Capítulo 22: La familia Patchwork
Madi necesitaba relajarse, y un buen ejercicio, era el de evadirse en los aires que se respiraban desde el gran balcón.
El ambiente sereno que producía la ciudad, con sus edificios grises y luces difusas, contrarrestaban las noches apacibles con sus días cargados de ansiedad.
Aquella idealización donde el silencio y la soledad se armonizarían con sus pensamientos, se volatizarían al advertir que se le habían adelantado.
Dándole la espalda, Evans se reclinaba sobre los barrotes, encontrando en ellos el apoyo para sus antebrazos. Su pose distraída y desgarbada, acentuaban su silueta bohemia en una iluminación a contraluz, apreciándose el humo que se desprendía en sus dedos.
Luego le fueron sucediendo varias bocanadas amargas, que se propagaban efímeramente en hilos plateados. Ya no solo era su presencia, sino que también la atmósfera se contagiaba de aquel olor que Madi detestaba.
Sin hacer ruido, giraba sus talones con el propósito de marcharse. No quería tenerle presente, ni mucho menos intercambiar unas cuantas palabras vacías y sin sentido.
En ese giro protagonizado por el cambio de planes, su vista se inclinaba descubriendo a sus pies, un ficus que definitivamente ya no tenía arreglo.
Los cuidados de George no habían sido suficientes como para revitalizarla. Esos instantes de vacile en los que contemplaba a la pobre planta, fueron los suficientes como para sentenciarla.
—¡Oh, vaya, eres tú! —Evans se volteaba hacia su dirección.
Las facciones de su rostro se enterraban por las sombras.
—Ven, acércate —generaba ademanes con sus manos, esparciendo la fragancia fétida.
Ella permanecía estancada dándole la espalda, apretando los dientes por su mala suerte. Haciendo tiempo muerto, él esperaba paciente rascándose su preciada y recortada barba.
—¿Qué quieres, Evans? —empleaba un tono crudo, a la misma vez que sin ganas, le observaba.
—Nada. Solo que me acompañes. Ven —más que una petición, sonaba a orden.
Madi habría deseado dejarle con la palabra en la boca. Aún así, hizo de tripas corazón girándose y quedándose en el mismo punto. Le oteaba con recelo.
—¡Oh, venga! ¿A qué viene esa cara tan larga? Al menos podrías fingir de vez en cuando, que te llevas bien con tu adorado primito —formulaba una sonrisa desacertada.
—No estoy para bromas —arqueaba sus cejas.
Evans la miraba deteniéndose en su semblante asqueado, dejando que los segundos pasasen creando un silencio incómodo. Su sonrisa seguía intacta pese a no ser reciproca.
Pegaba una calada profunda y apoyaba sus codos en la barandilla, dejando que su lumbar fuese acariciado por el frío férreo.
—¿Qué es a lo que temes? —manteniendo su socarronería, su tono se volvía mucho más cortante.
—No te soporto... —viendo aquella conversación absurda, reanudaba sus pasos dejándole atrás.
—Por favor, Madeleine, deja de ver enemigos donde no los hay —le hacía pararse en seco—. Te recuerdo que tú y yo —la apuntaba con los dedos que sujetaban el cigarrillo —compartimos la misma sangre. Somos iguales y estamos en el mismo bando —se los llevaba a la boca y tomaba otra calada.
Determinante, Madi reincidía en sus pasos desandados hasta que le tuvo de frente. Sin vacilar, le miraba a sus ojos percibiendo por el brillo de las farolas, que los rojos de Evans la absorbían.
—No, Evans, te equivocas. Que compartamos la misma puñetera enfermedad, no quiere decir que seamos iguales o que estemos en el mismo bando.
Lo dicho, a él le sacaba una sonora carcajada.
—¿Enfermedad? —ejercía una mueca con su lengua—. ¿En serio te sigues creyendo ese estúpido cuento para niños? ¿Qué edad tienes, Madeleine? —se pausaba, usando esos momentos para regodearse.
Ella le miraba impasible con el mayor de los desprecios.
