Capítulo 39 (parte 1): Grandes diferencias
—Veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta —suspiraba—. Treinta y uno, treinta y dos...
Apoyándose en el tronco de unos de los árboles del boscaje, Orgi mantenía sus brazos arqueados hacia arriba, recostándose en la espiral retorcida que componía su madera.
El olor meloso propagado en sus fibras, se compaginaba con el de una humedad ambiental, refrescando sus pulmones y densificando su aliento.
Deslizando sibilinamente la frente por su antebrazo y sin dejar de contar, soslayaba discreto su alrededor abandonando la oscuridad interpuesta.
Las ondas lumínicas cerúleas, cribadas a través de unas copas menos densas, hacían brillar la nevisca sobre sus hojas y la capa blanda que trazaba sus sendas. También helaban sus manos y los bordes externos de sus orejas.
Comprobando que no había ni rastro de sus compañeros, ejecutaba una sonrisa picaresca sin molestarse en volver a su posición anterior.
Creando una pausa momentánea en su conteo, se giraría moviéndose en unos pasos que chasquearían la cobertura de nieve.
Su espesor en aquellas fechas del año, hacía que su calzado se enterrara en el manto blanquecino machándolo de gris.
La lluvia esparciéndose tímidamente sobre su cabeza, no era lo suficientemente espesa, como para ocultar las marcas de otras pisadas que no le correspondían.
Astuto, alzaría la voz cuidando que fuera lo suficientemente oído.
—Noventa y siete, noventa y ocho, noventa y nueve, y ¡cien!
Mentía como siempre que le tocaba ser el que buscaba.
Queriendo sorprender a la benjamina, intuyendo que posiblemente sería mucho más fácil dar con ella, los ojos púrpura del niño visualizaban hacia donde iban a parar las huellas más pequeñas.
Noa era lo suficientemente perspicaz, como para despistarle dejando marcas falsas en sus idas y venidas. En cambio, su hermana carecía de esa astucia que remarcaba su inocencia.
Sabiéndolo, Noa se había preocupado de solapar sus huellas con las de ella, dificultándole el juego a un niño que solía recurrir a las trampas.
Gruñendo por una estrategia que pensaba que le iba a funcionar, Orgi se encogía de hombros pensando que al menos, lo había intentado por la vía tradicional.
Llevando la mano a la altura de su pecho, la estiraba hacia adelante esperando a que uno de los copos, se posara elegantemente sobre su palma.
En el descenso del polvo etéreo, una vez que hacía contacto con su piel, se fundía convirtiéndolo en un mineral purpurino mutable en un matiz violáceo. Al igual que las ramificaciones desnudas de los árboles haciéndoles de paraguas natural, bajo sus dedos, se crearían unas líneas convergentes que llegaban a refulgir en su rostro travieso.
Arrugando su puño, el resplandor se intensificaría sobresaliendo en sus articulaciones, materializando la magia que hacía honor a su linaje. Bajando sus párpados, Orgi se concentraría visualizando en su cabeza las imágenes que la naturaleza les ofrecía a los de su sangre, cada vez que la necesitaban.
Adquiriendo la misma vista cenital que tendría la lluvia, el tiempo parecía retroceder a momentos anteriores al presente. En ellas, vería las coronillas difusas de un niño de pelo negro encaracolado, y de una niña que corrían encaminándose hacia ninguna dirección.
Orgi oiría su propia voz lejana distorsionada, iniciando la tediosa cuenta.
El coágulo níveo iría cayendo ante la gravedad, y con él, un cambio de perspectiva constante con el que conseguía acecharles. Le costaría reconocer sus siluetas en el nublado indefinido de sus visiones. Ambicionaba el día en el que su poder podría volverse tan hábil, que podría manipular los elementos naturales como hacían las Arcanas.
Sonreía al saber que aunque su poder distaba mucho de ser vigoroso, por el momento, era más que suficiente para ayudarle en sus trastadas.
Aumentando la abertura de su risa, apreciaba en su visión a pocos metros de tocar el suelo, las nulas habilidades de su hermana por querer subirse a uno de los árboles.
