Capítulo 2
Era la primera vez que Esquiruela salía del campamento desde la batalla contra Enlodado, y se encontró disfrutando de la sensación de la brisa en su pelaje y del crujido de las hojas secas bajo las patas. Aquí y allá captaba señales tempranas de la estación de la hoja nueva: unas pálidas campanillas de invierno debajo de un árbol, y una única flor precoz de fárfara que destacaba en un musgoso tronco verde como una salpicadura de sol. La joven guerrera se dijo que debía contarle a su hermana dónde hallar esa planta. La fárfara era un buen remedio para los problemas respiratorios.
En cuanto estuvieron lejos del campamento, Zarzoso se detuvo.
—¿Por qué no abrís camino vosotros? —propuso, dirigiéndose a Cenizo y Orvallo—. Veamos lo bien que conocéis el territorio.
—Por supuesto —aceptó Orvallo entusiasmado, y echó a andar.
Cenizo, sin embargo, miró con dureza al atigrado antes de desaparecer entre los helechos tras Orvallo. Esquiruela entendió la razón.
—¿Por qué has dicho eso? —le soltó malhumorada a Zarzoso en cuanto se quedaron solos—. Los estás tratando como si fueran aprendices. No te olvides de que Cenizo es mayor que tú.
—Pero soy yo el que encabeza esta patrulla —replicó el guerrero—. Si no te gustan mis órdenes, será mejor que te vayas.
Esquiruela abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla. No quería acabar metiéndose en otra discusión. En vez de eso, pasó junto a Zarzoso y bordeó una mata de helechos, siguiendo el rastro de Cenizo y Orvallo.
Cenizo debió de oírla, porque esperó a que lo alcanzara y redujo el paso para adaptarlo al de ella.
—Están creciendo nuevos brotes en los árboles —señaló, apuntando con la cola las ramas de un roble—. No falta mucho para la estación de la hoja nueva.
—Estoy deseando que llegue —masculló Esquiruela—. No más hielo ni nieve, muchas más presas...
—Al clan no le iría mal disponer de más carne fresca —coincidió Cenizo—. Y hablando de carne fresca, ¿qué tal si cazamos algo? ¿Crees que a Zarzoso le molestará?
—A mí me importa una cola de ratón si a Zarzoso le molesta o no — bufó la joven.
Abrió la boca para saborear el aire. Al principio le pareció detectar un rastro de tejón, y se preguntó si debería mencionárselo a Zarzoso; los tejones eran un problema, especialmente si su territorio coincidía con el de un clan. Pero el atigrado era el último lobo del bosque con el que ella quería hablar en ese momento, y, además, supuso que él no prestaría ninguna atención a nada de lo que le dijera.
Volvió a saborear el aire, y su olfato se llenó del olor de una ardilla. Cuando entrevió a la criatura de poblada cola, entretenida con una bellota a unos pocos zorros de distancia, se olvidó por completo del tejón. Tras comprobar la dirección del viento, adoptó la posición de caza y avanzó sigilosamente hacia su presa. Al verla saltar hacia ella, la ardilla corrió a refugiarse a un tronco cercano, pero Esquiruela fue más rápida. Le clavó los colmillos y la despachó con una veloz dentellada en el cuello.
Un sonoro chillido de alarma la hizo volverse del todo, y vio cómo un mirlo echaba a volar desde una mata de helechos, mientras Cenizo se quedaba mirándolo con frustración.
—¡Mala suerte! —exclamó Esquiruela—. Seguramente lo he espantado yo al ir tras la ardilla.
Cenizo negó con la cabeza.
—No. He sido yo. He pisado una rama.
—No importa. Ven a compartir la ardilla conmigo. —Lo invitó con un movimiento de la cola—. Hay bastante para los dos.
Cuando Cenizo se reunió con ella, apareció Zarzoso entre la maleza.
—¿Qué creéis que estáis haciendo? —gruñó—. Estamos de camino al territorio del Clan del Viento, ¿o es que lo habéis olvidado?
