Capitulo 4
Esquiruela arrancó musgo de las raíces de un roble y empezó a formar una bola con él para llevarlo hasta el campamento. Había pasado un cuarto de luna desde la batalla contra Enlodado y sus seguidores, y el clan empezaba a recuperarse. Las heridas estaban sanando, y el recuerdo de la rebelión de Enlodado se iba desvaneciendo.
Zarzoso había comenzado con sus sesiones de entrenamiento, y Tormenta de Arena había insistido en que todos los guerreros se turnaran en las tareas que corresponderían a los aprendices. Esquiruela preferiría estar cazando o explorando que buscar musgo fresco para el lecho de los veteranos, pero el trabajo no era tan aburrido si podías compartirlo con un amigo.
Tras lanzarle una mirada traviesa a Cenizo, que estaba recogiendo musgo de otro árbol cercano, agarró con la zarpa la bola que había formado y se la lanzó al guerrero. La bola impactó certeramente en mitad de su lomo y se desintegró, cubriéndole el pelaje de trocitos de musgo.
Cenizo se volvió en redondo.
—¡Eh!
Con ojos centelleantes de risa, tomó su propia bola y se la lanzó a Esquiruela. Ella se escondió detrás del árbol para esquivarla, y chocó de frente con Zarzoso.
—¿Qué pasa aquí? —quiso saber el atigrado—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy recogiendo musgo para el lecho de los veteranos —contestó Esquiruela.
Sintió una punzada de pena por su amistad perdida, como si una espina se clavara cada vez más en su pecho, pero también una oleada de irritación por el hecho de que Zarzoso hubiera tenido que aparecer en el momento exacto en que había dejado de lado el trabajo para jugar un poco.
Cenizo rodeó el árbol a la carrera con más musgo en la boca, y frenó en seco al ver a Zarzoso.
—¿Así que recogiendo musgo? Ya veo. —Con la punta de la cola, el atigrado le quitó a Cenizo un trozo de musgo del lomo—. ¿Y vais a llevarlo encima?
Cenizo dejó su bola en el suelo.
—Sólo estábamos divirtiéndonos un poco.
—¿Divirtiéndoos? —replicó Zarzoso—. Yo lo llamaría «perder el tiempo». ¿Es que no os dais cuenta de todo el trabajo que queda por hacer?
—Vale, vale. —Esquiruela notó que se le erizaba el pelo del cuello—.No tienes por qué tratarnos como a aprendices holgazanes.
—Pues entonces dejad de comportaros como si fuerais aprendices holgazanes —contestó Zarzoso, con un destello de rabia en sus ojos ámbar—. Ser guerrero significa poner al clan en primer lugar.
La irritación de Esquiruela creció como una ola.
—¡Eso ya lo sabemos! —bufó—. ¡Igual que sabemos que él ha muerto y que crees que eso te ha convertido en lugarteniente!
En cuanto pronunció esas palabras, supo que había dicho algo increíblemente estúpido. Quería tragarse sus palabras, pero era demasiado tarde.
Los ojos de Zarzoso llamearon, pero habló con voz fría y tranquila.
—Nadie sabe si Látigo Gris está vivo o muerto. ¿Tienes idea de cómo está sufriendo Estrella de Fuego?
—¡Por supuesto que sí! —En lo más hondo, Esquiruela deseaba decir que lo sentía, pero no podía retractarse cuando Zarzoso estaba siendo tan injusto con ella—. ¡Estrella de Fuego es mi padre, por el Clan Estelar! No me hables como si no me importara.
—Cálmate. —Cenizo hundió el hocico en su hombro. Esquiruela intentó controlar su ira.
—Daría lo que fuera por que Látigo Gris regresara...
—Sí, ya lo sabemos —la tranquilizó Cenizo, y ella notó su cálido aliento contra la piel—. Mira, Zarzoso —continuó el guerrero, irguiéndose —, recogeremos el musgo, ¿vale? No tienes por qué atosigar a Esquiruela.
Zarzoso agitó las orejas.
