Capítulo 42: En el lago
La noche se cernía sobre Adesterna, y con ella, una luna llena alta tan brillante, que era capaz de eclipsar a las mismas estrellas perdidas en la atmósfera. En un firmamento liberado de sus tinieblas, sus haces de luz reflectaban como un abanico ondulatorio, en el que levantaban la efervescencia de sus aguas.
Tranquilas, sobre ellas solo se escuchaba el salpique continuo de su cortina cascada, y los croares de los arlequies siendo ese su lugar de origen.
De constitución pequeña y ojos saltones, sus ancas recubiertas de una película mucosa, terminaban en unas membranas cuyos dedos poseían unas ventosas múltiples microscópicas. Siendo reconocidos como familia de los batracios, se diferenciaban de ellos entre otras cosas, por la cresta escamosa afilada propia de los peces sobre sus cabezas. Prolongándose a lo largo de su lomo, ésta concluiría en una cola mucho más identificativa para un reptil.
Su piel arrugada de un pistacho mohoso, terminaba por ser ese pequeño detalle por el que despertaba curiosidad, y a la misma vez, reparo en todo aquel que tuviese la osadía de atraparlos. La mayoría de las veces sus espinas afiladas conseguían romper la red que los aprisionaba.
Valiéndose de la adherencia en sus extremidades, conseguían mantenerse sobre los nenúfares que flotaban en su infinidad aturquesada, pintándola con su verde pastoso en puntos aleatorios como si fuese un lienzo. La potencia de sus tonalidades, se engrandecía debido a las bajas temperaturas que discurrían en aquel tiempo.
Roncos en sus silbidos cargados, callarían al advertir la presencia de alguien abriéndose paso entre el pasto, cubierto en su mayoría por un aguanieve que había llegado a cuajar a grandes retazos.
Agazapándose en la maleza usándola como su acostumbrado escondrijo, sus cabellos rubios trigueños normalmente acababan por delatarle, al asomarse por encima del blanco aceitunado que lo ocultaba.
El fulgor radiante de la luna sería lo suficientemente esclarecedor, pero también lo bastante tupido como para evidenciarle. Sin embargo, los chasquidos de su calzado grueso pisoteando todo aquello que se encontraba, determinaban su ubicación, y con ello, la alerta de los seres enigmáticos que habitaban sus tierras.
Los sonidos se mimetizaban dándole mayor protagonismo a una cascada de fondo, que seguiría fluyendo sin detener su runrún. En ese espacio dónde la respiración parecía contenerse, Leandro alzaba su cabeza por encima de la maleza, adivinando en el claroscuro de sus ojos cian, una figura adentrase lentamente en el lago.
Sus aguas rompían la templanza de una superficie hasta el momento inquebrantable, desvistiéndola en unas ondas, que se irían propagando más allá dónde su visión no alcanzaba. Fría como un témpano, se preguntaba cómo podría ser posible que a las puertas del invierno, alguien fuera capaz de adentrarse en sus dominios, y no precisamente porque los consideraran sagrados.
Esbelta desde la cabeza a los pies, la silueta de Alana desprovista de sus prendas, paseaba de espaldas a su espectador, abriendo unos brazos cuyas manos hundiría en sus repliegues mojándolas. La forma grácil en la que dejaba que sus piernas también se sumergieran, manifestaba que la frialdad no le desagradaba.
Su pelo blanco extremadamente largo, ocultaría las curvas del final de su espalda, así como el delineado de sus caderas. Algo que sería momentáneo al calarse sus cabellos, y al ir moviéndose con vida propia, diluyéndose como las acuarelas en su pintura.
El don que los vaionvec le habían cedido a lo largo de los años, hacía que su pelo tuviese el mismo magnetismo especial, con el que la luna los alumbraba. Creyéndose en una soledad que había buscando a propósito, Alana alzaba su cuello implorándole a la reina de los luceros, que le concediese ese deseo que sus súbditos no podían proporcionarle.
