservado su triste contorno triangular. 

A falta de puertas, examinarían los compartimentos medio derruidos en los que habrían descansado esos corceles, con la fortuna de albergar los matices de la época. 

Permanecido en el anonimato durante el paso de los siglos, repararían también en unos silos dónde habrían conservado el forraje de los animales, y unos granos que habrían constituido una alimentación a base de sus propios cultivos. 

Dando un rodeo en el que desvelaban sus secretos, muchos se percatarían de que en la cuadra, yacía una caja de herramientas en la que destacaban unas propias de labranza. 

También coexistirían entre los fantasmas del pasado, una caseta decrépita en la que seguramente habrían pernoctado, suavizando los estragos de la climatología. 

Haciendo mella en un círculo concéntrico, no pasarían inadvertidos la quemazón de una tierra, que sin haber sido cubierta en su totalidad por el manto níveo, imaginaban por los restos centenarios de las ascuas, que allí se habrían hecho múltiples hogueras. 

A su alrededor, quedaría constancia de unos troncos densos, que si bien entendían, habrían sido usados como los más aceptables asientos. 

Queriendo conocer el por qué la molestia de edificar precisamente allí, Jeanette proseguiría el camino topándose con una elevación de unos campos, que les ocultaba las vistas de una nueva etapa.

Generando en su ascenso un alto en la empinada colina, la Sabia resoplaría presenciando las vistas lejanas de una puesta de sol completamente magnética. 

Los haces anaranjados proyectados en un horizonte difuminado, degradarían el algodón de unas nubes que perdían su blanco inmaculado. 

Esbozando una sonrisa enterrada en sus cabellos rubios vapuleados por el viento, esperaría a que sus compañeros tuviesen el brío de alcanzarla, para capturar la misma panorámica que abordaban sus ojos lavandas. 

Agradeciendo que la cabecilla del grupo hubiese detenido sus pasos, se escucharían resoples de alivio en los que prácticamente, no sentían sus pies. 

Sus extremidades inferiores eran otras que notando su sangre en efervescencia, les hacía avivar los estímulos hormigueantes bajo su piel. Madeleine le acompañaría a cruzar la línea de meta, aposentándose en costado derecho de la guitarrista.

Contemplando su perfil en unos rayos que le darían de lleno, se percataba de que Jeanette no imponía tanto con un maquillaje que le había abandonado por completo. 

Lo único que quedaba de él, era el esmalte de uñas berenjena perdido, sin llegar a cubrir la cutícula de sus uñas. 

Lydia era otra que habiendo descuidado la colorimetría parda de sus labios, dejaría entrever que el volumen de sus cejas perfectas mermaba, mostrando a cambio las suyas finas al natural. 

Hacía gracia que en total oposición, Axel hubiese llevado consigo todos sus cosméticos, como si le fuera la vida en ello. Madi solo recordaba haberle visto sin él en contadas ocasiones. 

Dejando su reflexión, la Receptora se percataría de que la morena de rasgos afroamericanos, sería la segunda en alcanzarles. 

No pasarían más que un par de segundos, para que Evans y el resto se les reunieran entre resoplidos extenuantes. Como no podía ser de otra manera, el del estilo punk sería el primero que abría la boca.

—¡Hostias! ¡¡¿Eso qué es?!! —bajando la ladera en cuya cima aposentaban sus pies, distinguirían una inmensa muralla de tablones descompuestos por las décadas. 

Aguantando en sus vetas de hoyos hundidos, se sostendrían por unos clavos gruesos oxidados taladrando sus listones. Conformando una hilera consecutiva de leños enterrados en la tierra, apreciarían que en su diagonal, coexistían otros semejantes componiendo una valla gigantesca en su gran circunferencia. 

El cercado, más propio para delimitar el espacio de las reses, no llegaría a alcanzar los dos metros de altura. Eso les permitiría ver el conjunto de mástiles arborescentes, cuyas sinuosidades, les invitaban a ser su próximo encuentro. 

Hacerse paso libre no iba a ser tan complicado. Menos si contaban con las herramientas de carpintería que la bendita de Jeani portaba consigo. 

Comprendían ahora que la valla les habría llevado tiempo construirla, y por ello, la necesidad ingeniosa de acondicionar sus recursos.

—Es una manera muy inteligente de acotar un territorio maldito por brujería.

Jeanette se mofaría de la ignorancia de los Comunes, al creer que aquellos límites mantendrían a raya a una civilización, que habían abandonado tras el suceso de los lobos. 

Apreciando la fronda de sus copas en la lejanía, a Madeleine se le dibujaría una sonrisa al advertir los troncos retorcidos de unos árboles, que ya había visto en sus sueños. 

Ver los galaucos en la vida real, le hacía pellizcarle el estómago de una manera extraña, sin llegar a ser desagradable. 

Acoplándose a su lado, Marvin advertiría su cambio de humor sin llegar a entender el verdadero por qué. 

Empinándose por encima de sus compañeros, Lydia trataría de ver a qué se debía tanta expectación. Percatándose de que le sería imposible por sus propios medios, Chester tuvo la amabilidad de hacerse a un lado cediéndole su puesto, sin que ella llegara a agradecérselo.

—¿Hemos llegado? —Gina abría su boca sorprendida, mostrando el metal alineando sus dientes.

—Eso parece, Gin —Luca le sonreiría dándole ánimos, al saber que no lo estaba pasando muy bien.

—Creo que voy a llorar —Paolo expresaría un sentimiento más que unánime en sus compañeros.

—Jajajaja, pues nada. Al menos ya sabemos que vamos por buen camino —Liam les reconfortaría.

—Acamparemos esta noche aquí y mañana a primera hora trataremos de forzar la entrada —Jeanette se daría media vuelta, camino de una dirección donde el terreno conseguía allanarse. 

El atardecer iba muriendo en el cielo, y había que atesorar las escasas horas de luz para hacer lo mínimo. 