—Siempre hemos sido así. Es nuestra naturaleza —borraba cualquier indicio de burla, sustituyéndola por una seriedad imperturbable—. Por más que queramos ocultarlo, las raíces son las que son. Cuanto antes lo aceptes, mejor.
Liberaba un par de bocanadas más hacia su dirección.
—Te hacía lo suficientemente astuta, como para que siguieras creyendo en las mentiras de papel —arrugaba su frente fijándola con su mirada rubí intensa—. No nos escondemos porque seamos unos apestados. Esta enfermedad como la llamas, por desgracia no es contagiosa.
La potencia de sus palabras se debilitaba. Había hablado de más y lo sabía.
—Continúa —Madi hacía mayor inercia con sus brazos —¡Venga, adelante! No te detengas. ¡Llevo años deseando saber el por qué! —contenía la respiración.
Evans marcaría una sonrisa cerrada.
—¿Por qué, qué? —jugueteaba con su paciencia—. Agradezco que te hayas preocupado de indagar, e intentar descubrir verdades que no gustan —se pausaría deleitándose —aunque tus resultados hayan sido penosos.
Que a continuación usara un tono meloso, haría que Madeleine muequeara de malas maneras su semblante. Le encantaba jugar con ella.
—Pero si después de tanto tiempo, el tío George y la tía Arissa aún no te han dicho nada, debe ser por algo —se hacía más el interesante, factor que a Madi le ponía los nervios de punta—. ¿Hace falta que repita que esto no es un juego?
—¿Quieres que te dé las gracias? —la ironía acentuada con el hastío, nunca funcionaba con Evans.
—Me sorprende que con esa fanfarronería Axel siga aguantándote.
Se le acercaba dejando que su aliento desagradable le rozase las mejillas. Su proximidad le revolvía el estómago.
—Lo mismo con el pelele de tu compañero de trabajo, ese que sabe hacer un buen café —se le apartaba guiñándole el ojo.
Lo que Evans callaba, pero reforzaba en sus gestos descarados, hacía que a Madi le diese escalofríos. No quería creer lo que se le estaba pasando por la cabeza, pero con Evans siempre había que estar alerta.
—No entiendo que tiene que ver Luca en todo este asunto —temía que la pudiese tomar con él.
—¿Luca? Por favor... —emitía una risa desganada —¿El listado de nombres italianos con un poco de personalidad se había acabado? —agradaba sus risas hasta hacerlas estruendosas.
Por el contario, ella se paralizaba arrugando sus dedos.
—¡Qué absurdo! —Evans continuaba riéndose—. Estoy hasta casi celoso. Tiene que caerte en gracia para que le defiendas.
Madi respiraba hondo, aplacando el impulso de darle un buen puñetazo y hacerle callar.
—En fin, puedes seguir haciéndote la dura si lo prefieres. Pero lo que es evidente, es que conmigo nunca podrás tener secretos por mucho que los quieras esconder.
Pese a que Evans siempre trataba de no sobrepasar esa línea límite, cuando se dejaba llevar, imponía bastante. Sin buscarlo, despertaba en Madi un miedo que se transformaba en ira.
No sabía por qué, pero sin estar presente, era como si Evans la observara continuamente y lo supiera todo. Parte de la repulsión que le tenía, además de su continuo juego sexual bastante turbio, se debía a esa intimidad que le arrebataba.
—Recuerda que gracias a tu condición, no puedes darte el lujo de encapricharte con nadie —ella solidificaba sus puños sintiendo que el coraje la poseyese. Le odiaba.
—¡Deja de meterme en mi vida! —le gritaba—. No te importa con quien salga o con quien me relacione. Ese es mi puto problema. ¡No el tuyo!
Evans solía meter el dedo en la llaga a menudo.
—¡Oh, no, cariño! Claro que es mi problema. Tropezar dos veces con la misma piedra es algo que no puedes evitar. Tiene que haber alguien que te pare los pies. ¿No aprendiste la lección con ese guitarrista soplagaitas del tres al cuarto? —sus palabras eran como heridas que se reabrían.
—No-metas-a-Marvin-en-esto —su entonación pausada, le advertía de que no siguiese por ahí.
