Capítulo 57 (parte 1): El partido
En el pabellón y alrededores, el intervalo de suspensión se sucedería en una agilidad volátil prácticamente desapercibida.
Para Serena, suponía un estrago tras otro, en el que se le dificultaba aún más por su visión de lentes oscuras.
Centrando su entera atención en la cancha y los viandantes en sus idas y venidas, advertía la carencia de unos cabellos anaranjados aumentando su angustia.
En su estómago, los nervios afloraban una batalla en la que faltaba poco para rozar el histerismo.
En ninguno de los sentidos la demora de Chester podía deberse a una buena señal.
Las animadoras del equipo local ejecutando su vistoso baile en mitad de la pista, le avisaban de que los últimos instantes a la vuelta de juego se acercaban como una cuenta regresiva.
Advirtiendo a Lydia, vería que mataría el tiempo vagamente sin mucho entusiasmo, revisando en su teléfono algún que otro perfil en su red social.
Girando la cabeza a la derecha, la Revitalizadora reparaba en que la mayoría de sus acompañantes habían desertado durante el período de descanso.
Ojeando a Jeani, caía en la cuenta de que no merecía la pena interrumpirla en su recreación con el paquete de palomitas. Nada ni nadie existía para ella, poniendo en los aperitivos toda su entera concentración.
Saltándola con la vista, observaría que la de pelo rosáceo y el guitarrista, eran otros dos de los pocos que habían conseguido resistir ante la desbandada.
—¿Dónde han ido los demás? —alzaría la voz esperando a que Madeleine le respondiese.
Captando su reclamo, ella le dedicaría una sonrisa ladeada sin hacerle esperar.
—Gina se estaba agobiando y necesitaba algo de aire. Luca ha ido a acompañarla y... —se pausaba. —Bueno, digamos que Axel y Paolo estaban bastantes cariñosos. No creo que vuelvan hasta a saber cuándo —arrastraría una curvatura que se convertiría en un gesto risueño.
Marvin haría lo mismo, transformando su mueca en una fugaz, apenas reparaba en el temblor vibrante de su muslo. En el bolsillo de sus vaqueros negros, su móvil recibía una notificación que incluso antes de verla, ya preveía que no iba a ser muy alentadora.
Hurgando con sus dedos bajo la tela gruesa, mostraría al mundo una pantalla con un mensaje claro sin necesidad de desplegarlo.
Los matices de su cara se ensombrecían camino de las dudas, el resquemor y una sensación de muy mala espina.
Alzando sus ojos canelas con tiznes verdosos, objetaba que ninguna de sus compañeras se había percatado de su ligero cambio de humor, tomándolo como una ligera ventaja.
Devolviéndolo a su lugar de pertenencia, masajearía su frente y arrugaba sus labios sin saber cómo debía actuar.
Serena bufaría consternada, sin llegar a ocultar la gran incertidumbre que la carcomía. Inquieta, se levantaría poniendo fin al malestar que la torturaba.
—Siéntate —sin inmutarse, Jeanette la obligaría en una orden tajante—. Ni se te ocurra mover el culo ni un solo milímetro de tu asiento.
Le dedicaría una ojeada firme, dándole seriedad con el matiz plomizo que los cubría. La morena permanecería de pie, negándole con un gesto convincente que no estaba por la labor de cooperar.
—Es mayorcito y sabe cubrirse las espaldas. No puedes actuar sola por tu cuenta, Serena —incluso ella advertía que la Sabia no bromeaba cuando se trataba de seguridad.
—Jeanette tiene razón —Marvin se erguía acaparando las miradas de las otras mujeres.
Madeleine seguiría el recorrido en el que sus piernas se aupaban manteniéndole en alza.
—Iré yo —no había terminado de ejecutar la frase, cuando entre el alboroto ambiental, se percibía la melodía resonante en sus cercanías.
Todas las miradas irían a parar a las manos de una pelirroja, cuyo semblante podrían haber jurado que palidecía.
Sus orbes cafés lanzarían un vistazo cómplice hacia Serena, y luego se elevaría hacia un guitarrista transmitiéndole unos mensajes que su boca no exteriorizaría.
Marvin notaría incluso cómo a la vocalista le costaría tragar saliva, dejando que la llamada siguiese fluctuando sin ser aceptada. La persona que le reclamaba solo podía tratarse de alguien en concreto.
