Capítulo 18: El autógrafo

—¿Problemas en el paraíso?

A su lado, una mujer morena de pelo muy corto y ojos oscuros, no pasaba por alto su poca concentración.

Madi volvía al mundo actual fijándose en su figura de estatura baja y caderas anchas. 

—Sé que ahí fuera la vida no es de color de rosa. Pero intenta dejar aparcadas las preocupaciones cuando cruces la puerta, Madeleine.

La aludida agachaba la cabeza, terminando de secar la misma taza probablemente por quinta vez.

—Sí, claro —se dedicaba ahora a devolver los cubiertos limpios dónde pertenecían. 

Sobre la barra, la mujer alzaba el cuchillo y proseguía cortando equitativamente varias porciones de pastel de manzana.

—Puedes seguir haciendo los cambios de turno con Luca, siempre y cuando estén justificados.

Los iba depositando en unos platillos decorados con nata. 

—Pero cuando estés, te necesito al cien por cien.

Madi le asentía por inercia. 

—Y por supuesto mucha más compenetración por tu parte, ahora que seremos uno menos.

La rubia se detenía ante tal revelación. Sus expresiones reflejo de la sorpresa, le causarían gracia a la dueña del local. 

—¿No te lo ha dicho?

Madi se quedaba en blanco, pensando por un momento que era el italiano el que había hecho su renuncia. 

—Ese granuja mantiene la boca cerrada solo cuando le conviene.

Su sonrisa se agrandaba, disipando también cualquier malentendido. 

—A la madre de Eddie le han doblado los turnos, y necesita que alguien cuide de la hermana pequeña. Será algo temporal, pero también indefinido. Cuando quiera reincorporarse, será más que bienvenido.

Terminaba de emplatar los postres y los iba dejando sobre la bandeja. 

Madi encajaba la noticia. Aunque a Eddie le gustara molestarles a ella y a Luca con su supuesto idilio, le había terminado tomando cariño.

—Primera noticia.

Miraba por encima la hoja del pedido, se giraba hacia la máquina, y servía con diligencia los capuchinos anotados. 

En ese vahído cálido efervescente, el olor a café intenso inundaba reiteradamente sus sentidos. Entretanto, pensaba que sería extraño dejar de ver al de nariz aguileña.

—Lo suponía —le escuchaba decir a su jefa en ese momento, en el que terminando, iba dejando los recipientes de porcelana humeantes sobre la tarima. 

Lorna sacaba los platillos a juego, y seguidamente depositaba todo en su conjunto sobre una de las bandejas. La fragancia dulce de la crema pastelera, era una bomba explosiva junto a unos cafés recién hechos. 

El ruido de la maquinaría fusionado al sonido ambiente, se empastaría con las pisadas cercanas de alguien adentrándose en el establecimiento. 

—Encárgate de este cliente, ¿quieres?

Le decía antes de posar la bandeja sobre su antebrazo, y cruzarse de cara con él. 

—Muy buenas tardes. ¡Bienvenido al Apple pie & Coffee!

Lorna le ofrecía una sonrisa simpática a un joven cuyo rostro, no se apreciaba por la capucha gris de su cazadora deportiva. Él le devolvía el saludo con un ligero cabeceo. Ella mantendría la sonrisa hasta desparecer tras el umbral.

Madi no le prestaría atención, hasta que el desconocido se acercaba a la barra, y tomaba un taburete por banda. Siguiendo el mismo protocolo servicial que de costumbre, abría la boca dispuesta a soltar la misma jerga. Al quedarse en sus rasgos, no llegaría a emitir ningún sonido. 

Los mechones cobrizos pintados en sus puntas de rojo, asomaban traicionándole por encima del tejido. Pero más que eso, estaban sus ojos canelas inconfundibles mirándole fijamente en sus trazos verdes. Sus pecas adornando el tronco de su nariz, ligadas a la anilla plateada aposentada en su orificio izquierdo, era ese culmen que lo terminaba de delatar. 

Madeleine tragaba saliva al percibir sus pulsaciones más aceleradas.

—¿Qué estás haciendo aquí? —sus pensamientos le ganaban en esa batalla de mantener la mente en frío. 

Él apoyaba un codo sobre la barra, y jugueteaba con los bordes que ocultaban su frente. Luego le sonreía marcando esos hoyuelos, que siempre la desarmaban en el juego de ser la indiferente.

—¿Tú qué crees? —dejaría un espacio en blanco en el que ambos mantendrían la conexión. 

Él cruzaría sus brazos sobre la tarima en una pose tan desganada, como atrayente. 

