Capítulo 1: Verdades ocultas

Los pasillos de la Facultad de Ciencias de la Información normalmente eran muy concurridos. Sin embargo, aquel miércoles matutino era diferente y Madeleine lo agradecía. 

Saliendo de la biblioteca dejaba que en sus prisas, la puerta oscilara en su acostumbrado runrún para luego alejarse con pasos agigantados. 

En su andadura su pelo suelto, largo y ondulado de un rubio rosado, se iluminaba haciéndose más brillante con las ráfagas de luz que atravesaban las ventanas. Al sentir sus ojos cargados, parpadeaba haciendo aletear sus pestañas blancas, privándole al mundo de sus iris turquesas fríos y a menudo desesperanzados. 

Frustrada, mordía sus labios finos carmesí, notando por el traqueteo de los libros que llevaba, cómo éstos se hincaban en la boca del estómago.

Con el ímpetu que marcaba su ritmo, sus pies se detenían delante de las taquillas adosadas a la pared. Habilidosa, buscaba la llave en el bolsillo de sus vaqueros azules, subiendo en su maniobra el dobladillo de su jersey rosa palo. Mientras que la localizaba, en su cabeza se reproducía en bucle la misma canción. La mañana había sido una más de tantas, pasada sin pena ni gloria. 

Sin respuestas. Sin avances. Sin sacar nada en claro. Eran los mismos pensamientos que taladraban su cabeza, cada vez que abría aquel maldito compartimento. 

A medida que oía la puertecilla metálica desplazarse en su bisagra, suspiraba dejando caer en su interior, el peso que habían soportado sus antebrazos. Más que liberación, lo que Madi sentía era impotencia. Una muy grande por encontrarse en un callejón sin salida. 

Derrotada, apoyaba la frente contra el conglomerado de estantes, dejando que la superficie frígida aliviara su piel clara. Mentalmente se repetía una y otra vez que era una ingenua. Una maldita y estúpida ingenua.

—¡BUUUuuUUUuuUuu! —desde su espalda, alguien la sobresaltaba de tal manera que le provocaba un brinco. Y no solo eso. 

La sorpresa traicionera hizo que sin querer, se produjese un coscorrón en la coronilla. Si hubiese llegado a tener los libros aún en su posesión, de poco hubiese valido lo que pesaban. Madi los hubiese lanzado por los aires. 

Enfadada, se daba la vuelta descubriendo al culpable, que sin ocultarlo, se echaba unas cuantas risas a su costa. 

—Mirad a quien tenemos aquí —se sujetaba el vientre—. ¡Si es la gran Madeleine Altava, saltándose las clases como de costumbre!

 Ella entrecerraba sus ojos observándole con aprensión, frotando al mismo tiempo la zona dolorida. Defendiéndose, le pegaba un certero puñetazo en el hombro. Viéndolo venir, él lo aceptaba sin apartarse.

—¡¡Maldita sea!! ¡Me has asustado, Axel!

Él traducía su insulto con una sonrisa mayor, arrugando en su gesto unos ojos castaños claros, que contrarrestaban con su maquillaje de sombra oscura. 

Queriendo salvar el enfado, Axel adquiría una pose interesante llevando la mano bajo su barbilla. Relucientes, sus uñas lucían inmaculadas en su ya acostumbrado esmalte negro. 

Luego llevaba sus dedos hacia su pelo de raíz morena, peinada perfectamente hacia atrás. Apuntando hacia arriba, sus mechones cortos y punzantes, se teñían de un verde muy potente.

—Que sepas que eso de faltar tanto a clase, se está volviendo un vicio muy feo.

 Ahí estaba él y su franqueza inherente. En cierta manera, era justamente eso lo que a Madeleine le gustaba de Axel. En cuanto a su recriminación, no tenía sentido negarlo.

—Digamos que tengo que optimizar el tiempo —antes de que su supuesto mejor y único amigo, husmeara por encima de su hombro, Madi se preocupaba por cerrar la taquilla de un portazo. 

Era inútil ocultarlo. La mueca sospechosa remarcada en su cara, ya le advertía que empezaría con sus preguntas.

—Llámame loco, pero... —se le acerca volviéndose más intenso —no veo donde está lo de optimizar el tiempo, si te dedicas a estudiar algo que puedes preguntarle directamente a tus tíos. Para algo se formaron y tienen una bonita tienda en la esquina, en la que por cierto, venden unas gafas de imitación animal print preciosas.

