Capítulo 30: "Volvemos a encontrarnos"

El desamparo tan apático como hostil, acogería una casa donde la tensión, sería un arma de un filo muy cortante. 

Los truenos retumbaban el cielo, dejando que fuese la lluvia torrencial la que arrastrase todo lo que bañaba. 

La atmosfera teñida de un negro ceniza, se rompía en fragmentos como un espejo con sus haces ocres. El sonido verberaba como una amenaza viva que tardaba en apagarse. Luego quedaba un vacío dónde el silencio ininterrumpido, aclamaba una paz atada con cadenas. 

Percibiendo todas esas sensaciones tan únicas como revolucionarias, Celina arrugaba sus dedos huesudos en el inicio de sus piernas. Perder el sentido de la vista, le había regalado el apreciar con mayor intensidad todo lo que la rodeaba. También le había enseñado que no por tener los ojos abiertos, los demás apreciaban mejor la realidad. 

Ahora todos eran unas marionetas manejadas por los mismos hilos. Las de las sombras, y las de un mundo cuyas reglas cambiarían profanando sus principios.

Sabía que la hora había llegado cuando en sus tobillos, notaba un pelaje tan sedoso como el algodón. Dejó que se regodeara contra sus extremidades, que posicionara sus patitas contra su falda, y acabara sentado en su lugar favorito de toda la habitación. Al calor de su regazo. 

Celina tanteaba su silueta, adivinando por su cabeza alta, que permanecía erguido. Intuía que la estaba mirando con sus ojos de colores dispares, y eso, fue lo que le dio fuerzas para sonreír. Un gesto que partía el alma al saber que sería muy efímero. 

A Celina no le hacía falta abrir la boca para comunicarse. Tampoco había mucho más que decir. 

En un acto de preocupación, el angora turco caía sobre su pecho hundiendo la cabeza, dejando que la anciana siguiera acariciándole como la primera vez. Rozando los recovecos de su carita, ella advertía que sus dedos se humedecían. Mr. Tofu lagrimeaba por un dolor tan real como la lluvia.

—Nos volveremos a ver —decía el felino en una voz que resonaba en la habitación.

—Sí —Celina le contestaba segura—. En las estrellas.

Apenas lo decía, su pelaje se erizaba como el vello en la piel. Al fondo, sonaba un relámpago que sellaría lo que acababan de decir. 

Celina reparaba que el gato bajaba de un salto, aterrizando en tierra firme. La ausencia de su calor volvería gélidas unas piernas, en las que ya solo quedarían los restos de sus cabellos blancos. 

Su presencia se volatilizaba como si nunca hubiera existido. A los pocos segundos después vino el miedo. Uno verdadero y atroz.

Los ruidos se fusionan unos con otros volviéndose inconclusos. Sin identidad. 

Era imposible deducir cuáles eran los provocados en la intemperie, y cuáles provenían desde la planta baja. El forzado de una cerradura y el repiqueteo de la campanilla, sería lo que desencadenaría la verdadera tormenta. 

Unas pisadas se abrirían paso dividiéndose y revolviéndose, creando crujidos bruscos en sus cimientos y allá donde pisaban. Recorrían todos los espacios de la trastienda, perpetrando sus inmuebles sabiendo dónde dirigirse. 

Los raíles de los compartimentos metálicos, se agitaban en su desplazamiento, dejando desprotegidos unos archivos cuyas hojas se esparcirían en el aire. 

Le seguirían rasgados, el sonido sutil de unas telas arrastrándose en el suelo, y el impacto de una puerta que finalmente se cerraba con una violencia desmesurada. 

La vehemencia con la que se propagaría el sonido de la campana, advertía que poco había faltado para que se arrancara de cuajo. Su melodía tintineando ya no sonaría con armonía. Sino como una canción siniestra que mezclada en la oscuridad, creaba el cóctel explosivo del pánico.

