Capítulo 44 (parte 1): "No pienso perderte"

El mismo alambrado que cruzó la noche anterior, ahora se presentaba ante ella tan desvalido, como los árboles caducifolios en las aceras dejados atrás. Los alambres finos habían cedido su resistencia, debido al peso soportado en las horas anteriores en su escalada. 

Con su mochila celeste por banda, Madeleine resoplaría fuerte solo con pensar que tendría que atravesarlos de nuevo. Propagaría con ello un vahído blanquecino espolvoreándose en el ambiente. Agraciadamente, después de haber dormido lo suficiente, se sentía con las fuerzas necesarias como para intentarlo por sí sola. 

Lo ideal hubiese sido llevar con ella sus propias llaves de la cafetería. No había caído en el pequeño detalle de que solo lo más sustancial, era lo que llevaba cargando bajo su hombro. 

Al alzar sus ojos hacia arriba, rezaba porque el aguacero no hubiese echado a perder lo poco que llevaba en su bolsa de deportes. La necesitaba si quería llevar a cabo el plan que había estado rumiando en su cabeza.

Valiéndose de un paisaje abandonado coronado por las bolsas de basura y los contenedores, permitía que el olor mojado a carretera y los restos orgánicos en sus plásticos, se mezclaran en ella noqueándole el olfato. La tufarada se percibía muchos más intensa con el frío aniquilando todo a su paso. A cambio, percibía una ciudad bañada en una mañana que no había hecho más que empezar. 

Los postes eléctricos de luces artificiales aún encendidos, disipaban sus sombras bajo su cielo encapotado. Los viandantes escaseaban, al preferir circular con sus vehículos valiéndose de la calefacción. Atenta, aprovechaba el momento en el que se regodeaba con su soledad, para empezar aquella peripecia que prometía ser una aventura que le hubiese gustado ahorrarse.

Recordando cómo había sido su tortuoso ascenso, insertaba como podía la punta de sus botines crema en la abertura de unos alambres, que habían cedido más de la cuenta. Su falda corta pegada no le haría fácil la maniobra. Desde luego que eso, no le iba a impedir llevar a cabo sus acciones. Puesta en marcha, empezaba a escalarlos teniendo una destreza que no habría creído posible. Después de todo, no se le daban tan mal los deportes. 

Tambaleándose violentamente contra sus extremidades, los tubos huecos que les servían de armazón, aguantaban como podían ante la agitación violenta. Si no se daba prisa, era probable que terminara por llamar la atención de algún fisgón curioso.

Encontrándose en los límites de la valla, decidía que no merecía la pena realizar un ascenso produciendo más alboroto. La vibración del cercado tambaleándose en su acción oscilante, estaba siendo más escandalosa de lo que esperaba. Ágil con sus piernas, imploraba en silencio que sus medias no fueran rasgadas en el proceso en el que se dejaría caer. Pensándolo mejor, lo prefería antes de crearse una incisión desagradable en sus piernas. 

Con la misma elegancia que lo hubiese hecho Mr.Tofu, Madi flexionaba sus rodillas aterrizando de un golpe seco al otro lado de la cerca. En el impacto, su mochila también cedía ante la gravedad golpeándole la espalda. Viendo su misión casi completada, no le dio importancia al daño que se había hecho, ni las punzadas que estaban soportando sus pies. Solo tendría que cruzar la maldita puerta que la separaba de la tienda y todo habría acabado.

Decidida, y evitando que alguien alertara a las autoridades, alzaba sus dedos hacia el tirador dispuesta a irrumpir en cocinas. Con lo que Madi no contaba, es que alguien misteriosamente había bloqueado la puerta habiendo echado su cerradura. Creyendo imposible su mala suerte, giraba el pomo una vez más, dejando que su nerviosismo le permitiera actuar como una desesperada. 

¿Qué demonios iba a hacer ahora?

Llevándose las manos a la frente, arrastraba sus palmas hacia sus mejillas harta de encontrarse continuamente con tantos obstáculos. 

¿Cuándo sería que la vida dejaría de joderle en sus propósitos? 

Pensando rápido, desligaba el asa de su mochila por su hombro, buscando su teléfono en el pequeño bolsillo exterior. Al deslizar su cremallera, lo primero que veía era la pluma del vaionvec, y la aguja de bordar con la que su abuela había cosido durante toda su vida. No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que aquellas piezas serían las claves para constituir su nuevo pasaporte. 

