Capítulo 55 (parte 2): Invitados inesperados
—¿No es mejor que esperemos a Jeanette? —Serena sería la primera que reaccionaría de las dos.
—¿Y darle la satisfacción de llamarnos miedicas con tendencia a la paranoia? —Madi le haría alas, envalentonándola. —Vayamos juntas.
Se erguía del sofá incitándola a que le siguiese, y abandonase un temor más que justificado.
Como si Madeleine fuese la propia anfitriona y no al revés, ejercería un par de pasos por delante con sus zapatillas de tela, cruzando un salón que les llevaba a una solería camino de las escaleras.
Desviándose hacia la derecha, se acercarían a un descansillo en el que dejarían la mesa con un centro floral atrás. Con una distancia cada vez más cercana, se dispondría a presionar la manivela cuya puerta de cristales opacos y floritura de hierro incrustada, les conducía al exterior.
Antes de abrir el ala hacia las propias tinieblas de la noche, miraría a Serena aportándole esa confianza que podría abandonar por momentos.
Haciendo honor a su gran coraje, Madeleine ejecutaría el pomo dejando que en su chasquido metálico, la brisa fresca perpetrarse en la instancia.
Sentirían que sus extremidades bajas se calaban por una frialdad arrolladora, trayendo con ella el dulce olor de los setos aromáticos del jardín.
Lo que descubrirían después, sería a un joven atareado en su teléfono móvil tecleándolo en una adiestrada agilidad. Viendo que la otra parte se había molestado en atenderle, inclinaría la barbilla saludando a aquella a quien esperaba recibir. Las sorpresas serían más que mutuas.
—¿Mad? ¡Joder, Mad! ¿Estabas aquí? ¡Llevo todo el día intentando localizarte! —alzaría el dispositivo y le plantificaría una conversación cuyos mensajes no habían sido recibidos. —¿Dónde diablos tienes el teléfono? —se ofuscaría en ella, sin fijarse en que la dueña de la casa se escondía detrás.
—¿Axel? ¿qué haces aquí? —él arrugaría sus párpados, intensificando su maquillaje de sombra oscura.
—¿Cómo que qué hago aquí? —al del estilo punk le parecía estar reviviendo un déjà vu. —Habíamos quedado hoy para terminar el maldito trabajo de Mitos y Leyendas, ¿no te acuerdas? ¿Qué haces tú sino?
Pagando la frustración de algo que no llegaba a entender, bajaba la cabeza y devolvía su teléfono al bolsillo de su pantalón de cuadros rojos. Sin reincidir al frente, seguiría promulgando una jerga en la que se desquitaría, posando su otra mano en las correas de su mochila colgada en uno de sus hombros.
—No me sorprende si el chat grupal crea a cada momento más telarañas. Joana sigue sin dar señales de vida —se referiría a la otra compañera que componía el cuarteto que les asignó Aristóteles.
Al encauzar sus preciosos ojos castaños hacia la puerta, apreciaría a una morena ofreciéndole una sonrisa torcida. Lamentaba no haber cancelado la reunión. Era evidente que ella también lo había olvidado.
—¿Qué leches le ha pasado a Serena? —escudriñaría sus párpados, reparando que en el umbral a contraluz ocultando el relieve de sus rizos, la capitana llevaba por corona una hilera de vendas apoteósica.
Haciéndose más visible, holgaría la abertura de la puerta dejando ver las luces acariciando el suelo.
—Un accidente sin importancia —le quitaría trascendencia a algo que tenía el mayor de los pesos.
—¿Cómo que sin importancia? ¿Te has visto? —gesticularía con sus dedos, ensalzando la laca de uñas negra brillante que le acompañaba siempre a todos lados. —¿Te encuentras bien? —insistiría.
—Sí. Gracias por preguntar —siendo amable, le sonreiría incluso naturalmente sin que supusiera a como le tenía acostumbrado, a una sorna en la que se lanzaban indirectas muy directas.
—No. No estás bien. Ese golpe, herida o lo que quiera que tengas, te ha afectado más de lo normal —era lógico el por qué lo decía. Serena nunca había sido Miss Simpatía precisamente con él.
Madeleine abría la boca con el propósito de decirle que la reunión se posponía y que volviese a casa. Era más que evidente que Serena no estaba para hacer trabajos, pese la razón que les traía de cabeza fuese otra más contundente.
Que la tremenda curiosidad de Axel fuese el gran impedimento para despacharle, ya lo daba por hecho. Su mejor amigo alzaba la vista al frente, haciendo que ambas girasen sus cuellos.
A los pies de la elegante escalera de piedra, apreciarían la silueta de Jeanette dirigiéndose hacia sus posiciones.
—¿Qué hacéis ahí paradas taponando la puerta? —Axel entonaría su vista, tardando poco en adivinar que se trataba de la segunda guitarrista.
Mientras que Madeleine le negaba a Jeanette con sus ojos saliéndose de sus órbitas, ella pasaría olímpicamente de su reclamo centrándose en el de reflejos verdes en el pelo.
Axel le sonreiría por inercia al ver que uno de sus retos más difíciles, se presentaba ante él siendo incluso más halagadora de lo habitual.
