Capítulo 60 (parte 1): La petición de los niños
El calor del verano dejaba la puerta abierta a unos tonos más azafranados, concediendo a medida que pasaban los meses y su calina se aplacara, que el naranja ganase vigor frente al frescor de unos campos que descuidaban su verdor.
La esencia meliflua de unos troncos retorcidos en su tallaje, lejos de atraer una armonía conciliadora, suponía sobrecoger la respiración de una niña cada vez que sus harapientos zapatos atravesaban su desdibujada senda.
A la suma de unas emociones en la que se formaba un nudo en la garganta, notaba que sus piececitos se curtían en ampollas, en esas ocasiones en las que padre la arrastraba a ella y a su hermana, hacia el catastrófico lugar de costumbres malsanas.
Era mucho peor, cuando llegados al puerto de origen, su debilidad era castigada con la exclusión.
Sintiendo un escalofrío en la grandiosidad de la intemperie, Rynia percibiría los restos helados bajo unos ojos, que no habían podido contener un llanto desesperado.
Había tratado de ser fuerte, de soportar el comportamiento de unos hombres que cada vez que los veía, les inspiraba una auténtica angustia. Detestaba con todo su ser esas reuniones donde reinaba el epicentro de la maldad.
A su corta edad, ya sabía que los asiduos de aquel antro poseían las más retorcidas de las intenciones.
Sus pequeños pulmones tampoco aguantaban por mucho tiempo el avinagrado contraste entre la cebada, y el olor a mundanidad. El pavor normalmente terminaba acorralándola en unos gimoteos, en los que su progenitor le alzaba la voz después de cruzarle la cara.
Una vez fuera, la espera no la ayudaba a serenar los altibajos del desconsuelo. Ver la gran puerta cercenada con sus clavos gruesos y no poder socorrer a su hermana, le hacía pellizcarle el corazón.
Era consciente de que si se atrevía a reaparecer, le esperarían los más agravantes físicos hechos realidad y nadie lo detendría.
Soslayando la ranura de su ala maciza desde su posición, podía incluso apreciar el bochorno emergente de su interior.
En su cenit, invistiendo la fachada mugrienta de aspecto deplorable, advertiría que el nombre de la cantina se colocaría en letras grandes e irregulares, ensalzando para cualquiera el gran analfabetismo de su dueño.
Recurriendo a la imaginación propia de un niño, se esperanzaba con saber que ella y Deila eran como esas dos aves a las que la taberna hacía referencia, y que ambas estaban de paso sin llegar a quedarse nunca. Lamentablemente, no era la primera vez que volvían, ni tampoco sería la última.
Bajo la toga que ocultaba los rasgos de su niñez, esperaría impaciente sentada en un banco destartalado de madera, sintiendo cómo las esquirlas del tronco cortado en su mitad, raspaban sus piernas por debajo de la tela.
El terreno que los solventaban llenos de pedruscos, le hacían preferirla pese a que la última vez, había llegado a originarle una herejía a su suave piel. El viento empezaba a levantarse, meciendo sus cabellos pelirrojos al son de la musicalidad de la recién brisa noctámbula.
Balanceando unos piececitos que no llegaban a rozar el solar maltrecho, alzaba sus ojos clementina hacia el cielo llegándole a implorar a la redonda dama de blanco, irradiándola con su velo.
Admirándola, le había pedido muchas veces que la insensatez no nublara la mente de su padre, y que aquella pesadilla pudiese acabar como si nunca hubiese existido. La puerta se abría en un chirrido escalofriante, devolviéndola al mundo con un señor que, por cómo olía, se había propasado con el apestoso licor.
Rynia bajaría la cabeza, suplicando que la caperuza de sus ropas cubriese por completo sus bonitas facciones, y no advirtiera su presencia. Conteniendo la respiración, se concentraría en los sonidos esperando a que entre tambaleos, el señor de barbas chorreantes y dudosa caballerosidad desapareciera lo antes posible de sus cercanías.
Su tierno corazón danzaría a una velocidad desbordante, no teniendo las agallas suficientes como para alzar la cabeza, a sabiendas de que ya se había marchado.
