Capítulo 47 (parte 2): Por un deseo

Como bien habían mencionado el par de Cambiantes, tras la ceremonia, las semanas pasaban unas tras otras aumentando la angustia de una Alana, a la que ya le escaseaban las fuerzas.

Había pretendido ser fuerte, pensar con optimismo y mirar al cielo cada vez que la desesperación reinaba en su corazón. Pero ninguna súplica estaba siendo efectiva. Por más que orara en silencio o se engañara diciéndose que volvería, era una realidad cruel que Zahir ya no se posaría más sobre su brazo.

Encontrando consuelo al ras de las orillas del lago de la Diosa, dejaba que las lágrimas ganaran partida a una fisionomía que no merecía tanto dolor. Agazapada en la curvatura endeble de su espalda, escondería sus hermosos rasgos entre unos antebrazos que temblaban por el desconsuelo.

Su pecho se encogía y su respiración contenida, la atormentaban en una desesperanza para la que no había fin.

Tenía que aceptarlo. Tenía que dejarlo ir. Y aún así dolía más que cualquier palabra que pudiese ser usada en su contra.

La ausencia del príncipe de los vaionvec no había pasado tampoco desapercibida para sus gentes. Las rencillas acumuladas le hacían diana de miramientos culpándola, y ella lo aceptaba como la más dolorosa de las penas.

Sus gentes tenían razón, porque aunque desconocía lo realmente había pasado, lo cierto era que si no lo hubiese usado de mensajero, Zahir quizás, ahora estaría surcando un azul tan radiante, como el degradado de sus majestuosas plumas.

Alzando cohibida sus ojos anegados en un rojo abrasador, advertiría en su visión borrosa, que la capa blanquecina perdía cada vez más color, ante un verde tímido en su césped asilvestrado.

Sigiloso en unos movimientos crujientes bajo el pasto blando, Leandro permanecería de pie oculto tras el tronco denso retorcido de uno de tantos galaucos.

Suponía, que aunque las circunstancias habían hecho que a día de hoy fueran más cercanos, existían ciertos matices que no cambiarían. Alana era fuerte y en su presencia, se reprimía unos sentimientos que en realidad la estaban matando.

Si la mujer de sus sueños supiese que seguía velando por ella desde la distancia, la Arcana de los Receptores jamás habría encontrando el consuelo en su supuesta soledad.

Afligiendo sus muecas, le dolía no hacer más por ella. Lamentablemente, había cosas que no dependían de él por mucho que se esforzara.

—Me disteis vuestra palabra de que no volveríais a ejercer tales artimañas.

Sorprendiéndole desde atrás, Leandro descubría a una doncella de melena rubia y ojos púrpuras clavados en su expresión cazada.

A diferencia de otras ocasiones, Siena se mostraba menos a la defensiva que de costumbre. En cambio, la Arcana se enaltecería en una seriedad mayor que la arraigada en su naturaleza estricta.

Los matices violáceos en su mirada intensa, expresaban otras connotaciones que esperaba que él le pudiese desvelar, sin necesidad de jugar al gato y al ratón.

Dándose completamente la vuelta, el joven Común se posicionaría de cara hacia ella manteniendo ambos la discreción a media voz.

—No hago más que preocuparme por la mujer que se ha apoderado de mis pensamientos. Me es inevitable pensar que está sufriendo de una manera tan atroz, y no poder hacer nada para aliviar su zozobra.

Atendía que si Siena lo objetaba, era por todas esas veces que la acechaba desde alguno de sus tantos escondites, siendo según ella, un acto indecoroso.

No le iba a quitar la razón, él también lo sabía. Solo que las condiciones eran distintas, porque para Alana, hacía tiempo que él había dejado de ser invisible.

Ahora solo trataba de respetar su intimidad, sin llegar a dejarla completamente desamparada. Tampoco esperaba que después de su largo historial, Siena le creyese. Leandro observaría cómo a la Sabia encajaba sus propios dientes, remarcando la impaciencia.

