Capítulo 52: No es lo que parece

El silencio se hacía en un baño de urinarios blancos simultáneos, cuyas paredes de azulejos grandes albugíneos, reflectaban en su superficie el escaso brillo de la mañana a través del tragaluz. 

Al fondo, las cabinas de portillos entreabiertos permitían deducir unos inodoros, que de vez en cuando destilaban agua en el burbujeo de su cisterna. 

La puerta principal se abría, y se volvía a cerrar con la misma brevedad en la que había sido perpetrada. El crujido de una manivela encajada en su cierre, sería sustentado por una espalda que se apoyaría posteriormente desde su ala interior. 

Apreciaría, que el olor a humanidad colmada a base de calefacción en sus pasillos, mutaría por el de un desinfectante a prueba de gérmenes. Al galimatías enrarecido, se le adicionaría un aire a tabaco que no le dejaría desapercibido. 

Convulsionante, su cuerpo se agitaba sin control bajo una respiración atropellada en el que su torso se vapuleaba. Echando un vistazo rápido en su pálpito acelerado, se calmaba cuando veía que no tendría que fingir bajo una máscara que le atosigaba. 

Con extremidades temblonas, se erguía avanzando tanto como sus fuerzas se lo permitían, hacia unos lavabos de grifos relucientes en su gris metalizado. 

Alzando unas manos que le costaba identificar como propias, accionaría con ellas la llave que dispararía un caño de agua con el que trataría de drenar sus ansias.

Dejaría que sus dedos formasen una cuna palpitante en su temblor, salpicando en la potencia de su chorro una pila nívea ovalada y un cristal que se ensuciaría. 

Llevándoselas a la cara, se entregaría al frescor que desentumecería sus sentidos, permitiéndole que le robara un escalofrío con su tacto. Restregaría con sus yemas sus párpados y sus cejas, notándose extraño al seguir las líneas que definían sus rasgos. 

Irguiendo la cabeza con temor, admiraría unos ojos canelas cuyos matices verdes se intensificaban por la acuosidad que calaban sus pestañas. Las gotas recorrerían los relieves de su nariz adornada de pecas, deslizándose por una anilla pequeña plateada llegando a caer sobre sus ropas. 

Pasando sus dedos por la frente, secaría de mala manera los rastros que rociaban también sus mejillas, y la curvatura de su barbilla empapada. 

Admiraría las magulladuras presentes en su semblante, y la luz que atisbaba la vigorosidad de su mirada intensificada en sus pupilas. Tocaría los mechones de sus cabellos cobrizos mojados, tintados de rojo en sus extremos, y terminaría ofreciéndole una sonrisa temerosa a su imitante en el que relucirían sus característicos hoyuelos. 

Reafirmándose en lo que estaba haciendo, bajaría la cabeza y apoyaría sus puños férreos sobre la caliza ocre, marmoleada en su estética plomiza.

Sabía que ya no había vuelta atrás, que sus acciones le traerían unas consecuencias irremediables, por no decir nefastas. Se había llevado al límite, hasta el punto de odiarse a sí mismo por verse forzado a tomar una opción, que le hubiese gustado no contemplar. 

Durante todo este tiempo, había tratado en vano de abogar por unos principios por los que estaba dispuesto a morir. Se había prometido en mantener siempre la cabeza fría, en una lucha que le estaba costando muy caro. De nada estaba sirviendo fingir. 

No cuando al fin y al cabo, su tapadera acababa saltando por los aires cada vez que su verdadero ser, oculto bajo la capa de la mundanidad, le reclamaba salir. 

 Los condicionantes que regían a los de su misma peculiaridad, le habían producido en más de una ocasión el deseo de desaparecer. Algo bastante irónico, cuando así era como partía su origen más humilde. Aunque los matices a lo largo de la historia hubiesen cambiado, el mismo patrón se repetía burlándose de él, recordándole que alguien como su persona no tenía derecho a existir. 