La llovizna había conseguido penetrar en la habitación, delatándose a sí misma por el estallido que dejaban sus charcos. A continuación, el mundo perdía sus colores en un amarillo caótico que irradiaba el firmamento. 

Cuando el universo parecía que había recuperado el control, se apreciaba sibilinamente el runrún de un bastón contra el suelo. 

La sequedad de sus toques cronometrados en su avance, hacían una simbiosis terrorífica con el reloj de la pared. Las pisadas se detendrían al inicio de la escalera.

Con la majestuosidad digna de un sádico meticuloso, los zapatos del cabecilla se hundían en los tablones de madera, generando escalofríos a aquel que lo escuchara.

Celina permanecería quieta, percatándose que tras él, le seguían unos cuantos más. La fluidez ascendente de sus zapatos, se detendría al llegar a las puertas dobles del salón. 

El del báculo en mano, sería el primero en cruzar la estancia. El chasquido de sus suelas firmes, emborronarían la autoridad de cualquier estruendo centelleante.

—Volvemos a encontrarnos, Celina —promulgaba frío como el hielo una vez la tuvo delante—. Me conoces, ¿verdad? ¿Sabes quién soy? —expresaba con una sorna cruel, soltando una risa—. Por supuesto que lo sabes. Un disfraz tan simple como este, no podría engañar a la Arcana de las Receptoras —la anciana disimularía muy bien el pavor. 

Duncan no conocía la palabra escrúpulo. Al bajar sus ojos, apreciaba que en su falda había restos de pelo de gato. Algo que a él no le vendría muy de nuevas.

—Eres un malnacido... —sacando sus garras, Celina imponía lo que pensaba. 

El comentario malintencionado hizo que uno de sus aliados quisiera cobrárselo. El jefe del clan le pararía los pies.

—Tranquilo, Eliot —le sujetaba por el brazo, con un tono extremadamente tranquilo—. Viniendo de nuestra anfitriona, es todo un halago —sin quitarle sus ojos naranjas de encima, el del pelo rubio volvería a su posición—. Tengo una buena noticia para ti, querida.

Seguiría centrando en ella su ironía. 

—Hoy terminaremos lo que empezamos. ¿No te alegras? —imperaba su dominancia posicionando ambas manos sobre el bastón—. Tu poder ya no va a ser un impedimento.

Ladeaba la cabeza oculta por la caperuza de su túnica, encontrando en su lateral derecho a un par de jóvenes. 

El primero, el que había salido en su defensa, y el segundo, uno de ojos celestes nerviosos, sin saber cómo actuar. 

—Registrad todas las habitaciones. Una a una. Que no quede ningún rincón sin inspeccionar —ejecutaba la orden con el brazo, haciendo ondas en sus ropajes oscuros—. Destruid toda prueba que nos pueda incriminar. Ya sabéis a qué me refiero.

Ejecutaba antes de que saliera de la habitación. 

Luego miraba hacia su izquierda, topándose con un joven de ojos lilas y pelo blanco. Perdiendo la costumbre, en su boca se ausentaría su dulce preferido. 

—Nerón —le llamaba—. Haz los honores —señalizaba al frente, concretamente a los pies del balcón. Su jefe no tuvo que decir más, para hacerle saber lo que quería.

Diligente, el del tatuaje se encaminaba hacia la maceta de tallajes vigorosos. 

Apenas contactaba con sus filamentos, un hilo de color púrpura se desprendía de sus dedos, envolviendo sus células vegetales. La primera hoja comenzaría a cambiar de color, afligiéndose en cuestión de segundos. Que llegara hasta sus raíces, propagándose como una plaga hasta pudrirlas, sería un desenlace irremediable. 

El sufrimiento silencioso que sufría el insignificante ser, se concentraría en la muñeca de Nerón provocándole una quemadura. 

El olor a chamuscado se condensaría en la habitación, creando un ambiente rocambolesco. 