Lejos quedaba ya ese muchacho jocoso haciendo de su paciencia su gran festín. Era más que plausible, que a él también le estaba afectando que Alana fuese incapaz de sonreír. Mucho más, que él no fuera motivo suficiente para que en un mísero momento, ella pudiese olvidarse de la opresión que encerraban sus penas.

Sin embargo, había algo enigmático en Siena que de momento se guardaba para sí. La molestia portada en sus rasgos finos, era por algo más, que por seguir aquel mal juego acostumbrado.

—Sabéis perfectamente que no es solo eso a lo que me refiero, Leandro.

Cruzaría sus brazos, escatimando las fuerzas que le iban a costar hacerle frente. No le apartaría los ojos de encima, captando cada uno de sus gestos.

—Hicisteis lo que os complació. Eludisteis sin miramiento cada una de mis advertencias, y proseguisteis haciendo un mal uso de vuestro conocimiento. Uno aprendido de la peor y la más mezquina de las maneras.

Él parpadearía, ejerciendo un ligero movimiento de cabeza en el que se mecerían sus mechones rubios trigueños.

—Sé lo que estáis haciendo, Leandro —imperaría fría como el mismo témpano—. Debería acusaros a las autoridades y que sean ellos los que se encarguen de juzgaros por el acto tan ruin que estáis cometiendo. Nunca, jamás, en toda la supervivencia que la Diosa me otorgue vivir, voy a poder perdonar vuestra más elocuente hazaña.

Siena usaría la hipocresía disfrazada de intransigencia. Leandro terminaría por arrugar sus párpados al no entender absolutamente nada. Las exigencias de Siena normalmente rozaban lo radical. No obstante, en esta ocasión había algo más que se le escapaba de su entendimiento.

—Habéis perdido completamente la cord...

—El linum —le cortaría tajante, sin darle el beneplácito de seguir riéndose de ella.

Le miraría directamente esperando a que él mismo tuviese la valentía de confesar. Pero los segundos pasaban, y lo único novedoso, eran unos ojos púrpura que se cristalizaban al ver la imparcialidad de su oyente.

—La estáis hechizando, Leandro.

Siena pronunciaría aquellas palabras con un terrible pesar, como si sus labios le quemaran por soltar esa acusación tan pesada. Por su parte, él permanecería con la boca abierta, sin ser capaz de cerrarla. El azul de su iris se agudizaba volviéndose incluso mucho más sombrío, menos inocente. Siena apretaría la boca, sulfurando por la nariz.

—En uno de tantos de vuestros escondites furtivos, haciendo sabrá la Diosa qué, escuchasteis a uno de los niños recitar el nombre que había elegido para bautizar a uno de los luceros bajo secreto —Leandro tragaría saliva, eludiéndole una mirada que ahora le daba vergüenza sostener—. Nazeli.

Mientras que Siena proseguía, él balbucearía intentando encontrar alguna palabra que pudiese servir como escudo. Mucho antes de que pudiese formular una simple vocal, Siena le volvería a vetar.

—Escuchasteis a Noa hablar con la pequeña, y no tuvisteis otras haciendas que la de usar ese preciado conocimiento, para hacer de él una gran farsa —Leandro volvía a entrever la ranura de sus labios—. Soy una Sabia, Leandro. La Arcana de las Sabias nada menos. No tengáis la osadía de burlar lo que vi, porque si puedo jurar algo sin arder en el desacierto, es que la habilidad que corre por mis venas no me engaña. Vistas las circunstancias, es en lo único que puedo confiar ya.

Era inaudito que siendo como era, a Siena se le aguaran sus preciosas gemas de amatista.