Su sola supervivencia ponía en riesgo a todo ser viviente cruzándose en su camino, y él lo sabía. Y sin embargo, allí estaba. Delante de un espejo cuyo reflejo le devolvía uno que no identificaba; usurpando un cuerpo que no le pertenecía. Sus dientes se tensaban bajo la mandíbula, apretando unos ojos que se empequeñecerían producto de la rabia y desesperación. 

¿Hasta cuando podría seguir manteniéndose así? ¿Merecía la pena tanto sacrificio, cuando él era una pieza más de un sistema que seguía haciéndole su rehén? ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar para que eso cambiase? 

Inspiraría hondo tomando fuerzas, arrugando tanto sus dedos, que sus nudillos se volverían blancos marcando sus venas finas. Ahogando un quejido, apreciaría que oculto por el dobladillo de su cazadora, la marca de una quemadura se instauraba en la zona inferior de su muñeca. El roce sutil con el tejido grueso, llegaría a escocer aún más si cabía la herida en su piel. 

Desempolvaría con ello un ligero toque a chamuscado sibilante hasta sus orificios nasales. La muestra momentánea imperceptible para el resto, le recordaría quién era en realidad.

La puerta del aseo para caballeros oscilaría en su mecanismo, dando paso a una nueva incorporación. No llegaría a restablecer la espalda en una pose encorvada de hombros hacia adelante, disimulando el nuevo lavado despreocupado de sus manos. Apreciaría por los nuevos sonidos, que el otro omitiría su existencia para proceder con lo que había venido a hacer. 

El aroma inquisidor a lejía, no tardaría en mezclarse ligeramente con otro percibido desde su espalda. El contacto del líquido mancillando la porcelana, se recrearía en su taza dándole otra coloración. Sin darse la vuelta, el de cabellos cobrizos cerraba el grifo con el que jugueteaba, percibiendo mejor que el eco esparcido en su salpique continuo, terminaría poco después con el cierre de una perceptible cremallera. 

Permitiendo que los segundos murieran, buscaría un alijo en el dispensador de papel arrancando dos tandas, autorizando a que sus manos se secaran en su tacto áspero. Sin prestarle atención, el otro estudiante se acercaría con pasotismo al lavabo, y enjuagaría sus manos sin mucho esmero. 

Eludiría por completo que la figura que le acompañaba, era alguien que empezaba a despuntar en el mundo de la música. Por supuesto que el aludido, agradecía que el otro alumno lo pasara completamente por alto. 

Evitando el contacto visual a través del espejo, el de las pecas comprobaría por los ruidos que generaba, que terminaría yéndose sin secarse los dedos, encaminándose por donde había venido. Reincidente en su soledad, no soltaría un vahído esperanzador, hasta que le vio desaparecer de refilón en el contoneo de la puerta.

Debía tener muchísimo cuidado. Más en aquellas alturas donde cualquier paso en falso podría ser crucial. Trataría de serenarse, dándose el lujo de expresar unos sentimientos que no solía exteriorizar ante el mundo. No sabría hasta cuándo, ni hasta dónde podría llegar su paciencia. 

Pero sabía que tarde o temprano, acabaría explotando al negar una realidad que odiaba hasta lo más profundo. La marca aniquilando su vello, le recordaba que aún tenía bastante que aprender por mucho que le pesase.

Habría seguido recreándose en sus lamentos, de no ser porque la puerta era nuevamente empujada desde el exterior. Queriendo hacer de él un ser invisible, permanecería con la cabeza gacha limpiándose con los puños, unas facciones que debían ser deprimentes. El nuevo intruso irrumpiría en sus dominios con el taconeo de unos botines, desacostumbrado para el calzado propio de un varón.

—Hola, Marvin —la voz que menos esperaba oír, se materializaba al mirar en un acto brusco hacia el frente. 

