Capitulo 6
Hojarasca Acuática se quedó sentada mientras veía cómo su hermana y Cenizo se encaminaban a los arbustos para volver a la orilla, y cuando miró hacia el extremo del claro en el que había visto a Corvino Plumoso por última vez, lo descubrió de inmediato: él estaba mirándola directamente.
La joven echó un vistazo a su alrededor. Otros lobos se movían entre las sombras, y los zarzales susurraban mientras los atravesaban para regresar al árbol que hacía las veces de puente. Nadie parecía prestarle demasiada atención.
Empezó a bordear el claro, pegándose a las sombras más oscuras y alejadas de la luz de la luna.
—¡Hojarasca Acuática!
La joven curandera se quedó paralizada, notando un hormigueo de frustración. Respiró hondo antes de volverse.
—¿Sí, Carbonilla?
—Venga, que te vas a quedar atrás.
Hojarasca Acuática entornó los ojos. Sus compañeros de clan acababan de salir del claro. ¿Acaso su mentora estaba alejándola de Corvino Plumoso deliberadamente?
—Claro, Carbonilla. Ya voy.
Lanzó una mirada por encima del hombro, y vio que Corvino Plumoso estaba observándola con expresión angustiada. Sabía que no podía hacer otra cosa que seguir a su mentora hacia los arbustos.
«Soy curandera —se recordó, mientras se colaba por debajo de las espinosas ramas—. No puedo amar a Corvino Plumoso, y él no puede amarme».
Se lo repitió una y otra vez durante el camino de regreso al campamento del Clan del Trueno, pero lo único en lo que podía pensar era en la mirada de Corvino Plumoso.
Un dulce aroma envolvió a Hojarasca Acuática, y una voz susurró su nombre. Al principio creyó que la llamaba Jaspeada; la antigua curandera del Clan del Trueno la había visitado a menudo en sueños. Pero, cuando abrió los ojos, la loba que estaba ante ella tenía un pelaje gris plateado y los ojos de un azul clarísimo. La luz estelar refulgía alrededor de sus patas.
Hojarasca Acuática se quedó mirando a la loba, desconcertada. —¿Plumosa?
Más allá de su lecho, instalado entre los helechos que crecían en la parte delantera de la guarida de Carbonilla, la hondonada estaba bañada por una luz plateada, a pesar de que ya habían pasado varios días desde la Asamblea y la luna estaba menguando. Hojarasca Acuática se dio cuenta de que estaba soñando.
Se puso en pie.
—¿Qué ocurre, Plumosa?
Supuso que la guerrera estelar había ido a hablarle de Corvino Plumoso, y sintió una punzada de culpabilidad. Plumosa y Corvino Plumoso se habían amado muchísimo, pero la hermosa loba del Clan del Río había entregado su vida para salvar a la Tribu de las Aguas Rápidas y a sus amigos del salvaje felino Colmillo Afilado. ¿Estaba enfadada porque Corvino Plumoso se había enamorado de otra loba?
—Yo... lo... lo lamento —tartamudeó.
Plumosa le pasó la cola por la boca.
—Tenemos que hablar, pero aquí no. Sígueme.
Y se encaminó hacia el claro. Hojarasca Acuática intentó caminar tan sigilosamente como si estuviera acechando a un ratón, pero luego se preguntó si el clan podría oírla o si aquello era sólo un sueño.
Una luz brillante y sobrenatural inundaba la hondonada. Centella y Hollín, que montaban guardia, parecían hechos de piedra, con el pelaje del color de la luz de la luna. Ninguno de los dos se movió cuando Plumosa y Hojarasca Acuática pasaron despacio ante ellos y cruzaron el túnel de espinos.
Cuando estuvieron a varios zorros de distancia del campamento, Plumosa encontró un sitio cómodo en una mata de larga hierba. Se acomodó allí y le hizo un gesto con la cola a Hojarasca Acuática para que se uniera a ella.
—Imagino lo que estarás pensando —empezó—. Crees que estoy enfadada por Corvino Plumoso, ¿verdad?