—Aunque mira, ya puestos te doy a elegir —su voz profunda la ponía nerviosa—. ¿Quieres que pida un café o explicaciones?

—Odias el café. Tampoco tengo nada que explicarte, Marvin. Vuelvo a preguntar. ¿Qué haces aquí?

Posicionaba sus puños sobre sus caderas, como si con eso ganase un poder que para nada tenía.

—Lo sabes perfectamente.

Sin reproches, se quedaba en la profundidad de sus ojos turquesas.

—¿Chester no te ha dado mi mensaje?

Exponía arisca, marcando el arqueado peligroso de sus cejas.

—Sí, puede ser —divagaba—. Aunque no me acuerdo —se le escapaba una sonrisa que sin querer, conseguía contagiarla—. ¿Por qué no me lo dices tú misma?

Ladeaba su cabeza mirándola insistente.

—¿Sabes que lo que estás haciendo se llama acoso y es denunciable?

Madeleine curvaba sus comisuras hacia arriba.

—Acoso es que el vecino no sepa tocar la guitarra, y que tengas que escucharle cantar todas las tardes, solo por vivir en frente. Si sobreviviste a eso, creo que nadie podría pararte.

La del pelo rosáceo le esquivaba hundiendo sus labios. 

—A esto yo lo llamaría ser adultos y sentarnos a hablar. ¿Hasta cuando vas a seguir dándome largas, Madi?

Llamando a esa concentración que le había abandonado durante toda la tarde, ella reunía la seriedad que imperaban en sus problemas, y borraba sus gestos indulgentes.

—¿Por qué ahora después de tanto tiempo? —preguntaba sin pensar. 

Marvin no vacilaría.

—Nunca ha sido una cuestión del ahora. Siempre...—se pausaba mordiéndose los labios—. De una manera u otra, siempre has estado presente.

Movía la cabeza reafirmándolo concienzudamente. 

—No pienses ni por un segundo que dejaste de ser importante, Madeleine.

Justo después se creaba un silencio sepulcral, interrumpido por el runrún de la maquinaría. Ella se desmoronaba al mantenerle el contacto. 

Para su suerte, Lorna volvía al interior salvándole de esa tentación tan difícil de superar.

—Madeleine, un capuchino, un moca y un zumo de naranja —su voz la sentía lejana—. Yo me encargo de las napolitanas.

Cruzaba a espaldas del guitarrista, momento en el que Marvin estiraba los extremos de su capucha hacia abajo. Al llegar, la jefa mantenía la vista sobre una barra vacía. 

—¿Le has atendido?

Se extrañaba que con lo hábil que era, aún no hubiese ni una simple cucharilla sobre la encimera.

—Sí —expresaba convencida retomando el control—. Un batido de vainilla con caramelo.

Recordaba perfectamente cuál era su predilección, lo que a él le hacía esbozar una sonrisa abierta desde su escondite. 

—¿Quiere el señor una pajita?

Preguntaba socarrona con una sonrisa forzada, a medida que comenzaba con su elaboración. Aguantado el tipo, le daba la espalda sin esperar una réplica.

—No, tranquila.

Expresaba con el mismo entusiasmo bajando la guardia, contemplando ahora dónde acababa la curvatura de su lumbar. Marvin volvía a morderse los labios, salvo que sería con una connotación diferente a la anterior. 

—Me gustaría verme con un bigote blanco a lo Papá Noel.

Su tono de voz tan característico, llamaba la atención de la propietaria.

—¿Nos conocemos? —curiosa, Lorna enfatizaba en su fisionomía parcialmente oculta. 

Él llevaba sus ojos al cielo y después resoplaba pesaroso. 

—Disculpa, me suena haber visto tu cara en alguna parte.

Gesticulaba con sus manos y entrecerraba sus ojos. Por educación, él se dignaba a mirarla. 

—Sí —asentía convencida—. ¿Eres el tal Marlín? ¿Darlín?

Madi aguantaba una carcajada en su garganta. El zumbido de la batidora sumado al gorgoteo del lácteo, la ayudaban a soltarse si así lo quería.

—Sí —desganado, él se daba por vencido—. Es Marvin, el guitarrista de...

Efusiva, ella le cortaría.

—¡Claro! ¡Eso es! ¡Qué tonta! —daba un aplauso hueco—. Lo siento. No soy muy buena recordando nombres.

No sabía por qué, pero que no intentara hacerse la súper fan, ganaba puntos con él.

—Sería genial que intentase recordar el nombre del grupo —soltaba Madi sin inmutarse.