Haciendo a un lado todos los nuevos conocimientos que había adquirido gracias a sus sueños, tanteaba su móvil cerrando después la tira dentada. Madi no llegaría a teclear con sus pulgares. Ni siquiera pasaría de encenderlo. Estaba sin un resquicio de batería, dudando también que su cargador hubiese sobrevivido ante tal diluvio. Esa era otra de las pocas pertenencias que no llevaba con ella. Necesitaba la maldita bolsa deportiva a como diese lugar. 

Enfrascada en un nuevo intento, ejecutaba con menos miramiento un tirador que si hubiese sido por ella, lo hubiese arrancado de cuajo. Cuanta más grande era su rabia, más comprendía que estaba perdiendo el tiempo. Había sido una estupidez no haberle pedirle a Luca sus llaves prestadas. Pillarlas a traición también hubiese estado bien. Pero desde luego, que no hubiesen sido las mejores formas. Eso contando con que él las llevara encima. 

Haciendo un acto de memoria débil, alojaba en ráfagas difusas el recuerdo de que en mitad del caos, el italiano le había lanzado sus llaves a Marvin. Encontrar sus llaves de repuesto hubiese sido más difícil, que dar con otras que llevaba prácticamente siempre encima. Asqueada, entrecerraría sus ojos. Tampoco importaba ya. No después de una despedida tan fría en la que ni siquiera le había dicho adiós. Desde luego que Luca no se lo merecía. Madeleine se estaba dando cuenta de que era especialista en hacer todas las cosas mal.

Viéndose obligada a cambiar de táctica, guardaba su teléfono antes de girarse sobre sí, odiando tener que desandar el camino. No se había topado aún con los palés de madera, cuando escuchaba la cerradura de la puerta ejecutarse tras su espalda. Atenta, se giraba manteniéndose en alerta, presionando muy fuerte el asa de su mochila. Después de todo lo que había vivido y lo que le quedaba por ver, Madi veía peligros en cualquier lugar. 

El cascabeleo de las llaves runruneaba en sus giros precisos, y después, se abría ante ella una puerta en la que había deseado perpetrar desde que se encontraba allí. Sujetando el pomo desde su posición interna, Madi descubría a un joven de cabellos cobrizos desgarbados, saludándola con sus peculiares pecas.

Cansado, y con una vitalidad insulsa coronando su rostro, las marcas de los puñetazos le hacían un flaco favor a su semblante soñoliento. Evans se había cebado con él, hasta el punto de magullarle las mejillas dejándole una leve brecha y más de un hematoma. En ella, aún quedaba constancia de una sangre que se había terminado secando. 

Mientras que él la absorbía con sus ojos canelas intensos, Madeleine se horrorizaba sabiendo que ese era el precio que él había tenido que pagar, para que ella fuese libre. Eran muchas cosas las que se le pasaban por la mente en aquellos momentos. Desde miedo y angustia, hasta preguntarse qué diantres hacía Marvin allí. Siendo honesta, tampoco haría falta preguntárselo. Él intuía que tarde o temprano volvería a por sus pertenencias, y así había sido.

Sin saber qué decir después del tremendo espectáculo de anoche, cuando sus ojos turquesas se topaban de lleno con los de él, Madeleine bajaba la cabeza sin atreverse a formular una simple palabra. En otras circunstancias, hubiese sido la primera en discrepar y hacer las preguntas. Pero ahora las tornas habían cambiado, y era Marvin el que tenía de ganar en la baza de conseguir respuestas.

Haciéndole el trago menos amargo, el guitarrista esbozaría una sonrisa simple ladeaba que la invitaba a entrar. Produciría una abertura mayor en su ala chirriante, dándole un margen más distendido al pegarse a su aluminio. Haría con ello que su delantal manchado puesto encima, llegase a ensuciar ligeramente su estética gris. Sin decir nada y con paso decidido, Madi avanzaría lo poco que le quedaba para acortar esa distancia que cada vez sería menor. 

Pasándole de largo, abandonaría la frescura impasible de diciembre, ganando calor en una cocina dónde quedaban restos de harina. El cambio de temperatura lo notaría drásticamente, al estar la mayor parte de la maquinaria en funcionamiento. Aún era muy temprano. Pero no lo suficiente como para caer en el riesgo de que Lorna les sorprendiera. 

Acercándose a la mesa, Madeleine albergaría de reojo que los cachivaches propios de repostería también estaban siendo usados. Imaginando el por qué, encontraría en sus hipótesis a un joven que no había podido dormir, y había preferido malgastar su tiempo en unos intentos fallidos. 

Madi terminaría su conclusión al oír la puerta cerrarse, y con ella, otra nueva prueba que tendría que enfrentar.