Tenía miedo, y aunque la única posibilidad con la que contaba era la de confiar que no tardarían demasiado, la verdad era que su padre perdía la noción del tiempo con aquel señor, de melena morena y cejas finas, obsesionado con el poder.
Fundiéndose en la tristeza inconsolable, suspiraría cerrando sus ojitos.
—Buenas son las noches, pequeño. ¿Os encontráis solo?
La voz de una mujer se alzaría a pocos metros del banco, asaltando de mala manera unos latidos que apretaban su pecho.
Su padre les había prohibido terminantemente mantener ningún tipo de contacto con alguna persona de aquella civilización. Ya habían pagado con creces, según a ojos de su progenitor, una trastada en la que se había asegurado bajo el amparo de la violencia, que ninguna de las dos la volviese a cumplir.
Que el mal infortunio le hiciera ver que estaba desobedeciendo su máxima voluntad, sería suficiente para que con la promesa más allá de un simple moratón, Rynia se consumiese en el endiablado asiento sin reaccionar.
—¿Estáis bien?
Rynia soltaría un suspiro acongojado, al presentir cómo la mujer sin darse por perdida, no solo se había acercado. Sino que la tomaba del brazo preocupándose de que presentara algún signo vital.
El acto reflejo de la pequeña, fue el de elevar la barbilla y toparse con una damisela de vestido sencillo y cabellos castaños en su melena descuidada.
—¡Oh! ¡Perdonadme! Sois una doncella.
Le apartaría la mano, apreciando por los destellos de iluminación natural, que los ojos terrosos de aquella desconocida opacaban su entusiasmo al ver que ella era una Cambiante.
Examinando sus rasgos concienzudamente, tendría en cuenta un detalle que no se le pasaría por alto.
—Disculpad, más en esta villa todos somos reconocidos entre nuestros habitantes, y no concibo el haberme topado con vuestro rostro en ninguna ocasión —agazaparía su espalda, teniendo como propósito el de examinar concienzudamente sus facciones.
Se fijaría por los cabellos sobresalientes de su toga, que unas hebras pelirrojas tan vivas como el mismo vino se amoldaban componiendo su ligero flequillo.
—¿Sois una foránea visitando Adesterna? —persistiría con las preguntas, a pesar de que la niña no abría la boca—. ¿Dónde se hallan vuestros padres?
Su semblante, hasta el momento condescendiente, encarnarían la rabia al no comprender cómo habían sido capaces de dejar a una criatura inocente a las puertas del mismo infierno, y encima, con la brisa aterciopelada calando sus cuerpos.
—No puedo creer la tremenda ignorancia al dejaros desprotegida en vuestra soledad.
Tampoco podía esperar mucho cuando entendía, que probablemente los padres de la niña podrían estar en el interior.
—¿Os importa si os hago compañía? Lamento si la mía no os es grata. Me niego a dejar que corráis alguna desaventura, solo por la nula competencia de unos padres que deberían poseer más esmero en su labor —Rynia no diría nada.
Solo temía que ese fuese el momento justo en el que su padre decidía volver del inframundo, yendo en su búsqueda. Las consecuencias para ella serían nefastas.
—¿Cuál es vuestro nombre? —la mujer continuaría en el intento de sonsacarle una sola palabra por mínima que fuera.
Rynia le negaría con la cabeza, expresándole mucho más, que si hubiese abierto la boca. El pánico manifiesto en su linda carita, era suficiente como para que la mujer entendiese que algo no iba bien.
—¿No podéis hablar? —entendiendo que podría responder con simples cabeceos, Rynia vapulearía su cabeza en horizontal dándole una efectiva respuesta con su negativa.
—Entiendo.
Por su predisposición, comprendía que la doncella no se iba a rendir tan pronto.
—Puede que la nulidad de la palabra os haya sido impuesta —le sonreiría cómplice—. Pero eso no significa que otros no puedan hacerlo por vos. Me llamo Lúa —agrandaría la abertura de sus comisuras, convidándola a que se dejara llevar, al no tener motivos para la desconfianza, —y apostaría al más galán de los corceles, que el vuestro es mucho más hermoso.