—Está bien, pero daos toda la prisa que podáis. Y cuando terminéis con eso, aseguraos de que los veteranos tengan carne fresca.
Y sin esperar respuesta, dio media vuelta y se alejó a grandes zancadas en dirección al campamento.
—¡Da de comer a los veteranos tú mismo! —gritó Esquiruela a sus espaldas.
Zarzoso no tenía por qué actuar de aquella manera... a menos que estuviera castigándola por sospechar de Alcotán.
Si Zarzoso la había oído, no lo demostró. Se limitó a seguir andando hasta que lo ocultaron los verdes helechos.
—Tómatelo con calma, Esquiruela —masculló Cenizo—. Zarzoso sólo quiere que se haga todo el trabajo. Con una sola aprendiza, todos estamos bajo presión.
—Pues entonces debería poner más de su parte, en vez de ir por ahí repartiendo órdenes —refunfuñó la guerrera—. Si cree que voy a recoger musgo para él, ¡está muy equivocado! Me voy a cazar.
Se volvió en redondo y corrió hacia los árboles. Oyó que Cenizo la llamaba, pero estaba demasiado furiosa para reducir el paso. Una parte de ella quería abalanzarse sobre Zarzoso y borrarle de la cara esa expresión desdeñosa, pero la otra se sentía culpable por haber insinuado que Látigo Gris estaba muerto. Cada vez que Zarzoso y ella hablaban, parecían hundirse más y más en un pozo de desconfianza lleno de rabia y frustración. La joven se preguntó si habría algo que pudiera arreglar las cosas entre ellos.
Con esos perturbadores pensamientos dando vueltas en su cabeza, apenas se percató de adónde la conducían sus patas a toda velocidad, y cuando vio que ante ella se alzaba un zarzal era ya demasiado tarde: intentó frenar en seco, pero cayó de cabeza entre las espinosas ramas.
—¡Cagarrutas de ratón! —bufó.
Las espinas tiraban de su pelaje mientras trataba de liberarse, y Esquiruela se moría de vergüenza ante la mera idea de que aparecieran Zarzoso o Cenizo y la encontraran atrapada allí de ese modo. Clavando las uñas en el suelo, consiguió arrastrarse y quedar libre, aunque dejó algunos mechones de pelo rojo entre los pinchos.
Tras ponerse en pie a trompicones, vio que el bosque que la rodeaba no le resultaba familiar: los troncos de los árboles eran enormes y grises, y estaban cubiertos de musgo y hiedra y mucho más juntos que los de los alrededores del campamento.
—¡Esquiruela! ¡Cuidado!
El grito de alarma de Cenizo sonó cerca, a sus espaldas. La loba se volvió de un salto con el pelo erizado. Justo al otro lado del zarzal había un claro, con el suelo alfombrado de hojas muertas. A Esquiruela se le desbocó el corazón al ver una cara afilada y de color marrón rojizo, que asomaba por una mata de espinos en el extremo más alejado del claro. Un zorro. La guerrera vio horrorizada cómo el animal salía sin prisa de su escondrijo, con la boca abierta en un gruñido y con ojos relucientes de hambre.
—Retrocede despacio... —le indicó Cenizo en voz baja.
Esquiruela tenía la sensación de que sus patas se habían vuelto de piedra, y aun así se obligó a dar un paso atrás. El zorro saltó de inmediato, y la joven guerrera reaccionó levantando las garras para defenderse, pero en el mismo instante un relámpago gris centelleó entre ella y el zorro: era Cenizo, que se abalanzó al hocico de la criatura con ambas zarpas. El guerrero soltó un alarido terrible, pero el zorro permaneció donde estaba, en el centro del claro, y giró la cabeza hacia Cenizo, mordiendo el aire. Esquiruela se lanzó entonces hacia la bestia con un aullido de furia y le propinó un zarpazo en la cara, y el animal se revolvió y se quitó de encima a la loba, que aterrizó en el suelo con un golpe sordo que la dejó sin aliento. Cuando la joven consiguió ponerse en pie, vio a Cenizo pateando al zorro con las patas traseras mientras la alimaña intentaba morderlo en el cuello.