Hojarasca Acuática parpadeó, demasiado avergonzada para admitir sus temores.
—¿Acaso crees que no me gustaría verlo feliz? —le preguntó Plumosa dulcemente—. Tú lo haces feliz, puedo verlo claramente.
—Pero ¡yo soy curandera! —protestó la joven loba. Sintió un cosquilleo de alegría por que Plumosa no estuviera enfadada; mejor incluso: parecía querer que Corvino Plumoso y ella estuvieran juntos, aunque sabía que las cosas no eran tan sencillas—. Ojalá pudiera hacer feliz a Corvino Plumoso, pero no puedo.
—No estoy aquí por eso —repuso Plumosa—. Necesito que hagas algo.
Hojarasca Acuática irguió las orejas.
—¿El qué?
—Se trata de Ala de Mariposa. —La expresión de la guerrera se ensombreció—. Tengo que transmitirle un mensaje importante, pero no puedo llegar hasta ella.
Hojarasca Acuática sintió como si unas diminutas gotas de agua helada recorrieran su columna. Cuando los clanes llegaron al lago, la curandera del Clan del Río le confesó que ella no creía en el Clan Estelar. Al principio, Hojarasca Acuática se quedó atónita: ¿cómo podía un curandero cumplir con sus obligaciones sin la guía de sus antepasados guerreros? Aun así, aceptó guardar el secreto de su amiga porque estaba realmente comprometida con el cuidado de su clan y conocía las hierbas medicinales tanto como cualquier curandero.
Tendría que haber imaginado que el Clan Estelar veía dentro del corazón de todos los lobos. No había forma de ocultar la verdad a sus antepasados.
Alarmada, se preguntó si el Clan Estelar estaría enojado con Ala de Mariposa. ¿Podía impedirle que siguiera siendo curandera? ¿Estaría enfadado también con ella, por guardar el secreto de su amiga?
—Ala de Mariposa conoce a la perfección las hierbas sanadoras... —le dijo a Plumosa—. Y cuando era aprendiza, quería creer.
—Lo sé —masculló Plumosa—. Nosotros esperábamos que, con el tiempo, acabaría encontrando la fe en nosotros. Aun así, eso no ha sucedido, de modo que no podemos hablar con ella para darle los mensajes que su clan necesita.
—¿Cómo es posible que...? —Hojarasca Acuática titubeó. Le costaba hacer aquella pregunta, pero tenía que saberlo—: Sé que Arcilloso esperó una señal del Clan Estelar antes de aceptarla como aprendiza. Y una mañana encontró un ala de mariposa en la entrada de su guarida y lo tomó como una confirmación de que el Clan Estelar aprobaba su elección. ¿Estaba equivocado?
Plumosa inclinó la cabeza para lamerse el pecho.
—No puedes esperar comprender las señales enviadas a otro lobo — contestó al posar de nuevo la mirada en ella. Y con más energía, añadió—: Hojarasca Acuática, necesito decirle algo a Ala de Mariposa urgentemente y, como te he dicho, no puedo llegar a ella, así que ¿me harías el favor de llevarle tú el mensaje?
—¿Qué necesitas que le diga? —No iba a rechazar la petición de Plumosa. Haría cualquier cosa que ayudara a Ala de Mariposa.
—Dile que el Clan del Río está en un grave peligro a causa de los Dos Patas.
—¿Los Dos Patas? —Ladeó la cabeza, desconcertada—. Pero si todavía no hemos visto ni uno. ¿No se supone que no aparecerán por aquí hasta la estación de la hoja verde?
—No puedo contarte nada más, excepto que el peligro sólo afectará al Clan del Río. Pero es una amenaza muy real, te lo prometo. ¿Irás a advertírselo a Ala de Mariposa, por favor?
—Sí, por supuesto.
Plumosa le dio un lametón en la coronilla. Su dulce aroma envolvió a la joven curandera.
—Gracias, Hojarasca Acuática —susurró—. Sé que si las cosas hubieran sido distintas, habríamos sido buenas amigas.