Extasiado por unas vistas en las que quería perderse, Leandro avanzaría intentando acercarse tanto como podía sobre la ladera. Su ensimismamiento haría que realizase un paso en falso, llegando a resbalar generando un desorden entre sus hojas. La caída accidental le haría posicionarse en una manera encogida, al querer guardar banalmente su guarida.
Antes del desafortunado tropiezo, había contemplado el perfil de su perfecta silueta marcando su pecho y el abdomen. Lograría mantenerse agazapado sin que su rostro se topase con la tierra, pero no a que sobresaltada, Alana mirase en su dirección temerosa de que pudiese tratarse de alguna alimaña.
Apretando los dientes por el tremendo error, Leandro se quedaría inmóvil sin ser capaz de hacer un movimiento en falso. Los Gácelbor eran sutiles en sus pasos, pero no eran precisamente criaturas de la noche. Menos en aquella época en la que componían una pieza fácil de cacería.
Alana tampoco era una inepta, por lo que Leandro advertía que tarde o temprano, la Arcana repararía que no se trataba de ninguno de ellos. Tampoco podía hacerlo pasar, como había hecho en otras ocasiones, como una de esas aves que acostumbraban a seguirla. Los vaionvec ahora dormían en el pico más alto de la montaña.
¿Cómo se suponía que iba a explicarle que lo que estaba haciendo, no era lo que estaba pensando?
Dejaría unos minutos correr, y solo levantó la cabeza una vez más sobre la fronda helada, cuando escuchó la melodía chirriante de lo arlequies. Eso solo podía significar una cosa. Lo corroboraría con sus propios ojos al objetar, que el lago disfrutaba de su fulgor sin intrusos de por medio.
—¡Maldición...! —susurraría chasqueado la lengua justo después.
Viendo su misión fallida, Leandro abandonaría el refugio desentumiendo su cuerpo de posición encorvada. Alzándose entre un pasto que empezaba a calarle los músculos, tornaba su horizonte hacia el interior topándose con la espesura del bosque.
Su propósito hubiese sido el de regresar, de no ser porque delante de sus narices, se presentaban unos ojos escarlatas analizándole desde una pose majestuosa.
Su vestido blanco fino, se adhería a su piel en las partes que habían sido bañadas. Él no podía hacer otra cosa que admirar la belleza de su anatomía.
—¿Se os ha perdido algo?
Los rasgos de Alana, hasta el momento delicados, parecían endurecerse al ver que había sido descubierta en tales condiciones.
Siéndole imposible el mantenerle la conexión, bajaba la vista notando que sus mejillas se sonrojaban. Cada vez que tenía a Leandro cerca, parecía ser víctima de un hechizo, que la dejaba sin autoridad para comportarse como una buena doncella.
—Os agradaría saber que ya no.
Él soltaba una risita en la que se le acercaba, pasando por su lado rodeándola y examinándola sutilmente también desde su espalda.
Una vez terminaba con un reconocimiento en el que Alana se abochornaba de más, sacaría a relucir el linum bajo sus ropas, depositándolo esta vez en el hueco entre su oreja y sus cabellos. Los pétalos azules de aquella pequeña flor, símbolo de su acostumbrado obsequio, contrastarían con el blanco donde se fundirían. Alana se lo permitiría, sintiéndose presa a cada instante de la más grande de las vergüenzas. Leandro llevaría sus dedos hacia su barbilla obligándole a que le mirara sin evasivas. No quería distancias con ella y la propia Alana lo sabía.
—Podré caer en el pecado de la extenuación, al salir de mi boca las mismas palabras cada vez que os contemplo —dejaría un silencio en el que soltaba el vahído—. Pero me es imposible no repetiros en cada ocasión que tengo el placer de coincidir con vos, lo hermosa que sois.
Sus ojos cian resplandecían cual gema.
—Para la próxima vez, os pediría que no recurrieseis a tales artificios —suspiraba costándole tragar saliva, eludiendo por un momento todos los halagos de aquel hombre—. Es...es indecoroso.