La emoción del momento tornaría a una en la que no entendía, el por qué Jeanette estaba en la mansión de los Molier. Señalándole con el dedo índice, haría un giro de su muñeca en el que arrugaría sus bonitos ojos producto de la confusión.
—¿Qué está pasando aquí? —que él supiera, ninguna de las tres eran especialmente amigas.
—Serena ha tenido un accidente y nos hemos ofrecido a ayudarla —la del pelo rosáceo actuaba rápido evitando un daño mayor. —Eso es todo. No le busques más explicación.
Que dijese eso sería peor. Si lo que buscaba era que Axel no se embarcase en miles de preguntas ahorrándole todos los detalles, iba por muy mal camino.
—Si no nos crees, basta que veas los noticieros universitarios —e incluso, si se apuraba, no descartaba que el incidente hubiese migrado hasta los medios de mayor envergadura.
La cara de Axel era un auténtico poema. No entendía nada y no se iba a quedar callado.
—Estás actuando muy extrañamente, Mad —como cabía de esperar, no se le pasaba ni una.
—No tienes por qué recurrir a las verdades a medias —Jeani se cruzaría de brazos, analizando con sus ojos grisáceos misteriosos, a un joven que a cada minuto que pasaba, menos comprendía nada.
Madeleine sabía que se estaba dirigiendo a ella. Se desesperaría al entender que Jeani ya había orquestado un plan de su cabeza, e iba a ser muy difícil hacerle desistir.
—¿Queréis apartaros de una maldita vez y dejarle pasar? —se daría la vuelta esperando a que los otros le siguiesen.
Sin querer que la noche acabase con unas consecuencias lamentables, la Receptora generaría unas zancadas artificiales alcanzando los pasos lentos de la guitarrista.
Le aferraría el hombro importándole poco su fobia hacia el tacto ajeno. Madi la haría girar encarándola sin evasivas. No había más que ver lo molestaba que estaba.
—¿Qué diablos estás haciendo, Jeanette? —pese a pretender ser un susurro, se le oiría en sus paredes huecas voluminosas.
Desde atrás, Serena miraría a ambas diciéndoles que estaban siendo poco discretas. Si el recelo ya era grande, después de esto, la suspicacia de Axel explotaría siendo irrebatible.
—¿Me podéis explicar qué leches os pasa a las dos? Estáis siendo más raras que un perro verde —objetaría en Serena y en su increíble bondad súbita. —Las tres más bien —quería explicaciones y las quería ya.
Madeleine se empezaría a poner muy nerviosa, experimentando un calor que le haría sudar.
—No pasa nada. Cada uno se va a ir a su maldita casa, y mañana será otro día —su mejor amiga le contestaría, siendo gracioso que volcara su furia en Jeani y que no reparara en él.
Dejándole claro que no insistiera, Madeleine se desmarcaría de su cercanía cambiando el rumbo hacia el nuevo invitado. Procuraría contentarle como pudiese, agarrándole del brazo para llevarle fuera.
Le quería lejos de aquella mansión que ahora que caía, no hacía más que generarle una acumulación de malos recuerdos.
—Pasa mucho, Axel —la guitarrista enturbiaría más una situación, que Madi se esforzaba por mantener.
Dejando que Serena se quedase a mitad de camino, en el extremo más interior, la Sabia desafiaría a la otra Arcana en su límite opuesto. Parecía que de un momento a otro saltarían chispas.
—¡No quiero involucrarle en esto! ¿No te has dado cuenta? —Madi recurriría al cinismo.
—Aquí no se basa en lo que quieras o dejes de querer, Madeleine. Eres tú la que parece que aún no se ha dado cuenta de lo difícil que va a ser enfrentarse a ellos sin ayuda —las palabras de Jeanette transmitían muchísima crudeza—. Necesitamos aliados. Solas no vamos a llegar lejos ni de coña.
—¿Esto que es? ¿Un juego de rol, o cómo va la cosa? —Axel expandiría sus brazos regocijándose.
—Es mucho más complejo que esos juegos de mesa estratégicos que tanto adoras.
Madeleine mantendría la reserva, con la esperanza de que Jeanette abriera los ojos y viese, que Axel era un inocente que no tenía por qué pagar las consecuencias de unos actos que no eran suyos. Esto a él no le incumbía.
—¿Dónde hay que firmar? —decirle eso, sumado al plus de un nuevo reto a la vista, hacía que sus ojos castaños brillasen con una intensidad que incluso deslumbraba. Ya no habría vuelta atrás.
—Deberías de leer las condiciones de uso antes de eso —Madi proseguiría con su negativa.
—Y luego la rara soy yo... —Serena abriría la boca para lanzar la mofa. —Perdonad, es la costumbre.
—Sea lo que sea, ¡me apunto! —preparado para pasar a la acción, Axel remangaría las mangas de su chupa de cuero negra, desvelando el tatuaje tribal que se inscribía en uno de sus antebrazos.
Sin dejar que se viera en su totalidad, permitiría que los extremos del abrigo se anclaran por encima de los codos, para luego producir un frote de palmas en el que esperaba más información.
Serena miraría a sus dos nuevas camaradas, lanzándoles una mirada de completo socorro. Jeani había sido clara en eso de no dejarse llevar por las alucinaciones. Sin embargo, ya era demasiado tarde.