Sabiendo que no iba a poder superar el asalto, se desligaba rápida de la habitación cruzándola con prisa, hasta llegar al mostrador que frecuentaba prácticamente todos los días. Percibiría por los pasos que la seguían, que Marvin también realizaba el mismo recorrido. 

Nerviosa, Madeleine admiraba cada rincón tratando de encontrar lo que había venido a recoger. La ilusión de tomarla y largarse por donde había venido, se volatilizaba al ver que no estaba donde supuestamente ella la había dejado. Tornando sobre sí, soslayaba a Marvin marcando su ceño al saber que no le diría lo que quería por las buenas.

—¿Dónde está? —le era incapaz de mantener la conexión visual por más de cinco segundos. 

No hacía falta que matizara a qué se refería. El guitarrista sabía perfectamente qué era lo que ella buscaba.

—¿En serio? —él chasquearía la lengua en un sonido contundente—. ¿Es en serio, Madeleine? Después de lo de anoche, ¿lo que más te preocupa es una maldita bolsa? —su voz profunda le hacía palpitar más aceleradamente. 

Arrugando los dedos, ella tomaría fuerzas para superar el bache.

—¿Dónde está, Marvin? —haría oídos sordos, queriendo obtener la información rápido. 

Él aprovecharía el inciso para desatar el nudo bajo su lumbar, desligándose de un delantal que lanzaría sin ganas sobre una de las mesas. Su característica cazadora vaquera azulona se haría ahora mucho más visible.

—Me parece increíble... —a diferencia de ella, el de las pecas dejaba claro desde el primer momento cuáles eran sus intenciones. Él no se preocupaba de fingir, ni de dar rodeos—. Vale, genial ¿Quieres jugar, no? ¿Quieres saber dónde está?

Se cruzaba de brazos asintiendo enfadado. Ya intuía que iba ser difícil que hablara. El milagro hubiese sido todo lo contrario. 

—Muy bien —relamería sus labios adoptando un papel de hipócrita que no le pegaba—. Contesta primero a todas mis preguntas, y te diré lo que quieras saber.

Pese a que Madi no le mirara, por su tono se percataba que no estaba bromeando. Su paciencia había tocado fondo. Ella gruñiría completamente hastiada con el mundo.

—¿La has abierto? —cabreada, le sorteaba de reojo sintiendo el peso de su mirada canela. Poco importaba si lo había hecho. Solo era una excusa para tener algo que echarle en cara al ver que no tenía salida.

—No —lo reafirmaría con un movimiento negativo—. La verdad es que no. Pero ganas no me han faltado —sentenciaba para seguidamente reincidir en lo mismo—. ¿Qué cojones está pasando, Madeleine? —el guitarrista estaba realmente enfadado. 

Más que por ser un completo ignorante, por todas las mentiras graves que la rodeaban. Queriendo retarle, ella alzaría su mirada turquesa desafiante advirtiendo que existía cierta distancia entre los dos. Una que deseaba mantener pese a ser imposible.

Mucho más después de que una de las últimas veces, Marvin se había dado cuenta de la apariencia artificiosa de su iris. Había sido una estúpida al no haber caído en ello hacía unas horas atrás. Diría a su favor que estaba desesperada, y que las lágrimas le habían ayudado a hacer de sus ojos unos más naturales. 

Dejaría que los segundos corrieran, llegando a imitarle en el cruzado de brazos. Solo que en una pose mucho menos a la defensiva. Lejos de mostrarse esquiva, necesitaba rehuirle lo máximo que sus impulsos le permitieran. Marvin realizaría un gesto significativo en el ladeo de su cabeza, diciéndole que la estaba esperando. 

Ella no hacía más que huir, esquivarle y postergar unas explicaciones que él necesitaba. Quizás había llegado la hora de mostrar únicamente las cartas que sí podía enseñarle.

—Sigo sin estar preparada para mantener esta conversación.

Su contestación hacía que él arqueara sus cejas por la sorpresa. Como cabía de esperar, ya estaba preparado mentalmente para cualquiera de sus réplicas cortantes. Ese pequeño halo de confianza, fue suficiente para que neutralizara la barrera teatral que había interpuesto. Deshaciendo el lazado de sus brazos, borraría su gesto arisco.

—Vaya...—soltaba—. Te agradezco que seas sincera. Sigues mintiendo tan mal como de costumbre. Hubiese detestado cualquier respuesta del tipo "No tenemos nada que hablar" o "No sé de qué estás hablando"

En él se leía un cansancio atroz que iba mucho más allá del físico. Se acentuaría de más con las contusiones en su rostro. Madi le escucharía en su silencio. 

—¿Sigues sin estar preparada para hablar de lo que nos pasó? Porque si hubiese sido relacionado con lo de anoche, el verbo "seguir", sobra.

