Capitulo 5
Un disco de luz blanca temblaba en la superficie del lago, y en lo alto las estrellas del Manto Plateado relucían en el cielo nocturno. «El Clan Estelar debe de estar contento porque nos estamos adaptando bien», pensó Esquiruela mientras seguía a su hermana a lo largo de la orilla. Sentía un cosquilleo en las patas ante la idea de participar en la primera Asamblea en la isla. Estaba deseando cruzar el árbol caído y explorarla.
Estrella de Fuego iba en cabeza, seguido de cerca por Manto Polvoroso, Tormenta de Arena y Nimbo Blanco. Cenizo y Zancudo caminaban justo detrás, por delante de Carbonilla, Flor Dorada y Fronde Dorado. Zarzoso cerraba la marcha, mirando atrás de vez en cuando, como si esperase problemas.
El recelo del atigrado le recordó a Esquiruela la incómoda nueva relación con el Clan del Viento. Para alcanzar el árbol tendido como un puente y la isla, tenían que atravesar el territorio de sus vecinos, y, hasta donde ella sabía, no le habían pedido permiso a Estrella de Bigotes formalmente.
—En los Cuatro Árboles era muchísimo más fácil —le dijo a su hermana, con una repentina punzada de nostalgia por su antiguo hogar. Jamás olvidaría el horror de descubrir que los monstruos mecánicos de los Dos Patas habían arrancado y troceado los magníficos robles entre los que los clanes se reunían cada luna llena—. Allí no nos veíamos obligados a cruzar el territorio de ningún clan para llegar a las Asambleas.
—Los lobos no pueden pelear de camino a las Asambleas —masculló Hojarasca Acuática.
—No estoy muy segura de eso. ¿Cuándo empieza la tregua? ¿Cuando llegamos a la isla o cuando vamos hacia allí?
Hojarasca Acuática se encogió de hombros, incapaz de responder.
Esquiruela permaneció alerta mientras ella y sus compañeros se deslizaban entre las sombras, con el resplandeciente lago a un lado y la empinada ladera de los páramos al otro. Al aproximarse al cercado de los caballos, comenzaron a captar un intenso olor al Clan del Viento, como si por allí acabara de pasar una numerosa patrulla.
—Estrella de Bigotes y su clan deben de ir por delante de nosotros — exclamó Esquiruela. Al detenerse a paladear el aire, distinguió otro olor, y al cabo de un momento vislumbró dos pálidas figuras corriendo por el prado que había al otro lado de la valla—. Ésos deben de ser los perros que viven en el granero —comentó—. ¿Te acuerdas de Humazo y Dalia? Los conocimos la última vez que vinimos a una Asamblea. Me pregunto si Dalia ya habrá dado a luz.
—Es hora de que las reinas del Clan del Trueno empiecen a tener cachorros —comentó Hojarasca Acuática—. El clan necesita lobos jóvenes.
Esquiruela asintió. Más cachorros equivalía a más aprendices, ¡y eso significaba que no tendría que recoger más musgo!
Cruzaron el terreno pantanoso en el que habían instalado el campamento provisional cuando llegaron al lago por primera vez. Justo después, unas nuevas marcas olorosas avisaban de que habían alcanzado la frontera del Clan del Río. Un poco más adelante, en la orilla del lago, Esquiruela vio una multitud de lobos; bajo la brillante luz de la luna, era fácil reconocer a Estrella de Bigotes y sus guerreros del Clan del Viento.
Recordó cómo su patrulla había descubierto la isla en la primera exploración de aquel territorio. Enseguida se dieron cuenta de que sería un lugar perfecto para reunirse, aunque supusieron que sería imposible llegar hasta ella, excepto para los buenos nadadores del Clan del Río. Aun así, el Clan Estelar había encontrado la forma de ayudarlos a cruzar la estrecha extensión de agua que separaba la isla de la orilla. Esquiruela sintió que se le erizaba el pelo de expectación al acercarse al árbol puente. Había sido un pino altísimo que crecía cerca del borde de la isla. Ahora sus raíces se levantaban en el aire, y la copa descansaba en la pedregosa ribera. Al aproximarse más, Esquiruela vio que las agujas del pino ya estaban secas y marrones, y que habían ido cayendo sobre los guijarros como una lluvia quebradiza.