—Esperasteis que el anochecer os sorprendiera en vuestro camino. Fuisteis al pico más alto de la gran montaña, y una vez allí, pedisteis vuestro deleznable deseo. El conjuro para que Alana se fijara en vos, no era otro que regalarle una horrenda flor. Tan desacertada como el color de vuestros ojos, por el que Alana contendría el aliento hasta el final de sus días. El hechizo haría que se sintiese prisionera cada vez que mirase sus pétalos. Los luceros nunca conceden sus deseos con una premisa fácil. Hay que saber interpretar sus mensajes. Solo así se hacen de ley.

Leandro suspiraría hondamente, torciendo levemente los morros.

—Supisteis ingeniárosla para que se cumpliese a como diese lugar. Tomasteis el linum en vuestra representación, y vertisteis sabia de tilalfa sobre sus pétalos recitando el conjuro. "Si a vuestra amada deseáis conquistar, ofrendarle el color puro y vivo de vuestro mirar. Si el corazón y mente ambicionáis atar, verted la sangre que ella por vos sin duda, derramará".

Culpable, Leandro cerraría sus pestañas y masajearía cansado su frente.

—La tilalfa tiene forma de corazón, por no decir que es la ofrenda que usa Alana en las ceremonias. Su sabia asalmonada, circulante como los impulsos de los mismos latidos, haría esa sangre que a vos tanto os haría falta para completar el conjuro.

—No tenéis que seguir con esto, tampoco tenéis que relatar lo que ya sab...

—¿Cómo podéis tener tanta desfachatez, Leandro? ¿No os remuerde la conciencia? ¿Cómo hab...?

—La amo, Siena.

Diría sin dudar, atreviéndose incluso a tomarle por sus antebrazos por impulso.

Le permitiría con ello que si lo desease, ella pudiese descubrir sus más oscuros secretos. La habilidad de la Arcana de las Sabias, también alcanzaba a conocer algo más sobre el otro solo con su tacto. Leandro le imploraría con sus facciones acongojadas que le creyese.

—Admito que es uno de los tantos actos por el que no me siento orgulloso. Entendería que mi palabra de caballero no signifique nada para vos. Solo espero que si algo podáis entender, es que si he pecado, ha sido de una arrebatadora desesperación. Hay casualidades irrepetibles, y vi en ella la puerta directa hacia un corazón que ansiaba hacer mío. No sabía cómo hacer para que Alana se fijara en un necio Común sin ninguna virtud, más que una oratoria galante que ante ella, perdía totalmente el sentido. Alana es lo más hermoso que...

—No confundáis amor con deseo, Leandro.

Se desharía malamente de sus dedos afianzados sobre las mangas de su túnica oscura.

—A la persona que se la ama, no se la hechiza.

Mitigaría como podía el impulso sobrehumano de vociferarle en la cara. Leandro negaría con la cabeza y exhalaría hondo.

—Tenéis...tenéis razón —titubearía derrotado—. Por eso dejé de hacerlo.

Siena mantendría la respiración, volviéndose a encontrar con un azul arrepentido por su atrevimiento malogrado.

—Vi que carecía de sentido retener a Alana, si su afecto no era correspondido con la misma magnitud. No os voy a engañar diciéndoos que no me sentía ansioso, culpable... —desenfocaría su mirada—. Un engendro despreciable por haberla embaucado, sin ser realmente merecedor de su amor inocente. Juzgadme. Decidme todo lo que tengáis en mente sin dejaros ningún agravio en el camino. Lo merezco.

La Arcana endurecería la gesticulación irritante en su faz.

—Aunque no os alivie saberlo, debo deciros que sin el linum, Alana me ha seguido acompañando durante todo este tiempo. Podéis acusarme de todo cuanto deseáis. Más no soy ningún incauto ni tampoco un ciego, Siena. Veo cómo otros hombres ponen una mirada lasciva y sucia sobre ella, incluso...mujeres.

Lo soltaría como un dato sutil, sin crearle a la Arcana una mínima curiosidad.

—No descarto que vos ya lo sabíais, como tampoco lo hago si sospecho que si habéis descubierto mi más oscura vergüenza, es porque tratabais de encontrar el paradero de Zahir.

