Capítulo 14 (parte 1): El inicio del caos
En la oscuridad oscilante por el resquicio de sus pestañas, Madi sentía el calor de las brasas dorándole la piel. Al fondo y junto el crepitar de la leña, percibía el olor inconfundible a madera incandescente.
La paz del momento hacía que sobre su silla de anea, el sueño llamara a su puerta en un ligero cabeceo.
De pie y acariciando sus sienes, unas manos templadas operaban sobre los mechones de sus cabellos finos. Por el entramado realizado, percibía que tensados en su raíz, estaban siendo parcialmente recogidos en una corona de trenzas.
Pese a que no fuesen precisos, el mimo de esos dedos deslizándose por su cabeza, era ese punto que la ayudaba a caer en la somnolencia.
—¿Preparada para la celebración?
Escuchaba una voz que reconocía a la perfección.
Madi abría sus ojos por completo, topándose con un cristal borroso tan difuminado, como las sombras de aquella noche. No percibía nítidamente sus rasgos a través del espejo.
Aún así, apreciaba que la silueta correspondía a la de una mujer rubia de melena corta.
—Alegrad vuestro rostro, Alana. Va a salir bien —expresaba con cansancio, siguiendo con el cruzado de su pelo blanco—. Tenéis la mala costumbre de preocuparos por cualquier nimiedad.
Alana le sonreía a su reflejo. Su acompañante seguiría estoica con su tarea.
—¿Estáis siendo alentadora? —generaba una abertura mayor en sus comisuras.
—Sí —expresaba desganada—. Lo aprendí de vos. Deberíais estar halagada.
Sin despegar la vista de su coronilla, permanecía inmune a cualquier emoción. Dejó el tiempo correr esperando a que Alana continuara. Pero ella no llegaría a hacerlo.
—Moira se ha encargado de todo —espiraba—. Y Dione y los suyos también han estado ayudando —encauzaba otro mechón claro—. Ya sabéis que esas dos congenian bastante bien.
—Es algo comprensible por nuestro vínculo. Somos hermanas y Lúa también lo será. Como Guiomar lo fue en su día —alzaba sus cejas.
Ahora era cuando la otra mujer sí que esbozaría una sonrisa.
—Moira y Dione no se aprecian precisamente como hermanas, Alana. Cualquiera con un par de ojos podría verlo. Pasan un tiempo inestimable juntas.
Insinuaba algo que en la comunidad, ya se sabía más que de sobra.
—Podrían decir lo mismo de nuestra persona, Siena —reía arrastrando a su oyente.
—No os atreveríais a engañar a vuestro querido esposo —desviaba su atención hacia un capazo de mimbre, en el que se percibía una respiración dulce y profunda.
En su interior y envuelto con sábanas de un blanco roto, yacía un bebé de mejillas sonrosadas. Al entender el por qué Siena se había detenido, Alana encauzaba su centro hacía su misma dirección. Sin querer, se le arrancaba un gesto cariñoso.
—Ha caído rendida bajo un dulce sueño —todos los males se desvanecían cuando la miraba.
—No es de extrañar. Ha sido un día largo y aún no ha llegado a su fin.
Reanudaba un trenzado al que le faltaba un par de toques. La pequeña le hacía recordar, que sería el padre quién se quedaría con ella durante la festividad.
—¿Dónde se encuentra Leandro? —preguntaba Siena despreocupada.
—Necesitaban ayuda para traer los barriles de cebada y adecentar las caballerizas. Habrá abundante comida y se escucharán las más preciosas melodías —titubeaba—. Espero que nuestros invitados hayan recibido sus cartas.
Siena no diría nada, reparando en que a medida que hablaba, el tono de Alana perdía fuerza.
—¿Creéis que nuestras gentes son felices? —soltaba sin querer, como con miedo de oír algo que no quería.
—Deberían serlo. Hacemos lo que está en nuestra mano. No tenemos la culpa de haber nacido diferentes.
—Los Sabios aportáis mucho más que cualquier otro clan —Siena le escuchaba sin sobresaltarse.
—¿Lo decís vos, la Arcana de las Receptoras? ¿O la mujer insegura, que piensa que tiene que domar a los de su sangre?
Siena seguía con los ojos pegados en su desordenada obra. Alana inspiraba muy hondo.
—No sé qué más podría hacer...
