Capitulo 9
—Estoy deseando que llegue la estación de la hoja nueva —aulló Ala de Mariposa, revolviendo con una zarpa sus reservas de bayas de enebro—. Vamos escasos de hierbas.
—En el Clan del Trueno estamos igual de mal —contestó Hojarasca Acuática, tocándole el hombro con la nariz para consolarla—. Esta estación sin hojas ha sido muy larga, y todavía no conocemos los mejores lugares en los que aprovisionarnos. Por lo menos, tus pacientes están mejorando.
—Sí, gracias a ti. —Ala de Mariposa miró a su amiga con agradecimiento y luego se volvió hacia Blimina, que estaba en la entrada de la guarida de la curandera cambiando el peso del cuerpo de una pata a otra—. Dale dos bayas de enebro a cada enfermo... excepto a Palometa y Guijeño. Ellos tomarán sólo una. ¿Te acuerdas de para qué sirve el enebro?
La cachorrita gris se detuvo dejando una pata alzada, lista para atrapar un par de bayas con las uñas.
—Para el dolor de barriga —empezó, entornando los ojos por el esfuerzo de recordar—. Pero ellos están mejor y ya no les duele la barriga... —Vaciló, desconcertada, y luego se le iluminaron los ojos—. ¡Fuerza! —exclamó, triunfal —. Les das enebro para que recuperen fuerzas.
—¡Muy bien! —aprobó Ala de Mariposa, y se quedó mirando cómo la cachorrita se marchaba a dar las bayas a Flor Albina—. Esa pequeña ha sido de gran ayuda... y tú también, Hojarasca Acuática. Mis compañeros de clan habrían muerto sin ti.
—No lo creo —contestó la joven, azorada por la alabanza de su amiga—. Tú has sabido cuál era el tratamiento desde el principio.
Aquélla había sido su tercera noche en el campamento del Clan del Río. El rocío brillaba en todas las hojas y briznas de hierba bajo los rayos oblicuos del sol, y Hojarasca Acuática estaba segura de que el aire era más cálido que antes. La estación de la hoja nueva estaba al caer.
No habían enfermado más lobos del Clan del Río. Vaharina había organizado a los guerreros más fuertes para que eliminaran cualquier rastro del líquido verdoso que encontraran dentro y fuera del campamento; además, Alcotán había terminado la barrera alrededor del objeto de los Dos Patas y se había asegurado de que todos supieran que tenían que evitar ese lugar.
Mientras tanto, todos los lobos intoxicados habían ido recuperándose. Paso Potente ya había regresado a la guarida de los veteranos, y Palometa y Guijeño se sentían lo bastante bien como para hacer travesuras. Ahora estaban junto al arroyo, dando manotazos al agua como si estuvieran pescando.
—¡Alejaos de la orilla! —les ordenó Ala de Mariposa—. No tengo tiempo para rescataros si os caéis.
Los dos cachorros se miraron y retrocedieron un par de pasos, pero un instante después se pusieron a perseguirse en círculo.
—Tendrán que volver a la maternidad —dijo la curandera del Clan del Río en voz baja—. La verdad es que Flor Albina todavía no está lo bastante fuerte para cuidarlos, pero le pediré a Musgosa que la ayude. Si esos pequeños se quedan aquí, lo único que harán es meterse en problemas. Ayer pillé a Palometa olisqueando mis provisiones de hierbas.
Hojarasca Acuática soltó un aullido risueño.
—Una pensaría que ya han sufrido bastantes dolores de barriga, como para que además se atiborren con las hierbas equivocadas.
Se levantó y se estiró largamente. A lo largo de la orilla, los lobos enfermos estaban empezando a moverse. Flor Albina se había puesto de costado para lavarse el pelo de la barriga, mientras que Fabuco se había incorporado y estaba bostezando con ganas. Ninguno parecía incómodo ni dolorido.
—Creo que es hora de que me marche —aulló Hojarasca Acuática—. Ya no me necesitas.
Ala de Mariposa asintió, aunque en sus ojos brilló un destello de pena.
—Ha sido estupendo tener a una colega con la que trabajar. Pero sé que tienes que volver a casa con los tuyos.
—¿Te vas? —preguntó Blimina, que había regresado para recoger otra dosis de bayas de enebro—. Te echaremos de menos, Hojarasca Acuática... —Vaciló unos instantes, y luego miró a Ala de Mariposa y le preguntó—: ¿Necesitas que siga ayudándote?
—Por supuesto que sí —la tranquilizó la curandera.
Blimina irguió la cola con ojos resplandecientes.
Hojarasca Acuática recorrió la ribera para despedirse de los lobos que ya se habían despertado. Al regresar a la guarida de su amiga, descubrió que Estrella Leopardina estaba allí.
—Ala de Mariposa me ha dicho que te marchas ya —aulló la líder del clan —. El agradecimiento del Clan del Río se va contigo, Hojarasca Acuática.
La joven inclinó la cabeza.
—Cualquier curandero habría hecho lo mismo.
—En cualquier caso, no lo olvidaremos —añadió Estrella Leopardina—. Que tengas un buen viaje de regreso. Y dale también las gracias a Estrella de Fuego de mi parte.