Le regañaría alzando ligeramente la voz, desviando sus ojos esquivándole. La forma tan pura que tenía de expresarse, la hacía mucho más tierna de lo que era. Esa era una de las tantas cosas que Leandro amaba de su persona.
—Tenéis una razón que no os puedo rebatir.
Incidiría con un poco más de fuerza sobre sus dedos aún puestos bajo su barbilla, queriendo que advirtiese en su semblante un perdón más que necesario.
—Disculpadme por un acto débil a la vez que cobarde, en el que me han podido las ansias de volveros a ver.
Viendo que Alana aceptaba sus disculpas en el silencio de sus muecas afligidas, Leandro retiraría su mano dejándola libre.
—No deseo que lo veáis como una justificación —se pausaría, sintiéndose aliviado cuando veía que le seguiría prestando atención —pero cada vez me es más difícil reunirme con vos, sin que Siena os ronde, o cualquiera de vuestras otras hermanas Arcanas —realizaría una sonrisa inconforme—. Antes de que pudiese darme cuenta, y os otorgo mi palabra de caballero, os descubrí sin segundas intenciones en el lago.
El de cabellos trigueños mostraría una sonrisa complaciente diciéndole la verdad, aunque eso no supusiera que ella siguiese ruborizándose.
—Me pedisteis una distancia que cada día, se me hace mucho más agónica que el anterior. Como una muerte lenta que se subsana y se redime al encontrarme con vuestros labios —los ojos rojos de Alana se abrían al sentir vergüenza por lo que oía—. ¿No os dais cuenta de que no tiene cabida ese abismo que solo nos atormenta? —buscaría con sus dedos unas manos que sentiría frías—. ¿Qué es lo que os retiene?
Entrelazaría sus dedos con los de ella siendo aceptados. Alana abriría su boca intentando replicarle, pero Leandro ya se sabía de memoria su mayor pretexto.
—Si supierais lo poco que me importa ser un Común, o cualquier improperio malintencionado sea cual sea la raza de la que provenga. No pueden herirme. No puede hacerlo, porque nada me duele más que el no poder haceros mía, Alana.
Emitía directo con una confianza tan férrea, que a su amada le erizaba la piel. Leandro solía decirle unas cosas que siempre la desestabilizaban hasta lo más profundo.
—¿Cuándo va a ser que os entreguéis a mí?
Llevaría la mano de la Arcana hasta su torso, dejando que notara en los altibajos de su camisa gruesa, todo lo que ella le hacía experimentar.
—Alana —admiraba sus ojos rubís intensos —¿es que no sentís lo mismo que alberga mi corazón?
Desarmado, se exponía ante ella tan indefenso, que creía que cualquier palabra negativa podría destrozarle. Conteniendo el aliento, la Receptora pondría orden a sus pensamientos.
—Si os hiere el no tenerme, imaginad cuán de grande es el pesar que siento, cada vez que evidenciáis la duda de mi afecto. ¿Tan poco valioso lo creéis, como para desprestigiar lo que un día con tanto pudor os confesé, y que vos también sentís?
Leandro agradaba la abertura de su boca, hasta completarla en una sonrisa abierta. Viendo su inseguridad, Alana continuaría con los halagos.
—Hacéis cuestionar mi existencia de tal manera, que cuando os miro, solo os veo a vos. A vos, y al mismo cielo habitando en vuestros hermosos ojos cubiertos de estrellas, cada vez que algo logra emocionaros. Le hacéis olvidar por un momento a mi propio cuerpo, que sigue disponiendo de libre albedrío, cuando ante vuestra presencia le cuesta reaccionar —Alana dulcificaría su tono, mostrándole lealtad con cada partícula de su cuerpo—. Sois ese encantamiento en el que me hallo profundamente dormida, y del que aunque quisiera, no podría escapar porque siempre volvería a por vos.