Esquiruela saltó de nuevo, lanzando las uñas hacia el enemigo. Cuando el zorro se volvió hacia ella, la joven vio cómo Cenizo intentaba retirarse a rastras, sangrando por el cuello, y aprovechando aquel instante de distracción el zorro la atacó de nuevo y le clavó los colmillos en el lomo. La loba aulló de dolor y arañó el hocico de su contrincante. En ese momento, oyó que Cenizo le gritaba:
—¡Esquiruela, sácatelo de encima!
Pero la alimaña no la soltaba. Furiosa y aterrorizada, Esquiruela luchó con mayor ímpetu. El zorro la sacudió con tanta violencia que le castañetearon los dientes, y la loba se quedó inerte bajo la presión del enemigo, sintiendo cómo se desvanecían sus fuerzas. En sus ojos se alzó una ola negra que amenazaba con engullirla, y justo en ese momento oyó un feroz alarido muy cerca. De pronto, el zorro separó las fauces y la dejó caer. Durante unos segundos, Esquiruela permaneció semiinconsciente entre las hojas, oyendo unos rabiosos gruñidos por encima de su cabeza.
Jadeando y sin fuerzas, la joven guerrera consiguió ponerse en pie. El bosque daba vueltas a su alrededor, y sólo cuando se le aclaró la vista descubrió a Zarzoso ante ella: tenía el pelo tan erizado de rabia que parecía haber doblado su tamaño. El atigrado estaba haciendo retroceder al zorro de nuevo hacia los árboles a base de zarpazos, mostrando los colmillos. Cenizo luchaba a su lado. Parecía debilitado, pero se mostraba decidido, y Esquiruela avanzó a trompicones para unirse a sus compañeros, soltando un aullido desafiante. Al verse frente a un tercer atacante, el zorro retrocedió rápidamente, dio media vuelta y desapareció entre la vegetación. Durante unos momentos, los lobos oyeron el ruido que hacía al correr entre los helechos, y luego todo quedó en silencio.
—Gracias, Zarzoso —resolló Cenizo—. ¿Cómo has sabido que teníamos problemas?
—Os he oído —respondió el guerrero, con la voz aún tensa de rabia—. Por el gran Clan Estelar, ¿qué estabais haciendo aquí? Sabéis que todavía no hemos explorado esta parte del bosque como es debido. El encuentro con el tejón debería haberos vuelto más prudentes, ¿no?
Esquiruela sintió que casi no podía hablar de la rabia que le daba. ¿Por qué tenía que ser Zarzoso el que había acudido en su ayuda? Y lo peor de todo era que el atigrado tenía razón: ella no debería haberse internado en el bosque en un arrebato de ira sin mirar adónde iba. Pero la actitud de Zarzoso le resultaba de lo más odiosa.
—¿Cuál es tu problema? —exclamó enojada—. ¡No sé qué es lo que vi en ti!
—Habíamos pensado ir a cazar... —explicó Cenizo, rozando con la cola la boca de Esquiruela para que se callara—. Lo lamento... Nos hemos alejado más de lo que pretendíamos.
Zarzoso lo miró de arriba abajo, con la furia ardiendo todavía en sus ojos ámbar.
—Aun así, es bueno que nos hayamos topado con ese zorro... —señaló Esquiruela—. El clan necesita saber que existe.
—¿Y qué habría sabido el clan si os hubiera matado a los dos? —gruñó Zarzoso—. Por el Clan Estelar, tened un poco más de sentido común la próxima vez.
Se acercó a olfatear la herida en el cuello de Cenizo. Para alivio de Esquiruela, ya casi había parado de sangrar. Parecía bastante profunda, pero no la clase de herida que puede matar.
—Será mejor que vuelvas al campamento para que Carbonilla te la examine —le aconsejó Zarzoso—. Y tú también, Esquiruela, esos arañazos no tienen muy buen aspecto.