Le dotaría con una gentilidad que Rynia agradecía con todo su corazón.
Viendo que las intenciones de aquella mujer eran nobles, la niña le sonreiría tímida, llegando a asentirle con cierto pudor. Le diría con sus muecas simples que llegaba a entenderla, y que no se rindiera con ella.
Haciendo los méritos posibles, Lúa trataría de encontrar algún matiz que pudiese devolver esa vitalidad que la niña había perdido.
—Desconozco vuestra procedencia, si es la primera vez que pisáis estas tierras, o si conocéis la cultura que rige a nuestras gentes —Lúa proseguiría. —De lo que estoy segura, es que la tristeza instaurándose en vuestros dulces ojos, hace prisionera una luz que brillaría mucho más, si sonrierais tal y como me acabáis de mostrar.
Recibir unos cumplidos de los que no estaba acostumbrada, haría que se ruborizara hasta el punto de maquillar sus pequeños carrillos en una tonalidad pastel.
Además de su bendita bondad, la niña se daría cuenta de que Lúa tenía una belleza asilvestrada atrayente, que la hacía admirarla cuando ella no lo estaba haciendo sobre su persona.
El ligero olor al substrato otoñal, cobraba vida con el aroma cítrico a melisa que aquella mujer desprendía con su aura. Gustándole el halago, Rynia reiría con un eco cristalino puro, tapándose rápidamente la boca al darle vergüenza.
Lúa la imitaría, agradándole que al fin y al cabo, la niña fuese un poco más receptiva.
—Me gustaría daros un regalo de bienvenida —diría convencida al saber que era una forastera, cuyos padres quizás probaban suerte en busca de fortuna—. Adesterna es tierra de cuentos y de una magia insondable palpable en cada rincón. No me gustaría inmiscuirme en qué es eso que os aflige, hasta el punto de ver el peor de los temores en vuestro bienaventurado rostro. Quizás con esta revelación, la congoja se haga menor y la carga que soporta vuestro atormentado corazón, sobrelleve de mejor manera las adversidades a las que os enfrentáis.
Mientras que Rynia escucharía atenta abriendo al máximo sus ojos anaranjados, Lúa atendía que era una niña muy despierta que lo único que necesitaba, era que la tomasen en cuenta.
—Se dice que en el pico más alto de estas montañas, allá donde descansan los dólmenes de piedra, el cielo parece abrazar a la tierra haciéndose uno. En su círculo, los niños pueden ponerle nombres a los luceros en secreto. Si un adulto acierta alguno de sus nombres sin trampa, ni enredo, el deseo más profundo que se anhelaba consolidar, puede llegar a hacerse realidad.
Rynia abriría su boca perpleja, mostrando una abertura estrecha en el perfilado de sus labios. Lo que ambas desconocían era que, con o sin engaño, ya otros habían tergiversado las leyendas llegando a cometer la más fatídica de las maquinaciones.
—Si por casualidades del destino regresáis, ¿por qué no probáis suerte con las estrellas? Existen varios atajos por las grutas subterráneas camino de las cordilleras, que agilizan el recorrido hacia la Torre del viento. Debéis saber que la travesía es peligrosa, por lo que os pido con total honestidad y me deis vuestra palabra, que si os animáis a impartir la aventura, sea en compañía de alguien mayor que os pueda liderar.
—¡¿Pueden conceder cualquier deseo?! —la ilusión desbordante canalizada en su asombro, haría que Rynia se olvidase por completo de esa regla que debía llevar a rajatabla.
Llevándose las dos manos a la boca, comprendía tarde que había errado en su cometido. Sin hacer alarde de ello, Lúa se expresaría natural avivando su esperanza, en lugar de acentuar que había ganado la partida contra el mutismo.
—Así es —le sonreiría complaciente—. Es más, debéis saber que los deseos surten una dualidad mutable para aquellos que los descubren.
Se acercaría a ella dotándola de una complicidad entusiasta.
—La petición del adulto no es la única que se hace realidad, sino que también cumple con la del infante que en su día la honró dándole identidad.