Los lobos estaban apiñados alrededor de las ramas más altas. Sus orejas gachas y sus colas erguidas con tensión delataban su nerviosismo: no se fiaban de que el árbol soportara su peso al pasar sobre las frías y negras aguas. Esquiruela vio que Manto Trenzado olfateaba cautelosamente una ramita. De pronto, sonó un aullido impaciente y Corvino Plumoso saltó al tronco, cerca del agua, y se tambaleó hasta que consiguió recuperar el equilibrio; luego empezó a andar, posando una zarpa tras otra con cuidado, hasta que llegó a la orilla opuesta y bajó de un salto, sano y salvo.
Esquiruela quería recorrer el tronco cuanto antes para poder explorar también la isla, pero se obligó a esperar, arañando las piedras con impaciencia. Era consciente de que Zarzoso estaba observándola con unos ojos que no revelaban nada de lo que sentía. Tras darle la espalda, se dirigió hacia Cenizo.
—¡Esto es genial! —exclamó el guerrero gris, tocándole la oreja con la nariz—. Me muero de ganas de llegar a la isla.
—Yo también —coincidió Esquiruela.
Empezaron a cruzar más lobos del Clan del Viento, aferrándose al tronco con las garras mientras avanzaban poco a poco hasta la otra orilla. Cuando Estrella de Fuego agitó la cola para que lo siguieran los miembros del Clan del Trueno, Esquiruela se adelantó ansiosa, pero chocó con Hojarasca Acuática, que estaba mirando ensimismada hacia la isla.
—¿Qué te pasa? —aulló Esquiruela—. ¡Por el Clan Estelar, muévete!
Hojarasca Acuática pegó un salto.
—¡Lo siento!
Mientras Oreja Partida saltaba al árbol, Estrella de Bigotes se acercó a intercambiar unas palabras con Estrella de Fuego antes de seguir a sus guerreros. Inmediatamente después, el líder del Clan del Trueno les indicó a los suyos que se reunieran en torno a él.
—El Clan del Río y el Clan de la Sombra ya han cruzado —anunció—. Estrella de Bigotes me ha dicho que Estrella Leopardina y Estrella Negra han coincidido en que todos deberíamos tener la oportunidad de explorar la isla antes de la Asamblea.
—¿Y dónde nos reuniremos cuando empiece? —preguntó Nimbo Blanco.
Estrella de Fuego movió las orejas.
—Hasta que lleguemos, sólo el Clan Estelar lo sabe. Pero no hay muchas posibilidades de perderse. La isla no es muy grande.
Y dicho eso, saltó al árbol, seguido de Tormenta de Arena y Nimbo Blanco. Por fin llegó el turno de Esquiruela. Cuando aterrizó en el tronco, sintió cómo rebotaba bajo su peso. Se le erizó el pelo, alarmada, y clavó las uñas en la corteza para recuperar el equilibrio. De pronto, fue consciente de lo estrecho que era aquel tronco y de lo cerca que estaba el agua, que lamía las ramas sumergidas bajo sus patas.
—Vamos —murmuro Cenizo—. Los demás están esperando.
Esquiruela avanzó con suma prudencia por el árbol. El tronco rebotó todavía más conforme subían más lobos a sus espaldas, y las ramas arañaban su pelaje mientras serpenteaba entre ellas, pero poco a poco se acostumbró a aquel cimbreante movimiento, y el tronco era cada vez más grueso a medida que se acercaba a la isla. Su confianza aumentó y, cuando superó la zona de las ramas, la guerrera echó a correr hasta saltar a la orilla con un aullido triunfal.