Como intuía, Marvin continuaba siendo bastante perspicaz con los pequeños detalles verbales. Por algo no en vano, era el que componía las canciones. 

—Sigues sin estar preparada porque te sigue doliendo tanto como a mí. Si lo hubieses superado como tantas veces has dejado caer, no te costaría tanto. Podrías hacerlo sin que te afligiera, sin tener remordimiento. Sin sentir nada. Pero eres como yo. No puedes fingir lo que te hiere, Madeleine.

A la del pelo rosáceo le costaría tragar saliva. Soltaría un vahído exhausta por tanta confrontación.

—Bueno, pues como estamos jugando a ser honestos, acepto que no he sido justa contigo. No mereces lo que te he hecho pasar —se perdería en el matiz verde trazado en su iris, advirtiendo su gran desconcierto—. Sí, lo admito. Es más, tendrías todo el derecho del mundo a odiarme, o incluso a no querer dirigirme la palabra.

Él adelantaría unos pasos hacia su posición, logrando que Madi se mantuviese sin evitarle a un costado del mostrador. Bajaría la vista al ras del suelo, temiendo que sus fuerzas flaquearan, y acabaran delatándola por completo. 

—Me he cansado de salir corriendo. No quiero seguir luchando contra algo que es más grande de lo que puedo abarcar. Me flaquean las fuerzas, no puedo más. Estoy terriblemente cansada. Me niego a seguir mintiendo, o poniendo excusas donde no las hay. No tiene sentido. Ya nada lo tiene —hundiría los labios sin saber cómo actuar frente a él—. Se acabó —sentenciaba en el mismo momento en el que el otro, se quedaba a poco más de un metro de distancia. Madi izaría la vista segura con lo que diría—. Me voy de Salmadena —radicaría fría como el hielo.

—¿Qué? —procesaría—. ¡¿Cómo que te vas?! —subiría por inercia la voz al creerlo una alucinación. 

Su réplica iría mucho más al sumar unos pasos, que Madi se encargaba de retroceder. No le quería cerca.

—Estaba aquí por mi abuela, Marvin. Trabajaba para pagarle las medicinas. Estudiaba para darle el mejor futuro en el tiempo que le quedara. Pero ahora ella ya no está, y no tiene sentido quedarme.

—¿Cómo que no tiene sentido? ¡Claro que lo tiene! Tienes que seguir adelante ¡labrar tu futuro!—sus gestos se endurecían con los rasguños en su tez. Ella se los perdería al fingir una concentración insulsa en las losetas del suelo—. ¡No estás siendo razonable, Madeleine!

—Estoy siendo más que razonable. Lo ilógico sería quedarme en una casa con unas personas que no conozco —se corregiría—. Más bien, unas que no me hubiese gustado conocer y a las que odio con todas mis fuerzas. ¿Dónde ves la incoherencia?

Por lo que Marvin veía, su lado adulador había sido muy efímero. Por lo menos aunque fuese lentamente, apreciaba que se estuviese abriendo.

—Ese es otro de los asuntos que no me gustan ni un pelo.

Llevaba la punta de la lengua hacia el cielo de su boca, conteniendo su gran desazón. Posicionaría las manos en su cintura y ejercería una vuelta incompleta. 

—¿Quién demonios son? ¿De qué los conoces? —sacaría a la luz otro de los datos que hasta el momento, no le habían cuajado. Se voltearía hacía ella encarándola—. Ya me parecía sospechoso que jamás me hubieses hablado de ellos. Hasta donde sé, tus padres no tenían hermanos.

—Sabes bien...

Titubeaba tanteándose la frente, pensando que a estas alturas no tenía sentido seguir callándoselo todo. Como bien le había dejado caer, estaba harta de huir. 

—Fue mi abuela quién les contactó —salía de sus labios mucho antes de procesar lo que era más correcto.

El guitarrista parpadearía al costarle encajar la noticia. Madi cerraría sus ojos muy fuerte, soltando en un suspiro un arrepentimiento que no tardó en solidificarse. 

¿Valía la pena al fin y al cabo tanta protección? 

Celina le había hecho mucho daño con su silencio, e intuía inequívocamente, que Marvin seguía sufriendo el mismo destino. Sus alarmas la asaltaban al recordar algo que había estado dormido en su mente, y había reflotado hacía apenas dos días. Su abuela le había pedido que se alejara de él, y no había sido la única. 

¿Por qué? 

Madi se quedaría en silencio alzando lentamente la cabeza, encontrándole con los ojos puestos en ella en una cercanía más estrecha. Él le instaba a que siguiera, a que una vez que había comenzado, que no se detuviera. 