Marvin tenía un asunto pendiente con ella. Le había prometido entre copas y los malos influjos del alcohol, que la ayudaría. Aún no había movido ni un solo dedo para suprimir la dominancia que Neil ejercía sobre ella.
Si su preciado padre era exactamente igual que el suyo, entendía que Lydia no podría zafarse de él solo con no aceptar la condenada señal.
Las consecuencias para después serían peores, y ahí sí que era verdad que no podría hacer absolutamente nada.
—Aquí no hay suficiente cobertura —la miraría, dándole verbalmente esa mano que Lydia ansiaba atrapar para escapar.
Realizando un gesto mohíno con la cabeza, el guitarrista le invitaba a que le acompañase y en lo medida de lo posible, hacer el momento menos amargo de lo que posiblemente sería.
La pelirroja esbozaría una sonrisa fragmentada, captando las buenas intenciones que realzaban su empatía.
Entendiendo que Marvin le estaba dando una tregua, Lydia se pondría de pie alisando torpemente los pliegues de su vestido al no querer hacerle esperar. El teléfono retenido entre sus dedos había dejado de sonar. Apostaba ciegamente a que volvería a verberar incordiándole.
Dejando el abrigo sobre su brazo, lo doblaría encontrando en él su apoyo. Después tomaría su bolso coqueto, desafilando finalmente con sus botas por en estrecho espacio para avanzar.
Madeleine arrugaría sus cejas, extrañándole soberanamente que Marvin tuviese esa atención con la persona que le acosaba.
—¿Quieres que te acompañe? —le soslayaría con una entonación sugerente, en la que Marvin acentuaría sus bonitos hoyuelos.
La conocía, y sabía perfectamente que, en su insinuación, no se escondía la desconfianza en la que ambos pudiesen compartir un momento confidencial. Era consciente de que en condiciones normales no le habría hecho tal ofrecimiento. Era lógico que le escamara.
Tranquilizándola, el de cabellos cobrizos inclinaría su espalda encontrando con su nariz pintada de pecas otra en el camino. Entregándose a sus ojos turquesas, cerraría sus párpados venciéndose a su respiración.
—No, hada —llegaría a rozar su pequeña anilla plateada con su mejilla—. No te preocupes. Todo va a estar bien.
Se acercaría a su boca robándole un beso en el que Madeleine no puso objeciones.
—¡Lydia, ten cuidado! —girando la cabeza de forma sistemática, ambos encontraban a una pelirroja con sus pies enredados en otros, calzados por unas botas de plataformas.
Serena le había tomado desde atrás evitando que tropezara.
Posiblemente la imagen que se encontraba frente a sus narices, no le había agrado lo suficiente cómo para olvidarse de cómo caminar, o mantener el equilibrio entre los asientos y la superficie angosta.
Desde luego, lo que más les impactaría ver, era cómo con ahínco los dedos de Jeanette se anclaban firmes bajo el empeine de su mano. Sus ojos grisáceos ya avecinaban que quería asesinarla solo por haberla obligado a tener que tocarla.
Era eso, o encontrarla estampada encima de ella por su nula coordinación. La mirada café de Lydia se intensificaría por el vigor con el que era retenida.
Madeleine miraría a una y a otra dándose cuenta de que lo que acababa de pasar, implicaba mucho más que un simple choque. Dudaba además que la fobia de Jeanette pasara desapercibida.
—A la próxima vez, puede que te rompa la muñeca —la empujaba hacia atrás desafiándola, manteniendo su otra mano en el interior de un cartón, en el que aguardaban ya pocas palomitas.
No hubo tiempo de réplicas, ni siquiera para que Lydia se desquitase de algo que no era directamente su culpa.
Su odioso móvil volvía a resonar, advirtiéndole que no se demorara en pulsar el dichoso botón.
—Tardaremos lo menos posible —apremiándole las prisas, Marvin le incitaba a que continuara y dejaran los rifirrafes para más tarde.
Lydia le lanzaría un vistazo a la Sabia, remarcando un desdén notorio que parecía ser mutuo. Madi les seguiría en el campo visual en su descenso, apreciando que eran muchos los que estaban volviendo de su huida furtiva.
Rellenarían gradualmente los huecos en las barras de cemento que componían los asientos. Escucharía el resoplido sonoro de Jeani, pillándola con alzar la lengua al cielo de su boca.