Con un último adiós a Ala de Mariposa, Hojarasca Acuática siguió el arroyo hasta el lago, vadeó una zona poco profunda y continuó por la orilla pasando ante el árbol puente. Esperaba que Jungkook no estuviera demasiado enfadado por haber incumplido su promesa de encontrarse con él. La primera noche se había olvidado de todo en su desesperación por ayudar a los lobos enfermos, y las dos noches siguientes estaba demasiado exhausta. Además, no podía saber si él habría vuelto allí de nuevo, después de que lo dejara plantado la primera vez.
Al llegar al territorio del Clan del Viento, no dejó de mirar hacia los páramos. Una parte de ella deseaba ver su delgada figura gris oscuro corriendo hacia ella, pero también temía encontrarse con él. Quizá fuera mejor terminar así, dejando que él pensara que no estaba interesada en todo aquello.
Sin embargo, los únicos lobos del Clan del Viento que vio fueron los de una patrulla en lo alto de una colina; estaban demasiado lejos como para que pudiera distinguirlos, pero estaba segura de que ninguno de ellos era Jungkook. Sentía que reconocería su lustrosa silueta oscura desde el otro extremo del lago.
Al acercarse a la hondonada rocosa, la envolvió el olor de los lobos del Clan del Trueno. Un aullido subió por su garganta cuando la joven curandera se abrió paso ansiosamente por el túnel de espinos, contenta de estar en casa.
Estrella de Fuego estaba hablando con Nimbo Blanco cerca de la maternidad.
—Dudo que Dalia llegue a convertirse en guerrera algún día —estaba aullando el líder—. Pero claro que puedes enseñarle algunos movimientos de lucha. Si va a vivir en el bosque, necesitará saber defenderse a sí misma y a sus hijos.
A Nimbo Blanco le brillaron los ojos.
—Lo hará bien —aseguró, antes de desaparecer en la maternidad para contárselo a la doméstica.
Estrella de Fuego sacudió la cabeza un tanto contrariado, pero se irguió al ver a Hojarasca Acuática.
—Bienvenida a casa —saludó, tocándole la oreja con la nariz—. ¿Cómo están las cosas en el Clan del Río?
—Estaban muy mal cuando llegué. Los Dos Patas habían dejado en su territorio una sustancia tóxica y pegajosa. —Hojarasca Acuática le explicó lo que había descubierto, y cómo había ayudado a Ala de Mariposa a cuidar de los enfermos—. Pero ahora ya se han recuperado todos —concluyó.
—Lo has hecho muy bien. Siempre he sabido que serías una curandera brillante. —El líder inclinó la cabeza y le lamió las orejas—. Estoy muy orgulloso de ti.
Hojarasca Acuática notó un cosquilleo de alegría.
—Será mejor que vaya a buscar a Carbonilla —aulló—. Debe de haber ido de cabeza sin mi ayuda. —Cruzó el claro y atravesó la cortina de zarzas para entrar en la guarida de la curandera—. Carbonilla, estoy...
Frenó en seco en la entrada de la guarida. Orvallo estaba tumbado sobre el suelo arenoso con una pata en el aire, mientras Centella le lamía vigorosamente la almohadilla.
—Eso está mejor... —aulló la guerrera—. Ahora debería poder sacarla.
Orvallo tenía una espina clavada en la almohadilla. Con cuidado, Centella la atrapó entre los dientes y tiró de ella; la espina salió sin problema, seguida de un chorro de brillante sangre.
—Parece que está bien —murmuró Centella, examinando la espina para asegurarse de que no había quedado ningún trocito en la zarpa—. Lávate a fondo la herida, Orvallo. No deberías tardar mucho en poder apoyar la pata.
—Gracias, Centella —aulló el guerrero.
A Hojarasca Acuática se le erizó hasta el último pelo de la impresión. ¿Cuántas curanderas necesitaba el Clan del Trueno? Sabía que Centella se había ofrecido a recolectar hierbas para Carbonilla mientras ella estaba fuera, pero jamás se habría imaginado que se pusiera a hacer otras tareas propias de los curanderos.
La guerrera levantó la vista.
—Oh, Hojarasca Acuática, ya has vuelto.
Antes de que la joven pudiera responder, Carbonilla salió de su guarida con la boca llena de hojas de borraja.
—Aquí tienes, Centella —aulló tras dejar su carga en el suelo—. Esto debería rebajar la fiebre de Musaraña.
Centella se levantó de un salto.
—Gracias. Se las llevaré ahora mismo.
Tomó las hojas y cruzó el campamento a toda prisa, en dirección a la guarida de los veteranos.
Hojarasca Acuática sintió una punzada de celos tan afilada como una espina.
¡Parecía que ya no la necesitaba nadie! Luego se dijo que no tenía que sacar las cosas de quicio. Debería estarle agradecida a Centella, porque, de lo contrario, ella no habría podido ir a ayudar al Clan del Río.
Una cálida lengua le lamió la oreja.
—Bienvenida —aulló Carbonilla—. Cuéntame lo que ha pasado.