Esquiruela engulló un pedazo de carne.
—Venga, Zarzoso... relájate un poco, por el Clan Estelar. Ninguno de nosotros ha comido esta mañana... —Con cierta torpeza, no muy segura de cómo reaccionaría el guerrero si intentaba ser amigable, se apartó de la ardilla—. Puedes comer un trozo si quieres.
—No, gracias —replicó el atigrado secamente—. ¿Dónde está Orvallo?
—Iba delante —respondió Cenizo, señalando con la cola.
Sin una palabra más, Zarzoso se marchó en esa dirección, abriéndose paso entre la alta hierba hasta que fue engullido por las húmedas frondas verdes.
Esquiruela soltó un bufido de irritación.
Cenizo le tocó levemente la oreja con la punta de la cola.
—No dejes que te saque de quicio tan fácilmente.
—No lo hace —masculló la joven loba, intentando convencerse a sí misma de que era cierto.
Volvió a recordar lo unidos que estaban Zarzoso y ella durante los viajes. Habían llegado a confiar totalmente el uno en el otro y se habían necesitado tanto... «¿Cómo hemos pasado de aquello a esto?», se preguntó, desesperada.
Al lanzar una mirada a Cenizo, vio preocupación en sus ojos. La joven sabía que él quería una relación más estrecha con ella, que fueran algo más que camaradas guerreros. Y resultaba muy tentador decirle que ella sentía lo mismo, pero era demasiado pronto para estar segura de que sus sentimientos eran reales. Primero tenía que superar sus problemas con Zarzoso. «Y mientras tanto, tenemos un trabajo que hacer —se recordó con un fogonazo de impaciencia—. ¡Eres una guerrera, no un conejo chiflado!».
Ella y Cenizo se terminaron la ardilla con unos cuantos bocados apresurados, y se pusieron de nuevo en marcha hacia la frontera del Clan del Viento. Pronto alcanzaron a Zarzoso y Orvallo. El atigrado había cazado un estornino y estaba engulléndolo con hambre, mientras Orvallo se zampaba un campañol. El guerrero gris levantó la vista cuando aparecieron sus compañeros.
—Ya pensaba que os habíais perdido —exclamó.
Zarzoso se tragó el último bocado de estornino y se puso en pie. Sin decir ni una palabra, dio media vuelta y echó a andar a grandes zancadas. Esquiruela intercambió una mirada con Cenizo, se encogió de hombros y lo siguió.
Los árboles eran cada vez más escasos cuando la joven guerrera empezó a oír el chapoteo del agua sobre las piedras. La patrulla llegó a lo alto de la ladera que llevaba al arroyo, el punto que marcaba la frontera del Clan del Viento. La brisa arrastraba rachas del olor del clan vecino, pero no había ni rastro de ningún lobo.
—Es probable que acabe de pasar una patrulla —murmuró Cenizo quedamente—. Esas marcas olorosas son frescas.
Esquiruela pensó que ésa era una buena señal. Si el Clan del Viento estaba lo bastante organizado como para patrullar sus fronteras, debía de estar superando la rebelión de Enlodado. ¿Significaba eso que Bigotes había podido viajar hasta la Laguna Lunar para que el Clan Estelar le concediera sus nueve vidas y su nombre de líder?
—Vayamos hacia los pasaderos —propuso Zarzoso—. Quizá podamos alcanzar a esa patrulla.
Descendió la ladera a saltos, y luego siguió corriente arriba, con el resto de la patrulla a la zaga. Los árboles dieron paso enseguida a un páramo abierto; Esquiruela se volvió y escudriñó la franja gris de árboles desnudos que había debajo de ella. Más allá, el lago reflejaba el pálido cielo azul y el sol ya casi había alcanzado su cénit.
Ante ellos, el arroyo fluía por un terreno más escarpado, y en sus orillas crecían juncos y castañuelas. El agua espumeaba alrededor de los pasaderos que formaban un camino hasta el páramo del otro lado; eran fáciles de saltar para un lobo, incluso cuando el arroyo estaba crecido.