La guerrera giró el cuello para mirarse el lomo y los hombros. Le faltaban unos cuantos mechones de pelo, y en la zona en la que el zorro le había clavado los dientes vio unas perlas de sangre roja pegajosa que goteaban por su pelaje. Las dentelladas le escocían mucho, y toda su musculatura parecía latir. Se moría de ganas de regresar al campamento, tomar un puñado de hierbas calmantes y meterse en su blando lecho bajo el arbusto de espino. Pero no podían permitir que el zorro se largara de allí sin intentar antes localizar su madriguera.
—¿No deberíamos seguir el rastro oloroso y comprobar si el zorro tiene una madriguera por aquí cerca? —sugirió. Su voz sonó fría, ocultando la furia que ardía en su interior—. No nos servirá de nada irle a Estrella de Fuego con media historia.
—Es una buena idea —aprobó Cenizo—. Ese zorro parecía flaco y desesperado, como si estuviera compitiendo con zorros más fuertes para alimentarse. Y eso lo vuelve más peligroso aún. Si vive en nuestro territorio, necesitamos averiguar cómo librarnos de él.
Zarzoso vaciló, pero acabó aceptando.
—De acuerdo. Seguiremos su pista, al menos durante un rato.
Se encaminó hacia la maleza por la que había desaparecido el zorro. El hedor que había dejado la alimaña tras ella seguía siendo intenso.
—¡Qué pestazo! —gruñó Cenizo.
Zarzoso encabezó la partida, y siguieron el rastro oloroso a través del sotobosque. Al cabo de poco, cruzaron el viejo sendero abandonado de los Dos Patas que conducía a la hondonada rocosa en una dirección y continuaba por el bosque en la otra. Cuando empezó a disminuir el número de árboles para dar paso a un ancho páramo, Esquiruela detectó que el rastro de la alimaña se mezclaba con el olor de otros lobos. No muy lejos de ellos se oía el borboteo de un arroyo.
Zarzoso se detuvo.
—Ésta es la frontera con el Clan del Viento —exclamó.
—Si el zorro ha entrado en su territorio, ya no es problema nuestro —repuso Cenizo.
—No estés tan seguro de eso. —Zarzoso miró a un lado y a otro—.Dividámonos y echemos un vistazo, a ver si descubrimos su madriguera.
—Su madriguera debe de estar en el territorio del Clan del Viento, cerebro de ratón —masculló Esquiruela, pero aun así colaboró en la búsqueda, avanzando a lo largo de la frontera y regresando poco después, antes de dirigirse de nuevo hacia los árboles.
Cuando los tres lobos volvieron a reunirse en la linde, ninguno de ellos había encontrado la madriguera.
—Parece que el zorro ha traspasado la frontera. El Clan del Viento tendrá que lidiar con él ahora —masculló Esquiruela.
—No estoy muy seguro de que Estrella de Fuego lo vea así —replicó Zarzoso—. Quizá quiera advertir a Estrella de Bigotes.
Esquiruela sabía que el guerrero tenía razón. El incómodo encuentro con una patrulla del Clan del Viento días atrás no parecía haber cambiado la fe de su padre en su amistad con Estrella de Bigotes. Y un verdadero amigo no se guardaría para sí la existencia del zorro. Además, aunque esa alimaña hubiera cruzado la frontera, los lobos del Clan del Trueno seguían estando en peligro.
—De acuerdo —murmuró la loba—. Volvamos al campamento a contárselo a Estrella de Fuego.
Esquiruela estaba delante de la entrada de la guarida de Carbonilla, apretando los dientes mientras Hojarasca Acuática le curaba las heridas con hojas de caléndula mascadas. Cerca de ellas, Carbonilla aplicaba telarañas en la herida que Cenizo tenía en el cuello. El guerrero hizo una mueca, y Esquiruela le lanzó una mirada de complicidad.