No sabía si era el reflejo de la luna, o que la admiración en la chiquilla era tan vivaz, que juraba ver un atardecer móvil en sus orbes cítricos.
—Así mismo, el nombre con el lucero es llamado, da la oportunidad a las essencias que encierran nuestro cuerpo de reencarnarse, y continuar con un ciclo vital que renace y fenece tantos siglos como la oportunidad nos conceda.
El anhelo en Rynia se haría fugaz al desviar la mirada. Probablemente, se estaría perdiendo en algún suceso de su vida que le hacía recordar lo que Lúa le acababa de narrar.
Sin embargo, no habría demasiado tiempo para que la pequeña cavilase en las posibilidades que esta ventaja le ofrecía.
La puerta de una taberna maloliente se abriría con cierta resistencia, bajo unos brazos débiles que no tendrían fuerza para fijarla.
En el contraluz burbujeante de unas voces altivas, advertirían en las bastas líneas de la penumbra, cómo el semblante de una niña camino de la adolescencia, se ataviaba con los mismos ropajes sin vida que la pequeña a la que Lúa acababa de conocer.
No había conseguido adicionarse a un aire limpio lleno de matices, cuando Rynia se levantaba por impulso en su busca.
—¡Deila! —su hermana no dudaría en ir a abrazarla apenas había cruzado el umbral.
La mayor no tardaría en apresarla con sus mangas, cerrándolas en su escuálida espalda. Lúa las miraría dándose cuenta de que entre ambas existía un infinito amor, y que la tristeza de la benjamina no venía por aquel frente.
—Perdóname, no he podido salir antes —la apretaría fuerte, aspirando los olores de sus cabellos sobresalientes por encima de la caperuza.
Deila cerraría sus ojos con dolor, dejando por el brillo impactado de la noche, que se notasen los surcos de sal secos a orillas bajo sus cansados ojos.
—Padre está... —callaría repentinamente al objetar que tenían compañía.
Lúa le sonreiría queriendo transmitirle con su gesto ese candor, que cada día que pasaba, más echaba en falta. Deila la rehuiría visualmente haciéndola de menos, sabiendo que podría tener problemas como alguien ajeno se entrometiera.
—¡Deila! ¡Tengo que contaros algo muy importante! ¡Debemos ir a la gruta y...!
—No podemos ir a ningún lado, hermana —la mayor mediaría poniendo sus manos sobre los hombros de Rynia. Lúa se levantaba dispuesta a interceder en una idea poco apropiada para dos menores. Sin embargo, la próxima sentencia la dejaría helada. —No hace falta que os recuerde lo que padre nos hizo cuando se enteró que cruzamos el bosque, y encontramos...
—¡Pero esto es diferente! —mientras que Rynia persistía, Lúa entendería el por qué cohabitaba tanta pena en aquellas chiquillas. Seguramente sus ropajes densos ocultarían algún que otro moratón desapercibidos a simple vista—. ¡Deila, por favor! ¡Os lo suplico!
Le imploraría juntando sus manitas enterradas en los pliegues de su pecho. Lo vería como la única salida si mostraba tanto ahínco.
—¿Es vuestro padre el que tanto os aflige? —Lúa se posicionaría frente a las dos, saltándose los saludos cordiales con la mayor de las hermanas.
Deila la soslayaría, poniendo distancia con unos pasos en los que arrastraba a Rynia. Faltaría mucho más que eso para que la Común lo dejara pasar por alto.
—¿Qué fue lo que encontrasteis en el bosque? —tenía la sensación de que la respuesta no sería muy grata.
—¿Por qué nunca dejáis de meteros en líos? —Deila miraría a su réplica en miniatura, camuflando el regaño con la advertencia.
Rynia no se lo tomaría en cuenta, manteniendo en cambio la petición con unos deditos que no se despegarían hasta que aceptase.
—Padre nos advirtió que no mantuviésemos el contacto con desconocidos. ¿Qué le habéis contado a esta doncella? —Deila evitaría a Lúa por segunda vez, como si no importara su presencia para hablar tan claramente de ella.