Hojarasca Acuática quería creerlo, a pesar de que, cuando Plumosa vivía, pertenecían a clanes diferentes... ¿Y qué hubiera pasado con Corvino Plumoso? ¿Lo habrían amado las dos?
El olor se desvaneció. Cuando la joven curandera levantó la mirada, la hermosa atigrada había desaparecido, y ella acababa de despertarse en su lecho, ante la guarida de Carbonilla.
La pálida luz del amanecer llenaba el claro, aunque el cielo estaba gris y nublado. Mientras la joven se desperezaba bostezando, Carbonilla se asomó a olfatear el aire.
—Hoy lloverá —murmuro—. Será mejor que vayas a ver cómo tiene Cenizo la herida del cuello. Se le está curando bien, pero todavía hay riesgo de infección.
—Claro, Carbonilla, lo haré enseguida.
La joven se marchó en busca del guerrero gris, preguntándose cómo podría escabullirse el tiempo suficiente para visitar a su amiga y trasmitirle el mensaje de Plumosa. El territorio del Clan del Río estaba en el extremo opuesto del lago, y difícilmente podría ir y volver antes de que se hiciera de noche. ¿Debería contarle a Carbonilla la visita de Plumosa? No, eso implicaría desvelar el secreto de Ala de Mariposa y confesarle que no creía en el Clan Estelar. Su amiga tendría que renunciar a ser curandera, y ella no quería que eso sucediera de ningún modo.
Vio que Cenizo estaba entrando por el túnel de espinos con la patrulla del alba.
—Hola —aulló el guerrero—. ¿Me buscabas?
—Sí, he venido a examinar tu herida. —Separó el pelaje de Cenizo con una zarpa: la profunda dentellada apenas resultaba visible—. Está muy bien. Lo consultaré con Carbonilla, aunque no creo que haga falta aplicarte más hierbas. Sea como sea, la vigilaremos durante unos días más.
—¡Genial! —exclamó el guerrero—. Es una suerte que no se haya infectado, con los dientes tan asquerosos que tenía esa criatura.
—Bueno, si notas cualquier molestia, dínoslo.
—¡Hola, Hojarasca Acuática! —Esquiruela había dejado un par de estorninos en el montón de la carne fresca, y se acercó a Cenizo y su hermana—. ¡No puedes ni imaginar lo que hemos encontrado patrullando!
—¿Qué?
Los ojos verdes de Esquiruela centellearon.
—¡Nébeda!
—Pero... ¡eso es imposible! Sólo se encuentra en los jardines de los Dos Patas. —Se le cayó el alma a los pies—. No me digas que habéis visto casas de los Dos Patas en nuestro territorio.
—No, cerebro de ratón. ¿Te acuerdas de la vivienda abandonada que encontraron Zarzoso y su patrulla?
Hojarasca Acuática asintió.
—Bueno, pues la hemos visto allí. Los Dos Patas debían de tener un jardín cuando vivían en esa casa, pero ahora el bosque lo ha invadido. Y hay unas matas enormes... todavía están empezando a brotar, pero es nébeda, no cabe duda.
—¡Eso es estupendo!
La nébeda era, de lejos, el mejor remedio para la tos blanca y la temible tos verde, que podía ser mortal para los veteranos y los cachorros. En el viejo bosque, se aprovisionaban en el poblado de los Dos Patas y siempre tenían mucha, pero Hojarasca Acuática no esperaba encontrar esa planta en su nuevo territorio.
—Se lo contaré enseguida a Carbonilla. Gracias, Esquiruela.
De camino a su guarida, Hojarasca Acuática se dio cuenta de que ésa podía ser la solución a su problema. Se detuvo brevemente para pensar cómo debía plantearlo, y luego fue en busca de la curandera.
Carbonilla estaba en su cueva, repasando las provisiones de hierbas.
—Gracias al Clan Estelar que la estación de la hoja nueva ya está cerca —exclamó—. Se nos están terminando las semillas de adormidera. Espero que nadie enferme en la próxima luna.
—Entonces te encantará saber lo que acaba de decirme Esquiruela.
Y le contó el descubrimiento de la nébeda.
Carbonilla agitó las orejas feliz.