El del pelo blanco entreabría el ventanal aireando el aroma fétido. Dejaría que el viento mojado les helara la sangre, y humedeciera un suelo impoluto. La anciana se estremecería pese a no querer darles ese gusto. Nerón permanecería allí vigilando el exterior desde la umbría.

—No me voy a andar con rodeos, mi queridísima Celina.

Duncan continuaría impasible en la misma posición. 

—Para que no sea un proceso más doloroso de lo normal, seré condescendiente —ensalzaría su falsa buena voluntad—. Iré por las buenas. Algo impropio de un malnacido como yo.

—Pierdes el tiempo si piensas que te voy a decir lo que quieres... —ella arrugaba sus dedos temblones.

—Con que esas tenemos —reía—. Ni siquiera hemos empezado ¿y ya te estás rindiendo? Agradezco al menos que no actúes como una demente. ¿Qué pensará ella cuando sepa que le has estado mintiendo?

—¡No hables de lo que no sabes! —concentraba aún más unos puños, en los que se resaltaban sus venas—. ¡Aléjate de ella! ¡Y ni se te ocurra tocarla ni un solo pelo!

Su voz iría perdiendo fuerza.

—Tengo planes para tu adorada nieta. No te lo voy a negar —él permanecería templado—. Pero ahora lo que me interesa, es otra cosa.

Cambiaba el tono diciéndole que el asunto se estaba volviendo serio. 

—¿Dónde están las ofrendas de la Diosa? —se crearía un silencio roto por otro relámpago.

—Deberías ser tú quien contestara a su propia pregunta. Te has encargado personalmente de encontrarlas y destruirlas.

Tras su réplica, Duncan chasqueaba los dedos. Señal en la que Nerón cerraba la cristalera y volvía a su antigua posición. La respiración de Celina se agitaría en su pecho.

—Si fuese así, no tendría sentido hacer lo que estamos haciendo. La edad no perdona y es muy posible que empieces a delirar. Sabes tan bien como cualquier otro con sangre real, que las ofrendas de la Diosa son indestructibles, a no ser que se realice cierto ritual al alcance de pocos. Mientras tanto, no importa cuantos siglos pasen. Seguirán perdurando hasta la eternidad. Me enorgullece contarte que muy pronto tendremos la tercera a nuestra disposición. Pero nos seguirían faltando dos, y una de ellas, la tienes tú, Celina. Entrégamela, y todo será más fácil.

Sin pensarlo, la anciana le escupiría deseando que sus fluidos le hubiesen alcanzado. Por el contrario, su saliva se quedaba a un palmo de sus costosos zapatos. 

Nerón encajaría su mandíbula como un perro dispuesto a morderla. Pero su amo le tranquilizaba poniéndole la mano sobre su hombro.

—Veo que no has cambiado desde la última vez que nos vimos. ¿Hace falta que te recuerde dónde fue a parar tu valentía? —se pausaba—. ¿No me digas que has olvidado cómo perdiste la visión?

La angustia de reproducir aquella vivencia, hizo que a Celina le temblase todo el cuerpo. Involuntariamente en su cabeza, escuchaba unos gritos desesperados despedazándole el alma. 

En sus entrañas, experimentaba el calor ardiente cegado por las llamas. En sus ojos, el quemazón de unas cenizas volátiles desprendiéndose desde el techo. 

—¿Rememorando buenos tiempos? —decía disfrutando de su martirio—. No me extraña que Madeleine creyera que te habías vuelto completamente loca.

La anciana seguiría en sus recuerdos, concretamente el de unas vigas desplomarse, y de sus manos desesperadas tratando de liberar la puerta de salida. 

—Ver a tu hija consumiéndose en el mismo infierno, de donde nunca debió salir, tuvo que ser algo por lo que anular tu cordura. Más si no pudiste hacer absolutamente nada.

Celina hiperventilaba por la ira. 

—No lo veas como una pérdida. Sino algo que fue totalmente necesario. Ya me lo agradecerás.