—No me ha relatado nada si es lo que tanto teméis —la misma joven saldría en su rescate.
Deila miraría a una y a otra, esperando que la menor no hubiese cometido el desliz de contar lo que no debía.
—Deila...
Su hermana la nombraría en un tono lastimero, captando a la hora de bajar la cabeza y prestarle atención, que sus ojos clementina volvía a producir agua.
—le prometimos a madre que nunca negásemos quiénes éramos. Nos pidió que siempre fuéramos leales a nuestro propio ser —diría convincente, explicándose a las mil maravillas teniendo en cuenta su edad.
Deila resoplaría pesarosa, levantando en el aire un mechón pelirrojo que acomodaría tras la oreja. Sabía además que su padre tardaría en salir, importándole poco si rondaba la madrugada.
—¿No os parece deshonesto saliros siempre con la vuestra? —Rynia esbozaría una sonrisa que se haría mayor, al ver el reflejo de la propia en la suya—. Está bien...
Su hermana empezaría a lanzar grititos de alegría, fijándose después con un leve rubor en la mujer que les había ayudado. Lúa gesticularía negándoles una aventura peligrosa.
—¡Gracias, Lúa! Me llamo Rynia y...y... —tartamudearía por la vergüenza que ella le causaba—. ¡Y sois muy bella! ¡Adiós! —tiraría de la manga de su hermana arrastrándola lejos de un terreno, que les haría trastabillar con sus calzados desgastados.
La Común alzaría el brazo intentando hacerles desistir cuando ya era demasiado tarde. No les había dado el margen para ni siquiera darles indicaciones. No era precisamente eso a lo que se refería, con la promesa de alguien mayor le acompañara.
—Pe...pero... —protestaría viendo cómo se alejaban en una carrera que no sabían dónde les llevaría. —¡Tened cuidado! —gritaría en el aire siendo lo único que podría desearles.
Bajando el tono, terminaría poniendo en tela de juicio el criterio sobre sí misma.
—¿Qué habéis hecho, Lúa? —se preguntaría, esbozando tímidamente una sonrisa que emborronaría con su negación. —Hasta que la Diosa nos vuelva a encontrar, Rynia —la despediría en un leve susurro a sabiendas que nadie podría escucharle.
Encaminando sus pasos hacia su cabaña, dejaría el condenado tablón a sus espaldas. Repararía en el tránsito de la diagonal lleno de pedruscos, a una mujer de ojos lavandas se cruzaba con los suyos.
Quedándose quieta por la ilusión óptica de la luna, Lúa le haría una reverencia sonriéndole a la Arcana de las Sabias, habiéndola reconocido por sus mechones rubios platinos.
Siena la copiaría en una inclinación ruda, no sin antes lanzar una mirada sospechosa hacia las niñas que parecían dos borrones negruzcos en movimiento, ganando una distancia cada vez más apabullante.
—¡Lúa, Lúa! —la voz inquisitiva de otro niño la reclamaría desde su lateral izquierdo.
Acelerando la carrera en sus cabellos encaracolados tan oscuros como el azabache, resoplaría dejando que sus piernas se tropezaran por el entusiasmo impartido en una felicidad ensalzada. Reconociéndole, ella le sonreiría.
—Buenas son las noches que la Diosa nos ofrenda, Noa —le recibiría con un entusiasmo calcado.
—¡Hoy más que nunca, sin lugar para los recelos! —promulgaría entre desvaríos, necesitando acomodar una respiración que se mostraba penosa.
Tragando saliva, Noa dejaría recaer sus manos sobre sus rodillas haciendo un descanso minúsculo.
—¡Ha nacido, Lúa! ¡Ha nacido! —la Común borraría su sonrisa, perdiendo el brillo de la jovialidad—. Alana acaba de dar a luz. ¿Descifráis lo que eso significa? —la de cabellos castaños rojizos se paralizaría por una noticia que no llegaba en buen momento. —¡Nazeli puede reencarnarse! ¡Podría volver a nosotros, Lúa! —su convicción lo hacía incluso más real.