La Sabia ejercería el baile de sus cabellos rubios de reflejos lilas, en el que dejaba ir su frustración o posiblemente su ofuscamiento.
Había evitado a toda costa tener que recurrir a la artimaña de tocarles, y Madi entendía que con Lydia era incluso peor, al sacarla completamente de quicio.
Albergando una inspección a la otra esquina, se daría cuenta de que Serena pensaba justamente lo mismo que ella. Lo plasmaría en las muecas áridas de su rostro achocolatado bajo sus gafas.
No sabía si era ironía o las bazas del azar, pero le hacía gracia además, de que de todos sus acompañantes, las únicas que quedaban allí postradas fueran precisamente ellas tres.
Entendiendo que no tenía sentido ocultarle nada a Serena, la del pelo rosáceo abría la boca dispuesta a hacerle la pregunta del millón.
—Estoy comiendo, Madeleine, ¿no lo ves? —no hizo falta ni que un solo vocablo saliese de sus labios. Jeani saborearía un par de granos de maíz entre sus dedos grasientos, con un evidente fastidio.
Era más que obvio que fuera lo que hubiese visto en Lydia, se lo guardaría solo para ella. Cuando Jeanette se comportaba así de cargante, poco podían hacer. Madi parpadearía varias veces.
—Centraos en el partido, para eso hemos venido —regañaría con ello también a una capitana que empezaba a estar harta de su comportamiento hostil.
Serena advertía que al menos Madi era más cordial. ¿Quién lo hubiese imaginado? Hubiese sonreído de no ser porque el paradero de Chester le traía de cabeza.
En el barullo concentrándose en la pista, reincidirían unos jugadores con una resistencia mejorada. Le harían distraerse del leve incidente, concentrando sus miras en los altibajos que el personal de delante les permitía al ponerse en mitad.
Afincándose en los puestos que habían ocupado, soslayarían en una visión entremedias, cómo los equipos aguardaban sus posiciones preparados para el nuevo asalto.
Sin mantener en vilo a un público que comenzaría a vitorear a sus adeptos, los primeros movimientos de balón se coordinarían de unas manos a otras, en un dinamismo que hacían resonar su material sintético contra el suelo.
Pasando inadvertido el derroche de energía de un capitán arrollador, Madeleine no sería la única en apreciar, que Liam era uno de esos jugadores que se mantendrían sentados en el banquillo.
Sospechaba para bien, que por su deplorable estado y su más que decepcionante primer tiempo, que el entrenador había decidido dejarle rezagado en una banqueta suponiéndole un ultimátum, o un premio según se mirase.
Era más que plausible que el del broceado no se había mostrado por la labor en lo que llevaban de juego. Serena también se concentraría en el joven de ojos azulones grisáceos, preguntándose en una gesticulación muda dónde demonios estaba Chester.
Liam empinaría la cabeza hacia el público, localizándola en una marea en la que para él, la capitana era una entre un millón.
Dedicándole una de sus sonrisas pícaras, trataría de contentarla sabiendo que de nada valdría al sentirse impotente.
Por su parte, Jeanette contemplaría un marcador altivo, captando por sus anotaciones y la voz resonante del speaker, que Los Lobos habían iniciado la segunda parte con la ventaja de diecisiete puntos.
Ricardo se estaba luciendo en una actuación, que no pasaría desapercibida para ninguno de los posibles ojeadores presentes en cada uno de sus pasos.
En los primeros segundos de juego, captarían que los esfuerzos del equipo local, sorpresivamente, cobrarían fuerza resurgiendo de sus propias cenizas.
La charla motivacional encauzada por su entrenador, fortalecía el lema de un conjunto que seguiría luchando hasta sus últimas consecuencias.
Por su forma de afrontar las adversidades, tomarían el desastre del primer tiempo como una motivación de la que aprender, seguir adelante y a crecerse en cada vapuleo del balón.
Su iniciativa le secundaría a responder con mayor versatilidad los ataques de unos rivales, que podían asemejar como bestias hambrientas, siendo su capitán, la peor de las alimañas.
Respondiendo bien a las ofensivas, las voces se alzaban cada vez que el equipo local conseguía recortar distancias con alguna que otra canasta, o haciendo gala de una defensa, en la que evitaban que sus contrincantes anotaran más puntos a su favor.
