Capítulo 50: La copa

En la mezcla infectada a fragancias se percibía un asalto de matices oscilantes. En él, su perfume de cítricos natural se perdía frente a la tufarada cargante de otras lociones.

El ambiente terminaba de enrarecerse por las bocanadas de humo etéreas, que conseguían densificarse en su volatilizado gris, vistas a trasluz en su ascensión hacia el techo.

Sumándose al combinado explosivo de unas sensaciones que le carcomían desde lo más profundo, se encontraba con el aroma fuerte a licor trascendiendo desde dos copas, siendo de su propiedad, el del brebaje que apenas había sido tocado.

Bajaría la vista con aire mosqueado, advirtiendo por las barreras de cristal translúcido protegiéndole desde su cima, cómo en la zona baja yacía un escenario cuyas luces se alternaban en colores. Sus tonalidades de matices intensos, llegarían a alcanzar la extenuante sobresaturación. Para llevar al límite el agobio opresor, la música de ritmos estridentes se abría paso por sus tímpanos, dejándoles nulos frente a unos amplificadores a máxima potencia.

Sus ojos se entrecerrarían al apreciar un fogonazo de luz directo, provocando que sus pupilas se estrecharan por el cañonazo en el que hacían diana. Monitorizados desde el techo, los focos apuntaban aleatoriamente a unos huéspedes que bailaban sin vergüenza en cada rincón. Pese que el espectáculo primaba en su día a día, aquel galimatías no coordinaba para nada en un lugar que difería mucho de ser el suyo.

Notando el bochorno visitando su piel, llegaría a holgar la abertura de su camiseta cubierta por su cazadora vaquera, percibiendo cómo el calor llegaba a rociar las puntas de sus cabellos cobrizos. Se le hacía tan aberrante, que tuvo la sensación de necesitar una bocanada de aire limpio.

La molestia en la que sentía que a cada momento más se sofocaba, no mejoraría cuando su centro de atención cambiaba, divisando a un par de parejas haciendo algo mucho más propio para una absoluta intimidad. Las caricias eran solo el principio para unos jóvenes que no se conformaban con un simple roce. Llegaría a percibir en los altibajos de una iluminación apabullante, cómo en los sillones de más allá, un joven se aventuraba a manosear descaradamente a otro por debajo del pantalón.

No muy lejos de la pareja, notaría a un terceto de chicas sucumbiendo a los besos, siendo ese momento antecesor en el juego de desvestirse. Dándole ese pudor que ellos no parecían tener, dirigiría finalmente la vista sin buscarlo hacia otro par. Vislumbraría en las siluetas difusas, a una mujer asentada encima de un hombre al que parecía faltarle poco para llegar al culmen del placer.

¿Dónde demonios se había metido?

Conservando una pose a la defensiva desde su sillón de satén plástico, agazaparía su espalda hacia adelante, manteniendo abiertas sus piernas tensas en sus vaqueros negros. Erigiría un vistazo mosqueante hacia el frente, advirtiendo a la causante de que se encontrase en un lugar peor, que el infierno de comparecer frente al odioso de su progenitor.

Completando el semicírculo a herradura que componía el diván, adivinaba en posición contradictoria a una joven de piernas cruzadas, en cuyo vestido de un rojo cereza, se magnificaba una abertura considerable enseñando la lujuria de sus vistosos muslos.

Jugueteando con sus dedos traviesos, tomaba su vaso a la altura del pecho, meciendo unos cubitos de hielos inmersos en un mar tan pardo, como el carmín de sus labios. Sin quitarle los ojos de encima, le regalaría una sonrisa sensual, en la que acabaría mordiéndose con ahínco su labio inferior carnoso.

Lydia había hecho los méritos suficientes para que aquella noche de jueves, su apariencia fuese mucho más deslumbrante que de costumbre. ¿Por qué había terminado accediendo? La respuesta a su última pregunta la sabía más que de sobra. Su querido papaíto no le dejaría en paz hasta que hiciese algo, encargándose mientras tanto de hacer la vida imposible.

Apenas llevaban diez míseros minutos allí, y para el guitarrista, le suponía un abismo tan grande, que le acongojaba el no tener el temple necesario para abrazar una paciencia cada vez más corta. Marcándola con una mirada completamente desafiante, pretendía hacerle ver que aquello no era un juego y que le estaba haciendo perder un tiempo que hubiese preferido emplear con otra presencia.

En lugar de eso, la pelirroja de cabellos cortos se crecía aún más pasando sutilmente la lengua por el borde de su copa de cristal, antes de cumplimentar otro más de sus bocanadas. Aquel arrastre, más que tentador, le hacía completamente patética en una maniobra en el que había perdido antes de empezar.

—¿Qué quieres, Lydia? —como no podía esperar menos de él, Marvin iba directo al grano. Esa pregunta estaba de más al conocer perfectamente cuál era su pretensión.

Esperaba que no tuviese la increíble desfachatez de decirle en su cara, justo las palabras que le rondaban. No debía subestimarla teniendo en cuenta el poder disuasorio en su lenguaje corporal, por no decir subliminal sin necesidad de subtítulos. Tampoco debería esperar mucho cuando sin vergüenza, le había llevado a ese pub cuna del vicio desenfrenado, que por cómo le había tratado el barman, solía frecuentar más que su propia estancia. Ante su aversión, la cantante esbozaría una sonrisa que ensancharía hasta hacerla carcajada. Era evidente que Marvin no veía la diversión de su pregunta. Menos cuando él era ese trofeo que ella anhelaba cazar.

—¿Cómo que qué quiero, Marvin? Eres tú el que me ha llamado por si se te ha olvidado —se haría la inocente, realizando un entrecruzado de piernas en el que poco importaba si se desvelaba su sugerente lencería. Por su puesto que el de las pecas, no se iba a prestar a una treta en la que cualquiera ya hubiese caído. Que fuese tan indomable y con criterio propio, acrecentaban las ganas inmensas que tenía la pelirroja de hacerle parte de su posesión.

—Porque no me ha quedado más remedio. Está claro que no estoy aquí por gusto. Así que dime de una vez qué es lo que quieres y acabemos con una guerra que no tiene sentido —expresaría cansado.