Como era de esperar había visto los libros, y sabía que se trataban de estudios oftalmológicos. Tampoco era la primera vez que la veía con ellos. 

Conociéndole, Madi preveía que en su cabeza aparecerían millones de ideas paranoicas. Axel era de espíritu inquieto y muy curioso, no sabiendo si esto último era algo bueno. Pero en definitiva, el motivo por el que hoy eran amigos. 

También era bastante bocazas y metomentodo. Tenía que empezar a darle respuestas, si quería que la dejase en paz. Por suerte poseía el don para devolvérsela, o para el caso, cambiar furtivamente de tema.

—Si me estás echando la bulla con eso de faltar a clase, eso quiere decir que tú sí has ido —añadía un énfasis muy exagerado en el 'sí' —. ¿Qué problema hay? Contamos con tus apuntes, ¿no?

Percibía que la energía de su compañero siempre por las nubes, se rebajaba dejando un ademán reticente.

—Eemmm.... —balbucea salvando el momento. —Pues no... He llegado tarde y con las prisas se me ha olvidado traer algo con lo que escribir.

Ella le miraba ofendida. Hacer este tipo de teatros, a veces funcionaba para que dejara de atosigarla.

—Te parecerá bonito tener que conformarnos con los apuntes de copistería. 

Sin poder evitarlo, se le escapaba una media sonrisa. Axel también la seguía. Después él se aclaraba la garganta serenándose.

—¿Te arrepientes de haber escogido la carrera de Periodismo?

Había tardado en sacar el tema. Sin saber qué decir, Madi rehuía el contacto visual. 

—¡Oh, vamos, Mad! —inclinaba su espalda buscando el tenerla de frente —. No serías la primera ni tampoco la última, a la que le pasa este tipo de cosas. Se ve a kilómetros de distancia que tienes otros intereses.

Tras exhalar, ella le miraba a los ojos.

—Lo que más me encantaría en este mundo, sería descubrir todas las verdades ocultas posibles. Así que sí. He elegido la carrera perfecta, Axel. 

Más segura, le desafiaba cruzando sus brazos a la altura de su pecho. Sabía que él no se conformaría con tan poco. Antes de dejar que se explayara, alzaba sus ojos al cielo implorantes, para luego bajarlos y toparse con otra realidad.

Algunos alumnos se dedican a ir y venir a lo largo del pasillo. Por la hora, intuía que las clases de muchos habían finalizado. Sus ojos turquesa se fijaban en la distancia, concretamente en alguien en particular. 

Sin quererlo, su boca se curvaba dibujando el contorno del asco. Axel ya había empezado a hablar, pero no se percataba que Madi no le estaba prestando atención.

—Pero vamos, hagamos como que te creo, que te sigo la corriente y quieres perseguir tu sueño a lo amazonas. Ya que estamos hablando de verdades ocultas, tengo algo que decirte. A menos claro está, que ya lo hayas visto por tu cuenta.

Él seguía su monólogo, viéndose interrumpido cuando de forma abrupta, alguien le empujaba haciéndole perder el equilibrio. 

Madi le sujetaba por sus hombros, dirigiendo junto a él y al unísono, una mirada conjunta hacia la responsable. La estela de su costoso perfume impregnaba la zona, así como sus ropas de cachemir. 

— ¡Eeeeeh, tú! —como era de esperar, no se iba a quedar callado —. ¿Tanto te cuesta mirar por dónde vas?

Sin la más mínima intención de mostrar arrepentimiento, encontraban a una joven que para su pesar, conocían bastante bien. 

Ella se giraba hacia ellos, luciendo en su piel morena los encantos de sus rasgos afroamericanos. Sus ojos oscuros, grandes y expresivos llamaban la atención. Pero más que eso, que tras sus labios carnosos pintados de rojo, reluciesen unos dientes perfectos que culminaban en una sonrisa victoriosa.

—¡Ups! Lo siento, como estáis en mitad del pasillo, dificultáis la circulación.

Coqueta, ladeaba la cabeza, acariciando su larga cabellera rizada azabache. Sus pantomimas sin sentido ponían enferma a Madeleine. 

—Lamento haberos interrumpido... —expresaba con un tono burlón  —. Aunque claro, qué voy a saber yo de verdades si de los tres, sois vosotros dos quienes hacéis novillos. ¿Qué edad tenéis?