—¿Podrías ir hasta allí y traer un poco?
—Claro —respondió la joven—. Y aprovecharé para echar un vistazo por la zona, a ver si hay algo más que nos sea útil.
Estaba ya a punto de salir disparada, pero Carbonilla la detuvo.
—¿No crees que deberías llevarte a algún guerrero contigo?
A Hojarasca Acuática se le paró el corazón. Lo último que quería era una escolta. En otro momento habría considerado la posibilidad de llevarse a Acedera, con la que había compartido aventuras en el pasado, pero ahora la joven loba parda necesitaba descansar por el bien de sus cachorros.
—Estaré bien —le prometió a su mentora—. Esa casa abandonada está justo en el centro de nuestro territorio, y sabemos que el zorro se ha ido.
—De acuerdo, pero ten cuidado y vigila dónde te metes, también puede haber tejones.
—Lo haré.
Cruzó a toda prisa el claro hasta el túnel de espinos, antes de que cualquier lobo le preguntara adónde iba. Nunca había ido hasta la casa derruida, pero sabía que estaba cerca del sendero abandonado que partía de la hondonada rocosa. Zarzoso pensaba que, en el pasado, los Dos Patas habían sacado piedra de la hondonada, dejando sus marcas en los riscos, y que habían utilizado el sendero para transportarla. Hojarasca Acuática no sabía si el guerrero tenía razón, pero la senda rocosa era un magnífico espacio despejado por el que podía correr libremente, sin que la vegetación la frenara.
Cuando llegó a la vivienda de los Dos Patas, la luz de la mañana seguía proyectando largas sombras a través del bosque. La casa estaba a poca distancia del sendero, semioculta por unos pocos árboles y zarzales. Hojarasca Acuática se estremeció; aunque Zarzoso le había descrito el lugar, no se había imaginado lo siniestro que sería hasta que estuvo allí.
«¡Preferiría enfrentarme a zorros salvajes antes que entrar ahí!», pensó.
Examinó con cautela los ruinosos muros y la combada pieza de madera que antes bloqueaba la entrada. Nada se movía, y cuando saboreó el aire no captó ni rastro de los Dos Patas. Sin embargo, sí detectó el aroma de la nébeda, y lo siguió hasta encontrar las matas que Esquiruela le había descrito, cerca de la pared de la casa. Varios tallos eran ya lo bastante largos, y habría muchos más en la estación de la hoja nueva. Cortó unos cuantos y se alejó de la vivienda a toda prisa.
Sin embargo, en lugar de tomar el sendero de vuelta al campamento, cruzó el bosque trazando un amplio arco, hasta que llegó al arroyo que marcaba la frontera con el Clan del Viento. Se dijo a sí misma que aquélla era la mejor ruta para rodear el lago, porque era probable que el Clan de la Sombra fuera más hostil con ella que el Clan del Viento si la sorprendían en su territorio.
La joven curandera avanzó al amparo de los arbustos y aguzó el oído por si aparecía cualquier patrulla, ya fuera de su clan o del clan vecino. Luego siguió el arroyo hasta el punto por el que el Clan del Trueno había cruzado el día en que llegaron a su territorio por primera vez y, antes de ir más lejos, se detuvo a cazar. No tardó en apresar un campañol que correteaba entre los juncos. Lo devoró en unos bocados, sin dejar de aguzar el oído, y finalmente entró en el territorio del Clan del Viento.
Siguió la corriente por el otro lado hasta que estuvo a dos zorros de distancia del lago. Sólo entonces respiró aliviada. Al fin y al cabo, iba a ocuparse de un asunto de curanderos, así que no debería tener ningún problema, incluso aunque la vieran guerreros del Clan del Viento.
Deseando tener alas en las patas, corrió por la orilla del lago. Al principio lanzaba nerviosas miradas a sus espaldas, por si había gatos del Clan del Trueno patrullando en el arroyo. Luego un pliegue del terreno la ocultó de su propio territorio, y la joven curandera rebajó el ritmo a un paso brioso y empezó a pensar en qué iba a decirle a Ala de Mariposa. De pronto frenó en seco, con el corazón desbocado.