—Montad las tiendas de campaña y revisad bien lo que nos queda —les ordenaría levantando más de un quejido pesaroso—. Madeleine, Serena, venid conmigo a encontrar leña. La vamos a necesitar para encender un fuego. Chester —que le nombrara, hacía que el batería alzase la cabeza por encima de unos compañeros, que también tornaban sobre sus pasos. Al mirarla, objetaba que Jeani le hacía un ligero toque con la cabeza, —ven con nosotras. Vamos a necesitar ayuda para llevar los troncos más pesados.

Marvin adquiriría un gesto inconcluso, llamándole la atención del por qué llamarle precisamente a él. Lanzando una mirada hacia Liam, el moreno de cabellos azabaches le respondería con una mueca similar. 

Sabiendo que hacerle enfadar era una mala idea, Chester accedería a seguirles.

—Pensé que no éramos unas inútiles, y que podíamos valernos por nosotras mismas.

La pelirroja pretendía devolverle a la Sabia el zasca con el que la había marcado la primera noche. Si lo que buscaba era ganar en una pelea irrisoria, tenía las de perder incluso antes de abrir la boca.

—Nadie te ha pedido tu opinión —poniéndose en marcha, Jeanette no se cortaría a la hora de replicarle de malas maneras. 

Tampoco le importaba los roces que su desagravio podría infligir después, cuando era la propia pelirroja la que le buscaba las cosquillas. Lydia le respondería con un mohín receloso, soltando un gruñido contundente acentuando su berrinche infantil. 

Gina la observaría condescendiente, diciéndole que aprendiera de sus errores. Era mejor permanecer callada si lo que intentaba, era levantar unos infiernos completamente innecesarios. Mismo sentimiento expresado en las facciones mudas del italiano, incómodo por las continuas desavenencias entre unos y otros. 

En cambio, Axel no podía aguantar una risa en la que arrastraba a Paolo por su carcajada contagiosa. 

La Sabia nunca había sido muy adepta a la animadora. Sin embargo, Madeleine repararía en que Jeanette estaba siendo especialmente agresiva con Lydia desde poco tiempo atrás. 

Que la rubia de reflejos lilas en el pelo no quisiera contarle nada, hacía que se revolviese en sí misma por una inseguridad fácilmente enmendable.

—¿No vais a necesitar más ayuda? —Marvin interpelaría a la Sabia antes de consiguieran adelantarse.

—No, Marvin. No te he llamado. Pensé que no eras sordo —pasaría por delante de él, dejándole como un monigote apalancado en el suelo, que no merecía ni un simple vistazo. 

Él chasquearía la lengua molestándole soberanamente su actitud penosa. 

Chester miraría a su mejor amigo resoplando, dándose cuenta de que su compañera de piso estaba más irascible que de costumbre. Todos estaban exhaustos sin que ella fuese una excepción. Jeani era al fin y al cabo la que les comandaba hasta dónde parar. 

También de una manera u otra en la que recaía mayor responsabilidad, entendiéndose que su humor de perros se agravase si no estaba viendo los resultados que esperaba. 

Madi le ofrecía una sonrisa ladeada simple al guitarrista exculpándola, antes de que los cuatro se disgregasen dejando el grupo atrás.

Haciéndose paso en una maleza más densa que los terrenos del comienzo, Jeani esquivaría algunos arbustos afincados en su verde espolvoreado de blanco, evitando enzarzarse con algunas de sus punzantes ramas. 

El nivel descendía y con él, la fragancia intensa de una hojarasca fresca que se fundía con su humedad. Concentrándose en los sonidos, apreciarían de fondo el runrún cascado de unas aguas fluyentes a su alrededor. 

Con el máximo cuidado de no resbalar, el resto soslayaría la tierra pigmentada de motas, en busca de algún tronco alicaído que les pudiese valer. 

Entre tanto matorral escarpado de diversa naturaleza, Serena sería una de las que descubrirían algunos hongos terrosos de sombrillas graciosamente inclinadas, brotando en la superficie por sus gruesos tallos. No llegaría a preguntarse si podrían ser comestibles ahorrándoles algún que otro tentempié. 

Las pisadas chasqueantes de la Sabia sonoras bajo sus suelas gruesas, la desconcentraría del verdadero propósito por el que se encontraban husmeando en sus rincones. 

Posicionándoles de espaldas, vería que Jeanette continuaba su andadura un par de zancadas por delante, hasta que sin previo aviso, se paraba en seco sin encontrar ninguna novedad aparente por la que detenerse. 

Girándose de cara hacia los otros tres, Serena sería la única que percibiría que se descolgaba una de las asas de su saco, mostrando en su rostro un hartazgo mucho más notorio que el de antes. 

Madeleine proseguía despreocupada con su búsqueda y Chester contemplaba la escasa arboleda que cubría sus cabezas, maravillándose con cada nuevo hallazgo.

—Se acabó la función —Jeanette empelaría un tono tosco, provocando que los otros se mirasen perplejos sin entender nada—. Es hora de mostrar las verdaderas caras.

Madeleine arquearía sus cejas, no gustándole nada un comportamiento tan enrevesadamente hostil. Si el rostro de la de pelo rosáceo era un auténtico poema, el de Chester se quedaría tan pasmado como otro de semblante moreno.

—¿Qué significa eso? —en el tono de Serena se distinguiría un vacile que recompondría. 

Haciéndole frente al problema, avanzaría el pequeño trecho acotando esa distancia entre sus acompañantes.

—Significa que en este baile, algunos de nosotros van a dejar de llevar máscara —Jeani le alegaría cortante, metiendo la mano en la holgura de una bolsa en la que empezaría a escarbar. 

Sin apartarle sus ojos lavandas implacables, otearía a uno y a otro como si esperara que quisieran escapar a la mínima de cambio. 

La cara de circunstancia de los otros sustentándose en pensamientos incongruentes, era digna de admirar. 

Parecía que la Sabia había encontrado lo que buscaba, cuando tras la tela rígida sacaba un par de bolsitas, siendo una de las dos, la que Madi reconocería. 

Lanzándolo con desgana en un movimiento arrebatado, Jeani se desharía de su saco dejando que encontrara asilo en el terreno grumoso. El sonido hueco por el golpe, se vería amortiguado por la grandiosidad del césped natural. 