El miedo infundido por unos seres capaces de asesinar solo por mero deleite, le hacía incluso generar el temblor bailongo de sus dedos.
Madeleine ya sabía que Axel tenía uno desde que le conocía. Le gustaba tanto, que el de reflejos verdes no dudaba en hacerlo alardear siempre que podía. Obviamente, Madi nunca le había prestado mayor reparo hasta ahora.
El pequeño silencio incómodo no pasaría desapercibido para ninguno de los cuatro.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me estáis mirando así? —Axel no sabía si reír, o mostrar mosqueo.
—Bonito tatuaje, Axel —esta sería la segunda vez que Jeanette rompería el hielo.
—¿Verdad que sí? ¡Es la hostia! ¡Mirad qué precioso es! —acercándose raudo al salón, las abandonaría para dejar que su mochila se desplomase contra el sofá.
El próximo paso sería el de quitarse el abrigo de encima dándole más libertad. Aún no se había desvestido, cuando Jeanette volvería a hablar.
—Sé cómo es —afirmaría segura cruzándose de brazos. Desprovisto de su cazadora, apreciarían que debajo de ella se ocultaba una camiseta negra de manga corta, con dibujos de cultura japonesa estampándose en su zona central.
La vestimenta, más propia para una época estival, haría más factible que pudiesen apreciar aquella obra de arte de líneas conversas sin impedimentos.
—¿Cómo lo sabes si no lo has visto entero? —dándose la vuelta, se acercaría a ellas de tal manera, que pudiesen apreciarlo con detenimiento en su mayor apogeo.
La felicidad canalizada en la sonrisa de Axel, les decía que ese era uno de sus mayores tesoros.
Quedándose más tranquila, Serena vería que bajo la tinta de trazo grueso y curvilíneo, no se ocultaba ninguna marca que le hiciese ser sospechoso.
—Porque fui yo quien lo diseñó —la guitarrista sería el epicentro de todas las miradas.
La capitana volvía a angustiarse, no sabiendo si eso era mala señal. Esperaba a que Jeani pudiese aclararles algo más.
—¿¿Qué dices?? ¡¿Es en serio?! —Madi jamás había visto a Axel tan sorprendido por algo.
Se mentía a sí misma cuando le recordaba completamente perdido en su exaltación en la tienda de Rajú.
—Trabajo parcialmente realizando diseños en la tienda de tatuajes —recordarían vagamente cuando aquel día en el pasillo, haciéndole de biógrafo, Chester comentó que estudiaba diseño gráfico. Apreciando el nerviosismo de Serena, Jeani no pararía ahí. —Podéis estar tranquilas. Axel es de fiar.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —la animadora seguiría sin confiar plenamente en él.
—Porque según el cuento del príncipe de los vaionvec, solo podían acceder a la tienda de los deseos, aquellos que guardan en su corazón sentimientos benignos —sería la propia Madeleine la que contestaría. —De no ser así, Axel jamás hubiese podido perpetrar la habitación —Jeani le sonreiría.
—¡Oh! El príncipe de los vaionvec ¡Suena bien! —Axel no callaría ni debajo de agua. —¿Ese qué papel tiene en el juego? ¿El mandamás? —el del estilo punk caería en algo que no había sabido leer entremedias—. Esperad, ¿a qué tienda os estáis refiriendo? —se detendría horrorizado hacia su mejor amiga, deseando equivocarse en sus deducciones—. No estaréis hablando de ese lugar atestado de polvo, en la que vive la vieja loca de las macetas ¿verdad, Mad?
Las tres se mirarían entre sí, cuando ya no habría vuelta de hoja. El pequeño inciso en ese guiño cómplice, fue suficiente para que Axel llevase sus manos a la cara y resoplase.
—Vale. Creo que necesito un respiro porque no me está gustando el desvío que está tomando la conversación. Te dije que no le hicieras caso a las habladurías de esa chalada. No merece la pena que te comas la cabeza por eso, Mad.
Como no podía ser de otra manera, Axel era claro en sus pretensiones. Él proseguiría.
—Ya que estamos aquí y se presenta la oportunidad —se dirigiría a Serena con un tono serio —¿qué demonios hacías tú con la dirección hacia un lugar, que acojona hasta decir basta? Segundo —estaba vez se inclinaría hacia Jeanette. —¿Se puede saber qué te traes con Mad? Desde el choque en el pasillo pareces una puta lapa pegada a ella, tía. ¿La quieres dejar respirar?—Jeani endurecería sus gestos, advirtiéndole que no se propasase. —¿Qué? ¿Pensabas que no me había dado cuenta? —por último, se fijaría en la de cabellos rubios rosáceos. —¿Y a ti que leches te pasa, petarda? Primero me dices que te quieres ir de Salmadena, que este no es tu lugar. No me das ningún tipo de explicación. Al día siguiente de chocarte con esta, me vienes con que lo has pensado mejor y que tenía razón en eso de ser una locura. ¿Cuándo me has dado tú la razón en algo, Mad?
Ella bufaría fuerte, sabiendo que a cada minuto que pasaba, más difícil era hacer retroceder en esta absurda locura. Jeani la observaría aprensiva con sus ojos grisáceos, diciéndoles que no se le ocurriese echarse atrás.