Se jactaba, siendo su risa estúpida lo que causaba antipatía a los otros dos.

—¿Y a ti qué te importa? Ese es nuestro problema —Madi le observaba asqueada. —Preocúpate de mantener la atención en lo que explican, y no en quién falta y quién no —la joven morena le sonreía.

—Te crees muy lista para ser una mísera becada —la miraba de arriba abajo con sarcasmo, y después hacía lo mismo con Axel y su vestimenta al estilo punk —. Yo que tú me preocuparía de estudiar para que no me la quitaran —más que a un buen consejo envenenado, sonaba a amenaza.

—Pues yo me preocuparía por mi vida propia, en lugar de inmiscuirme en qué hacen, o no los demás —dando un paso al frente, Axel se le encaraba ocultando a Madi tras su espalda —. Tampoco sé a qué viene lo de la edad, cuando has sido tú la que ha provocado un choque tan ridículo, que podía ser el protagonizado por una villana en una película para críos.

Madi forjaba una sonrisa divertida por los comentarios de Axel. Él proseguiría.  

—La misma poca educación que se puede esperar de alguien que escucha e interviene en conversaciones que ni le van, ni le vienen.

La otra se enfurecía arrugando el ceño. Hecho afianzado por el posicionamiento de sus manos sobre sus caderas. 

Una voz inconfundible abriéndose en sus cercanías, les detenía haciendo que el rifirrafe no fuese a más.

—¡¡Serena!! —la tosquedad de su tono era único. 

Madi volvía los ojos en blanco y Axel la imitaba. 

—¿Dónde está mi churri moreno?

 Un joven musculoso con ropas deportivas se uniría al grupo. Sus ojos celestes expresivos, no compaginaban para nada con sus cejas gruesas, una de ellas partida en su curvatura. 

Las expresiones marcadas en su semblante le hacían poco confiable. Más, cuando normalmente tenía un humor cambiante. Su pelo corto negro estaba mojado, su frente transpiraba y sus ropas se sombreaban por la humedad. 

El recién llegado necesitaba una ducha urgentemente. Pero era el único de todos los presentes, que no parecía caer en ese detalle.

—El que faltaba... —sin inmutarse, Axel lo soltaba sin ocultar su afecto. 

Por su parte, Madeleine se hacía a un lado tapando su nariz. Su presencia le desesperaba en todos los sentidos. Pasando de largo del par como si no existiesen, él se acercaba a la joven dándole un beso que daba hasta vergüenza. Axel no sabía cómo Serena podía soportarle. Luego recordaba sus similitudes y no había más añadir.

—¿Qué haces tú aquí hablando con la albina y el sarasa?

Decía apenas se separaba de su amorcito. Axel pestañeaba varias veces, y después se reía sin creer cómo podía tener esa desfachatez.

—Rick, cariño, un poquito de por favor...

Hasta Serena, siendo como era, no le seguía en ese juego. Por el contrario, Ricardo era ese tipo de personas que necesitaba hacérselo mirar. A Madeleine empezaban a darle arcadas y no ya por el olor, sino por todo lo que él componía.

—¿Qué? Es lo que son, ¿no?

Ricardo los eludía, enfocándose enteramente en Serena. No por ello recapacitaba, cuando ella remarcaba el regaño en su mirada aprensiva. Él pasaba olímpicamente de lo que su novia pudiera pensar. Normalmente era ella la que se limitaba a darle la razón, pese a no estar de acuerdo. 

—¡Deja a estos pringados y vayámonos por ahí a celebrar! —su carisma hacía aguas.

—¿Pringados? —a Axel le daba por reír —. Nosotros también te queremos, Richard. Siempre es un gusto hablar contigo.

A pesar de hacer como que no le escuchaba, su semblante se oscurecía.

—¡Nuestro equipo de baloncesto ha ganado el partido! —Serena le sonreía feliz por su victoria.

—Ah, vale, ya lo entiendo —Axel seguía el hilo —. Por eso hoy está más simpático de lo normal. 

La paciencia de Ricardo parecía agotarse, porque ahora sí que le prestaría atención.

—¡Uf, de verdad, cállate! No hables, que me dan escalofríos...

No era capaz de acercársele, ni de mantenerle el contacto visual por más de dos segundos. 

— ¡Vámonos ya! —se dirigía a Serena alzando la voz, siendo poco menos que desagradable. 