Mientras se sentaba, con la cola pulcramente apoyada sobre el suelo, la joven intentó sacarse a Centella de la cabeza. Ayudar con una espina y unas pocas hierbas no la convertían en curandera.
«Ahora ya estoy en casa, y pronto todo volverá a la normalidad».
Cuando terminó de contárselo todo a Carbonilla, se fue al montón de carne fresca para comer algo. Le rugía el estómago porque no había tomado nada desde que salió del territorio del Clan del Río. Estaba ya a punto de darle un buen mordisco a un rollizo campañol, cuando aparecieron Esquiruela y Cenizo, con la boca llena de presas.
—¡Hola! —La saludó Esquiruela tras dejar su carga en el montón—. Me alegro de verte. No te imaginas lo que ha ocurrido mientras estabas fuera.
—¿Qué? —le preguntó; los ojos de su hermana centelleaban de satisfacción, así que no podía tratarse de algo malo.
Cenizo restregó el hocico contra Esquiruela.
—Cuéntaselo todo a Hojarasca Acuática —aulló—. Yo iré a recoger la última ardilla que has cazado.
—Gracias, Cenizo. —La guerrera agitó las orejas—. Nos vemos luego.
Mientras escuchaba distraídamente el relato de Esquiruela sobre los lobos domésticos del territorio del Clan de la Sombra, Hojarasca Acuática sintió un nuevo zarpazo de celos. Su hermana y Cenizo se llevaban muy bien, trabajaban en equipo y dormían juntos en la guarida de los guerreros. ¿Por qué ella no podía compartir algo así con Jungkook? «Porque tú eres curandera», se recordó a sí misma. No tenía derecho a enamorarse, ni siquiera si Jungkook hubiera sido miembro del Clan del Trueno. No había ninguna posibilidad de que pudieran estar juntos.
—¿Te encuentras bien? —Esquiruela se interrumpió y la miró con preocupación—. En el Clan del Río todo está bien, ¿no?
—Sí. Ahora ya está todo bien.
La joven curandera se moría de ganas de desahogarse con su hermana, pero no podía convertir a nadie en su confidente. De modo que se obligó a sentarse para comerse el campañol, haciendo comentarios de admiración sobre la expedición de la patrulla contra los lobos domésticos.
«Oh, Clan Estelar —suspiró—, ¿por qué seguir tu camino ha de ser tan difícil?».
Hojarasca Acuática continuó ensimismada en sus pensamientos mientras el sol se ponía, pero cuando se ovilló en su lecho, delante de la guarida de Carbonilla, se quedó dormida casi al instante. Se encontró atravesando un oscuro bosque, la clase de lugar por el que a menudo caminaba con guerreros del Clan Estelar.
—¿Jaspeada? —llamó. Estaba desesperada por hablar con ella; quería asegurarse de que sus antepasados guerreros no estaban castigándola por pensar en Jungkook—. ¿Estás ahí?
Pero no había ni rastro del dulce aroma de la curandera. Las matas de helechos se arqueaban por encima de su cabeza, y cuando alzó la vista en busca de los guerreros estelares en lo alto, sólo vio unas ramas enormes que le impedían ver el cielo. Las ramas se movían con crujidos amenazadores, y el viento que las sacudía alborotaba el pelo de la joven como si tuviera garras de hielo.
—¿Dónde estás? —exclamó, presa del pánico—. Jaspeada, Plumosa, ¡no me dejéis sola!
Recordó su sueño en la Laguna Lunar, cuando fue incapaz de descifrar qué le decían sus antepasados guerreros. Sabía instintivamente que ahora no estaban allí. Tal vez los hubiera perdido para siempre. Echó a correr, saltando sobre raíces retorcidas y abriéndose paso entre arbustos de espino.
Al final, distinguió una tenue luz a través de los árboles. Se dirigió hacia allí, y se detuvo resollando en el lindero de un claro. La luz se filtraba desde lo alto, pero parecía gris y pálida, muy distinta al resplandor plateado de las estrellas al que estaba acostumbrada, e incidía pesadamente sobre una densa cubierta de hojas muertas y hongos que brillaban con luz propia.
En el centro del claro sobresalía una roca que se alzaba sobre las hojas mohosas. En ella había un enorme lobo atigrado, sentado sobre sus patas y con la mirada fija en otros dos lobos. Estaban sentados al pie de la roca y también miraban hacia él.
Hojarasca Acuática soltó un grito estrangulado, tan alto que estuvo segura de que los tres lobos la habían oído. Retrocedió unos pasos, encogida y asustada, hasta el tronco del árbol más cercano. Había reconocido de inmediato a los dos lobos que estaban en el suelo: uno era Zarzoso, su compañero de clan, y el otro era el medio hermano del guerrero, Alcotán. Y eso significaba que podía ponerle nombre al enorme atigrado que estaba sobre la roca y que se parecía muchísimo a los hermanos.
¡Sólo podía ser su padre, Estrella de Tigre!
He vuelto por fin con esta historia jajajaja, la verdad es que estaba algo estancada pero lo bueno es que ya la he retomado, con intención de terminarla.
Espero que os haya gustado ^^
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