En la palma de su mano apresaría los dos pequeños costales, cerrados por una cuerda remendada en sus tejidos. El de cabellos anaranjados trataría de descifrar qué ocultaba, mientras que Serena le negaba sin saber a qué atenerse.

—No entiendo que... —Jeani no permitiría que Chester esbozase una palabra más allá de sus dudas.

—Eres un Cambiante, ¿no? —se le acercaría con la cabeza bien alta, sacando de uno de los saquitos una roca gris de aspecto sencillo, que podría haber sido perfectamente una recogida durante el camino—. Trata de fundirte con ella —se la tendería estirado su brazo en una línea recta, esperando que el batería la tomara por el otro extremo, sin tener que llegar a rozarle. 

Admirando los detalles de un guijarro a falta de interés, Serena abriría sus ojos alimonados creyendo ver una alucinación.

—Pero... ¡pero si es...! —la señalaría acercándose, tomándola en lugar de Chester verificando sus sospechas. 

Que cada cual impusiese su libre albedrío, cuando estaba siendo directa con sus intenciones, haría que Jeanette gruñese sonoramente. 

De buena gana se la habría arrebatado, de no ser porque eso supondría mantener un contacto que repudiaba. 

Ajena a sus instintos, Serena comprobaría que en sus palmas achocolatadas, efectivamente, a pesar de tener una apariencia mustia, aquella piedra era especial y de su pertenencia. 

Agarrándola con los dedos, la alzaría buscando que en ella impactasen los últimos reflejos de sol en su gris insulso. Solo hizo falta una leve caricia para que su sobriedad mutara, dándole esa vida que le faltaba. 

Junto con la mirada verdosa de Chester, Madeleine admiraría en primer plano un encanto que ponía en palabras, el por qué aquel sedimento representaba tan bien a los Cambiantes. 

Por su parte, el de cabellos anaranjados caía en que sin lugar a dudas, lo que lo que Serena tenía entre sus manos era la famosa Halatura Menfis

—¿Dónde estaba? ¡¿Cómo la has encontrado?! —la Revitalizadora bajaría su brazo dirigiéndose a Jeanette en una postura mucho más decisiva. 

Vigilante con qué excusa les deleitaría, Madeleine adivinaría acertadamente que tampoco se iba a molestar en darles explicaciones.

—Lo sabemos. Es un milagro —jugaría con la ironía de la misma manera, que lo haría con los pliegues diminutos del otro saquito en su posesión. —¿Serías tan amable de cedérsela a tu novio si no es mucho pedir? 

Serena emitiría un bufido que se alargaría, extenuándole que la simpatía de Jeanette estuviese tan ausente, como sus ganas de seguir escuchándola. 

Sabiendo que acabarían antes si terminaba accediendo, tomaría la mano de Chester y se la pondría encima entre resoplidos. Él generaría una sonrisa disconforme, en la que llegaría a rascarse nervioso la frente. 

—Gracias —Jeani le diría mordaz.

—¿Qué es lo que pretendes con todo esto, Jeanette? —la Receptora saldría en defensa de los otros.

—No intervengas, Madeleine —le advertía tajante.

—Tenías que haberlo pensado mejor, antes de haberme invitado a recoger cuatro ramas de mala muerte —no le importaría replicarle a sabiendas que la paciencia de Jeani estaba a menos cien. 

¿Qué diantres le había pasado, como para comportarse de una manera tan déspota?

—No me pidas a la próxima entonces que te sea sincera —le daría donde más le dolía.

—¡No me estoy enterando de nada y estoy empezando a hartarme! —Serena sacaría las agallas. —¿Qué maldito bicho te ha picado, Jeanette? —le regresaría el dardo envenenado, bajo la atenta mirada ambigua de un batería completamente estoico. 

Sus represalias más que fundamentadas, harían que la Sabia le lanzase a la morena en el aire la otra bolsita de aspecto rojizo con diferentes texturas. Hábil en sus buenas dotes de animadora, supo tomarlo al vuelo sin que se le resbalara. Madi le negaría.

—Has tenido todo este tiempo para recapacitar —Jeani se centraría en Chester en el mismo momento en el que la Revitalizadora abría el contenido de lo que recogía entre sus manos—. Como no lo has hecho, tu tiempo se ha terminado y es hora de que muestres tus cartas —sus palabras sonaban a una intimidación amarga en toda regla. 

Madeleine permanecería callada y no por falta de ganas. Temía seriamente que la locura del viaje le hubiese afectado de más, y Jeanette estuviera confundiéndose en sus alucinaciones. 

Sabía que tenía un carácter imposible. Pero jamás se había comportado así. Tampoco olvidaría que ella misma le había dejado caer, que no se fiaba de ninguno de sus compañeros. 

Chester se quedaría paralizado, entendiendo que estaba contra la espada y la pared en una emboscada de la que no podía salir. 

Olvidándose de la curiosidad por ver qué encontraría en aquellos plisados pasados por el tiempo, Serena no tardaría en defenderle, posicionándose delante de un joven por el que daría la vida.

—¡Estás completamente loca! —extendía sus brazos al máximo—. ¿Qué diablos se supone que estás insinuando? No voy a permitir que le taches de traidor, ni...

Chester posicionaría una mano sobre su hombro, tratando de aplacar un enfado que iría en aumento. 

Al sentir su cálido tacto, Serena callaría admirando sus ojos verdes, pidiéndole que aunque adoraba que le defendiera, no era el mejor momento para empeorarlo. 

Jeani insuflaría su nariz, gastando el escaso aguante que conservaba.

—Hoy no tengo la reserva de paciencia especialmente llena —todos se habían dado cuenta, siendo Madeleine la que veía que su actitud había ido empeorado desde el inicio. —¡Ahorraros las preguntas y haced de una jodida vez lo que os estoy pidiendo! ¡YA!