Leandro reiría por unos pómulos que desde su encuentro, no había hecho más que aumentar su rojez.
—Perdonadme —le tomaba su otra mano, y alzaba ambas besándole los nudillos sin dejar de sonreír—. Perdonadme por poseer una essencia impulsiva esclava de la locura, solo con pensaros lejos de mis brazos.
Alana le correspondería el gesto, aunque no emplearía el mismo énfasis. Se contentaría con imitar su jovialidad, manteniendo cierta tristeza nublando su divinidad. Leandro arrugaría sus cejas al percatarse de ello, no dudando en hacérselo saber.
—Si os hago sentir dichosa, ¿por qué entonces esa amargura sumiéndose en vuestro agraciado rostro? —ella soltaría sus dedos reprimiéndose en su tormento.
—No os quiero importunar con cuestiones que solo os abrumarían —emborronaba su sonrisa.
—Sea cual sea vuestro pesar, no llegará a rozar lo apabullante si os afecta de esa manera. Lo que os preocupa, también es mi calvario, Alana. ¿Conocíais que la zozobra es menor cuando se comparte?
—Vos siempre tan convincente en vuestras oratorias. No comprendo porque a Siena no le complacéis cuando sois más que considerado.
Sabía perfectamente el motivo, y aún así, se divertía con ver la mueca deforme en la cara de Leandro. Él había aprendido a base de picotazos, que la Arcana de las Sabias no le tenía en alta estima precisamente. Oír su nombre le daba ciertos escalofríos.
—No la nombréis, no vaya a ser que tenga el gran desacierto de aparecer.
Conseguía que Alana riera. Algo momentáneo, al reincidir en un silencio justo después dónde la cascada y los arlequies proseguían con su función. Así mismo, le recordaba a la Arcana qué hacía precisamente allí. Leandro seguiría esperándola con su sonrisa confiable, a que le contara cuál era esa preocupación que la martirizaba. En cambio, ella prefería guardarse la información sobre la desaparición de Zahir, y darle otra visión que él desconocía.
Realizaría una leve inclinación hacia sus linfas cristalinas, avanzando un par de pasos hacia el frente.
—Venir al lago ayuda a calmar mis inquietudes, y restarle importancia a la razón de mis desvelos.
Cerraba los ojos e inspiraba el olor herbáceo natural salvaje en su hábitat. También conseguía teletransportarse en el aire, la fragancia dulce que las aguas regalaban con su efervescencia.
Leandro avanzaría el mismo recorrido quedándose a su altura. Dejaría que se mimetizara con la naturaleza, quedándose en sus pestañas claras que encerraban sus luceros rubís.
—Aunque desde hace mucho tiempo es imposible contactar con ella, bañarme en las aguas que la vieron nacer, me hace sentirme más cercana a la Diosa. Imaginaréis por los cuentos de Rajú, el por qué perdimos esa conexión que nos hacía tan especiales —adquiría un tono sentimental—. A raíz de su ausencia, fue que empezaron las discrepancias entre los cinco linajes. Siempre me he preguntado qué hubiese sucedido si lo que ya sabemos, y es tan difícil de nombrar, nunca hubiese sucedido —se afligía enormemente.
—¿No pensáis que es más triste el imaginar qué hubiese pasado, que aceptar lo que realmente aconteció? —la voz seria de Leandro, la hacía despertar para focalizarse en él—. Si creamos expectativas que ya no se puede cumplir, lo único que haremos será alimentar a un ser vacío sin esperanzas, en lugar de crear un futuro que, además de ser más certero, promete ser uno mejor.
Leandro analizaría el asombro en sus iris llameantes, refulgentes a la luz de la luna. Proseguiría hablando.
—De nada vale tanta palabrería, cuando hasta el caballero más humilde, por culpa de la ineptitud, recae en sus mismos errores. ¿Creéis con el corazón en la mano que si fuésemos gozosos de una nueva oportunidad, la aprovecharíamos?
