Capítulo 37 (parte 2): La caza
Arriba, en el pico más alto de la gran montaña, donde los cuentos de Rajú relataban que el cielo se unía con la tierra, unas figuras menudas se enfrentaban al viento que azotaba su risco.
En una altitud mayor, los copos sí que se coagulaban, llegando a densificar sus elementos en una masa lechosa. Leve por la potencia de los rayos, su agua sería absorbida humedeciendo íntegramente todo lo que rozaba en cuestión de minutos.
Quedándose a unos metros de distancia del precipicio, Alana se situaría en su mitad, permitiendo que sus cabellos blanquecinos y alborotados, hicieran una simbiosis perfecta con el ambiente.
Habiéndolo dejado atrás, se aposentaban los famosos dólmenes cilíndricos, dónde muchos se habían aventurado a ponerle nombres a las estrellas.
Quedándose en la retaguardia y aprovechando el amparo que proporcionaban los mastodontes de piedra, Siena se malhumoraba al apreciar que sus mechones rubios se revolvían de mala manera, entorpeciendo su visión.
Lejos de lo que pudiese parecer, aquella brisa potente en su vendaval era una creación indirecta de la naturaleza.
Con unos ánimos totalmente contradictorios, Alana llevaba la mano hacia su frente oteando un cielo copioso. Allí era dónde navegaban a sus anchas, los culpables de aquel desastre ambiental.
De alas extremadamente grandes y membranosas con un polvo imperceptible, los vaionvec se alzaban en el firmamento generando una marea incontrolable, que azotaba los territorios a su paso.
Siendo su habitáculo, los aldeanos habían denominado aquel lugar como la Torre del viento en honor a los dólmenes, y a los torbellinos que fraguaban sus seres místicos.
En su planeo, dejaban que de sus lomos blancos afelpados, se desprendiese la llovizna difusa que los rociaba. En cada repliego de sus alas, permitirían ver la magia que en ellas se fraguaba.
Con la radiación del día impactando en sus flancos, recreaban en su plumaje translúcido la proyección de hermosos colores, de la misma manera que lo habría hecho una vidriera viviente.
Como si fuesen piezas de minería reorganizadas en su perfecta simetría, reflejaban su cromatismo dotando de vida cada rincón cuanto surcaban.
Reforzando el interior de armazón frágil, se apuntalarían en sus extremos unas plumas filosas del mismo tono que sus lomos. Sus colas de plumas albinas y más espesas, eran las únicas que se desligaban de su entidad durante el crecimiento.
Izando uno de sus brazos, Alana dejaría que el frío perpetrase en el hueco de la manga ancha de su túnica. Sobre su extremidad, antes de llegar al puño, había reforzado el tejido con un material más terso.
Como si aquel gesto fuese un sinónimo de otro más de sus tantos reclamos en la mañana, uno de los vaionvec dejaba su vuelo, para en la agitación de sus plumas, hacer un descenso sobre el nuevo soporte.
Cerrando los ojos por un huracán que los dañaría en el proceso, antes de entrecerrarlos, Alana ya sentiría un peso contundente sobre el refuerzo de la tela.
Echándole un vistazo, se percataba que por más que mirara a aquella especie, nunca dejaría de sorprenderle su enorme majestuosidad.
Siendo parientes de las lechuzas, sus ojos grandes, oscuros y de puntos brillantes, parecían que albergaban en ellos el mismo universo, encerrando a quien los mirase en su vía láctea.
Bajo el arqueado en forma de corazón marcándole los límites entre su rostro y la cabeza, aparecerían unas escamas opalescentes, radiantes en su impacto contra la estrella de la mañana. Mismas características presentadas en el tronco de sus patas, como si fuese una malla protectora digna de los hidalgos en las batallas.
En la zona que correspondería con sus carrillos, se presentarían dos círculos rojos de delineado imperfecto, dándole el simulado de un sonrojo permanente.
Sobre su cabeza, se colocaría un mechón ondulado que caía en espiral, sin llegar a rozar su cabeza perfectamente redonda. No había palabras posibles para catalogar la delicadeza que aquel ser les regalaba con su supervivencia.