Jugaba con los ribetes de su corsé, enclaustrado por debajo de su pecho.
—Están bajo mi custodia, Siena. Es muy fácil errar y muy dificultoso enmendar los desaciertos. Tener la mejor de las convivencias entre los cinco linajes, sería alcanzar el sueño que más anhelo.
—Sigo pensando que os impacientáis innecesariamente —ejecutaba un movimiento concluyente—. Terminado.
Hacía que Alana alzase sus ojos, y se encontrara con su reflejo borroso.
—Os ha quedado precioso —le regalaba otra de sus sonrisas radiantes.
—Mentís muy mal. ¿Nunca os lo han dicho? —se mantendría de piedra sin devolverle el gesto.
—A mí me gusta —más que por lo comentado, reía por sus muecas indiferentes.
—Tenéis un gusto pésimo —movía su cabeza negando a la nada.
—¡Gracias, Siena!
Se levantaba abriendo sus brazos, haciendo que en su agradecimiento, el vuelo de su vestido oscuro se abriese. En condiciones normales, Siena rehuía el contacto con cualquier ser viviente.
Pero con Alana era diferente. Dejándola que la acogiera en su abrazo afectuoso, no le correspondería, ofreciéndole una sonrisa silenciosa a cambio que su acompañante se perdería.
Tras los cristales ahumados de la pequeña cabaña, Alana apreciaba nuevas luces emergiendo desde el exterior. Junto a ellas, un barullo que alertaba la impaciencia por la ceremonia de la gran noche.
—¡Los invitados deben de haber llegado!
Alana se despegaba de su compañera, irradiando mucha emoción por cada poro de su piel. Algo totalmente contrario a Siena, que raramente se dejaba impresionar por algo.
—Vuestras misivas insulsas han dado resultado —se reía, siendo algo que podía permitirse por su cercana complicidad. Alana no se lo tomaba en cuenta. Estaba acostumbrada a su personalidad esquiva.
—Me encantaría que fuéramos a recibirlos. Pero no desearía dejarla sola.
Lanzaba una mirada de ternura hacia la cuna. Sospechaba que a Leandro aún le quedaría trabajo para rato. Siena fruncía el ceño.
—¡Ag! ¡Vale, id! Pero como empiece a llorar, olvidaros de las presentaciones —cruzaba sus brazos.
—¡Os adoro, Siena!
Lo decía sabiendo que a la que llamaba hermana, no le gustaba nada las demostraciones afectivas. Mientras que Alana rebosaba felicidad, ella volvía sus ojos en blanco.
—Salid antes de que me arrepienta —conociéndola, Alana no dejaría que se echara atrás.
Acercándose a la cuna sin hacer ruido, le proporcionaba un beso muy tierno en la cabecita a su bebé. La iluminación en aquella casa era muy pobre. Pero hubiese jurado que aún en sueños, la pequeña había esbozado una sonrisa por ese gesto de amor.
Encontrándose visualmente con su mayor confidente, se despedía de ella sin mediar palabra.
A continuación, accionaba la puerta de roble.
Una vez la abría y la cerraba con la mayor de las delicadezas, descubría un mundo al aire libre lleno de matices. La brisa helada de la noche conseguía erizarle la piel. Pero más que eso, la rodeaba un olor a carne asada, que hacía babear a cualquiera antes incluso de haberse cocinado.
Contrastando con la seriedad de las fachadas de leño gris, el punto de color lo aportaban los banderines de los que éstos se colgaban. Avivando el ambiente, su material frágil llenaba de alegría todos los rincones allá dónde sus ojos viajaban.
En la distancia, el retintineo de las cuerdas de los laudes verberaban en la atmósfera. Los acordes sueltos, muy seguramente, serían el inicio de la práctica antes de la verdadera función.
Los niños corriendo de un lado a otro, la familiaridad de las hogueras, o el aullido de las especies salvajes despertándose en el bosque, eran una de esas tantas cosas mágicas que la vida le regalaba cada día. Sin embargo, aquella noche sería diferente.
Como cada año, los pactos de hermandad entre los cinco linajes se renovarían, y eso la hacía emblemática.
Avanzando por el manto natural de su jardín, advertía que el agua no había llegado a cuajarse lo suficiente, como para producir nieve. No obstante, unas volutas de color blanco pincelaban el camino que marcaban sus cultivos de hortalizas. Dejando atrás los terrenos, Alana dedicaba una mirada a sus alrededores.