Descubriría en el cristal a una pelirroja de estatura baja, dominante en sus ojos cafés. Su sonrisa coloreada con su habitual pintalabios pardo, se agrandaba al apreciar la sorpresa en sus muecas siempre tan naturales. Él se daría la vuelta esperando que su visión le engañara. Estaba claro que en aquella mera ilusión fantasiosa de que esa imagen no fuese verdad, tenía las de perder.

—Lydia... —la nombraría sorprendiéndose por la profundidad de su propio tono—. ¿Qué...? —tosería artificialmente aclarándose la garganta—. ¿Qué estás haciendo aquí? —para nada le extrañaba que la vocalista tuviese el atrevimiento de entrar en un baño, que no correspondía con su género biológico. 

Hecho reforzado cuando sin cortarse ni un pelo, Lydia danzaba hacia la puerta y se preocupaba de deslizar su pestillo endeble corredizo. Poco le importó que el aire que respiraba se enjaulase entre los fuertes antisépticos y a cigarrillo. Le divertiría además cuando apreciaba la confusión en un guitarrista, por el que apostaba que nunca nada le vendría de nuevas. 

Esa faceta también la engatusaba, hasta el punto de devorarle con sus orbes cafés mordiéndose los labios. 

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —se repetiría en sus preguntas puntualizando un deje de inquietud. Aquel mínimo atisbo de vacilación, fue acogido por Lydia como agua de mayo. Advertiría que su querido compañero ya no era tan sólido en hacerle un nuevo rechazo. 

Sabía que la lencería que había elegido la noche anterior, era un arma irresistible que dejaba huella a quien la mirase. Acercándosele con descaro, apreciaría para su gusto, que él no ponía resistencia al quedarse estancado en el mismo maldito lugar.

—Como si no lo supieras —le respondería con un matiz meloso a conciencia—. Anoche te me escapaste, bombón. Pero ya no hay pretextos que valgan —el de cabellos cobrizos dirigiría un vistazo hacia el lateral, no sabiendo cómo sortear esa jugada que le estaba poniendo contra las cuerdas. 

¿Qué demonios se suponía que debía hacer ahora? Se sentía tan espeso y nulo de capacidades, que aquella encerrona seguramente le saldría cara. 

—¿Te estás poniendo nervioso, Marvin? —aunque lo viese imposible viniendo de su parte, le divertía imaginar que ahora la balanza le sonreía a su favor. 

Dando un paso más, alzaría sus brazos y arroparía con sus dedos unas solapas con las que pretendía arrastrar su cuello hacia adelante. Hábil, él le respondería retractándose con su nuca hacia atrás, tomándole con aprensión ambas manos apartándoselas. 

Su presión no llegaría a ser desagradable. Pero sí lo suficiente como para que ella se mojase los labios en una ensoñación que hacía bailar sus instintos.

—No me gusta este juego, Lydia —la empujaba ligeramente, marcando unas distancias que imperaba mantener—. Pensé que ya había sido claro en otras ocasiones.

La pelirroja vería por sí misma, que el Marvin de principios fieles al que estaba acostumbrada, estaba de vuelta. Ella se reiría retándole.

—Cada quien tiene su lucha y no creas que me voy a rendir tan pronto en la mía —mordería su dedo índice sin quitarle los ojos de encima. —Te he visto entrar y no he podido resistir la tentación —le delataría sin vergüenza, siendo directa como a él le gustaba. 

Conociendo de antemano su perseverancia, demasiado había aguantado al no entrar a la primera de cambio. Lydia presentaba una osadía notable.

—Pues si no te importa, tu lucha va a tener que cambiar de objetivo y centrarte en el ensayo de hoy —impondría seriedad, mutando el tópico de la conversación a algo con lo que sentirse menos violento.

—Lo hubiese hecho ayer, si la impresentable de Jeanette hubiese cumplido con su parte. ¿Sabes ya por qué tu adorada compañera de piso decidió ausentarse? —frunciría sus labios, marcando el disgusto cruzándose de brazos. Ni siquiera él lo sabía. 