Leandro no se equivocaba en absoluto. Los vaionvec no se dejaban tocar, por lo que gracias a al apremio de una respuesta temprana, Siena había desenterrado más de un suceso que le hubiese gustado ahorrarse.

Por desgracia y sin conocer bien el por qué, en algunos puntos la visión que le ofrendaba la naturaleza con su toque, se volvía tan difusa como la más espesas de las nieblas.

Aún así, Siena se negaría a darle la presunción de inocencia. Aunque en sus emulaciones, había apreciado que Leandro se recostaba en el heno tomando un descanso, y no fuese su culpa directa oír a escondidas a Noa y a Nazeli, sí lo había sido usar esa información para hacerla de su conveniencia.

También le tachaba, que por haber escuchado momentos antes la confesión de Santana, y que Alana se encontraba en el bosque, ir a su encuentro como un auténtico hostigador, y descubrir de malas maneras el secreto de Lúa.

Teniendo en cuenta el precedente de Moira y Dione, pese a las malas lenguas menoscabando sus personalidades, Leandro se vería acorralado una competencia que se le hacía agónica.

Desde luego, que esa no era excusa para utilizar la baza del lucero como la más acertada. A Siena tampoco le valía que Leandro hubiese conseguido perpetrar las aguas del lago sin hundirse, aunque eso supusiera definirle como puro de corazón. No le eximía de un acto que consideraba tan desleal como rastrero.

—No es de vuestra incumbencia como tampoco es de la mía, Leandro. Tampoco importa si habéis dejado de tergiversar los sentimientos de Alana. El delito, acentuado o no, sigue estando presente por mucho que lo queráis encubrir. Han sido muchos agasajos de vuestra parte.

Su enfado seguiría intacto.

—No soy el único conocedor de confidencias, Siena. Gracias a esos escondrijos como lo llamáis, sin buscarlo, también conozco ese secreto vuestro con el que vos tanto receláis proteger.

La Sabia parpadearía una sola vez, temiendo que no bromeara.

—Conozco cuál es vuestra verdadera procedencia. Como podéis ver, todos tenemos misterios que nos preocupamos por mantener a salvo. No desearía que lo tomaseis como una amenaza. No está en mi essencia airear los asuntos ajenos. Solo os estoy pidiendo que os pongáis en mi lugar, y entendáis, que la desesperación es una mala amiga en tiempos de incertidumbre. Dejad que pase el tiempo, y si veis que Alana no es dichosa a mi lado, entonces y solo entonces, seré el primero que dejará que vos me expongáis a las autoridades si así lo deseáis. No me opondré. Esta vez tenéis mi más humilde juramento.

Dictaminaba firme, serio en su sentencia.

A Siena no le daría tiempo de aceptar un acuerdo del que tenía sus dudas. El ruido de unas pisadas acechando bajo los vagos retazos de nieve, haría que ambos quisieran poner tierra de por medio.

Mirándose medio segundo, entendían que tenían el tiempo justo para desaparecer de allí. Escabulléndose, se desplazarían por uno de los costados evitando un encuentro fortuito, dejando para más tarde una conversación que no había acabado.

Los pies de alguien que no se molestaría en evidenciar su presencia, haría incluso que estando a un par de metros de distancia, Alana limpiase aceleradamente las lágrimas circunvalares por sus pómulos rojos. No le incomodaría apartarlas todas, cuando apreciaba quién era su visitante. 

Azorada en sus prisas por un vestido que odiaba, Lúa se le aproximaba agachándose apenas se encontraban. Atendería por sus muecas disconformes, que la Arcana no necesitaba fingir con ella. Alana también lo sabía, por lo que le dedicó una sonrisa rota en la que se lo decía todo.

—Ya no hay duda posible, Lúa —diría en un hilo de voz quebradizo—. Zahir ya...