Decía sin inmutarse, haciendo que a ella se le aguaran sus iris cristalinos.

—Eres un auténtico monstruo... —deliberaba, dejando que las lágrimas rodaran por el relieve de sus arrugas—. Vas a pagar por todo el mal que has hecho. Por todas las familias que has destrozado...

—No te gustaría saberlo. Te horrorizarías —esbozaba una sonrisa paranoica—. Pero no estamos aquí para eso —su voz se volvería más grave—. Último aviso. ¿Dónde están?

Denotaba impaciencia.

—Jamás las vas a encontrar —emitía con honor. 

En los pasillos se escuchaban a sus secuaces volver. Por sus caras y por sus manos, no había mucha novedad de la que informar. Duncan les indicaba con una ligera inclinación de cabeza, que se preocupara por desmantelar el salón. La única habitación que quedaba por descuartizar. 

Sin embargo, Eliot no parecía muy convencido al ver a los presentes.

—¿Dónde está L...?

—Haciendo su cometido.

Sabiendo a qué se refería, su instructor le cortaba la palabra antes de tiempo.

—Claro... —emitía Eliot con desfachatez—. Al ojito derecho no se le puede mandar a que haga el trabajo sucio.

Cortándole las alas de raíz, Duncan alzaba el bastón dándole con contundencia sobre la cabeza. 

El dolor tan penetrante y agudo, haría que el rubio del grupo gritase, no sin antes desplomarse de rodillas. La sangre no tardaría en teñir sus cabellos haciéndose muy agresiva, llegando a motear sus ropas y el suelo. Sujetándose las sienes como si la cabeza le fuera a estallar, Eliot no hacía otra cosa que mecerse sobre su propio cuerpo. 

Entre jadeos, en sus labios repetía una y otra vez lo mismo, sin que llegara a escuchársele. Duncan le miraba con indiferencia, comparándole como a un cerdo en un matadero. 

Bruno alzaba sus ojos celestes horrorizado. Actitud muy diferente a la del pelo blanco, que aquello le era tan normal como el respirar.

—Ya hemos perdido un tiempo muy valioso —Duncan reincidía en una serenidad extrañamente anormal—. Nerón ¿podrás aguantar? —le interpelaba—. Adelantar la tormenta y dejar a toda Salmadena sin luz, los mantendrá a raya por unos minutos. Pero ya has consumido parte de tu poder.

Sin abrir la boca, el del tatuaje le mostraría la palma de su mano abierta. 

En sus líneas de la vida convivían unos hilos etéreos de un lila incandescente. En ella se fraguaba una magia visible preciosa, de no ser porque su portador la usaba equivocadamente. 

—Perfecto. Rompe su escudo —ejecutaba para horror de la mujer—. Va a ser muy gratificante.

Su voz se mezclaba con los quejidos del rubio. 

—No hagas que me enfade, Eliot. Usa tu maldito poder y cúrate —aún en el suelo, él le asentiría—. Adelante —empujaba a Nerón a que se acercara a Celina, y tentara su frente.

Viendo que el resistirse sería peor, la anciana no puso ninguna traba en su contacto. Los hilos violáceos harían su efecto irradiando su piel pasada por los años. La habitación en penumbras, se bañaría por la intensidad de su fulgor. 

Nerón trataba de interceptar en sus recuerdos, y sin embargo, en su mente había un bloqueo tan denso como un muro gris. 

Gracias a su capacidad de poder mental, Celina no solo se lo estaba poniendo difícil. Sino que todo este tiempo había tratado de proteger a Madeleine.

—No veo nada —determinaba Nerón—. Es como si su mente estuviera...vacía...

—Eliot, levántate.

Duncan le ordenaba con crudeza. 

—Acércate y atúrdela.

Pese a que utilizar dos poderes en una misma persona fuera contraproducente, el líder del grupo no se iba a dar por vencido. Dolorido, Eliot rezagaba sus pies y promulgaba las mismas oraciones ilegibles en un tono más alto. 