Tragando saliva por verla en un estado imposible, Serena reincidiría en el desliado de la cuerda con cierta dejadez. Desde que se sentía libre de ataduras, había empezado a odiar que le ordenaran todo ese tipo de cosas, que no se adecuaran a lo que le hacía sentirse bien. 

Concediéndole la estúpida petición, después de desenvolver el nudo de su cima, encontraría en ella unas esferas perfectas de tonalidad amelocotonada, que sin saber por qué, le traían viejas añoranzas. 

Diligente por acaparar una de esas muestras de insuperable belleza, Chester le apresaría la muñeca delicadamente, antes de que pudiese operar por su cuenta. 

Al objetar de primera mano el por qué de su detención, Serena notaría una bruma anaranjada naciente entre los mismos dedos donde sostenía la ofrenda

Apreciaría embelesada junto a sus otras compañeras, que él tenía la asombrosa capacidad de fundir sus extremidades con un pedrusco, que brillaba tan inmensamente como un ópalo iridiscente. 

El aura que irradiaba en su tul desdibujado, ganaría fuerza transformándose en un reflejo rotatorio como el de un cristal, fomentándose por la gracia de la luz perdiéndose en el ocaso. 

La Halatura había dejado de ser ese residuo desmejorado reinventándose así misma. 

Bajo el centelleo de sus rostros, se convertiría en un diamante de capas translúcidas, saludándoles en los aleteos de su vibración. 

Unas volutas aterciopeladas nacidas bajo la misma neblina azafranada, fluirían alrededor de su brazo navegando sobre su piel, como los veleros en sus calmadas orillas. 

La magia que Chester era capaz de invocar era tan viva, que daba la impresión de poder rozarla en su hermosa materialización. 

Sonriéndole a la joven de rasgos afroamericanos, él dejaría su muñeca libre, admirándola con un amor incondicional que traspasaba y seguiría traspasando las barreras del tiempo.

—No voy a permitir que sigas cometiendo el error de pincharte cada vez que las tienes delante.

Les enseñaría sus dientes separados, mordiéndose los labios por el encanto de una Serena, que seguiría sin comprender qué estaba pasando. 

Riéndose por lo terriblemente adorable que le parecía, el batería tomaría por banda su mejilla helada, y rozaría sus labios contra los de la Revitalizadora en una pasión sosegada. 

Serena continuaría desconociéndolo todo, importándole poco cuando su aliento se encontraba con otro que le hacía jadear. Hubiese continuado de no ser, porque aunque a Madi no le importaba, a Jeani le sacaba de quicio las empalagosas muestras de afecto. 

Separándose de la capitana, se centraría en la mirada mustia más pacífica de la Sabia

—¿Qué fue lo que me delató? —quería conocer en qué se basaría. Al igual que Serena, a Madeleine le estaba costando seguir el hilo de una conversación unilateral.

—Cuando te hiciste pasar por Liam, eras una copia exacta sin que se te notara ni una sola imperfección —Madi miraría a Serena en un gesto cómplice, que sería correspondido con unos ojos exaltados. 

¿Era eso a lo que Jeanette se refería cuando las dejó totalmente en ascuas? 

—La única explicación posible a eso, era que fueras ella. La única e inimitable Arcana de los Cambiantes. Dione —mientras que Chester le sonreía radiante, Madeleine abriría su boca perpleja quedando en la misma sintonía que la morena—. Por muy perfeccionada que alguien tenga la facción naranja, nunca, jamás de los jamases, podrá ser una imitación íntegramente completa.

Jeanette se voltearía quedándose en la Receptora, realizando un simple mohín a su dirección. 

Madeleine sería junto con Dione, la privilegiada de alcanzar esa proeza cuando fuera capaz de reunir todo su potencial. 

Queriendo conocer qué le depararía aquellas esferas, Serena inclinaba la vista sobre el saco sabiendo que en él, habitaban muchas de esas respuestas que deseaba contestar. Introduciendo sus dedos con cuidado, revolvería la bolsita esperando sacar una al azar. 

Mientras tanto, el foco de la Sabia se desviaría quedándose en los ojos verdes acuosos de Chester, ocultando los matices de los suyos originales. El fulgor de la Halatura fluyendo en el espacio, se encargaría de darle vida a una mirada en cuyos iris parecían bailar sus aguas. 

—Tu cuerpo te estaba dando indirectamente una pista que no supiste ver. ¿Nunca te llegaste a preguntar el por qué justo ese color? —Chester le sonreiría, encogiéndose de hombros al desconocerlo. 

El jadeo de Serena en forma de quejido, les haría pillarla con unos dedos en los que se recorrería un débil río de sangre. Sus labios manchados por un líquido rosáceo con sabor dulce a duraznos, les delataba que ya le había pegado una mordida a una de las bayas a medio camino. 

Por mucho cuidado que tuviese, era una costumbre protocolaria clavarse sus filamentos minúsculos. Saboreando los restos en su boca, contemplaría luego sus dedos perdiendo el enfoque de una realidad, en la que sus luceros dorados se estremecían.

—Son de la misma tonalidad que las aguas del lago de la Diosa —expresaría convencida, notando cómo en la garganta se le forjaba esa intención que le haría lagrimear. 

Alzando la cabeza, tornaría hacia Chester sin vacilación. 

—Fue en la gruta oculta bajo la cascada, donde me besaste por primera vez —él le regalaría una sonrisa abierta tan pletórica, como la misma luz del amanecer germinando en sus ojos.

—¿Cómo...? ¿Cómo es posible que Chester sea...? —Madi proseguía en un completo noqueo.

—¿El primer hombre Arcano? —Jeani completaría la frase por ella—. No es algo tan difícil, teniendo en cuenta que los Cambiantes forzaron su propia naturaleza, desvirtuándola hasta ser prácticamente irreconocible. No me sorprende que siendo ella, haya podido llevar cabo su deseo más profundo, sin la necesidad de que los luceros le concedan su beneplácito.

Madeleine admiraría a la pareja, captando en sus sonrisas cándidas mutuas un amor que se veía a simple vista. 