Sabiendo el por qué de su llamado, el vaionvec esperó paciente a que Alana tanteara el cinturón adornando sus caderas, desligando en el proceso un papel enrollado sellado en su lacrado.
Reforzando el cierre de cera rojiza, se rodeaba de una cuerda de grosor medio, que sería el usado para atarlo a las garras de su aliado. Una vez lo hubo amarrado con una certera precisión, el vaionvec alzaba su vuelo dispuesto a llevar a cabo su cometido.
En un remolino dónde sus cabellos extensos se abrían en la inmensidad, Alana admiraría con felicidad cómo otro vaionvec esperaría su turno. Siena llegaría a sorprenderla por detrás.
—Es la última vez que vengo a acompañaros —marcaría descontento en el cruzado de brazos.
También le insinuaría un alto, cansada de tanto huracán levantado a su alrededor.
—Siempre soléis decir lo mismo, y siempre sois gustosa de halagarme con vuestra presencia —Alana le regalaba una risa radiante. Siena bufaría al sentirse meramente acorralada.
—No desearía sentirme culpable si algo os llega a suceder. Los caminos para llegar a la cima son inhóspitos y meritorios de cualquier peligro que se precie. Más que complaceros con mi presencia, me obligáis a que asista a cualquiera de vuestras locuras.
Ambas sabían que aquello no era verdad. Sin embargo, el orgullo de Siena le impedía mostrarle un afecto que crecía cada día desde que la conocía.
Alana le hacía gracia cómo se mostraba fría ante los demás, cuando entre tantas de sus bondades, la Arcana de las Sabias tenía un corazón inestimablemente altruista.
—Podéis decir lo que deseéis. Sé que os complace acompañarme por voluntad propia.
Mientras que Alana se tomaría la confianza de contradecirla, Siena esbozaría una sonrisa que trataría de borrar a como dice lugar. Acercándose a ella, observaba cómo la Receptora buscaba con su vista postrada en el paisaje cerúleo, un vaionvec inquieto por ejecutar el mismo viaje que sus precesores.
—No creo que sea un buen designio el de atraer a gentes foráneas a nuestra comunidad.
Mientras que las facciones de Siena se leían templadas, Alana bajaba la vista observándola entre los copos que se interponían entre ambas. La Sabia proseguiría.
—Somos una civilización aislada con una convivencia aparentemente pacífica, pero bastante fragmentada —miraba de soslayo hacia abajo, apreciando cómo los aldeanos en su escala diminuta, caminaban por la gran plaza. Comprendía por la actitud a la defensiva de sus movimientos, que algunos no se cansaban de las interminables disputas —y posiblemente irá a más...
Siena encauzaría su vista lavanda hacia otra escarlata.
—¿No sería un error enviar vuestras misivas?
Alana inclinaría la cabeza desanimada, siendo consciente de que lo que Siena decía, no era descabellado.
—No percibo señales de nuestros hermanos Receptores. Me preocupa —sentenciaba perdiendo la noción, intentando encontrar una buena razón del por qué de sus silencios—. De bien es sabido que en otras regiones hay más como los nuestros. Personas con sangre real conviviendo con aquellos que carecen de habilidades. Rehúyen del alcance que puedan tener sus poderes, ocultando en la mayoría de casos su linaje. Recelan del rechazo que se rinde ante el propio miedo. Es por tal condicionante, que no todos están decididos a cambiar el cómo entender su subsistencia. Temo que los conflictos hayan ganado a la cordialidad en otras tierras —unos pensamientos que no diría, se manifestarían en su voz débil—. Es en lo que tanto nos esforzamos por mantener en Adesterna —resoplaba al saber que el matiz de sus anhelos, difería mucho de la práctica—. Enviar las misivas para que acudan a la ceremonia de los pactos, es una buena excusa para estrechar lazos y ampliar horizontes. Además de contactar con ellos, por supuesto.
Alana quería creer en lo que decía, aunque más que querer, lo necesitaba.