Aunque la remontada se veía tan lejana como un sueño premonitorio, las diversas jugadas estaban consiguiendo reducir la desventaja inicial a trece puntos.
La euforia del momento hacía posible que no todo estuviese tan perdido.
Razón por la que las chicas entendían que, a pesar de todo, sus poderes no les iban a hacer falta para perjudicar al estúpido de Ricardo.
Los ánimos se caldeaban llegando a contagiar a sus incondicionales, aumentando una tensión que cortaba con un filo palpable.
Viendo que aquellos a los que consideraba miserables, se creían con el derecho de tener esperanzas, en uno de los lances, Ricardo recibiría el balón aprovechando el favor para encaminarse con un trote acelerado, hacia una canasta de la que esperaba coronarse.
La idea fatídica de que la canasta se partiera y así dejara de hacerse el simio unineuronal, pasaba por la cabeza de las tres cada vez que el capitán hacía honor a una testosterona innecesaria.
Zafándose de sus adversarios, avanzaría con ímpetu dejando a su paso el chasquido desenfrenado de unas zapatillas, que se fusionaba con los golpeteos violentos de la esfera anaranjada.
Teniendo el propósito de continuar con un partido apoteósico, alzaba sus marcados bíceps a pocos palmos de la canasta con el único empeño de colarla.
Adelantándose a la jugada, el defensa del equipo rival entorpecería con sus brazos ejerciendo un tapón, dónde el lanzamiento se interrumpiría quedándose a medio camino.
En el debacle de unas voces disonantes, apreciarían que el árbitro pitaría falta a favor de Los Lobos, colmando de euforia un puntuaje que peligraba con volver a desmarcarse.
Serena cruzaría las piernas desde su asiento, resoplando al imaginar las ínfulas que se daría al encestar. Con el mismo semblante mustio de Jeanette, la Receptora era otra que ya lo daba por hecho.
Regodeándose con una sonrisa marcada, Ricardo se limpiaría burdamente los restos de sudor navegantes por su cara, tanto como su máscara protectora se lo permitía.
Posicionándose en la línea ante canasta, fijaría en ella su objetivo sabiendo que los dos tiros libres serían pan comido para una superestrella como él.
Después de que el árbitro le pasase el balón, y volviese a tenerla en su posesión, rozaría la textura de sus líneas ejerciendo un par de botes, dándose aún mayor protagonismo.
Confiándose, se relamería los labios antes de elevar sus brazos e impulsar sus talones en un gesto de muñeca, cuyo balón saldría disparado en un gesto grácil.
Para su mayor sorpresa, a su trayectoria le faltaría la precisión necesaria como marcar uno de sus tantos. La pelota impactaría contra el aro circular y por consiguiente, la pérdida por una oportunidad que se evaporaba ante sus ojos celestes impasibles.
El público a favor de unos jugadores locales, vociferaban completamente incrédulos aclamando un acto que les beneficiaba, dando de lleno en un orgullo que no demacraría su fachada.
Sin perder el gradiente de su sonrisa prepotente, el capitán ningunearía el pequeño extravío restándole importancia.
Sintiéndose invencible, pensaba que incluso las máquinas más perfectas alguna vez fallaban, y que el nuevo tiro redimiría el error dándoles a sus adversarios donde más les dolía.
Ejerciendo una nueva rutina en la que se preparaba para volver a lanzar, produciría un eco envolvente con dos botes antes de propulsarse.
La misma confianza que le hacía envalentonarse haciendo del juego algo de menos, le estallaría en la cara cuando al giro de su muñeca, veía que aunque el balón fuera bien encaminado, su tirada perdería magnitud sin llegar a rozar sus cuerdas.
Terminaría yéndose directamente por la línea de fondo. Serena se llevaría las manos a la boca noqueada, al creerlo una ilusión.
El gesto engreído marcado en las comisuras del capitán, declinaba por un rostro menos amable llamando primero al desconcierto, y seguidamente a un cabreo inaguantable.
Él, que había hecho alarde de unos fallos ínfimos en lo que llevaban de temporada, pavoneándose siempre de sus buenas estadísticas, se quedaría estoico sin dar crédito a lo que acababa de suceder.
La afición gritaría pletórica, fusionándose con unos abucheos crueles que remarcaban su mala racha. No había concesiones que valiesen a estas alturas.