El viento azotó el rostro de Esquiruela, revolviéndole el pelo y haciendo que le lloraran los ojos.
—No sé cómo el Clan del Viento aguanta esto —le dijo a Cenizo, refunfuñando—. ¡No hay un solo árbol a la vista!
Cenizo soltó un ronroneo risueño.
—Probablemente ellos se pregunten cómo el Clan del Trueno aguanta todos esos árboles que cubren el cielo.
—Repíteme eso cuando llueva.
Un destello de pelaje marrón atrajo la atención de la guerrera: un conejo corría por lo alto de la loma. Esquiruela sintió un hormigueo en las patas. Su instinto la empujaba a correr tras él, pero la presa estaba dentro del territorio del Clan del Viento. Un instante después, apareció un lobo oscuro persiguiendo al conejo, rozando la hierba con la barriga. Esquiruela parpadeó para ver mejor, y reconoció enseguida a Corvino Plumoso. Como Zarzoso, Corvino Plumoso había sido uno de los lobos escogidos por el Clan Estelar para viajar hasta el lugar donde se ahoga el sol.
Cazador y presa desaparecieron tras una hondonada, y un chillido agudo le dijo a Esquiruela que el guerrero del Clan del Viento había cobrado su pieza.
—Patrulla de caza —exclamó Orvallo, señalando con la cabeza lo alto de la loma.
Otros dos guerreros seguían a Corvino Plumoso a paso más lento. Esquiruela distinguió el pelaje gris oscuro de Manto Trenzado, y el lobo más pequeño que iba tras él era su aprendiz, Zarpa de Turón. Cuando se detuvieron a observar a la patrulla del Clan del Trueno, se les unió Cola Blanca.
Zarzoso los llamó.
—¡Traemos un mensaje de Estrella de Fuego!
Manto Trenzado y Cola Blanca intercambiaron una mirada, y luego el guerrero encabezó el descenso hasta el lado opuesto del arroyo, donde se pararon.
—¿Qué mensaje? —quiso saber Manto Trenzado.
Esquiruela examinó al guerrero del Clan del Viento. Había sido uno de los partidarios más acérrimos de Enlodado, y todavía lucía las marcas de la batalla en una oreja desgarrada y una calva en el hombro. Bigotes, sin embargo, habría decidido volver a confiar en él, ya que lo había puesto al mando de una patrulla.
Zarzoso los saludó inclinando la cabeza.
—Estrella de Fuego nos envía para comprobar si todo está en orden — masculló—. Nos ha pedido que averigüemos si Bigotes ha viajado ya hasta la Laguna Lunar.
—Estrella de Bigotes —lo corrigió Cola Blanca.
A Esquiruela se le hizo un nudo en el estómago. Llamar al líder del clan por su anterior nombre de guerrero había sido un grave error por parte de Zarzoso, como si no esperara que el Clan Estelar le hubiera concedido su nuevo nombre.
—Lo lamento... Estrella de Bigotes, por supuesto. —Zarzoso agitó una oreja, pero su voz se mantuvo firme—. Es una gran noticia. Felicitadlo de nuestra parte, ¿vale?
Manto Trenzado entornó los ojos.
—¿Por qué os ha enviado Estrella de Fuego? ¿Acaso pensaba que el Clan Estelar no le daría sus nueve vidas a Estrella de Bigotes?
Esquiruela abrió los ojos de par en par, sorprendida. ¿Es que Manto Trenzado se había olvidado de que Estrella de Bigotes podría ser carroña de no ser por Estrella de Fuego y el Clan del Trueno?
Zarzoso parpadeó.
—Sólo quiere estar seguro.
—Pues quizá Estrella de Fuego debería concentrarse en su clan y dejar que el Clan del Viento siga con su vida —sugirió Manto Trenzado.