—¿Eres el de la banda que está empezando ahora, verdad? Tiene muy buenas críticas. Personalmente no he escuchado ninguna de vuestras canciones. Pero me encantaría oírlas. Sería un placer —le sonreía.

—Gracias...—se quedaba con la interjección simple. 

No recordaba que ella se hubiese presentado.

—Lorna —emitía radiante—. Hagamos algo —daba un rodeo alojándose tras el mostrador. 

Una vez allí, agachaba la cabeza buscando en los estantes encubiertos algo en concreto. No encontrando nada decente, desviaba su atención hacia las divisiones del mueble, dónde se ubicaban las cafeteras. Hallaba la solución tomando una de las servilletas propias del local. 

Podría ser muy poco formal, pero para Lorna eso era mejor eso que nada. 

—Te voy a dar mi teléfono personal.

Dictaminaba finalmente, tardando mucho menos en localizar un bolígrafo con el que escribir. 

Marvin reparaba que el papel translúcido dónde la tinta azul se iba solidificando, se encontraban los datos de la cafetería. 

—Coméntale a tus compañeros si algún día les apetecería tocar aquí.

Subrayaba los dígitos con una concluyente línea horizontal. 

—Quizás podríamos celebrar algún evento para Navidad, ya que es la festividad más cercana.

Le tendía la servilleta con un brillo especial en los ojos. El guitarrista lo aceptaba sin poner trabas, fijándose en los números como si fuese un amuleto mágico. 

Antes de girarse hacia ellos, Madi cerraba los ojos apretándolos muy fuerte. 

Conociéndole, Marvin no desaprovecharía la ocasión. 

—Como grupo que busca ampliar vuestro público, sería una muy buena oportunidad.

Lorna continuaba dándole más razones para evitar una negativa. 

—Contamos con una clientela asidua. Y por supuesto que el café, también se vería beneficiado al contar con unos chicos como vosotros. Todo son beneficios.

Él se daba cuenta de que Lorna era sincera y directa. Valores que él admiraba.

—Claro, ¿por qué no? Se lo comentaré —llegaba a doblar el papelito antes de guardárselo.

—¿Lleváis mucho tiempo dedicándoos a la música?

Para sorpresa de ambos, Lorna no pararía ahí y seguiría interesándose por sus antecedentes. 

Haciendo como si no existiesen, Madeleine dejaba una copa perfecta sobre la tarima. 

Pese a parecer que estaba más atenta en esparcir sobre su cima, un sirope que olía de miedo, oiría en silencio esa información de él que le era inconclusa. 

Por su parte, Marvin agradecía que Lorna hablara en plural, y no solo centrándose en él como muchas veces era costumbre.

—Se podría decir que fue el año pasado cuando nos lo tomamos más en serio.

Entrelazaba sus dedos siéndole sincero. 

—Fueron unos inicios duros, tocando de teloneros en algunos grupos de poca monta, y viajando de aquí a allá a cualquier oportunidad que se prestara. Tuvimos que sacrificar los estudios presenciales y no tener un lugar al que llamar hogar.

Lorna estaba encantada con las explicaciones de más, creyendo que ese joven encantador se abría ante ella sin reservas. 

En cambio, Marvin aprovechaba la situación para dar ese punto de vista que Madi desconocía. 

—También perdí el contacto con gente con la que no quería perderlo —acentuaba muy mucho lo último—. Para rematar, el cantante tuvo un accidente a mediados de año. Para bien o para mal, ha hecho que ahora tengamos un ritmo de vida —se detenía dirigiéndose a su ex —menos agitado —continuaba sin apartarle la vista, percatándose que estaba echando demasiado caramelo—. Seguimos bajo las exigencias de nuestro excéntrico manager. Pero sí —se tornaba nuevamente hacia Lorna —tenemos más libertad para hacer lo que nos dé la gana, dentro de lo que cabe.

Madi paraba al ver que se había pasado tres pueblos con tanto azúcar.

—¡Oh, bueno! Supongo que es el precio que hay que pagar para alcanzar la fama.

Soltaba una risita condescendiente. 

—¿Eso quiere decir que finalmente os habéis instalado en Salmadena?

Astuta, preguntaba algo que indirectamente, le vendría bien saber si finalmente tocaban en el café.

—No, ojalá. Nos quedamos en Lindubrel...

—¡Vaya! ¡Una lástima! Bueno, tampoco está tan lejos.

Reparaba en que su empleada había concluido un generoso batido. 