Su ímpetu dejaba a los otros dos con un mal sabor de boca. A Serena, con una gran incapacitación para contradecirle. 

Antes de cambiar el rumbo de sus pies, ella les observaba con consternación. Por razones que desconocían, Serena no los tragaba. Sin embargo, a pesar de sus continuas disputas sin sentido, había ciertos límites sagrados que ella no sobrepasaba. 

Sin hacer esperar a su novio entre bufidos, ambos terminaban por alejarse, causando vergüenza ajena con lo que vendría. Ricardo bajaba su mano hasta las nalgas de su pareja, y las agarraba con alevosía.

—No sé si sentir pena por ella, o pensar que es parte del karma —el comentario de la rubia, le hacía gracia al del estilo punk. 

Girándose, él alzaba su brazo y se lo echaba por encima de sus hombros.

—¡Pero qué dices! ¡Si son la pareja perfecta! Hasta sus nombres hacen un combo. Mira, escucha atentamente.

Agrandaba la abertura de sus dedos pulgares e índices, y expandía el plano. 

—Serena Molier y Ricardo Santos. Juntos Muelen RICAmente los SANTOS cojones. ¿Cómo lo ves?

—Muy ingenioso —suspiraba después—. Tómatelo a broma si quieres —se quedaba en sus ojos castaños —. Pero no todos somos iguales, ni actuamos de la misma forma. Además de ser una actitud intolerable, puede hacer mucho daño. 

No era la primera vez que Rick hacía comentarios despectivos.

—Míralo por el lado positivo, al menos no es xenófobo.

Madi movía su cabeza negándole su comentario, sonriéndole porque con su personalidad, no le quedaba otra. 

—Algún día nuestro Ricardito aprenderá la lección como buen niño que es. Si te hace sentir menos mal, piensa que por lo menos hoy, Serena no le va a dar el 'caramelo' que ha venido a buscar.

Rebulléndose, ella agriaba su gesto.

—Ahora es a mí a la que le están dando escalofríos.

Axel se reía, comprobando cómo la pareja desaparecía finalmente del pasillo. Al hacerlo, descubría a alguien aproximándose hasta sus posiciones.

—¡Uuuf! Pues yo me estoy calentando como el sol en verano —se mordía el labio inferior, sin quitarle el ojo de encima a su presa —. Mira quien viene por allí —curiosa, Madeleine hacía lo mismo.

—Mierda... —soltaba sin pensar, susurrándolo entre sus dientes. 

Con andares despreocupados, un joven alto y delgado de ojos azulones verdosos, marcaba desde la distancia a Madi como su blanco. Su pantalón oscuro y su chaqueta de cuero, combinaban con su barba en ese carácter seductor. 

Cuando los pasos que les separaban se reducían, se apreciaba que los mechones rebeldes de su melena castaña clara, se habían escapado de su habitual cola de caballo baja. Era innegable el atractivo que despertaba.

—¿Dónde estabas? —era lo primero que llegaba a decir —. Te he estado buscando por todo el edificio.

El recién llegado no se molestaba en saludar a Axel. Él se lo perdonaba. Además de porque era su amor platónico, porque las bolsas, a orillas de sus ojos, le hacían tener una apariencia cansada. Tampoco le importaba que, en lugar de colonia barata, dejase un evidente olor a tabaco.

—Yo llevo buscándote toda mi vida —Axel nunca perdía la ocasión para tirarle los trastos.

—¿No se suponía que tenías clases esta mañana?

El otro seguía con su jerga, ignorando por completo a su fiel admirador. Que hiciera de él alguien invisible, mosqueaba muchísimo a Madeleine.

—¿Ahora eres mi canguro, Evans? —hacía una leve inflexión, para que se dignara a saludarle.

—Yo podría ser por ti todo lo que tú quisieras —Axel se estaba arrastrando más de lo normal.

—Hola, Axel. ¿Qué tal estás? —él se emocionaba por ese pequeño interés, y no dudaba en demostrarlo.

—En el séptimo cielo desde que te he visto aparecer —él le correspondía con una sonrisa desganada.

—Me alegro —le dedicaba una mínima atención, volviéndo después a Madi —. ¿Comemos juntos?

—¡Oh, sí! —el entusiasmo de Axel se elevaba al infinito. Su mejor amigo la mataría por su respuesta.

—No, lo siento. Tengo turno a las cuatro en la cafetería, y ya he traído algo de casa. 