Manto Polvoroso pegó un brinco y se volvió hacia ella.
—¡Por el Clan Estelar, qué susto me has dado! —exclamó—. Cualquiera pensaría que eres una cachorrita por cómo te comportas.
—Lo siento, Manto Polvoroso.
Al ver que el atigrado marrón enroscaba la cola divertido, Esquiruela supo que Manto Polvoroso estaba tan emocionado como ella por estar en el nuevo centro de las Asambleas.
Aguardó al abrigo de las raíces del árbol mientras cruzaban Cenizo, Hojarasca Acuática y Zarzoso. En cuanto aterrizó sobre los guijarros, el corpulento atigrado dio media vuelta para encontrarse con otro musculoso guerrero, tan parecido a él como su reflejo en el lago.
—¡Alcotán! —bufó Esquiruela—. Tendría que haberlo imaginado.
—Aquí estás, Zarzoso —saludó el lobo del Clan del Río—. Esperaba que vinieras esta noche. Ven, quiero enseñarte algo.
Los dos atigrados se alejaron hombro con hombro.
Esquiruela se volvió hacia Hojarasca Acuática, y descubrió que su hermana había echado a correr por la orilla para encontrarse con Ala de Mariposa, la hermana de Alcotán, que ahora era la curandera del Clan del Río. La hermosa atigrada dorada entrelazó la cola con la de Hojarasca Acuática, y Esquiruela vio que empezó a contarle entusiasmada algo que ella no podía oír desde donde estaba.
De pronto, Esquiruela se sintió muy sola. Explorar no parecía tan divertido si no tenía a nadie con quien compartir la experiencia. Luego oyó que la llamaban, y, al darse la vuelta, vio a Cenizo un poco más allá. Corrió hacia él.
—¿Hacia dónde quieres ir? —le preguntó el guerrero—. ¿Por ahí? — sugirió, señalando con la cola un bosquecillo de árboles y arbustos en el centro de la isla.
—No, vayamos a rodearla primero —respondió la joven—. ¡Quiero verlo todo!
Le lanzó un guiño afectuoso. De algún modo, sabía que no necesitaba decirle lo contenta que estaba por que él quisiera explorar la isla con ella.
Avanzaron por la orilla, y pasaron ante la madre de Esquiruela, Tormenta de Arena, que estaba afilándose las garras en el tronco de otro pino.
—Este sitio es estupendo —aulló alegremente—. Mucho más seguro que el de la última vez, tan cerca de los caballos.
Cuando estuvo satisfecha con sus garras, se quedó mirando el agua que lamía suavemente los guijarros.
Esquiruela y Cenizo bordearon un afloramiento rocoso que bajaba hasta el lago y llegaron a una extensión más amplia de piedrecillas y arena, interrumpida de vez en cuando por pequeños charcos relucientes. Esquiruela se agachó junto a uno, sacando la lengua para beber. De pronto, saltó hacia atrás, sorprendida.
—¡Ahí dentro hay peces!
Cenizo se acercó y observó el agua con interés.
—No veo ninguno.
—Son diminutos... ¡Mira, ahí! —Señaló hacia una forma brillante que abandonó el refugio de una roca para pasar a otro—. Pero son demasiado pequeños como presas —añadió con pesar—. Sigamos adelante.
—Me encanta este sitio —exclamó Hojarasca Acuática con ojos resplandecientes; Esquiruela se imaginó que allí se sentía especialmente cerca del Clan Estelar—. El espacio es más pequeño que el de los Cuatro Árboles, pero la sensación de seguridad es incomparable.
Esquiruela iba a darle la razón, cuando vio que Estrella de Fuego cruzaba el claro al trote y saltaba al árbol. El líder trepó por el tronco y luego se sentó en una rama baja, desde donde contempló a los cuatro clanes.
—¡Estrella Negra! ¡Estrella Leopardina! ¡Estrella de Bigotes! —llamó —. Podríamos dirigir la Asamblea desde aquí.