—Quizás consigamos hacedles cambiar su juicio, ¿no os parece?
Buscaría en Siena una segunda opinión.
—Si vos lo decís... —la Sabia no sonaba para nada convencida.
Por más empeño que le pusieran, sus gentes buscaban cualquier desavenencia para llamar al pleito.
—No seáis tan desesperanzadora. Desconozco si acudirán. Más si lo hacen, será una experiencia preciosa.
—Alana, la magnánima, entusiasmada con su buena ocupación —la aludida arrancaría una risa.
—Y vos, Siena, como siempre, la de pensamientos adversos, nada os parece acertado.
Alana continuaría riendo por el juicio que acababa de hacer.
Hubiesen seguido manteniendo la falsa rivalidad de las palabras, de no ser porque la impaciencia del vaionvec volando sobre sus coronillas, haría fabricar remolinos en los que se levantaban pequeños pedruscos.
Este detalle sería suficiente, como para delatar a alguien que había permanecido escondido hasta entonces entre los matorrales asilvestrados.
El quejido producto del daño alertaría a Alana. Por el contrario, haría levantar una ceja huraña sobre los ojos lavanda de Siena.
Aprovechando el vendaval resurgido en el aire, reticente, la Arcana de las Sabias acogería en su mano una muestra de brisa invisible materializándola entre sus dedos.
Incendiaría con ella de púrpura las líneas de vida en su palma, volviéndola incandescente.
Replegando sus nudillos en un gesto determinante, la dejara ir expulsándola con viguería hacia adelante. Abriría con ella un camino en el terreno trazado de blanco, llegando a separar el aguanieve en su tránsito.
El bramido del viento diligente en su trayecto, no tardaría en alcanzar su destino arañando con ímpetu al polizón.
La frondosidad del matorral ya no sería más partícipe de su escondrijo. Viendo de quién se trataba por sus prendas factiblemente reconocibles, Siena erguía su cuello hacia la altitud, captando los ojos oscuros del impetuoso vaionvec planeando cerca.
Con una inclinación amenazante de barbilla, le ordenaba que hiciera de verdugo contra aquel que no había sido invitado.
Entendiendo qué pasaba, Alana se llevaría la mano sobre su boca costándole reaccionar. Por tanto, impedir también una catástrofe que iría a mayores.
Afianzando el mandato de Siena, el ave se desplazaría hasta la ubicación de hierbajos más densa. Sin compasión, procedería a lanzar picotazos a aquel que se a pesar de todo, permanecía cubierto en su boscaje albugíneo.
De una forma no muy convencional, el pájaro le obligaría a abandonar los setos, y a mostrarse ante las Arcanas bajo la vergüenza de haber sido cazado.
Tras varios quejidos salidos de su garganta, un joven trastabillaba contra los ramajes neviscados, saliendo por fin a la luz. Salvando un momento difícil, en el que intentaba desinhibir al vaionvec del tirón de sus cabellos rubios trigueños, una vez se retiraba, vapuleaba sus ropas aborregadas, no sin ofrecerles anticipadamente una sonrisa descarada.
De poco servirían sus encantos, cuando su dignidad no solamente le había abandonado con tal pillería. Sino que su aspecto desliñado, en un pelo humedecido lleno de hojarasca seca, dejaba mucho que desear para una presentación embaucadora.
—Muy buena mañana tengáis, doncellas.
Realizaría una reverencia en la que, con la mano aún cubriendo su boca, Alana se sonrojaba . Su posición también le ayudaría a suavizar una posible sonrisa traicionera.
Siena movía su cabeza negativamente. Aquella actitud colmaba su reducida paciencia.
—Deberíais moriros de la vergüenza por la deshonra de admirar a quien no debéis, y de una manera tan cobarde. Desafortunadamente, no podéis morir de algo que no padecéis, pues nunca habéis conocido lo que significa el verdadero concepto de la decencia.
Imperaría un malhumor galopante.
—Siena...no... —Alana trataría de interceder, pero no le saldrían las palabras.