—¿Quién ha hablado de guerras? ¿No crees que lo estás malinterpretando? —acercaría su torso hacia él, ensalzando un incitante canalillo bastante apretado. Marvin no despegaría sus ojos de los suyos cafés, siendo férreo en eso de no dejarse vencer. Cualquier artimaña para intentar atraerle, siempre estaría de más. Él agriaría su boca desentonando un desdén que impacientaban sus nervios—. Eres tú el que parece necesitar un favor —tomaría un sorbo delante de su cara, como una muestra en la que las bazas estaban a su favor y no tenía derecho a revelarse—. Quieres que el doctor Canek te deje en paz.

—Sé clara de una maldita vez —no vacilaría, alzando su tono dejándose oír por encima de la música.

—Te deseo, Marvin. ¿Estoy o no estoy siendo clara? Pensaba que ya lo intuías —se reiría con gana.

—Lo siento. Pero no suelo acostarme con desconocidas. Cuanto antes lo asimiles, mejor —determinaría con un matiz impertinente, sin saber aún cómo podía ser tan increíblemente letal.

—¿Desconocida? ¿Para ti soy una desconocida? —impondría un ademán teatral en el que le dolía inmensamente su indiferencia—. Vale, está bien —frunciría sus labios, dejando su copa en la tarima alta que se amoldaba por encima de sus reposacabezas—. ¿Qué te gustaría saber? —volvería a las andadas sonriéndole con una devoción que para nada era bilateral.

El de cabellos cobrizos bufaría sintiéndose cansado, rompiendo la conexión con aquella mirada descarada que le hastiaba hasta lo más profundo. Lydia reincidiría hasta su posición inicial, adquiriendo un semblante melancólico sin que supusiera una nueva estrategia.

—Somos más parecidos de lo que piensas —la pelirroja desentonaría sus ojos cafés, perdiéndose en la inmensidad de las luces cambiantes—. No eres el único que odia a su padre —diría antes de volver a tomar la copa entre sus manos, esperando a que su garganta se quemase con el alcohol. Elevaría su mirada hacia la de él, y le negaría con un aplomo que jamás hubiese apostado ver en ella—. No te acuerdas de mí, ¿verdad?

En el matiz de su voz había una tristeza real, haciéndole pensar a un guitarrista que no entendía cómo podía haber mutado tan rápido de ánimo. Lydia arrugaría sus cejas perfectas de un maquillaje exquisito, marcando en su delineado el gesto de la amargura. El de las pecas no sabía si seguía intentando jugar con él, o si por primera vez, aquella era la verdadera cara de su compañera.

—Es increíble el poder que puede llegar a tener un estúpido mensaje —rompería en una risa emborronada en la que su mirada se cargaba.

—No me gustan las adivinanzas, Lydia. Déjate de rodeos, por favor —la desconfianza seguiría bailando entre los dos, al menos por su parte. Marvin no se iba a dejar embaucar a la primera de cambio.

—El día de la fiesta de Serena, fue la primera vez que nos vimos en persona —le hacía un recordatorio que venía de largo—. Pero ya habíamos mantenido el contacto antes.

Marvin bucearía en el canal de sus recuerdos, rememorando las mismas palabras de aquella noche. Tal y justo como hacía unos segundos, le había preguntado que si se acordaba de ella. Nada cambiaría porque no parecía cavilar el por qué. Yendo a unos recuerdos más cercanos, reproduciría sin ir más lejos, las insinuaciones de las chicas que les habían avasallado a él y a Chester en el pasillo esa misma mañana.

"Tampoco descartamos que os conocierais de antes, como bien pudimos comprobar hace poco en vuestro intercambio de mensajes en redes hará un par de años"

Marvin se quedaría en blanco al desconocer la raíz. Siendo honestos, tampoco le había dado gran importancia. Pero ¿de qué mensajes hablaba? Lydia seguiría aportándole datos al ver su confusión.

—Me diste las condolencias por la pérdida...de... —se pausaría, permitiendo que las melodías retumbantes le quitaran fuerza —de mi hermana —ejecutaría en un hilo de voz tan gélido, que conseguía erizar los vellos de su propia piel—. Reina Garmendia —reincidiría dándole profundidad, balanceando levemente en un impulso nervioso el pie en alza bajo su tacón.

—No sabes cuánto lo lamento —a Marvin le pesaba su experiencia. Pero más que eso, le mosqueaba el no saber por qué no lograba invocar ese suceso.

Lydia era una figura más que reconocida; la hija del cineasta Neil Garmendia nada menos. Los recuerdos de aquel incidente caían en él, como las primeras gotas de lluvia mojando el asfalto de su subconsciente. Conseguiría interceptar vagamente los recuerdos de unas noticias, en las que se lamentaban por la muerte de la hija mayor. Pero por más que rebuscara en los indicios de aquel tiempo, seguía sin encontrar la conexión de esos dichosos mensajes.

¿Era eso a lo que su increíble padre se refería, cuando decía que Neil no podía permitir que lo que quiera que fuese, volviese a pasar? ¿Tan "descarriada" veía a su hija menor que con ella también lo creía posible?

—Tranquilo, lo superé —Lydia le reconduciría con el presente, ensalzando una sonrisa que más que triunfal, se rompía en su desfiguración—. Hace ya tiempo de eso.

Lydia se perdería en los matices de la cara de su acompañante, concretamente en esos que le decían que Marvin se encontraba completamente perdido. No hizo falta que Lydia abriera la boca para llegar a una determinación. Él mismo en el silencio interrumpido por la algarabía musical, llegaría a la misma conclusión que ella en sus vocablos mudos. La pelirroja lanzaría un bufido imprudente sintiéndose manipulada.

—No te voy a negar que me fastidia haberme enamorado de una fantasía —expresaría con un amargor ácido, acompañándole con el vapuleo de una copa que estaba durando demasiado en pie—. Pero supongo que ahora comprenderás por qué decía que somos tan parecidos.

Completamente asqueado, Marvin cerraría los ojos llevando sus dedos al tronco de su nariz moteada de pecas. Sabía del alcance tan grande que tenía su padre, y de lo que era capaz. Pero no que fuera tan rastrero incluso de hacerse pasar por él, y tener el detalle de escribirle unas condolencias en su nombre a una completa desconocida.

¿Cuál era la finalidad? ¿Era tan acérrimo era a su amigo Neil, que veía imperativa la necesidad de realizar aquella maniobra tan estúpida?