—Lo mires por donde lo mires, nadie podría comprenderte mejor que yo. Deja de verme como un continuo obstáculo, Madeleine. No soy quien te priva de tus malos gustos. Es la evidencia.
Llevaba nuevamente el cigarrillo a sus labios en una pose muy seductora.
—No puedo dejar de verte como lo que eres. Un puto enfermo con el que me hubiese gustado no cruzarme jamás. No llegas ni a ser un conocido. Me das tanto asco...
Pese a su desprecio, él le sonreía.
—¿Sabes lo que es un patchwork? —dirigiendo su atención hacia el lateral, hundía lo poco que quedaba del cigarrillo contra la barandilla.
Al hacerlo, se apagaba y sus cenizas se esparcían.
—Son desechos. Restos inútiles sin valor que todos desprecian.
Soplaba los restos grisáceos, como si quisiese hacer de ellos un símil.
—Esa es la realidad. La gente trata de embellecerlo con palabras tontas, diciendo que son trozos de retales diferentes, que al coserlos, crean una preciosa colcha de abuela. En una cosa sí que les daré la razón. En el momento en el que se unen, tienen sentido del por qué de su existencia. Algo así es lo que sucede con esta familia. Tú llegaste con Celina, posiblemente en el momento más crítico de vuestras vidas. Lo habíais perdido todo —lamiaba su labio inferior—. Yo vine solo por mi cuenta, cuando apenas era un crío. Tuvimos suerte de que Arissa y George tuvieron la amabilidad de acogernos a todos, y sin hacer demasiadas preguntas. Algo que se agradece. Juntos hacemos la fuerza, y sin mí o sin ellos, no eres nada, Madi. Justo como un estúpido e insignificante retal escondido en un cajón, esperando a que alguien se digne a descubrir, para terminar tirado a la basura. Así que haz el favor de seguir fingiendo que somos una familia feliz, aunque estés de mierda hasta las cejas —le sonreía.
—Precisamente ya finjo lo suficiente durante el día a día, como para también hacerlo contigo, y aparentar que me importas. Y gracias a tu preciosa comparación, puedo decir que con o sin vosotros, me sigo sintiendo encerrada en un apestoso cajón, que no ve la luz.
Arrugaba sus párpados observándole con una rabia atroz.
—¿Sabes, Evans? A veces desearía que me descubriesen y me tirasen. ¡Quizás así podría saber de una maldita vez, qué es lo que se siente cuando no se tiene miedo! ¡Cuando se es libre!
Le miraba directamente, manteniéndole el pulso visual. Madi proseguiría.
—La vida ya es complicada, como para complicárnosla más. Si tienes un mínimo de interés en mí, vuelca tu discurso maniaco a quien le importe, y déjame en paz.
Con cada afirmación, en su interior la sangre le bullía caldeándole la piel. Aborrecía esos condenados ojos que no dejaban de mirarla. Lo peor de todo, es que con ella eso era igual.
—Piénsalo. Mi discurso maniaco es un buen recordatorio —exhalaba contaminando el aire.
—Si por muy pequeños que sean los incendios siempre dejan huella, imagínate el que podría dejar uno que nunca se apagó.
Inclinaba la vista hacia la barandilla y su nuevo barniz grisáceo.
—¿Qué puedo decirte que no sepas, no? —ahora era ella la que se atrevía a sonreír—. Dónde cenizas hubo, cenizas quedan. Si eres inteligente, entenderás perfectamente a qué me refiero.
Su gesto más que victorioso, terminaba derrochando melancolía. Madeleine bajaba ligeramente la cabeza.
—Buenas noches, Evans. Eso lo único que puedo desearte y ni eso.
Ejercía desafiante, mientras que él le sonreía de oreja a oreja como si hubiese sido el mayor de los cumplidos. Madeleine se despedía con una mezcla extraña de sentimientos y él la dejaba ir sin más.
Evans esperó a que desapareciera de su campo de visión, mordiéndose los labios como si fuese una presa, que terminaría cayendo. Luego introducía la mano en el bolsillo de su camisa blanca, y sacaba otro pitillo de la marca Westerner Ice.