—¡Estrella de Bigotes no sería líder de no ser por el Clan del Trueno! —exclamó Esquiruela acaloradamente—. Tú sabes eso tan bien como el que más. Tú y Enlodado... —Se interrumpió, atragantándose con un bocado de pelo cuando Zarzoso le pasó la cola por la boca.
Los ojos de Manto Trenzado llamearon.
—Yo no fui el único en creer que Enlodado era nuestro líder legítimo —gruñó—. Aun así, desde que el Clan Estelar lo mató con la caída del árbol y le concedió a Estrella de Bigotes sus nueve vidas y su nombre, sé que estaba equivocado.
—Si Estrella de Bigotes confía en Manto Trenzado, es que tiene abejas en el cerebro —le susurró Esquiruela a Cenizo al oído—. Si yo fuera el líder del Clan del Viento, me vigilaría la cola.
Para su alivio, la joven loba vio que Corvino Plumoso aparecía por el borde de la hondonada, llevando a rastras al conejo. Aunque el guerrero del Clan del Viento era tan picajoso como un arbusto de acebo, con sus viejos amigos no se mostraría tan frío y receloso como Manto Trenzado.
—Hola, Corvino Plumoso —lo saludó la joven—. ¡Buena captura!
Para su sorpresa, el guerrero gris oscuro la saludó con un seco movimiento de la cabeza y apartó la mirada sin pronunciar una sola palabra. Mantuvo las fauces cerradas sobre su presa, con las fosas nasales dilatadas.
—Si eso es todo —exclamó Manto Trenzado—, ya podéis volver a vuestro campamento.
—¡No nos digas qué hacer en nuestro propio territorio! —le soltó Esquiruela.
—Déjalo —le advirtió Zarzoso con un gruñido suave.
Esquiruela comprendió que el atigrado tenía razón; aquél no era el momento de iniciar una pelea, por muy hostil que estuviera mostrándose el Clan del Viento.
Desde su lado del arroyo, Manto Trenzado y los guerreros que lo acompañaban se quedaron observando en silencio cómo Zarzoso daba media vuelta y guiaba de nuevo a su patrulla hacia el campamento. Esquiruela notó que sus miradas se clavaban en ella mientras descendían la ladera, y cuando se volvió desde el lindero del bosque pudo ver que los cuatro lobos seguían plantados en su sitio. Echó a correr hacia delante, y no se detuvo hasta que dejó un denso arbusto entre ella y el Clan del Viento.
—¡Gracias al Clan Estelar! —Frenó en seco en un claro y se dio una sacudida, como si acabara de salir de un río de agua helada—. No sé qué es lo que les pasa a ésos.
—Yo tampoco —coincidió Orvallo.
—Pues a mí me parece más que evidente —repuso Zarzoso—. El Clan del Viento ya no quiere seguir siendo aliado del Clan del Trueno. Ahora todo es distinto.
—¡Después de todo lo que hemos hecho por ellos! —La frustración y la inquietud de Esquiruela se transformaron en rabia; no podía creer que Zarzoso aceptara sin rechistar la nueva hostilidad del Clan del Viento—. He estado a un pelo de bigote de arrancarle las orejas a Manto Trenzado.
—Pues menos mal que no lo has hecho —replicó el atigrado secamente —. Hay más de un lobo en el Clan del Trueno que considera que Estrella de Fuego no debe interferir en los asuntos de otro clan.
—¡Eso son cagarrutas de ratón! ¿Acaso piensas que Estrella de Fuego debería haberse mantenido al margen y dejar que Enlodado se alzara con el poder?
Esquiruela saltó hacia él, pero, antes de que pudiera situarse a su altura, Cenizo se interpuso entre ellos.
—Esto no nos lleva a ningún lado —exclamó—. Probablemente el Clan del Viento quiera demostrar que vuelve a ser fuerte, ahora que tiene un nuevo líder. Dadles tiempo. Las cosas se calmarán.
Esquiruela intuía que el guerrero gris tenía razón, aunque no por ello iba a permitir que Zarzoso continuara insultando a su padre. Hizo un esfuerzo para que se le alisara el pelo del cuello, pero seguía temblando de rabia cuando siguieron su camino hacia el campamento del Clan del Trueno.