—No... —ella cerraría los ojos, tratando de encauzar sus vocablos—. No deberíais haceros ilusiones dónde puede que no encontréis lo que estáis buscando, Noa.
Apreciaría que después de lo dicho, las muecas del niño tornaban a unas más serias.
—Entiendo que la pérdida de Nazeli os supuso un dolor tan desconsolador, que vuestro deseo os haga prisionero de una apreciación que podría alejarse mucho del verdadero juicio. La desazón que habita en vuestro corazón por ese hueco imposible de llenar, os hace soñar con la posibilidad de una nueva vida alentada por una essencia antigua. Os ruego que no alimentéis de ilusiones una niña que acaba de nacer, y que solo el tiempo será capaz de demostrar su verdadera cara.
Noa le sonreiría dolido, terminando de apoyar las manos en su cinturón descosido.
—No os puedo tachar de escéptica, cuando no sois capaz de ver el conocimiento de causa que encierra lo que veis como un delirio. Os debo confesar que con la intención noble de que algún día se curara, nombré a uno de los soldados de la luna con su nombre. Que Alana haya querido honrarla en su dichosa descendencia, no es más que una prueba que los luceros pueden ser capaces de cumplir nuestros deseos, Lúa.
Abrigaba la posibilidad de que aquello pudiese ser cierto. Ella parecía contrariada.
—Vos mismo lo estáis objetando. Lamento discrepar en los argumentos que me mostráis.
—Vuestra opinión es tan válida como cualquiera ajena, y os agradezco que seáis honesta. Entiendo que el temor más profundo que guarda vuestra razón, es el desengaño que conllevaría que todas esas ilusiones se esfumaran como el mismo humo. Sé que me apreciáis y que os importo. Más confiad en que aunque me veaís como un niño, sabré soportar el dolor de la contrariedad en la que vos os afincáis.
A Lúa le enternecería que el brillo que siempre había coexistido en su mirada, se hubiese apagado con la marcha de su compañera, y hubiese vuelto como una llama encendida que avivaban sus esperanzas.
—Siempre habéis sido muy especial, Noa. No perdáis nunca esa magia que os hace ser vos.
Le acariciaría el rostro, percibiendo el frío en el resbalado de sus dedos. Él le sonreiría por el cumplido.
—Si me disculpáis, se hace tarde y deseo dar a conocer la buena nueva a todo aquel que tenga la dicha de atenderme —reiría ampliamente, recobrando esa energía que nunca le hacía estarse quieto.
—No os demoréis en volver —Lúa le realizaría una reverencia siendo sistemática con otra que la acompañaba—. Os deseo una buena velada, Noa —sería así como la joven Común se despediría.
El niño inspiraría confiado, esperando a que la joven se apartara lo suficiente. Pensaría después que quizás, debía haberse ofrecido a acompañarla, teniendo en cuenta la sobriedad de la bóveda celestial.
Oteando a su alrededor cada recoveco cercano, contemplaría que alguien en concreto podría interesarse por la noticia. Una, que levantaría optimismo a una villa sobrecogida por la gran pérdida.
Rompiendo la promesa que se había hecho de no perpetrar más en la atestada madriguera, se contentaba con saber que la ocasión lo merecía y que necesitaba contarlo a los cuatro vientos.
Abriendo con brío la pesada puerta, se inmiscuiría en las profundidades de la taberna, respirando un vaho cargado apenas perpetraba en sus inicios. Viajando con sus ojos azafrán, inspeccionaría los recovecos de mesas mancilladas con el vino, dando con una cercana a la barra.
Reconociendo los cabellos claros de a quien buscaba, se dejaría guiar por la sinuosidad de los espacios que unos cuantos borrachos le impedían seguir.
Dejándose ver por encima del jaleo ambiental entre empujones, y altercados en los que solo se percibían gritos, se fijaría en los choques de jarras y algún que otro ronquido sibilante cuyos durmientes no soltaban su copa.
Haciéndose hueco como podía en unas fragancias deformes, se percataría conforme iba llegando, que la mesa a la que se aproximaba, se presentaba repleta de forasteros a los que nunca había visto merodear ni una sola vez por sus terrenos.