—Dione siempre ansió estar con Moira, sin que ambas pudiesen sentirse incómodas por las malas miras de los aldeanos —Jeani se les adelantaría a las preguntas de rigor—. Al cambiar de sexo, posiblemente sus vivencias se reiniciaron, quedándose como un Común a efecto de vínculos, y por ello, que no consiguiese reconocerse. A diferencia de ellos, Dione sí llegó a conservar algún que otro recuerdo vago —la Sabia se centraría de nuevo en Madeleine—. Si la teoría de tu querido primo se confirmaba, y Serena recordaba ser Moira tomando una baya, ¿por qué Chester no podía hacer lo mismo al fusionarse con su ofrenda? —todos caerían en un detalle que solo Jeanette había sabido ver. 

Recomponiéndose, ella soslayaría al grupo entendiendo que era hora de desertar. 

—Devolvédmelas. Las vamos a necesitar —estiraba su mano, permitiendo que ambos depositaran las reliquias, sin llegar a rozarla en un contacto directo. 

Dejando de ejercer su habilidad sobre ella, Chester le entregaría la Halatura sin pestañear. Serena haría lo mismo, sin que ninguno de los dos pusiera objeciones. Ambos sentirían además una sensación extraña, en la que esperaban que sus cuerpos llegaran a ensamblarse con su ser legítimo. 

Permaneciendo en silencio, Madi vería incluso cómo después de retomarlas, Jeanette usaba las mismas cuerdas de sus cimas, para enroscarlas en la hebilla de sus pantalones. 

—Desde ya os digo por vuestro bien que seáis discretos —su tono amenazante ya les daría razones suficientes para hacerlo—. No se os ocurra decirle nada al grupo. Por el momento, es preferible callar, ¿estoy siendo clara? —los tres se verían obligados a asentir casi sin respirar—. Perfecto. Ahora, perdeos. Necesito encontrar algún puto trozo de madera tranquila en mi necesitada soledad.

Chester y Serena se mirarían cómplices, tomándose de las manos sin ninguna protesta de por medio. Despidiéndose de sus compañeras sin más, se propondrían ahondar en el terreno dirección sur, en busca de algo palo que hacer sucumbir en la fogata. 

Madeleine no se lo pensaría mucho a la hora de imitarle en sus pasos, y continuar con la travesía. 

—Tú no —Jeani se atrevería a retenerla por la manga de su jersey, antes de que se le ocurriera distanciarse de más.

—¿Me puedes explicar qué ha sido eso? —se cruzaría de brazos, siendo previsora en su defensa.

—¿Algo que tarde o temprano tenía que pasar? —le respondería con una ironía remarcada.

—Podrías habérmelo dicho antes, Jeanette. ¿Por qué has esperado precisamente ahora para dárselas? Si ellos son capaces de recordar todo lo que sus essencias habían olvidado, ¿por qué entonces yo no podría hacer lo mismo con la pluma? —seguiría delirando por una revelación que le costaba asimilar. 

Jeanette se temía que empezase con un bombardeo de preguntas que no eran fáciles de contestar. 

—Tampoco entiendo las sospechas que tenías sobre él, si sabías perfectamente quién era. ¿Qué más cosas ocultas? Conoces quién es la Arcana Común, ¿verdad? ¿Es Lydia? No se me ha pasado por alto el desprecio que le tienes, ni tampoco lo jodidamente susceptible que estás. ¿Qué cojones te pasa, Jeanette?

—Y volvemos a olvidarnos de cómo respirar —vacilaría tamborileando el pie con su bota—. Cada día que pasa, más cerca estamos de encontrar al Dragón. Era el momento perfecto para hacerles recordar cómo usar sus poderes. Los vamos a necesitar si queremos ganar esta maldita guerra.

Madi se atrevería a protestar, siendo Jeani quien la cortaría. 

—No. Te recuerdo que no eres una essencia reencarnada, Madeleine. La pluma no te va a hacer un efecto que supuestamente debería haber actuado ya. Ni siquiera la hoja de tilalfa, que era la verdadera ofrenda de Alana, podría ayudarte. En cuanto a las sospechas, sigo manteniendo mis razones —Jeani permanecería muda, diciéndole que no esperaba alegarle el por qué. 

Madeleine se estaba cansando de no obtener nada por su parte. Entendía que era mejor aprovechar el tiempo en recoger alguna rama estúpida, y perderla de vista por el momento. 

Dándose la vuelta imponiendo la barrera de la distancia, escucharía a sus espaldas el gruñido desquiciado de Jeanette. 

—Lydia tiene sangre Cambiante, Madeleine —la dejaría completamente de piedra. —¿Era eso lo que querías saber? —por cómo la volvía a mirar, entendía que a la Receptora le estaba costando tragar saliva. 

Madi no sería capaz de generar un simple movimiento, quedándose en una retaguardia en la que impondría un leve trecho. La brisa en sus olores silvestres, les acariciaría sus fisionomías levantando los mechones más cortos de sus cabelleras. Impondría a la misma vez esa leve tregua disuasoria entre las dos. 

—¿Qué más quieres que te responda? ¿Lo que le pasó a Yuba y a mi hermano, tal vez?

Sabía de antemano que esa no era su mayor prioridad, y sin embargo, Madi intuía que la hermana de Rajú estaba implicada en un meollo en el que no conseguía ver la luz. 

—Como bien sabes, el inicio de toda esta historia comenzó con la odisea rocambolesca de tres hermanas hechiceras. Rajú. Yuba... —titubearía antes de pronunciar el nombre de la más pequeña —y Zenda.

Realizaría un suspiro hondo. 

—Después de que mi madre muriera en un juicio injusto, dejó a una niña de seis y a otro de siete años a manos de sus hermanas. Eran inteligentes como para saber que si querían sobrevivir, tendrían que separarse y encontrar un lugar en otras tierras que fueran bienvenidas. Te recuerdo que ambas se vetaron el poder Receptor como castigo por una muerte que les recaía en la conciencia. Lo que nunca llegarían a imaginar es que por separado, ambas encontrarían residencia en dos nuevas villas con habitantes de sus mismas peculiaridades. Rajú, por medio de la creación con sus propias manos, y la posterior aparición de los Comunes renegados. Yuba, por encontrarse con personas de sangre real huyendo de sus penitencias, justo a la inversa.