Prefería ahorrarse las preguntas, y tener que evitar un humor de perros aún más agravante que en estos últimos días. Madeleine tampoco había querido sacarle de dudas, solucionando el incidente del pasillo como un malentendido. 

Pese a que les matase la curiosidad, tanto el guitarrista como el batería, habían decidido dejarlo pasar y que fuese la propia Jeanette la que se explicase, y pagase las consecuencias ante su querido representante. Lydia proseguiría adoptando un retintín mosqueante. 

—Espero que Nicolás se digne a llamarle la atención —era más que obvio que la pelirroja no perdonaría su falta.

—Si yo fuese tú, no la cabrearía. No te puedes ni imaginar el horror que eso supondría —Lydia alzaría sus cejas perfectamente perfiladas en su excelente maquillaje. —Olvídalo —le diría viendo que su comentario sobraba—. Me harías un favor si te adelantaras. Vas a llegar tarde —diría escueto.

—No pienses que te vas a escabullir de nuevo —reincidiría en su tira y afloja.

—Lydia, estoy... —se pausaría hastiado —cansado. Muy cansado, y necesito tiempo para mí, ¿lo puedes entender? —le miraría a los ojos siendo cortante, creándole una preocupación que no callaría.

—Puedes contarme lo que necesites —le otorgaría confiada—. Al igual que tú estuviste para mí, tú también puedes contar conmigo, Marvin. Soy mucho más de lo que ves —impondría prudencia.

—Te lo agradezco. Pero este no es uno de esos momentos, Lydia. Por favor, vete.

—¿Estás seguro? —dejándose de juegos, la vocalista también se mostraría seria. 

Le daría a entender que sabía dejar aparcadas las ganas que le tenía, en pos de ofrecerle un hombro en el que apoyarse.

—Sí. Muy seguro. Así que si no te importa, necesito estar solo —le apremiaría arrugando su ceño.

—¿Sabes, Marvin? Soy una estúpida —esbozaría una sonrisa cínica que iría perdiendo fuerza. —Después de las copas de anoche, pensé que nuestra relación cambiaría —se anclaría en sus ojos canelas, pareciéndoles más atrayentes cada día que pasaba—. Es más que probable que tengas un concepto equivocado de mí. No te lo reprocharía. Me lo he ganado a pulso.

Sus labios se hundirían con el ánimo de no abordar un tema, que le creaba un nudo horrible en la garganta. 

—No me importa si los demás piensan que soy una superficial, que tengo la vida resuelta, que no sé apreciar lo que tengo o si me comporto como una cualquiera. En efecto, finjo de unos alardes que en el fondo me dan exactamente igual. La mayoría de las veces solo lo hago para llamar la atención —realizaría un titubeo perdido —para impresionar —soltaría una risa que dolía por lo patética que estaba sonando—. Me da absolutamente igual el concepto que tengan de mí. Pero contigo, no. Mucho menos después de contarte mi historia —desviaría la mirada al notarla cargada. 

Él permanecería en el mismo punto, atendiendo cada una de sus palabras sin saber cómo sentirse. 

—Sería capaz de quitarme la ropa y mostrarme desnuda sin pudor, a quien quiera prestarse a mi juego. Pero nunca me he sentido tan desnuda con nadie, excepto contigo, Marvin. Me abrí ante ti, más de lo que lo he hecho con cualquiera y como jamás pensé que podría hacerlo. ¿Puedes entender que quiero involucrarme en lo que te afecta? —diría con un hilo esperanzador, siendo totalmente honesta.

—Y te lo agradezco, pero... —realizaría un chasquido de lengua en el que cerraría sus párpados. —Lydia, no quiero sonar brusco. Pero tienes que aprender a respetar las decisiones de los demás —la marcaría con sus gestos sin llegar a ser insultantes—. A saber que un no, es un no, y no tienes que seguir insistiendo —los ojos cafés de Lydia se volvían a cristalizar en menos de veinticuatro horas. 