También admiraría en su representación diluida, cómo Noa le ofrecía sus manos para que la niña se impulsara en ellas y escalara su tronco. El gesto de Orgi tornaría a uno disconforme.
Con tremendas bobadas, era más que lógico que su hermana se hubiese encaprichado en el niño Cambiante. Conociendo la distribución del bosque, a favor de la fascinación que sentía por sus criaturas y su exhaustiva exploración, sabía dónde se escondía Isa.
El copo terminaría por alcanzar su cobertura lechosa, fundiéndose como un grano más que componía la senda, y con él, su inspección.
Sintiendo que ya había tenido suficiente, volvía a la realidad abriendo sus ojos violáceos ante un paisaje pintado de escarcha. Sabía que no valdría la pena realizar la misma operación para dar con el paradero de Noa.
Aunque pudiera parecer un pequeño detalle sin importancia, usar sus poderes les hacía mostrarse después muy cansados. Por mucho que el niño le desagradara, mantener sus energías era un buen trato por el que no estaba dispuesto a negociar.
Después de todo, su adversario era más escurridizo que cualquier arlequie del lago. Tampoco descartaría que hiciera uso de su destreza en el arte del camuflaje.
Moviéndose con gran soltura entre los mástiles leñosos y robustos, correría sorteando con destreza los pedruscos que pudiese encontrar sus pies.
Conociendo de memoria el lugar de cada posible tropiezo, saltaba donde las raíces sumergidas despertaban sutilmente sobre la tierra.
En algunos tramos, éstas se enaltecían voluminosas sobre su base, creando altos surcos por debajo del nivel de su cabeza. Para cruzar los abovedados improvisados, había que inclinar la espalda dando la impresión de atravesar una cueva con un final visible.
El ruido liviano de unas pezuñas contra el aguanieve, avisaría al niño sobre la cercanía de una de las especies más asombrosas habitables en la espesura del bosque.
Agazapándose, albergaría entre las astillas sobresalientes de sus cepas, la quimera de ver otra de las criaturas que aparecían en los cuentos de Rajú.
Los Gácelbor, unos seres inofensivos con un parentesco cercano a los cérvidos, mostraban un pelaje denso en un tono blanco perlado. Su elegancia no se debía a que sus cabellos brillaran con el mismo efecto que una cáscara metalizada. La magia se encontraba en sus cuernos de marfil, lugar dónde se enredaban unas lianas aceitunadas nacidas en las crines de su cuello.
Propagándose hasta su cabeza, se alzarían por encima de sus orejas alargadas y puntiagudas, enrollándose en su cornamenta como la hiedra a las rocas. De éstas, nacían unas hojas romboidales que cambiaban de tonalidad según las estaciones del año.
Inclinándose, la criatura trataría de saciar su sed en un pequeño charco a punto de cristalizar. Al hacerlo, mostraría un lomo moteado con formas de pétalos, sincronizados con el mismo color azulón de sus hojuelas, ahora en época invernal. Esta combinación tan preciosa en su condición, harían de él un perfecto híbrido entre animal y vegetal.
Era descorazonador que un ser tan extraordinario, pudiese ser una de las piezas más codiciadas por los cazadores.
A pocos metros, en dirección Este, imperaría el ruido quebradizo de unas ramas cediendo ante su peso.
Asustado, el Gácelbor erguiría su cuerpo izando sus largas y finas pestañas, a la espera del ataque de algún depredador. En sus astas, sus hojas se erizaban manteniéndole en alerta por el pequeño estruendo.
Siendo cauto, galoparía veloz con un rumbo opuesto anteponiendo su seguridad.
Enojado por haber sido privado de unas vistas que le asombraban, Orgi pondría sus ojos en blancos al conocer a la causante de tal desbandada. Abandonando su escondrijo, avanzaría un par de metros más hasta dar con uno de los tantos árboles autóctonos del bosque.
De tronco retorcido en una espiral nudosa, su follaje escaso era tan barbilampiño, que recordaba a la volubilidad esponjosa y liviana de las nubes. Alzando la vista hacia sus copas desiertas, encontraba a su hermana suspendida en el aire aferrándose como podía con las manos a sus ramas.
Sin darse por vencida y con cero temor, trataba de recobrar inútilmente con su pierna, una posición que había estado en horcajadas antes de vencerse.