Efectivamente había caras nuevas, dibujándosele una sonrisa al ver que los habitantes de la villa, estaban siendo muy generosos con su recibimiento.
El relinche de uno de los caballos, hacía que reparase en el establo. Como preveía, una vez se encaraba hacia los tablones de la construcción, seguía habiendo muchas cosas por hacer.
Los animales estaban inquietos y a la misma vez, reconocían por la emoción de quien los cuidaba, que se debía a algo especial.
En una de esas corridas, en cuyo propósito era esconderse bajo los tacos de heno, uno de los niños chocaba torpemente con Alana. El pequeño de pelo negro muy rizado, se extasiaba cuando veía con quien había tenido la colisión.
Abriendo al máximo sus ojos expresivos, también lo haría su boca por el respeto y la belleza que ella despertaba. Alana le ayudaría a no darse de bruces sujetándole a tiempo.
—¿Estáis bien, Noa?
Le observaba con temor, relajándose cuando el niño no empezaba a llorar.
—¡Lo siento, Arcana Alana! ¡Tendré más cuidado la próxima vez!
Ella le acariciaba la cabeza sonriéndole. Avergonzado, él inclinaba su barbilla. La admiraba muchísimo y por ello, que le costara tanto mirarla a la cara.
—¿Cuándo...? —balbuceaba—. ¿Cuando podrá salir a jugar? —decía al fin.
—Aún es muy pequeña. Pero cuando crezca le encantará jugar con vos —se inclinaba arrullando sus mejillas tintadas de hollín.
Los restos en sus labios, decían que se había atrevido a probar los asados.
—¿Podría ir a verla? —siendo su deseo mayor que su vergüenza, sacaba valor para expresarlo.
—Por supuesto. Se encuentra en casa con Siena —al nombrarla, al niño le cambiaba la cara—. Procurad no saltar, ni gritar, si no quieres ver a la Arcana de las Sabias enfurecida ¿De acuerdo?
—¡Sí! —expresaba motivado, aunque con cierto recelo por la frialdad de la otra mujer.
Feliz por la autorización para ver a la pequeña, Noa salía disparado hacia la cabaña. Rebajaría su énfasis cuando recordaba, que debía moderarse ante la presencia de Siena. A Alana le hacía gracia su naturalidad.
Sonriendo por la incombustible energía del niño, hubiese terminado de encauzar el poco trecho que le separaba de los establos, si no hubiese reparado en la presencia de una avecilla piando desde sus altos cimientos.
En tonos castaños y buche blanquecino, le llamaría atención que aquel pájaro dibujase a orillas de sus costados, unos lunares de la misma tonalidad parda que sus plumajes. Intentando acercarse, vería que alzaría su vuelo desplegándose por encima de su cabeza, suponiendo una despedida temprana.
Reconduciendo el rumbo, Alana atravesaría el umbral del establo recibiendo de pleno todas sus fragancias. Allí, el olor a hierba fresca combinaba con las transpiraciones de las reses.
En un día de diario, el estiércol ganaría terreno en la predominancia de fragancias. Sin embargo, todo estaba quedando impoluto. No tardaría en descubrir al responsable.
Agazapado y de espaldas con una horca por banda, Alana distinguía a un joven de pelo corto castaño alborotado, haciendo de la limpieza una obra de arte. Sus pasos delicados, no habían despertado en él ni la más mínima sospecha de su presencia.
—¡Qué elegante estáis, Santana!
Admiraba su camisa blanca de tejido grueso, oculto en su torso por un chaleco de borrego aterciopelada. Su sorpresa sería traducida a una sonrisa peculiar, gracias a su barba mal recortada. Aparcando la tarea, erguía su espalda y apoyaba sus manos sobre el palo de la herramienta.
—Alana, ¡qué sorpresa!
La observaba detenidamente fijándose en su corsé y en su vestido.
—¡Estáis radiante! ¡Más que la más hermosa de todas las flores!
Sospechando el por qué estaba allí, Santana hablaba de más.
—Si buscáis a Leandro, fue al bosque —la sonrisa de Alana se borraba por completo—. El ganado necesitaba más sustento para los corceles de los huéspedes.