Estrella Negra fue el siguiente en aparecer. Aun tratándose de un lobo muy corpulento, subió ágilmente por el tronco hasta la rama contigua a la de Estrella de Fuego.
—Seguro que Estrella Negra está pensando que ojalá se le hubiera ocurrido a él lo de sentarse en las ramas —murmuró Cenizo al oído de Esquiruela.
Estrella Leopardina se instaló en una horcadura del tronco, no muy lejos de sus colegas. Estrella de Bigotes trepó un poco más arriba, para poder ver a los otros tres.
Vaharina se sentó con su habitual elegancia en una de las gruesas raíces retorcidas, al pie del roble. Cuando se le unieron las otras lugartenientes, Bermeja y Perlada, un dolor penetrante como una espina atravesó el estómago de Esquiruela. Resultaba lastimeramente obvio que el Clan del Trueno no tenía un lugarteniente que pudiera sentarse con ellas.
Estrella de Fuego soltó un aullido:
—¡Lobos de todos los clanes, bienvenidos a este nuevo lugar de Asamblea! El Clan Estelar nos ha traído hasta aquí, y le damos las gracias. —Esperó unos instantes para que los guerreros guardaran silencio, y luego inclinó la cabeza cortésmente hacia el líder del Clan del Viento—. Estrella de Bigotes, ¿te gustaría empezar?
El líder del Clan del Viento se puso en pie, manteniendo el equilibrio con aplomo en la gruesa rama. Sus ojos centellearon a la luz de la luna, que volvía plateado su pelaje atigrado. Esquiruela recordó lo nervioso que estaba al dirigirse a los clanes tras la muerte de Estrella Alta. Ya no había ni rastro de aquella inseguridad. Parecía que fuese líder de clan desde hacía muchas lunas.
—Todo está bien en el Clan del Viento —informó—. He estado en la Laguna Lunar, donde el Clan Estelar me ha concedido nueve vidas y mi nombre de líder.
En el claro brotaron murmullos de aprobación, y Esquiruela reparó en que surgían de los cuatro clanes. Estrella de Bigotes había sido ya muy popular cuando sólo era un guerrero, y su liderazgo había recibido una poderosa muestra de aprobación del Clan Estelar, al hacer que cayese el árbol y matara a Enlodado. Miró a su alrededor, buscando a Manto Trenzado y a otros de los seguidores de Enlodado; no localizó al atigrado gris, pero la guerrera Nube Negra estaba debajo de un arbusto, observando a su líder con expresión indescifrable.
Estrella de Bigotes inclinó la cabeza.
—Esta mañana, Perlada, Oreja Partida y Corvino Plumoso han echado a un zorro de nuestro territorio —continuó—. Han peleado bien, y estoy seguro de que es la última vez que vemos a esa alimaña.
Sonó un aullido de aprobación entre los lobos reunidos, que procedió en su mayor parte de los del Clan del Viento, pero también de los de otros clanes.
—¡Perlada! ¡Oreja Partida! ¡Corvino Plumoso!
Esquiruela no se unió a los vítores.
—Estrella de Bigotes no ha mencionado la rebelión de Enlodado —le susurró a Cenizo—. Ni al Clan del Trueno, que lo ayudó en la batalla y lo puso sobre aviso con respecto al zorro.
Cenizo la miró de reojo.
—¿De verdad crees que debería hacerlo?
—El Clan del Viento ha celebrado también dos ceremonias de nombramiento guerrero —prosiguió Estrella de Bigotes—. Turón y Cárabo han venido esta noche como guerreros de pleno derecho.
Y volvió a sentarse mientras los demás daban la bienvenida a los nuevos guerreros.
Estrella Leopardina se había levantado casi antes de que Estrella de Bigotes terminara, y pidió silencio agitando la cola con impaciencia.
—No hay ni rastro del tejón que expulsamos de nuestro territorio hace ya una luna —anunció—. Creemos que se ha ido definitivamente.