Lydia sabía lo que estaba pensando. Le agradecería que Marvin no destapase una mentira con la que se había llevado una grata sorpresa hace años atrás. Lástima que el flirteo montado en su cabeza basado en un par de palabras falsas, la hicieran sentir, además de vulnerable, tocada en su orgullo. Eso, por no decir que advertía una leve arcada que lograría fusilar en su tráquea sin que se notase, gracias a su vaso.

—Lo siento. Es de lo peor... —el guitarrista realizaría un chasquido sonoro de lengua.

—No —le rectificaría—. Son de lo peor —inclinaría la cabeza, y acariciaría sus cabellos ondulándolos, generando con ello un tiempo muerto en el que trataba de recomponerse.

—¿Quieres apostar? —él dibujaría una sonrisa en la que la desafiaba a desvelar sus trapos sucios.

—Él tuvo la culpa de que mi hermana muriera, Marvin —con esa sentencia tan pesada, al él se le quitaban las ganas de seguir jugando a un reto, que se estaba volviendo pesado.

Iría perdiendo el gradiente curvado de sus labios, apreciando cómo Lydia se rebullía en su asiento sin ser capaz de mirarle.

—Mis padres no eran de los que nos prestaban demasiada atención. Al menos no especialmente hasta que Reina se salió de control —soltaría despechada como si fuese el más puro veneno—. Nos teníamos la una a la otra. Pero ellos nunca se preocuparon realmente si estábamos bien, si comíamos adecuadamente, con quién nos relacionábamos, si teníamos problemas... —perdería nuevamente la potencia dominante tan característica en su voz—. Solo se enorgullecían por el maldito estatus de cara a una sociedad en la que había rendir una estricta disciplina, y en la que por supuesto, de puertas para adentro mostraban una ejemplaridad bochornosa. Lo único en lo que verdaderamente se centraban, eran en unos trabajos que les quitaban un tiempo que valía oro, como si les absorbiese la misma vida.

Observaría a Marvin con un deje destemplado en sus ojos cafés, percibiendo por sus muecas que había conseguido captar su completa atención.

—No entiendo la necesidad de tener un hijo, cuando no estás dispuesto a hacerte cargo de él. Menos de esa manera —seguiría emitiendo con un despecho desconsolado, sonsacándole a Marvin una sonrisa totalmente irónica.

Él no podía creer hasta que punto compartían las mismas nefastas vivencias prácticamente calcadas.

—La excelencia era lo único que querían de nosotras —tomándolo como un acto de rebeldía y sin privarse de su campo visual, engulliría una bocanada en la que el vaso se rebajaría a más de la mitad. Justo después, mecería el cristal haciendo tintinear su hielo—. Cuando saltas los límites de la obediencia y no se hace lo que se supone que debes hacer, es cuando empieza el conflicto.

El guitarrista sabía de lo que hablaba, pareciéndole irrisorio que estuviese hablando de Neil, y no de su egocéntrico padre. Era fácil saber por qué se llevaban tan bien. Sintiendo una solidaridad desoladora, Marvin apoyaría los codos sobre sus piernas esperando la continuación.

—No voy a entrar en detalles. Primero porque no quiero aburrirte, y segundo porque no quiero dejarte por los suelos antes incluso de empezar —pasearía sus dedos sobre el filo de su copa, fabricando su propia sinfonía.

Soslayaría además una sonrisa que le quitaba hierro al asunto. Lejos de comportarse como una diva artificiosa, Lydia mostraba mucha entereza y Marvin lo agradecía.

—El caso es que Reina comenzó a comportarse como no debía, se juntó con quién no le convenía, y el ambiente idílico familiar quedó en evidencia. Ese fue el detonante para que se le prestara una atención, que debería haber estado ahí desde un principio —la pelirroja bajaría sus pestañas espesas con anhelo, como si fuese una tortuosa penitencia—. Mi hermana... —se pausaría hundiendo sus labios pardos sobre sí—. Mi hermana cometió una gran estupidez. Varias, por no decir millones. Los años de diferencia entre nosotras no era tan grande. Pero sí lo suficiente como para saber que lo que hacía, no le traería nada bueno. Nunca quise ser una soplona y a veces me arrepiento.

Masajearía su muñeca, acariciando nerviosa la pulsera de plata con una pequeña placa y cadenas finas que la vestía aquella noche.

—Muchas veces he pensado que si lo hubiese sido, quizás mi hermana seguiría con vida —emitía un deje de autocrítica insano, canalizado en un vaso que alzaría hacia su boca dejándolo parcialmente vacío.

—Tampoco merece la pena machacarse por algo, en lo que ya no se puede hacer nada —pese a que jamás hubiese apostado a que algún día la consolaría, Lydia se apartaba del terreno lascivo y eso se lo agradecía. Las tornas se volvían serias, dando pie a que se abriese ante él de una forma mucho más sana.

—Cierto. Pero eso no hace que me sienta mejor —establecía un deje de curiosidad por la reserva tan grande que estaba teniendo.

Lydia extasiaría sus orbes cafés, probablemente sin ganas de continuar. Quizás también porque se estaba perdiendo en aquellos tiempos sin retorno. Era evidente que aquello le dolía más de lo que quería admitir, siendo por primera vez desde que la conocía, que Marvin veía a una Lydia mucho más humana, voluble y real.

—Puedes contarme lo que quieras —la despertaba del trance, dándole esa empatía que la empujaba a desentrañar sus verdaderas vergüenzas—. No me voy a asustar y tampoco te voy a juzgar. No soy quién —Lydia le sonreiría nuevamente. Solo que esta vez, no sería un gesto sensual en el que le invitaba reincidentemente a sucumbir bajo su atractiva belleza. Era uno cómplice en la que le daba las gracias al saber, que su interés no iba por la rama especulativa del chismorreo malsano.

Marvin era diferente al resto. Se había dado cuenta analizándole en el poco tiempo que había coincidido con él. La pelirroja determinaría que si su invitado era siempre directo y a ella tampoco le iban las insinuaciones a medias, no tenía sentido tener un tacto protocolario insulso. Intuyendo que la noche iba para largo, alzaba su copa tomando de una sentada el poco líquido ardiente, mecido bajo un esmalte de uñas del mismo color que su vestido. Buscando a quién pudiese atenderle, elevaría sus dedos pidiendo más de aquel licor, encontrándose después con unos ojos canelas atrayentes esperándola.