—Con esto debería bastar —le dijo la curandera a Cenizo—. Pero tómate las cosas con calma durante un par de días. Y asegúrate de que una de nosotras te examine las heridas a diario, para comprobar que no se infectan.
—¿Y dices que el zorro ha cruzado la frontera del Clan del Viento? —le preguntó Hojarasca Acuática a su hermana.
La joven curandera parecía inquieta, y Esquiruela se preguntó por qué su hermana se preocupaba tanto por el hecho de que un zorro hubiera escapado hacia el territorio del Clan del Viento. Sería mucho más preocupante que tuviera su madriguera en el lado de la frontera del Clan del Trueno.
—Sí —confirmó la guerrera, frunciendo el hocico cuando el jugo de caléndula se filtró en las incisiones provocadas por los colmillos del zorro.
—Pero no habéis visto a ningún lobo del Clan del Viento, ¿verdad? — continuó Hojarasca Acuática; Esquiruela comenzó a captar cierta incomodidad en su hermana, y otro sentimiento profundo y turbulento que no pudo identificar—. Como... como a Corvino Plumoso, por ejemplo.
—No. Si hubiéramos visto a algún lobo del Clan del Viento, le habríamos contado lo del zorro, cerebro de ratón. Y no tendríamos que estar pensando en visitarlos de nuevo —añadió. En esos momentos, Zarzoso estaba con Estrella de Fuego explicándole lo sucedido, y Esquiruela estaba casi segura de cuál sería la reacción de su padre—. En cualquier caso, ¿por qué has pensado en Corvino Plumoso?
Hojarasca Acuática empleó más tiempo del necesario en seleccionar una hoja de caléndula del montón que tenía delante.
—Oh, por nada... —respondió finalmente—, como sé que es amigo vuestro desde que hicisteis juntos el viaje al lugar donde se ahoga el sol...
—No sé si puedo considerarlo un amigo, la verdad —replicó Esquiruela —. No creo que Corvino Plumoso sea capaz de sentirse unido a otro lobo... Sobre todo desde la muerte de Plumosa. Él la amaba de verdad. Debe de echarla muchísimo de menos.
—Supongo que sí... —contestó Hojarasca Acuática.
Sonó como si estuviera ahogándose, y Esquiruela la miró preocupada, pero su hermana había vuelto a inclinarse para mascar otra hoja.
Cenizo bufó, escocido, cuando Hojarasca Acuática le aplicó de sopetón las hojas mascadas de caléndula en las heridas de la pata trasera. Esquiruela parpadeó. ¡Su hermana solía ser mucho más delicada!
Los zarzales que protegían la entrada de la cueva susurraron, y Estrella de Fuego entró en la guarida seguido de Zarzoso.
—Zarzoso me ha dicho que estaríais aquí —dijo el líder, dirigiéndose a Esquiruela y Cenizo—. He decidido hacer una visita al Clan del Viento para advertir a Estrella de Bigotes sobre el zorro, y quiero que me acompañéis.
A Esquiruela no le sorprendió, aunque pensó: «Pero no avisó al Clan de la Sombra de lo del tejón».
Carbonilla levantó la cabeza hacia él.
—No creo que...
—Ya sé lo que vas a decir —la interrumpió Estrella de Fuego—. Pero mi hombro ya está bien, y he tomado una decisión.
—Eso no es lo que iba a decir. —Los ojos de la curandera llamearon—.Estos lobos han resultado heridos en una pelea, y necesitan descansar.
—Y yo necesito contarle a Estrella de Bigotes lo que ellos han visto —replicó Estrella de Fuego.
—Pueden contártelo, y tú puedes transmitir el mensaje —aulló Carbonilla, obstinada.
—Eh, un momento. —Esquiruela se puso en pie con esfuerzo—.Podríais preguntarnos a nosotros, ¿no? Yo me siento lo bastante fuerte para ir hasta el Clan del Viento. ¿Y tú, Cenizo?
—Sin duda. —El guerrero gris se levantó y se situó a su lado. Estrella de Fuego los observó.