¿Tenía sentido hacer un último esfuerzo y continuar la farsa, después de lo de anoche? 

La respuesta era no. 

Madeleine estaba cansada de vagar en la desconfianza, de sentir miedo, de verse atrapada sin salida. No quería ser más ese estúpido retal escondido en un cajón. Como si fuese una venganza contra el propio mundo, decidió que dejaría pasar lo que tuviese que pasar.

—Por lo que se ve, me estuvo ocultando muchas cosas durante largos años —se le forjaba una sonrisa dolida imposible de ocultar—. Probablemente durante toda mi puñetera existencia. Son cosas que no creerías, hazme caso...

—Me encantaría saberlas. Empieza —más que una orden, le pedía un poco más de cordialidad.

—Ojalá pudiese darte todas las explicaciones que te gustaría saber. Pero lamentablemente no puedo. Todo forma parte de la misma jodida historia, y no quiero que te involucres en esto.

Expiraba poniéndole límites. Había cosas fuera de su control que deseaba dejar aparcadas.

—Llevo años queriendo saber la verdad del por qué me dejaste, Madeleine. No me saltes ahora con que no quieres involucrarme, porque llegas tarde. Te lo vuelvo a preguntar, ¿qué cojones pasa?

Le interpelaba extrañamente calmado, teniendo en cuenta el volcán en erupción que hervía por sus venas. Los datos que tenía eran inconclusos. No entendía que tenía que ver su ruptura con las mentiras de Celina.

—Pues siento haberlo hecho. Si empiezo por el principio vas a querer un final, y tal y como están las cosas, no puedo hablar de ello —matizaría cada palabra como un golpe hiriente en su pecho—. Aunque suene odioso, confórmate con saber que no fue tu culpa —ejercería un mutismo momentáneo tomando una bocanada de aire—. Quería contestarte todas las cartas. Pero no pude. No me dejaron —Marvin se afligiría relajando su semblante, sintiendo que en lo más profundo de su ser una maravillosa liberación—. No eres más que una víctima más en toda esta mierda en la que estoy metida, y en la que ni yo sé cómo funciona...

Marvin no entendía nada, y eso le hacía cabrearse más. No con ella, sino con las circunstancias que la condicionaban y seguían haciéndolo. Su rabia cambiaría con la próxima sentencia. 

—Hay gente peligrosa ahí fuera —le decía con sus ojos turquesas firmes, contestándole antes de que él pudiese formular la siguiente pregunta—. No sé quiénes son. Pero es que igualmente, aunque lo supiera, no estoy dispuesta a correr la misma suerte que mi abuela. Tampoco a arrastrar conmigo a nadie en el lodo donde me estoy ahogando. Esta es mi lucha y tengo que hacerlo yo sola.

Sus ojos terminaban por aguarse del todo costándole proseguir.

—Toda la gente a la que amo y a la que he amado, ha acabado muriendo —realizaría una pausa desoladora, fijándose en el matiz verde de sus ojos—. No puedo permitir...que te pase lo mismo, Marvin —bajaría la cabeza derrotada—. No me lo perdonaría en la vida. Al igual que tampoco me perdono el haber dejado sola a mi abuela, a pesar de tantos y tantos engaños... —se limpiaría los lacrimales, perdiéndose sus muecas confrontadas—. No quiero que se repita el mismo error. Así que si no te importa, dime dónde está la maldita bolsa con lo único que me queda. Tengo que irme muy lejos de aquí.

Se apartaría a un lado, sabiendo que iba a ser difícil frenarle.

—¡Joder, Madeleine, no! —le atraparía del brazo, notando en su contacto cómo le tiritaba cada extremidad. Por lo que ella le había dejado entrever, y aunque pareciese surrealista, parecía que su familia era perseguida por algún tipo de mafia. Se hacía otras preguntas como cuál era el origen por el que los Altava eran perseguidos

¿Qué mal podrían haber hecho? 

Ellos eran unos ciudadanos de a pie tan corrientes como cualquier otro. Atendiendo a razones, exculpaba que ellos hubiesen querido protegerle manteniéndole al margen. Pero no que Madeleine, no hubiese tenido la confianza para contarle todo el entramado que había detrás. 

¿Esta era la verdadera razón de su indiferencia después de tantos años? 

—¡No puedes irte! —alzaba el tono exaltado ante tal explosión de datos inconclusos—. Huir no es la solución. Si te han seguido hasta aquí, no dudes que volverán a hacerlo a donde quiera que vayas.