Aprovechando el momento de debilidad de un capitán irreconocible, el equipo rival haría del momento uno épico, en una jugada cuyo pase a gran distancia, era captado por el base local, culminando con un triple con sabor a gloria.
Las emociones a flor de piel, no hacían más que desatarse en unas gradas que empezaban a ver la luz al final del túnel.
Intentando recomponerse, Tom, siendo el base análogo de Los Lobos, una vez recuperaba el balón, lo atizaría contra la pista en unos golpes en los que, reduciendo los metros hacia su zona de interés, les daría una nueva conformidad.
Interceptando al capitán con sus ojos oscuros, le pasaría sin dudar el balón dándole la oportunidad de vanagloriarse.
Pillándole de espaldas a canasta, Ricardo se vería acorralado al sentir la barrera del defensor rival haciéndole sombra bajos los hombros. No había tiempo que perder.
Decidía ante la presión de aquel instante, la contemplación de realizar un tiro arriesgado en el que se resarciría completamente si lo empleaba con éxito.
Produciría un par de botes previos antes de impulsar sus rodillas y realizar un giro de ciento ochenta grados en el aire.
Valiéndose del brinco de sus pies, en el que sus antebrazos se sobreponían arqueados por encima de su cabeza, arrojaría el balón dirección a canasta con una furia desenfrenada.
El brío con el que lo proyectaría, incitaría a que la pelota golpeara con arrogancia un tablero dónde rebotaría, sin darle la ocasión de rozar siquiera su aro.
Ricardo gruñiría cerrando unos dedos en los que forjaría sus puños amenazantes, destacando con su vanidad las venas de su exuberante musculatura. Era otro tiro claro que se le escapaba de las manos, mofándose de sus capacidades.
Su descuido le brindaría a la defensa el derecho de contraatacar sin preverlo, culminando con otra canasta en la que se cobraba todos los desprecios del primer tiempo.
El entusiasmo vivaz se propagaría como la pólvora, enfureciendo a las masas acérrimas a un capitán brabucón que perdía su potencia.
Las chicas se mirarían entre sí deleitándose, reconsiderando una esperanza que ya creían más que perdida.
Los locales habían conseguido reducir la desventaja a menos de la decena de puntos, cobrando sentido una remontada que sería legendaria.
La fogarada interna de Ricardo al ver sus grandes proezas echadas por tierra, les reafirmaba a sus adversarios que no se lo pondría fácil, y que todo podría volver a cambiar de un momento a otro.
Siendo consciente de que su capitán estaba bajando la guardia después de tantas jugadas memorables, con el balón en las manos, Tom decidía realizar otra estrategia en la que le daría un hueco de gloria al alero suplente; Yusuf.
Lamentándose por el nulo rendimiento del alero principal, Tom soslayaría una mirada efímera hacia al banquillo, descubriendo a un Liam bastante mosqueado, jadeante con cada caricia en la que aplastaba sus dedos contra su faz morena.
Yusuf no presentaba ni de lejos las mismas técnicas que el joven del bronceado, y aún así, pensaba que desagraciadamente, él mismo se lo había buscado.
En cada error que su equipo cometía, Liam le suplicaba reiteradamente a su entrenador que le permitiese entrar en terreno de juego. Poco le importaba hacerse pesado con su superior.
—Charlie, te lo estoy pidiendo por favor. Sácame —sus ojos azules grisáceos se lo pedían a gritos. El gesto mohíno de su instructor ya le daría una negativa más que adelantada.
—Te lo vuelvo a repetir. No voy a dejar que sigas haciendo el ridículo —se sulfuraba sin mirarle.
—¿Tanto te cuesta darme una oportunidad, joder? —Liam no se rendiría hasta conseguirlo.
Su entrenador le daría el beneplácito de centrarse en él, apreciando cómo las curvas perfectas de sus cabellos azabaches encaracolados, caían sobre una frente menos rociada que su versión anterior.
—¿Te parecen pocas todas las que te he dado? —alzaba el tono pareciéndole mentira su hipocresía.
—¿Por qué no confías en mí? —frunciría sus labios, pronunciando un ceño que se avinagraba.
—No se trata de confianza, Liam. Se trata de compromiso —empujaría su dedo índice acusador contra su pecho, sin quitarle los ojos de encima —algo que contigo, a día de hoy, es inviable.