En cambio, aquel incentivo de defensa hizo que el joven de ojos tan cian como el mismo firmamento, le manifestara una sonrisa picarona nada culpable con lo que acababa de suceder.
Siena eludiría su ánimo de ampararle.
—No puedo permitir este tipo de comportamientos —la Arcana de las Sabias continuaría ofuscándose—. No me dejáis más alternativa que comunicarle a vuestra representante, las acciones tan deshonorables que estáis haciendo, Leandro.
Los ojos púrpura de Siena brillaban por la rabia.
—¿Dónde veis la malicia? —el joven Común se desinhibía con un pasotismo impropio de la situación. A Siena había que temerle con aquel humor—. ¿Me vais a decir que después del relato de Rajú, estos dominios son sagrados como el lago de la Diosa o los del dragón, y no se pueden perpetrar?
—No le hagáis juicio a mi inteligencia. Lo único que os aseguro que vais a conseguir, además de un par de picotazos más, es malograr el afecto que a las malas pretendéis conseguir.
—¿Podría saber a que malogro os referís?
Era irrisorio que aunque le siguiera la corriente, Leandro no le quitara ojo a la Arcana de las Receptoras. Alana contendría el aliento desde su corsé, provocándole un enorme ruborizado que la avasallara de tales maneras.
—Si tanto os agrada la Arcana de las Receptoras, deciros que hay formas más cordiales de acercamiento, que no usurpando su intimidad desde la distancia. No es la primera vez que lo hacéis, Leandro. Me obligáis a tomar unas medidas poco complacientes.
El tono de Siena se agravaba.
—No os voy a negar que Alana me tiene enteramente a sus pies —ejecutaría una sonrisa irresistiblemente embaucadora—. Deciros que pecáis de previsora, Siena. Este humilde caballero también quiere probar suerte con los más brillantes luceros.
La Sabia volvería sus ojos en blanco.
—Nos hallamos a plena luz del día, Leandro.
Tras su réplica cortante, Alana bajaría la barbilla rendimiento una sonrisa que sin querer, se le escapaba. Seguir pecando de gracioso le iba a costar caro.
—¡Oh! —Leandro vislumbraría los alrededores cinco milésimas, volviendo su centro en la mujer de su interés —¡Es cierto! —teatralizaba su sorpresa—. ¡Qué atolondrado que puedo llegar a ser!
Dejándose de monsergas, Siena se pondría delante de la Receptora ocultándole al interpelado las vistas.
—Tenéis el tiempo que canta un vaionvec para desaparecer —ejecutaba tajante—. Si aún os queda un mínimo de raciocinio, entenderéis que vuestro castigo será mayor si atentáis contra esta advertencia.
—¿Podría ese canto prolongarse hasta el amanecer? —se haría a un lado encontrando la solución, para volver a alegrarle el panorama—. No creo apreciar los rasgos delicados de Alana en tan solo unos bastos segundos —la observaría embelesado—. Un par de horas tampoco serían suficientes.
—¡Sois un insolente!
Mientras que Siena se crecía, Alana provocaba un respingo por el alzado de su voz. En el fondo era una situación irrisoria, la Receptora ni siquiera había abierto la boca.
—Un insolente completamente enamorado, que le ha pedido a los mismos luceros, que su amada arda en deseos de que un caballero como yo la posea.
Atrevido, Leandro se acercaría importándole poco que Siena se proclamase a sí misma como un escudo. Dando un rodeo, le tomaba la mano a Alana depositando en su dorso un beso húmedo. Aquello sería muestra sobre lo que estaría dispuesto a hacer con su cuerpo.
Izándose, sus ojos cian picarescos, le confirmaban en la conexión con los granates de la Arcana, que ardía en deseos de hacerla suya. Concluyendo su gesto épico y sin dejar de deleitarse con su sonrojo, Leandro adentraría la mano libre en el interior de sus ropajes, sacando de ellos una simbólica flor.