Presidiendo en encabezado de sus invitados, Noa vería que Duncan mostraba una satisfacción que muy rara vez, encontraba fuera del hediondo antro.
En su oposición, vería a un hombre de bigote pronunciado, que por el color de sus ojos, entendía que lideraba su mismo linaje.
Le daría especial curiosidad atender que la mayoría de los asistentes de lo que parecía una reunión, fueran de la estirpe naranja.
Reincidiendo en el cabecilla, reconocería en su costado izquierdo al Común de ojos celestes, maestro con su habilidad en el arco.
La fama que le rondaba gracias a sus malas compañías, hacía que el moratón amarillento por encima de su ojo, y cuyo golpe había conseguido partir su ceja, fuese algo que el chiquillo no tomaría en cuenta, ni tampoco le vendría de nuevas.
Apreciaría después, que en la orilla derecha de Duncan, se posicionaría ese joven al que quería sorprender.
—¡Eliot! ¡Eliot!
No pasarían muchos minutos para que el rubio del grupo le examinase desconcertado, molestándole que el niño pudiese meter las narices donde menos le convenía hacerlo.
Experimentando un leve nerviosismo al haber sido pillado con las manos en la masa, Duncan pediría silencio alzando la mano a sus nuevos esbirros.
La pinta de sus acompañantes, hacía sospechar que sus personalidades eran igual de deleznables que los de su máximo líder. Verles en primer plano, hacía que a Noa se le quitaran las ganas de jugar a las adivinanzas.
Se decía a sí mismo que estaba mal juzgar a las personas antes de conocerlas, y sin embargo, dudaba seriamente que con ellas se equivocara. El hombre de la toga con bigote, presentaba un semblante más malévolo que el propio Duncan.
Temiendo que al hacer preguntas inútiles, levantara la liebre sobre un plan que con mucho esfuerzo habían creado sus máximas expectativas, sería el mismo Eliot el que le increparía.
—¿Qué queréis, mocoso? Este no es lugar para los críos —soltaría con un despecho grosero.
Noa se paralizaría, quedándose en cambio en las miras de los otros, esperando quizás que alguien fuera lo suficientemente cortés como para presentarse. Evidentemente nadie lo hizo, mirándole como un gusano insignificante que habría que aplastar antes de que se fuese de la lengua.
—¡Os he preguntado que qué queréis! —Eliot ejercería un golpe en la mesa dándose autoridad, provocando el tamborileo de unas jarras a las que aún le quedaban vino.
Su actitud se tornaba a una más sospechosa, teniendo en cuenta que en condiciones normales, apostaba que hubiese hecho oídos sordos de su reclamo. Noa no sabría cómo reaccionar, molestándole además que algunos se le quedasen mirando en un análisis juzgador.
—¿Podría darnos problemas? —Lein abriría la boca solo para sugerirle como el nuevo conejillo de indias, que ante un brebaje que comenzaba a ser potente, lo fulminaría apenas lo probase.
Que Noa fuera un Cambiante, le hacía un flaco favor a una situación en la que Duncan se relamería los labios.
—No —Eliot sería tajante, salvándole el cuello—. Noalian es un niño revoltoso, con cierta obstinación arrogante heredada de su madre. No puedo culparle porque su hermana es un calco del mismo patrón, y es la misma mujer que me vio nacer.
Desvelaría en el estrecho parentesco que ambos se traían. Noa muequearía sus labios al advertir que había usado su nombre completo para referirse a él.
—A pesar de ser un crío insolente, es lo suficientemente astuto para saber cuando no tiene que molestar —alargaría su mano, mostrando sus uñas sucias arraigándose al metal.
Después bebería una bocanada limpia, secando sus labios en el restregado del dorso de su mano. Le invitaba a que desertara.
—Celina ha nacido.
La sonrisa jocosa de Eliot se borraba de un plumazo, siendo la sintonía viva de los otros dos hombres que encarrilaban a sus borregos.
—Tuve el nefasto pensamiento de contemplar, que a vos os podía interesar —realizaría una pausa observándoles—. Puede que al fin y al cabo no haya errado en mi juicio, si vuestros semblantes comienzan a empalidecer —les sonreiría victorioso.