—Sí, a mí me parece que estáis lo suficientemente bien. Podréis descansar cuando regresemos.
—¿Y si allí os metéis en otra pelea? —quiso saber Carbonilla.
—No creo que eso vaya a suceder —respondió Estrella de Fuego con calma—. El Clan del Viento es amigo nuestro.
La curandera soltó un bufido de rabia y se metió en las entrañas de su guarida a grandes zancadas, agitando la cola con irritación.
Estrella de Fuego la vio marchar con una expresión cálida en sus ojos verdes.
—Cada día se parece más a Fauces Amarillas —murmuró.
Para cuando Estrella de Fuego guió a la patrulla a través de la frontera, el sol estaba empezando a ponerse. No había ni rastro de otros lobos. Incluso el olor de la última patrulla del Clan del Viento era tenue. Esquiruela se esforzó por captarlo por encima de los deliciosos aromas a conejo que inundaban el páramo, y que le recordaban que no había comido desde primera hora de la mañana. No habían ido muy lejos cuando vieron tres conejos saltando despacio y mordisqueando la hierba.
—Es como si supieran que no podemos cazarlos —le dijo Esquiruela a Cenizo, quejosa.
El guerrero frunció el hocico con disgusto.
—Lo sé. Pero piensa en lo que diría Estrella de Bigotes si nos pillara cazando en su territorio.
Pronto llegaron a un arroyo que descendía en una serie de pequeñas cascadas. Unos pocos arbustos de espino achaparrados crecían en la orilla, y no vieron a ningún lobo del Clan del Viento hasta que la patrulla comenzó a ascender la colina que llevaba al campamento. Entonces, Esquiruela divisó en la cima la silueta de un guerrero que montaba guardia; el lobo dio media vuelta y desapareció. Al cabo de unos segundos, Estrella de Bigotes surgió entre los espinos que rodeaban la hondonada y se quedó esperándolos. Manto Trenzado y Corvino Plumoso lo flanquearon sin mostrar emoción alguna en su rostro.
—Estrella de Fuego. —Estrella de Bigotes lo saludó inclinando la cabeza—. ¿Qué estás haciendo en el territorio del Clan del Viento?
Su tono era educado, pero se dirigió a él como a un igual, con la cabeza alzada orgullosamente y mirada firme. Aquél no era el lobo que le había suplicado ayuda a Estrella de Fuego cuando su líder, Estrella Alta, lo eligió para liderar el clan.
—Hemos venido a ver cómo estáis —contestó Estrella de Fuego—. Habría venido antes, pero me disloqué el hombro en la batalla.
—El Clan del Viento está bien —exclamó Estrella de Bigotes—. ¿Hay alguna razón por la que no deba estarlo?
Esquiruela se quedó boquiabierta de asombro. ¿Cómo podía preguntar eso Estrella de Bigotes, cuando no había pasado ni una luna desde la rebelión de Enlodado?
La mirada de Estrella de Fuego se desvió de su amigo hasta Manto Trenzado, erguido ante la barrera de aulagas. Esquiruela supuso que su padre era reacio a señalar que algunos de los traidores seguían formando parte del clan... sobre todo teniendo en cuenta que uno de esos lobos oiría sus palabras.
Estrella de Bigotes entornó los ojos.
—Todos los miembros de mi clan saben que soy el lobo escogido por el Clan Estelar para ser su líder. Ya no habrá más problemas. No hay razón alguna para que vengas a vigilarme como si fuera un cachorrito indefenso.
—No es ésa mi intención —protestó Estrella de Fuego—. También hemos venido a informarte de algo —continuó—. Zarzoso, cuéntale a Estrella de Bigotes lo que ha sucedido hoy.
Zarzoso se situó junto a su líder.
—Mis dos compañeros —empezó, señalando a Esquiruela y Cenizo— han sorprendido a un zorro en nuestro territorio.
—Un macho —intervino Cenizo—. Uno de los más grandes que he visto.