Madi no quería ser injusta y aún así, pensaba que para la Sabia era fácil inmiscuir a otros cuando ellos no les dolía.
—Axel... —la Receptora soltaría un vahído cargado de cansancio. Jeani le incitaba a que se lo contase, y Serena seguía recelando de sus movimientos. —¿Te cuerdas de Rajú, verdad? —comenzaría.
—¿Cómo quieres que me olvide de esa mujer? ¡Es imposible! ¡Puta grima, joder! —generaba un respingo.
—Vale —frunciría toscamente sus labios. —¿Qué pensarías si te dijese que ella era una auténtica hechicera, que yo también lo soy, que hay reliquias perdidas de por medio y que ahora las tres somos perseguidas por una secta que quiere matarnos en una cuenta contrarreloj?
Soltaría todo de una prácticamente sin aire. Axel divagaría por un momento dejando el silencio correr, hasta que una sonrisa empezaría a asomar en sus comisuras izadas, encantándole su relato sacado de la manga.
—¡Claro que sí, nena! ¡Y yo soy un Power Ranger! El verde, para ser exactos —le replicaría con la naturalidad que solo él sabía hacer. Viendo que su humor nunca le abandonaría, a Madi no le quedaría otra que seguirle la corriente.
¿Qué otra cosa podía esperar con semejante barbaridad?
—Genial. Yo soy la rosa. ¡Bien por nosotros! —haría que a Serena se le escapase una sonrisa perdida. Esa era muchas de las otras cosas que admiraba del dúo particular.
Jeani endurecía sus gestos pacifistas.
—¿Queréis dejar de bromear con algo que es serio, por favor? —gruñiría harta de todo.
—Tómate ese rol como si te fuera la vida. Nos harías un favor. A este paso, Jeanette va a ser la única que acabe con nosotros.
Dejando atrás la comicidad, su amiga le pedía que se centrara en algo que requería concentración, y mucha mano izquierda. La Sabía volvería sus ojos en blanco.
Habrían continuado lanzándose reproches de por medio, de no ser porque el sonido melodioso del timbre, reincidía en su repiqueo propagándose en su eco envolvente.
Las miradas irían de unos a otros, encontrando una respuesta que no llegaba. Serena les negaría con la cabeza diciéndoles que no sabía quién podría presentarse a estas horas.
La llegada de Axel ya le había ocasionado estupor antes de abrir.
Tomando las riendas de la solución, Jeanette se despegaría del coro siendo la que por propia voluntad, decía enfrentar a aquel o aquella que hiciera acto de presencia.
Sin comprender nada, Axel realizaría una vuelta inconclusa sobre sus botas marrones, introduciendo las manos en los bolsillos de sus pantalones ensanchándolos.
Quedándose apartado en lo que las chicas se alejaban, agazaparía su espalda admirando a cambio la heterogeneidad del árbol navideño, en sus bonitos adornos y alumbrado de colores fluctuantes.
Mientras que Madi y Serena seguirían a la primera desde atrás con una duda inherente, Jeani iría directa a la puerta con un brío en el que no le iba a temblar el pulso.
—¡Yo lo haré! —resurgiendo de las cenizas del pavor, Serena volvería en sí tomando las riendas de la nueva vida a la que quería aspirar.
Se daba cuenta de que aunque la situación ahí fuera no era la mejor, de nada valía esconderse en las faldas de sus nuevas aliadas. Deteniéndola en el momento preciso, Jeani se haría a un lado dejando que fuese su hospedadora la que recibiese los honores.
Apenas Serena desvelaba en las luces de los farolillos altos de forja a los nuevos inquilinos, el corazón comenzaría a latirle en una pulsación prácticamente acelerada.
Las sensaciones que le producían aquel con el primero que se encontraba, le hacía sentirse en una nube en la que podía volar, y en la que su estómago hormigueaba más vivo que nunca.
Cuando unos ojos verdes agua se encontraban con los suyos oscuros, la desesperación de Chester hizo que las palabras sobraran en un arrebatado abrazo.
Abalanzándose hacia ella, teniendo el suficiente cuidado de no dañarla, sus brazos se amoldarían perfectos a una cintura que atraería contra su torso.
Sintiendo su fuerza y su preciado calor, Serena también percibiría en su olor corporal, cómo en él, la fragancia del Western Ice nunca abandonaba a su fiel portador. Jamás aquel apestoso tabaco había olido tan bien como hasta ahora.
Cerrando los ojos en ese intento de impregnarse de aquella muestra incesable de amor, a Serena poco le importó que sus propios latidos delataran lo que sentía. Le correspondería el abrazo abarcando una espalda ancha en la que deseaba quedarse eternamente.
Saboreando aquel momento como si fuese un maldito milagro, Chester dejaría que las emociones aflojaran en su hermosa mirada verdosa, que seguiría derramando más lágrimas, ahora de completa felicidad.
Percibirla viva y que aquello fuese real, le hacía sentirse además de agradecido con el mundo, completamente eufórico. Atesorándola como el ser más preciado de su existencia, atraparía entre las arrugas de su sudadera la templanza de su perfecto cuerpo, y ese perfume que tan solo en ella olía a paraíso.