Intuyendo que interrumpirla era una mala idea, Madeleine aceptaría que continuase sin hacer una sola intervención. 

—Yuba no tenía tanto poder como Rajú, por lo que le era incapaz crear vida de la nada. A diferencia de Adesterna con sus Arcanas, Yuba ya contaba con personas reales, mostrándose en poco tiempo, además de por su sabiduría, como la máxima autoridad entre sus gentes. No encubría por tanto su identidad como había hecho Rajú con la Diosa. Su poder más desarrollado era el Cambiante, llamando la atención de sus semejantes por una habilidad, que en tierras contrarias, irónicamente, era el centro de mofas.

Jeani le desvelaría que dependiendo de la perspectiva, cada quién juzgaba a su manera como mejor le convenía. 

Los Cambiantes residentes en Adesterna, prefirieron acogerse al odio y a la envidia, en lugar de hacer prevalecer un poder que no tendría por qué ser inútil. 

—Un hombre de su misma naturaleza, empezó a cortejarla con halagos mostrando su gran interés en ella. Después de un largo tiempo viendo que el joven poseía buenas intenciones, Yuba caería rendida a sus pies formando una familia. Mi hermano estaría obligado en cierta medida cuidar de sus dos hijas. Haría que con el tiempo, él acabara enamorándose de la mayor, a pesar de la consanguinidad y los años de diferencia.

Resoplaría estrechando sus labios. 

—Yuba era la madre de Deila y Rynia, Madeleine —ella le respondería con unas muecas acongojadas, moviendo la cabeza en un balanceo en el que le refutaba.

—¿Lein quería acabar con su propia mujer? ¡¿Con la madre de sus hijas?! —se alteraría.

—Ese viejo zorro era muy astuto y también muy paciente. Sacaría a relucir sus verdaderas intenciones cuando ya era demasiado tarde para retractarse. Poseía una sed de venganza tan grande que le estaba consumiendo por dentro. Quería derrocar un sistema penoso en el que se les juzgaba injustamente por haber nacido diferente. La causa no era tan mala. Pero sí los medios para llevarla a cabo. Sabía por la grandeza de su poder, que Yuba era el punto principal donde partir, y que podría sonsacarle información sobre sus orígenes. Ella le confirmaría la existencia de más personas reales, cuyas habilidades venían desde el nacimiento justo como ambos. Yuba le hablaría del pueblo y de las personas que había conocido. Eso le hizo ver a Lein, que sus hijas podrían ser esa solución a la cárcel donde se sentía prisionero.

Madeleine le asentiría haciéndole ver, que aunque no hiciese alguna objeción, la estaba siguiendo en sus narraciones. 

—La carta de Duncan explicando lo mucho que repudiaba el sistema, interceptada por uno de la colonia y que iba a ser entregada a Yuba, fue tomada por su mano, valiéndose de la relación conyugal para ejercer su libre albedrío. La misiva fue el detonante para llevar a cabo su plan. Haciéndole insinuaciones sutiles vería, como cabía de esperar, que Yuba no estaba dispuesta a pelear por una batalla inquisitiva, que ya se había cobrado demasiadas vidas. Yuba prefería vivir en una oscuridad donde había encontrado esa paz que tanto deseaba. La malversación de Lein afloró, hasta el punto de odiarla por lo necia que la creía, jurando además que iba a pagar su ineptitud muy cara. Estaba claro que le haría el cobro con sus hijas y con su estúpido sobrino. Utilizando a Deila y Rynia, las llevaría a Adesterna a escondidas sin que Yuba se percatarse. Se valdría de la inquina de Duncan para que le ayudara a su causa, y ya de paso, restaurar el asqueroso sistema que les condenaba a ser unas sucias ratas de cloaca.

Jeanette mojaría sus labios generando una leve pausa. 

—Por investigaciones propias y por las conversaciones en El paso del ave, Lein terminó descubriendo que aunque Duncan era un Cambiante como él, ambos se diferenciaban porque su poder no era de una cuna natural. Tanto sus aliados, como el resto de campesinos de aquellas tierras llena de magia, eran simples creaciones sin validez. Las consideraba tan vacías, que estaba convencido de hacerlas desaparecer con un simple chasquido. Eso le hizo subirse los humos de la arrogancia y darse más importancia. Llegaría incluso a manipularles, solo para que Duncan y su tropa de mala muerte le ayudase a deshacerse de Yuba. Él solo no podía contra ella. Sus gentes la seguían en sus ideales pacifistas, sintiéndose orgullosos de su matriarca. Tampoco le molestaría devolverle el favor a Duncan con eliminar a unas Arcanas, que parecían estar cortadas por el mismo patrón de benevolencia inútil que su mujer. Al fin y al cabo, ellas eran ese problema que mantenía a otros ciegos, ajusticiándolos con la ineptitud. Fue así como en los meses anteriores a la celebración, Lein acudió varias veces con las niñas a la taberna, concretando una confabulación llena de progresos. Le agradaría aún más, que algunos Cambiantes rebeldes encontrados en el camino, desearan sumarse a una causa bochornosa.

Madi se horrorizaría con las nuevas revelaciones, intuyendo que a cada acontecimiento que pasaba, menos mejoraría la situación. 

—Pero las desgracias no acaban aquí. Fascinándole la jerarquía que imponía Adesterna con aquellas mujeres, así como la posibilidad de acceder a un poder superior, ya que él era varón y no podría contemplar esa competencia, Lein reconsideraría en silencio otros nuevos planes a largo plazo. Después de que conociesen la fórmula definitiva, pensaría obligar a Deila a que bebiese el potingue con el ánimo de seguir manipulando a su hija. 

Madeleine se llevaría las manos a la cara, costándole encajar lo retorcidas que eran algunas mentes. 

¿Cómo podría poseer tal crueldad? ¿Y contra su propia hija? 