—¡Gracias! Madeleine, te voy a necesitar en cocinas para preparar algunos postres más. Yo me encargaré de las bebidas y del reparto.

Cambiaba las órdenes de bando, mandándola desgraciadamente a cambiar de ubicación. Marvin se desesperaba. 

—Invita la casa —Lorna se lo tendía.

—Gracias, pero no es necesario —odiaba aprovecharse de su supuesto estatus ascendente. 

Aunque más que eso, le mosqueaba no poder intercambiar un par de palabras más con su principal interés.

—Insisto —le ofrecía también una sonrisa muy grata. 

Sin mirarle, Madi aprovechaba el momento para desplazarse tras su jefa y pasar de largo lo más desapercibida posible. En el fondo, le daba las gracias.

—Perdona —rápido, Marvin la detenía—. Me habías pedido un autógrafo, ¿no? —sonaba convincente.

—¿Le has pedido un autógrafo? —Lorna le preguntaba curiosa, leyendo en sus facciones de asombro al no saber a qué venía eso, una vergüenza que trataba de paliar—. ¡Yo también quiero el mío!

Se giraba usando la misma estrategia anterior, para que el guitarrista tuviese algo dónde garabatear. En minúsculo tiempo en el que Lorna les daba la espalda, sacando otro par de servilletas, ambos se miraban fugazmente. 

Madi no entendía qué era lo que pretendía, pero desde luego que quedarse quieto no.

—Por supuesto —expresaba él contestándole, sin alejar su disposición sobre unos ojos turquesas.

Esperando a que esa entrega se hiciera, Marvin dejaba sus manos sobre la tarima, acogiendo el bolígrafo que la misma Lorna, había dejado atrás hacía dos minutos. 

Cuando los recibía, ejercía con soltura una caligrafía irregular con unas cuantas líneas curvas, y le tendía el papelito a una mujer sonriente. Contenta por su nueva adquisición, Lorna no reparaba en la mirada nostálgica del guitarrista hacia la rubia, antes de empezar a dibujar otros trazos azules. 

Arrugando las esquinas del papelito con sus dedos, tapaba con sus palmas esa firma que Madeleine pretendía recoger. Cuando finalizaba, premeditado o no, sus dedos se rozaban, haciéndole sentir a la que fue su ex un escalofrío en sus vértebras. 

Fue un momento muy efímero, pero para Marvin también significaba algo más que eso.

—Si me disculpas, tengo que seguir trabajando.

Lorna rompía ese vínculo frágil, obligando que Madi tomara arrebatadamente el papel, y saliera sin explicaciones cambiando de habitación. El olor de su pelo rubio rosáceo en movimiento, hacía que Marvin siguiese su recorrido, y en él, también se despertasen recuerdos dormidos. 

—Si quieres ordenar algo más, solo tienes que decirlo.

Lorna no reparaba en que él estuviera ensimismado con su empleada. 

—¡Qué aproveche!

Culminaba colocando esa pajita con la que Madeleine había hecho la gracia.

—Gracias —decía sin ánimos, sabiendo que ni su bebida favorita podría levantarle el humor.

Perdiendo la nitidez de su voz, cuando Madi había ganado la distancia considerable, y desde su perspectiva no podía ser vista, desdoblaba con ansias y dedos temblones la dichosa servilleta. Como cabía de esperar, en ella no había un autógrafo. Sino un texto con letras grandes y muy concisas.

"Contesta mis mensajes...por favor"

Leía arrugando nuevamente el papel, haciendo de él una bolita que terminaría en sus bolsillos, porque no tenía valor de tirarlo a la papelera. 

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-> ¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 

¡Cuantísimo tiempo sin actualizar! 😂😂😂

(Como dije en los mensajes del tablón, han sido unas semanas un poco agitadas) 

(Pero la semana que viene espero volver al horario habitual de publicación ❤️)

-> Bueno, decidme ¿qué os ha parecido el capítulo? 😊

-> ¿Os ha parecido importante la información que nos ha dado Marvin? 

-> ¿Y la propuesta de Lorna? ¿Se llevará a cabo?

-> ¿Qué creeis que hará Madi? ¿Qué ocurrirá ahora?

Me veo en la obligación de deciros que el próximo capítulo es MUY 💣, pero que MUY 💣 importante. Tanto como el capítulo 14. Os aseguro que os hará qué pensar 😉😉😉

💛💫 ¡Tened un día precioso! 💫💛

¡Aprovecho también para felicitar a todas las mamás por el día de la madre!  😃❤️

❤️💖💕 ¡Muchos besitos bonitos! ❤️💖💕

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