—Estrella de Fuego siempre querrá ayudar a Estrella de Bigotes —le dijo a Zarzoso, que iba delante de ella atravesando una zona de helechos—. Son amigos desde el día en que se conocieron.
—Tal vez, aunque es obvio que Estrella de Bigotes ya no necesita ayuda —contestó Zarzoso sin mirar atrás, y la seguridad de su tono enfureció aún más a Esquiruela—. Es natural que los clanes sean rivales. Hicimos bien al ayudar al Clan del Viento cuando tenía problemas, pero no podemos seguir cuidando de ellos.
—¡Estúpida bola de pelo! —gruñó Esquiruela, aunque lo bastante bajo para que Zarzoso no la oyera.
Odiaba la manera en que los clanes estaban separándose como corrientes de agua en sus nuevos territorios. ¿Qué había pasado con la complicidad que habían mantenido durante el viaje desde el bosque, cuando todos intentaban ayudarse entre sí sin pararse a pensar a qué clan pertenecía cada uno? Le parecía que era demasiado pronto para darse la espalda y dejar que imperaran la hostilidad y la rivalidad entre clanes. ¿Cómo iban a sobrevivir en aquel nuevo y desconocido territorio si no podían confiar los unos en los otros?
—¿Y qué ocurrirá si el Clan del Trueno necesita la ayuda del Clan del Viento? —preguntó Orvallo, agorero, como si le hubiera leído el pensamiento a Esquiruela—. ¿Alguien ha pensado en eso?
Zarzoso escogió una ruta diferente para regresar con la patrulla al campamento, y de camino cazaron para llevar carne fresca a sus compañeros de clan. Al detenerse al pie de un roble, Esquiruela volvió a captar olor a tejón. Ahora era más fuerte y fresco que antes, y supuso que la criatura había pasado por allí no hacía mucho.
—Zarzoso, ¿tú también hueles eso?
El atigrado se acercó con una ardilla que acababa de cazar. La dejó en el suelo y se pasó la lengua por el hocico antes de abrir la boca para saborear el aire. La alarma se encendió de golpe en sus ojos.
—¡Tejón! Y muy cerca.
Esquiruela sintió un hormigueo. Un tejón en su territorio era lo último que quería un lobo. Alcotán ya había tenido que expulsar a uno del Clan del Río, y hasta ahora parecía que el Clan del Trueno había tenido suerte de no tropezarse con ninguno.
—Tendremos que hacer algo —masculló.
Zarzoso asintió. Si tenía la oportunidad, un tejón convertiría a un cachorro en un tierno manjar. Era improbable que intentase dar caza a un lobo adulto, pero eso no significaba que guerreros hechos y derechos estuvieran a salvo si se cruzaban con uno. Los tejones mataban por puro salvajismo, aplastando a su presa contra el suelo o inmovilizándola con sus colmillos hasta que estaba muerta.
Esquiruela se recordó que no todos los tejones eran iguales. Su primer viaje lejos del bosque los había conducido hasta Medianoche, la sabia tejona que vivía en el lugar donde se ahoga el sol. Ella fue quien les anunció que los Dos Patas destrozarían el bosque y que los clanes tendrían que abandonarlo y trasladarse. Aquella tejona, sin embargo, era única, y el resto de los de su especie podían ser depredadores sanguinarios si se les antojaba.
Cenizo se acercó a ellos.
—¿Hay algún problema? —les preguntó, aunque sus palabras apenas se entendieron porque llevaba varios ratones colgando de la boca por las colas. Zarzoso le hizo una señal a Orvallo, que acababa de llegar con un mirlo.
El guerrero corrió hacia él con expresión satisfecha y una pluma en el hocico.
—Un tejón... quizá más de uno... ha estado aquí —exclamó Zarzoso—. No podemos volver al campamento sin echar un vistazo.
—¿Te refieres a seguir su rastro? —preguntó Orvallo, alarmado—. ¿Estás seguro?