A su lado, una tos marcada les haría despertar sin que eso les supusiera un gran problema.
—Podrías dejar algo para mí también, ¿no, melón? —divirtiéndole el tira y afloja que la capitana y su mejor amigo se traían, Serena descubriría por encima del hombro de Chester, a un Marvin que parecía estar pasándoselo divinamente con la bonita estampa.
Copiando la muletilla del batería, el guitarrista le sonreía feliz por su nuevo regreso entre los vivos. Molestándole poco que llegara incluso a mofarse de él, el del pelo anaranjado se separaría de ella tomando con nerviosismo el contacto delicado de sus manos.
En sus mejillas frías surcadas por unos ríos débiles, se apreciaba el rubor avergonzado que la capitana le producía con su presencia. Examinándola concienzudamente, la retendría además en el ámbito visual.
—¿Cómo te sientes? ¿Te encuentras bien? ¿Te duele? —Chester pasaría completamente del joven de las pecas, tomando ahora entre sus palmas aquella cara que le volvía loco contemplar.
La mirada de una ternura atroz marcándola como lo más hermoso que sus ojos jamás habían visto, hacía que a Serena le faltara poco para desmayarse. ¿Cómo podía ser tan precioso?
Perdiéndose en sus labios, atisbaría que la marca que sentenciaba su parte inferior, se iba perdiendo con el paso de los días. La capitana le ofrecería una sonrisa boba, en la que se sonrojaba de más por esos sentimientos tan indescriptibles.
—La estas agobiando, Chester —como no podía ser de otra manera, desde el resquicio de la puerta Jeani, le llamaría la atención.
Al alzar las cabezas, los nuevos integrantes reparaban en que Serena no estaba sola en casa.
Junto a su compañera de fatigas, advertirían a la de pelo rubio rosáceo y a su mejor amigo cubriéndole las espaldas. Axel no estaba dispuesto a perderse jamás un buen salseo.
—Aquí hay rollo, ¿verdad? —soltaría descaradamente, saltándose la prudencia a la torera.
—¿Tú también te has dado cuenta? —la Receptora le respondería siguiéndole en su ingeniosidad.
—Lo decía por ti, nena —habiendo caído en su trampa, Axel usaría las dobles tornas para evidenciar algo que era más que visible.
Madeleine borraría el gesto divertido de su cara, al no hacerle ya tanta gracia.
Antes de evitar una mirada canela encontrándose con la suya, notaría que Marvin la estaba observando y que se había percatado de su comparecencia.
Doliéndole lo que había pasado con Lydia como si fuese el más hiriente puñal, Madi se daba la vuelta hacia el interior queriendo desaparecer del mapa. De buena gana se habría ido. Pero sabía que no podía dejar a ninguna de las suyas ahora tirada.
Notando el impulso de seguirla arrasando en su interior, Marvin pasaría de largo del par, forzando en su inercia a que Jeanette y Axel se hicieran a un lado dejándole entrar.
Impactándole las luces ambarinas del salón, el guitarrista conseguiría atrapar la muñeca de Madi al vuelo, antes de que su andadura les llevara al sofá. Sabiendo de sobra quién sería su raptor, ella ejercería con ahínco un movimiento brusco en el que se zafaba de sus dedos.
Dándose la vuelta, le plantaría cara haciendo de tripas corazón.
—Me prometiste que no me volverías a esquivar y estás incumpliendo tu palabra.
Ella se cruzaría de brazos, ladeando tercamente su cabeza. Enarcando sus cejas, se quedaría en unas magulladuras más disipadas calando su faz.
El claroscuro ayudaba a que el rastro de las heridas provocadas por Evans, perdiesen desde su posición un relieve que las aplanaba.
—Que recaigas en pasar de mis mensajes, de mis llamadas y prefieras jugar al escondite, no ayuda precisamente a que solucionemos las cosas. Pensé que ya te lo había dejado claro, Madeleine. Tenemos que hablar y evitar los malentendidos —como era costumbre, Marvin era bastante directo con sus intenciones, dejando las susceptibilidad a un lado.
—Es una pena que al teléfono de Luca le dé por bloquearse y no le aguante la batería —remarcaría que la pertenencia con la que ahora se manejaba, fuese del italiano.
Pese a no tener nada más contra él que no fuese el mismo interés idílico, a Marvin le mosqueaba tener que escuchar ese nombre en su boca.
—Pero el mayor problema para ti, es que tiene instalado un detector de cretinos que rechaza toda vía de comunicación.
Se encogería de hombros demandando una ironía, en la que Marvin esbozaba una sonrisa forzada.
Le fascinaba que Madeleine fuese tan auténtica en sus ideales. Pero no cuando la obcecación la hacía prisionera de una realidad que no quería ver.
—No tenemos nada que hablar —el guitarrista se desesperaba al ver que todos los progresos con ella, se redujesen a meros espejismos.
La misma pose protectora, sus malas ínfulas, el calco de las palabras ofensivas vetándole de una reconciliación. El de cabellos cobrizos se llevaría las manos a la cara, sintiendo que las fuerzas le fallaban.
—Me he esforzado en no serlo. Pero para verlo por ti misma, al menos tendrías que leer primero uno de esos malditos mensajes, ¿no te parece?