En el silencio hormigueante de la noche, se percataba de unas pisadas ligeras cerniéndose a su alrededor. Sin inmutarse, posaba el cigarrillo en la boca y lo encendía haciendo de sus dedos una pequeña cueva. La luz anaranjada se hacía visible y tras ella, otro sorbo más al montón.
Despreocupado, se volteaba adquiriendo la misma pose anterior, dejando que la nueva aparición se descubriese por sí sola.
La brisa exterior acariciaba sus rasgos, y en sus pies, percibía un vendaval aterciopelado que se abría paso.
Mr. Tofu se detenía delante de los barrotes que le protegían ante la inmensidad. Se sentaba, cerraba los ojos y lamiaba su costado sedoso como si no importara nada más.
—Miau —maullaba contundente, como si la noche activase sus sentidos.
—Gatito malo. Está mal escuchar conversaciones privadas. ¿No te lo han enseñado? —empleaba el mismo tono al que se le dirigiría a un niño cuando hacía algo mal.
Su pelaje tan blanco como la nieve, se ponía en movimiento enroscándose en sus pies. Sus patas llegaban a pisotear sus zapatos desgastados. Haciéndose a un lado, el minino se distanciaba hasta quedarse a un par de palmos de distancia.
—Deja de jugar con fuego, Evans. Vas a acabar quemándote —se escuchaba en la penumbra.
—Habló el que tiene que hacer malabares para que no le descubran —decía sin molestarse en mirarle.
El angora turco terminaba por tumbarse, dejando que las varillas helasen su piel mullida.
—No temas. Estamos solos. El chivo expiatorio está más que muerto —Evans sacudía la boquilla espolvoreándola.
—Aún no es el momento —le escuchaba decir.
Él reclinaría su cabeza fijándose en el gato. Pese a parecer tranquilo, movía su cola de un lado a otro, golpeando todo lo que se encontrase a su paso.
—¿Qué es lo que esperas, Evans? —su interlocutor era bastante directo—. Yo no soy Duncan. Así que ahórrate esos pasos protocolarios que nadie le importa.
El de la barba escatimaba una sonrisa con sabor a frustración.
—Lo que todos queremos. Justicia —emitía con rabia—. ¿Qué es lo que quieres tú?
—Lo mismo, supongo. Aunque no todos tenemos el mismo concepto de justicia.
—Entonces te pediría que tengas muy claros tus principios, antes de que comience la guerra.
—La guerra... —farfullaba. Ni siquiera sabemos dónde están las que faltan —estiraba sus patas.
—Estoy seguro de que esa maldita vieja sabe algo. Si abriese la boca, todo sería más fácil.
Alzaba la barbilla observando la luna tímida ya en el cielo. Mr. Tofu le replicaría con un gruñido en el que se ponía en pie, observándole desde abajo.
—Madeleine no es un juguete, Evans —le decía con sus ojos heterocromáticos intensos.
—No me digas que has acabado encariñándote —le contestaba con una sonrisa sarcástica.
—Claro. Después de todo, somos la familia Patchwork —abría sus fauces dejando escapar un bostezo muy efímero.
Seguidamente se erguía, y saltaba hacia el tejado dejándole tan solo, como esas piezas de tela tan insignificantes de las que él había estado hablando.
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-> ¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 💗
-> ¿Qué os ha parecido el capítulo? Revelador, ¿verdad? 💡
-> ¿Qué pensáis sobre la conversación entre Madi y Evans? ¿Sacáis algún dato interesante?
Hace capítulos atrás (en comentarios), me decíais que "dónde hubo cenizas, cenizas quedaban" Os decía que más adelante habría un capítulo dónde Madi hablaría sobre ello.
Pues bien, aquí lo tenéis, era este 😉😉
-> ¿Os esperabais lo último? ¿A qué conclusiones llegáis?
Estoy deseando leer vuestras teorías. Como podéis ver, todo se va relacionando entre sí
-> ¡Pada un día precioso! 💖¡Muchos besitos bonitos! 💖
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