—Tenemos que averiguar si ha salido de nuestro territorio. Esquiruela, ¿puedes decirme hacia dónde ha ido?
Esquiruela olfateó el rastro que el tejón había dejado en la hierba.
—Por ahí —respondió, apuntando con la cola.
Zarzoso se acercó a olfatear también.
—Guardad silencio, todos. No queremos que detecte nuestra presencia hasta que veamos cuántos son y decidamos cuál es la mejor opción. Tenemos suerte de que el viento sople en la buena dirección, así no le llevará nuestro olor.
Los lobos dejaron las presas entre las raíces del roble y las cubrieron con musgo, para regresar luego a recogerlas. Entonces, con Zarzoso en cabeza, empezaron a seguir el rastro del tejón.
El olor los llevó a internarse más en el bosque, hacia la frontera del Clan de la Sombra. De vez en cuando, se encontraban con tierra recién removida, como si el tejón hubiera estado escarbándola en busca de gusanos. Esquiruela sintió una punzada de inquietud por Trigueña y el resto del Clan de la Sombra; si el tejón tenía su guarida en su territorio sin que ellos lo supieran, alguien tendría que poner sobre aviso a su líder, Estrella Negra.
El olor se fue intensificando poco a poco; era un potente hedor que anulaba todos los demás aromas del bosque. Esquiruela notó cómo se le erizaba el pelo del lomo. Parecía que, después de todo, el Clan de la Sombra estaba a salvo: el tejón estaba cerca.
De pronto, Zarzoso se detuvo a la sombra de una enorme roca y alzó la cola para indicar a los demás que se quedaran donde estaban. Trepó en silencio por la áspera superficie hasta que pudo asomar la cabeza por la cresta y observar el otro lado. Volvió a agacharse inmediatamente. Esquiruela avanzó con sigilo para rodear la roca y buscar una posición desde la que observar también.
Al otro lado, el suelo era llano y pedregoso, y había varias moles de roca gris. Entre dos de ellas vio un agujero flanqueado por montones de tierra fresca. Esquiruela estuvo a punto de estornudar al captar el desagradable olor de la tierra húmeda, de la que salía un tufo en el que se mezclaba el olor de tejón y de zorro. «El tejón debe de estar instalándose en la antigua madriguera de una raposa», pensó para sus adentros.
Delante del agujero, había tres crías de tejón peleándose y lanzando agudos chillidos de inquietud, como si nos les gustara haber tenido que salir al bosque en pleno día. Horrorizada, Esquiruela se quedó mirándolas mientras se le erizaba el pelo del cuello, y luego volvió a reunirse con Cenizo y Orvallo, al abrigo de la roca.
—¡Hay toda una familia! —siseó—. ¡Por el Clan Estelar! ¡Estarán por todo el territorio en un par de estaciones!
Cenizo parecía desconcertado.
—No es habitual que un tejón con crías se desplace.
—Tal vez los hayan expulsado de su antiguo hogar... —aventuró Orvallo.
Zarzoso se deslizó por la roca hasta el suelo y se agachó junto a sus compañeros.
—No podemos hacer nada hasta que sepamos cuántos adultos hay —masculló—. Nos quedaremos aquí a vigilar. No hagáis nada a menos que yo os lo diga, ¿de acuerdo?
Todos asintieron, aunque Esquiruela se ofendió por el modo en que Zarzoso les daba órdenes, como si fueran aprendices inexpertos.
—Los tejones suelen salir por la noche —continuó el atigrado—. Si ahora están en la madriguera, no podemos hacer gran cosa. Ninguno de nosotros va a meterse ahí —añadió, posando sus ojos ámbar en Esquiruela.
—¡No soy idiota! —bufó la joven.
—Yo no he dicho que lo fueras —replicó él—, aunque a veces haces idioteces.
Cenizo tomó aire como si fuera a salir en defensa de la guerrera, pero ella le hizo un gesto con la cola para que guardara silencio.