Esquiruela miró a Alcotán. Él había dirigido la patrulla que libró del tejón al Clan del Río. La joven hizo una mueca al ver la expresión de suficiencia del atigrado. «Como si fuera el único que ha peleado contra un tejón», pensó resentida, y giró la cabeza para lamerse las heridas del lomo, que ya cicatrizaban.
—El Clan del Río también ha nombrado un nuevo guerrero. Esta noche, Musgaño vela en silencio en el campamento.
—Estrella de Bigotes y Estrella Leopardina parecen ansiosos por anunciar que tienen nuevos guerreros —le susurró Esquiruela a su hermana —. Es como si intentaran demostrar a los otros clanes lo fuertes que son.
—¡Eso es ridículo! —bufó Hojarasca Acuática, sorprendiendo a Esquiruela por la ferocidad de su respuesta—. ¿Por qué es tan importante para nosotros ser rivales en vez de amigos? ¿Es que se han olvidado de todo lo que hemos pasado juntos para llegar hasta aquí?
A Esquiruela le extrañó un poco que su hermana se mostrara tan vehemente. Los curanderos solían mantenerse al margen de las rivalidades habituales entre clanes, y su amistad con Cirro, Cascarón y Ala de Mariposa no cambiaría, por muy hostiles que se volvieran los clanes. Sin embargo, pensó que probablemente Hojarasca Acuática se había acostumbrado tanto como ella a vivir junto a todos los clanes.
—En la última Asamblea —continuó Estrella Leopardina—, acepté que el terreno en el que acampamos por primera vez al llegar al lago fuera neutral para que tuviéramos un sitio donde reunirnos. Pero ahora que el Clan Estelar nos ha proporcionado esta isla, reclamo la zona de los pantanos para el Clan del Río.
Esquiruela oyó murmullos de desaprobación. Cascarón, el curandero del Clan del Viento, exclamó:
—¡Cagarrutas de ratón! Si eso se aprueba, no podré ir ahí a recolectar hierbas.
—Los demás clanes tienen que estar de acuerdo —señaló Estrella Negra, clavando las garras en la corteza de la rama—. Alrededor de los Cuatro Árboles había un territorio neutral.
Estrella Leopardina sacudió la cola.
—No puedes comparar este lugar con el viejo bosque. Aquí las cosas son diferentes. Para empezar, todos los clanes excepto el Clan del Río tienen que cruzar el territorio de otro clan para llegar a la isla. Es absurdo mantener un territorio neutral.
—Estrella Leopardina tiene razón —apoyó Estrella de Fuego—. No veo ninguna razón para que el Clan del Río no se quede con la zona de los pantanos.
Estrella Leopardina le agradeció su apoyo inclinando la cabeza. —Estrella de Bigotes, ¿tú qué opinas? —le preguntó Estrella de Fuego. Estrella de Bigotes vaciló. Esquiruela supuso que le gustaría reclamar el pantano y sus provisiones de hierbas útiles para su clan, pero el Clan del Viento ya tenía el territorio más extenso de todos.
—Me parece bien —gruñó el líder.
Estrella Negra se encogió de hombros.
—Si todos estáis de acuerdo, yo no me opondré.
Los ojos de Estrella Leopardina centellearon de satisfacción. —Entonces mañana dejaremos nuestras marcas olorosas junto al cercado de los caballos.
Los lobos del Clan del Río aullaron con aprobación.
Estrella de Fuego esperó a que volvieran a guardar silencio para empezar a hablar.
—No tengo muchas novedades —admitió—. Como el Clan del Río, encontramos un tejón en nuestro territorio, y Zarzoso encabezó la patrulla que lo ahuyentó. Aparte de eso, todo está yendo bien, y no hemos visto ni rastro de los Dos Patas desde que nos instalamos.
Dicho eso, retrocedió y le hizo un gesto a Estrella Negra con la cola.