De pétalos pequeños simulando la pigmentación de su mirada azulada, Alana apreciaría que las cinco hojas que la componían, se presentaban un tanto estropeadas, al haber estado cobijadas en el interior de sus prendas.
Su estética destartalada, iba muy acorde con aquel joven que se la ofrecía. A Alana se le formaría una sonrisa cómplice en el que le correspondería, aceptando además su regalo. Como cabía de esperar, el efecto era totalmente adverso por la otra Arcana, cuyo ceño se enervaba ante cualquier mínimo movimiento.
El linum era el obsequio que Leandro siempre le ofrecía, cada vez que tenía la posibilidad de reunirse con ella. El de cabellos rubios no llegaría a recrearse de más.
Los mensajes subliminales serían cortados con los punzantes picotazos del mismo vaionvec, accionado por la petición de Siena. Obligándole a separarse, Leandro otorgaría manotazos al aire con un éxito nulo. Los vaionvec eran rápidos en sus reflejos.
—¡Es la última vez que os lo repito! ¡Alejaos si no queréis que alerte a las autoridades!
—Si así lo deseáis, os aconsejo que comencéis desandando el camino antes de que las bestias os acechen en la oscuridad. Por si lo habéis olvidado, el cuartel tiene cierto horario que podría salirse de vuestros límites.
Soltaba una risa jocosa sacando más de quicio a la Sabia.
—Entre tanto, haré gustoso compañía a la Arcana que se ha apoderado de mi ser.
Enfurecida, Siena alzaba la mano mostrando su poder violáceo. Alana le haría un leve gesto a Leandro pidiéndole desertar. Su compañera ya había sido demasiado benévola. Entendiéndolo, él encauzaría otra reverencia posando su mano en el pecho antes de la inclinación.
—Hasta más ver.
Siena apretaría su mandíbula, paralizando su habilidad al ver que había conseguido su cometido.
—Alana.
El joven de mechones trigueños la nombraría en una entonación tórrida. Le guiñaría antes de darse la vuelta y marcharse muy a su pesar.
—No puedo creer que os cautive cierto patán. Es descarado, orgulloso, impetuoso, con modales inexistentes y una gran osadía que le nubla la razón —Alana se mantendría callada culpable por su sentencia—. Decidme que estoy equivocada.
Siena abría sus ojos expresando desconcierto.
—No lo hace con malas intenciones...
—¿Por qué nunca podéis ver la malicia en otros ojos? ¡Vuestra inocencia os hace creer que todo lo que veis, reluce con la sombra de la verdad!
Siena parecía poco menos que una desquiciada.
—No imagino a Leandro escondiendo intenciones impuras...
—¿Por qué no os conquista entonces como lo hace cualquier otro caballero?
—Porque Leandro...Leandro no es...
Ejercía titubeante, buscando un refugio momentáneo en admirar las pequeñas hojas azulonas tomadas por su mano.
—No es cualquier caballero —la Sabia volvería sus ojos en blanco—. Siena, por favor —juntaba sus manos suplicantes —no le amonestéis...
—Os confieso que me divertía la manera tan anodina de llamar vuestra atención. Lástima que cambiara de pensamiento al descubrir, que os acechaba bajo las sombras. Hay límites que no se deben sobrepasar. No pienso tolerar que os pretenda con tales argucias y tan mezquinas.
Fruncía molesta sus labios.
—No le estoy exculpando, sé por qué actúa así —azorada, le rehuía el contacto visual.
—Ilustradme —impaciente, haría tamborilear su pie contra la nevisca.
—Antes hablabais sobre la lucha por mantener una convivencia sana, cuando incluso muchos del mismo linaje ni se toleran. Ni siquiera soportan ver a Moira y a Dione en compañía, por más dichosas que se las vea. ¿No es eso lo que más ha de primar? ¿No es eso justo nuestra mayor aspiración?
Siena entreabriría la ranura de su boca. Pero Alana no le dejaría responder.
—¿Habéis pensado lo que sucedería si advirtiesen a un Común con la Arcana de las Receptoras? Soy conocedora del repudio que se les tiene a los de mi linaje, Siena. Un acercamiento directo, sería sentenciar a Leandro de por vida...