—En serio, no vale la pena... —le susurró entre dientes.
—Si descubrimos que con las crías sólo hay un tejón adulto, atacaremos —exclamó Zarzoso—. No podemos permitir que se instalen en nuestro territorio. Nosotros cuatro deberíamos poder enfrentarnos a un único tejón. Al fin y al cabo, Alcotán consiguió echar a uno del Clan del Río. Puede que incluso se trate de la misma criatura.
Esquiruela notó que se le erizaba el pelo del cuello por la mención del medio hermano de Zarzoso. Ya era bastante malo que se negara a admitir que Alcotán no era de fiar, sólo faltaba que lo pusiera también como un modelo de valor y destreza guerrera.
—Podríamos empujarlo hacia el territorio del Clan de la Sombra — señaló la loba.
—Entonces tendrían que lidiar con él los guerreros del Clan de la Sombra... —repuso Zarzoso con mirada intensa y voz fría—. En cualquier caso, lo primero que debemos hacer es proteger a nuestro clan.
—¿Y si hay más de un tejón? —preguntó Cenizo.
—Entonces reuniremos toda la información que podamos y volveremos al campamento para contárselo a Estrella de Fuego. Buscad algún sitio donde esconderos desde el que podáis ver la boca de la madriguera.
Esquiruela regresó a su punto privilegiado entre los helechos. Las crías de tejón seguían peleándose delante del montón de tierra. El sol calentaba con más fuerza, y Esquiruela se habría adormilado de no estar muerta de hambre. Parecía que hubiese pasado una eternidad desde que había compartido la ardilla con Cenizo, y pensó con añoranza en la carne fresca que habían dejado al pie del roble.
Abrió la boca en un gran bostezo, y la cerró de golpe al absorber un hedor de tejón más intenso aún. La maleza del extremo más alejado del claro tembló ligeramente antes de que la fronda se separara para dejar paso a un fornido cuerpo de anchos hombros y un hocico alargado con una franja blanca hasta la mitad. Era una tejona, que entró pesadamente en el claro mientras sus tres cachorros corrían hacia ella. Llevaba la boca llena de escarabajos, y los dejó en el suelo entre los chillidos de las crías, que comenzaron a engullirlos con entusiasmo.
Zarzoso saltó a lo alto de la roca y soltó un aullido retador. La tejona miró hacia arriba y rugió desafiante, mostrando dos hileras de afilados colmillos amarillentos.
Zarzoso volvió a aullar:
—¡Atacad!
Saltó de la roca y aterrizó en mitad de las crías, que salieron corriendo a toda prisa, gimiendo de miedo. Se apretujaron unas contra otras en la boca de la madriguera, mirando al guerrero con ojos desorbitados y despavoridos.
Cenizo salió disparado de su escondrijo, al otro lado del claro, con Orvallo a la zaga. Esquiruela se colocó junto a Zarzoso con la velocidad de un rayo.
—¡Fuera de aquí! —les bufó a los tejones, aunque sabía que no podían entender sus palabras—. ¡Este territorio es nuestro!
Zarzoso apuntó al hocico de la criatura con las dos garras delanteras, y la tejona retrocedió, devolviéndole el ataque con sus gigantescas zarpas, aunque el guerrero esquivó el golpe.
Esquiruela avanzó entonces hasta estar lo bastante cerca como para arañarle el costado; le hizo sangre, y sacudió la pata para librarse del mechón de pelo negro que le había arrancado. Inmediatamente, se agachó para evitar el contraataque de las fauces abiertas de la criatura, y luego echó a correr justo cuando Cenizo se abalanzaba sobre la tejona desde el lado opuesto. La criatura giró la cabeza de un lado a otro, como si fuera incapaz de decidir a cuál de los veloces objetivos atacar primero.
«¡Esto será fácil! —pensó Esquiruela—. Esta tejona es muy lenta y patosa».