Madi sulfuraría su pecho intuyendo que de un momento a otro, alguno de los dos explotaría.
—No sé qué me duele más —se acercaría a ella interfiriendo en una distancia más personal, en la que la absorbería con sus retazos verdes —si a pesar de saber cómo soy y lo que realmente siento, sigas sin verlo, o que tus celos sean más grandes que no aceptas que te has montado una película con créditos incluidos —él también recurría a la comicidad.
—Vete a la mierda, Marvin —despechada, la del pelo rosáceo se daría la vuelta vetándole.
El guitarrista la volvería a retener esta vez por su antebrazo. No quería la conversación acabase así.
—Ni he besado, ni me he acostado con Lydia. Quítate eso de la cabeza.
Ella dejaría que Marvin la siguiese tocando, pese a que la agitación de su pecho le hacía hiperventilar.
—Te lo dije y te lo vuelvo a repetir, Madeleine. Acompañé a Lydia a tomar una copa solo por contentar al miserable de mi padre. Si no lo hacía, me quedaba fuera de una banda que nos ha costado mucho sacrificio llevarla a donde está. Lydia se emborrachó y la acompañé a casa. Por supuesto que jamás se me habría pasado por la mente, dejarla sola a esas horas y en esas circunstancias. La ayudé hasta llegar al salón, se tropezó y la dejé en su habitación. Me fui tan rápido como llegué y no hice absolutamente nada. Luca me vio y pensó lo que no era. Aunque quise darle explicaciones, prefirió no oírlas. Si el rubito de los lunares te contó sus propias conclusiones, no es mi culpa.
Ella comenzaría a reírse sardónicamente.
—Luca no me quiso contar absolutamente nada —le sacaría de dudas. —Probablemente porque además de que sabía que no me gustaría lo que oiría, no le pertenecía a él hacerlo. Es lo que tiene ser un caballero.
Que le defendiera y hablase así de él, hacía que Marvin arrugase sus puños conteniendo su aversión. Por su parte, Madi se ahorraría el tema de la rosa ya que no venía a cuento. De no ser por la flor, Luca jamás habría hecho ninguna mención a nada. Fue ella misma la que quiso insistir, y ni aún así.
—¿Sabes qué, Marvin? Me da absolutamente igual lo que hagáis. Lydia y tú sois tal para cuál —notaría un nudo que le impedía hablar correctamente. —¡Los dos sois unos mentirosos! Ella por afirmar lo que tú me estás negando, y tú por contradecir hasta la saciedad que la hayas besado. Lo vi con mis propios ojos. ¿Cómo eres capaz?
El despecho afloraba en unos ojos que empezarían a llover.
—¿Quién es el mentiroso aquí? Yo no niego lo que me duele. Sabes perfectamente que no reprimo lo que siento, y que sería incapaz de hacer una cosa así. Lydia no me interesa ¡joder! Y no, por enésima vez, no fui yo quien la besó. ¡Fue ella la que se echó encima! —le crispaba que no lo viera.
—Claro...—soltaría con amargura—. Ella se ofreció y tú te viste obligado. Pobrecito —se jactaría.
—¿Cuándo te vas a enterar que para mí jamás ha existido otra, Madeleine? ¿Cuándo vas a ver que es a ti a quien quiero hacerle el amor? De no ser por la interrupción de tu preciado amiguito, lo habríamos acabado haciendo —potenciaría lo último remarcándolo con su voz profunda.
La del pelo rosáceo se ruborizaría de mala manera, quedándose sin unos argumentos que empezaban a escasear.
—Que... que no la ames no significa que no te atraiga físicamente. ¿Me...? ¿Me vas a negar que Lydia no es atractiva? ¡Sé de lo que hablo por experiencia!
Le remarcaba que ella había estado a las puertas de caer en la tentación con el italiano. Marvin endurecería las facciones indulgentes de sus rasgos. Entre otras muchas cosas, eso le dolía lo que más.
Reduciendo una distancia peligrosa, le imploraría con su mirada intensa que por favor no continuase con algo que a ambos les hacía daño, y le creyese.
—¿Quieres dejar de recordarme algo que trato de olvidar? —solo imaginar que Luca hubiese podido recorrer su piel con la misma libertad que él, le hervía la sangre vertiginosamente.
—¿Queréis mejor dejar de dar arcadas con unas movidas sexuales, que a nadie le importa?
Haciendo que los dos girasen sus cabezas prácticamente al unísono, apreciarían que mientras que Jeani se aposentaba unos pasos por delante, el batería, la animadora y el del estilo punk quedaba rezagados atrás con unas sonrisas de difícil disimulo.
Sin poder aguantarlo, Chester ahogaría una tos en su garganta. Estoica en sus emociones prácticamente nulas, Jeanette ni se inmutaría.
—Gracias —expresaría la Sabia mordaz.
—De lo que se tiene que enterar uno... —Axel negaría a la nada, doliéndole que su mejor amiga se hubiese ahorrado un cotilleo tan jugoso. —No, no, dejadles. Que sigan, que sigan.
Avivaría la llama de una tensión en la que Madeleine se ruborizaba hasta el punto de arderle las orejas. Marvin gruñiría.