—Veamos si eres capaz de cumplir con tu palabra —le retaría, aposentando sus labios contra el dorso de la mano en una pose sutil en la que los secaba. Su imborrable pintalabios no llegaría a mancharle la piel.

Reajustando su vestido, cambiaría el cruzado de una de sus piernas, que continuaría balanceando sus prominentes tacones reflectantes con la luz rotatoria. Adelantándose al testimonio, uno de los camareros le traería una fiel réplica de su copa antecesora, retirando la antigua después de un cabeceo accionado por un gracias complaciente. Una vez se hubo marchado, no se haría de rogar en su relato.

—Reina conoció a alguien con una fuerte tendencia a meter las narices donde no debía, valga lo literal. Imagínate a un chico marginal dado a la mala vida, exento de valores y una buena educación, ofreciéndole un cóctel explosivo de drogas a su entera disposición —lo expresaría tal cuál sin retractarse—. Obviamente, mi hermana no era una imbécil. Sabía que eso le traería problemas después. Llegaría a verse sobreexpuesta, si las concibió como una salida con la que sobrellevar unas exigencias que la asfixiaban.

Neil se había vuelto muy inquisitivo con ella, tratando de capar esa rebeldía que empezaba a despuntar.

—En poco tiempo las cantidades llegaron a ser ligeramente más altas de lo normal, creándole sin darse cuenta una dependencia a corto plazo —Marvin abriría sus labios sin llegar a emitir ningún sonido, admitiendo que el tema en cuestión era más serio de lo que creía—. La caja fuerte familiar fue la primera de muchas fuentes que sufrió sus hurtos. Fue peor cuando empezó a salir con ese mismo mequetrefe. Le llenó la cabeza de pájaros con la idea de fugarse y vivir del aire.

Realizaría una pausa en la que ojeaba por encima los pequeños icebergs desfragmentándose.

—El inútil de mi padre, que desgraciadamente no tiene otro nombre, se enteró de los planes de Reina cuando ya estaban en marcha. Imaginarás una persecución en plena carretera tan excitante como las películas que dirige. Pero no. No acabó bien —reforzaría un tono áspero—. Mi padre no iba a permitir que un mindundi le arrebatara a una hija a la que no hacía ni caso, pero que le servía como excusa para mantener el apellido Garmendia bien alto. Que además de otras sustancias, el chico llevase una tasa considerable de alcohol en sangre, fue el culmen para provocar en una velocidad que estaba de más, un accidente en el que mi hermana perdió la vida. Lo irónico fue que sin saber las circunstancias, aún hoy día me pregunto cómo fue que él consiguió salvarse.

Resonaría con un despecho atroz, lamentando que el milagro hubiese sido a su favor.

—Aunque le quedaron secuelas, fue capaz de rehacer su vida y reincorporarse a la sociedad —izaría su mirada furiosa al frente—. Te sorprendería saber quién, ya que dudo mucho que vaya contando por ahí un pasado del que no debe sentirse muy orgulloso —al guitarrista no le daría tiempo a meditar ninguna posible opción—. Hernán Langarón. Le conoces, ¿verdad? —su sentencia le dejaría helado.

—¿Hernán? —la sorpresa se manifestaría en el semblante de Marvin—. ¿Estás segura?

Como cabía de esperar, no conocía que el antiguo vocalista de Dark Lips, y al que además consideraba su amigo, cumpliera con ese historial. Lydia aferraría fuerte su copa, verificándoselo con un sorbo hondo.

—No suelo bromear con este tipo de cosas, Marvin. Es más, Hernán no es que sufriera un percance en uno de sus viajes que lo dejó completamente fuera del grupo. Probablemente son esas secuelas tanto físicas como psicológicas, mezcladas con la culpa, las que lo hacen estar como lo que es. Un ex toxicómano imposible de levantar cabeza por mucho que pase el tiempo —el de cabellos cobrizos continuaba escuchando un testimonio que irradiaba la peor de las inquinas—. Presiento que Nicolás se daría cuenta y hartándose de él, quiso poner fin a su carrera por la vía rápida.

Marvin no descartaría su hipótesis al conocer el mal genio de su representante.

—Por supuesto que después del accidente, Hernán guardó silencio. Supongo que para salvaguardarse las espaldas, haciéndole también un enorme favor a mi padre. Ni siquiera hubo denuncias, cuando hubiese sido lo más lógico. Hernán se arrepintió de lo que hizo. Pero ya de nada vale. Por mucho que lo lamentase, mi hermana no iba a volver —Lydia evidenciaría la rabia con cada partícula de su ser. Era evidente que lo odiaba—. Entenderás ahora por qué el puesto de vocalista tenía que ser mío sí o sí. Necesitaba hacerlo por mí. Por ella.

—No tenía ni idea de nada de esto. Tampoco por lo que estabas pasando —tomaba su vaso encima del reposacabezas, teniendo la necesidad de sentir el frío del vidrio en sus manos templadas.

—Esa era la idea. Nadie lo sabe, ni lo sabrá nunca —empinaba su mano, llevando en alto una copa que pretendía chocar con su semejante. Viéndose forzado por un acto reflejo, él la imitaría produciendo el chasquido de su cristal.

Sin apartarle sus ojos cafés, Lydia llevaría el filo de su copa a los labios esperando que él hiciera lo mismo. Marvin le concedería el capricho a medias, ya que notaría cómo su boca se humedecería por el sabor amargo del alcohol, pero sin llegar a ingerir lo suficiente.

—Volviendo a mi hermana, su funeral fue un circo bochornoso. Miles de celebridades sin calor humano dando un pésame que poco sentían, solo por una formalidad interpuesta que la mayoría de las veces, me dan arcadas. Que trate de fingir que me complacen, no significa que las necesite. No me malinterpretes, también fueron tus padres —el de cabellos cobrizos agrandaría sus ojos—. Me sorprendió que no asistieras. Te excusaron diciendo que tenías asuntos pendientes.

No había que ser muy inteligente para saber el por qué. La incógnita de los mensajes hubiese visto la luz.

—Tu madre fue muy amable, Marvin. En un momento a solas, me dijo que si en algún momento necesitaba ayuda, que fuera a un lugar que me haría sentir mejor. Me ofreció un papel con una dirección ubicada en las afueras. Pero ni yo tenía ganas de saber dónde conducía la maldita señal, ni tampoco hubo tiempo de que ella me diera explicaciones.