—Entre los tres hemos conseguido ahuyentarlo —explicó Zarzoso—, y después de seguir su rastro hemos comprobado que ha cruzado a vuestro territorio. Creemos que tiene una madriguera...
—... Entre unas rocas que hay al pie de la colina —terminó Estrella de Bigotes, moviendo la cola desdeñosamente—. Mis guerreros ya lo han localizado. Lo tenemos vigilado, no os preocupéis.
—Esa alimaña se muestra más fiera que la mayoría de los zorros —le advirtió Zarzoso—. Puedes ver las heridas de Cenizo y Esquiruela.
—¡Y que lo digas! —murmuró la joven, haciendo una mueca al flexionar los músculos.
—El Clan del Viento puede ocuparse de eso —insistió Estrella de Bigotes—. Han pasado muchas estaciones desde que el Clan de la Sombra nos expulsó de nuestro antiguo hogar, y aun así todavía hay demasiados lobos que nos consideran el clan más débil. Actuáis como si apenas pudiéramos alimentarnos solos. Pero ahora somos tan fuertes como cualquier otro clan, y lo demostraremos. No necesitamos la ayuda de ningún lobo.
Estrella de Fuego inclinó la cabeza. Esquiruela vio tristeza en sus ojos, y habría preferido estar en cualquier otro sitio que no fuera allí, oyendo cómo uno de los más viejos aliados de su padre rechazaba su amistad.
—El Clan del Viento ha hecho tanto como los demás clanes para que llegáramos a nuestro nuevo hogar —prosiguió Estrella de Bigotes—. No le debemos nada a nadie.
Esquiruela se contuvo a duras penas para no gritar: «¡Eso no es cierto! Sin el Clan del Trueno, el Clan del Viento habría muerto en su antiguo hogar, hasta el último de sus lobos habría acabado en manos de los Dos Patas o aplastado por sus gigantescos monstruos».
Estrella de Fuego levantó la cabeza.
—Si te he ofendido, lo lamento —dijo con voz serena. Hizo un gesto a sus guerreros, indicándoles que debían marcharse—. Adiós, Estrella de Bigotes —se despidió—. Te veré en la Asamblea.
—¿Quieres que una patrulla los escolte hasta la frontera? —masculló Manto Trenzado, hablando por primera vez.
El líder negó con la cabeza.
—No será necesario. —Y sin añadir nada más, dio media vuelta y desapareció entre los arbustos.
Estrella de Fuego se quedó mirando el punto por el que se había esfumado hasta que las hojas dejaron de temblar, y, en silencio, comenzó a descender la colina. Esquiruela estaba a punto de seguirlo cuando oyó que la llamaban. Corvino Plumoso se había quedado allí, bajo la sombra de los arbustos.
—Esquiruela, quería preguntarte... —empezó el guerrero.
Manto Trenzado asomó la cabeza por los espinos y lo interrumpió. —¡Corvino Plumoso!
—¡Enseguida voy! —respondió—. Esquiruela, escucha... —comenzó de nuevo. Pero Estrella de Fuego se había detenido al pie de la ladera.
—¡Venga, Esquiruela!
—¿No puedes esperar hasta la Asamblea? —le preguntó la loba al guerrero del Clan del Viento—. Tengo que irme.
Él dio un paso atrás, bajando la cola, decepcionado.
—Sí, supongo que puedo esperar.
Manto Trenzado lo llamó de nuevo y, con una mirada de frustración a Esquiruela, el guerrero gris se dio la vuelta y se marchó.
La joven echó a correr tras sus compañeros. Aún no podía creerse que Estrella de Bigotes hubiera tratado a su padre de ese modo. Cualquier nuevo líder querría que su clan fuera fuerte e independiente, pero ¿acaso se había olvidado de todo lo que le debía a Estrella de Fuego?
«Si eso es lo que quiere Estrella de Bigotes —pensó mientras alcanzaba a la patrulla—, pues muy bien. Ser sus aliados sólo nos ha traído problemas. Tarde o temprano, cuando necesite de nuevo la ayuda del Clan del Trueno, lo lamentará».
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