—¿Dónde está Francis? —cambiando a un tópico diferente en el que apaciguaría el ambiente, el batería reparaba en que el niño aún no había bajado a saludarles.
Sería el único de los presentes que había tenido el detalle de interesarse por él. Serena le sonreiría mostrando sus perfectos dientes.
—La señora Briadna le invitó a pasar el fin de semana en la sierra, junto con sus nietos. Respirar un poco de aire que no sea el de estas cuatro paredes o el jardín, le hará bien.
Serena entristecería su semblante, ya que el favor, lejos de conectar con un hábitat más natural, era el de no hacerle ver que la situación en casa era penosa.
—Desde la muerte de Duquesa, la señora Briadna necesita hacer otro tipo de actividades que la distraigan para no pensar en su pérdida.
Madeleine se inmovilizaría buscando en Jeanette una mirada cómplice que se consolidaría.
Agradecía que a Serena no le hubiesen contado la relación que la gata mantenía con Mr. Tofu. De haberlo hecho, la morena hubiese llegado a sus conclusiones y probamente, ahora estaría histérica.
A Madi se le caía el alma a los pies, porque aunque la Sabia le había confirmado sobre las sospechas de ser un Cambiante, ella guardaba las esperanzas de que no fuese así. El angora turco se había estado riendo de ella todo este tiempo.
—En fin —Serena reconectaría con sus invitados, —unos días de camping también le ayudarán a no estar todo el día con la dichosa maquinita. No sé cómo va a sobrevivir sin su consola —sonreiría al echarle de menos.
—Vaya, lo siento por ella —Chester le realizaría un mimo con su índice en el delineado de su barbilla.
Serena le correspondería con una sonrisa tímida, en la que recogería sus mechones densos detrás de sus orejas. Volviendo a una realidad en la que Jeanette necesitaba establecer sus prioridades, adelantaría unos pasos situándose en el centro de unos presentes que la acecharían.
—Dejémonos de sandeces y vayamos a lo que importa —observaría a un bando y a otro. —Ya tenemos a otros dos preciosos aliados dispuestos a presentarse como tributo —soltaría tan tranquila.
—¡No! —Serena y Madeleine exclamarían lo mismo en un tono altivo. Todos las examinarían.
—Entiendo que no queráis poner a vuestros machos en peligro —era asombrosa la habilidad que tenía Jeanette para expresarse de manera tan espontánea. —Pero esa no es una decisión que podáis tomar vosotras. No hagáis como vuestra estúpida familia, que os dejaron sin libertad para decidir qué queríais hacer. Ni si quiera os dieron esa opción —soslayaría con sus ojos grises penetrantes a ambas Arcanas—. Tened por cuenta que los Cambiantes no va a vacilar a la hora de quitarnos de en medio.
—¿Cambiantes? —Marvin sería el primero en hablar. —¿Has dicho Cambiantes? —reincidiría, lanzando una mirada furtiva después hacia el joven de cabellos anaranjados.
Chester mojaría sus labios inquieto, borrando de un plumazo todo rastro de una alegría inherente.
—Ellos forman parte de esa mafia de la que te hablé —sin atreverse a mirarle, Madi masajearía cansada su frente, sabiendo que con el guitarrista tenían parte del trabajo ya hecho. Echándole un vistazo a Jeanette, la del pelo rosáceo se encauzaría en ella. —Marvin ya conoce el libro —declararía.
—¿El libro? ¿Qué libro? —sería el propio guitarrista quien la buscase con los ojos, pidiéndole más información. Axel arrugaría su semblante, esclareciendo en él que no sabía de lo que hablaban.
—El que leíamos a escondidas de mi abuela —le respondería aún con una amargura resguardada. Marvin agrandaría sus ojos, cayendo en la cuenta de algo que hasta entonces había permanecido oculto.
—¿Era un libro porno o qué pasa? —como cabía de esperar, Axel sacaba la connotación más carnal. Ninguno llegaría a reírse por su ocurrencia.
Serena se daría cuenta de algo que les pondría en vilo.
—Chester, ¿qué te pasa? —la capitana se percataba de que al batería le había empezado a cambiar el color de su tez. Nerviosa, le tomaría por su espalda. —¡Chester! —veía que en él flaqueaban las fuerzas.
—Me temo que esta vez no se trata de cansancio. Lo que le pasa es otra cosa —dando un paso al frente, Marvin incitaría a que su mejor amigo se lanzase. —Chester, hazlo —el de cabellos anaranjados le negaría reincidentemente, creando un desbarajuste mayor por un desconcierto en continua cadena.
—No creo que sea buena idea —sus facciones acongojadas harían que su buen temple mermase.
—Lo es —el de las pecas persistiría—. Lo es, porque después de todo, ahora me cuadran las otras veinte cosas que no supe ver.
Admiraría después a Madi pidiéndole que prosiguiese en su declaración.
—¿Se puede saber de qué estáis hablando? —Axel requería un mínimo de atención, consolidando los mismos pensamientos que otros, que desconocían el por qué tanto misterio.
—Serena, tus ojos —Jeani le advertiría con un tono templado, que el efecto paliativo ya estaba perdiendo su función.