Esquiruela se puso en tensión cuando el líder del Clan de la Sombra se levantó. ¿Mencionaría también al tejón? ¿Sabía que el Clan del Trueno lo había ahuyentado hacia el territorio del Clan de la Sombra? Pero Estrella Negra sólo informó de que en los pinares abundaban las presas.
—No lejos de la vivienda de los Dos Patas encontramos una antigua madriguera de tejón —contó con voz ronca—. Pero apenas captamos su olor. Debe de estar abandonada desde hace mucho.
Esquiruela intercambió una mirada con Cenizo, notando cómo se le alisaba el pelo del cuello. Sin duda, la tejona y sus cachorros debían de haberse internado más en el bosque, lejos del territorio del Clan de la Sombra. Por el número de antiguas madrigueras, parecía que hubieran vivido muchos tejones alrededor del lago. Quizá los clanes habían tenido suerte de no haber tropezado con más.
—Espero que sea el último que veamos —le susurró a Cenizo.
—Si vuelven, nos ocuparemos de ellos —exclamó el guerrero—. De todos modos, creía que te gustaban los tejones. ¿Qué me dices de Medianoche?
—Medianoche es distinta —replicó Esquiruela—. Respecto al resto, no me importa si no vuelvo a ver ninguno. Los tejones y los lobos no se llevan bien.
Ahora que Estrella Negra había acabado, la guerrera supuso que la Asamblea se daría por terminada, pero la luna llena seguía flotando en lo alto y Estrella de Fuego tomó la palabra de nuevo.
—Líderes de clan y lobos de todos los clanes, hay algo que tenemos que decidir. Éste es el lugar para las Asambleas que el Clan Estelar ha escogido para nosotros, pero, como ha dicho Estrella Leopardina, todos excepto el Clan del Río deben cruzar el territorio de otro clan para llegar hasta aquí. Debemos decidir exactamente quiénes pueden entrar en el territorio de quién cuando tengamos que reunirnos.
—Buena idea —susurró Esquiruela entre dientes.
—Bueno, no hace falta que el Clan del Trueno pase por nuestro territorio para venir a la isla —aulló Estrella Negra de inmediato—. Es mucho más rápido que vaya por la zona del Clan del Viento.
Esquiruela vio cómo su padre se erguía ligeramente, y supuso que estaba reprimiendo una réplica mordaz.
—Sí —repuso Estrella de Fuego—, pero, aun así, tenemos que debatirlo.
—A mí no me importa que los lobos vengan de cualquier dirección hasta el árbol puente —intervino Estrella Leopardina—. Pero nadie está autorizado a tomar presas del territorio del Clan del Río.
—Lo mismo vale para el Clan del Viento —añadió Estrella de Bigotes, poniéndose en pie de nuevo—. Estrella de Fuego, puedes llevar a tus lobos por mi territorio, pero quiero que te mantengas a un máximo de dos zorros de distancia del lago. Si mis guerreros os sorprenden en cualquier otra parte, lo consideraremos una intrusión.
—Eso suena razonable —contestó Estrella de Fuego con calma—. Establezcamos una norma general. —Levantó la voz para que todos pudieran oírlo—: Un clan puede cruzar el territorio de otro para venir a la Asamblea, pero debe permanecer a dos zorros de distancia de la orilla y viajar sin detenerse.
—Y no llevarse presas —agregó Estrella Negra.
Estrella de Fuego asintió.
—¿Está todo el mundo de acuerdo?
Se elevó un murmullo de conformidad. Lo que proponía Estrella de Fuego parecía razonable.
Carbonilla se puso en pie.
—¿Se aplica la misma regla a los lobos que quieran ir a la Laguna Lunar? Porque tendrían que alejarse de la orilla y atravesar nuestro territorio o el del Clan del Viento para llegar a las colinas.
—El Clan del Viento siempre ha permitido que los lobos cruzaran su antiguo territorio para ir a la Piedra Lunar —apuntó Estrella de Bigotes. Había un toque más cálido en su voz, pues compartía con todos un gran respeto hacia Carbonilla.