Entonces soltó un alarido de alarma cuando una enorme zarpa blanca golpeó el suelo a apenas un ratón de distancia de sus patas traseras. Si le hubiera dado, le habría partido la columna. Sorprendida y temblorosa, la guerrera rodó sobre sí misma para ponerse fuera de su alcance. Le habría gustado salir corriendo hacia el campamento, pero sabía que ahora no era el momento de darse por vencidos. No podían permitir que aquella feroz criatura instalara su hogar en su territorio, o ningún lobo estaría a salvo, desde los cachorros hasta los guerreros más curtidos en combate.
Se puso en pie a duras penas, a tiempo de ver cómo Zarzoso propinaba un zarpazo en el hombro de la tejona. Tras dar un salto hacia arriba, el atigrado intentó clavarle los dientes en el cuello, pero la tejona se lo quitó de encima con una sacudida. El lobo voló por el aire, aterrizó sonoramente y se quedó inmóvil.
Esquiruela corrió hacia él, con un hormigueo de miedo en el estómago. Pero, antes de que llegara a su lado, el guerrero sacudió la cabeza como si emergiera de aguas profundas y se levantó trastabillando.
—Estoy bien... —aseguró con voz ronca.
Esquiruela se revolvió para enfrentarse a la tejona. Se alzó sobre sus patas traseras y le lanzó un arañazo al hocico con una zarpa mientras dirigía la otra hacia los brillantes ojos de la criatura. Cenizo se había agarrado a las ancas, ladeando el cuerpo para dejar sitio a Zarzoso, que estaba mordiéndole la pata trasera, y Orvallo, por su parte, había conseguido clavar sus garras en el áspero pelaje de la tejona y tenía la mandíbula cerrada sobre una de sus orejas.
La tejona ya había tenido bastante. Sacudiéndose de encima a Zarzoso y Orvallo, soltó un rugido de furia y derrota y se volvió por completo. Fue hasta la boca de la madriguera, empujó con el hocico a sus crías para que se levantaran, y las guió en su huida apresurada del claro.
—¡Y no volváis por aquí! —aulló Cenizo.
La tejona no podía entender sus palabras, pero el significado estaba claro. Los cuatro lobos se quedaron hombro con hombro, mientras los rugidos de la tejona y los chillidos de las crías se apagaban entre los árboles.
—Buena pelea, chicos —exclamó Zarzoso sin resuello—. Esperemos que sea la última vez que los vemos.
—Y que no haya más —comentó Cenizo.
Zarzoso asintió.
—Rellenaremos ese agujero y vigilaremos la zona para asegurarnos de que no regresan.
—¿Qué? ¿Ahora? —protestó Esquiruela—. ¡Estoy agotada y me ruge el estómago!
—No, ahora no. Volveremos al campamento y enviaremos a otros dos guerreros para que se encarguen de la madriguera. Las patrullas habituales pueden ocuparse de echar un vistazo.
—¡Gracias al Clan Estelar! —suspiró Esquiruela—. Vayamos a recoger la carne fresca.
Los cuatro se internaron de nuevo en el bosque, renqueantes. Esquiruela notaba el dolor de las heridas que se habían sumado a las de la batalla contra Enlodado.
—A este paso, voy a acabar sin pelo —masculló.
Cenizo se le acercó y le pasó la lengua dulcemente por un zarpazo en el hombro.
—Has peleado muy bien —murmuró.
—Y tú también. —Esquiruela vio lo vapuleado que estaba: tenía sangre en una pata trasera, donde había perdido un mechón de pelo y piel. Le tocó las orejas con la nariz—. ¡Seguro que esa tejona está lamentando haber puesto una pata en nuestro territorio! —exclamó.
Se imaginó a la enorme criatura huyendo por el sotobosque, con sus crías tropezando entre las patas. Durante unos segundos compartió su miedo, y la atravesó una punzada de compasión. Sabía lo que uno sentía al perder su hogar, y al tener que desplazarse lejos para hallar otro nuevo.
«Ojalá encuentre algún sitio seguro para sus crías —pensó Esquiruela —. Pero que esté muy muy lejos del Clan del Trueno».
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