Pese a ser bastante cargante con sus insinuaciones, él se daba cuenta de que no actuaba bajo el indicio de la maldad. 

—Te dije que no te iba a juzgar y no lo estoy haciendo. Comprendo tus circunstancias, mucho más cuando compartimos ciertas vivencias prácticamente calcadas, y que son bochornosas. Eres muy valiente, Lydia —ella alzaría tímida la cabeza. 

Era increíble lo avasalladora que era en el ámbito sexual, y lo vulnerable que era cuando se desenterraban las capas de la hipocresía que la envolvía. 

—Admiro tu capacidad para enfrentarte cada día a una vida que no es fácil. Antes hablabas de luchas, y sí, cada quien tiene una. La mía, a diferencia de la tuya, la llevo en silencio. Así que si no es mucho pedir, ¿podrías dejarme solo de una maldita vez, sin que tenga que volvértelo a repetir? —la pelirroja cabecearía, experimentando un sabor amargo rozando su paladar. 

No importa los halagos de entremedias. El haberle puesto en antecedentes, no había cambiado su parecer. Lydia se sentía dolida, porque por mucha vanidad que aparentara tener, con él había sido ella misma. Totalmente auténtica. Marvin estaba hecho de otra pasta, y pensaba que con él las cosas serían diferentes. Llegaría a arrepentirse por haber mantenido esa intimidad, que iba más lejos que retozar bajo las mismas sábanas.

—Siento haberte molestado con mis gilipolleces —le dolía profundamente que la volviese a rechazar. Más que cualquier otra versión tajante de las que ya había vivido con él. 

Ella le proponía un nuevo lazo; uno mucho más amigable sin que el halo carnal enturbiase sus buenas intenciones. Y ni aún así, el guitarrista aceptaba su mano tratándola como un estorbo, en lugar de una buena aliada. 

¿Qué podía esperar, si su padre la consideraba como algo aún peor? Lydia no sabía lo que era el amor verdadero, lejos de un deseo lujurioso. Tampoco cómo actuar frente a él, y mucho menos cómo recibirlo. ¿Cómo podría, si nunca había aprendido lo que se sentía cuando era recíproco? 

Desenfundando sus botines del suelo, se dirigiría sin pensar hacia la puerta deslizando su seguro, dejando al otro integrante de la banda solo, tal y como le había pedido. No sabía cuantos desprecios más por su parte iba a poder soportar.

—Lydia, espera, no... —ni siquiera aquellas últimas palabras la hicieron detenerse. —¡Mierda!

Se daba cuenta de que, aunque no había sido su intención sonar descortés a conciencia, era probable de que no hubiera medido sus palabras ante su sensibilidad. Entendía que se preocupase y quisiera ser partícipe de sus penas. Pero sabía que si cedía en ese aspecto, también estaría cediendo ante el otro y él no podía darle lo que pedía. 

Lo de anoche había rebasado los límites de lo tolerable, y no podía dejarlo estar. Sin pensarlo de más, saldría tras ella impidiendo que el sinsabor de ese roce hiriente le hiciera sentir aún peor. 

La puerta del aseo reincidiría en su abertura, dándole vía a un pasillo de varios estudiantes campando por sus anchas. Aligerando el paso, el del pelo cobrizo llegaría a retenerla por la espalda tomándola del brazo. La pelirroja se detendría en seco, no esperando para nada aquella iniciativa. Era la primera vez que la tocaba por voluntad propia, sin tener que quitarle las manos de encima.

—¿Qué quieres, Marvin? —se voltearía hacia él con un tono quebradizo, remarcado por unos ojos brillantes en su agua salada. 

Las primeras lágrimas saldrían machando la perfecta base de su maquillaje. Verla así le hacía sentirse, además de ruin, culpable. 