—El interés que él muestra en vos no es ningún secreto, Alana. Su desfachatez le hace mostraros cercanos, sin miramientos. ¿Acaso Leandro conversó con vos? ¿Fue esa vuestra sugerencia? ¿Que os admirara en la distancia?
Apesadumbrada, Alana albergaba los rincones buscando la mejor respuesta.
—No exactamente...
Entrecerraría sus brazos en el aleteado pululante de sus cabellos.
—Es mi culpa que malinterpretara las señales, cuando no fui clara en mis insinuaciones. A ojos de los demás, puede parecer que actúa ante mí como un juego de gallardearía. Pero no es así. Quizás, más que hacer valer su osadía, Leandro busca un momento íntimo en el que poder conversar.
—Conversar... —Siena chasqueaba su lengua—. Sois una ingenua si pensáis que ese es su fin...
—Si estáis insinuando un roce más...estrecho, debo deciros que siempre ha sido respetuoso —Alana se ruborizaba al decretarlo—. Nunca ha interferido más allá de lo permitido, y...
—Una proeza admirable sabiendo lo que conseguís despertar en él...
—Siena... —la nombraba abochornada.
—¿Le rechazasteis?
Sin dejarle salida, la Arcana de las Sabias la aprehendía con sus ojos lavandas.
—No podría rechazarle...
Decía jugando con el débil tallaje verdoso, para terminar guardando la flor entre las lazadas de su túnica.
—Eso lo confirma todo —dictaminaba, dejando de acecharla con más suposiciones.
Un viento muchísimo más denso que los anteriores, llegaría a envolverlas tanto, que conseguiría que en su barrido ambas arrastraran sus pies.
Sintiendo un deslizado peligroso bajo sus calzados, harían un gran esfuerzo para no caer, y herirse con cualquier elemento de su alrededor. Ahorrando tragedias mayores, las Arcanas erguirían sus espaldas ocultado sus rostros con sus mangas.
Suavizando los oleajes de sus plumas, Alana entreabría sus pestañas captando un vaionvec tan hermoso, que parecía un oasis ante sus ojos.
Costándole alzar el antebrazo como lo había hecho anteriormente, al que denominaban el príncipe de los vaionvec, se posaba solemnemente en ella saludándola en sus aspavientos.
Completamente azul en su degradado del celeste al cobalto, sus alas no se mostrarían translúcidas. En ellas se armonizaban el manto de la noche, con miles de lunares blancos simbolizando las estrellas.
Aquel vaionvec no tenía las escamas sintetizando los colores del arcoíris. Él las tenía plateadas, y tampoco presentaba ruborizado en su carita. Su preciosa cola cayendo en cascada, era con abanico lleno de fantasía, como los propios cuentos que Rajú narraba.
Era cierto que otros vaionvec habían obsequiando a Alana con su brillo. Pero con aquel ave era diferente. Jamás había visto una pluma suya perdida en el ambiente, por lo que hacía de la estilográfica de Rajú, una mucho más inédita.
Por supuesto que Alana no le iba a arrancar ninguna por mero capricho.
Acercando su fisionomía a la Arcana de las Receptoras, el príncipe cerraba sus ojitos oscuros y rozaba con su pequeño pico la nariz de Alana. Para él, ese gesto era como un beso que buscaba cada vez que la tenía delante.
Su carantoña, además de hacerle extremadamente tierno, realzaría lo inofensivo que era.
—¿Cómo os encontráis hoy, Zahir?
Le preguntaba, obteniendo como respuesta un gorgojo leve en forma de canto.
—Me enorgullece saber que os sentís pleno. ¿Os importaría si hacéis la ocupación de mensajero? Espero que estas misivas puedan llegar a nuestros otros hermanos.
Zahir movería sus alas e hincharía su lomo, creando en su aleteo unos destellos reflectantes en sus escamas bajo el sol.
—Os lo agradezco.
Alana reía atándole la cuerda a su patita, una vez estuvo de acuerdo.