Como pensaba, Axel la fulminaba con sus preciosos ojos castaños claros.

—Vaya, una pena... —frotaba su barba rasposa, realizando círculos perfectos con su pulgar.

—Yo no veo la pena. Podemos ir los dos. Solos. Juntos. Tú y yo. Piénsalo —le guiñaba el ojo.

—En otra ocasión —viendo su misión fallida, Evans no duda en perder más el tiempo. —Nos vemos luego entonces, Madi.

Se despedía otorgándole una mirada efímera a Axel, antes de desaparecer. Luego se alejaba, y el de reflejos verdes en el pelo, esperaba impaciente a que se distanciara lo suficiente para ponerse delante de ella. Seguidamente generaba miles de gesticulaciones cambiantes.

—Dime por favor, que no he sonado tan ridículo como parece.

Su efusividad no le dejaría que Madi le respondiese. 

—Es que tu primo tiene un no sé qué, que... ¡¡Buuff...!! ¡Semejante hombre! ¡¿Se puede ser más sexi?! Esos ojos que te atrapan, esa mirada que te mata, esa boca ¡ay! , esa barba...

—Axel...

—Lo siento. Este hombre me sobrepasa en todos los sentidos. Si tan solo se dejara...

—Admite que te hiciste mi amigo, solo para poder tenerle más cerca —le picaba a consciencia.

—¡Si ni siquiera sabía que tenías un primo como ese, petarda!

Remangaba los puños de su camiseta, mostrando un tatuaje tribal que se extendía desde su muñeca hasta más allá de su codo. 

—Si me hice tu amigo, fue por saber si en realidad eras una borde antisocial, o estabas haciendo el papel de chica malota. Para tu desgracia descubrí tu secretillo.

Lo dicho hacía que Madeleine se sobresaltase. 

—Eres una persona extraña. No te gusta confiar en nadie, salvo en mí, claro. Lo que te deja en un lugar peor aún.

—Bonita descripción. Sí. Así soy yo —a Axel le encantaba que le diesen la razón.

—Y por eso me caes tan bien.

Recapitulaba y después suspiraba por esa oportunidad perdida con Evans. 

—Bueno, si tienes poco tiempo, déjame al menos que me pille un sándwich y te acompaño. O ya puestos —se lo pensaba mejor —podrías servírmelo tú misma con tu súper delantal del "Apple pie & Coffee", y de paso, saludar a nuestro puberto favorito.

Madi sabía a quién hacía referencia.

—No te metas con Luca, por favor —se le asomaba una sonrisa inconsciente.

—¡Pero si tú también te estás riendo, bruja! No me negarás que es un bebé. Es tan tierno, tan dulce con su bigotillo rubio. Si es que es verlo, e inspirarte a pellizcarle los mofletillos.

—Le haría gracia si supiera que piensas eso de él. En fin, ¿vamos? —le generaba prisa.

—Claro. Pero antes me gustaría que te dieses la vuelta. Quizás encuentres una verdad oculta de esas de las que hablabas antes. Aunque dejándonos de rollos, esta no está tan oculta.

Generaba curiosidad.

—¿Qué quieres que mir...?

Antes de poder terminar la frase, sus ojos se topaban con un cartel pegado en el tablón de anuncios. Madi no había reparado en él, después del ofuscamiento por su nuevo fracaso. 

No llegó a leer la información completa, solo se quedaba a grandes rasgos con lo que éste reclamaba. 

Un nuevo grupo de música punk-rock que comenzaba a ser reconocido, Dark Lips, buscaba un vocalista suplente. Los carteles informaban sobre unos castings que tendrían lugar la semana siguiente. Esta noticia que podría ser irrelevante, a Madeleine le conmocionaba por varios motivos. 

No obstante, fueron las palabras de Axel las que le iniciaron un nudo en la garganta.

—Marvin está aquí, nena.

Dejaba un silencio sepulcral para que lo procesase, y leyese entremedias su contenido. 

—Tu ex merodea por Salmadena, y tengo mis dudas de que solo sea para estar repartiendo panfletos —decía en un tono travieso, creándole un gran impacto. 

Adrede o no, Axel la estaba empujando a una evidencia que ella se negaba a ver. Podría ser una de esas corazonadas inexplicables. 

Pero Madeleine estaba segura de que muy posiblemente, ambos se volverían a ver las caras.

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