Marvin adquiriría un gesto bizarro, al no comprender por qué su madre tendría esa atención. Y lo más intrigante, ¿dónde apuntaba?. Ella jamás le había comentado nada. Ni siquiera le había mencionado a Lydia. Sin darle importancia, la pelirroja proseguiría.

—Lo único notable que hizo mi padre tras el entierro, fue pagar una cantidad generosa para que la verdadera autopsia no viese la luz. Por supuesto que la huella de Hernán fue borrada del mapa como si nunca hubiese existido. No deseaba ningún escándalo que opacara ni sus triunfos, ni su nombre. Si te soy sincera, me pasmaba su facilidad para hacer ver que no pasaba nada.

Se encogía de hombros al extenuarle una indiferencia que jamás había llegado a comprender.

—Como si Reina fuese un insignificante calcetín que se había extraviado en la lavadora, y que nadie echaría nunca de menos. Pero no creas que las virtualidades de mi padre acaban aquí. Veía perfectamente cómo sin poder superarlo, mi madre; esa que nunca había hecho nada por ninguna de las dos, sorprendentemente ahora se sentía culpable. Nunca supe si en realidad lo que llegó a tener fue depresión. Lo que sí veía es que recurría con frecuencia al alcohol para deshacerse de su mala ética. Dicen que el ser humano tropieza varias veces con la misma piedra. Y sí, nosotros los Garmendia volvimos a caer cuando después de Reina, con mi madre serían dos adictas a la familia.

Abrumado por unos entresijos inauditos, Marvin haría tiempo dejando su copa donde antes se había alojado. Lydia proseguiría con su testimonio.

—Digamos que para calmar la nula conciencia que tiene, mi padre la ingresó en un centro de desintoxicación bastante caro en el extranjero, ya que una Garmendia no podría pisar nunca el departamento de alcohólicos anónimos —lo recalcaría con saña, como si ellos fuesen especiales como para prestarse a eso—. Demasiado arriesgado para opacar su carrera. Valga decir que los años siguen pasando, y mi madre no parece remontar. Es mosqueante no ya solo porque una parte de nuestros ahorros se va íntegramente a sus cuidados. Motivo también por el que no pude permitirme el lujo de ingresar en una universidad privada. Pero eso es lo de menos. Lo que realmente me atormenta es que a pesar de que nunca ha hecho su papel, la echo de menos, Marvin. Probablemente esté idealizando de más a una señora que rara vez me abrazó, y lo que realmente esté buscando es esto. Justo lo que estoy haciendo ahora contigo. Desahogarme.

Se quedaría en sus ojos canelas brillantes por las luces.

—No me preguntes por qué, pero veo en ti mucha bondad y te agradezco que me escuches. En esta vida aprendes que los amigos no existen. Es difícil saber en quién puedes confiar realmente. Por no hablar ya de que esos mismos no vacilarían en clavártela por detrás. Por supuesto que para los allegados y cualquier frente de información, mi madre está de vacaciones recuperándose de la gran pérdida, cuando por sentido común, esa excusa ya tendría que oler a chamusquina —reproduciría con un desdén pronunciado.

—Lo lamento, Lydia —las palabras le sabían a poco para dar unas condolencias más que justificadas.

—No lo sientas por ellas. Siéntelo por mí, Marvin —se atrevería a sonreír, realizando un círculo concéntrico en las ondas del líquido—. Mi padre debió pensar que yo actuaría igual. Empezó a obsesionarse con quién salía, cómo me vestía, cómo hablaba, qué hacía o qué comía...

Perdería el hilo de voz, al ser consciente de que hasta su alimentación había cambiado.

—hasta el punto de convertirse en un auténtico maniaco. Si el infierno era plausible, mejor ni pienses cómo es vivir con ese hombre que lo único que le interesa es mantener su ego a flote. Con el papelón que tiene en casa, podría ganar fácilmente un Óscar. Me forzó a ir a un psicólogo, como si con eso fuera a evitar que hiciera lo mismo que las otras dos mujeres de su vida —buscaba en la ironía el pase para no sentir tanto dolor—. Lo que él no sabe, es que ni siquiera fui a la primera sesión. Ese dinero va destinado a pagar una habitación de estudiantes a la que recurro cuando necesito no tenerle presente. ¿Y por qué no? También para desahogarme con quien se quiera dejar invitar.

Pronunciaría lo último con un matiz meloso, en el que le hacía figurar lo que hacía sobre su colchón. Que fuera tan clara en sus propósitos, agradaba a un oyente que veía en ella una nueva faceta.

—Juro que haría lo imposible por mudarme definitivamente. Pero eso supondría desvelar un pastel del que no tiene ni idea, y estoy harta de tantas recriminaciones. Aborrezco lo que me ha hecho y me sigue haciendo pasar. ¿Te gano, o no te gano la partida? —Marvin frotaría sus nudillos, pareciéndole increíble lo estrafalaria que era su vida.

—Te diría de dejarlo en empate, aunque ciertas proezas son demasiado incluso para mí... —se echaría hacia atrás en una pose más relajada, en la que encontraría soporte a su espalda.

—No pienses que me quedo de brazos cruzados viendo cómo se encarga de arruinarme la vida —matizaría victoriosa, alzando su cuello hacia atrás en un trago interminable. La facilidad con que lo engullía, daba a entender que Lydia también recurría al alcohol como su fuente sanadora.

Marvin comprendía que ella jugaba con fuego, tentando una inestabilidad que podría costarle caro. El licor ayudaría a Lydia a desatarse por completo, favoreciendo a contar algo más que debería ser secreto. No lo haría hasta que dejaba su copa con los náufragos de hielo algunos casi intactos. Buscando un nuevo alijo con su mirada, llamaría la atención del mismo camarero ordenándole la tercera ronda de la noche.

—¿No crees que te estás pasando? Ya has tomado suficiente —trataría de hacerle pensar.

—No te comportes como mi padre, Marvin. Soy mayorcita. Sé lo que me hago —se reiría en un gesto achispado—. Además, siempre aguanto hasta la cuarta copa —lo que vendría a continuación sería una carcajada desinhibida, concluyendo con un guiño de ojos coqueto—. ¿Te he contado alguna vez, que mi padre tiene predilección por una de sus estilográficas en forma de pluma? —no llegaría a relatarle más información.