—Entendía que si su poder Cambiante era procreado desde una cuna biológica, y no por ningún ente superior como la Diosa, cabía la posibilidad de que al ser original pudiese incrementarse y evolucionar. En sus tristes pensamientos, Deila sería una de las líderes en ese nuevo mundo del que Duncan tanto hablaba. Su determinación no era otra que superar con creces el poder de Dione.

La Receptora encajaría sus dientes sintiendo una rabia inhumana. 

—Duncan no era ningún ingenuo. Nunca hubiese permitido que Lein se hubiese llevado el preparado a ningún sitio. Aprovechando los estragos de un vino asqueroso, y que las facultades flaqueaban frente al falso amiguismo, arrebataría una porción del brebaje sabiendo que sería letal, al no estar aún desarrollada. Eso fue lo que mató a Yuba.

La del pelo rosáceo ejecutaría un chasquido de lengua recurriendo a la impotencia. 

—También la razón por la que Lein seguiría llevándose a las niñas consigo, sin que nadie se lo impidiera, o se hiciera preguntas del por qué esos viajes insustanciales. Ya no tendría que darle más excusas a su mujer con unas escapadas que no tenían sentido. Para Rynia tenía otros planes. Pero para empezar, evitaría que se fuera de la lengua si la dejaba sola. Lein la amenaza con hacerle algo horrible a Deila si se atrevía a hablar. Mismo chantaje emocional con el que manipularía a la hermana mayor. Amedrentarlas con la violencia, era algo que se le daba muy bien. Aquellas consecuencias fueron nefastas. Deila había puesto todas sus esperanzas en los luceros confiando en la palabra de Lúa. Veía que las semanas pasaban y que su petición seguía sin cumplirse. No llegaría a comprender que no era algo inmediato, y que lo normal era esperar como mínimo unos cuantos años. Viendo lo que su padre era capaz y de cuáles eran sus pretensiones, Deila no pudo soportarlo y acabaría haciendo lo inevitable.

A pesar de su fortaleza, en este punto a Jeani le costaba seguir. 

—Se sacrificó tomando las proporciones del elixir mal a propósito.

Madi se asombraría para mal. La desesperación que la niña tuvo de sentir, debió ser enorme como para recurrir a un medio como ese. 

—Aunque aquel plan desbarataba los entresijos de Lein, su muerte le ayudaría a alimentar los infiernos de mi hermano. Engatusándole con sus buenas artes en manipulación, le dijo que aquel elixir era un obsequio de unas hechiceras del norte refiriéndose a las Arcanas. Le dejaría caer que casualmente y por desgracia, había descubierto tarde que esa era la misma causa por la que su tía había fallecido. Creyéndolo sin ver de lejos la falsedad de sus palabras, mi hermano emprendió su venganza hacia las Arcanas sin poner ni un solo momento la palabra de Lein en duda. Sin nadie que pudiese encauzarle por el buen camino, ni poner razón a su locura, fue como Lein consiguió que en la noche de la dichosa celebración, acabase con mi hermano en sus filas y más de los suyos queriendo dar muerte a las nuestras. Todos querían venganza por su máxima representante y la niña. Después del caos en el que Alana borrara sus memorias y la falsa paz se restableciera, cuando los recuerdos volvieron a ellos y los Cambiantes fueron repudiados, Duncan se casó con una de las cuatro hermanas de Dione y Lein hizo lo mismo. Solo para salvaguardar un poder enteramente Cambiante y que sus esfuerzos no se vieran mermados. Al ser el poder dominante y no recesivo, mantendría el equilibro en su linaje de generación en generación, salvaguardándose las espaldas.

—¿Tu hermano nunca se dio cuenta del engaño? ¡Era un Sabio, Jeanette! Podría haberse molestado en contrarrestar la información solo por el beneficio de la duda.

—Lein era muy perspicaz. Una mente controladora capaz de hacerte titubear en algo de lo que nunca dudarías. No me sorprendería si descubrimos que, al fin y al cabo, es él el que está detrás de las Sombras, haciéndose pasar por quien no es. Siempre se creyó un ser superior, que no le costó convencer a cualquiera para que realizase la orden que le apeteciese. Quitarse a Duncan de en medio, no debería de haberle sido tan complicado. Al fin y al cabo, todos rechazan un líder débil.

Madi masajearía su frente, poniéndole cara al fin a uno de sus mayores enemigos. 

—Tampoco descarto que sean las propias Sombras, las que tengan retenida a Lúa en contra de su voluntad.

La Receptora no habría contemplado esa opción hasta el momento, creyéndola completamente factible. 

Si Lein albergaba un gran ingenio y los Comunes poseían un enorme desconocimiento sobre la otra realidad, eran factores más que favorables para haber hecho de ella una inocente rehén. 

—En cuanto a mi hermano —Jeanette continuaría relatando —tengo muy vagos recuerdos y tampoco es que fueran de los mejores. En lo único que se preocupaba era en mantener algún dulce siempre en los bolsillos, y mi madre le regañaba porque le costaba compartirlos —generaría un alto con desgana—. Lydia es la reencarnación de Rynia, Madeleine.

La otra abría sus ojos como platos. 

—Solo que ella no lo sabe —alzaría sus cejas dándole otra connotación.

—Esto es...es demasiado, Jeanette —trataría de procesarlo todo—. ¿Cómo que no lo sabe?

—El contacto que mantuve con ella no fue lo suficiente. Hay muchas cosas que sigo desconociendo. Lo que sí sé es que a pesar de tener sangre Cambiante es como si su poder permaneciese...inactivo. Es como si no funcionase —no sabría adjudicar un veredicto exacto.

—¿Eso quiere decir que no es peligrosa? ¿Crees que Lydia puede tener un hechizo encima?

—No te adelantes a los acontecimientos, y tampoco des nada por sentado.

—Un momento —objetaría—. Si Yuba era la madre de Rynia, ¿eso quiere decir que Lydia y tú sois...?

—Atrévete a decir lo que estás pensando, y te juro por lo que más quieras que te retiro la palabra en todas las vidas que me toque vivir —insuflaría sus pulmones y bufaría. 