El asombro de los presentes al ver al cambio tan drástico de color, no fue otro que el acto defensivo de mantenerse en alerta. La aludida tragaría saliva al ver el leve rechazo por parte de sus compañeros.
Por más que lo quisiese evitar, su naturaleza era irremediablemente así. Chester permanecería en el mismo punto, costándole apreciar una materialización que les estaba superando.
—¡¿Qué cojo...?! —ni siquiera Axel fue capaz de acabar una sentencia que le dejaría mudo.
—Serena es una Revitalizadora —Jeanette se encararía a Marvin, entendiendo que sería más fácil comenzar con él. El guitarrista permanecería en blanco, tratando de asimilar algo que a otros se les escapaba de sus límites. —Yo soy una Sabia —dejaría que el tono violáceo de sus ojos, ganasen terreno frente a la melancolía de su gris.
La algarabía de estímulos navegantes por una impresión tan tosca, crearía en sus amigos una avalancha de percepciones incatalogables, que no tendrían precio. Estaba siendo demasiado, y a la misma vez, la única forma para que les creyesen. Dejarían a un lado la socarronería por algo que les parecía imposible.
—Y Madeleine, tu querida y asombrosa Madeleine es...
—La maldita Arcana de los Receptoras —sería ella la misma la que se descubriese, cerrando unos ojos que a la próxima vez que se abriesen, los saludaría con su rubí intenso.
La conmoción no haría más que desatarse en una ola de idas y venidas, para otros mortales que no sabían qué pensar. Queriendo saber si Marvin sería capaz de hacerle frente a sus luceros escarlatas, se sorprendería cuando lejos del temor, el guitarrista se le acercaría lentamente y le acariciaría la mejilla en un tacto aterciopelado. Él abriría la boca para decir algo.
Terminaría callando quedándose extasiado en la magia que se operaba en ellos. La anomalía artificial infundada por sus lentillas, fue algo que supo captar el día en el que ambos discutieron, después de que Lorna le diese una oportunidad.
Sin embargo, no le había dado especialmente importancia. Se lamentaba al no haberlo relacionado antes con el problema real, que la vetaba de una vida normal. Tampoco podía tacharse de inepto cuando era difícil de imaginar.
—Este era mi secreto y lo que tanto querías saber, Marvin —comenzaría sin saber muy bien cómo continuar. —La razón por la que te tuve que decir adiós cuando no quería hacerlo —se quebraba sin escudos de por medio.
Marvin la acercaría sobre sí cerrando los ojos, apoyando su frente justamente después contra la de ella. Percibiría el aroma de sus cabellos rosáceos, y el nerviosismo por mostrarse tal y cómo era sin más muros de por medio.
Los datos inconclusos como los secretos que los distanciaban, o el peligro que corría por la mafia que perseguía a su familia, a pesar de parecer delirante, era más que auténtico.
—No puedo continuar con esto... —las lamentaciones de Chester abrirían en canal a unos jóvenes que no podían abarcar más emociones. —No puedo, Marvin —reiteraría una negación tortuosa.
—Si ellas han tenido el valor de mostrarse tal y como son, ¿por qué tú no? —él le apoyaría.
—Porque conmigo la historia es diferente —no quedaba rastro de su carisma sin igual.
—No eres como esos malnacidos, Chester —crearía más expectación en cada persistencia.
—Pero compartimos la misma sangre —balbucearía. —Yo...Yo... —miraría a Serena, negándole quizás por un perdón que no pronunciaría. —Yo soy...Soy —titubearía—. Soy un...Cambiante.
—¿Dónde tenéis la cabeza que os habéis dejado la puerta abier...?
Sorprendiéndoles desde atrás, un joven con un notorio bronceado en la piel y un ramo de flores por bandera, se quedaría helado al ver que los presentes se tornaban hacia él, con unas pintas más que maquiavélicas.
El entorno estrafalario con luces navideñas de por medio, más que la época de la paz, parecía inmiscuirles en un tren del terror bastante peculiar.
A su lado, una pelirroja de estatura baja en sus altos tacones, cambaría radicalmente la cara, pese a que el hombre de sus sueños se encontrase en el mismo perímetro.
Madeleine ofuscaría sus facciones al ver que Lydia era otra de las invitantes.
—ta... —Liam completaría la frase intuyendo que después de entrar en aquel enorme caserón, ninguno de sus asistentes saldrían siendo los mismos.
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-> ¡Muy buenas! 👋 ¿Qué tal os va? 🧡
-> Bueno, bueno, bueno... 😂😂😂
-> ¿Qué os ha parecido esta parte del capítulo? ¿Os lo esperabais? ¡Contadme! ¿Cuáles son vuestras impresiones? 💭💥⁉️
¡Demasiadas emociones y mucho que asimilar! 💣🙈
-> ¿Cuál ha sido vuestra parte favorita?
(Amando a Chester y Serena 💘)
-> ¿Ha cambiado la percepción que teníais de algún personaje? 🤭
¿Vosotros también pensáis que a Axel se le daría bien hacer de justiciero 🤖🟢?
(Insertando la musiquilla de rigor para darle emoción 😂🎙️🎵)
-> 🌟¡En unos minutos tendréis la tercera y última parte con MÁS SORPRESAS ✨!
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