Alana bajaba la cabeza avergonzada sabiendo que tenía razón.
—Me temo que vos misma me estáis dando sin buscarlo con vuestro silencio una respuesta clara. Sé que os aflige las continuas riñas entre los diferentes linajes, y ahora que os tengo presente, dedicaré este momento para pediros encarecidamente disculpas, al ser parte del pasto que alimenta sus llamas.
Alana alzaba la mirada, diciéndole con un leve cabeceo negativo, que él no tenía la culpa de la gran sentencia que los condenaba. Él continuaría.
—Aunque no haya lugar para ameritar un trato cordial, os daré mi palabra de que trataré de sepultar esas rencillas, que como vos decís, no nos hace ningún bien —resoplaría—. Si tan solo algunos dejaran de ver infiernos donde no los hay...
Chasqueaba ferozmente su lengua, realizando un inciso después.
—Alana —se le posicionaría en su costado, adquiriendo en el lenguaje no verbal una postura más seria —ninguna de las Arcanas es responsable de estos roces que se llevan disputando desde años, prácticamente desde que tengo consciencia. No os martiricéis por sentiros incapaz de controlar algo, solo porque seáis la responsable de liderar los derechos de los de vuestra sangre. Hasta los más grandes líderes, también se han visto superados en sus propósitos. Llevará tiempo, paciencia y quizás más de un sacrificio —sonreiría tratando de arrastrarla —no se puede solucionar en un solo segundo algo que ha sido desacertado desde tiempo inmemorables. Las conciencias no se cambian de la noche a la mañana, ni tampoco la forma de concebir un pensamiento que delimitan sus vidas.
—Agradezco que tengáis la delicadeza de restarle gravedad a algo de difícil resolución.
Le mostraría una sonrisa simple, gustándole su astucia para hacer de menos algo que estaba de más.
—Gracias a vos por mostrarme otra de vuestras facetas, aunque no me sienta orgulloso de cómo ha sido descubierta —se reía volviéndola a ruborizar—. ¿Es por eso entonces que os gusta bañaros en el lago? ¿Tal y como hacía la Diosa cuando aún vivía, y adquiría su forma humana?
Le cuestionaría curioso.
—La Diosa sigue viviendo y velando por todos nosotros, Leandro. Solo que su essencia está fragmentada —afirmaba con un nudo en la garganta—. Su poder sigue presente. Se sigue sintiendo en cada año, en cada celebración. Vos mismo sois testigo con la elección de la Arcana de vuestro linaje.
—No es por ser desconsiderado, ni tampoco llamar a la blasfemia. Más muchas veces he llegado a pensar, que la magia que subroga el lago, se debe a la cantidad innumerable de ofrendas sumergidas en sus profundidades, de todas esas doncellas Comunes que en su día tuvieron el privilegio de ser elegidas.
—Si de verdad pensáis eso, ¿cómo podéis explicar entonces que se produce la elección?
Le cuestionaba deseosa de que diera su versión. Leandro soltaría una risa en la que terminaría mordiéndose el labio inferior. Pecar de soberbio ya le había pasado factura antes.
—No estoy seguro de que queráis saber la creencia que he formulado sobre tal suceso.
Masajeaba sus cabellos rubios trigueños, dándole un aire inocente que no pegaba nada con su carácter seductor.
—Como bien habéis citado, las aguas del lago son profundas. Las aspirantes a Arcana tienen que cumplir una serie de requisitos. Toda doncella de pensamientos codiciosos, sin la suficiente bondad en su corazón, aquella que no presenta una ofrenda lo suficientemente importante para ella, independientemente de su validez material, imperando más lo sentimental, o que no tenga una relación afable con sus futuras hermanas, se hunde una vez deja de hacer pie. Lo mismo sucede con cualquiera que trate de adentrarse en unas aguas, que le analizan a conciencia haciéndole de verdugo. Es por ello que en la proclamación de la elegida, las candidatas usan una cuerda rodeando su cintura paliando cualquier menester. Al principio temíamos que las doncellas fueran repudiadas al no ser válidas, tachándose entre sí de traidoras. Pero agraciadamente para bien o para mal, eran muchas las que no superaban la prueba, y no tenía sentido señalar a sus semejantes, cuando ni ellas mismas eran capaces de completar la prueba. Tampoco llegaban a saber exactamente cuál era el requisito que cada quién incumplía.