—Nadie es perfecto. Incluso tu máquina de matar ha acabado fallando unos tiros, que otro podría haber colado con los ojos cerrados —crearía un silencio en el que su entrenador le daba veracidad a sus palabras—. Dame una nueva oportunidad, y te juro por mi puñetera existencia, que no te vas a arrepentir.
Haría aletear los orificios de su nariz, conteniendo una tensión agobiante.
—Tenías que haberlo pensado antes de presentarte en unas condiciones lamentables.
Zanjaría el tema, haciéndole también una negativa visual en la que volvía a centrarse en su equipo.
Liam bufaría realizando el traqueteo nervioso de una rodilla que no podía estarse quieta.
Hastiado, bajaba la cabeza y enterraba entre sus dedos sus mechones oscuros haciéndole de tejado, bajo una negativa dolorosa.
Se perdería cómo Yusuf, tras varios pases en los que su agilidad sufría un leve vacile, conseguía lanzar a canasta desde una posición cercana.
Estando bien cubierto por el defensor rival, le fue imposible materializar los dos puntos que les permitían ahogarse menos en un acechante empate.
Colérico por un arranque improductivo, Ricardo no dudó en dirigirse a él como tantas otras veces lo había hecho.
—¡Eres un puto inútil! ¡¿No tienes ojos en la cara, o qué te pasa?!
El aludido resoplaría aceptando uno más de sus tantos desprecios, secándose en el proceso los relieves mojados de su piel oscura.
Tom tampoco quedaría exime de una reprimenda que le tocaría de refilón.
Lanzándole una mirada furtiva a su base, las palabras sobraban para hacerle entender en sus gesticulaciones burdas, que ni se le ocurriera volverle a pasar el balón a cualquier otro compañero que no fuera él.
Ricardo estaba más insoportable que nunca. Calmarle iba a ser una tarea mucho más compleja que anotar un par de insignificantes puntos.
Explotando el nuevo error de Los Lobos, los rivales se moverían fugaces sin darles tiempo a reaccionar.
Siendo partícipes de un balón en los que todos aportaban su granito de arena, además de una lección de humildad y compañerismo en su más puro significado, anotarían otra canasta que hinchaba las narices al que consideraban un orangután de manual.
La diferencia que los separaba pasaba de diecisiete puntos, a ya solo seis, enfureciendo aún más si cabía a la furia humana al reírse en sus narices.
—¿Nos hemos perdido algo? —la voz de Luca despertaría a Madeleine de la abducción, en el que el partido la había atrapado.
Comprobando cómo se sentaban, se percataría de que Gina y Lydia le acompañaban, siendo ésta última la que pasaba tan desapercibida como podía camino de su asiento.
Esta vez tendría la delicadeza de no tropezar. Vería que Gina tenía mejor cara, y que su alegría natural volvía a inundar sus facciones risueñas.
La respuesta de la del pelo rosáceo, sería la de inclinar su barbilla hacia un marcador en el que el italiano entendía que el partido había tomado un giro monumental.
—¿Dónde está Marvin? —sin cortarse ni un pelo, la Receptora se dirigiría a una pelirroja agitada.
Su pregunta haría impacientar aún más a Serena, que seguía sin obtener respuestas del batería.
—¿Por qué no se lo preguntas a él cuando vuelva? —Lydia le reembolsaría la rabia que ella le provocaba.
Serena la observaría entendiendo su comportamiento sin llegar a exculparla. Sería Jeanette la que la hubiese puesto en su sitio, de no ser porque alguien intercedía antes desde su flanco izquierdo.
—Nos lo hemos cruzado antes, y dijo que tenía algo que hacer. Que tardaría en volver o algo así.
Sonriente en su brillo metálico, Gina le diría lo que pedía dándole a la animadora el guantazo verbal que no había podido devolverle antes.
Lydia bufaría cruzándose de brazos en un acto de berrinche infantil, doliéndole que ni siquiera en eso pudiese salirse con la suya. Luca admiraría a Madeleine, dándose cuenta de que el pequeño triunfo no había sido suficiente para contentarla.
En el fondo, ella sospechaba que algo sucedía y Luca tampoco quiso indagar por si interfería en lo que no debía.