Duncan encajaría la mandíbula sabiendo que con la noticia, el tiempo se acortaba aún más de la cuenta. Para Bruno, suponía tener que soportar más aun el carácter huraño de unos gallos que le tenían de recadero.
—¡Desapareced! —Eliot gruñiría—. ¡Ya habéis entorpecido bastante!
Era notorio que la revelación les había sentado como un jarro de agua fría. Necesitan reestructurar el plan y para ello, primero debían despacharle para ponerse manos a la obra.
Los otros hombres comenzarían a cuchichear.
—No es necesario que os comportéis tan rudamente, solo por dar valor a una gallardía malsana en presencia de forasteros. ¿Os sentís tan acomplejado como vuestro amo, como para actuar con una reputación insulsa?
Duncan enarcaría el delineado de sus cejas finas. No le importaba si el niño llegaba a meterse con su primo. En cambio, las bazas cambiaban si lo hacía con una virilidad que le había costado levantar. Su insolencia podría costarle muy caro si continuaba insistiendo.
—¡Que sea la última vez que me retáis, Noalian! A la próxima vez, puede que pase por alto el parentesco abusivo que unen nuestras sangres.
Bravuconeado, haría que su voz prevaleciese por encima de las demás. Eliot no se refería solo al parentesco colateral, sino también al de sus linajes.
De no ser por el nubarrón que cubrían sus cabezas con miles de problemas, ya habría formado un espectáculo. Poco importaba que Noa no estuviese en igualdad de condiciones, al carecer de la vitalidad de un adulto.
—Os digo lo mismo con un nombre que espero que jamás volváis a pronunciar. Conocéis cuanto lo detesto, y lo usáis solo para vuestro goce y disfrute cuando tenéis la de perder.
Viendo que sus comensales se reían por la perdida de autoridad ante el niño, el rubio del grupo se levantaba arrebatadamente con unas ínfulas atosigadoras. Su taburete de madera carcomida, caería en el suelo.
—Eliot —Duncan le nombraría tajante, pidiéndole que se sentara y se dejara de memeces.
—Os desearía que la Diosa os ayudase a lo que quiera que estáis haciendo —buscándole las cosquillas, Noa seguiría sin callarse sacando su coraje.
Bruno le sonreiría gustándole su potencial. En total contraste, Duncan y Lein lo marcarían con sus ojos anaranjados queriendo despedazarle.
—Pero temo que no sea lo suficientemente racional como para que un mocoso como yo, pueda llegar a entenderlo —sacaría a relucir una ironía, con la que sus huéspedes se reirían a costa del de la mano derecha.
Eliot engrandecería los orificios de su nariz, propulsando un nuevo puñetazo en la madera.
—Tened la mejor de las veladas si vuestra nula conciencia os lo puede permitir —ejecutaría sarcástico antes de darse media vuelta y encontrarse con un aire que pudiese respirar.
Una vez fuera, la luna le saludaría, escuchando de fondo sus propios gruñidos en un tono áspero. Se desquitaría el mal sabor levantando con la puntas de sus pies, algún que otro pedrusco en el camino.
Antes de abandonar la zona, Noa se percataría que la figura de Siena se presentaba a pocos metros de él, examinando la taberna con el mayor de las desavenencias.
Noa no la conocía en profundidad, y aún así, no le hacía falta para sospechar, que había algo en esas cuatro paredes que a Siena no le llegaba a encajar.
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-> ¡Hola a todos! 💫 ¿Qué tal estáis? ❤️ ¿Todo bien? 💯
-> ¡Decidme! ¿Que os ha parecido esta parte del capítulo? 🤔 ¿Habéis sacado alguna conclusión? 😊💬
Posiblemente las preguntas que os planteéis serán contestadas en la segunda parte 🙈
Hay muchas referencias escondidas y a la misma vez, están a la vista 😁 (Tened en cuenta que estamos llegando al final del libro y que las conexiones se van haciendo más evidentes)💡🔍
-> 💕 ¡Nos vemos en la próxima parte! 💕
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