El mismo camarero le traería servicial otro de sus manjares, realizando en poco tiempo la misma operación con sus manos. Marvin observaría la nueva copa, pensando que aunque la libertad debía primar, Lydia necesitaba poner unos límites en su malsano vicio. Tampoco la culpaba viendo las anécdotas que escondía en su interior.

—Es azul, muy bonita, con motas blancas emulando al cielo con sus estrellas —cabecearía retomando la conversación—. Todos los guiones que llegó a escribir con ella, se convirtieron en los bocetos de grandes películas en sus mejores años. Fueron esas las que le catapultaron a la fama. Muchas veces he llegado a pensar que esa pluma tenía magia.

—¿Tenía magia? —se quedaba con las sutilezas, quitando que la embriaguez empezase a asomarse.

—Sí, ¿no crees en la magia, Marvin? Digo que tenía porque ya no está entre sus pertenencias. Se la quité.

Carcajearía espontáneamente en una muestra bobalicona, habiendo hecho justicia por su mano.

—Quería castigarle, así que se la escondí en un lugar donde nunca la encontraría por mucho que rebuscase —se sentía orgullosa por su heroísmo—. Un día de estos necesitaba una copa. Despejarme —gesticularía con su mano libre—. Iba tan cargada, que me bajé dos paradas más tarde topándome de lleno con la ciudadela de las afueras. Las calles estaban desiertas, ni un atisbo de un alma en pena. Estaba completamente desorientada y sin saber cómo volver. Tuve un arrojo de luz dónde recordé la dirección que me dio tu madre. No sé si sería esa la calle. Pero me topé con una tienda muy mona, en la que curiosamente estaban todos mis cócteles favoritos. Olía muy extraño, quizás por la gran cantidad de plantas decorándola —las evocaría en sus vagos recuerdos con una tonalidad parda asalmonada—. Al fondo tras el mostrador, había una señora de pelo largo blanco, muy mayor como para estar trabajando. Parecía simpática. Me leyó incluso la mano —sonreiría achispada por el recuerdo—. Tenía los ojos lilas.

Marvin alzaría sus cejas, pensando que los sentidos de la pelirroja estaba agonizando.

—¡Sí, lilas! —ella se lo corroboraría con énfasis al apreciar que no la creía—. O espera... —mitigaría en una pausa irrisoria—. ¿Sería por las luces del techo? —el guitarrista se llevaría la mano a la cara, arrullando su bonita fisionomía—. Le dije entre copa y copa de confidencias, que algún día necesitaría a un abogado para demandar a mi padre. Me hizo gracia que me dijera que ella podría ayudarme. Pero a cambio, debía darle la pluma que llevaba en el bolso. Aún sigo sin saber cómo supo la que la traía encima, si era imposible verla bajo la tela falsa de refuerzo.

A cada cavilación que soltaba, más bizarra se volvía una historia en la que Marvin se cansaba. Era plausible que sus facultades empezaban a desequilibrarse.

—No me mires así, Marvin. Te estoy diciendo la verdad. Pregúntale a Serena si no me crees.

—¿Serena? ¿Y qué tiene que ver ella en todo esto? —no sabía si seguirle la corriente o parar.

—Serena necesitaba un abogado por la difamación que hay sobre los Ibéricos Molier. Me dio tanta pena, que acabé dándole la dirección y ella la anotó desesperada en sus apuntes. No sé si llegaría a ir. Pero bueno, lo importante fue que la anciana me dio otra pluma prácticamente tan idéntica, que me costó diferenciar cuál era la verdadera. La reemplacé y desde entonces curiosamente, las películas no son tan buenas. Las ventas cayeron el picado sin ánimo de remontar. ¿Ves por que digo que era mágica? Estoy deseando ver su cara de fracasado cuando su nueva película sea otro fiasco.

En una situación normal, Marvin abogaría por no desearle mal a su progenitor, cuando eso también la repercutiría a ella. Aún así la comprendía, porque si hubiese estado en su lugar, lo habría deseado igual.

—Mala suerte para él —quería zanjar un tema que se volvía surrealista.

Lydia tomaría otro trago que no llegaría a saborear. Impidiéndoselo, Marvin se levantaría quitándoselo cuidadosamente de encima. Ella se sorprendería por el gesto tan espontáneo, dejando que la retirase a pesar de protestar.

—Has bebido demasiado, Lydia. No te conviene seguir. Te voy a llevar a casa. No estás en condiciones de ir a ningún lugar sola —esperaría caballerosamente a que se levantase por sí misma.

—No, espera...espera... —restregaría sus palmas en la cara, llevándose sí querer por delante una máscara de pestañas que la ensuciaría. Cansada por unos efectos en los que le costaba monitorizar su cuerpo, alzaba sus ojos cafés adornados por unas bonitas ojeras panda en su tizne negro. Los antifaces ya habían caído y no la vería más expuesta que después de tantas confidencias—. Te propongo un acuerdo en el que saldríamos ganando los dos.

Marvin la observaría desde arriba percibiendo en ella un cansancio notorio.

—Tu padre te dejaría en paz, y el mío podría relajarse si ve que estamos juntos. No me malinterpretes. No me interesa tu apellido. Es a mi padre al que le fascina. ¿Qué te parece? —revelaría que en el fondo, no era solo él el que necesitaba un favor.

—Parece un buen trato. Lástima que no me vayan las mentiras. Levántate, Lydia —sería claro.

—Porque tú no quieres, bombón. Sabes de sobra que me encantas —ni ebria se dejaba vencer. Él resoplaría, sacando su teléfono bajo refunfuños.

—Dime la dirección. Pediré un taxi —acataría tajante.

—No quiero volver a casa, Marvin —entrecerraría sus ojos, hastiada de su fachada impoluta.

—Lydia... —la nombraría con un tono en el que le pedía que no se hiciese de rogar.

Ella le negaría, generando una mueca que le decía que estaba a punto de arrancar a llorar. La pelirroja no podía más con una situación que la desbordaba, siendo más que comprensible el por qué. El guitarrista apretaría los dientes, sintiéndose impotente en su clara llamada de auxilio. La situación era muy complicada.

¿Qué podría estar en su mano, sin llegar después a los malentendidos por la otra parte? Aunque parecía una nimiedad, ese era otro de los grandes problemas. A pesar de querer sonar más condescendiente, intuía que Lydia sacaría ventaja. Ya la conocía para saber que no se conformaría con menos, una vez probara un trato menos evasivo. Ella perdería el foco de la realidad, anclando la vista en un punto reducido a la nada. La satisfacción con la que antes había engrandecido sus logros, se evaporaba quedándose en una terrible angustia.