—¿Vas a seguir diciéndome lo valiente que soy para luego volverme a rechazar? —ejercería un tirón en el que le pedía que la soltase. Él la dejaría ir sin resistencia. —¿Tan pronto has meditado tus problemas en tu maldita soledad? —gimotearía.

—Sí, y lo siento, ¿vale? Soy un autentico idiota —expresaría cada vocablo enfatizándolo en sus muecas. Sin embargo, Lydia se perdería aquellas facciones al cubrir su propia cara con las manos.

Odiaba que la viesen llorar. Más ante un público que posiblemente estaría atento a cada uno de los movimientos que ambos hicieran. El de las pecas se daría cuenta, porque aunque Lydia dijese que le daba igual lo que los demás pudiesen pensar de ella, sabía que no era del todo cierto. 

Serena partía del mismo palo. Solo que hasta este mismo momento, no había sido capaz de verlo por la arrogancia que la pelirroja derrochaba. 

En la imagen que proyectaba su idílica apariencia, no había cabida para una mujer débil que lloraba por un desamor. Ella, que presumía de ser la encarnación del deseo hecho persona. 

Lydia temblaría, sobrecogiéndose en unos sollozos que quería aplacar, pero que le era imposible. Era cuestión de segundos que los demás se percataran de un acto que era vergonzoso. Debía salir de allí cuanto antes, eso si antes algún iluminado la frenaba pidiéndole una foto o un autógrafo. 

Sintiendo que se lo debía, y también porque le nacía desde lo más profundo, él alargaría sus brazos eliminando la distancia que los separaba, y la cobijaría bajo su pecho en un abrazo. 

Probablemente se arrepentiría después. Pero era consecuente con sus actos y sabía que si estaba así, era por su culpa y debía enmendarlo. 

No sabía si era por unos sentimientos a flor de piel, o por una angustia que había estado soportando durante mucho tiempo sobre sus pequeños hombros. Pero Lydia se vencía contra él correspondiéndole, dejando que lo que le quemaba se liberara en forma de un llanto angustioso.

—Lo siento —le acariciaría la espalda, premonizando que lloraba por algo más que por un desplante. 

Veía que Lydia había confiado en él, y con sus respuestas esquivas, se había convertido en una más de esas amistades vacías, a las que su compañera ponía una falsa buena cara. Despegándola de su torso, admiraría su bonito rostro hecho un desastre por una máscara de pestañas que se había diluido. 

—Desahógate. Déjalo ir —le apartaría las lágrimas tratando de ser dulce—. Pero aquí no, Lydia. No es el lugar —a él sí que era verdad que le importaba poco los comentarios malintencionados.

No obstante, preveía sin equivocaciones, que lo que estaba pasando podría ser un escándalo que perjudicase a la banda. Tampoco deseaba más líos con su adorado representante. Si la preciosa estampa llegaba a ojos de Nicolás por medio de alguna fuente, no tardaría en deducir que el espectáculo presente era por su entera culpa, y le tacharía una vez más de ególatra narcisista. Después de las últimas represalias, no quería más. 

Viendo que su disculpa era sincera, Lydia le sonreiría en su mirada cristalizada, perdiéndose en sus ojos canelas con pigmentos oliváceos. Los mismos que sin querer, estaban convirtiéndose en su completa perdición. 

No lo quería admitir, pero a la pelirroja le gustaba más de lo llegaba a manifestar. Se estaba enamorando de él, y le era imposible poner freno a un sentimiento nuevo para ella. Ese que le hacía estar en un segundo en las nubes, y al siguiente en el peor de los abismos.

Abducida por la burbuja de su buena amabilidad, pese a ser consciente de que él no le garantizaba más que eso, Lydia alzaba la punta de sus botines, cerraba los ojos y le daba un beso pillándole de improvisto. Sus labios, deseosos por probar otros con lo que tantas veces había soñado, en contraposición a los suyos, no se inmutaron cuando los rozaba con un ansia desbordadora. 