Alana haría una pausa en la que inspiraría.
—No es necesario que os recuerde un procedimiento que ya habéis presenciado hasta la saciedad. Pero no os voy a negar que siento cierta incertidumbre por vuestra supuesta propuesta. ¿Por qué no probáis a esclarecer vuestro veredicto?
—Fácil. Es cuestión de suerte —meditaba—. Quizás un poco de maña, o probablemente ambas.
—¿No creéis en la Diosa, Leandro?
Alana se volteaba hacia él sorprendiéndole su falta de dogma.
—Para seros sincero —alzaría el cuello hacia arriba pronunciando su nuez—. Creo en los luceros.
—Si creéis en ellos, entonces también poseéis una fe incuestionable hacia la Diosa. Una parte de ella, también habita en alguno de ellos perdida en la grandiosidad del cielo.
Alana bajaba la vista y le observaba, cazándole en el ejercicio de hallar la purpurina perdida en su azul. Esbozando una sonrisa, inspiraría hondo e inclinaría la cabeza.
Sus dedos nerviosos se alzarían a la altura de su busto arrugándolos. Tras meditarlo en un par de segundos mudos, comenzaba a desatar los nudos maltrechos de su vestido. Notaría que las manos le temblaban por una inquietud que la dominaba, y aún así, seguiría convencida con el desenlazado de unos cordones, a los que le quedaban pocos toques para vencerse ante la gravedad.
—Sí, y otra en el... —Leandro dejaría morir la frase inclinando la barbilla, a cambio de algo mejor—. ¿Alana? ¿Qué... qué hacéis?
La observaría costándole creer, cómo la Arcana se iba despojando de su vestido ante él con cierto pudor.
Por más que Leandro quisiera adivinar su perfecta fisionomía, sus cabellos largos y blancos aún humedecidos, no le dejarían ver unas formas que le volvían loco con solo fantasearlas. Una vez su vestido blanco y fino alcanzaba el suelo deslizándose en sus curvas, Alana alzaría sus ojos escarlatas, quedando en la misma sintonía que unas orejas que le ardían.
El joven de ojos cian abría la boca, costándole horrores pronunciar algo que pudiese ser coherente.
—Desearía saber si sois tan valiente, como para hacer valer vuestra aclamada teoría. ¿Tenéis miedo de equivocaros?
Le retaba, no sabiendo si lo que estaba haciendo le traería arrepentimiento después.
—¿Qué...qué pasaría si llego a hundirme?
Sinceramente, ahora ese era el menor de sus problemas.
—¿Escondéis algo que os inquieta? ¿No sois puro de corazón, Leandro? —Alana recelaba.
—Poseo serias dudas en estos momentos, y viéndoos así, que mis pensamientos lo sean.
—No tenéis que preocuparos por vuestra suerte —le rehuía el contacto visual sintiendo bochorno—. No permitiría que os hundieseis —le calmaba—. Demostradme que no me equivoco cada vez que me pierdo en vuestros ojos. Demostradle a Siena que no tiene por qué temer cada vez que os acercáis y...
Se detenía vacilando con una continuación resolutiva.
—Y seré vuestra, Leandro —temblaba con lo último.
No hizo falta que Alana cruzara ni una palabra más por su boca. Aquella sentencia fue suficiente para dar un paso que sería decisivo para los dos. Sin perder el tiempo, Leandro comenzaba a desabrochar los botones mal cosidos de su camisa gruesa, sin ser capaz de apartar la vista de aquella mujer que le traía de cabeza.