Tenía presente que Madi ya había hecho un cambio de residencia. ¿Era por ello que Celina y ella se habían mudado? Entonces, ¿lo de sus padres no fue un accidente? ¿Y Celina...? 

Marvin temblaba al hacerse todos estos interrogantes que le quemaban el cerebro. Madeleine estaba en peligro. 

—Hay que hacer algo, plantarles cara —ni él sabía cómo afrontarlo—. Tiene que haber algo con qué pararle los pies.

Meditaba nervioso, pensando a la velocidad de la luz alguna escapatoria en la que pudiesen salir airosos.

—¿No me has oído, Marvin? ¡Son unos asesinos! —veía incluso como a él le costaba tragar saliva. 

En su fisionomía había un reflejo de incertidumbre. Era más que lógico que pensara que ella también se había vuelto tan loca como su abuela. Nadie en su sano juicio podría creer tales disparates. Madi era consciente, agradeciendo el hecho de que la hubiese escuchado hasta el final. No esperaba menos de él. 

—Ya te dije que no me creerías —trataría de zafarse de su agarre sin éxito, notando cómo el mundo se le caía encima.

—¡Te creo!

Marvin le demostraría mucho más allá de sus gestos no verbales, que erraba en sus pensamientos. Por muy perturbado que fuese el relato, hasta podría encajarle. Siendo sensata, Madi se había ahorrado contarle todo aquello que abordara la fantasía. Eso ya era ir demasiado lejos. Viendo que quizás la estaba apretando de más, le soltaba el brazo con delicadeza sin quitarle los ojos de encima. Ella reiteraría en el distanciamiento. 

—Madi ¡estoy aquí por ti! Y no, no me refiero solo a estar más en Salmadena que en mi propia residencia. ¡Me refiero a que me he pasado la puta noche aquí encerrado esperando a que volvieras! ¡Me he partido la cara por ti! Pero créeme eso me importa una mierda. Menos después de todo lo que me acabas de contar. Estuve buscándote durante mucho tiempo ¿Sabes la impotencia que se siente al no poder contactar con la persona que quieres? ¿Te haces una idea del dolor que provoca la indiferencia? ¿Podrías imaginar por un momento todos los días de angustia recordándote, deseando odiarte, pero ser incapaz de hacerlo? ¿Podrías calcular el millón de preguntas que me he estado haciendo todo este tiempo, y culparme a mí por la posibilidad de haberte fallado? No, ¿verdad que no?

—No hace falta que sigas con esto...—ella sellaría sus párpados muy fuerte.

—¡Sí! ¡Sí que hace falta! ¿Sabes por qué? ¡Porque te perdí una vez y no pienso volver a perderte. No estoy dispuesto a volver a pasar por lo mismo. No quiero más distancias. Quiero que me sigas contando la verdad. Quiero recuperar lo que teníamos. ¿Crees de verdad que huir es la solución? Te lo vuelvo a repetir. Si esa gente es peligrosa, tendrá cero escrúpulos para hacer lo que sea. Te continuarán persiguiendo allá donde decidas ir, y por supuesto, que no voy a permitir que corras esa suerte. Tampoco que sigas viviendo en esa casa con el imbécil apesta humos, que tiene mucha bravuconería, pero ni siquiera sabe defenderse.

Era cómico que lo dijese, cuando su cara era un mapa de contusiones.

—Supuestamente, ellos me estaban protegiendo... —dibujaría una sonrisa completamente irónica.

—¿Protegiendo? ¿En serio? —Marvin se enfurecía de más—. ¿A cambio de qué? —preveía que el favor no le iba a salir gratis. No sabiendo bien si querer que le respondiera, continuaría alegando nervioso—. Aléjate de ellos y déjame ayudarte —se sulfuraba sin saber ya cómo comportarse.

—¿Cuándo vas a aceptar que lo nuestro no puede ser, Marvin? ¡Admítelo de una vez!

—Me acabas de confirmar que no querías perder el contacto con lágrimas en los ojos. ¿Tengo que decirte lo que eso significa? ¡Joder, Madeleine! ¿Por qué te contradices? ¿Es que hay algo más que no sepa? Ahora es el momento perfecto. No te calles más. Suelta todo lo que tengas que decir —se exaltaba agitando su pecho.

—¡Ya te lo he dicho! ¿Es que no lo entiendes? ¡Corres peligro! —vocearía exhausta por la confrontación—. Tampoco creo que te merezca la pena hacer tantos sacrificios. No soy la misma niña inocente que conociste. ¡Ya no soy la persona de la que te enamoraste, Marvin! 

Reiteraría en el mismo momento en el que él, eliminaba toda lejanía hasta quedarse a menos de un paso. 