El guitarrista la apartaría por acto reflejo, percatándose de que eran objeto de miras, y como no, validarían la hipótesis de una relación que no era verdad. Para acabar con el peor de los colmos, cuando su mirada se izaba a lo largo del pasillo, se quedaría helado al ver que uno de esos estudiantes perdiendo en sus rincones, le admiraba absorto. 

La infortuna del destino había hecho que, encaminándose a clases, Madeleine hubiese captado el delito justo a tiempo sin perderse ni un solo detalle. A su lado, apreciaba que el del estilo punk comenzaba a reírse, siendo un gesto muy dispar con la del pelo rosáceo.

—No...no... ¡Joder! ¡Mierda...! —dándose cuenta del por qué lo decía, Lydia encauzaba la vista hacia el mismo lugar, percatándose de que el pequeño espectáculo había causado más de un revuelo. 

En el centro de la controversia, contemplaría a la joven de ojos turquesas por la que Marvin suspiraba. Sin poder aguantarse una sonrisa coronando su boca, reincidiría en él su atención dispuesta a despedirle. 

—Hablamos después, bombón —le diría sin darle tiempo a aclarar el malentendido, ni hacer una alusión a una conversación pendiente. 

La pelirroja se encargaría de empeorarlo más si cabía, cuando sin pensarlo, cruzaría el pasillo quedándose rezagada a medida que se acercaba a la que consideraba su contrincante. No permitiría que la debilidad apremiando en sus luceros cafés, ni los tiznes en su rostro, le quitaran una autoridad que necesitaba manifestar. 

Para redondear lo rocambolescesco, la vocalista se preocuparía de que su objeto de miras, escuchara unas palabras tan claras como el agua al pasar por su lado.

—¿Rememorando viejos tiempos, Madeleine? —haría que ella le otease con desprecio, pareciéndole increíble su tremenda desfachatez. 

Axel no sabía si seguir riéndose, o acompañar a su mejor amiga en algo que se veía a leguas que le desconcertaba hasta lo más profundo. 

—Te gustaría saber que Marvin es bastante bueno en la cama —Madi extasiaría sus ojos, y Axel dejaría de carcajear manteniendo su boca bien abierta—. Aunque eso ya lo sabías —le sonreiría con inquina. —Que tengas buena tarde, reina —le diría con un tono más jovial que de costumbre, dejándoles plantados con dos palmos de narices.

—Eemmm... ¿Mad? —él la llamaría, advirtiendo que su tez se volvía blanca como el papel. —¡Eh! Mad!

Axel la tomaría del brazo esperando que reaccionase. Sus ojos turquesas le mirarían nublados, perdidos en la conmoción. 

—No le hagas caso, esa tía no está bien. Te apuesto lo que quieras a que se lo ha inventado. No puedes creerla, ella... —callándole, Madi le respondería alzando su palma.

—Déjalo, Axel. No digas nada —apretaría sus dedos clavándose las uñas, canalizando su enorme frustración. Mucho más cuando veía que el guitarrista tenía el descaro de acercarse a ella con unas notables prisas. Posiblemente para soltarle el discurso de lo que había visto, no era lo que parecía.

—¡Joder! ¿Dónde coño estabas? —sigilosa como de costumbre, Jeani sorprendería ambos tras su costado. La marca del mosqueo se asentaba en sus gestos, diciéndoles que no estaba para bromas—. Llevo buscándote horas por todo el puto edificio —se centraría en Madeleine pasando olímpicamente del joven de reflejos verdes. 

Se perdería cómo el del estilo punk le saludaría con su habitual sonrisa socarrona. No sabía por qué. Pero le caía en gracia que siempre se presentase tan arisca, a pesar del percance del día anterior. 