Reconociéndolo como el teléfono que él mismo le había prestado, el de los lunares suspiraría apreciando, muy a su pesar, cómo Madi encendía la pantalla dispuesta a ponerse muy seguramente en contacto con él.
Queriendo evadirse, dirigiría sus ojos azules zafiro hacia el frente, poniendo interés en el espectáculo deportivo.
Centrándose en encestar a como diese lugar, evitando más represalias por parte de un cabecilla rencoroso, apenas Tom se hacía con la pelota, se la pasaba a un capitán que no vería más allá de un aro perenne en sus cuerdas hiladas.
Obsesionado con una cima que ansiaba alcanzar, Ricardo no apreciaría que en tierra firme, sus rodillas se enredarían con otras produciendo del despiste, el tiempo suficiente para que el balón le fuese arrebatado.
Encaminándose en dirección contraria, el equipo rival no vacilaría en forzar una marcha con el propósito de recortar aún más la ventaja, que hacía equilibrar la balanza.
Mike; estrella del equipo local, culminaría la jugada con un precioso mate del que se columpiaría imitando la gallardía irritante de un Ricardo fuera de sí.
En la vuelta hacia la defensa, pasaría por su lado dejándole una estela en la que probaría su propia medicina.
—¿Qué pasa, Santos? ¿Se te han terminado los poderes de la máscara?
Sus palabras socarronas levantando las gracias de sus compañeros, fueron la chispa que encendería una bomba que acababa de detonar.
Fijándole con su mirada celeste, le juraba en su semblante amenazante que se la cobraría.
Desde su banqueta, Liam esbozaría una sonrisa sarcástica, comiéndole los nervios al no poder operar por su cuenta.
No tener la autorización para hacer algo, le estaba matando lentamente. Mucho más cuando al alzar la vista, reparaba en que Serena no encontraría lo que estaba buscando entre el público.
Viendo que Los Lobos habían desperdiciado prácticamente toda la ventaja acumulada en el primer tiempo, Charlie decidía acercarse a los jueces de mesa y pedir tiempo muerto.
Aceptándolo, el árbitro pitaría, ejecutando con las manos una T con su dedo índice sobre su otra palma en horizontal.
Arremolinándose alrededor de sus respectivos entrenadores, algunos jugadores se encontrarían con sus compañeros de banquillo, siendo en Charlie dónde se centralizaría el máximo resquemor antes incluso de que llegaran a rodearle.
Focalizándose en su capitán, le hablaría sin que él sobrepasara su altura.
—Ricardo, ¿qué es lo que te está pasando? Te veo y no te reconozco.
Lo enaltecería con un tono marcado, distante de ser agresivo, pero evidenciando que las jugadas no le estaban saliendo como deberían.
Con la cabeza gacha mordiendo sus labios, apenas se sumaba a la reunión, él se limitaría a propinarle una soberana patada a la silla donde se sentaría de malas ganas.
La violencia con la que había tratado a la pobre banqueta, hacía que a Serena se le pusieran los vellos de punta. No era desde luego con la misma potencia.
Pero sí con el mismo sentimiento frustrado con el que solía pagar unos entrenamientos que no le favorecían. Las marcas que había llegado a hacerle en su cuerpo, parecía que tardaban más en sanar por la injusticia con la que eran causadas.
Previendo que en el minuto que duraba el pequeño receso, su máxima estrella solo soltaría bufidos sonoros en lugar de palabras, Charlie decidía no sobrecalentar los ánimos, guiando en su lugar a otros jóvenes ansiosos.
—Vale, chicos... —inspiraría hondo —Ricardo está pasando por una mala racha, y es lo más normal después de tanta sobre exigencia.
Como siempre, le ensalzaba sin arrebatarle su valía.
—Necesito que os pongáis las pilas, y ayudéis a vuestro capitán a encaminar la misma dinámica y versatilidad que en el primer tiempo, ¿de acuerdo? ¡Tom! —se dirigiría hacia el base—. Quiero que en el próximo contraataque, seas más veloz y...
Las palabras del entrenador perdían coherencia para un Ricardo, con un fuego azuzando sus impulsos más oscuros. Llegaría a ensordecerlas para enmudecer sus propios demonios.
Si lo que Charlie pretendía era animar a la panda de pazguatos con cursilerías de superación inútiles, para él, significa la insinuación de una debilidad con la que no se identificaba.