—Espero vuestra vuelta con la máxima de las expectaciones.
Le despedía así, no sin que antes el vaionvec buscara otro beso como despedida.
El príncipe alzaba su vuelo, y con él, las esperanzas que Alana depositaba en que esas cartas, fueran tomadas y leídas en manos convenientes.
Satisfecho con tener una misión con la que enorgullecer a su Arcana, Zahir alzaba sus plumas libre en el viento, sin perder su designio.
Navegando entre los altos pinos que poblaban el bosque, sorteaban sus ramajes bañados de blanco, permitiendo con el roce de sus prominentes alas, el verdor recobrase parte de su encanto.
Dejaría atrás el runrún del viento, de sus habitantes, o cómo el chapoteo de la cascada dónde bañaría de pasada su buche, iría perdiendo intensidad el en abanico de sus brazos.
Teniendo la conciencia de su propia voluminosidad, observaría la inmensidad de la bóveda celeste perdiéndose después entre sus nubes.
Por más que amara los olores o el tacto de su tierra, planear en zonas bajas, haría que sus plumas se enredasen con mayor facilidad. No por ello se privaría de aquel privilegio.
Aquel sería un pésimo error.
Viéndose libre en el aire meloso que le regalaba el bosque, Zahir extasiaría los orbes de sus ojos, cuando al pasar por una de sus copas frondosas, percibía un dolor agudo cerca de su corazón.
Perdiendo fuerza, caería mirando hacia el cielo apreciando en los cálamos de su tronco, que el azul se dilataba con el rojo. Al príncipe no le dio tiempo a reaccionar, pues mucho antes de que pudiese recobrarse o entender lo que sucedía, un impacto mortal atacaría por la zona que correspondería con su nuca.
El universo plasmado en sus ojos se opacaba, quedándose tan oscuros como las tinieblas gobernando la noche.
El cuerpo de Zahir caería por su peso, chocando con los ramajes que dañaban en su impacto sus preciosas plumas de matices cobalto. Ni en sus golpes hasta aterrizar moribundo en el suelo, se desprendería ni una sola de ellas en sus extremidades.
Las botas maltrechas de un par de individuos, se asomarían en una maleza fría creando chasquidos acelerados en su acercamiento.
El primero, moreno de cabellos sucios y ojos celestes, contemplaría el cuerpo sin vida del vaionvec. Coronaría su valía con una sonrisa tremendamente funesta.
Con el carcaj balanceándose en su hombro, y una flecha apuntando entre sus dedos, no dudaría en proclamar el tiro de gracia, si con los anteriores no habían sido suficientes.
Sus ropajes de piel de animal, compaginarían con los de su compañero de caza, enalteciéndolos victoriosos.
De cabellos dorados, enmarañados hasta la altura de sus hombros, el segundo miraría su trofeo con sus ojos naranjas inmiscuyendo el desprecio.
—Si esta aberración no es una buena pieza, ¿qué lo es si no?
El moreno se fanfarronearía, pegándole un puntapié contra sus garras. Agachándose, le arrancaría con desdén el pergamino que se ataba en sus patas. En cuclillas, mantendría el equilibrio para levantar su gabán, y guardar en su interior el manuscrito que mantenía en sus dedos. Al hacerlo, se descubría un par de documentos más de las mismas características.
La mañana estaba siendo productiva en sus cacerías. Sin embargo, por el beneficio de la conveniencia, los otros vaionvec habían sido retenidos a la espera de un nuevo plan.
Sin lugar a dudas, la pieza ante sus pies era la de más valor, siendo el vínculo y la predilección de su Arcana, lo que habían hecho juzgarle de aquella manera tan salvaje y déspota.
Conociendo lo inédito que era aquel ser, después de guardar el mensaje interceptado, el mismo hombre pretendía arrancar sin miramientos una de sus inestimables plumas.
Impidiéndoselo, su compañero aplastaría la bota contra su espalda haciéndole caer de boca. De no ser porque había estampado sus manos sobrepasando al vaionvec, hubiese faltado poco para que se hocicara con una sangre que empezaba a ser notoria.