—¿Os estáis divirtiendo, Isa?
Orgi se aposentaría delante de la niña con sus brazos en jarra. Orgulloso por la proeza de acertar en sus habilidades, olvidaría el malhumor que le había provocado que el Gácelbor desertara, solo por ver aquella estampa tan emotiva.
La pequeña gritaría molesta por haber sido descubierta. Su hermano proseguiría.
—Solo a vos se os ocurriría esconderos en los ramajes de un galauco. Si tanto idealizáis los cuentos de Rajú, deberíais saber que estos árboles son sagrados y bastante endebles. ¿No os sentís avergonzada? —mostraría una sonrisa maliciosa—. Tienen essencia propia perenne en el tiempo, ¿no os lo ha recordado vuestro adorado Noa?
Lanzaba el dato sintiéndose importante, ya que conocía todo sobre la fauna y flora de sus tierras. De poco valía que se hiciera el desinteresado con las fábulas de la cuentacuentos, cuando era el primero que permanecía expectante, al relatar cualquier cosa sobre alguna criatura viviente.
Orgi se regodearía en la timidez de su hermana, potenciado la rojez en sus mejillas y en el vaho sulfurado proveniente de su pequeña nariz.
—¡Sois muy molesto! ¿Por qué os causa tanto regodeo provocarme tales bochornos?
Cansada por un juego que había llegado a su fin, se dejaba caer sabiendo que aunque helara sus piernas, la túnica blanca amortiguaría la caída. Orgi no se molestaría en ayudarla. Cruzaría en su lugar los brazos y torcería sus comisuras. Habiendo aterrizado, la niña se levantaba recorriéndole un gran escalofrío. Sacudiría sus ropas abultadas, y también su pelito castaño.
—¿No es suficiente condena el tener que ser vuestra hermana?
Aunque no lo pensara realmente, era una manera de defenderse ante tanta represalia. Arrepintiéndose, le buscaba encontrándose con su ceño fruncido.
—¡Ag! ¡Los galaucos son los más factibles para escalar!
Se escudaba como podía para explicar el por qué de aquella elección. La verdad era que el tiempo apremiaba, y que las prisas sugerían que cualquier recoveco era una buena opción.
—Ni siquiera os ha servido que vuestro dulce caballero os amparara —ejecutaría burlón.
—¿Cómo sabéis...? —sus ojos lilas se abrían al máximo—. ¡Oh! ¡Habéis hecho trampa de nuevo!
Le acusaba con su dedido índice. Su hermano esbozaría una sonrisa ladeada que se haría mayor. Descarado, aceptaba de manera natural que había recurrido a su ingenio.
—¡Le pedisteis a Noa que no usara su habilidad, y a la primera de cambio, vos usáis la que determina nuestra sangre! ¡Así es imposible jugar honestamente! ¿Por qué siempre actuáis según vuestra conveniencia? ¡Sois incorregible!
—Cuando hayáis acabado con vuestra riña, avisad.
Orgi bostezaría ante el semblante enfadado de la niña. Isa inflaría sus mofletes por una rabia que necesitaba expulsar. Dejando la injusticia que sentía fluir, pataleaba molestándole que su hermano mayor siempre tuviese la última palabra.
—¡Me cansáis, Orgi! ¡Decid lo que queráis! ¡Iré a buscar a Noa por mi propia cuenta!
Decidida, inspiraba hondo y después remangaba los puños de su toga.
—Por una vez, os daré la razón. Acabemos con este sinsentido.
Despreocupado, llevaría sus brazos arriba y los doblaría aposentándolos detrás de su cabeza.
Caminaría lento viendo la espalda de su hermana alejarse, hasta que la perdía de vista al introducirse en una zona menos poblada. Su pasividad cambiaría al comprobar, que Isa se había encaminado hacía uno de los caminos considerados prohibidos.
Aligerándose para detenerla, ambos dejarían atrás el olor melifluo de los galaucos, encontrándose con un reinado mucho más hostil. Incluso la pequeña, en su corta madurez, se detenía entendiendo que la apariencia amenazante del nuevo escenario imponía respeto.