Antes de que Madi hundiera sus labios reprimiendo una sonrisa que moría por salir, Jeani la vetaría por la vía rápida dándole donde más le dolía. 

—Preocúpate de concentrar tus poderes. No me gustaría meterte presión. Pero dependemos de ti y vamos con bastante retraso. En todos estos días de ensayos, no has conseguido hacer una proeza tan grande como la del pabellón. Continúa ejercitándote. Esfuérzate. Haz lo máximo para sacar algo en claro —dicho así daba pavor.

—Pero...

—Tienes árboles. Piedras. Heridas de rozaduras simples hechas por el camino que curar. También tu primo el barbas para practicar la comunicación y el escudo mental.

—¡Evans no es...!

—Ponte a practicar, Madeline.

Imaginando que hacerle cambiar de opinión era una estupidez, ella torcería sus morros alejándose de la Sabia, después de varios segundos manteniéndole el contacto visual. 

Jeanette esperaría a que se fundiera con los arbustos de hojas perenes, yendo por el mismo camino por el que habían desaparecido los otros dos. 

Cerrando sus párpados sintiéndose completamente exhausta, dejaría que el viento siguiese arremolinando aleatoriamente su figura. Él le regalaría las fragancias de sus tierras en unos sentimientos, con los que necesitaba reconciliarse.

—Ya puedes salir —expresaría a la nada, sabiendo que aguardan su presencia en la intimidad. 

La otra persona no daría tiempo para unas recreaciones que no tenían sentido. 

Unos pasos aplastando los setos humedecidos en su relente, ensalzarían el chasquido que auguraba su calzado deportivo. Quedándose al frente, la de ojos lavandas reconocería la fisionomía de un joven de cabellos morenos encaracolados, ataviado con su pesada mochila. 

Él pararía sus pasos a una distancia prudente, como si ambos mantuviesen un duelo imaginario, en el que se veían por primera ver como lo que eran.

—Siempre fuiste muy observadora, Siena —le sonreiría ampliamente, enseñando sus colmillos.

—Yo que tú tendría mucho cuidado. Te va a costar muy caro lo que estás haciendo.

—Me has descubierto —Liam se reiría haciendo del peligro algo de menos.

—No era algo muy difícil. Tú y tus amiguitos estáis haciendo un juego muy lamentable.

—Lo sé —realizaría una mueca ladeada—. Asumiré todas y cada una de las consecuencias.

—Es posible que no haya una próxima vez. Te aconsejaría que pensaras antes de actuar. Posiblemente te iría mejor —Jeanette argumentaría cada palabra con un terrible despecho. Notaría además cómo las vísceras le quemaban—. Madeleine no va a poder soportar la traición de las personas que más ama.

—¿Te estás metiendo en el mismo saco, Siena? —Liam reiría contrarrestando notablemente con la seriedad de la Arcana—. Te ha pedido que dejes de subestimarla. Empieza por ahí y no lo hagas. Te ha demostrado en muchas ocasiones lo fuerte que es. Sabrá superarlo —lo diría totalmente convencido.

—No la conoces. No tengas la desfachatez de dar por sentado algo, que sabemos que la va a destrozar. Madeleine no está preparada para lo que se avecina —impondría una seriedad inmensurable.

—Es posible. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Puede ocurrir cualquier cosa.

Sin apartarle sus ojos azules grisáceos, haría que una de las asas de su mochila se deslizara por su hombro. 

Le daría la vuelta en un movimiento ágil encauzándola sobre su torso. Abriendo la cremallera que la sellaba, comenzaría a palpar un contenido que Jeanette no lograría apreciar desde su posición. 

—Probablemente cambies de opinión cuando veas esto —sin llegar a sacarlo completamente, Liam le dejaría vislumbrar desde su escondite un trozo de madera circular de tamaño mediano. 

En su superficie existían varias líneas concéntricas partiendo desde el punto central. 

—Creo recordar que la estabas buscando.

Los ojos lavandas de Jeanette se abrían, temiendo que lo que examinaba fuera una alucinación. 

—Te propongo que no hagas preguntas, y me ahorrases el tener que contar un par de mentiras.

Conociendo la aversión que tenía al tacto, volvía a sumergir el trozo de madera milenario en la mochila, y la cerraba lanzándosela a los pies. 

—De todas formas, sabrás toda la verdad cuando la toques —Jeanette se agacharía, queriendo reconocer por su propia vista una reliquia inédita.

Volvería a descubrirla una vez sus dedos temblones deslizaban la cremallera, apreciando en ella sus míticos relieves. 

—Escóndela como puedas y por supuesto, procura por todos los medios que ninguno de los otros la vean. Sería una cagada tan grande como la longitud de esa endiablada valla.

Jeani alzaría la vista, quedándose bajo la atenta mirada del joven del bronceado. 

—No son imbéciles, Siena. Son peligrosos y no se andan con tonterías. No me quiero imaginar lo que puedan llegar a hacer cuando se den cuenta del maldito reemplazo. Por desgracia, mi capacidad Receptora, no está tan desarrollada como las grandes mujeres de mi vida —esbozaría una sonrisa rota, siendo acaecida por una brisa que levantaría los rizos caídos por su frente—. Alguien tenía que sacar provecho de jugar a doble banda. Que te diviertas recogiendo troncos.

Pretendería despedirse así, alzándole con desgana la mano.

—Noa —le llamaría haciéndole tornar su cabeza—. Ten cuidado —él le guiñaría sonriéndole.

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-> ¡Muy buenas! 👋​ ¿Qué tal os va? 🤗​❤️​

-> ¡Decidme! 💬​ ¿Qué os ha parecido este capítulo? 🤔​ 

¡Mucha información importante! 💣¿Verdad?  🤭​🧩​

-> ¿Os lo esperabais? 💡​ ​¿Qué ha sido lo que más os ha sorprendido? 😮​

¡Ya conocemos la identidad de Dione y Noa🙈​🙊​

-> ¡Nos vemos en la siguiente parte con...! Bueno, ya lo veréis 😅​💥​

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