Al hacerlo, un hilo amarillento enrolladlo sobre sí, iluminaría su garganta disipando el malestar en su cabeza. En cambio, crearía en Celina un efecto totalmente contrario. Haría que ella se retorciese. 

La anciana seguiría resistiendo, arrugando su gesto cuando las palabras de Eliot, empezaron a tener más peso. La táctica hubiese dado sus frutos, de no ser porque las imágenes que Nerón empezaba a ver, eran borrosas.

—¿Fue así como ocultaste a Madeleine del mundo? ¿De esa manera les hiciste creer a todos, incluido a ella, que siempre tuvo los ojos de un color tan ordinario?

Duncan se divertía con su descubrimiento. 

—Estuve tan cerca y nunca supe ver que era la elegida.

Celina emitía un quejido producto del malestar. Duncan seguiría interfiriendo. 

—¿No contaste con que acabaría siendo mucho más poderosa que tú? Ni siquiera tu escudo ha podido privarle de esas pesadillas tan horribles. ¿Imaginabas que Alana trataría de comunicarse con ella?

Sus palabras le quemaban tanto, como el mismo fuego abrasador. Rabia que conseguía canalizar y expulsar, haciéndola rebotar a sus adversarios. 

Nerón perdía el contacto con su frente enfriando su poder. Eliot recibía el mismo impulso apagado cualquier llama de color. Afuera, la lluvia cortaría su discurso apabullante y las luces volverían cálidas las calles. El hechizo se había roto. 

Furioso, Duncan buscaría con la mirada a su último integrante útil. 

—Tú, ven y acabemos con esto.

Bajo la sombra de su capucha, Bruno sabía que era él al que reclamaba. 

—Estás sordo, ¿o qué te pasa?

—Quizás deberías llamarle por su nombre Común —Eliot se mofaría—. Puede que así sí que atienda a razones. Aunque para lo mismo, Ricardo también suena a niño de papá. A nenaza incluso.

Bruno no tardaría en ejecutar dos zancadas para encarársele como un gorila. 

Duncan le pararía los pies.

—Quieres ascender en las ligas, ¿no?

Su superior le recordaba por qué se prestaba a hacer aquello. 

—Estás vendiendo incluso a la pobre de tu novia. Déjame decirte que con tu edad llegas tarde. Si quieres alcanzar tu gloria prometida, déjate de mamoneos, y haz un esfuerzo por lo que te conviene. Vamos —ordenaba tajante—. Róbale su essencia. No serás un auténtico Cambiante sin una marca.

—¿Marca? ¿Qué marca? —Bruno miraba a Nerón. Pese a llevarse fatal con él, le prefería.

—Vamos, campeón, ¿no lo sabías? —Eliot seguiría tentándole—. Todo acto tiene sus consecuencias. Quitar una vida no te iba a dejar impune. No seas cobarde. Absorbe su essencia, y veamos en qué parte del cuerpo aparece la marca. Sería genial que te cortara la cara. Lo mejor de todo, es que es permanente.

Bruno tragaba saliva, suplicando que aquello no fuera verdad. 

Haciéndole un favor, cuando los ojos lilas de Nerón coincidían con los suyos celestes, erguía su cuello mostrándole la serpiente. Por la intimidación que le provocaba, nunca se había atrevido a ver la precisión de su delineado. Aquella vez sería diferente, porque al atender al trazado de la tinta, descubría que bajo ella había una gran quemadura.

—No me hagas que te lo repita, Bruno.

Duncan interrumpiría sus miedos internos. 

—Entraste en un juego que sabías que era peligroso. Si quieres salir, va a tener que ser a costa de un cadáver. Tú decides —le exponía con una crueldad inhumana—. Tu vida, o la de ella.

Era a estas alturas, cuando el capitán reparaba en que quién manejaba los hilos, era un completo desequilibrado. Coaccionado y con un nudo en la garganta, daba un paso al frente topándose con Celina. 