—¿Cuándo será que aprenderéis a no jugar con fuego? ¿Duncan no os fue claro en su mandato?
Mientras que su socio le juzgaba, desde abajo, el otro arquero arrugaría su fisionomía intensificando el desagravio. Enfurecido por sentirse ninguneado, se levantaría feroz preparado para usar sus puños manchados de tiznes terrosos.
—No os conviene hacer algo de os lo que os podáis arrepentir —le amenazaba sin levantar la voz, dejando a su compañero con las ganas, y con unos dedos temblones sin ser ejecutados—. Sois un mísero Común, Bruno. Os conviene obedecer y no hacer alarde de comportamientos que os puedan comprometer.
Ladeaba su cabeza ofreciéndole una sonrisa cínica.
—¡Si eso es lo que deseáis, tratadme como a un igual, Eliot! —vociferaría salpicándole saliva.
—Me temo que eso va a ser imposible. No poseéis habilidades. La comparación es nefasta.
—¡Lo decís como si el poder de los Cambiantes, fuese mejor que no poseer ninguno!
El otro le tomaría del cuello de su abrigo, mirándole penetrantemente con sus ojos ardidos en el atardecer.
—No se os ocurra volver a reiterarlo —mostraría en su rabia unos dientes desencajados—. Los Cambiantes mutaremos las reglas. Ganaremos fuerza y nuestro poder no conocerá límites. Será mucho más extraordinario que la sangre malnacida de un cualquier Receptor.
Bruno sentía escalofríos por una resolución en la que posiblemente, acarraría muchas más muertes. La potencia de sus palabras era tan abrumadora, que no las pondría en duda.
—Vuestra vida os parecerá tan insignificante, que me suplicaréis que os queme en la hoguera por lo que acabáis de decir.
Le empujaría hacia un lateral, dejándole exento de un aliento dispar.
—En lugar de gastar energías infundadas,utilizadlas en cambiar las misivas por otras con unos incentivos más elocuentes.
Realizaría un inciso haciéndose el interesante, desvelando el por qué había decidido mantener a las otras aves con vida. Tampoco les sería favorable que la Arcana de los Receptores, advirtiese que el número de aquellos pajarracos fuera en disminución.
—Alana no tiene ni la más mínima sospecha de que lo que acaba de firmar, es su propia sentencia de muerte,—dirigiría su vista hacia el pobre vaionvec—. Escondedlo donde no vea la luz,—alzaría la mirada hacia Bruno ordenándole una nueva tarea—. Y por lo que más queráis, preparaos.
En su tono, se leía el regaño que le haría a cualquier infante.
—La caza acaba de comenzar.
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-> 💖 ¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 💖
-> ¿Qué os ha parecido el capítulo? 💬
-> ¿Os ha llamado algo en concreto la atención?
Hay datos ✨ MUY ✨importantes que pasan desapercibidos 🙈.
En esta parte confirmamos, una vez más de manera indirecta, las discrepancias que existen entre los linajes. También hemos conocido por fin a los famosos vaionvec 🪶.
-> ¿Qué os parece estas criaturas? 🐦 ¿Os lo imaginabais así? 🍃
Ya habíamos hablado de "El príncipe de los vaionvec" en capítulos anteriores.
-> ¿Por qué tendrá esa conexión con Alana? 🤔
-> ¿Creéis que habrá justicia para Zahir? 💔
-> ¿Y Leandro? ¿Qué os parece?
Como habéis podido comprobar, a Siena le cae genial...
😂😂😂😂😂 (juas juas)
¿Por qué será? ¿Habrá algo más que no sepamos? 🤔
Por cierto, no sé si os habéis dado cuenta. Pero la "Torre del viento" ya había aparecido antes. Es el nombre de una avenida que coincide con el número cuatro.
-> ¿Os acordáis a dónde lleva esa dirección? 😁😁😁 (chan-chan)
-> 💫💝 ¡Nos vemos la semana que viene con un nuevo capítulo! 💫💝
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