—No sabéis cuánto lo lamento —le tomaba por su hombro, siendo también una muestra de compañerismo—. Lamento también el haberos alentado con su llegada temprana, pidiéndoos que no os apresurarais, cuando vos mejor que nadie conocía la singularidad de sus buenas habilidades —Alana la observaría con su mirada escarlata brillante enterrada en lágrimas—. Es muy fácil hacer un juicio de valor cuando el tiempo ha pasado, y las sospechas se corroboran. Me lamento por haberos aconsejado en no hacer algo más que esperar.

La Común se angustiaba por un consejo que en su día, pensaba como el más acertado.

—La única culpable de esta atrocidad soy yo, vos no...

—No es cierto. Os suplico que no lo volváis a repetir. No os dejéis influenciar por las malas lenguas, llenas de inquina y rabia por una condición que nada tiene que ver con Zahir. Vuestra pureza os hace cautiva de vuestros pensamientos, y no veis que esas argucias solo son usadas para haceros daño, lejos de un veredicto justo. Zahir podría seguir acompañándoos si no le hubiéseis hecho la petición de mensajero. Pero eso nunca lo podemos saber, porque la única verdad es que estas tierras son hostiles y la mayoría tienen el corazón cegado por la envidia. Sé que vos lo sabéis aunque no lo queráis admitir.

—Necesito hacer justicia...necesito encontrar a los culpables, mirarles a los ojos y pregúntales... ¿por qué...? 

En su gran inocencia, Alana no podía concebir cómo podía existir tanta maldad.

—Os lo estoy diciendo, Alana. Hay muchos incautos que disfrutan con el dolor ajeno. Me enerva que todos vuestros esfuerzos por aunar la comunidad, queden rezagados por aquellos que se niegan a ver la bondad que habita en vuestros ojos.

Lúa le acariciaría las mejillas, secando sus diversos riachuelos.

—Lamento tener que deciros esto —se pausaba—. Pero hasta que ellos no quieran dar ese paso, vos no tenéis nada que hacer. La paz no solo depende de uno. Dependen de todos, Alana.

—¿Qué...? ¿Qué puedo hacer, Lúa? Estoy...estoy totalmente exhausta...

—De momento, intentad tranquilizaos, entregaos a la serenidad y dejaos contagiar por el aire tan puro que aquí se fragua. Zahir no lo hubiese querido de otra manera.

Le tomaba de las manos, dándole una calidez que como si se tratase de la misma magia, la tranquilizaba apenas la rozaba. 

Su tacto suave la sumergía en el lugar donde tanto había ansiado estar. Percibiría en ella ese aliento desesperado que nunca llegaba si no era teniéndola delante, compartiendo muchas de sus tantas confidencias.

Alana la miraba los ojos, perdiéndose en su color jengibre tan precioso como los colores de sus tierras. La brisa arrullaba sus extremidades y con ella, su fragancia a melisa silvestre acelerándole el corazón. Lúa se quedaría absorta en sus ojos, en su nariz, en su boca sonrosada dulce siempre en sus expresiones. Le era incapaz dejar de amarla; dejar de sentir todo lo que ella le provocaba. Era tan intenso, que juraría que no era la única que también contemplaba esa atracción.

—Sois el ser más noble, puro y bello que ha conocido estos parajes, Alana.

Le diría sin pensar, notando cómo sus propios dedos afincados en los de ella, sudaban por aquella confesión entrañable.

—Vos sois mucho más que todas esas particularidades unificadas, Lúa —le sonreía con timidez.

Alana se ruborizaba, dejándole que en esa complicidad que en ambas se había fraguado, Lúa siguiera apreciando el dolor manifiesto en sus gestos adversos. No sabía cómo explicarlo, pero ella le daba paz. La misma que deseaba que sintieran sus gentes cada vez que alguna nimiedad llamara al pleito. 