La inseguridad manifiesta en el tembleque de sus extremidades, le robaría a Eliot una risa satisfactoria. Hundiendo sus labios, Bruno le mirará con odio. 

—Buen chico —Duncan le trataría como uno más de sus esclavos. 

Para su suerte, Nerón intercedería.

—¿Has barajado la posibilidad de que salga mal? —le advertía—. Bruno tiene un noventa por cierto de sangre Común, y un diez de sangre real. Su poder Cambiante puede que no sea suficiente.

—Lo será —Duncan lo reafirmaba—. A Celina no le queda mucho tiempo vital. Eso facilitará mucho las cosas —analizaría a su víctima—. Pon la mano sobre su corazón y concéntrate —le exigía con determinación—. Queremos que sea una muerte natural.

La tranquilidad tan pasmosa con la que ejecutaba una muerte, corrompería cualquier estómago. Bruno tenía ganas de vomitar. Otros en las mismas circunstancias pedirían clemencia. Pero Celina lo aceptaría dejando que él ganara.

—Lo siento... —le decía Bruno, alzando la mano directa hacia a su pecho. 

Cerrando sus ojos, él solidificaría todo su poder entre sus dedos, creando una bruma dispersa anaranjada que penetraba su ropa oscura.

—Te quiero, Madeleine —los ojos de Celina se aguarían por última vez—. Haz...justicia...

—Vosotros —Duncan se dirigía al resto—. Dejadlo todo como estaba. Hay que ser meticulosos con el trabajo —soslayaría el suelo, fijándose en el desastre que había causado Eliot con su sangre. Con una mirada cruel, les diría a sus subordinados que lo limpiasen. —No queremos llamar la atención. Mucho menos la de la policía. Sería un contratiempo.

Echaría un último vistazo a la anciana. 

—Nos vemos en el infierno, Celina—sonreía al ver su rostro desencajado por el dolor. 

Con una angustia indescifrable, el aire empezaba a escasear en sus viejos pulmones. Aquel fin estaba siendo agónico. 

—Dale recuerdos a tu hija de mi parte —su risa tétrica era de lo peor.

Aquellas serían las últimas palabras que ella escucharía. Por muy paradójico que pareciera, después de haber navegado entre tanta oscuridad, Celina por fin, veía la luz con sus propios ojos.

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¡Puufff! Este capítulo siempre me eriza la piel y me deja un nudo en la garganta...

No voy a preguntar cómo estáis, porque después de este capítulo la respuesta es evidente...

-> Contadme, ¿qué os ha parecido? ¿Pensabais que algo así ocurriría? 😢😢😢

En este capítulo se ha dado información MUY importante. 

-> ¿Se han aclarado alguna de las dudas que teníais? Contadme todas vuestras teorías o lo que queráis ❤️

->¿Qué os ha parecido esta primera parte de la historia (del cap. 1 al 30)? 

Han pasado muchas cosas y aún quedan muchas por resolver.

Comprenderéis ahora por qué Madeleine estaba tan limitada...

¿Qué pensáis que pasará después de esto?

* * *

Como dato curioso, deciros que este capítulo fue escrito el 18 de enero de este año. Actualmente voy escribiendo por el capítulo 33, (sí, mucho tiempo sin escribir, lo sé 🙈) Aunque tengo un guión de los capítulos hasta su final, me gustaría que me dieseis vuestra opinión: 

-> ¿Qué es lo que más os gustaría saber / a qué le daríais más prioridad por desvelar? 

-> ¿Algo que os gustaría que pasara? 🤭🤭🤭

Como tengo que perfilar algunos capítulos, ya no haré publicaciones los martes y los viernes. Os iré informando de las novedades en Instagram, o en el mismo muro de mensajes. 

¡Gracias a todos por tantísimo amor! ¡Muchos besitos bonitos!  😘😘😘

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