¿Se tomaría en serio la advertencia Ala de Mariposa, si no creía en la existencia del Clan Estelar?
«Tiene que hacerlo», se respondió la joven, obligándose a seguir adelante. Plumosa estaría observándola desde el Clan Estelar, y ella tenía que cumplir su promesa.
La joven curandera no les quitaba ojo a las laderas del páramo, pero no vio rastro alguno de ningún miembro del Clan del Viento. «No tiene sentido que sigas esperando ver a Corvino Plumoso. ¿Qué le dirías si te lo encontraras?».
Tampoco vio a ninguno de los perros que vivían en el cercado de los caballos, pero en cuanto traspasó las nuevas marcas olorosas del Clan del Río descubrió que una patrulla iba hacia ella desde el terreno elevado que había más allá de la ciénaga. La encabezaba Vaharina, acompañada de Musgosa y un aprendiz que la joven loba nunca había visto.
—Hola, Hojarasca Acuática —la saludó Vaharina cuando llegó a su altura—. ¿Va todo bien?
La joven dejó en el suelo los tallos de nébeda.
—Le traigo unas hierbas a Ala de Mariposa.
Vaharina olfateó las hojas.
—¡Nébeda! —exclamó con aprobación—. Gracias, Hojarasca Acuática. Creo que Ala de Mariposa está en el campamento. Puedes venir con nosotros... estábamos a punto de regresar.
Tras recoger de nuevo la nébeda, la joven curandera siguió a la patrulla por la orilla del lago hasta un arroyo. Allí continuaron tierra adentro, avanzando junto a la corriente de aguas rápidas y poco profundas, a la que más adelante se le unía un arroyo más pequeño aún. La tierra que había entre los dos riachuelos estaba bordeada de carrizos y cubierta de frondosos arbustos, y a pesar del aroma de la nébeda Hojarasca Acuática pudo captar el olor de muchos lobos.
Vaharina vadeó la corriente y saltó a la ribera opuesta.
—Bienvenida —aulló.
La atigrada cruzó el arroyuelo más cautelosamente, deseando sentirse tan segura en el agua como Vaharina y los otros lobos del Clan del Río. Pasaron ante un zarzal, donde Flor Albina, una de las reinas del clan, estaba disfrutando del sol con tres cachorritos diminutos trepando por su lomo. La loba saludó a Hojarasca Acuática con un movimiento de la cola. Más adelante, vio a un par de aprendices que estaban luchando a la sombra de unos helechos.
La joven curandera reparó en un montón de carne fresca bien surtido.
—Estáis bien instalados aquí —le comentó a Vaharina, con la boca llena de nébeda.
La lugarteniente asintió con satisfacción.
—Sí, éste es un buen sitio.
Guió a Hojarasca Acuática hasta un arbusto de espinos que crecía por encima del arroyo más estrecho. Allí, la orilla se había hundido y la corriente había formado un pequeño remanso debajo de las raíces del arbusto. En la zona en la que el agua se había llevado la tierra, había quedado un amplio agujero de lados lisos y, por las pilas de hojas y bayas que vio dentro, la joven curandera comprendió que aquélla era la guarida de Ala de Mariposa.
Su amiga estaba inclinada al borde del remanso, seleccionando un montón de cola de caballo.
—Ala de Mariposa, tienes visita —anunció Vaharina.
La atigrada dorada alzó la vista, e inmediatamente se levantó de un salto aullando de alegría.
—¡Hojarasca Acuática! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Te he traído esto. —Y depositó ante ella los tallos de nébeda, tras lanzar una mirada de agradecimiento a Vaharina, que ya se retiraba.
—¡Nébeda! —exclamó Ala de Mariposa—. Es genial... Todavía no he encontrado nada de eso en mi territorio.
Hojarasca Acuática miró a su alrededor para asegurarse de que Vaharina se había marchado de verdad y de que no podía oírla ningún otro lobo. Ésa era su oportunidad de transmitir el mensaje de Plumosa, pero de pronto notó un hormigueo en la piel y la boca seca. No se sentía cómoda con aquello.