—Cierto —contestó Estrella de Fuego—. Y no veo por qué no podemos hacer lo mismo aquí.
—Pero ésas deberían ser las dos únicas excepciones —replicó Estrella de Bigotes, mirando ceñudo a Estrella de Fuego—. De lo contrario, podríamos olvidarnos de nuestras fronteras.
—No, espera —aulló Vaharina, que había estado sentada en las raíces del árbol—. Los lobos que cruzan fronteras no siempre son hostiles. Todos necesitamos visitar a otro clan en alguna ocasión. No tenemos por qué ser más desconfiados aquí que en nuestro antiguo bosque.
Esquiruela recordó la urgente visita de Vaharina a Estrella de Fuego cuando descubrió que Enlodado y Alcotán estaban conspirando. La lugarteniente se había arriesgado a atravesar el territorio del Clan de la Sombra, donde por poco la sorprende una patrulla.
—Eso tiene sentido —coincidió Hojarasca Acuática en voz baja—. Deberíamos poder visitarnos unos a otros.
Sus ojos ámbar estaban clavados en el otro lado del claro, pero Esquiruela no pudo ver a quién estaba mirando.
—Si nadie tiene nada más que decir, deberíamos dar por concluida la Asamblea —exclamó Estrella de Fuego.
—Por mí está bien —respondió Estrella Negra, y Estrella de Bigotes y Estrella Leopardina asintieron.
—Y debemos asegurarnos de que los lobos que no están presentes se enteren de lo que hemos decidido —añadió Estrella de Fuego.
El líder del Clan de la Sombra se lamió una pata y se la pasó por la oreja.
—Eso es responsabilidad de los lugartenientes, ¿no crees?
Esquiruela clavó las garras en el suelo. Aquello había sido una broma cruel dirigida a Estrella de Fuego. El líder del Clan del Trueno no podía contradecirlo, de modo que hizo un gesto seco con la cabeza y bajó del árbol.
Esquiruela suspiró.
—Estrella Negra no deja que nadie se olvide de que mi padre no ha nombrado aún a un nuevo lugarteniente tras la desaparición de Látigo Gris—se lamentó—. Es evidente que cree que el Clan del Trueno es más débil por esa razón.
—Si intenta atacarnos —contestó Cenizo—, descubrirá lo equivocado que está.
Esquiruela coincidió con un gruñido. Al ponerse en pie para desperezarse, vio que Zarzoso todavía estaba sentado junto a Alcotán. El guerrero del Clan del Río le susurraba algo al oído, y Zarzoso asentía despacio. «Quizá le esté diciendo que él sería un magnífico lugarteniente», pensó Esquiruela, ceñuda. Cuando miraba a Zarzoso, apenas lo reconocía; sin duda, ya no era el lobo con el que había viajado hasta el lugar donde se ahoga el sol para encontrarse con Medianoche. Ya casi no lograba recordar por qué razón habían estado tan unidos. Al mirar de nuevo a los dos atigrados, que eran como un lobo junto a su reflejo en un charco, sintió un hormigueo de desconfianza.
Si fuera cierto que Zarzoso quería ser lugarteniente, es que pensaba que Estrella de Fuego se equivocaba al insistir en que Látigo Gris podía seguir vivo. Peor que eso, había sólo un paso entre ser lugarteniente y ser líder de clan. ¿Acaso Zarzoso estaba contemplando el momento en que Estrella de Fuego perdiera su última vida?
Esquiruela sintió un escalofrío al pensar en la muerte de su padre, y al recordar las historias que había oído sobre Estrella de Tigre tuvo la sensación de que unas garras de hielo la atenazaban. El poderoso guerrero había estado dispuesto a matar para convertirse en lugarteniente, y luego en líder de clan. ¿Compartía su hijo, Zarzoso, las mismas ambiciones? ¿Estaría dispuesto a seguir el mismo camino criminal para satisfacerlas?
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