Alana elevaba sus ojos tímida, avergonzándose cuando advertía el torso de Leandro prácticamente al descubierto. Mucho más cuando su sonrisa resplandeciente, llegaba a tornarse a una picarona rozando la lujuria.
La Arcana apartaría la vista, en el instante en el que él se llevaba las manos hacia el broche de sus pantalones. Pensando que el azoramiento mordía sus carnes, Alana dejaría que terminara de desvestirse para encaminarse hacia el lago.
Sus pies tomando contacto con el aguanieve, se hundían en una tierra húmeda camino de una orilla, que la recibían lamiendo sus dedos. A sus espaldas, escuchaba las botas de Leandro caer sobre su lecho herbáceo. Si no se daba prisa, era probable que la alcanzara.
Suspirándole a la luna, Alana se vencería contra unas aguas que recibían unas piernas, en las que rápidamente se engullirían sus muslos. Sus cabellos, sirviéndole hasta el momento como protección, se iban desligando también de su espalda, dejándola expuesta al alcanzar el nivel por debajo de sus caderas. Sin atreverse a voltearse hacia atrás, continuaba hacia adelante haciendo ondas en su progreso. Con ellas, se desencadenaría la estampida de unos arlequies, que viendo su entorno profanado, saltaban de sus nenúfares perdiéndose en la oscuridad.
Alana continuaría hacia adelante, dejando que el agua cubriera la zona alta por encima de su ombligo, y acabara rebasándola hasta su cuello. Sintiéndose libre, se sumergiría por completo experimentando una sensación de plenitud y liviandad rodeando su cabeza. Bajo el agua, los sonidos se tamizaban dejándola completamente aislada del mundo.
Se canalizaría en los rayos que rociaban su piel brillante, una vez volvía a emerger rompiendo una superficie en la que saludaba al cielo. Desde tierra, Leandro la admiraba creyendo que Alana era una criatura mágica, tan hermosa, que no existían palabras para calificarla.
Haciendo alarde de su caballerosidad, una vez despojado de todo cuanto portaba, probaba fortuna irrumpiendo en el espejo de la luna pisando sus pequeños pedruscos. Lejos de lo que pudiese parecer, sus aguas, más que frías como el propio hielo, denotaban una calidez extraña que le abrazaban mojando sus dedos.
Sonriendo derrotado para sí, entendía que debía darle la razón y otorgarle una oportunidad a la idea de que la Diosa, siguiese de alguna manera presente.
Divisando el frente, advertía que posiblemente por cómo se movía, no era la primera vez que Alana frecuentaba el lago. Avanzando sin oscilar hacia adelante, se abanderaba de los sentimientos para no caer en el agua, sin que ésta llegara a ser un símil con las mismas arenas movedizas. Alana no quería dejarle a su suerte, pero tampoco voltearse y ver lo que hasta el momento, consideraba un pecado.
Tampoco se había alejado de más, en el temor de tener que socorrerle. Si al final fuera así, ¿qué sentido tendría entonces guardar tanto decoro?
Cavilando en esta posible opción, y antes de que pudiese darse cuenta, unos brazos la rodeaban desde atrás sobrecogiéndole el estómago. Volteándola lentamente, Leandro se fijaría primero en sus preciosas facciones humedecidas, y luego en sus senos a los que deseaba prestarle su calor. Percibiría además, que a pesar de sus movimientos, el linum aguantaba destartalado en la retención de su oreja.
Alana se centraría en sus ojos cándidos, encontrando en ellos las más brillantes de las luces.
—Habéis...habéis superado la prueba.
Decía radiante sin poder creer que ambos estuviesen allí.
—Cualquier obstáculo se convierte en proeza, si sé que voy a teneros.
Estrechaba su torso contra el suyo, dejando que sus manos exploraran ávidas su delicada espalda. El contacto tan directo, hacía que a Alana le recorriese un calor inflamable en su vientre. A él, algo que reactivaba sus instintos primitivos.
—Leandro...