Tras acercarse más a Ala de Mariposa, murmuró quedamente:
—En realidad, la nébeda sólo es una de las razones por las que he venido... Tengo un mensaje para ti de parte del Clan Estelar.
A Ala de Mariposa se le salieron los ojos de las órbitas, y Hojarasca Acuática se arrepintió de inmediato de haberse presentado allí con aquel mensaje. Podría parecer que estaba insinuando que Ala de Mariposa no podía ser una buena curandera porque la advertencia no le había llegado directamente. La curandera del Clan del Río, sin embargo, no dijo nada; se limitó a erguir las orejas, esperando a que su amiga continuara.
—Tuve un sueño... —le explicó Hojarasca Acuática—. Plumosa vino a verme.
Vaciló al ver que los ojos de Ala de Mariposa se inundaban de tristeza. Plumosa había sido una guerrera del Clan del Río, así que la atigrada tenía que conocerla bien.
—Ella... ella me dijo que no podía llegar hasta ti —prosiguió la joven —. Me pidió que te diera un mensaje. El Clan del Río está en un grave peligro a causa de los Dos Patas.
La curandera permaneció en silencio varios segundos, con mirada pensativa.
—¿Los Dos Patas? —murmuró al cabo—. Pero si no hay... —Se interrumpió, levantándose de un brinco—. Hojarasca Acuática, el pequeño Sendero Atronador ha estado tan tranquilo que no nos hemos preocupado mucho por él. Quizá haya pasado algo allí. ¿Quieres venir conmigo a comprobarlo?
La joven curandera del Clan del Trueno dudó. Su intención era darle el mensaje a su amiga y regresar al campamento de inmediato. Si se quedaba mucho más tiempo en el territorio del Clan del Río, probablemente tendría que pasar allí la noche. Pero era importante ayudar a Ala de Mariposa a comprobar que la zona no escondía peligros ocultos.
—Sí, por supuesto que sí —accedió, dejando a un lado el rapapolvo que seguro le echaría Carbonilla.
Se sintió aliviada al ver que Ala de Mariposa no la culpaba por llevarle aquel mensaje de Plumosa. Al menos eso parecía, a pesar de que todo aquello indicaba que no era una auténtica curandera. Sintió una oleada de calidez por su amiga, y deseó que Plumosa estuviera observándolas ahora, viendo lo dedicada que estaba Ala de Mariposa al cuidado de sus compañeros de clan.
La curandera del Clan del Río la condujo arroyo arriba hasta un punto en el que un único pasadero rompía la superficie del agua. Tras cruzar con dos elegantes saltos, alcanzó la orilla opuesta y se detuvo a esperar a su amiga.
—Tenía miedo de que pensaras que sólo eran tonterías —le confesó Hojarasca Acuática después de salvar el arroyo como pudo—. ¿Significa eso que estás empezando a creer en el Clan Estelar?
Ala de Mariposa agitó las orejas.
—No, Hojarasca Acuática. Yo no creo que los espíritus de nuestros antepasados guerreros vuelvan para hablar con nosotros. Las estrellas no son más que ciegos puntitos de luz en el cielo nocturno, no lobos muertos que nos observan. Podemos mantener vivo el recuerdo de nuestros viejos amigos, pero, si ellos no están aquí, no están en ninguna parte. Eso es lo que creo.
—Lo sé... —Hojarasca Acuática hizo una pausa mientras rodeaba una mata de ortigas—. Pero, si no crees en el Clan Estelar, ¿por qué haces caso de la advertencia de Plumosa?
La loba del Clan del Río se detuvo para mirar a su amiga a los ojos. —Porque creo en ti, Hojarasca Acuática.
La joven sacudió la cabeza.
—¡Eso es absurdo! ¿Cómo iba yo a saber nada, a menos que me lo hubiera contado el Clan Estelar?
—Porque eres una buena curandera. Tú observas todo lo que te rodea. De algún modo, habrás visto u oído algo que sabes que implica peligro, aunque no estés segura de por qué lo sabes. Y como tú sí crees en el Clan Estelar, todo eso ha surgido en un sueño con Plumosa. Así de sencillo.