—Como ves, tengo mil problemas. No tienes que hacerte cargo de algo que no te incumbe. ¡Eres tú el que tiene que alejarse de mí! —le gritaría alzando su dedo hincándoselo sobre su torso—. ¿No lo ves? 

Se empinaba gallarda, queriendo hacerle frente a su altura. Estaba enfurecida, fuera de sus límites.

—Si lo que quieres es que cambie de opinión, te va a hacer falta mucho más que eso.

Elevaba el tono poniéndose en su misma sintonía.

—¡Eres tú la que no se entera de que el peligro me importa una mierda! —agrandaba sus ojos canelas—. En cuanto a lo otro ¡todos cambiamos, Madi! ¡Yo también lo he hecho! Pero siempre quedará algo original en lo más profundo de nosotros mismos —ella abriría la boca soltando el aliento—. Pero venga, adelante. Dime, ¿qué ha cambiado? Sigues siendo igual de mala mentirosa. Igual de persistente, igual de cabezota. La misma Madi que no se acobardaba ante nada, importándole poco plantarle cara a quien hiciera falta. Hasta hace un momento decías sin dudar, que todo este caos era algo que tenías que enfrentar tú sola. Si te marchas no es por cobardía. Es para proteger aquellos a quienes te importamos.

Madi arrugaría sus manos muy lentamente, concentrando la impotencia en un puño aún puesto sobre el torso del guitarrista. Percibía incluso a través del tacto de su camiseta, cómo la furia le arrebataba la templanza. 

—Seguramente sigues siendo esa a la que le encantaba leer cuentos, y escuchar los que su abuela le contaba —la mirada brumosa de Madi, no hacía más que resaltarse presa de las emociones. Lo que acababa de decir, le traía muy buenos recuerdos—. Una fascinación tan grande, no pude ser borrada por mucho que pasen los años. Casi la misma ilusión con las chocolatinas. ¿Me vas a decir que ya no te gustan? Cada vez que te regalaba una, se te formaba un brillo imborrable en los ojos. Prácticamente el mismo cada vez que nos veíamos. Aunque no sea con la misma intensidad, te siguen brillando los ojos, Madeleine. Te recuerdo que en esta habitación solo estamos dos.

Ella resoplaría al notar el nudo en la garganta cada vez mayor.

—¡Me estás haciendo llorar, imbécil! ¿Qué esperabas? —se maldecía por serle tan evidente. 

Marvin esbozaría una sonrisa que se agrandaría, aguando inevitablemente también sus ojos.

—¿Ves? El ímpetu por hacerse valer sigue intacto en ti. Por mucho que lo quieras negar, eres esa niña que ha crecido y sigue teniendo los mismos valores que cuando la conocí. No te entregas a cualquiera, ni tampoco eres de las que regalan la confianza. Sigues siendo tú, Madi.

Se perdía en sus pestañas claras, dando otro paso. 

—Sigues siendo mi hada. ¿Quieres que te siga dando motivos?

Ella quedaría en su pigmentación canela, odiando el enfrentarse a ellos cada vez que los tenía delante.

—Veamos si opinas lo mismo cuando sepas que me he acostado con Luca —le dejaría de piedra. 

Marvin se mantendría en silencio, borrando de un plumazo la marca que intensificaban sus preciosos hoyuelos. Acentuaría en su lugar un semblante serio, doliéndole lo que se le había afirmado. Por muy buen muchacho que fuese, era evidente que una cercanía más íntima con el italiano no era de su agrado.

—¿Acostado? ¿Te has acostado con él? —realizaría una leve sonrisa dolida, al tener la consciencia de que le había vuelto a mentir—. Lo dudo —corroboraría con una confianza férrea.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué estás tan seguro? ¿Eh? —le molestaba que ni siquiera lo vacilara.

—¡Te lo acabo de decir! Conozco cada parte de tu ser, Madeleine. ¡Mientes fatal! Puede que te hayas dado un par de besos con él. Pero eso no significa nada. Aunque le duela, no es a él a quien quieres.

Si esa era su última táctica para hacerle desistir, seguiría sin conseguirlo pese a molestarle muchísimo.

—¡Joder! ¿Es que no lo entiendes? ¡Tanto que querías respuestas y ahora que las tienes, ¡¿no te sirven de nada?!

Promulgaba hastiada, teniendo la equivocada intención de desaparecer. 

—¿Sabes? ¡Olvídate de mí! ¡Sé muy feliz, Marvin! —diría antes de desmarcarse y dirigirse a cocinas.