Él no le dejaría continuar. Pasaría unos de sus dedos sobre sus labios, rozándolos y humedeciéndolos aún más en el proceso en el que los exploraba. A ella le arrancaría un suspiro hondo.
—¿Estáis segura? —cuestionaba con seriedad—. ¿Es lo que deseáis?
Dulcificaba su tono, no teniendo sentido el hacer hincapié sobre a qué se refería. Alana ya le había dado su consentimiento.
—Sí...
Habiéndole dado su beneplácito, la Arcana jadearía al notar las caricias de otras manos navegando por su cuerpo. Leandro masajearía su cuello hundiendo unos dedos que encontrarían su lugar, segundos después por debajo de sus costillas. Ella percibiría en el trascurso, cómo la yema de sus pulgares erizarían más si cabía los salientes de sus pechos.
—Es más que probable que sienta arrepentimiento, después de pronunciar lo que ronda por mis pensamientos —mientras que Leandro le susurraba con un matiz meloso, Alana le miraba deseando que prosiguiese y que por nada del mundo se detuviera—. Si este lugar es sagrado, ¿pensáis que es propicio yacer con vos, cometiendo posiblemente un sacrilegio del que no se salven nuestras essencias?
Ella le sonreiría, hasta arrancar en una pequeña risa cargada de bochorno.
—Si en el verdadero amor hay un intercambio mutuo de sentimientos en el que ambos se consumen para hacerse uno, ¿qué podría haber más puro que eso?
Leandro reiría por su observación, consiguiendo que por primera vez en toda la noche, Alana esbozase algo más que una simple sonrisa. Ambos terminarían riendo más jovialmente en un gesto cómplice. Concluiría por apagarse, dándose espacio el uno al otro en un nuevo mutismo, en el que ambos se reconocían en sus miradas. Leandro abriría su boca acercando sus labios hacia los de ella, besándola con gran tesón. Tímida, Alana cerraría los ojos dejándose vencer ante sus brazos.
Las caricias irían subiendo a cada minuto de intensidad, evitando descaradamente una vergüenza para la que ya no había cabida. Alana también se atrevía a reconocer por primera vez los recovecos del cuerpo de Leandro, creyéndole con cada descubrimiento, un hombre del que cada día estaba más rendida.
Los gemidos no tardaban en caer sobre una oreja, en la que reclamaba a cada momento más de ella y viceversa. Aquella experiencia completamente nueva para Alana, abría unas sensaciones maravillosas e irrepetibles.
Por supuesto que Leandro se encargaría de que todo fuese doblemente inimitable bajo la luz de aquella luna.
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-> ¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis?
-> ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Os ha gustado? 😊💖
-> ¿Se fiaría por fin Siena de Leandro después de haber cruzado el lago? ¿Dejará de recibir picotazos? 😂
Por el dialogo de ambos, sabemos un poco más sobre la celebración de los pactos.
Concretamente cómo se elige la Arcana Común de cada año, sus requisitos y dónde van a parar las ofrendas de las Arcanas Comunes pasado el año de vigencia.
-> ¿Qué creéis que le pasó a la Diosa? 😲
-> ¿Por qué se fragmentaría su essencia? 🤔
-> Por último, pero no menos importante, ya podemos hacernos una idea de cómo son los arlequies. Las criaturas extraordinarias de Adesterna son muy importantes para la historia. Parece que están ahí de simple atrezzo, pero no, hacedme caso 😂😂😂 ¡Ya sabréis el por qué! No os preocupéis por los nombres, haré una especie de diccionario de la fauna y flora (arlequies, vaionvec, galaucos, Gácelbor, trompetellas, tilalfa, lilum...) para que los tengáis presentes 😎.
-> ¡Nos vemos la semana que viene con alguien que ya había salido antes, pero en segundo plano! Le tengo un especial cariño porque se parece mucho a mí en la personalidad 🙈
-> ¡Besitos bonitos! 😘 ¡Buen fin de semana! 💫
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