Los árboles inertes de troncos podridos, pintaban un aire lúgubre dejándoles un gusto rancio a resina quemada. Aguantando en sus últimos suspiros, eran pocos los que permanecían de pie en sus zarpas putrefactas. La mayoría permanecían desligados del suelo en unas raíces desgarradas, como los valientes nobles caídos en combate.
Mancillando sus cortezas, se afincaban unos hongos de parasoles negruzcos de degradado pajizo, suponiendo el parásito y la causa que les sentenciaba. Llevando sus ojos hacia el suelo, admiraban que también se extendían sobre la nieve, haciendo una disparidad violenta con su blanco inmaculado.
Enormes y de de talles hercúleos, las que tomaban un contacto directo con la tierra, exhibirían los bordes de sus sombrillas en un oleaje rizado. Las más imponentes, enaltecidas en una altura por encima de sus cuerpos, les dejaban visualizar cómo las membranas que soportaban su parte alta, chorreaba un líquido de textura viscosa.
Rubí como la misma sangre, impactaría sobre la cobertura helada corrompiendo su pulcritud.
En un acto reflejo, los niños tapaban sus narices por una fragancia a descomposición más potente al expandirse en el terreno. No hacían falta más presentaciones.
Las trompetelas encarnaban perfectamente la antítesis de una poción vigorosa. Ni siquiera las bayas de ocludena podían revertir el efecto que provocaba su veneno.
Para redondear el círculo, Orgi se percataba que en la nieve se clavaban las huellas de las alimañas más temidas del bosque. Estar un segundo más allí, suponía una amenaza explícita y una carnaza asegurada para los lobos.
—Marchémonos, Isa.
El niño agarraba la mano de su hermana tirando de ella. Una cuestión era divertirse a su costa, y otra diferente ponerla en peligro a consciencia. Isa se desharía de su retención.
—¡No, mirad! —gritaba señalando el área a la izquierda a unos metros de distancia—. ¡Noa ha estado aquí!
Isa se adelantaría seguido de un Orgi, que comprobaría que efectivamente, el rastro de sus pisadas se perdían en la vereda. La pequeña tragaba saliva dedicándole una mirada desesperada al otro niño.
A ambos se les pasaba lo mismo por la cabeza, llegando a imaginar que las secreciones de las trompetelas, podrían ocultar la sangre real de Noa en el caso de haberse encontrarse con las bestias.
Desesperada, Isa miraría en sus rincones notando cómo sus bonitos ojos púrpuras se aguaban.
—¡Noa! ¡Noa!
Generaba una pequeña bocina con sus manos, al rodear la zona de su boca.
Mucho más escéptico, Orgi sería lo suficientemente osado como para acercase al mayor de los troncos caídos en el camino. Sorteando las trompetelas, se quedaría rezagado admirándolo.
Completamente inerte, la textura rugosa de su corteza mostraría una peculiaridad que le llamaría la atención. Entre el rocío glacial bañando su cuerpo, había una mucosidad ennegrecida y encarolada, que nada tenía que ver con los restos funerarios de sus hojas.
Atendiéndolo más de cerca, vería que había partes del mismo tejido, propias de las que solían vestir, que se arraigaba en su base como si fuesen inherentemente naturales. Analizándole en su totalidad, apreciaba que su madera tenía una cubierta anómala haciéndole artificial.
Sus imperfecciones podrían pasar fácilmente desapercibidas desde lejos, pero no en una visión tan próxima.
—¡Isa, dejad de buscar!
Orgi haría que la niña corriera a su lado, realzando el vapor de su boca.
—Aquí le tenéis.
Le propinaba una patada astillando su estructura intencionadamente.
Apenas hubo un mínimo contacto, el tronco adquiría una bruma anaranjada esparciéndose como esporas. Causaría en el proceso una polvareda compacta en el ambiente.
Todas sus partículas se materializarían al costado del leño, devolviendo a ambos progresivamente su estado original.
Noa se condensaría volviendo a ser el niño jovial de siempre, mientras que el tronco, adquiriría la misma fachada mohína que sus coetáneos. Admirándose primeros sus manos, y luego levantando sus pies, el niño terminaría por sacudir sus bonitos cabellos ondulados.