El guitarrista la sujetaría a tiempo por sus mejillas, haciéndole resurgir unos hormigueos solo con su tacto. Era imposible neutralizar el calor que emanaba de dentro y lo que desde que eran niños, él le hacía sentir. Siéndole difícil frenarse, Marvin cerraría sus ojos acercándose con un deseo voraz hacia su boca. La única que desde el primer contacto hacía años atrás, le había hecho tambalear toda su subsistencia. 

Sus labios carnosos no tardaron en encontrarse con los de Madi, estampado con su gesto, una nariz cuya pequeña anilla llegaría a hacerle cosquillas. Pillándole baja de guardia y sin ser capaz de rechazarlos, ella se los correspondía apretándolos contra los suyos, liberando las mil mariposas cautivas en su estómago.

—Voy a ser muy feliz —susurraría en su media respiración—. Muy feliz contigo, Madeleine —sentenciaría, ahondando más en su boca siendo mucho más pasional.

Marvin saldaría todas las ganas que había reprimido de volver a tenerla como ahora. En sus brazos, besándola, percibiendo su calor, el olor de su pelo o el de su piel delicada experimentando toda su reciprocidad. Las sensaciones tan maravillosas como indescriptibles, hacían que unos escalofríos recorrieran sus piernas viajando hasta su vientre. 

Madeleine sentía el mismo caos convulsionante revolviéndole los sentidos, costándole un esfuerzo inhumano en darle corte. Haciendo presión con sus manos, alzaría el otro codo e impondría una barrera confrontando las palmas contra su pecho. Alejándole con ímpetu, llegaría a hincarse en el proceso los botones plateados de su cazadora vaquera. El impulso no solo hizo que Marvin se despidiera de sus labios, sino que le haría retroceder.

—¡¿Qué coño haces?! —le miraba a los ojos, con un notable rojez en las mejillas. 

Solo él era capaz de crear esa faceta en ella. Al de las pecas le pareció ver a la Madi de antaño. Aquel gesto, además de decirle que se avergonzaba, afloraba otros significados. Él había ganado y ambos lo sabían.

—Es solo un beso, ¿no? Uno como el de Luca ¿Con él también te molestaste? 

La picaría a consciencia, sabiendo que por muy cruel que fuera, no había comparación posible. Madi hiperventilaría, odiando no poder salirse con la suya. Luchar contra él siempre le había sido muy difícil.

—¡¿Por qué cojones siempre tienes que replicarlo todo?! —gritaba manteniéndose en tensión.

—¡Porque me enseñó la mejor maestra!

Le sonreiría con un matiz tan reluciente, que la derretiría hasta lo más profundo. Sus irresistibles hoyuelos eran otra arma silenciosa que la desinhibía.

—¡Ag! —gruñiría prácticamente gritando—. ¡A la mierda todo!

No teniendo sentido aguantarse las ganas que a ambos les consumían, Madi se acercaba acogiendo con alevosía el cuello de su cazadora, obligándole a descender sin que él borrara su enérgica sonrisa. También mandaría a paseo el peligro que le supondría, que finalmente el guitarrista se percatara de la anomalía de sus ojos al tenerla más cerca.

Plantándole los labios por sorpresa, dejaría aflorar la pasión que hasta entonces cohibían sus anhelos. Consentiría que en respuesta, Marvin acariciara su mandíbula sin hacerla esperar, consumiendo el delirio que le estaba martirizando. Lo que vendría a continuación, sería el chasquido de sus labios encontrándose una y otra vez sin descanso, desenfrenando unas respiraciones ahogadas en las que se oirían múltiples suspiros. Ya no habría palabras, ni objeciones, ni disputas. Sus manos inquietas buscándose después de mucho tiempo, serían las únicas con lenguaje propio mediando entre los dos. 

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-> 💖¡Hola a todos! ¿Qué tal? 💕

-> 📣 Antes de pasar a las preguntas habituales...

 Deciros que el word original de este capítulo abarca las 9.000 palabras aprox. Sí,lo sé 🙈 Es una barbaridad. No sabía tampoco exactamente dónde darle corte para que no se hiciera tan pesado. Así que bueno, como bien podréis deducir, este capítulo tendrá su segunda parte (no creo que haya tercera porque si no, la proporción iba a ser muy desequilibrada) Y ahora sí...

-> ¿Os ha gustado el cap?  🤭 ¿Qué os han parecido las explicaciones de Madi? 💬 ¿Ha actuado bien, o debería andarse con ojo? 🤔

-> ¿Pensáis que la relación entre los dos mejorará? 😏❤️‍🔥

-> Nos vemos la semana que viene con la continuación y...más cositas interesantes 😋

-> 💘💫 ¡Besitos bonitos! 😍😘<- 

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