Él se distanciaría un par de pasos, lanzando una ojeada entre los huecos de los paneles de madera. En sus ranuras, Santana no reconocía a varios de los asistentes.
—¡Este año os habéis superado y con creces!
Expresaba con júbilo, perdiéndose la disparidad tan grande que hacía con la seriedad de la Arcana.
—¿Ha ido al bosque? ¿Sin compañía? —con su pregunta, Santana comprendía que había metido la pata.
—Tranquilizaos, sabe lo que hace —mordía sus labios queriendo salvar lo dicho.
—No podéis pedirme que lo haga. Él no es como nosotros. Él no...
—Él es un Común. No tiene poderes, lo sé. Pero eso no quiere decir que sea un necio.
En el momento en el que terminaba su jerga, una oleada de susurros se incrementaba, hasta el punto de generar un bullicio notable.
Como si de un presentimiento se tratara, Alana salía apresurada del establo.
Al alzar la vista, distinguía cómo en la lejanía contorneada por el bosque, el color rojo de las antorchas enrarecía el gris níveo que lo bañaba. Por su espesura era un lugar muy inseguro, incluso mucho más en aquella estación desértica, en el que las bestias buscaban desesperadamente sustento.
Para aquellos que no tenían habilidades, era doblemente mortal. Que se avistasen luces en alza no era una buena señal.
Con el corazón en un puño, Alana avanzaba mucho antes de percatarse, que sus piernas se movían sistemáticamente. Siguiéndole de cerca, Santana también quedaba perplejo ante tal suceso. Una voz rompería la realidad.
—¡Alana! ¡¿Dónde estáis?!
La desesperación asfixiante por cómo era nombrada, hacía saltar todas las alarmas a una mujer, que empezaría a perder la estabilidad. Al encauzar la vista hacia sus laterales, avistaban a otra de cabellos cortos morenos apresurada.
No le importaba la aprensión de los invitados, ni las malas formas con las que caminaba. La situación era bastante crítica como para andar con sutilezas.
—¡Moira! —la llamaba gritando acudiendo a su encuentro—. ¡¿Qué os ocurre?! —se temía lo peor.
—¡Deprisa! —decía casi sin respiración—. ¡Tenéis...que ir al bos...que! —se hacía dificultoso el entenderla—. ¡Dione está...tratando de calmar... a los Cambiantes....pero....
En ella se leía el pavor, deteniéndose al costarle horrores el pronunciar lo que se le pasaba por la cabeza. Tampoco ayudaba a que las nuevas caras, acecharan curiosas a lo que diría.
—¿Dónde está Siena? —sus expresiones desesperadas, decían todo aquello que su boca callaba. Alana no se contentaría con tan poco.
—Siena está con la niña... ¿Pero qué ha sucedido? ¡Moira, os lo imploro! —quería más información.
—Hay una confrontación y...—rebajaba el tono—. No puedo hacer nada con mis poderes de Revitalizadora —pasaba las manos por su cara—. Dione no va a poder encargarse sola. Lúa está a su lado. Pero...que haya sido la elegida para representar a los Comunes, no va a hacer que algo cambie.
—Vamos, os acompaño.
Viendo que Alana le estaba haciendo perder un tiempo muy preciado, Santana haría que desistiese con las preguntas. Le aportaría además ese refuerzo a la Arcana de las Receptoras iba a necesitar.
Sin aportar nada más, Moira se despedía fugaz posiblemente directa a la cabaña.
Dejando a unos huéspedes de rostros inconclusos con las ganas de saber a qué se debía tal alboroto, ambos encaminaban sus pies en una carrera agitada hacia el bosque.
Pasando de largo por el empedrado que llevaba a la plaza, dejaban a un lado la festividad, para adentrarse en las tinieblas de lo desconocido.
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-> Hola a todos, ¿qué tal estáis? 😊
-> ¿Qué os ha parecido esta primera parte?
(¿Habéis seguido bien el hilo argumental? Si tenéis dudas, haced preguntas. Os las contestaré en la medida de lo posible sin hacer spoilers 😂😂😂 )
-> ¿Qué opináis sobre la relación entre los personajes? ¿Os ha llamado alguno la atención?
-> ¿Y sus poderes, cuáles podrían ser?
❤️💕 -> En breve publicaré la segunda parte <- ❤️💕
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