Admiraba su naturalidad, con sus puntos a veces ácidos incluidos. Su honestidad, o cómo se preocupaba por ella cuando incluso el problema no le tocaba de cerca. Que Lúa se manifestase a sí misma como un caballero y no como una doncella, era el culmen que le hacía ruborizarse de más, temblando incluso con su tacto.

—¿Tenéis frío? 

El pequeño oscilamiento entre sus dedos, no le había pasado desapercibido.

—No...no os preocupéis —le costaría recomponerse—. Las aguas del lago son siempre cálidas dotándonos con su luz.

Alana lanzaba una mirada abochornada hacia el lugar al que llamaban sagrado. Negaría por inercia, cuando recordaba lo que habían hecho ella y Leandro en sus profundidades.

—Alana —la de cabellos cobrizos la llamaba, esperando coincidir en el imán de su mirada—. Siento si la imprudencia llama a mi puerta, y os concedo una pregunta que quizás no deseáis responder. Pese al apremio de la curiosidad, pongo como necesidad saber si es cierto.

La Receptora se paralizaría al no saber por qué tanto decoro, si ya había labrado con creces el camino de la confianza. Lo entendería justo después con tal pregunta.

—¿Es cierto que os habéis comprometido con Leandro? 

Le mantendría el contacto visual siendo firme. Alana se azoraba, jugando con sus dedos cálidos sin querer apartarlos.

—Le he... —titubeaba nerviosa—. Le he entregado mi... —se detendría una vez más—. Le he entregado mi pureza, Lúa —sentenciaba al fin—. He yacido con él si es lo que vos queríais...saber...

—No, no era...

Bajaría sus párpados con cierto pesar, arrugando sus atractivos ojos terrosos tanto como podía. ¿Qué podría esperar de aquel sinvergüenza que la avasallaba de tal manera? ¿Y por qué de repente se sentía tan mal? 

—No era esa mi intención... Agradezco la confidencia...y... 

Aferraría con ahínco sus dedos, temiendo que se les escaparan. También los afincaría con una mayor fuerza, tomando el impulso de soltar lo que le devoraban sus instintos. 

—No... No me agrada. No me agrada, Alana...

—¿Por qué? ¿Qué os pasa, Lúa? Os noto... Os noto alterada —se preocuparía por su agitación.

—Pues...lo que sucede es que...que...Que yo...

Alana le mostrará una sonrisa simple, en la que le alentaba a que fuera sincera con ella. El corazón de Lúa iba a un ritmo tan acelerado, que pensaba que se saldría por la boca. Su cara era comparable al color de los ojos escarlatas de quien la observaba.

—Yo...yo...

—Por fin os encuentro.

Una mujer de ropajes opacos y ojos simuladores de las mismas amatistas, las sorprendía tras sus espaldas, haciendo que ambas separaran sus manos prácticamente al unísono.

—¡Rajú! 

Alana se levantaría súbitamente, ofreciéndole una reverencia inconclusa, por un vestido calado en su aguanieve. 

—¡Qué detalle el de honrarnos con vuestra presencia! 

Expondría animada al ser uno de los referentes con la que tenía un buen afín. Aturdida con el contraste tan grande de emociones, Lúa se levantaba realizando la inclinación de cortesía momentos después con cierta torpeza.

—No es necesario que hagáis tales galanterías. Sentaos, os lo pido —se dirigiría momentos después hacia la Común—. Lúa, estoy aquí tal y como me pedisteis.

Alana se sorprendería por tal petición.

—Os agradezco que hayáis aceptado mi plegaria indecorosa. No lo habría hecho de no ser de gran importancia para m... —rectificarla con una tos —para Alana.

Aclararía, agradeciendo ese inciso en el que sus piernas se vencían volviendo a besar la tierra. Alana la emularía, esbozando una sonrisa cándida.

—Lo puedo ver en lo más profundo de tu corazón, Lúa —la estremecería, sabiendo que podía conocer todo aquello de ella cuanto quisiese solo con mirarla—. Que no se os olvide con quién estáis hablando, lejos de una pleitesía que para nada pido que se me rinda.