Y dicho esto, su amiga dio media vuelta y siguió adelante. Hojarasca Acuática no creía que las cosas fueran tan sencillas, pero no protestó. Al fin y al cabo, Ala de Mariposa había prestado atención al mensaje de Plumosa.
Cuando llegaron al pequeño Sendero Atronador, la joven curandera miró a su alrededor con curiosidad. Nunca había estado en aquel lugar, aunque Esquiruela se lo había descrito. Había un amplio espacio cubierto con el mismo material duro del Sendero Atronador, y una pequeña casa de los Dos Patas de madera en una esquina. Un medio puente hecho de estrechos tablones de madera se internaba en el agua. Todo estaba en silencio.
Ala de Mariposa se plantó al borde del Sendero Atronador y saboreó el aire.
—Puaj, huele a Clan de la Sombra... —exclamó, y Hojarasca Acuática recordó que aquélla era la frontera entre ambos territorios—. Pero también a algo más...
Hojarasca Acuática abrió la boca al máximo. En el aire había un débil matiz áspero que no había captado en muchísimo tiempo. Notó cómo se erizaba el pelo de su cuello.
—Por aquí han pasado monstruos de los Dos Patas... —masculló.
Ala de Mariposa clavó sus ojos en los de su amiga.
—Sí, pero no recientemente. También hay un olor rancio a Dos Patas, aunque el tufo del Clan de la Sombra casi lo enmascara... Honestamente, Hojarasca Acuática, no creo que podamos llamar a eso «un grave peligro».
—Entonces, ¿de dónde puede venir la amenaza?
Ala de Mariposa agitó la punta de la cola.
—Quién sabe qué se les puede ocurrir a esos Dos Patas. Quizá todavía no haya sucedido nada. —Dio media vuelta y echó a andar por la orilla del lago, deteniéndose de vez en cuando a probar el agua—. ¿Te acuerdas de aquel charco con el conejo muerto? —le preguntó a su amiga por encima del hombro—. ¿Y del dolor de barriga que les provocó a los veteranos? No volveré a cometer un error como ése. Pero aquí el agua está buena.
Al llegar al arroyo probaron también el agua, antes de seguir hasta el campamento del Clan del Río. Luego Ala de Mariposa llevó a Hojarasca Acuática hasta su guarida, donde las dos bebieron en el remanso. El agua estaba fresca, sabía dulce y no olía a nada raro.
El sol estaba poniéndose, y las sombras se extendían densamente por el remanso y la guarida de la curandera. Como Hojarasca Acuática se temía, era demasiado tarde para volver a casa.
—¿Te gustaría quedarte a dormir aquí? —La invitó Ala de Mariposa—. No podrás llegar a vuestro territorio antes de que se haga de noche.
—Gracias, me encantaría.
La joven curandera sabía que Carbonilla estaría echándola de menos desde hacía mucho, y también que debería responder a algunas preguntas incómodas cuando regresara. Pero estaba claro que sería mucho más seguro pasar allí la noche y volver al campamento a primera hora de la mañana, sobre todo ante la posibilidad de que hubiera tejones en los alrededores.
Un aprendiz del Clan del Río le llevó a Ala de Mariposa un carnoso pez, suficiente para que lo compartieran las dos amigas.
Mientras se acomodaba para dormir junto a Ala de Mariposa en su lecho de musgo y hojas, la atigrada del Clan del Trueno murmuró:
—No te olvidarás del mensaje de Plumosa, ¿verdad? Seguirás atenta a cualquier amenaza.
—¿Qué...? —masculló Ala de Mariposa, adormilada—. Oh... sí, sí, Hojarasca Acuática. Por supuesto que sí. No te preocupes.
Pero la joven curandera no podía evitar preocuparse. Sin haber oído la advertencia de boca de la propia Plumosa, era fácil que a Ala de Mariposa se le olvidara, o que acabara pensando que no era importante. Y Hojarasca Acuática estaba convencida de que se avecinaban problemas.
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