—Podríais haberos ahorraros el puntapié.
Sería lo primero que diría una vez devuelto a la vida.
—¡Noa!
Isa abriría sus bracitos dejándose caer sobre su cuerpo. El niño le correspondería sosteniéndola a tiempo, antes de que ambos cayesen de bruces.
—Y vos el tener que hacer uso de vuestra habilidad Cambiante. Os advertí que no la usarais si tanto deseabais que fuese un juego limpio ¿Dónde habéis dejado vuestra honra?
Con pocas palabras, Orgi evidenciaría sus grandes diferencias. Había días que lidiar con él, era extremadamente agotador. También muy irónico cuando él había hecho lo que le había dado la gana, saltándose su propia advertencia.
—No hay honor que valga cuando la vida está en juego.
Noa le replicaría después de despegarse de la niña.
—Si sois perspicaz, habréis visto las huellas de los lobos.
Sus ojos naranjas transmitían crudeza, al haber sido testigo de una posible desgracia en primer plano.
—Gozamos de una buena fortuna, al ser yo el que se escondiese después, y no vuestra hermana. El destino hubiese sido fatídico.
Por primera vez en su vida, Orgi callaría al no tener argumentos. Le enervaba que encima tuviese que darle las gracias. Isa suspiraría en un acto romántico, apoyando sus manitas bajo su barbilla.
—Teniendo en cuenta lo pésimo que sois en vuestra capacidad de transformación, desde luego que gozáis de buena fortuna. Esos lobos deben padecer una ceguera irremediable. Os queda mucho para alcanzar la perfección.
Obviando su gran coraje, Orgi encontraba la manera de devolvérsela. Iría incluso más lejos. No se detendría ahí.
—Al fin y al cabo, tampoco os es necesario que os esforcéis tanto en una técnica que no os lleva a ningún lugar —Noa endurecería su semblante—. Por algo dicen las lenguas, no en vano, que vuestro poder tiene una finalidad inservible.
Isa miraría fulminante a su hermano, sabiendo que lo dicho, haría que el otro chiquillo se irritara. Las disputas entre linajes eran el pan de cada día.
—No le prestéis atención, Noa. Orgi ha vuelto a hacer trampas.
Como cabía de esperar, Isa le defendía buscando algo a su favor. Sin embargo, Noa se acercaría a su hermano confrontándole.
—No hagáis juicio de valor como si fueseis un adulto, solo porque sois un Sabio y vuestra condición os sea favorecida.
Esta sería una de esas tantas ocasiones en las que a Noa le hartaba su impertinencia.
—Los Cambiantes solo tenemos derecho a usurpar un cuerpo carente de vida, dándole una segunda oportunidad. Es despreciable que muchos de nuestra comunidad, utilicen las mofas subestimándolo como un poder inútil, cuando dar vida a algo que no lo tiene, lo considero algo maravilloso. Es un milagro.
Sus ojos naranjas, simuladores del agradecer, brillaban con cada palabra que salía de sus labios.
—Estoy orgulloso de ser quién soy y de dónde proviene el linaje al que debo lealtad. Que mi habilidad sea imperfecta, quiere decir que aún me queda mucho por crecer. Si vos sois tan diestro en vuestra competencia, quiere decir que no os queda nada por aprender. ¿No es eso deprimente?
Hartándole que su astucia siempre le rebasara, Orgi enfurecía su rostro buscando en él otra disputa. Isa trataría de pararles, pero no haría falta.
El sonido agudo y estridente de la corneta, además de poner un alto en los niños, anunciaban el cambio de guardia de aquellos que se encargaban de velar por su seguridad.
También les avisaba que era hora de volver a casa, ya que las fieras acechaban aún más en aquellas épocas. Igualmente le recordaban que estaban en un lugar un tanto delicado, como para campar anchamente.
—¡Vamos! No desearíamos enfadar a los Receptores, ni tampoco a madre, Orgi.
Isa les incitaba a abandonar el lugar, siendo la primera que se desligaba del grupo. Con una mirada desafiante, Noa marcaría a su adversario, dejándole claro que podría decir lo que quisiese. No iba a anular sus convenciones.