—Él sabía que yo tenía que ver con su desaparición —Marvin la escucharía, entendiendo que seguía hablando de la condenada reliquia—. Era más que lógico, ¿quién sino habría podido husmear en sus pertenencias? —encogería sus hombros en una sonrisa desfigurada—. No me preguntes cómo, pero a pesar de no ver ni una sola diferencia antes de cedérsela a la anciana, mi padre se acabó dando cuenta tiempo después, de que esa no era su estúpida pluma —realizaría una pausa, dejando la ranura de sus labios abierta—. Sospecho que esa es la principal razón por la que actúa con tanta crueldad contra su propia hija —dejaría ir un vahído emborronado en alcohol—. ¿Qué podía esperar si con Reina fue peor?

Marvin repararía cómo las lágrimas se deslizarían por las mejillas cálidas de su compañera, sintiendo un desagradable escalofrío con cada testimonio. ¿Cómo podía ser tan ruin?

—La usurpé poco después de que mi hermana muriera. Si no lamentaba su pérdida, deseaba que al menos experimentara lo que se sentía cuando se pierde a lo que se ama —alzaría la cabeza quedándose en un oyente que no sabía qué decir frente a eso—. Reina se fue encontrando la paz, y yo me quedé viviendo su mismo infierno con cada maldito interrogatorio, y sus abominables restricciones —irritado, el guitarrista chasquearía la lengua.

—Te prometo que pensaremos en algo. Pero ahora, vayámonos. No pintamos nada aquí, Lydia.

Entendiéndolo tras un atisbo de varios segundos, ella dejaría su brazo torcer al pedirle permiso para que le cediese su móvil. Mientras que notaba un nudo en la garganta en la que sus lágrimas continuaban recorriendo su rostro, buscaba por sí misma la ubicación tecleándola torpemente.

Era más que evidente que estando en su misma posición, él tampoco querría volver a una casa donde le esperaba el caos. Marvin recapitularía en qué podría hacer para beneficiarla. Para empezar, permanecer más tiempo allí y arriesgarse a que siguiese tomando hasta perder la consciencia, no era una opción. Al terminar con el entramado de sus dedos, Lydia se lo devolvía a su dueño teniendo la constancia de que la velada acabaría ahí. Más cuando al levantarse y tratar de mantener el equilibrio en sus altos tacones, tuvo que aferrarse a él para no desplomarse contra la exquisita moqueta bajo sus piernas endebles.

Al salir del pub con uno de sus brazos por encima de sus fuertes hombros, Marvin la acogería por su cintura en un vaivén donde los sentimientos de Lydia eran un completo vendaval. Ayudándola a subir una vez el auto llegaba, él vería que las ruedas acelerarían camino de un barrio residencial tan común, como cualquier otro de sus calles.

Las vistas a través de las ventanillas vaporizadas, se empañaban de más con los frágiles relieves que la lluvia conseguía asomar. La tormenta había remitido horas atrás, pero no lo suficiente como para desaparecer por completo. En una distancia cada vez más cercana, Marvin advertía que lógicamente, aquellos edificios no constituirían ni de lejos la residencia de los Garmendia. Tampoco haría falta que la propia Lydia se lo confirmase. La risa y el llanto parecían ir de la mano y en la misma proporción, como para razonar una cuestión tan sencilla.

Atendiendo a algo que no había sabido ver desde el primer momento, si Madeleine seguía quedándose con Luca, y él y Lydia eran compañeros, no necesitaba hacer demasiado conjeturas como para determinar que acabaría encontrándosela. También quedaba pendiente esa pequeña cuestión, en la que Madi le desvelaría qué diantres había sucedido con Jeanette. Pese que no le había visto el pelo después del encontronazo, Marvin daba por supuesto, que su compañera de fatigas no estaría por la labor de darle explicaciones.

El dilema, lejos de tener una conversación que ansiaba y necesitaba imperativamente continuar con su ex, era de la de hacerle ver el por qué iría hacia allí y por qué había ido con Lydia a tomar una copa. Su reciente reconciliación era algo que no estaba lo suficientemente consolidada, como para recibir otro golpe. Confiando en que le creería, sacaría una vez más su teléfono escribiéndole un mensaje que aunque le llegase en su señal, no llegaría a ser leído. Eso le inquietaba soberanamente.

Maldiciéndose por su mala suerte, Marvin percibiría poco después que habían llegado a su destino. Socorriéndola de su asiento, ampararía a Lydia a caminar en sus destartalados tacones. Las aceras bicolores asentadas bajo sus pies, poseían unas ranuras que facilitaban un mal tropiezo con sus zapatos. Más aún con un resbalado fino permeabilizado por un rocío que acariciaba sus fisionomías.

Triste en su diversión bipolar, Lydia sacaría las llaves de su bolso poniéndoselas delante de la cara del guitarrista. No tuvo que preguntar qué piso era. En ellas había un llavero plástico con una pegatina desvelando el dato que necesitaba saber. Guardándolas, intuyendo que ella sería incapaz de abrir la puerta, la arrastraría consigo cuidadosamente hacia un portal luminoso. Una vez pisaban un suelo más estable, Marvin respiraría apesadumbrado deseando que el condenado ascensor no tardase mucho en descender.

Antes de que pudiera darse cuenta, se encontraban en la caja metálica camino de una planta que le hubiese gustado visitar por otros motivos. Sin reparo, irrumpiría en la estancia doliéndole que al atravesar el umbral, no pareciese haber nadie por el escaso ruido. ¿Dónde estaba entonces Madeleine?

Pasando de largo por un largo pasillo, repararía que la puerta cerrada cercana al interruptor, estaba con la luz encendida desde su interior. A Lydia le quedarían fuerzas para continuar su andadura llegando por sí sola, aunque tambaleante, hacia el salón de iluminación cálida. Siguiéndole desde atrás, él vería cómo se dirigiría a una de las dos puertas adosadas en su extremo. Observando su alrededor con minuciosidad, Marvin apreciaba que efectivamente, la del pelo rosáceo no estaba allí asaltándole malamente las dudas. Tampoco parecía haber rastro del otro camarero.