Reía invitando a las otras a que hicieran lo mismo. Pese a lo imponente que pudiese suponer tenerla al lado, Rajú era muy cercana con sus gentes. Esa era una de las tantas cosas que Alana admiraba de ella. Copiando la misma naturalidad que la Común, la antigua Arcana de las Sabias se sentaba junto a ellas admirando a una y a otra. 

—Ya lo había sospechado tiempo después de su partida —observaría a Alana—. Pero es cierto que el invierno va dejando paso a unos campos más verdes, y Zahir sigue sin aparecer.

La Receptora muequeaba su boca a punto de empezar a llorar. Rajú la tomaría de la barbilla, haciendo que son sus uñas picudas le cosquillearan la piel.

—No tenéis nada de lo que sentiros culpable. Lúa tiene una razón irrevocable —la mirada tristona de Alana se centraría en su confidente, afirmando que Rajú estaba más que sobre aviso—. No deseo ocultaros nada, Alana. A veces la verdad es dolorosa, y es mejor no saberla pese a que la ignorancia no sea siempre la mejor carta. Solo quiero que sepáis, que si Siena no ha sido capaz de esclarecer vuestras dudas tocando cada tronco de galauco aposentado en el bosque, es porque no he dejado que lo haga.

Desvelaba el por qué pese a su poder, Siena no había conseguido obtener algunas imágenes nítidas.

—Confiad en mí y mi sabiduría. Dejad los pensamientos adversos a un lado, y concentraros en el amor que Zahir os regaló con su supervivencia. Os puedo asegurar que los culpables recibirán su castigo. Por vuestro bien, aventuro a juzgar que es mejor que no sepáis quienes son los perpetradores. El fuego no se calma con más fuego, sino con la lluvia. A cambio...

Introduciría su mano dentro de sus ropajes, y sacaría a relucir la preciosa pluma azul reproduciendo el mismo cielo estrellado 

—quedaos con ella.

 Alana agrandaría sus ojos, sin entender cómo una pertenencia como esa podría ser suya. Cristalizaría su mirada vidriosa al ver después de tanto tiempo, cómo una parte de su adorado príncipe seguiría viva impasible por los siglos.

—No...no podría aceptar tal...

—Alana, es vuestra. No hay nadie más que se la merezca más que vos.

Se la tendía impaciente esperando a que sus dedos delicados la tomasen por sus manos. Después de mucho vacilar, Alana la acogía por sus extremos con un extremo cuidado. Sin poder evitarlo, arrancaría a llorar cautiva de los sentimientos que le provocaban su roce aterciopelado. 

Eso sería lo único que quedaba de Zahir, y ambas lo sabían. Lúa aguaba sus ojos, sintiendo la bondad infinita de la cuentacuentos. 

—Ahora que es vuestra. Debéis prometerme que la venerareis tal y como se merece —Alana le asentiría enterrada en unas lágrimas que parecían infinitas—. Hacedla vuestra ofrenda, Alana. En la próxima ceremonia, entregad la vuestra presente y bautizar la pluma como la única e inédita.

Rajú le sonreiría muy dulcemente.

—¿Qué... qué debería hacer entonces con la hoja de tilalfa?

Limpiaría su bonita nariz respingona.

—Entregadla como si fuese una ofrenda Común. Para que los pactos funcionen, se debe de obsequiar un material personal de gran valor. Por mucha admiración que me proceséis, ahora vuestra hoja carece de valor.

La tilalfa no solo decoraba las cuevas en las noches de narraciones, sino que el anillo de Rajú estaba hecho con la madera de sus tallos gruesos. Por ello, que Alana un día la eligiera como su preciada ofrenda. 