Orgi le mantendría la mirada, hasta que Noa aceptaba que Isa tenía razón y debían volver a casa. El azul oscuro del firmamento estaba ganando magnetismo frente a la luz del día.
Olvidando momentáneamente el rifirrafe, los tres niños corrían veloces dejando progresivamente atrás una arboleda, que terminaba con las ramas caídas en el camino, y el verdor de un musgo sobresaliendo en la nevisca.
Allí, el aguanieve aún no había llegado a cuajar sus calzadas. Tampoco sus cultivos de hortalizas a los pies de sus cabañas, ni sobre sus tejados cuarteados.
En su descenso camino hacia la plaza, comprobaban por la aglomeración en el empedrado de sus calles irregulares, que seguía habiendo actividad en su mayor centro de ocio.
Habiéndose ido gran parte de la iluminación, bordeándola, ya se encontraban las antorchas de calidez cítrica alumbrando sus encantos.
Acostumbrados a las carreras de unos chiquillos siempre enérgicos, a uno de los aldeanos no le vino de nuevas cuando el niño de pelo encaracolado chocaba con él.
De cabellos castaños alborotados, y con chaleco aborregado protegiéndole del frío, el joven le mostraría su peculiar sonrisa, producto de su barba mal recortada. Sobre su hombro, apoyaría una escalera de mano maltrecha, sosteniendo sus peldaños tétricos entre sus manos.
—¡Perdonad, Santana!
Noa se dirigía hacía el hombre de su misma estirpe. Sus ojos naranjas indulgentes, no tenían ningún reproche que hacerle.
—¡No os había visto!
Justo después los otros niños amortiguaban sus pasos, concentrándose en los banderines cruzando un cielo en su matiz violáceo.
—No os disculpéis, soy el único entorpeciendo el paso.
Alzaba la escalera, haciéndole ver que seguían atareados con los preparativos para la ceremonia. Los días antecesores a la gran noche del año, siempre originaba un caos latente en la gran plaza.
Por algún motivo, el Cambiante había paralizado su función de cooperar con el colgado de los pequeños trozos de tela. Unas voces disonantes concéntricas en el punto de encuentro, delatarían el por qué de tal receso.
—¿Más discordias?
Posicionándose a su lado, Noa le preguntaba intuyendo ya la respuesta. Aunque se mantendrían en la retaguardia, y no atendiesen bien a sus interpelaciones, el niño predecía por la experiencia que aquella conversación no podría acabar bien.
—No os imagináis cuánto.
Le contestaría Santana desagradando sus muecas.
—¿Cómo se encuentra Nazeli?
Noa tenía el detalle de preguntar por la pequeña. Apenas escuchaba el nombre, Santana afligía su fisionomía mostrando un gran pesar.
—Por desgracia, hoy no es uno de sus mejores días...
Sentenciaría sin querer ahondar más en el tema. Noa tampoco necesitaba oír más, pensando que una visita fugaz quizás podría hacerle sentir mejor.
Dando el tema por zanjado al ver que los niños cambiaban de ubicación, Santana centraba nuevamente su atención hacia el conglomerado. Posicionando la escalera en el suelo, se auxiliaría de ella para echar sus brazos por encima, intuyendo que el altercado iría para largo.
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-> ¡Hola a todos! 💖 ¿Qué tal estáis? 💖
-> ¿Qué os ha parecido el capítulo? 💫
¡Ya sabemos cómo funciona el poder de un Sabio y de un Cambiante! ¡Yey!
(Aunque ya habíamos visto algo antes en el capítulo 14 con Siena)
Como veis, hay muchos elementos nuevos en cursiva. Todos tienen un papel muy importante en esta historia. No os preocupéis si no retenéis los nombres, habrá un recopilatorio para que no perdáis el hilo 😁
-> ¿Ha habido algo que os haya llamado la atención? 💡
Parecerá que no, pero siempre dejo pistas muy sutiles esparcidas por ahí 🙊🔍
El próximo capítulo será la segunda parte del 39, y es justo la continuación.
-> ¿Quién o quiénes pensáis que se están peleando? ¿Y por qué? 💢
(Aquí viendo el mundo arder siempre) 😂😂😂
-> ¡Pasad un buen finde! ¡Besitos bonitos! 😚
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