Siendo ya poco de su interés permanecer bajo aquel techo, hubiese visto su misión finalizada, de no ser porque Lydia se tropezaba con una de las sillas antes de entrar a su habitación. Hábil en sus reflejos, el de cabellos cobrizos la socorrería al estar a poca distancia. Terminaría cumplimentando su buena obra del día, ayudándola a entrar en su dormitorio. Apenas llegaban, Lydia se quitaba sus tacones lazándolos por los aires perdiendo el equilibrio. Seguidamente vendría una carcajada en la que Marvin la retendría por su cintura, y ella entregaba por completo sus ojos cafés encandilados a otros canelas. El gesto incongruente en su boca, perdería su izado hasta quedarse en un silencio en el que lo contemplaba como si fuese la primera vez.

—Marvin... —el aliento emanando de su boca, apestaba a un alcohol tan potente como el original. Bajando sus párpados, visualizaría otros labios entreabiertos en su frescor dulce. La pelirroja humedecería los propios, alzando ligeramente después su atención hacia esa mirada que la incitaba a probar cada partícula de su ser.

Alzándose de puntillas, no se detendría en esa ascensión en la que alcanzaría su más ansiado anhelo. Previendo en la evidencia notable lo que ella quería, el de las pecas la soltaría imponiendo una distancia en dirección hacia la puerta. Le había dado una oportunidad, y ahora se sentía un imbécil por haber bajado la guardia.

—Marvin... —Lydia le volvería a llamar, esta vez en un hilo de voz dónde su visión se nublaba como las propias ventanas—. Marvin, por favor... —realizaría una pausa sin dejar que le abandonara, en el que él tornaba su perfil oteándola de reojo—. ¿Por qué no te quedas? Prometo ser buena —apenas lo decía, Lydia desobedecería su palabra al bajar sutilmente la cremallera desde su costado.

Sin dejar de mirarle, permanecería frente a él comiéndoselo con su mirada vidriosa. Permitiría que su vestido se deslizase por su cuerpo, dejándola solo con unas braguitas de encaje color carne. De tejido transparente, sus bordes altos y endiabladamente finos, realzaban la uve que marcaba la línea de su intimidad, favoreciendo el recorrido ascendente hasta la sensualidad de sus caderas. Era prácticamente imposible rehuir ante una imagen como esa. Más cuando a falta de un sujetador, sus senos se alzarían libres ofreciéndole unas vistas más que candentes.

El guitarrista voltearía la cabeza dándole la espalda. Pese a que su reacción fuera pillada a destiempo, no quería seguir deleitándose con las maravillas que la pelirroja le prometía. Se sulfuraría moviendo la anilla plateada de su nariz, conteniendo en el arrugado de sus dedos un sentimiento al que no sabía poner nombre. No quería ser brusco. Pero tampoco condescendiente cuando ella había rebasado los límites.

—Buenas noches, Lydia —le diría sin volver la vista atrás, suponiendo otras de tantas ofertas que rechazaba. Percibiría cómo desde atrás la vocalista gruñiría muy fuerte desplomándose contra su cama, antes de que él cerrase la puerta definitivamente.

Inspirando hondo, su pretensión no sería otra que la de salir de allí a como diese lugar. Consideraba descortés no tener una muestra de educación con los convivientes de aquella casa, y sin embargo, tampoco lo veía necesario.

Cambiaría drásticamente de opinión, cuando el único cuarto habitable en aquella casa antes de su llegada, se abría en la distancia poniéndole en un aprieto. El rubio de los lunares aparecía en su campo de visión, pasando de largo por un salón dónde recogía una bolsa de tela que había sobre el sofá. Por las prisas del momento, Marvin no se había percatado que ésta, acompañaba a los cojines del asiento. El amago del italiano sería el de saludar jovialmente a cualquier joven que visitaba las sábanas de su compañera. Le extrañaba además de que siendo tan precavida como era, Lydia no les hubiese avisado de que se pasaría por el piso. Indudablemente, aquella ocasión sería doblemente diferente entendiendo rápidamente el por qué.

Cuando los ojos zafiros de Luca se topaban de lleno con los suyos canelas, la sonrisa del rubio se borraba de un plumazo, reflejándose además un semblante impropio de él. Por primera vez en la vida, Marvin vería un amago de cabreo imposible de ocultar. Su mirada iría de la puerta de la pelirroja hacia él, dando por hecho que Marvin había caído en la peor de las tentaciones. Con una tensión que hacía un ambiente bastante cortante, Luca se daría la vuelta al no tolerar los pensamientos que le rondaban. Lydia nunca vacilaba en satisfacer sus deseos.

—No he hecho nada —aunque pareciese ridículo, el guitarrista necesitaba dar su versión. El italiano tornaría sobre sí volviendo a tenerle de frente. Su mirada zafiro transmitiría mucha crudeza.

—No es a mí a quien deberías dar explicaciones —emitiría con un tono tosco, tomando con viguería la bolsa antes de darle la espalda y abandonar la habitación.

Le era inaudito que conociendo su carácter, Luca pudiese expresar algo así. Vistas las circunstancias, tampoco tendría que sorprenderle. Él hubiese actuado igual. Completamente asqueado, Marvin torcería sus labios apretando muy fuerte sus párpados contra sí. No quería dar una imagen que no tenía, y aunque no importaba lo que Luca pudiese imaginar sobre él, no pensaba lo mismo de la persona que siempre tenía en mente.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

-> ¡Hola a todos! 💖​ ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal estáis? ¿Todo bien? 👍​

Lamento el tiempo de pausa en el que no ha habido actualizaciones. En estos últimos diez capítulos donde se van cerrando todos los cabos sueltos, me he tomado mi espacio para ir acomodando la trama con sus detalles, y que todo encajara a la perfección 😄🙈​

Deciros también que actualmente voy escribiendo por el cap. 58, y que aunque tengo bastante margen, posiblemente los capítulos finales los publique en agosto (o eso espero ✌️​)

Os iré informando 💕​ En IG voy subiendo los avances 💪​

-> ¡Y ahora sí! ¿Qué os ha parecido el capítulo? 💫​

-> ¿Os imaginabais que Lydia estuviese pasando por una situación así? 🤔​¿Ha cambiado la percepción que teníais sobre ella? 😶​ ¿Qué pasará ahora?

-> Se han citado varios datos importantes que chocan bastante 💥​ <-

-> ¿Sacáis alguna conclusión? 💬​

-> ¡Pasad un buen día! 💯​​

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top