—Esta pluma no solo seguirá representando el respeto que me tenéis. También significará el amor que le profesasteis a un ave que ahora vuela mucho más alto que el firmamento. Brilla en las estrellas cuidándoos, Alana. El día de la ceremonia, Lúa estará a vuestro lado alentándoos y...

—¿Lúa? —se quedaría admirado a una y a otra, advirtiendo que era la única que lo desconocía.

—¡Oh! ¿No os lo ha mencionado? —Rajú se entusiasmaba por darle la buena nueva—. Pensaba que Lúa ya os habría comunicado su decisión, de postularse para ser la próxima Arcana de los Comunes a finales de este año —la cuentacuentos cambiaría su foco, centrándose ahora en una joven con un mohín desacertado—. Aún quedan unos largos meses por delante, más no tenéis nada que temer.

—Para ser la antigua Arcana de las Sabias, hay términos como la discreción, que parece que desconocéis... 

Lúa sacaría a relucir ese punto ácido inherente que la hacía tan auténtica.

—Perdonad entonces mi osadía, Lúa.

Sin verlo como un regaño, atendiendo además una confianza que se había hecho más grande, Rajú se echaría a reír. Momento en el que recurriendo a su ingenuidad, Alana ataba cabos sobre lo que Lúa estaba por decirle antes de ser interrumpida.

—¿Era eso lo que vos estabais a punto de revelarme? —Alana sorprendería a las dos mujeres.

—Eemmm... —Lúa se rascaría toscamente su mejilla—. S...s, ¿Sí...? 

Le mentiría, haciendo que Rajú esbozase una sonrisa sugerente, con un matiz diferente a la forjada con anterioridad. Viendo que posiblemente entorpecía, la antigua Arcana se levantaría con una agilidad vigorosa.

—Mi mandato aquí ha finalizado —haría que ambas la observarse en su ascensión desde tierra—. Tened la más preciosa de las tardes.

Concluiría con una reverencia, suponiendo así su despedida.

Alana le asentiría, replegando su cabeza en una inclinación que contestaba a su cortesía. Lúa haría lo mismo, visualizando una espalda que se distanciaba perdiéndose en un bosque con vida propia. Inmediatamente después, dirigiría un vistazo avergonzado a una Alana, mucho más animada por su nueva futura ofrenda

Perdiéndose en la curvatura de su boca izada en sus comisuras, Lúa agradecía que aunque en un principio, pensara que era una osadía suplicarle a Rajú que le cediese su pluma, al final no había sido tan descabellado. Encontrarla así, después de tanto tiempo verla llorar, suponía la mayor de las glorias. 

Sin querer, ladeaba la cabeza acomodando sus cabellos cobrizos embelesándose con su aura. Dejándose arrastrar por la belleza que tenía delante, conformaría la misma sonrisa bobalicona que le hacía despertar aquella, que alzando su mirada escarlata, le daba con su sonrisa las mejores de las gracias. 

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

-> ¡Hola! 💖 ¿Qué tal? ¡Espero que genial! 😁

-> ¿Qué os ha parecido este parte? 

(¿Os he dicho ya que Lúa me encanta y que me despierta muchísima ternura?) 🙈

-> ¿Os esperabais lo de Leandro? ¿Qué pensáis que hubiese pasado si no hubiese usando el linum? ¿Creéis que Alana le hubiese rechazado (y se hubiese inclinado por otro amor)? 

-> ¿Os ha gustado el detalle de Rajú? 💘

(Se han dicho cosas muy importantes que pasan desapercibidas)

-> ¿Ha habido algo que penséis que hay que tener presente? 😏 

Dejando las preguntas a un lado, deciros que el próximo capítulo es una B-OM-B-A brutal 💣.(Incluido con el siguiente, el 49, que podríamos considerarlo la MADRE de todos los capítulos) Avisando estoy 😎😂

-> ¡Nos vemos la semana que viene! (eso si no me pueden las ganas, y lo publico antes de tiempo 😂) Besitos bonitos 😘❤️ 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top