Axel iría emborronando su mueca risueña, al no entender por qué la rubia de matices lilas en el pelo, buscaba a su mejor amiga. Tampoco el por qué de esa repentina familiaridad. 

También le trastocaba el no saber qué había pasado después del encontronazo, y cómo era posible que Madeleine hubiese desistido tan pronto de abandonar Salmadena. 

Axel era consciente de que cuando a ella se le metía algo entre ceja y ceja, era prácticamente imposible hacerle cambiar de opinión. Interrogantes similares que se hacía Marvin marcándoles desde la distancia al ser tan escueta. 

Jeani insistiría apremiando buscar en ella esas respuestas. Pero Madi parecía en otro mundo, completamente desvirtuada. 

—Tenemos que hablar, ¿qué cojones pasó ayer, Madeleine? —no dudaría en hacerle ver que la necesitaba con urgencia. 

Precisaba saber con tanta extremada necesidad, qué fue lo que pasó después de que le advirtiera que el maldito gato fuese un Cambiante, que poco le importaba que Axel estuviese presente. Madi no volvió a contactar con ella, y se temía lo peor.

—Ahora no me apetece hablar, Jeanette —diría cortante, desmarcándose del par al imaginar que Marvin no tardaría en alcanzarles. No tenía tiempo para pensar, ni siquiera para recapacitar o ser coherente. Tampoco le importaría que Jeanette se alzase en gritos desde atrás reclamándola.

Quería perderles a todos de vista, e incluso vociferar al sentirse tan fuera de sí. 

¿A eso se debía las insinuaciones de Luca?¿Por eso había pensado que la rosa era un regalo de su parte? ¿Pero por qué lo sabría? La última conclusión era más que evidente. Lydia y él compartían residencia. 

Queriendo deshacerse de esa espina que le ardía en el pecho, su punto racional le decía que debía confiar en su ex. Marvin no se prestaría a jugársela de esa manera. El que conocía no era así, y sin embargo, él mismo le había afirmado en su última conversación cara a cara, que él también había cambiado. 

Le costaba creer que después del momento tan pasional en cocinas, todo se redujese a las mismas cenizas que su ruptura le dejó. Así mismo, su versión más desbocada le recordaba que ella había iniciado un amago similar con Luca, y que el italiano le había dejado caer que Marvin había hecho algo que no debía. 

La situación era clara. Blanco y en botella para ser exactos. Por si fuera poco, sabía que anoche habían estado juntos por el mensaje que él le había enviado. 

¿Habían llegado hasta ese punto? ¿De qué le iba a servir hacerse ilusiones con algo que no iba a dar para más, sin olvidar el peligro que corrían? ¿Por qué entonces sentía que un fuego ardiente la envolvía, cargando contra unos ojos que lagrimeaban? 

¿Marvin había sido capaz al fin y al cabo de traicionarla? 

Ese beso no era una accidente, porque antes de eso, ambos estaban fundidos en un abrazo en el que no había imposición. Para invitar al peor de los colmos, ¿Lydia sería en realidad una de las Arcanas? Todo parecía indicar que así era, haciéndole sentirse pésimamente mal.   

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-> ¡Hola a todos! ❤️​ ¿Qué tal estáis? ✌️​ 

¡Menudo capítulo! 🙈​ ¿Qué os ha parecido? 💣​

-> ¿Habéis captado lo que la quemadura quiere decir? 💣​ (No es la primera vez que vemos esta peculiaridad (capítulo 30 -tose-) ¿Llegáis a alguna conclusión con la primera escena? ¿Qué está escondiendo Marvin? 💥​ ¿Sospecháis de él? 🤔​

-> ¿Alguien más por aquí quiere ajustar cuentas con Lydia?  😂​ Entiendo perfectamente vuestra relación de "amor - odio" hacia ella. Nuestra pelirroja es de armas tomar 😜​

-> ¡Nos vemos en el próximo capítulo con nuevos datos MUY importantes!

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