Encajando sus dientes, le observaría marcándole con repugnancia.
No entendía cómo era capaz de comentar entre líneas que era una pieza frágil, cuando era gracias a él, había conseguido marcar más de treinta puntos en lo que llevaban jugado.
El bramido del silbato les anunciaba que el tiempo muerto terminaba, llamando a los jugadores a una cancha dónde aún había mucha carne en el asador por repartir.
Los siguientes pases serían igual de deprimentes que los iniciados al principio del segundo tiempo.
Aumentaría la desesperanza de un Liam que no hacía más que retorcerse, al no ser llamado por un campo donde estaba dispuesto a dejarlo todo.
Los minutos se desencadenarían unos tras otros, y pese a las continuas súplicas, Charlie estaba empecinado en sancionarle dejándole como un espectador pasivo más sin poder participar.
Ricardo seguía sin remontar, entorpeciendo a sus compañeros al hacer un juego igual de mediocre.
Teniendo un merecido descanso en su afán titánico, Tom haría compañía al del bronceado, apaciguándole con un ligero gesto en el que decía que lo sentía.
Quedando atrás las riñas, y esas espinas clavadas por el interés que Liam pudo tener en Susana, Tom le perdonaba los roces alzando la mano esperando a que su compañero la estrechara.
Le necesitaban a él y a su increíble agilidad para zafarse y recuperar un balón, que por desgracia, solo era tocado en su mayoría por manos ajenas.
Liam aceptaría el acuerdo en el que enterraban el hacha de guerra, esbozando una ligera sonrisa que se haría mayor, mostrándole sus atractivos colmillos sin la necesidad de decir algo a cambio.
Rozando los próximos cincuenta segundos, el equipo local seguiría saboteando las ilusiones de unos Lobos, que veían su estatus ponerse en evidencia.
Mike se adentraría en la zona de líneas circulares bajo canasta, terminando con una bandeja que le condecoraría con la suma de nuevos puntos.
Lo que no vio venir, fue la defensa implacable de un capitán, que desquitándose por las mofas que había hecho sobre él, le propinaría en el aire y sin miramiento, un codazo contundente directo hacia su tabique nasal.
El pobre Mike caería desplomado en el suelo roto de dolor, quedándose bocarriba sentado en una pose encorvada, llevándose por inercia las manos hacia la cara.
Las articulaciones sudorosas de sus dedos, no tardarían en mancharse de un flujo escarlata violento, alertando a sus compañeros por una jugada tan sumamente sucia.
La conmoción sería vivida por un público que creía inverosímil lo que acababa de suceder. El caos apoteósico se desencadenaría yendo a más con griteríos ensordecedores.
Serena encarnaría el horror, y no ya solo ver el monstruo que tenía delante. Sino porque aquella escena le hizo recordar el pavor en la pelea contra Chester, y cómo Ricardo le dejó sin importarle las consecuencias.
Mismo sentimiento acongojado por parte de unos compañeros a los que les costaba reaccionar.
Enfurecidos, serían muchos los que entre el público llegarían a levantarse e increpar lo que consideraban una abominación.
En las banquetas, Liam apretaría sus dedos clavándose las uñas, solo por una salvajada que se hubiese podido evitar, si alguien le hubiese puesto a Ricardo los pies en su sitio.
Encauzando su mirada con la de Tom, el base le negaría evocando el dolor en las memorias de la semana pasada. Atisbando a Charlie, el del bronceado le diría en silencio que eso no podía permitirlo, y que como entrenador, debía hacer lo más conveniente.
Mientras tanto en el suelo, Mike permitiría que en sus alaridos delirantes, la pista también llegase a embadurnarse por el rojo navegante desde su nariz.
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-> ¡Muy buenas! 👋 ¿Qué tal os va? ❤️
-> ¿Qué os está pareciendo el partido? 🏀 Como podéis ver, Ricardo está perdiendo completamente los papeles 💪
-> ¿Cómo pensaréis que acabará todo esto? 🤔
¿Habrá justicia para todos? ✨
Originalmente esta parte del capítulo era bastante extensa 🙈. Por ello lo de subdividirlo en dos partes (Parte 2-1 / Parte 2-2) y hacer una lectura más amena 💯
➡️🌟 ¡Nos vemos en el 2-2 con el desenlace! ⛹🏻⬅️
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